—¿El club de la comedia?
El Dragoon preguntó con incredulidad. O al menos a Simbad le pareció que era incredulidad, porque ni su rostro ni su voz mostraban nada en absoluto. Resultaba un tanto siniestro si lo paraba a pensar.
El tipo se alzaba en medio de una arena, una de esas zonas reservadas al PVP entre jugadores. Su armadura, de un flamante color blanco, estaba manchada de sangre y a su alrededor se apilaban los cadáveres de los perdedores, deshaciéndose en nubarrones de píxeles multicolores.
—¡Así es! —dijo Simbad, sin que su sonrisa disminuyera ni un ápice, entregándole una folleto donde aparecía él, con una sonrisa más grande todavía —. Un club selecto de gente selecta donde sólo encontrarás lo mejor de lo mejor.
El Dragoon tomó el folleto, examinándolo por delante y por detrás con sus ojos grandes y verdes.
—Irrelevante —decretó en menos de dos segundos con el mismo tono de voz y devolviéndole el papel.
Eso no entraba en los esquemas de Simbad.
—Pero… ¡Piensa en las ganancias! —Se interpuso frente al Dragoon cuando éste dio la vuelta, decidido a ignorarle.
—… ¿Qué ganancias? —preguntó, aunque algo en su tono dejaba entrever que había más curiosidad que interés personal. Sin embargo, para Simbad era suficiente clavo del que aferrarse.
—¡Me alegra que lo preguntes! —Le pasó un brazo por el hombro con gesto amigable —. Pues verás, un servidor es la crême de la crême, el más VIP de los VIPs, y como tal, tengo acceso a una serie de contenido que puedo compartir con otros jugadores. Loot, equipo, cosméticos, monturas… tú dilo y lo tendrás. Además gozarás del mejor premio de todos: disfrutar de la compañía más selecta, es decir, ¡yo! Y alguna que otra gente más, claro.
El Dragoon ladeó la cabeza y parpadeó.
—Eso no se puede hacer —declaró, con certeza.
—¡Ja ja ja! ¡Claro que se puede, qué cosas dices!
— le respondió, dándole unas palmadas en el hombro —. Son privilegios exclusivos, ya te digo, ¡privilegios! El GM mismo me los ha hado; somos colegas, ¿sabes?
El chico parecía que iba a replicar algo, pero alguien le interrumpió con un grito.
—¡Tú!
Ambos se giraron, encontrando otro Dragoon de pelo azulado y largo, apuntando a la nueva víctima de Simbad con su lanza y una mirada furibunda.
—Así que todavía estás aquí. ¡Quiero la revancha!
El Dragoon de la armadura blanca le miró largamente sin que su expresión cambiara ni un ápice.
—Dragonlord —le llamó al reconocerle —. Te he derrotado esta mañana.
—¡Me has humillado! —exclamó el otro, rojo de rabia —. ¿Sabes lo que me ha costado inscribirme en el torneo de Dragoons de este mes? Esta vez vengo preparado, y te juro que el premio será mío. ¡Reza lo que sepas, tramposo!
El otro se escurrió de debajo del brazo de Simbad.
—Tengo asuntos que requieren mi atención —le dijo, invocando su propia lanza.
Simbad debería haber tomado eso como una invitación a irse, pero en vez de eso se sentó en una grada cercana y se quedó a ver el espectáculo, viendo como su Dragoon derrotaba al otro sin impunidad y una precisión mortífera. Y luego otro. Y otro, y otro…
No había dudas de por qué ese chico llevaba ganando los torneos desde hacía varias veces consecutivas. Su técnica era impecable.
—Definitivamente, tiene que estar en mi club —Simbad asintió para sí, con fuerzas renovadas.
Era de noche cuando por fin consiguió quebrar la paciencia del Dragoon. Con la armadura sucia, el pelo revuelto y el premio bajo el brazo, se detuvo de golpe girándose para encarar a Simbad, que interrumpió el discurso de venta que había empezado una hora atrás.
—Si me uno a tu club de la comedia, ¿me dejarás en paz?
—Claro, palabra de honor —El Merchant se hizo un gesto sobre el corazón, muy satisfecho consigo mismo por aquella victoria.
El trato fue fácil. Simbad recordaba con afecto aquellos días en los que todo había salido como él lo planeaba y podía fardar de tener al mejor Dragoon del servidor en su selecto y exclusivo club. Muchos desventurados habían acudido por el reclamo de conocer a tal celebridad, que a veces se presentaba y a veces no, atendiendo los mensajes insistentes que le mandaba Simbad de forma totalmente impredecible.
Simbad se hizo de oro a su costa, organizando sesiones de entrenamiento, duelos privados y citas nefastas (no había conocido a nadie con menos gracia para ligar en su vida).
—¿Te gusta lo que haces? —le preguntó un buen día el Dragoon, compartiendo una bebida en la sede de su selecto Club.
Simbad estaba fumando, contando el oro que había hecho aquella noche con satisfacción.
—Claro. No hay nada como el dinero. El comercio es la forma más compleja del poder, y la más satisfactoria. Por eso es ser Merchant es lo más divertido.
—¿Ser Merchant es divertido? —Parecía que el chico no podía pegar una idea con la otra.
—Ya lo creo. Deberías probarlo alguna vez.
El otro se quedó mirando el contenido de su vaso (zumo) con el aire más pensativo que podía demostrar.
Lo que Simbad no sabía es que esas palabras serían su perdición, ya que pocas semanas después le anunciaron de que el famoso Dragoon se había reseteado la clase. Fue una de las pocas veces en las que consideró que su labia natural se había convertido en su maldición, y lloró lágrimas amargas por el negocio que acababa de perder.