Para Neko porque el ataqué llegó en mayo, y como estaba de oferta, ataque gratuito ♥ (coordinado con Kora, misión de equipo XD)
Tirando de prompt porque me hizo mucha gracia cuando lo vi, sorrymiaus por no tener iconos de tus jijos u3u
“I’m just here to tell you that you need to stop taking showers at 3 a.m. Get your shit together, you nerd.”
Hellish hours- [Shower you with love] -

Milo intentó encajar la llave en la cerradura por segunda vez, de nuevo sin éxito. Miró a la llave como si le hubiera traicionado gravemente, observándola con decepción hasta que se dio cuenta de que el pedazo de metal que empezaba a robar el calor de su mano pertenecía a la cerradura del portal. Entrecerró los ojos en un gesto que seguramente hubiera querido expresar odio e infinito desprecio, pero sólo consiguió transmitir confusión.
Con un suspiro rebuscó de nuevo en entre el manojo de llaves que colgaba de su cadena hasta dar con la adecuada, que esta vez sí le dejó abrir la puerta de su apartamento.
Se quitó los zapatos, que dejó tirados de cualquier forma frente al pequeño armario de la entrada, y toqueteó con un pie encalcetinado al gato que se había acercado a darle la bienvenida.
—Hola Gato. —murmuró mientras hacía esfuerzos por sacar los brazos del abrigo. El animal se dedicó a mordisquear la punta floja de su calcetín, y estirar de él hasta que se lo robó.— Adiós calcetín.
Dejó el abrigo sobre el sofá, y movió el otro pie.
—Aún me queda otro, ¿no lo quieres? —pero el gato no le hizo caso, así que se lo quitó él mismo, y lo lanzó por ahí hecho una bola.
Milo llegó hasta su dormitorio, se quitó las partes del uniforme de trabajo que todavía llevaba puestas y lo que le quedaba de ropa bajo aquello, lo dejó sobre la silla, y se encaminó al baño bostezando como si se le acabase el oxígeno en el cuerpo.
Se metió en la ducha, y había abierto ya el grifo del agua caliente cuando se dio cuenta de que aún llevaba el pelo recogido.
—Ah, mierda. —tiró de la goma que sujetaba sus rizos en un moño desordenado a la altura de su nuca hasta liberar su cabello. Necesitaba quitarse toda la mugre que llevaba encima.
Su gato maulló cuando las tuberías empezaron a sonar. Era un ruido desagradable, como un gemido profundo y lúgubre en mitad de la noche, pero si el mantenimiento del edificio dejaba que desear, no era culpa suya. No estaba seguro de que las conducciones del agua hicieran el mismo ruido en todos los pisos. Además a las tres de la mañana no habría mucha gente despierta a la que molestar.
Y el agua caliente al final de su jornada de trabajo era una necesidad a la par con el café a primera hora del día. Negárselo iba en contra de los derechos humanos. O algo por el estilo. Estaba seguro.
Kanon abrió los ojos sobresaltado. Otra vez aquel sonido condenadamente tétrico. Se apartó del escritorio de un empujón, haciendo rodar por la mesa el vaso de whisky vacío de hacía horas; juró entre dientes y miró a su alrededor. Seguía estando en el rincón de su salón que había adoptado como zona de trabajo. Y aquel escándalo siniestro y macabro que producían las tuberías del agua había vuelto a despertarle de madrugada.
Daba igual que estuviera despatarrado en la silla con un reguerito de baba adornando su barbilla, vencido indignamente por el sueño y el alcohol, en lugar de plácidamente en su cama como cualquier humano sensato.
Ya estaba harto.
No sabía quién era su vecino de arriba. No le importaba. O mejor dicho, no le había importado hasta ahora. Pero él era un hombre serio, con un trabajo serio, y un futuro brillante como escritor de éxito; no pensaba consentir ese tipo maltrato por parte de un presunto niñato que probablemente no tenía otra ocupación que perder el tiempo con videojuegos hasta horas intempestivas de la madrugada.
Kanon se limpió el rastro de saliva con el puño arrugado de la camisa de pijama que llevaba puesta y se levantó, alisando su ropa en vano, y poniendo un poco de orden en su pelo revuelto. A la luz amarillenta y un poco decaída de su escritorio, la maquina de escribir parecía hacerle burla con un triste párrafo a medias. Buscó las zapatillas de casa a tientas, y guardando las llaves en el bolsillo del pantalón se encaminó con decisión en busca del vecino que todas las noches desde hacía dos semanas convertía ese lado del edificio en el estudio de grabación para la casa del terror.
Se iba a enterar de quién era. Él. O el vecino. No lo tenía muy claro.
En realidad Kanon tardó más de lo que le habría gustado en encontrar la puerta que necesitaba aporrear. Para cuando hubo llegado al piso de arriba, la ducha de la malignidad nocturna ya había dejado de hacer aquellos horrendos ruidos, así que prefirió asegurarse por completo del número que buscaba antes de despertar a ningún otro residente de bien.
Y cuando lo tuvo por cierto llamó. Con el puño contra la madera, repetidas veces. Hasta que la puerta se abrió, procurándole una imagen bienvenida y gratamente recibida, pero nada esperada.
Un hombre joven, probablemente algo más joven que él, de unos veintitantos si se atrevía a aproximar su edad. Ataviado solamente con unos pantalones de pijama y una toalla al hombro, que dejaba al descubierto un torso aún húmedo, y musculado en las proporciones y medidas exactas para no resultar exagerado, pero que habría hecho llorar de envidia a un guerrero griego. A Kanon ciertamente lo que le estaba provocando no era envidia.
Cuando consiguió apartar la vista de los alrededores de aquel maravilloso plexo solar, Kanon se encontró con el ceño fruncido del hombre. Volvió a mirar el número de puerta temeroso de haberse confundido, pero no, era el correcto. Hacía horas de su vaso de whisky, no estaba ni remotamente borracho. Resuelto a ignorar como su vecino de arriba se restregaba perezosamente sus rizos húmedos con la toalla, inspiró en profundidad, como si buscase su indignación distraída.
—Esto tiene que acabarse.—sentenció con gravedad.
—¿Eh? —fue la respuesta del otro. Seguida de un sinsentido.—No, Gato, vuelve. Gato, adentro.
Entonces Kanon se percató del animal pequeño y peludo que husmeaba sus zapatillas de casa, por más que el pie descalzo de su vecino intentaba apartarlo de vuelta a la vivienda. El gato levantó la cabeza, miró de su dueño al visitante, y después de maullar suavemente, se restregó por las piernas de Kanon.
—Mira, vecino. Sólo he subido a decirte que esto tiene que acabar. —Kanon prosiguió inexorable, resistiendo los encantos del felino (y su dueño) y su instinto infantil que le hacía querer acariciarlo (también a su dueño).— Tienes que dejar de hacer estas cosas, las tres de la mañana no son horas para darte una ducha. Vuelve a la realidad, pon tu vida en orden.
El joven lo miró con un cansancio que iba más allá de lo puramente físico y negó con la cabeza, poniéndole una mano en hombro con pesadez. Kanon no quiso fijarse demasiado en aquel brazo bien torneado, no fuese a perder el hilo de la situación.
—¿No crees que ya lo sé? Y créeme que lo siento, ya sé que los ruidos que hace mi ducha dan ganas de llamar a un cura en vez de a un fontanero, que pensándolo bien, no sería mala idea y tendría que hacerlo el casero. —Su vecino hizo una mínima pausa para tomar aire y siguió con su arrancada.— El caso es que no pensaba que hubiera gente despierta a estas horas tan estúpidas, pero es que necesito, ne-ce-si-to quitarme la mugre y la sangre y el olor a desinfectante en cuanto llego a casa o me dará algo.
—¿S-sangre? —Kanon se replanteó entonces todas las formas posibles en que aquello podría acabar saliendo de una forma que no había planeado, y entonces sería él el cuerpo de un misterioso asesinato sin resolver, en vez de un escritor en dique seco con aspiraciones a gran novelista de ficción policíaca.
Su vecino asintió.
—Llevo dos semanas de guardias horribles en urgencias. No sé por qué demonios la gente prefiere el turno de séis a dos para romperse la crisma, coleccionar fracturas abiertas, arrancarse dedos varios de pies y manos haciendo cosas que cualquiera debería imaginar que no acaban bien, y, y... de los coches estrellados ya ni hablo, esos son de todos los días a todas horas.
Kanon tuvo que reagruparse mentalmente durante unos breves momentos. Urgencias. Fracturas abiertas.
Su vecino no era un ni-ni cualquiera. Era un médico. Había subido envuelto en su capa mágica de superioridad con toda la intención de afear su comportamiento incívico a un profesional que se dedicaba a salvar vidas.
Mientras Kanon sufría una crisis de honor invisible, el joven seguía hablando.
—Y es que a pesar de llevar la bata y el uniforme, pues a veces hay cosas que salpican y, urgh. Y todavía me quedan otras dos semanas más hasta el día quince en el turno de tarde-noche y… ah, esto, me llamo Milo, por cierto…
—Estamos a ocho. —Kanon salió de su deshonra para apuntar la fecha al pobre doctor agobiado.— Bueno, estábamos. Técnicamente ya es nueve. Eso es menos de dos semanas.
—¡Oh, estupend-! ¿Qué? ¿Cómo que nueve? —Milo abrió tanto los ojos en la semi-penumbra del rellano que Kanon pudo distinguir una tonalidad azulada, pero inmediatamente se dio la vuelta para entrar en su casa y buscar su teléfono móvil con desesperación.
Kanon miro al gato, que le maulló otra vez, y al que finalmente se acabó rindiendo. Cogió en brazos al animal, y entró en el piso, cerrando la puerta tras de sí. Mentalmente reprendido por su conciencia no quiso juzgar la apariencia desastrada de la vivienda, era algo justificable en un médico de urgencias que lo justo parecía tener tiempo para saber en qué día vivía.
—¡Si que es nueve! —Milo se lamentó agitando el móvil
—¿Pasa algo? —preguntó Kanon rascando la cabeza del gato, que empezó a ronronear como un motor encendido.
Milo miró a su mascota con expresión herida.
—¡Pasa que el ocho es mi cumpleaños! ¡Hoy! ¡Ayer! ¡Fue! ¡Lo que sea! —se dejó caer hacia atrás sobre el sofa, y tuvo que removerse para sacar el abrigo de donde se le estaba clavando. Al final acabó por sentarse bien.
—Ah, —dijo Kanon, siempre elocuente. Los hombros desnudos de su vecino rodaron, haciendo resaltar su anchura.— Hm, ¿felicidades?
—Gracias, supongo. —contestó el joven arrugando los labios hacia afuera.
—Eh, tengo whisky, si quieres celebrarlo.
Kanon lo ofreció con cautela, era caro y miembro útil de la sociedad o no, en realidad no conocía a Milo. Aunque le gustaría. Oh.
Dejó al gato en el suelo, que correteó mordiendo y cazando algo que parecía un calcetín, y fijó su vista en su vecino.
Su vecino que le observaba con los ojos muy abiertos (sí, eran turquesas) y una pequeña sonrisa impaciente en los labios.
—¿Cuenta como una cita? —preguntó Milo levantando una ceja traviesa, apartándose los rizos de la cara.
—¿Una qué? —Kanon tragó saliva.
—Una cita, ya sabes. Por mi cumpleaños. —Milo se enrolló un pequeño mechón de pelo en un dedo.— Y así me cuentas de qué estás escribiendo.
—Oh. ¿Qué? ¿Cómo sabes que escribo?
Milo dejó escapar una risa suave que le hizo verse ridículamente adorable. Un hombre adulto no debería tener derecho a resultar adorable con aquellos abdominales, maldita sea.
—Porque te oigo rabiar. Antes de entrar a trabajar, te dedicas a despotricar de tus personajes que no quieren escribirse. Reconozco que al principio me alarmé al oír cosas sobre asesinos, detectives y material genético. Pero cuando tienes la ventana abierta y no hay nadie más se oye la máquina de escribir.
Oh. Ooohh. No había que dejar pasar las oportunidades.
—Entonces, subo el whisky. Y te cuento de que va mi próxima novela, pero tienes que guardarme el secreto ¿eh? —Kanon sonrió con su mejor ejemplo de carisma ganador, y vio cómo tenía éxito cuando su vecino se sonrojó.
—Ehh, yo… ¿me adecentaré un poco?
—¡No! No, estás perfecto como estás, así… así estás bien. Ahora vuelvo. No tardo nada. —Kanon salió con rapidez antes de que el subconsciente le traicionase y consiguiera espantar a su prospecto de cita.
Cuando hubo cerrado la puerta y se oyeron sus pasos apresurados por las escaleras, Milo miró a su gato.
—Debería despejar la cama ¿verdad? ¡Oh por favor, que el vecino de abajo sea mi regalo de cumpleaños!
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