Author Topic: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie  (Read 37872 times)


Sayi


XX.

La suave luz del la mañana empezaba a colarse a través de la ventana cuando se percató que todo estaba finalmente listo.

En su escritorio habían tres cartas selladas con cera: Una para Hagu, una para su papá, y otra para el señor Souton. Esta última iba a venir consigo, mientras las otras dos seguramente serían descubiertas una vez la familia se percatara de su partida.

Su compañera de habitación y hermana más querida, Sayaka, no había dormido en su cama desde su pelea dos semanas atrás. Sayi se preguntó si el llanto de su madre habría terminado por suavizarla lo suficiente para conversar… pero no había recibido visita alguna desde que su padre había optado por dejarla a solas. ’Es lo mejor’ se dijo a si misma. Pues no dudaba que alguna de sus hermanas hubiera intentado hacerla cambiar de parecer, y Sayi quería ahorrarse cualquier otro argumento.

Se había demorado unas pocas horas en empacar toda la ropa que podía en una sola valija que la esperaba junto a la puerta. Sayi guardó la correspondencia en su bolso, se coloco sus zapatos, guantes y abrigo, y tomó su equipaje antes de cerrar la puerta de su habitación tras ella.

Al pie de las escaleras, Sayi se detuvo a observar a Longbourn por unos segundos. La casa entera se encontraba durmiendo, sumida en un silencio antes que el sonido de pasos y charla inundara sus habitaciones. La joven sonrió para si misma, preguntándose cuando sería la próxima vez que volvería a ver su hogar.

Desde la cocina pudo observar que había empezado a nevar, con una ligera capa de nieve empezaba a cubrir el jardín que Cho cuidaba con tanta dedicación. La joven cerró la puerta con mucho cuidado, y una vez segura que nadie se había percatado de su salida, la pelirrosa apuró el paso y empezó así su camino hacia Bloomington.

Sayi sabía que sus padres estarían iracundos al enterarse de su partida impromptu, pero si el intentar ser cautiosa le daba los resultados adversos, quizás el tomar el asunto entre sus manos le traerían consecuencias positivas. Pensó en su hermana Emilia, y cuanto provecho había conseguido de su estancia en Londres: Una profesión que le dio orgullo y propósito, además de colocarla en el camino de personas respetables. ¿Quizás y podría descubrir un camino similar?

Pensó en lo ansiosa que se encontraba por ver a su tia Miranda y a su primo Albert. Se sentía mal por caerles de improvisto, y sabía muy bien que su improvisada estadía la eximia de cualquier atención o detalle: Estaba dispuesta a hacer labores domésticas, o lo que sea necesario para justificar su estadía. Quizás podría ayudar como secretaria, o tender de su jardín. Se imaginaba la negativa de su tía ante esas ideas, pero debía devolverle el favor de alguna manera.

Considerando la hora, la estación de correo debía estar por abrir, y su última tarea antes de dejar Bloomington era enviar la misiva al señor Souton: Una carta donde intentó, en lo más posible, disculparse por el malentendido y hacerle evidente su aprecio. Lo más probable sería que ni se limitara a abrirla, y no lo culparía por ello. Quizás en algunos años podrían reencontrarse como conocidos, y volver a azuzar su amistad una vez sus memorias hubiesen pasado a través del filtro del tiempo.

Tan distraída se encontraba en sus pensamientos que no se había percatado que el clima había crecido para mal, con el viento levantando la nieve y dificultándole el ver más allá de su nariz. Inclusive la luz de la mañana se veía opacada por el mal tiempo.

Se preguntó por un segundo si, para su mala suerte, las carrozas se negarían a partir con destino a Londres debido al mal tiempo. La ansiedad de verse obligada de regresar a Longbourn, y tener que lidiar con las quejas de su madre regresó a su corazón, y Sayi sintió como la angustia le devolvía las lágrimas a los ojos.

En eso, una sombra empezó a emerger a la distancia, procedente de Bloomington. Sayi sintió alivio al percatarse que se trataba de una carroza cargando equipajes... pero se sorprendió aun más al reconocer a la persona que llevaba rienda del vehículo.


Sayi hizo la cabeza a un lado en sorpresa mientras la carroza se detuvo frente a ella. Y así, el cochero se desmontó e hizo una breve reverencia.

Se trataba de nada menos que del oficial Stanfield. El joven la miraba como si se tratara de una visión.

"¡Señorita Bennett! ¿Qué hace usted aquí?" Sayi estuvo por responder, pero el oficial se le adelanto "Y yo pensando que era una locura asomarme a Longbourn esperando una despedida sin que su mayordomo me echara a patadas..."
Sayi sonrió levemente ante la idea, pero entonces reaccionó "¿Despedida?"
"Así es. Con la guerra finalizada, oficiales como nosotros debemos regresar a casa, o ver qué hacer de nosotros en este país. Mi liquidación llego antes de lo esperado, y los señores Lucas se encuentran bien asentados para sobrevivir el invierno. Así que he decidido partir."
"Ya veo"
"Pero como me hizo prometerle, no pensaba irme sin despedirme de usted" continuó "Aunque... creo que la pregunta más grande es usted, ¿qué hace aquí? A tan tempranas horas y en medio de una tormenta..."

Sayi meditó en sus palabras antes de hablar. No se sentía cómoda compartiendo su drama familiar, pero era necesario demostrar urgencia sin llamar la atención. Si apelaba a su lado como oficial, la joven temía que el señor Stanfield la obligara a regresar a casa.

El viento creció en intensidad y Sayi sintió escalofríos antes de que pudiera llegar a una respuesta satisfactoria. Entonces, el oficial le hizo la pregunta que más anhelaba recibir en ese momento.

"¿La puedo llevar a algún lado?"

...

Ella no pudo haberse imaginado las consecuencias tras esas palabras.

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Sayi


XXI.

Era casi el mediodía cuando Cho y Mery, tras casi una hora de deambular en la tormenta, reconocieron una forma emerger de entre la nieve. Conforme se acercaron, no pudieron evitar acelerar el paso al percatarse de la creciente familiaridad de detalles: El color del abrigo y el vestido, y a unos pasos de distancia —el pelaje de Sir Puma Tiger Scorpion, inconfundible aún con la nieve cubriéndolo en una capa de nieve.

Una vez estuvieron cerca a él, el gato emitió un ligero ronroneo… debilitado por el frío y la ventisca que le impedía abrir bien los ojos. Cho se agacho junto a su dueña, con el corazón saliéndosele del pecho al no saber el estado en que se encontraba.

“Sa…¿Sayaka?”

Su hermana no respondió. Sus pestañas estaban cubiertas de hielo, y la peliazul se preguntó cuanto tiempo había estado aquí: Recostada en medio del camino.

Con el temporal que estaba haciendo, todo transporte había sido detenido proveniente de Bloomington, y ambas hermanas pensaron que se trataba de una bendición: En el estado que se encontraba Sayaka hubiera sido imposible para una carroza el no atropellarla.

Jacob les dió el alcance, y rápidamente recogió a Sayaka del suelo. Acercó su oído a su nariz, buscando un ápice de vida.

“Su respiración es muy trabajosa, y esta helada al tacto” declaró el mayordomo. 
“Voy a por el doctor Smith” dijo Cho, empezando su camino hacia Bloomington. Jacob le pidió que esperase, pero la peliazul le aseguro que estaba bien. Llevaba ropa apropiada para el frío, después de todo “Regresaré rápido. Emilia puede concentrarse en tratar a Sayaka”

Cho continuó abriéndose paso hacia Bloomington, mientras Jacob y Mery, con una delicada Sayaka a cuestas, se vieron obligados a regresar a Longbourn.


El señor Bennett había instruído a sus hijas, desde pequeñas, que cuando un temporal de magnitud golpeaba Bloomington, todas estaban obligadas a regresar a Longhorn inmediatamente. Sin excepción alguna. Era una verdad no dicha que la señora Bennett se volvía un temporal de nervios -tan o peor que la tormenta afuera- hasta que todas las hermanas Bennett estuviesen sanas y salvas junto a ella.

Era bien sabido que Sayaka, la hija más opinionada y rebelde, disfrutaba estar fuera de casa a no ser que le tocara satisfacer una de sus necesidades básicas: comer o dormir. Pero hasta ella sabía muy bien el no tentar la ira de su padre, y tras dos horas sin hacer aparición, cuatro de ellas -Mery, Cho, Sheryl y Camille- se habían adentrado a la tormenta para ubicar a Sayaka.

“¡Ay señor Bennett!” lloraba la señora Bennett “¿Y si algo terrible le ha sucedido a mi querida Sayaka? ¿¡Qué va a ser de nosotros!?”

La puerta hacia el patio se abrió de improvista, con Shura y Camille entrando a toda velocidad para preparar el sofá de la sala de estar. Entonces les siguieron Mery y Jacob, con Sayaka en brazos, y se apuraron a depositarla en el sillón. Apenas estuvo expuesta al calor, Sayaka comenzó a temblar de frío. Aunque su apariencia no había mejorado, verla moverse le daba más tranquilidad al mayordomo.

Un grito de espanto lleno la habitación. La señora Bennet corrió a arrodillarse junto a su hija, tocando su frente y mejillas, intentando calentarla con sus manos.

“¿¡Emilia!? ¿¿Dónde esta Emilia??” lloraba la señora Bennett.
“Cho fue a traer al doctor Smith” le dijo Mery a su papá. El señor Bennett asintió levemente, sumamente consternado ante la apariencia de su hija.

Emilia descendió por las escaleras, su mirada fija en su hermana hasta que pudiese diagnosticar su estado. La señora Bennett se hizo a un lado, y mientras Emilia estudiaba a su hermana, recordó de lo que se había percatado en el segundo piso.

“Mamá, Sayi no esta en su habitación” le dijo, sin despegar la vista de Sayaka “¿Sabes donde puede estar?”

La señora Bennett cruzó miradas con el señor Bennett, ninguno de los dos sin saber que decir. Entonces ella, aún con las lágrimas en ojos se puso de pie de un brinco, con la ira de la noche anterior regresándole a la sangre.

“¡¡Pues seguro esta escondida en algún lado!! ¿¡Cómo se le ocurre tal cosa en un momento tan delicado!?” gritó la señora Bennett, subiendo las escaleras a zancadas. El señor Bennett se pregunto si este sería el día en que los nervios de su mujer finalmente le darían un arresto cardiaco. “¿¡Sayi!? ¡¡Espera a que te encuentre!!”

Minutos que se sintieron horas pasaron, y mientras la señora Bennett buscaba cada recoveco de la vivienda, Emilia y sus hermanas habían preparado la cama de Sayaka, le habían cambiado las ropa, y la habían arropado en su recámara, lo más cómoda que pudiera estar. Fuera del frío, su fiebre se había disparado, y aunque no abriese los ojos, parecía estar sumida en una pesadilla considerando sus expresiones y los sinsentidos que mascullaba para si misma.

“Me pregunto que fue lo que paso…” comentó Camille, viendo acongojada el estado de su hermana “Deberíamos llamar a la policía, esto no parece un accidente”


El doctor Smith ingresó a la habitación y corrió al lado de Emilia, quien fue rápida en ponerle al tanto de la situación. Entonces Cho también apareció, deteniéndose en la entrada de la recamara. El señor Bennet notó la confusión en su rostro y le preguntó si algo había pasado. La peliazul preguntó donde estaba Sayi.

“¿Escuchas eso?” le dijo, y los pasos y voz de la señora Bennett se colaron en la habitación “Tu madre esta buscándola. Al parecer se ha escondido muy bien”
“Papá… no creo que Sayi este aquí” respondió.

Y entonces mostró lo que traía en su otra mano. Era el violín de su hermana: El diapasón estaba partido en dos, las cuerdas rotas y clavijas faltantes. Era como si una carroza le hubiera pasado encima.

Por primera vez, el señor Bennett empezó a temer por la ausencia de su primogénita. La mayor de las Bennet adoraba su violín. Sin importar lo sucedido el día anterior, ella jamás se atrevería a hacerle daño. Cuando le preguntó dónde lo había encontrado, la respuesta solo asentó su temor.

“A unas yardas más allá de donde encontramos a Sayaka” le dijo, la preocupación marcando su rostro “Estaba en medio del camino… junto a una valija abierta, y sus pertenencias esparcidas”

Sería cuestión de minutos para que la familia encontrara las misivas en su escritorio, y unas horas más hasta que lograran hacer sentido de los delirios de Sayaka.

”No… por favor, no… te la lleves… Sayi”

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Puri

“Estimado Conde Señor Charles,

Primero que nada, quisiera agradecerle nuevamente por su fina atención en la noche del baile. Su caballerosidad es algo que no olvidaré nunca, incluso por encima de la belleza de la Princesa Charlotte. A pesar del poco tiempo compartido, me siento orgullosa de haberle conocido.

Segundo, le envío dentro de este sobre el pañuelo que me prestó tan gentilmente aquella noche. Busqué en los libros de la biblioteca de mi tía aquí en Londres el escudo bordado, pero parece que no pertenece a la casa de la familia Clarence. Encontré uno parecido, pero me habré… Tendrá que disculpar mis pocos conocimientos sobre heráldica, lamentablemente es algo en lo que nunca fui buena estudiante. Aún así, como era un bello escudo, decidí replicarlo y aquí le envío también un nuevo pañuelo a modo de agradecimiento y como recuerdo de nuestro encuentro. Espero sea de su agrado, al menos en bordado sí logré destacar.

Por último, ruego a los cielos que esta carta llegue a sus manos. No sabía si podía enviarle una carta considerando su estatus social, así que le pregunté a mi primo Albert cómo podía hacer llegar una carta a Clarence Manor porque en el baile había conocido a una joven que se encontraba visitando el sitio junto a su familia. En caso de que esta no llegue y nunca más nos veamos, ruego que perdone la pérdida de su pañuelo y que no me guarde rencor en su memoria. Pero en caso de que desee responder

Para cuando reciba esta carta, mis hermanas y yo ya habremos dejado Londres y estaremos de vuelta en Bloomington. Si algún día pasa por acá, sepa que siempre tendrá una amiga.

Recuerdos,

Sayaka




Una vez terminada de leer la carta, se volteó a ver a Charles.

“¿Qué insignia tienes en el pañuelo?”, preguntó. Charles sonrió y sacó de su bolsillo los dos pañuelos. Al verlos, Madame Baranovskaya abrió los ojos de sorpresa, algo inusual en ella.
“El príncipe elector…”.
“En efecto. Esa misma noche nos encontramos en el Palacio y luego, sin querer queriendo, le di su pañuelo a la señorita Bennet para consolarla mientras lloraba. No me di cuenta de mi equivocación hasta horas después”.

Madame volvió a leer la carta y luego la elevó hacia la luz de la vela para poder leer mejor lo que la niña había tachado.

“Encontré uno parecido, pero me habré…”

“¿Qué opina?”
“No hay ninguno parecido en el Reino Unido. Si dice que encontró uno parecido, tiene que haber encontrado el verdadero, el de la casa Anhalt”.
“Yo también pensé lo mismo. Pero si ambos estamos en lo correcto, eso significa que la señorita Bennet tuvo en sus manos el pañuelo del príncipe elector, y a sabiendas, me lo regresó. ¡Y con uno de repuesto!” dijo con una risa.
“Deberías apreciar siquiera que lo hayas recuperado”, respondió Madame con fastidio.
“Por supuesto, por supuesto…”.
“Pero volviendo al tema… Sería interesante conversar con esta señorita. Es una lástima que ya no se encuentre en Londres”.
“Podríamos organizar una pequeña excursión a Bloomington, si le apetece. De unas dos semanas, a lo mucho”.
“La idea de un viaje en esta época del año no me hace mucha gracia”. Madame dejó la carta y se dirigió con la mirada a Charles, quien no había dejado de sonreírle socarronamente desde que llegó. “Quisiera saber, sin embargo, por qué tanta insistencia en que conozca a esta joven”.
“Mi muy querida Madame, creo que usted sabe bien el porqué de mi insistencia. Una señorita que obtiene de manera accidental un pañuelo que vale más dinero que toda su casa, y aún así lo devuelve, no es algo que veamos todos los días. Y si mal no recuerdo, años atrás fue usted misma la que me dijo…”
“Ya, ya”, le cortó con cierto fastidio. “Recuerdo muy bien mis palabras, no estoy tan vieja aún”.
“Entonces…”
“Entonces nada”, sacó de su bolsillo una campana y la agitó para llamar a su mayordomo. En menos de un segundo, este se asomó por la puerta. “John, manda a preparar el coche del señor Charles”. Después de que el hombre asintiera y los dejara solos, se volteó hacia el Conde. “Y a usted, alguien debería de enseñarle modales”.
“Aprendí los míos de la mejor maestra que pude tener”, dijo tomándole de la mano y dándole un beso. “Haré preparativos solo para unos tres días. El aire de campo siempre viene bien”.
“Tres días”, dijo con un tono de advertencia. “Nada más”.
“Tres días”, asintió.
“Bien. Ahora, ayúdame a levantarme que voy a acompañarte a la puerta. Siempre es bueno asegurarse que los demonios queden fuera antes de irse a dormir”.

Charles se echó a reír y ayudó a su vieja institutriz a levantarse de su asiento.

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Puri

yo: tranquila yéndome a dormir
also yo: mmmmm qué se me estará olvidando.........




FIC DE ÚLTIMO MINUTO =D es la escena perdida de Charles y su misterioso encuentro en el Palacio de Buckingham.


“Conde.”
“Erik.”

En otras ocasiones, al ser llamado “Conde” por él, habría respondido el saludo con un “Mi príncipe”, a modo de burla. Sin embargo, ahora no se encontraba con ganas de reírse. Había pasado casi un año desde la última vez que se habían visto y, por más que Charles había viajado varias veces a Sajonia a verlo, este le había rechazado el encuentro.

Ahora que Napoleón se había metido en su dominio, forzando a Erik a viajar de incógnito hacia Inglaterra para negociaciones con el Rey, por supuesto que éste finalmente tenía “tiempo y disposición” para verle.

“Charles”, suspiró y se pasó una mano por el cabello. “No te comportes así.”
“¿Comportarme cómo?”
“Como a un niño al que no le han otorgado un capricho.” Ambos se miraron fijamente.
“Creo que estás equivocado, querido amigo”, no pudo evitar soltar algo de veneno en la última palabra. Al ver el gesto que hizo Erik, se alegró de que hubiese captado el mensaje subliminal. “La reacción de un niño maleducado y la reacción de una persona a la que vienen ilusionando desde hace meses es muy diferente. Una implica el ego, la otra implica una promesa rota.”
“Nunca te prometí nada, Charles.”
“Entonces jamás debiste de haberme enviado todas esas cartas.” Respondió elevando la voz, hasta que se dio cuenta de lo que hizo y calló rápidamente. Tras un silencio incómodo, Charles se dio la vuelta y se alejó dando unos cuantos pasos en el pasillo. “¿Para qué querías verme hoy, Erik?”, preguntó con cierta resignación.
“Hay hombres de Napoleón en Dessau, vigilando a mi familia,” Charles invocó toda su fuerza para evitar darse la vuelta y confortarlo. “No podía arriesgarme a que se enteraran que te había dado una audiencia.”
“¿Y cómo has hecho para llegar hasta acá sin que se den cuenta?”
“Pues me encuentro en mi recámara, enfermo. Los doctores han anunciado que es una enfermedad contagiosa y lo mejor es que nadie se acerque hasta que pase el peligro. Pero eso es lo de menos, te cité hoy porque necesitaba que sepas lo que está pasando: los demás príncipes electores están evaluando aliarse con Napoleón, Charles. Decidí venir para hablar con el Rey y evitar más conflicto en Europa.”
“El Rey es un inútil”, musitó.
“Un reverendo inútil, pero sigue siendo el inútil de turno que posee la corona.”
“Querido amigo, sí que nos encontramos en un problema,” suspiró y finalmente se volteó a ver a Erik de nuevo. “Gracias por confiar en mí. Si necesitas mayor ayuda con el Rey, no dudes en pedírmelo.” Se acercó y le dio unas palmadas en el brazo, antes de voltear su cuerpo hacia la salida; sin embargo, después de dar un paso en esa dirección, Erik le jaló hacia sí.
“No te hice ninguna promesa.”
“Así es, como te gusta recordarme.”
“Pero tampoco puedo negar que ya no podía seguir sin verte,” le susurró al oído, antes de apoyar su frente contra su sien. “No podía arriesgarnos. No podía arriesgarte.”

Charles se quedó en silencio, sin saber cómo responder. No sabía si Erik estaba siendo sincero, o si simplemente eran palabras al viento que buscaban ilusionarlo una vez más. Después de tantos meses de sufrimiento, no quería darle oportunidad, por más que su razonamiento y su actuar tuvieran lógica.

Erik suspiró, pero no le dejó ir aún. “Toma esto,” dijo, y depositó algo suave en la mano de Charles, pero antes de que éste pudiera ver de lo que se trataba, Erik tomó su mano con las suyas y la elevó hacia sus labios para besarla con amor. El Conde se sonrojó. “No soy bueno para esto, Charles. Nunca lo fui, nunca planeé serlo. Pero jamás te he mentido, y es por eso por lo que no te puedo hacer promesas, porque lo que más odiaría sería romperlas.”
Charles se volteó y le miró por un largo momento, antes de apoyar ahora su frente contra la de él, además de posar su mano libre encima de las de Erik. “¿Cuándo vuelves a Dessau?”
“En un par de horas.” Charles sintió que el mundo se le venía abajo nuevamente y cerró sus ojos. Nuevamente reinó el silencio por unos instantes. Al abrir los ojos, vio que Erik le miraba fijamente, con mucha tristeza. “Qué no daría… Por volver a esos días de universidad contigo, Charles.”
“Difiero contigo. Ese Erik no me escribía cartas.” El mayor rió.
“Parece que nunca encontraremos acuerdo. El Charles de la universidad solía sonreírme mucho más que el que tengo en frente.” Charles chistó.
“Pues no me has dado muchas razones últimamente.” Se alejó brevemente de su rostro y, tras posar una mano en uno de sus hombros, se acercó a darle un beso en la frente. “Hablaré con Charlotte para tener una audiencia con el Rey. Veré qué puedo hacer desde aquí, y en la medida de lo posible, intentaré contactarme con los demás príncipes electores para enviarles mis consejos.”
“Pronto le conoceré, ¿sabes? A Napoleón. Apenas lo haga te escribiré por el medio usual.”
“Perfecto. Pero no lo mates, Erik. Llevar la guerra a Dessau es lo último que necesitamos.”
“Pero entonces estaríamos en el mismo bando, ¿no?”, preguntó con una sonrisa. Charles finalmente se quebró y se la devolvió, riéndose.
“Tienes el humor más agobiante que conozco.”
“Pero por eso me amas, ¿no?” Había algo de vulnerabilidad en su tono, así que Charles se acercó nuevamente y le besó en los labios.
“Por supuesto.”

Erik se acercó y le dio otro beso más fuerte y apasionado, aunque más corto.

“Ya debo de irme. Espero tener noticias para ti pronto.”
“Yo también. Cuídate, por favor.”

Con una última mirada y otro beso en sus manos, Erik se dio la vuelta y se fue. Charles, con mil pensamientos en la cabeza, solo atinó a acercarse a una de las ventanas para sentarse en el banco del costado. Después de varios minutos en silencio, abrió la mano y vio lo que Erik le había dejado.

Su pañuelo, con sus iniciales, y el escudo de su casa.

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Puri

Tuve que cortar este fic a la mitad con el dolor de mi alma porque mujer precavida vale por dos, así que esta semana lo termino y ya tengo fic de agosto (?)

Post-London, pero más que nada introspection y flashback.




“¿Y saben qué fue lo que le dijo a mi primo Albert? Que no quería causar ningún escándalo, así que nos podíamos quedar ahí y que él haría lo mismo y evitaría acercarse a mi hermana… ¡Como si necesitásemos permiso de su santidad para quedarnos en el baile!”
“¿Estás segura de que esas fueron sus palabras?” preguntó Leo alzando una ceja.
“Lo dudo mucho,” atajó Otabek antes que Sayaka pudiese responder. “Seguramente el señor Grandchester le dijo al señor Lotto que la única vieja conocida que no deseaba volver a ver era la mano derecha de Sayaka.”
“¡OYE!” le reprimió Sayaka sonrojada, mientras Leo estallaba en carcajadas. Al final, Sayaka no pudo evitarlo y se echó a reír también, no solo por el chiste, sino de felicidad en general. Hacía mucho que los tres habían tenido tiempo para juntarse a conversar y lo había extrañado demasiado.

Desde que ella tenía recuerdos, Leo se encontraba trabajando en la casa más cercana, pero casi nunca habían conversado a pesar de ser de la misma edad; después de todo, Leo era simplemente un criado y Sayaka era una señorita (pobre, pero perteneciente a la sociedad, después de todo). Todo eso cambió con la llegada de Otabek y la curiosidad sinfín de Sayaka: Otabek y Leo se habían hecho muy buenos amigos apenas el mayor llegó a vivir a Bloomington, por lo que cuando Sayaka finalmente entabló amistad con él, fue cuestión de tiempo en que ella y Leo se volvieran amigos cercanos también.

Muchas veces no dejaba de pensar en eso y sentía que algo carcomía su corazón de a pocos. En cuestión de meses Leo se había vuelto uno de sus amigos más queridos y apreciados, tanto así, que Sayaka no podía imaginarse no tenerlo como uno de sus confidentes. Y pensar que siempre había estado ahí, toda su vida, pero jamás se había atrevido a hablarle porque su madre le había dicho que el muchacho pertenecía a un mundo distinto del de ellas… Hacía un año, estando a solas con él mientras buscaban a Sir Puma Tiger Scorpion que se había escapado nuevamente, había roto en llanto y le había pedido perdón por todos esos años que le había ignorado. Todos esos años que había hecho como si él no existiera, simplemente porque le habían dicho que no era propio de su estación fraternizar con Leo. Y Leo, dulce y comprensible Leo, se echó a reír y le dijo que eso no era algo que él hubiese pensado jamás.

“A lo mejor necesitábamos conocernos en el momento adecuado y no en aquel entonces,” le dijo dándole unas palmadas en el hombro y sacando del bolsillo un pañuelo para dárselo.

Al día siguiente de aquel momento, Sayaka le contó todo lo que había pasado a Otabek mientras le acompañaba a pastar lejos en el campo.

Su amistad con Otabek para ese entonces era algo raro, pero especial, que no sabía cómo definir. Otabek tenía la misma edad que su hermana Sayi, aunque era menor por un par de meses, por lo que le llevaba tres años. Desde que había llegado a Bloomington, hacía casi cuatro años atrás, Sayaka siempre buscaba alguna excusa para verlo de lejos, recordando cómo su primera impresión de él había sido que se lucía como todo un caballero. Pedidos hacia su hermana Cho de acompañarla a visitar a la familia Altugle, además de dejar convenientemente la puerta abierta para que su gato se escapara, fueron instancias que se volvieron más frecuentes. Mientras que la señora Bennet estaba emocionada de que su huraña hija quisiera finalmente codearse con una buena familia, Sayaka no hacía más que esperar el momento de la despedida, en que los Altugle les prestaban su calesa para volver y era el mismo Otabek quien montaba y dirigía esta.

Pero si ella pensaba que estaba siendo discreta, todo esto cambió un día en que Cho le mencionó, sin malicia alguna, que no debería estar mirando tan fijamente al muchacho por más curiosidad que su etnicidad le suscitase, ya que su madre podría darse cuenta y le reprendería sus malos modales.

Fue entonces que, llena de mortificación, Sayaka decidió que ya no lo haría más. Se la pasó meses en casa y solo salía a la ciudad cuando tenía que hacer algún recado o si acompañaba a alguna de sus hermanas o padres. No dejaba de pensar que, si Cho se había dado cuenta, entonces era más que obvio que el joven Otabek también. ¿Qué pensaría de ella? Seguramente que era una niña tonta y curiosa, después de todo. Él era todo un hombre y ella no era más que una niña que recién había cumplido los catorce, ni siquiera se había presentado en sociedad. No era más que una molestia ante sus ojos, seguramente. Pero también le mortificaba la idea de que este pensara, erróneamente como su hermana, que su atención solo se debía a la manera en que se veía, cuando en realidad su curiosidad se debía a toda su persona en general.

Es por eso por lo que se sorprendió un día cuando, aprovechando el sol para ir a leer bajo un árbol en el camino cerca de su casa, éste se le hubiese acercado.

“Señorita Bennet,” habló, y en un inicio Sayaka no se enteró de quién era porque nunca habían cruzado palabra antes, por lo que al voltearse y encontrárselo mirándola, se le cayó el libro del brinco que dio del susto.
“S-Señor Otabek…,” respondió sorprendida, y por el rostro del joven, éste también parecía sorprendido por la situación inusual en la que se encontraban. “B-buenos días…”.
“No soy un señor, no tiene por qué llamarme así.” Sayaka nuevamente se sintió sonrojar de la mortificación. Por supuesto que Otabek no era… Simplemente asintió y bajó la mirada, sintiéndose como la más grande de todas las tontas. A lo mejor su mamá tenía razón y era totalmente incorregible.
“Disculpe…,” murmuró.
“Yo… No quería interrumpirla, señorita. Simplemente quería saber si todo estaba bien, ya que hace tiempo que no viene a visitar a mis patrones.”
“Uhm… Todo está bien… Solo que… últimamente tengo muchas cosas que hacer en casa. Eso.” Respondió mirando a sus manos, con ganas de salir corriendo de ahí porque el joven acababa de confirmarle que había notado su inusual presencia.
“Uhm…,” asintió el otro. Pasó un momento de incómodo silencio hasta que Sayaka finalmente se aventuró a mirarle a los ojos y vio que este le sonreía como a veces Sayi y Cho le sonreían después de haberla encontrado en medio de una travesura, o involucrando a las pobres de Sheryl y Mery en una de sus locas ideas. Le veía como una niña pequeña cuyas acciones enternecían. Y si bien siempre se había sentido feliz y contenta de tener la atención de sus hermanas mayores de esa manera, por alguna razón ver que el otro le miraba también así le acongojaba. “Bueno, he de irme ahora. Solo quería saber cómo se encontraba, señorita Bennet. Tenga un buen día.”
“Usted también,” respondió de vuelta bajando la mirada y esperó a que este estuviera finalmente fuera de su vista para recoger todas sus cosas y volver corriendo a casa. Escuchó cómo su mamá le llamaba, pero fue corriendo a su habitación a encerrarse y a sufrir sólo como las niñas de catorce suelen sufrir a esa edad, por un mundo que no terminan de comprender, pero del cual empiezan a sospechar.

No sería hasta dentro de un año que finalmente se volverían amigos.

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Puri

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #95: October 31, 2022, 07:21:26 PM »
Meses antes de que Sayaka cumpliera quince, y de su inminente presentación en sociedad, sucedió que la señora Bennet, entre lágrimas, escribió una carta a su queridísima hermana Miranda pidiéndole auxilio para domar a su hija. Desde hacía tiempo que tanto ella como sus hijas mayores habían estado intentando ayudar a Sayaka con lo que se esperaba de ella: sus pasos de baile, sus modales, su gracia y sus temas de conversación. A pesar de los dos pies izquierdos con los que esta había nacido, habían logrado que aprendiera los pasos más básicos y le habían pedido que fingiera cansancio cuando alguna tonada más difícil empezara a sonar en el salón. Sus modales y etiqueta, que siempre habían dejado mucho que desear, al menos habían sido repasados hasta el cansancio.

El problema, sin embargo, eran su gracia y su conversación. Sayaka caminaba como si fuese dueña de todo el lugar y solía expresarse mucho con sus manos, gestos vistos de mala manera en una señorita de su talante. Incluso cuando se sentaba, no podía estar quieta nunca y solía meterse en conversaciones ajenas llevadas a cabo varios sitios lejos del suyo, faltando el respeto a los comensales más cercanos. Pero peor que todo eso era definitivamente su conversación; ya que, si bien Sayaka era muy lista, inteligente, y podía conversar de cualquier cosa, era muy apasionada, se metía en discusiones y usaba vocabulario impropio no solo de su género, sino también de su edad.

Fue por ello por lo que, una semana después, la menor se encontraba con todas sus cosas en maletas para ir a pasar casi un año entero con su tía Miranda en Londres. Si bien cumpliría los quince durante ese tiempo, no sería hasta unos meses después que Bloomington celebraría su presentación en sociedad anual frente a todas las familias del lugar. Así, entre lágrimas, y abrazando la jaula donde iba su gato (“Madre, si no va el gato conmigo, puedes asegurarte de que volveré a Bloomington caminando de ser necesario”), Sayaka se despidió de su madre, de todas sus hermanas, y se dirigió junto a su padre a Londres. En el camino, este no dejó de recordarle que debía de aprovechar esta oportunidad al máximo porque enviar a una hija por tanto tiempo a Londres era algo costoso, a pesar de la gran ayuda que representaba su tía Miranda. Esto le sentó un poco mal, ya que Sayaka no quería incomodar a su familia de ninguna manera y porque adoraba a su padre, por lo que le prometió de todo corazón que daría su mejor esfuerzo en enorgullecerlos cuando llegara el momento.

Si bien Londres era un lugar emocionante, los días de Sayaka se pasaban de una manera un poco más monótona. Su madre había rechazado la oferta de su hermana de contratar a una institutriz porque no quería deberle tanto dinero y aprovecharse de su hospitalidad, así que se llegó a un acuerdo de que Sayaka estudiaría en las mañanas y sería supervisada por su tía y primo en las tardes, cuando estos tuviesen tiempo libre. Los fines de semana, se dedicarían a pasear, ver atracciones culturales, visitar conocidos, o ir de compras. Es por esto por lo que Sayaka esperaba siempre los fines de semana, cuando había algo de cambio en su rutina, ya que durante las mañanas se la pasaba bajo el ojo atento de un par de criadas leyendo sobre etiqueta, repasando sus pasos de baile, y practicando el piano y el harpa. Cuando su familia llegaba, estos se cercioraban de que Sayaka hubiese hecho sus deberes y empezaban a tomar el té con ella y a conversar, prestos a ver cualquier error y hacérselo notar, a su mortificación. Su tía solía invitar también, una vez a la semana, a una de sus amigas más cercanas y discretas para que les ayudara también con la formación de la menor. Su primo, por su parte, solía ayudarla mucho con su baile y en esto rápidamente mejoró.

Pero incluso las actividades de fin de semana empezaron a perder su brillo también. Ir de compras se volvió, por un tiempo, en una especie de tortura. Sayaka siempre había amado la actividad, pero su tía le explicó que era muy diferente comprar ropa para una niña que para una señorita. De la nada, aparecieron mil reglas sobre el bien vestir, sobre revisar los catálogos de moda, sobre cómo mandar mensajes a través de ciertos colores y cortes, sobre cómo combinar accesorios, sobre decoro y propiedad, y mil cosas más. Hasta aquel entonces sus reglas habían sido “me gusta el color” y “qué bonito,” las cuales tuvieron que ser descartadas por completo.

Luego estaban los paseos al parque y las galerías. Actividades que siempre había amado se volvieron monótonas porque su tía no dejaba de recordarle que una niña podía tener una opinión, pero que una señorita sabía guardársela. Unos meses dentro de su estadía, su tía empezó a llevarla consigo a reuniones para tomar el té con sus amigas en las que Sayaka debía mantener la compostura y tocar un instrumento para las mayores. Era aquí donde se sentía más aprueba, pero, aunque mejoraba cada vez y su tía le solía expresar lo contenta que estaba con ella, Sayaka no dejaba de sentirse sofocada.

Pero todo rendiría fruto, no dejaba de decirse cada día pensando en su buen señor padre que tanto había confiado en ella. Todo rendiría fruto, se repetía a sí misma cuando empezaba a escribirles a sus hermanas y madre, refiriéndoles lo muy feliz que estaba en Londres y sobre el progreso que estaba haciendo. Se lo volvía a repetir en las noches, antes de dormir, cuando más sola y agobiada se sentía, cuando la ansiedad la embargaba con la idea de que nada de esto sería suficiente y que arruinaría todo el día de su presentación, el cual estaba cada vez más y más cercano.

Finalmente, una semana antes del más importante momento de su vida, Sayaka se despidió con mucho cariño de sus familiares y partió de vuelta a Bloomington. Si bien sus hermanas y padres le habían visitado en Londres cada vez que podían, Sayaka añoraba demasiado el caos de su casa, sentirse segura en su habitación, las oportunidades de perderse en el campo, las conversaciones hasta altas horas de la noche con sus hermanas, la sensación de que el tiempo duraba más… Pero al mismo tiempo no dejaba de preguntarse qué pasaría una vez que se presentara ante la sociedad, ya que lo más importante –según su madre– era darse a conocer para encontrar un buen marido. ¿Habría alguien que se interesara en ella? Si bien la costumbre dictaba que sus hermanas mayores se casaran antes, Sayaka sospechaba que sus padres estaban un poco desesperados y permitirían al primer caballero que se acercara a ella a que la desposase, así que “no habría problema.”

La señora Bennet echó a llorar de felicidad al verla bajar de la calesa. “¡Toda una señorita!”, lloró mientras tomaba su rostro y le besaba las mejillas, para luego besarle las manos. “¡Tu regia tía ha hecho un trabajo espléndido! ¡Mírate qué elegante y hermosa estás! ¡Y cuánto has crecido!” A decir verdad, Sayaka se sentía la misma de siempre, aunque suponía que había crecido unos cuantos centímetros y que su ropa, comprada en Londres, le daba un aire más refinado del usual. Le sonrió a su mamá y le devolvió los besos, pensando que no podía esperar el momento de ponerse sus vestidos de lino blanco que tanto le gustaban. Ojalá aún le quedaran, aunque sea por el tiempo en que le demorara confeccionarse un nuevo par.

Aquel día se la pasaron todos en la sala escuchando a Sayaka tocar el piano, servir el té de manera adecuada, y conversar con ellos… No fue hasta la noche, cuando subió a su habitación y Sayi le revolvió el cabello, que Sayaka finalmente le sacó la lengua. La mayor se echó a reír y le dijo que estaba contenta de que aún estuviese viva en el fondo, a lo que Sayaka echó a rodar los ojos. “Juro que me cortaré los dedos antes de tener que volver a tocar el piano una vez que me haya presentado”.
“¿Por qué cortarte los dedos si puedes cortar el piano en trozos?”
“Sí, pero si me corto los dedos tampoco tendré que servirle el té a nadie nunca más”.



Al día siguiente, su madre tenía planeado ir a la ciudad a enviar una carta a su hermana, contándole cómo había encontrado a Sayaka y agradeciéndole su ayuda. Estaba tan contenta por la velada anterior que incluso convenció a su esposo para que toda la familia fuera a tomar el té y a comer pasteles juntos. A decir verdad, esto le emocionaba mucho a Sayaka y ya había puesto encima de su cama el atuendo que iba a portar cuando escuchó la voz de Jacob llamándole a través de la puerta.

“Señorita, lamento informarle que su gato se ha escapado de nuevo…”

Si bien esto no era algo nuevo, Sayaka no pudo evitar sentirse un poco preocupada. Sir Puma Tiger Scorpion no había estado en la casa por muchísimos meses, ¿qué tal si en aquel espacio de tiempo alguno de sus vecinos hubiera adquirido un nuevo perro de caza? ¿O si emocionado por volver al campo, decidía no volver más a casa?

Por su buen comportamiento del día anterior, y tras haberle insistido lo cansada que estaba de ser el centro de atención, su señora madre aceptó que faltase a la reunión familiar para poder ir a buscar al animal (además, no era secreto que para lo mucho que se quejaba de él, adoraba rascarle el lomo en las noches al sentarse en su silla favorita mientras bordaba). Fue entonces que corrió a su cuarto, guardó sus finas ropas para sacar un sombrero y uno de sus vestidos de campo (que con las justas le entraba aún), y salió corriendo por la puerta trasera a buscar a su mascota.

Una vez adentrada en la campiña, Sayaka empezó a gritar el nombre del gato endemoniado, intercalando entre promesas de atún y amenazas de lo que haría apenas lo encontrara por haberle hecho perder la oportunidad de ir a comer pasteles con su familia. Pasó alrededor de una hora y este seguía sin aparecer, lo cual comenzó a preocupar a la joven y a ponerla inquieta. A lo mejor sí se había encontrado con algún problema… Qué tal si tanto tiempo en la capital lo había confundido y ya no sabía cómo regresar a casa… Sayaka siguió llamándolo, pero sentía cómo sus manos habían empezado a temblar del miedo al ver cómo el día seguía avanzando y no había rastros de Sir Puma Tiger Scorpion en ningún lado. Incluso las pocas personas con las que se había encontrado en el camino no lo habían visto tampoco. Decidió, entonces, alejarse un poco del sendero e ir a buscarlo más adentro del campo, recordando la única vez en que lo encontró aterrado y maullando por auxilio al enredarse con las ramas de un arbusto de arándanos.

Pero al llegar al sitio, tampoco lo encontró. Y fue al darse cuenta que ya se había pasado toda la mañana y que la tarde empezaba, que no pudo más y se echó a llorar ahí mismo. Empezó a culparse a sí misma por haberlo llevado a Londres, el pobre seguro estaba confundido y entusiasmado a la vez por volver a casa, que seguramente se había ido corriendo más que de costumbre. ¿Qué tal si había sido disparado al encontrarse husmeando en propiedad ajena? ¿O si un zorro le había encontrado muy cerca de su propiedad?

“Miau~”

Sayaka se volteó ahogándose en sus lágrimas.

“¡Ahí estás, condenado!” gritó y corrió a agarrarlo antes de que se le escapara nuevamente. Sir Puma Tiger Scorpion intentó escapar de su fuerte abrazo, pero Sayaka no lo dejó ir, dándole besos en todo su rostro. “¡Ahora entiendo a mi madre cuando dice que la envejecimos antes de tiempo!” Le reclamó. Como respuesta, el gato se lamió la pata. Sayaka se echó a reír y se secó las lágrimas con su piel, dándole más besos aún.

Finalmente, calmada y con gato asegurado, Sayaka empezó a caminar de vuelta a casa… Pero fue en ese momento en que cayó en cuenta que estaba finalmente en su hogar después de tantos meses, así que se dijo a sí misma que no haría daño darse una vuelta para admirar el paisaje, en el cual ni siquiera se había fijado en su premura por encontrar a su mascota.


Fue así, sin zapatos y sin medias, mojándose los pies en un pequeño arroyo y cantándole a Sir Puma Tiger Scorpion una canción sobre no matar a las palomas, que se encontraron de nuevo.

“¿Señorita Bennet?”

Sayaka se volteó y se encontró con Otabek Altin, en quien no había dejado de pensar pese a su ida a Londres. Seguía igual de apuesto y caballeroso como recordaba… Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos al darse cuenta que el joven había bajado la mirada hacia sus pies. Descalzos y probablemente llenos de barro. Fue en eso que, intentando agacharse para ocultarlos con su vestido que el condenado gato volvió a saltar de sus brazos.

“¡Oye!”, gritó Sayaka, pero Otabek fue más rápido y lo atrapó. “Ah… ¡gracias!” atinó a decir, avergonzada y buscando ponerse rápidamente las medias.

Fue entonces que lo escuchó reír por primera vez.

“No tiene por qué agradecer,” le dijo mientras rascaba la cabeza al gato y le regalaba una sonrisa calmada. El muy desgraciado se veía feliz y contento en sus brazos, como si lo hubiese hecho a propósito. “¿Cómo iba la letra? “¿No las mates, gatito lindo? ¿No las mates, por favor?”
“¡Es que luego llega a la casa arrastrando plumas!” respondió exasperada. “¡Una vez me trajo una medio muerta a la cama y casi me dio un ataque cuando se puso a volar en mi cabeza!”
“Alguna vez escuché que son regalos. Que como los humanos no cazamos nuestra presa, entonces ellos tienen que compensar por sus amos.” Sayaka terminó de ponerse los zapatos y se acercó al joven, el cual depositó a Sir Puma Tiger Scorpion en sus brazos. Miró al gato y cuando este maulló, mirándole con ojos de inocencia encarnada, no pudo evitar rodar los ojos y chasquear su lengua.
“Pues si eso es un regalo, tendré que encontrar alguna manera de que me odie.” Otabek se rio nuevamente.
“Qué ideas pasan por su cabeza, señorita.”

Pero si bien el chico se veía divertido, Sayaka se sintió nuevamente mortificada. Una voz muy parecida a la de su tía Miranda le susurraba que aquella no era manera de expresarse de una señorita, encima tomándose tantas confianzas con un desconocido. Estaba a punto de disculparse cuando el otro le ganó en hablar.

“Hace meses que no la veo,” dijo mientras se quitaba los zapatos y metía sus pies en el arroyo, como había hecho ella. “¿Estuvo fuera visitando a un familiar?” Al decir eso, Sayaka sintió algo en su estómago de la emoción que le daba el que el mayor hubiese notado su ausencia, el saberse reconocida por él.
“¡Estuve en Londres!” Respondió emocionada, olvidándose por completo del decoro. “Fui a visitar a mi tía para poder prepararme mejor para mi debut en sociedad.” Otabek alzó una ceja.
“Disculpe, no conozco esa tradición.”
“¡Oh!” Sayaka recordó en aquel momento que el joven era un forastero. “Pues, cuando las chicas cumplimos 15 años debemos presentarnos ante la sociedad, lo cual es una manera muy refinada y elegante de hacer oficial nuestra edad casadera,” dijo riéndose. “Aquí en Bloomington hacemos un baile al que las familias son invitadas y todos pueden presenciar nuestra salida, pero en Londres, las jóvenes se presentan ante el mismo rey. Aquí nos presentamos ante las autoridades y demás figuras importantes, lo cual lo hace menos interesante y más aburrido,” se encogió de hombros. “También nos vestimos de blanco y mostramos nuestros pasos de baile ante todos. Luego de eso es que finalmente podemos ser invitadas a veladas y a reuniones, en donde también se espera que entretengamos a los demás con conversación y otros talentos, como tocar algún instrumento, o recitar…”
“¿Y qué talento tiene usted?” Preguntó con cierta diversión en su mirada.
“Ninguno,” respondió sin pensarlo mucho y haciendo un ademán con la mano. “No sé tocar tan bien el piano y la lira como mis hermanas mayores, ni soy buena cantando o recitando; además de que mi conversación deja mucho que desear. Y mi madre dice que jugar a las cartas no es un talento, pero ni siquiera soy buena en eso como para que me importe.”
“No sé de qué habla, me parece que es buena conversando.”
“Oh, pues…,” respondió sonrojándose y bajando la mirada, recordando nuevamente que se había sobrepasado al tomarse tanta confianza con él. “Una señorita no debería expresarse de la manera en que lo hago yo… Es impropio tener tantas opiniones y responder impulsivamente, o hacer tantos gestos, como si fuera una niña…”
“…,” el chico se quedó en silencio por unos instantes, pensativo. “Si me permite la franqueza, señorita, no creo que sea algo infantil,” dijo mientras salía del arroyo y se secaba los pies con el pasto. “Simplemente tiene opiniones y es honesta. No hay nada impropio en la honestidad.”

Sayaka se quedó en silencio, observándole mientras se ponía los zapatos. Sintió como si un peso se levantara de sus hombros, al escuchar de sus labios aquello que su mente sentía, pero no había logrado formar en palabras: que simplemente quería hacerse escuchar ante los demás, no por ser impropia o por ser infantil, sino por ser una persona también. ¿Por qué estaba mal que dijera lo que pensaba, cuando tantos otros lo hacían? ¿Y por qué debía de evitar ser directa en vez de decir las cosas como eran? ¿Por qué debía de esconder sus emociones?

Saber que Otabek comprendía eso, la hacía feliz.

Pero antes de poder responderle, el gato aprovechó el momento para saltar de sus brazos y salir corriendo.

“¡Vuelve aquí!” Gritó, pero tras tomar un par de pasos en su dirección, se sintió conflictuada y se volvió hacia el joven. “¡Por favor, discúlpeme! ¡Quisiera conversar más, pero ya ve cómo me tiene esta criatura!”
“No se preocupe,” le dijo con una sonrisa y mirada cálidas. “Podemos conversar otro día.” Al escuchar esto, Sayaka sonrió abiertamente y corrió a tomarle de las manos.
“¡Espero eso con muchas ansias, entonces! ¡Nos vemos!” Le dijo y se volvió para ir corriendo detrás de Sir Puma Tiger Scorpion.



No sería hasta entrada la noche, con su gato durmiendo a los pies de su cama, cuando se dio cuenta de dos cosas. Primero, que había tomado de las manos a un hombre mayor que ella y casi un desconocido. Y segundo, que la mirada de Otabek no era la misma que recordaba de hacía casi un año, la última vez que le había visto.

Ya no le miraba como a una niña. Le miraba como a una igual.

Forget all the shooting stars and all the silver moons
We've been making shades of purple out of red and blue


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #96: February 28, 2023, 08:51:38 PM »

XXII.

Sayi despertó con los ojos ardiéndole de tanto llanto. La calesa continuaba galopando sin parar, tal y como lo había hecho las pasadas horas, apenas tuvo la terrible idea de subirse a ese carruaje.

En su desesperación por llegar a Londres, había tomado la invitación del oficial Stanfield —un conocido en el que confiaba como una amistad y de procedencia noble, considerando su historia en el regimiento- de llevarla hacia Londres.

Solo que… había desestimado las razones de su caridad.

Pues una vez estuvo a bordo de la calesa, el oficial Stanfield reveló su verdadera intención: Que su dirección había cambiado de Londres hacia Escocia, con Gretna Green como destino final, donde pensaba obligarla al matrimonio.

’Sayaka tenía razón’ fue lo primero que pensó, pero ni Sayaka se hubiera imaginado que el oficial había resultado el horror encarnado.

En medio de su espanto y su incredulidad, Sayi intentó explicar que era una proposición absurda e inútil. No tenía derecho a tomar su mano, y si lo que quería era dinero, su padre no tenía suficiente para cubrir un dote anual considerando a sus hermanas y el hecho que ninguna heredaría Longbourn. Pero el hombre era necio y se hizo de oídos sordos, feliz consigo mismo por haberla engañado y por tenerla a su merced.

Y empujándola dentro de la carroza, la encerró sin sus valijas… las cuales fueron tiradas a un lado con tanta violencia que se quebraron al tocar el suelo. Sayi solo pudo observar sus pertenencias esparcidas a vista del mundo, como una cruel huella del horror que había partido de aquí.

Sin una palabra más, el oficial tomó puesto del conductor y arreó los caballos a que empezaran a correr… con destino a norte, dejando Bloomington atrás sin tiempo que perder.




Así habían pasado horas, con el clima empeorando y el cielo cambiando tras horas sin parar. Ahí se encontraba la mayor de las Bennett, cuestionando su vida y decisiones, y deshaciéndose en llanto y suplicas que su raptor se negaba a oír.

Considerando que el cielo empezaba a oscurecer, la inminente noche solo la aterrorizaba más, ante la posibilidad que el oficial tomase su virtud a la fuerza… y dejando el matrimonio como su única esperanza para no terminar peor que nadie.

’Lo ideal sería caerme muerta en este momento.’ pensó, y las lágrimas volvieron a cubrir sus ojos. Se preguntaba si volvería a ver a su familia otra vez, culpándose por su ineptitud e ingenuidad.

El clima continuaba empeorando y Sayi pensó que seguro se detendrían en la próxima hora. Ella no contaba con el físico para hacerle pelea al oficial, por lo que tenía que hacer un último intento por escapar, ahí y ahora. Había intentado abrir la puerta por al menos un par de horas sin éxito… teniendo cuidado de no hacerse notar.

Pero, para su ventaja, el oficial había acelerado la calesa con tal de encontrar refugio por esa noche. Y con eso venía más movimiento, más distracción…

Su ‘ahora o nunca’.



Después de la última tanda de golpes y empujes, sintió la madera moverse y el aire frío erizar su piel. Entonces, una caída rápida, y el primer de varios golpes que le hicieron perder la razón.



No escuchó a la calesa detenerse, el peligro aún presente.

Ni tampoco el grito de un tercer hombre, para su buena suerte, a distancia suficiente para intervenir.

“¡¡Por dios!! ¿¡Qué está sucediendo!?”

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Sayi

XXIII.

Sus ojos cruzaron de un lado al otro en el mapa frente suyo. Las tropas organizadas en Manchester, Leeds, Sheffield y Birmingham se encontrabas listas para partir, pero lo esperado era recibir la noticia después de las fiestas —una vez los soldados hubiesen celebrado y no quedase más que esperar el final del invierno, y de la guerra.

Las estatuillas cerca de la palabra ‘Birmingham’ formaban una sombra por la chimenea manteniéndolo cálido esa noche. Afuera de su tienda, los cánticos de los soldados en un humor más navideño llenaban el aire de celebración— los presentes azuzados por el alcohol que corría libremente en el campamento.

Era víspera de Nochebuena. Había optado por permitirle a sus oficiales un par de noches de relajo y diversión, considerando el frió y duro invierno que les esperaba cruzando el canal de la mancha.

Sus dedos se posaron sobre la sombra casteada y se percato como esta caía en la ciudad que había visitado el año anterior. Recordó, la abadía que había intentado comprar cerca a Bloomington; la misma ciudad donde había acampado hace casi un año atrás, donde se había encantado por la idea de vivir en la campiña…

Recordó a la joven con la que había conversado en Bloomington y en Londres. La señorita Bennett, si no se equivocaba.

“Capitán, ¿tiene un segundo?”

El canto fuera de su tienda se había apagado cuando uno de sus ofíciales llamó su atención. El aire frio se hizo presente, y el oficial hizo lo posible por limpiar sus botas de nieve antes de ingresar a la tienda.

“¿Sucede algo, Dustan?”
“Señor…” El oficial se limpió la garganta, escogiendo qué palabras usar. Ese teniente en particular era muy elocuente, así que verlo luchar por elegir cómo decir lo que quería compartir le sorprendió ”Verá, uno de mis oficiales tuvo un encuentro de lo más peculiar…’


El oficial lo condujo entre la gente hasta la tienda de uno de los doctores disponibles en el campamento. Un enfermero los dejó pasar, dentro, habían otros un oficial conversando con un policía, mientras una enfermera atendía al enfermo.

El Capitan Ackerman tuvo que parpadear un par de veces para cerciorarse de que no estaba imaginándose cosas.

“Déjame ver si entendí bien” dijo el policía, leyendo las anotaciones que había hecho “Su compañero estaba haciendo las rondas cerca a la via principal, cuando en eso vio una carroza yendo a gran velocidad, irresponsablemente, en medio de esta tormenta” ante la confirmación del oficial, continuó “En eso, esta jovencita abre la puerta de la carroza y se avienta sin reparo por su bienestar. Y el conductor de la carroza…”
“Se detiene, pero al verme acercarme decide abandonar a la jovencita y seguir camino al norte” concluyó el oficial “La jovencita solo atinó a pedir ayuda antes de perder la consciencia”
La enfermera agregó una cobija adicional encima de la paciente “Pobrecita. No deja de temblar”

El oficial se sobó el puente de la nariz, al no tener idea de cómo proceder.

“Por dónde empezar…”
“¿Podríamos mandar una misiva a Londres, preguntando por una lista de personas perdidas?” preguntó el soldado
“Capitán” el teniente Dustan se dirigió a su líder “Tenemos los hombres necesarios para mandar grupos a las ciudades cercanas, y preguntar si alguien conoce a la joven. Si usted lo permite, señor”

El capitán negó con la cabeza.

“No será necesario” respondió “Esta joven es de Bloomington. Una ciudad al sur de Birmingham”
“¿Señor?”

La enferma y los oficiales intercambiaron miradas, confundidos ante las palabras del capitán. Este, sin embargo, se dirigió a su oficial.

“Dustan, averigüe cuál es el hotel más cercano donde podríamos hospedar a esta joven hasta que se recupere”

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Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #98: October 31, 2023, 09:30:21 PM »
Cuando abrió los ojos y vio un techo que no reconoció sobre ella, Sayi se levantó de un salto… con tanta velocidad que la cabeza le dio suficientes vueltas para volver a echarla en la cama.

Una jaqueca intempestiva le obligaron a cerrar los ojos, y ocultándose tras sus párpados se vio obligada a recordar los sucesos en los pasados dos días.

La propuesta del señor Souton y su rostro al negarlo. Los gritos de su madre y la mirada decepcionada de su padre. La pelea con su hermana favorita, Sayaka, y la última imagen de ella en su mente… persiguiéndola en la nieve.

El oficial Stanfield y cuan ingenua había sido. La carroza yendo a toda velocidad. La nieve cayendo fuera de la ventana… el aventándose fuera y…

Abrió los ojos de nuevo, percatándose que había una brecha en su memoria, y no tenía idea de donde se encontraba. Tenía una pijama puesta, y tras ver su habitación se percató que su vestido se encontraba doblado sobre una silla junto a la chimenea. La idea de que el oficial Stanfield había sido responsable de todo ella caló en ella un horror tan terrible que pensó su corazón se rendiría en ese mismo momento.

Hubiera sido así, de no ser por una joven que se toco la puerta un par de veces antes de asomarse, llamándola por su nombre. Al verla con los ojos abiertos, y el terror reflejado en su rostro, la jovencita se apuró a entrar a la habitación e intentar apaciguarla.

"Señorita Bennett, que bueno que ha despertado. Todos en el regimiento estábamos preocupados por usted"

Mientras Sayi intentaba elegir cuál sería la primera pregunta que debería preguntar, la joven atendíéndola le dio la información que más quería saber.

"El capitán Ackerman pidió que la llevásemos a verlo apenas despertara. Eso si usted se siente dispuesta... ¿se encuentra bien?"
"Ackerman... ¿acaso estoy en ...Manchester?"
La joven atendiéndola parpadeó un par de veces "Así es... ¿escuchó a alguno de los oficiales? Perdone señorita, pero todos pensabamos que se encontraba inconsciente"
"Lo estaba..." respondió, cruzándose de brazos "No puede ser, Manchester... my familia..."

Había un ápice de esperanza al percatarse que parecía haberse librado del oficial Stanfield, y sin haber sido presionada a un compromiso indeseado. Aún así, el hecho de estar tan lejos de su familia, con sus mentes disparándose en todas direcciones ante su ausencia... debía avisarles, y pronto. Seguro su tía Miranda también se encontraba preocupada al no recibirla.

Recordó la oferta de la joven y le pidió su ayuda levantándose de la cama. Tras asegurarle que se encontraba bien, lo primero que hizo fue ir por su vestido, esperándola en la silla.

"Ayúdeme a vestirme, si tienes tiempo... necesito hablar con el capitán cuando antes"

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