Author Topic: ǝsɹǝʌuI  (Read 1603 times)


Kana

ǝsɹǝʌuI
« Topic Start: March 07, 2021, 08:32:22 PM »
En este tema subiré fics sin sentido que, quizá, algún día tengan lógica no temporoespacial pero tendrán un sentido.

Luego, si me aburro, lo borro o lo cambio por un tema para fisc yaoi que quizá también termine borrando x'D


Kana

Re: ǝsɹǝʌuI
« Reply #1: March 07, 2021, 08:37:42 PM »
#A winter dream

La brisa gélida invernal besó suavemente sus mejillas entumeciendo su rostro de porcelana con el tacto frío del ambiente. Extrañamente ese toque era agradable, la invitaba a quedarse más tiempo en el paisaje a pesar de las bajas de temperaturas de la temporada.

Una flor, una solitaria flor. Sus pétalos rojos destellaban sutilmente sobre la blancura intensa y enceguecedora de la nieve.
Estuvo tentada de tomar la flor entre sus manos y arrancarla, pero ella sabía que no era quien para arrebatar vida alguna. Menos de tan hermoso tesoro.

Por unos instantes más fingió mantener su atención en los pétalos carmesí de la flor, mucho más tiempo de lo pronosticado. En sí el fenómeno visual la extasiaba y cautivaba a tal punto de desvinculase de todo a su alrededor, su sirvienta solía decirle que aquel poder de absorción en los detalles lo había heredado de su padre. Pero a partir del sonido producido al quebrarse las finas capaz de hielo que cubrían el suelo delatando las pisadas de alguien, ella ya no pudo concentrarse únicamente en la flor.

De rodillas sobre la nieve y con la mirada baja, la rubia princesa no se atrevió a levantar la mirada, sabiendo que estaba en presencia de alguien que era todo un acertijo mental cual si fuera un espectro errático del invierno.

Se fijó en los bordes de la capa oscura de su persecutor, siempre destinado a llevar el luto tanto en las prendas como en el alma. La princesa no subió su mirada, la sostuvo sobre la flor la cual ya no era la protagonista de su historia, mordió sutilmente su labio inferior. Su presencia siempre la angustiaba y perturbaba.

Aquella figura se inclinó frente a la princesa, muy a pesar de la mirada de desprecio dedicada por la sirvienta personal de la infanta real quien aclamaba silenciosamente la expulsión pronta del custodio de la tempestad quien incomodaba a todos.

—La luz de Inglaterra no debería estar tan lejos del palacio real. — susurró. 
—Mi lord— poco a poco subió su mirada. Sus ojos intensamente azules se posaron sobre la mirada verde del otro. La sonrisa embozada en el mayor la inquietó un poco más, la niña no le pudo sostener más la mirada y volvió al carmesí. Demasiadas historias sangrientas sobre esa figura le bastaban para mantenerse sutilmente distanciada. —Contemplaba esta tierna flor. La única en estas fechas. Por eso estoy lejos del palacio real.
—Ya veo…— bajo la mirada hacia la flor. Tocó casi con tacto inexistente el pétalo teniendo cuidado con la flor. —Es efímera y frágil.
—Como yo…— se lamentó la pequeña, recordando que aún era una diminuta persona en el mundo. Solitaria y débil.
—Tal vez. Pero, también es una pequeña flor a quien subestiman. Una flor que sobrevive a toda tempestad. Frágil y hermosa, pero cuyas espinas son tan mortíferas como cualquier espíritu valiente. — apretó una de las espinas, demostrándole la gota de sangre que nació del corte. —Capaz de lastimar al más frío y miserable de todos.
—Mi lord. — la niña se apenó y preocupó por el otro, pero fue éste mismo quien le indicó que todo estaba bien. Se limpió la solitaria gota de sangre en la manga de su traje. Ella procesó las palabras de aquel, encontrando valor y significado personal en la metáfora con la flor. —¿Una pequeña flor puede cambiar su destino y el de otros?
—El solo hecho que estemos aquí contemplándola y cruzando palabras en su presencia por su mera existencia está cambiando las estrellas de nuestro propio destino.
—Mi señor, sus palabras son intensas y filosóficas, espero poder atesorarlas en un futuro cuando el peso de Inglaterra descanse sobre mis hombros. Si bien mi destino es ser la sombra de mi futuro esposo. — no tendría más de siete años de edad, pero su nivel de instrucción y disciplina la hacían oír como una mujer adulta.
—Hay destinos que incluso una flor de invierno debe asumir. — cuando buscó entre su ropaje algo que necesitaba encontrar, se dio cuenta que la mirada de la sirvienta se agitó seguramente pensando que tramaba algo. —…Lady Bythesea, si fuera a cortarle el cuello lo habría hecho cuando estabais distraídas. — le bromeó, sonriendo con desprecio hacia la mujer de rango inferior.
—…— Si bien su dama se alarmó, la princesa entró en una extraña calma con aquel sujeto. Vio que finalmente sacó de entre sus ropajes una flor de pétalos rojos, tan intensa y bella como la que estaba a sus pies, pero esta destellaba aún más. Esto debido al cristal carmesí del que estaba hecho. —¡Es hermosa!
—Mi lady. — la advirtió su sirvienta de ser precavida y no caer en los trucos de ese bellaco.
Las pequeñas manos de la niña se detuvieron frente al ofrecimiento, pero como toda pequeña que se deja cautivar con un caramelo fue incapaz de rechazar la ofrenda. Tomó la rosa de cristal, embelesada con su creación y encanto.
—Ya no tendrás que salir en las nevadas tan lejos de tu hogar para tener esta rosa y contemplarla.
—Que bella es. — miró el obsequio.
—Es su hermana. Su reflejo. Una es la representación de la vida que se marchita. La otra es la imagen del resplandor eterno y admirado.
—Agradezco de corazón vuestro regalo sagrado. Lo conservaré como el precioso tesoro que es. No tengo nada que ofrecerle a cambio, espero que me perdone.
—Mi sobrina… Un día serás reina de Inglaterra. Mi único regalo es saber qué harás lo que es necesario hacer por nuestro reino. Aún si eso significa tomar decisiones que cambie el destino de muchos.
—¿Cambiar el destino de otros? — allí asomaba su parte aniñada, porque la rubia pensó en magia.
—Verás, a veces tenemos que hacer sacrificios por amor.
—¿Si? —
—Y, a veces, tenemos que despedirnos por siempre de la gente a quien amamos. Por un bien mayor. 
—Mi lord sabrá que palabras tan intensas no son pertinentes para una señorita en crecimiento. — exclamó la sirvienta.
—…— Por lo visto había lacayos que no parecían reconocer su lugar inferior en la vida. —Athanasia, el destino de Inglaterra está en tus manos.
—Conde de Yorkshire, tiene prohibido circular sin un guardia real que lo vigile.— La eminencia máxima del reino se presentó ante ellos, acompañados por dos escoltas de la guardia real.
—Honores al sol de Inglaterra. — Bufó el pelinegro, poniéndose de pie, extendiendo su brazo y su capa hacia atrás en un gesto burlesco y teatral hacia el Rey.
—…— Athanasia quedó en silencio, apegando la rosa de cristal a su pecho por unos momentos, pero siendo lo suficientemente astuta de guardarla en su bolsito sabiendo que debía ocultarla del rey quien de seguro podría eliminarla.

Observó con temor a esas dos figuras imponentes ante ella, estando la rubia en un medio invisible entre ambos actores.
Con quien la pequeña habló durante todo momento era el Conde de Yorkshire, un hombre alto, de cabello oscuro, piel muy clara y ojos verdes. Los nobles ingleses lo admiraban al mismo tiempo que le temían. En vida, el padre del Conde de Yorkshire lo desheredó al no verle aires de monarca y por un choque de egos entre ellos dos. Posteriormente, el Rey, quien estaba ante ella en esos momentos, condenó al Conde de Yorkshire al exilio después de sus actos sanguinarios –aunque necesarios- durante la guerra de Inglaterra hacia sus enemigos.
Era un hombre peligroso. Si bien rechazado por la sociedad inglesa, seguía teniendo seguidores entre los nobles y se rumoreaba de que el rencor estaba latente en su sangre planeando silenciosamente el derrocar al rey.
El otro hombre era el Rey. Alto, rubio y de ojos intensos. Adorado monarca de Inglaterra cuyas decisiones mantuvo al reino invicto y protegido aun cuando los países enemigos de Inglaterra reclamaban soberanía. El sol de Inglaterra. Amado poseedor de la corona escogido por el mismo Dios para cargar con el destino de Inglaterra y su gente.
Pocos se atrevían a contradecirlo, y de esos pocos yacían en los ríos con Caronte.

Athanasia tenía sentimientos encontrados. Sabía que su deber era adorar y apoyar a su Rey, pero la ausencia de éste en su vida no le permitía tener apego ni vínculos hacia su majestad. Si bien existía un fuerte afecto hacia esta figura, al mismo tiempo existía un gran dolor. Hasta ahora, a sus siete años de edad, el Rey no le dirigía la palabra ni la mirada, como si no existiera en su mundo.
Era el sol. Y como todo sol era un ser inalcanzable.

En cambio, el Conde de Yorkshire, más ausente aún por su exilio, lograba ser significativo en su vida. Las pocas veces que lo veía bastaban para tener charlas breves que cambiaban sus paradigmas internos y la empoderaban como una persona activa y participativa en el reino de Inglaterra. La mayoría la llamaban princesa y no veían más rol que ser una señorita que esperara al mejor postor para el reino. En cambio, el Conde de Yorkshire siempre le susurraba que podía cambiar sus estrellas y ser la Reina que tomara el destino de Inglaterra en sus manos.

El Rey. Su padre.
El Conde. Su tío.

El legítimo Rey debía ser su tío, pero el desheredo y el exilio lo abolieron.
El inmaculado sagrado debía velar por la paz, pero ser Rey lo condenó a ser un monarca desalmado. 

—Lord de Yorkshire, debe inclinarse ante su majestad y mostrar sus respetos. — indicó uno de los caballeros del Rey, indignado por la falta de respeto del otro noble.
—En la corte de Reims hablan mucho de ti, hermano. — Ignoró al peón que se atrevía a hablarle. —
—…—
—Temen que su majestad enloquezca de ira y haga arder todo Paris por la blasfemia de los gitanos.  Pero más le temen al Rey de Inglaterra y su carácter imperturbable. A quien no le tiembla la mano al momento de invadir territorio enemigo.
—Conde…— advirtió el caballero real.
—También susurran otras cosas de vuestra majestad, pero no puedo delatarlas delante de la infanta. — burló, con una risita suave.
—¿Qué cosas…?— Pero la princesa Athanasia no pudo preguntar. Su dama le había silenciado con un dedo sobre sus labios.
—No escuche el veneno de aquella víbora, mi lady.
—¡Suficiente! — reclamó el caballero. —¡Es hora de que honre a su majestad, Conde! —
—Oh, cierto… ¿Dónde están mis modales? Seguramente la locura a nublado mi mente, como la de mis ancestros. — bromeó con la desgracia de su propia familia. Posteriormente se inclinó de forma irónica y burlesca. —¡Larga vida al Rey! Que viva el rey, Henry el magnífico. —
—Basta…— le ordenó a su hermano. —Es hora que vuelvas a tus aposentos y no salgas de allí hasta que retornes a Francia. Recuerda que meramente eres un invitado del Duque de Axess, en la ceremonia del casamiento de su hijo con nuestra prima.
—¿Sabes? — se le acercó a susurrarle al oído. —Es una muy mala jugada mandar a tu hermano, el exiliado, –y rey legítimo Rey- a la corte enemiga. El resentimiento hace que la mente se consuma a sí misma y el alma comienza a perturbarse.
—¡Guarde distancia del Rey! — uno de los caballeros reales se alarmó al ver esa cercanía. El Rey le indicó que él se contuviera y dejara de hacer el ridículo. —Lo siento, su majestad.
—Bien allí. — el pelinegro se apartó de su hermano menor. Luego, por fin, notó la existencia del caballero. —El anciano que estaba antes de ti perdió la cabeza con la espada, y no precisamente por la mía, cuando comenzó a tomarse atribuciones. — hizo alusión al castigo que su hermano, el Rey Henry, le había dado a aquel viejo caballero que desde pequeño los había criado y guiado. Pero el Rey Henry había cortado su garganta cuando éste comenzó a inmiscuirse más de la cuenta “por el bien de Inglaterra”

Athanasia apenas podía oír la conversación de los adultos, su dama fue muy precavida en que no pudiera hacerlo pero esto fue corto puesto que su tío volvió hasta ella, se inclinó y le miró a los ojos.
—Cuando la luz se apague, cuando tu mundo tiemble, cuando pienses que estás sola en esta vida, volveré a ti y seré tu siervo. Recuerda mis palabras, llegará el día en que serás Reina pero antes tendrás que tomar decisiones claves.
—Mi señor…—
—Sobrina. — se despidió escuetamente, se volvió a erguir y miró a su hermano menor. —Bendiciones, Rey. —

Muchos años después la princesa Athanasia recordó en su dolor y soledad las palabras que su tío le dijo aquella tarde de invierno.
Encerrada en su claustro, a la espera de la voluntad de Rey, la desesperación la consumía. Estaba totalmente sola y condenada al olvido, su señor padre buscó una alianza para Inglaterra a través de un matrimonio ventajoso con una princesa de otro reino, pero, al seguir casado y no poder divorciarse porque las leyes de Dios lo impedían, negó a su esposa y renegó de la paternidad de su hija.
La princesa sabía lo que eso significaba. El dolor de haber perdido a su madre días atrás en la guillotina por ser acusada de adulterio y calumnias la habían prevenido de lo que venía: la siguiente era ella.
Así el Rey se liberaba de su matrimonio y así también podía sacar del tablero de ajedrez a su “falsa hija” para poder acceder a un nuevo matrimonio, políticamente aceptado por la religión, donde pudiera tener un nuevo heredero que significaría una alianza eterna entre dos reinos.

A Athanasia se le ofreció la posibilidad de conservar su vida, pero, a cambio, debía "admitir" públicamente que era una hija ilegítima de la Reina, mentir sobre que en realidad su madre era infiel y ella era producto vivo de esa infidelidad, que no tenía vínculos sanguíneos con el Rey y que, para remediar su falta de moral, debía aceptar una vida en el claustro de un convento (donde posiblemente la matarían sin que nadie se diera cuenta)

Pero ella, indignada con los términos que se le ofrecían, rompió los pergaminos rehusándose a aceptarlos. Era tan hija del Rey Henry que ni el mismo Diablo sería capaz de desmentirlo. Su rostro, sus ojos, su cabello, todo era idéntico a su padre y nada tenía de su madre.
Mucho menos aceptaría algo tan despreciable que atentaba contra la moral y la imagen de su, recientemente, fallecida madre. No, no sería capaz de dañar la imagen de su progenitora porque era, en toda esta historia, la única alma pura e inocente que le tocó pagar con su vida el precio del "bien del reino"

Pero, ¿por qué ella tenía que ser el precio a pagar para que su reino fuera magnánimo en su totalidad? ¿Era necesario tal sacrificio?

Lo aceptaba. Tenía que pagar con su vida por el bien de su reino y estaba dispuesta. Su nombre sería borrado de la historia por siempre y no sería más que un frágil recuerdo del pasado de las vidas de quienes la conocieron.

¿Pero era apreciable que se fuera sin luchar? ¡Que culpa tenía ella de las decisiones de su padre, el Rey! ¡Qué culpa tenía ella!

Entre sus pocas pertenencias sacó la flor de cristal que aún conservaba. Aquel antiguo regalo de su tío que en el presente se convirtió en el último registro de cordura que le quedaba.

Ella podía cambiar el destino de sí misma de todos. “Cambiar las estrellas”

Escribió una carta mientras observaba la rosa de cristal. 

“Su hermana. Su reflejo. Una es la representación de la vida que se marchita. La otra es la imagen del resplandor eterno y admirado.”

Recordó las palabras de su tío, hallándole el sentido al fin.

—Tú eras la vida que se marchitaba, agonizando y entregando todo por la protección del reino en un silencio desmerecido. Mientras que mi padre es el resplandor eterno destinado a ser admirado pese a lo abominable que debe ser para el bien de su reino. No, no puedo ser aquella rosa que se marchita en silencio mientras sus pétalos caen, alejando a todos con sus espinas que solo ocupa para proteger. Me lo demostrarte con tu propia existencia. Tampoco puedo ser la rosa admirada y bella pero que lastima con sus espinas con tal de dominar. ¡Comprendo ahora en mi agonía el significado de tus palabras! Elijo ser Reina y no estrella. Elijo ser dueña de mi vida y no sacrificio. — terminó de escribir unos cuantos fragmentos más antes de concluir, llena de coraje. —¡Lilie! Entrega esta carta lo más secretamente posible a su destinatario. — llamó a su fiel dama, quien la visitaba en secreto cuando los guardias no observaban.
—Mi lady, ¿está segura de esto? — recibió la carta, con temor al descifrar el destinatario encubierto en ella. La dama era una sombra de la bella mujer que era. Ahora, cansada, empobrecida y enflaquecida, lucía como una mendiga.
—Es eso o seguir el mismo destino de mi madre. Lilie, por favor, hacedlo por mí, por ti, por ambas, por Inglaterra, incluso por nuestro Rey. Es el destino quien me ha susurrado el cambio de las estrellas, ¡estamos contra el tiempo!
—¡Lo haré aunque me cueste la vida! — guardó la carta y salió lo más sigilosamente posible de la torre. La princesa se acercó a la única ventana de su torre y observó por largos minutos en dirección al pequeño muelle del castillo, después de mucho tiempo vio que su sirvienta abordó una barca. La rubia se persignó y pidió a Dios por la protección de su dama y porque su tío escuchara sus suplicas.

Debía tomar decisiones que le dolerían de por vida, pero era la responsabilidad de una futura soberana.
 
« Last Edit: March 07, 2021, 08:43:10 PM by Kana »