Meses antes de que Sayaka cumpliera quince, y de su inminente presentación en sociedad, sucedió que la señora Bennet, entre lágrimas, escribió una carta a su queridísima hermana Miranda pidiéndole auxilio para domar a su hija. Desde hacía tiempo que tanto ella como sus hijas mayores habían estado intentando ayudar a Sayaka con lo que se esperaba de ella: sus pasos de baile, sus modales, su gracia y sus temas de conversación. A pesar de los dos pies izquierdos con los que esta había nacido, habían logrado que aprendiera los pasos más básicos y le habían pedido que fingiera cansancio cuando alguna tonada más difícil empezara a sonar en el salón. Sus modales y etiqueta, que siempre habían dejado mucho que desear, al menos habían sido repasados hasta el cansancio.
El problema, sin embargo, eran su gracia y su conversación. Sayaka caminaba como si fuese dueña de todo el lugar y solía expresarse mucho con sus manos, gestos vistos de mala manera en una señorita de su talante. Incluso cuando se sentaba, no podía estar quieta nunca y solía meterse en conversaciones ajenas llevadas a cabo varios sitios lejos del suyo, faltando el respeto a los comensales más cercanos. Pero peor que todo eso era definitivamente su conversación; ya que, si bien Sayaka era muy lista, inteligente, y podía conversar de cualquier cosa, era muy apasionada, se metía en discusiones y usaba vocabulario impropio no solo de su género, sino también de su edad.
Fue por ello por lo que, una semana después, la menor se encontraba con todas sus cosas en maletas para ir a pasar casi un año entero con su tía Miranda en Londres. Si bien cumpliría los quince durante ese tiempo, no sería hasta unos meses después que Bloomington celebraría su presentación en sociedad anual frente a todas las familias del lugar. Así, entre lágrimas, y abrazando la jaula donde iba su gato (“Madre, si no va el gato conmigo, puedes asegurarte de que volveré a Bloomington caminando de ser necesario”), Sayaka se despidió de su madre, de todas sus hermanas, y se dirigió junto a su padre a Londres. En el camino, este no dejó de recordarle que debía de aprovechar esta oportunidad al máximo porque enviar a una hija por tanto tiempo a Londres era algo costoso, a pesar de la gran ayuda que representaba su tía Miranda. Esto le sentó un poco mal, ya que Sayaka no quería incomodar a su familia de ninguna manera y porque adoraba a su padre, por lo que le prometió de todo corazón que daría su mejor esfuerzo en enorgullecerlos cuando llegara el momento.
Si bien Londres era un lugar emocionante, los días de Sayaka se pasaban de una manera un poco más monótona. Su madre había rechazado la oferta de su hermana de contratar a una institutriz porque no quería deberle tanto dinero y aprovecharse de su hospitalidad, así que se llegó a un acuerdo de que Sayaka estudiaría en las mañanas y sería supervisada por su tía y primo en las tardes, cuando estos tuviesen tiempo libre. Los fines de semana, se dedicarían a pasear, ver atracciones culturales, visitar conocidos, o ir de compras. Es por esto por lo que Sayaka esperaba siempre los fines de semana, cuando había algo de cambio en su rutina, ya que durante las mañanas se la pasaba bajo el ojo atento de un par de criadas leyendo sobre etiqueta, repasando sus pasos de baile, y practicando el piano y el harpa. Cuando su familia llegaba, estos se cercioraban de que Sayaka hubiese hecho sus deberes y empezaban a tomar el té con ella y a conversar, prestos a ver cualquier error y hacérselo notar, a su mortificación. Su tía solía invitar también, una vez a la semana, a una de sus amigas más cercanas y discretas para que les ayudara también con la formación de la menor. Su primo, por su parte, solía ayudarla mucho con su baile y en esto rápidamente mejoró.
Pero incluso las actividades de fin de semana empezaron a perder su brillo también. Ir de compras se volvió, por un tiempo, en una especie de tortura. Sayaka siempre había amado la actividad, pero su tía le explicó que era muy diferente comprar ropa para una niña que para una señorita. De la nada, aparecieron mil reglas sobre el bien vestir, sobre revisar los catálogos de moda, sobre cómo mandar mensajes a través de ciertos colores y cortes, sobre cómo combinar accesorios, sobre decoro y propiedad, y mil cosas más. Hasta aquel entonces sus reglas habían sido “me gusta el color” y “qué bonito,” las cuales tuvieron que ser descartadas por completo.
Luego estaban los paseos al parque y las galerías. Actividades que siempre había amado se volvieron monótonas porque su tía no dejaba de recordarle que una niña podía tener una opinión, pero que una señorita sabía guardársela. Unos meses dentro de su estadía, su tía empezó a llevarla consigo a reuniones para tomar el té con sus amigas en las que Sayaka debía mantener la compostura y tocar un instrumento para las mayores. Era aquí donde se sentía más aprueba, pero, aunque mejoraba cada vez y su tía le solía expresar lo contenta que estaba con ella, Sayaka no dejaba de sentirse sofocada.
Pero todo rendiría fruto, no dejaba de decirse cada día pensando en su buen señor padre que tanto había confiado en ella. Todo rendiría fruto, se repetía a sí misma cuando empezaba a escribirles a sus hermanas y madre, refiriéndoles lo muy feliz que estaba en Londres y sobre el progreso que estaba haciendo. Se lo volvía a repetir en las noches, antes de dormir, cuando más sola y agobiada se sentía, cuando la ansiedad la embargaba con la idea de que nada de esto sería suficiente y que arruinaría todo el día de su presentación, el cual estaba cada vez más y más cercano.
Finalmente, una semana antes del más importante momento de su vida, Sayaka se despidió con mucho cariño de sus familiares y partió de vuelta a Bloomington. Si bien sus hermanas y padres le habían visitado en Londres cada vez que podían, Sayaka añoraba demasiado el caos de su casa, sentirse segura en su habitación, las oportunidades de perderse en el campo, las conversaciones hasta altas horas de la noche con sus hermanas, la sensación de que el tiempo duraba más… Pero al mismo tiempo no dejaba de preguntarse qué pasaría una vez que se presentara ante la sociedad, ya que lo más importante –según su madre– era darse a conocer para encontrar un buen marido. ¿Habría alguien que se interesara en ella? Si bien la costumbre dictaba que sus hermanas mayores se casaran antes, Sayaka sospechaba que sus padres estaban un poco desesperados y permitirían al primer caballero que se acercara a ella a que la desposase, así que “no habría problema.”
La señora Bennet echó a llorar de felicidad al verla bajar de la calesa. “¡Toda una señorita!”, lloró mientras tomaba su rostro y le besaba las mejillas, para luego besarle las manos. “¡Tu regia tía ha hecho un trabajo espléndido! ¡Mírate qué elegante y hermosa estás! ¡Y cuánto has crecido!” A decir verdad, Sayaka se sentía la misma de siempre, aunque suponía que había crecido unos cuantos centímetros y que su ropa, comprada en Londres, le daba un aire más refinado del usual. Le sonrió a su mamá y le devolvió los besos, pensando que no podía esperar el momento de ponerse sus vestidos de lino blanco que tanto le gustaban. Ojalá aún le quedaran, aunque sea por el tiempo en que le demorara confeccionarse un nuevo par.
Aquel día se la pasaron todos en la sala escuchando a Sayaka tocar el piano, servir el té de manera adecuada, y conversar con ellos… No fue hasta la noche, cuando subió a su habitación y Sayi le revolvió el cabello, que Sayaka finalmente le sacó la lengua. La mayor se echó a reír y le dijo que estaba contenta de que aún estuviese viva en el fondo, a lo que Sayaka echó a rodar los ojos. “Juro que me cortaré los dedos antes de tener que volver a tocar el piano una vez que me haya presentado”.
“¿Por qué cortarte los dedos si puedes cortar el piano en trozos?”
“Sí, pero si me corto los dedos tampoco tendré que servirle el té a nadie nunca más”.
Al día siguiente, su madre tenía planeado ir a la ciudad a enviar una carta a su hermana, contándole cómo había encontrado a Sayaka y agradeciéndole su ayuda. Estaba tan contenta por la velada anterior que incluso convenció a su esposo para que toda la familia fuera a tomar el té y a comer pasteles juntos. A decir verdad, esto le emocionaba mucho a Sayaka y ya había puesto encima de su cama el atuendo que iba a portar cuando escuchó la voz de Jacob llamándole a través de la puerta.
“Señorita, lamento informarle que su gato se ha escapado de nuevo…”
Si bien esto no era algo nuevo, Sayaka no pudo evitar sentirse un poco preocupada. Sir Puma Tiger Scorpion no había estado en la casa por muchísimos meses, ¿qué tal si en aquel espacio de tiempo alguno de sus vecinos hubiera adquirido un nuevo perro de caza? ¿O si emocionado por volver al campo, decidía no volver más a casa?
Por su buen comportamiento del día anterior, y tras haberle insistido lo cansada que estaba de ser el centro de atención, su señora madre aceptó que faltase a la reunión familiar para poder ir a buscar al animal (además, no era secreto que para lo mucho que se quejaba de él, adoraba rascarle el lomo en las noches al sentarse en su silla favorita mientras bordaba). Fue entonces que corrió a su cuarto, guardó sus finas ropas para sacar un sombrero y uno de sus vestidos de campo (que con las justas le entraba aún), y salió corriendo por la puerta trasera a buscar a su mascota.
Una vez adentrada en la campiña, Sayaka empezó a gritar el nombre del gato endemoniado, intercalando entre promesas de atún y amenazas de lo que haría apenas lo encontrara por haberle hecho perder la oportunidad de ir a comer pasteles con su familia. Pasó alrededor de una hora y este seguía sin aparecer, lo cual comenzó a preocupar a la joven y a ponerla inquieta. A lo mejor sí se había encontrado con algún problema… Qué tal si tanto tiempo en la capital lo había confundido y ya no sabía cómo regresar a casa… Sayaka siguió llamándolo, pero sentía cómo sus manos habían empezado a temblar del miedo al ver cómo el día seguía avanzando y no había rastros de Sir Puma Tiger Scorpion en ningún lado. Incluso las pocas personas con las que se había encontrado en el camino no lo habían visto tampoco. Decidió, entonces, alejarse un poco del sendero e ir a buscarlo más adentro del campo, recordando la única vez en que lo encontró aterrado y maullando por auxilio al enredarse con las ramas de un arbusto de arándanos.
Pero al llegar al sitio, tampoco lo encontró. Y fue al darse cuenta que ya se había pasado toda la mañana y que la tarde empezaba, que no pudo más y se echó a llorar ahí mismo. Empezó a culparse a sí misma por haberlo llevado a Londres, el pobre seguro estaba confundido y entusiasmado a la vez por volver a casa, que seguramente se había ido corriendo más que de costumbre. ¿Qué tal si había sido disparado al encontrarse husmeando en propiedad ajena? ¿O si un zorro le había encontrado muy cerca de su propiedad?
“Miau~”
Sayaka se volteó ahogándose en sus lágrimas.
“¡Ahí estás, condenado!” gritó y corrió a agarrarlo antes de que se le escapara nuevamente. Sir Puma Tiger Scorpion intentó escapar de su fuerte abrazo, pero Sayaka no lo dejó ir, dándole besos en todo su rostro. “¡Ahora entiendo a mi madre cuando dice que la envejecimos antes de tiempo!” Le reclamó. Como respuesta, el gato se lamió la pata. Sayaka se echó a reír y se secó las lágrimas con su piel, dándole más besos aún.
Finalmente, calmada y con gato asegurado, Sayaka empezó a caminar de vuelta a casa… Pero fue en ese momento en que cayó en cuenta que estaba finalmente en su hogar después de tantos meses, así que se dijo a sí misma que no haría daño darse una vuelta para admirar el paisaje, en el cual ni siquiera se había fijado en su premura por encontrar a su mascota.
Fue así, sin zapatos y sin medias, mojándose los pies en un pequeño arroyo y cantándole a Sir Puma Tiger Scorpion una canción sobre no matar a las palomas, que se encontraron de nuevo.
“¿Señorita Bennet?”
Sayaka se volteó y se encontró con Otabek Altin, en quien no había dejado de pensar pese a su ida a Londres. Seguía igual de apuesto y caballeroso como recordaba… Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos al darse cuenta que el joven había bajado la mirada hacia sus pies. Descalzos y probablemente llenos de barro. Fue en eso que, intentando agacharse para ocultarlos con su vestido que el condenado gato volvió a saltar de sus brazos.
“¡Oye!”, gritó Sayaka, pero Otabek fue más rápido y lo atrapó. “Ah… ¡gracias!” atinó a decir, avergonzada y buscando ponerse rápidamente las medias.
Fue entonces que lo escuchó reír por primera vez.
“No tiene por qué agradecer,” le dijo mientras rascaba la cabeza al gato y le regalaba una sonrisa calmada. El muy desgraciado se veía feliz y contento en sus brazos, como si lo hubiese hecho a propósito. “¿Cómo iba la letra? “¿No las mates, gatito lindo? ¿No las mates, por favor?”
“¡Es que luego llega a la casa arrastrando plumas!” respondió exasperada. “¡Una vez me trajo una medio muerta a la cama y casi me dio un ataque cuando se puso a volar en mi cabeza!”
“Alguna vez escuché que son regalos. Que como los humanos no cazamos nuestra presa, entonces ellos tienen que compensar por sus amos.” Sayaka terminó de ponerse los zapatos y se acercó al joven, el cual depositó a Sir Puma Tiger Scorpion en sus brazos. Miró al gato y cuando este maulló, mirándole con ojos de inocencia encarnada, no pudo evitar rodar los ojos y chasquear su lengua.
“Pues si eso es un regalo, tendré que encontrar alguna manera de que me odie.” Otabek se rio nuevamente.
“Qué ideas pasan por su cabeza, señorita.”
Pero si bien el chico se veía divertido, Sayaka se sintió nuevamente mortificada. Una voz muy parecida a la de su tía Miranda le susurraba que aquella no era manera de expresarse de una señorita, encima tomándose tantas confianzas con un desconocido. Estaba a punto de disculparse cuando el otro le ganó en hablar.
“Hace meses que no la veo,” dijo mientras se quitaba los zapatos y metía sus pies en el arroyo, como había hecho ella. “¿Estuvo fuera visitando a un familiar?” Al decir eso, Sayaka sintió algo en su estómago de la emoción que le daba el que el mayor hubiese notado su ausencia, el saberse reconocida por él.
“¡Estuve en Londres!” Respondió emocionada, olvidándose por completo del decoro. “Fui a visitar a mi tía para poder prepararme mejor para mi debut en sociedad.” Otabek alzó una ceja.
“Disculpe, no conozco esa tradición.”
“¡Oh!” Sayaka recordó en aquel momento que el joven era un forastero. “Pues, cuando las chicas cumplimos 15 años debemos presentarnos ante la sociedad, lo cual es una manera muy refinada y elegante de hacer oficial nuestra edad casadera,” dijo riéndose. “Aquí en Bloomington hacemos un baile al que las familias son invitadas y todos pueden presenciar nuestra salida, pero en Londres, las jóvenes se presentan ante el mismo rey. Aquí nos presentamos ante las autoridades y demás figuras importantes, lo cual lo hace menos interesante y más aburrido,” se encogió de hombros. “También nos vestimos de blanco y mostramos nuestros pasos de baile ante todos. Luego de eso es que finalmente podemos ser invitadas a veladas y a reuniones, en donde también se espera que entretengamos a los demás con conversación y otros talentos, como tocar algún instrumento, o recitar…”
“¿Y qué talento tiene usted?” Preguntó con cierta diversión en su mirada.
“Ninguno,” respondió sin pensarlo mucho y haciendo un ademán con la mano. “No sé tocar tan bien el piano y la lira como mis hermanas mayores, ni soy buena cantando o recitando; además de que mi conversación deja mucho que desear. Y mi madre dice que jugar a las cartas no es un talento, pero ni siquiera soy buena en eso como para que me importe.”
“No sé de qué habla, me parece que es buena conversando.”
“Oh, pues…,” respondió sonrojándose y bajando la mirada, recordando nuevamente que se había sobrepasado al tomarse tanta confianza con él. “Una señorita no debería expresarse de la manera en que lo hago yo… Es impropio tener tantas opiniones y responder impulsivamente, o hacer tantos gestos, como si fuera una niña…”
“…,” el chico se quedó en silencio por unos instantes, pensativo. “Si me permite la franqueza, señorita, no creo que sea algo infantil,” dijo mientras salía del arroyo y se secaba los pies con el pasto. “Simplemente tiene opiniones y es honesta. No hay nada impropio en la honestidad.”
Sayaka se quedó en silencio, observándole mientras se ponía los zapatos. Sintió como si un peso se levantara de sus hombros, al escuchar de sus labios aquello que su mente sentía, pero no había logrado formar en palabras: que simplemente quería hacerse escuchar ante los demás, no por ser impropia o por ser infantil, sino por ser una persona también. ¿Por qué estaba mal que dijera lo que pensaba, cuando tantos otros lo hacían? ¿Y por qué debía de evitar ser directa en vez de decir las cosas como eran? ¿Por qué debía de esconder sus emociones?
Saber que Otabek comprendía eso, la hacía feliz.
Pero antes de poder responderle, el gato aprovechó el momento para saltar de sus brazos y salir corriendo.
“¡Vuelve aquí!” Gritó, pero tras tomar un par de pasos en su dirección, se sintió conflictuada y se volvió hacia el joven. “¡Por favor, discúlpeme! ¡Quisiera conversar más, pero ya ve cómo me tiene esta criatura!”
“No se preocupe,” le dijo con una sonrisa y mirada cálidas. “Podemos conversar otro día.” Al escuchar esto, Sayaka sonrió abiertamente y corrió a tomarle de las manos.
“¡Espero eso con muchas ansias, entonces! ¡Nos vemos!” Le dijo y se volvió para ir corriendo detrás de Sir Puma Tiger Scorpion.
No sería hasta entrada la noche, con su gato durmiendo a los pies de su cama, cuando se dio cuenta de dos cosas. Primero, que había tomado de las manos a un hombre mayor que ella y casi un desconocido. Y segundo, que la mirada de Otabek no era la misma que recordaba de hacía casi un año, la última vez que le había visto.
Ya no le miraba como a una niña. Le miraba como a una igual.