encontré mi coso de jalowin! y se fue de madre :_D Y prometí que lo acabaría si el señor venía a casa Y VINO!
OLE C1 Así que cumplí mi promesa :_D
quién necesita sangre en las venas habiendo té negro.para
@Neko, porque HAPPY MERMAY, SON 10K (?)
bueno casi spoiler, no vio el plot-twist
Bluebeard's wife- [I'll steal your soul to the deep] -
—Nunca abras esa puerta. Bajo ningún concepto. Recuérdalo bien.
Airin observó el puño que su marido había cerrado con ambas manos en torno a una pesada llave de hierro, e intentó mantenerse lo más inexpresiva posible y no arrugar la nariz con disgusto ni hacer preguntas impertinentes. ¿Para qué necesitaba ella ese trasto a medio oxidar? Además estaba segura de que lo que en realidad era una mazmorra y no un almacén en el sótano, tenía salida al exterior. En uno de sus primeros paseos había descubierto unas rejas prácticamente ocultas por los rosales de la fachada del lado este de la mansión, y si su mapa mental funcionaba tan bien como siempre estaba segura de que se hallaban tras esa puerta. Como fuese, de todas formas no le interesaba.
Aparentemente satisfecho con su docilidad, Wriothesley asintió y soltó su mano, ofreciéndole a cambio el brazo con cortesía.
—Estaba pensando en qué cenar esta noche ¿Alguna idea, algo que te apetezca?
—No más carne. —respondió Airin tajante.— Prefiero mi comida hecha y que no sangre.
—Entonces nos atendremos al paladar delicado de la dama. —respondió Wriothesley con humor.
Ese trato cordial era una de las cosas que más le irritaban de él. Pese al aura imponente y ominosa que parecía rodearle de forma constante resultaba un hombre sorprendentemente simple en el día a día. Era estricto pero no un tirano, era amable con los hijos de los sirvientes a pesar de ser un cínico y rara vez levantaba la voz más de lo necesario.
Todo habría sido más cómodo para Airin si por lo menos pudiera odiarle con tranquilidad, pero ni siquiera eso estaba dispuesto a darle. Aunque se sentía con derecho de sobra a guardar rencor libremente; ninguno de los dos había elegido casarse por voluntad propia, pero sólo uno de ellos había podido escoger a quién arrastrar con él.
¿Y ahora tenía la desfachatez de poner otra carga más a sus espaldas? Airin apretó la llave en su mano y lo miró de reojo con fastidio mal disimulado. La tiraría por el desagüe de las cañerías al primer descuido y fin del asunto.
—Oh, no me odies, no vas a conseguir asustarme fuera de la cama. —Wriothesley abrió la puerta que daba al sótano oculto y poniendo la mano contra su cintura la hizo salir primero a un recodo discreto de los pasillos de servicio. Ajá, el lado este, reconocía esa ventana de colores.
—No te odio, no mereces ese esfuerzo, —después de todo Airin todavía no lo había asesinado mientras dormía.
—¡Ha! Mi querida esposa no sabe mentir, —sin embargo el Duque parecía querer buscarlo.
—Al contrario. Su Gracia no es capaz de ver frente a sus narices. —Y con una sonrisa encantadora pero gélida apartó su mano con desprecio y lo dejó plantado donde estaba, dando la vuelta al pasillo y perdiéndose hacia la parte principal de la mansión.
Wriothesley parpadeó varias veces ladeando la cabeza. Ya que era obvio que iba a cenar solo de nuevo, nada le impedía que al menos fuera un buen plato de costillas a la brasa.

Airin se despertó desorientada bajo el peso de un brazo sólido que apretaba su torso y le impedía cambiar de postura. Se removió intentando liberar el brazo que le hormigueaba dormido y propinó un codazo contra el hombre que se recostaba en su espalda.
Un soplo de aire tibio se extendió sobre su nuca con el gruñido ofendido y somnoliento de Wriothesley.
—Me estás cortando la circulación. —reprochó Airin en un murmullo mientras abría y cerraba varias veces la mano intentando recuperar el flujo de sangre en los dedos.
Su marido aflojó el agarre por unos momentos, pero en vez de soltarla la movió él mismo haciéndolos rodar hasta dejarla tumbada contra su pecho.
—Listo. —Rezongó Wriothesley acallando sus protestas con una mano sobre su espalda.
Tras unos minutos de aparente calma, su voz grave rompió el silencio de nuevo.
—¿Tienes la llave?
—¿Qué llave? —Airin estaba otra vez al borde del sueño y ya no tenía idea de qué eran las palabras y cómo funcionaban.
—Da igual, duérmete. —respondió Wriothesley haciendo círculos sobre su piel. Si no sabía de qué le hablaba, quería decir que no la había usado.

El murmullo y los cuchicheos empezaron antes de que hubieran terminado de bajar por la escalera enmoquetada de rojo.
—No siento llegar tarde, no quería venir. —murmuró Airin entre dientes desmintiendo su apariencia modesta y adorable.
Wriothesley resopló por la nariz, girándose al llegar al último escalón para agarrar su mano y llevarla a sus labios con una media sonrisa divertida.
—Por una vez estamos de acuerdo en algo. Pero el deber llama y de vez en cuando hay que hacer aparición en sociedad; además tengo negocios que tratar.
—¿Negocios? —Airin siguió la mirada de su marido hacia un grupo de hombres de aspecto más bien poco caballeresco pese a lo refinado de su atuendo.— ¿Es que piensas dejarme sola en medio de todo esto?
—Huh, pensaba que podías valerte tú sola, ¿acaso tienes miedo? —la provocó Wriothesley levantando una ceja.
—¿Miedo? Aquí el mayor depredador soy yo. —contestó ella con tono contrariado.
Su marido se echó a reír y la rodeó entre sus brazos con total indiscreción.
—Pórtate bien. —dijo besando su mejilla y abandonándola alegremente a los lobos por obligaciones que seguro había inventado con tal de acatar las reglas de esa sociedad el mínimo posible.
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Los espejos de pared reflejaban las luces de los enormes candelabros haciendo el salón más brillante y entre el ruido de la gente y la música de la fiesta, Airin calculó en su mente las posibilidades de éxito si decidía echar a correr descalza por la hierba y poner fin a su sufrimiento lanzándose al río más cercano.
Pero para eso primero debía de poder escapar de la bandada de buitres envueltos en sedas y rasos que la rodeaba.
—No esperaba que el Duque trajera a su nueva esposa al Baile. —dijo una voz dos buitres más allá con tono altivo.
—¡Oh, querida, nadie esperaba siquiera que el Duque viniera al Baile!
Si por Airin fuese Wriothesley se habría ido al infierno y ella se habría quedado comiendo dulces en la bañera, pero la vida era terriblemente injusta y sólo tenía champaña a su alcance, así que dio un trago delicado poniendo esfuerzo en no rodar los ojos.
—Me lo imaginaba más… ¿aterrador? —comentó una voz tímida a su izquierda.
Airin estuvo a punto de atragantarse con una carcajada inoportuna que tapó con un carraspeo.
—¡Oh! ¡Oh cielos discúlpeme, no quería ser maleducada! —La pobre chiquilla que parecía haber debutado esa misma temporada estrujó su pañuelo avergonzada de haber metido la pata frente a la esposa del susodicho, sonrojándose entre las risitas de toda la cohorte de aves de rapiña.
Abandonando por fin toda esperanza de pasar desapercibida en su fuga, Airin se dio la vuelta dejando a la jovencita a su espalda, y con el vuelo de la falda arremolinándose en torno a ella miró al grupo de mujeres con tal desprecio y asco indisimulado que más de una notó los pololos incómodos.
—Corazón, aquí lo único aterrador son las bestias de este circo, repollos mustios intentando pasar por flores recién brotadas. —y enlazando su brazo con la muchacha con un movimiento suave y tierno se la llevó hacia el otro lado de la sala con la barbilla alta y una sonrisa exquisita.
—¡Ah, yo...! Ah… —la jovencita parecía haberse quedado sin palabras, atrapada en la corriente.
—No tienes por qué disculparte, no me has ofendido. —Airin dejó su copa sobre una de las mesas y se giró a observar a la chica con un brillo divertido en los ojos.— Voy a serte sincera, es cierto que el Duque es un hombre muy alto y fornido y de apariencia dura, pero tiene de aterrador lo mismo que cualquier otro marido: es un estorbo al sentido común.
La muchacha escondió una risita sorprendida tras el pañuelo.
—Ah, mi querida esposa calumniando mi carácter con mentiras, —apareciendo de la nada, Wriothesley tuvo la osadía de acabar de un trago el champán de la copa que no era suya y depositar a cambio un beso descarado sobre la mano de su mujer.
—Su Gracia no conoce la vergüenza, —dijo Airin esta vez dejándose rodar los ojos.— Y además no es capaz de bailar sin pisar a su pareja.
Wriothesley frunció el ceño con falsa decepción.
—De acuerdo en la vergüenza, pero esa segunda parte es completamente falsa, soy un gran bailarín.
Y ante las risitas azoradas de la jovencita, hizo agarre de su mujer y la sacó a la pista entre otras parejas que giraban al ritmo de la música.
—Eres horrible. —suspiró Airin en una de tantas vueltas.
—¿Por sacarte a bailar? Terrible. —resopló divertido el Duque.— Cómo se me ocurre.
—Por traerme aquí y dejarme a merced de todo ese gallinero del terror.
—Hmm, horrible. —Murmuró Wriothesley contra la piel de su cuello
—Verdaderamente aterrador. —Airin se dejó girar de forma artística frente a la banda de buitres que revolotearon entre inquietas y ofendidas.
—¿Cómo pagaré tal afrenta al honor? Estoy seguro de que a mi querida esposa se le ocurrirá algo.
—Podrías empezar por no pisarme. —respondió Airin con una patada hábilmente disimulada entre el vuelo de sus faldas.
Wriothesley aguantó el tipo con los ojos entrecerrados y una sonrisa sesgada, pero sólo porque había gente observando.

Descalza, con el pelo recogido en un moño que insistía en deshacerse, y su vestido más pálido viejo y remendado, el mismo que había llevado puesto cuando la trajeron a la mansión de Meropide, Airin no parecía la esposa del Duque sino una de tantas muchachas que llenaban los barrios más pobres de la ciudad, buscando trabajo u ofreciendo servicios a cambio de unas pocas monedas.
Quizás por eso Wriothesley había insistido en hacerla su mujer.
En el momento en que estar casado se había convertido en requisito necesario para mantener su posición, una mujer joven sola y sin nada ni nadie que no tenía esperanzas de llegar a ninguna parte era, al menos en teoría, presa fácil para cualquiera.
¿Acaso tenía una apariencia inocente o desvalida? La idea rayaba en lo ofensivo. Pero el muy mezquino había llegado a invocar leyes fósiles sobre derechos feudales de propiedad sobre tierras y vasallos, y había salido ganando. Como consecuencia la basura legislativa había sido completamente revocada de urgencia, aunque demasiado tarde para anular su pleito.
El error del Duque era no haber apreciado que ella nunca había querido llegar a ningún sitio donde no estuviese ya, le sobraban sus promesas vacías y tenía la paciencia de sobra para hacérselo pagar, aunque fuera lentamente. Tampoco podía decirse que fuera de carácter frágil y pulso tembloroso, pero por algún motivo todo el mundo parecía querer ignorar eso. ¡Las cosas no dejaban de existir solo por taparse los ojos y mirar a otro lado!
Resoplando con fastidio, Airin se sentó en la hierba húmeda y buscó en la cesta donde había ido dejando las rosas recién podadas. Sacó una manzana pequeña y verde, la frotó contra su delantal apolillado y arrancó un buen trozo de un mordisco, limpiándose el jugo que le escurría por la barbilla con el dorso de la mano.
Mientras saboreaba la acidez de la fruta, contempló pensativa las rejas de metal oscuro que se escondían tras el grueso de los rosales. Había cristales tras las barras, pero por el ángulo en que reflejaban la luz parecían abiertos. Por mucho que mintieran, aquello no era un simple almacén o estaría cerrado, ¿pero quién aireaba una mazmorra vacía?
Entrecerró los ojos dando otro mordisco. Estaba segura de que cabía entre los barrotes.
Después de todo el drama con la estúpida llave había abandonado el pedazo de hierro mugriento en el mismo cajón en que sus medias rotas desparejadas iban a morir y se había decidido a olvidar por completo el asunto. Y lo habría conseguido si no fuera porque Wriothesley preguntaba periódicamente por el condenado trasto como si le fuera la fortuna en ello. ¿Si era tan importante por qué demonios tenía que encargarse ella? Esa puerta no le interesaba en lo más mínimo.
Las rejas, sin embargo… el metal parecía arañado, como si algo lo hubiera mordido. ¿No estarían traficando con animales salvajes? Pero en esos momentos la habitación estaba vacía.
Tenía la absoluta certeza de que cabía entre los barrotes.
Airin echó una ojeada a su alrededor, sin ver a nadie por ninguna parte. Tiró el corazón de la manzana entre las flores y gateando entre los rosales se abrió paso a través de los arbustos hasta alcanzar la ventana del sótano, efectivamente abierta. Bufó una exclamación ahogada de victoria cuando tal y como había calculado, se dejó escurrir entre las rejas sin mayor dificultad que pasar de lado, hasta quedar sentada en el pequeño alféizar interior de la ventana.
Y comprobó que en la habitación no había nada. Un banco, trozos de madera que parecían algún tipo de mueble roto, un montón de paja de aspecto mustio pero limpio y varios cuencos apilados en un rincón.
Airin frunció el ceño, confusa y llena de sospechas. ¿Wriothesley tenía prisioneros en Meropide? Si era así no debía ser algo habitual, pues en el tiempo que llevaban casados no había observado nada extraño al respecto.
Tal vez por eso se ausentaba regularmente, por cuestiones de negocios según él. Nunca más de dos o tres días, pero el tiempo suficiente como para esconder asuntos turbios. Quizás por eso era importante que guardase ella la maldita llave, era una prueba incriminatoria de sus actividades clandestinas. Si no la encontraban en su posesión, no había forma de demostrarlo.
Las voces de varios chiquillos jugando a pillar por los jardines la sacaron de sus pensamientos. Ya iba siendo hora de volver al teatro habitual.
Con más preguntas que respuestas, Airin decidió seguir investigando discretamente. No era buena idea permanecer en la ignorancia cuando cabía la posibilidad de tener que ponerse a salvo cualquier día de esos y no había mejor método de defensa que estar atento y preparado. Volver a pasar entre los barrotes para salir de allí le costó más esfuerzo del que había hecho para entrar, y aguardó escondida entre las ramas de los rosales a que los niños se hubieran perdido de vista por completo para recoger sus flores y adecentarse como si no hubiera estado arrastrándose por los suelos.
Después de todo ella también jugaba en el jardín, y lo hacía con sus ropas más cómodas y menos valiosas.
Las apariencias eran lo de menos, el Duque no tenía derecho a quejarse pues así como estaba ahora era que se la había llevado en un principio.

—¿Y tu esposa? —preguntó Neuvillette saliendo al recibidor desde una de las salas para visitas.
—No tengo la menor idea. —contestó Wriothesley cerrando la puerta tras de sí. La inspiración de sorpresa del Juez le hizo darse la vuelta de inmediato.
—Oh, Airin. —Neuvillette cruzó la estancia en un par de zancadas e inspeccionando su apariencia magullada tomó sus manos con suavidad, sonando compungido.— Lo lamento tanto.
—¿Y de qué sirven ahora los lamentos? —dijo ella con gesto irritado.
—¿Se puede saber dónde te habías metido? —interrumpió Wriothesley con voz de hastío.
Airin lo miró desde abajo hacia arriba todo lo alto que era con un solo movimiento de ojos.
—Si no eres capaz de verlo por tí mismo, no. —y antes de que pudieran empezar una pelea delante del Juez, apretó ligeramente sus manos como disculpa y se separó inclinando la cabeza.— Con el permiso de Su Excelencia, estoy necesitada de un baño.
—Por supuesto.
Neuvillette la dejó pasar y ella se alejó escaleras arriba. El carraspeo incómodo de Wriothesley tras unos segundos de silencio hizo que clavase en él una mirada furibunda.
—Cómo te atreves a-
—¡No irás a creer que..! —la ofensa visible de Wriothesley hizo que el Juez tomase aire y se llevara la mano a la frente, tapándose los ojos.
—No. No lo creería. —habló intentando recuperar el control de sus emociones.— Y no quiero creerlo de tí. Bastante lejos te he permitido llegar. No me hagas tener dudas.
Wriothesley parpadeó desconcertado por un momento sin saber dónde pisaba.
—No había imaginado que tuvieras ese tipo de sentimientos. —tanteó con curiosidad. Esperaba que su terquedad no le hubiera metido en un jardín del que no pudiese salir sin daños.
—No son los crees. —Neuvillette suspiró como si le hubieran drenado de energía.— Es un tema complicado, me siento responsable de su bienestar.
—Oh. Créeme que disfruta de todos los privilegios posibles a cambio de cumplir esa condena a mi lado. Es un arreglo mutuamente beneficioso. Aunque no me soporte.
Wriothesley lo acompañó hasta la puerta y le ofreció la capa y el bastón disipando cualquier bruma de enfado.
—Y de cualquier forma me preocupa más la fragilidad de tus sentimientos que los de Airin. —dijo con ironía.— Ella muerde.
—Todos los animales salvajes atacan cuando se sienten acorralados, —murmuró Neuvillette con voz suave.— Es algo que ya deberías saber.

Una de las pocas cosas por las que Airin podría haberse sentido agradecida era el tamaño de aquella bañera. Se dejó deslizar bajo el agua y aún estirando los pies no llegó a tocar el otro lado de la pared de mármol. Al contraluz bajo la superficie su piel pálida adquiría un tinte casi azulado y los arañazos de los rosales pasaban de rojo a morado. Cerró los ojos dejándose reposar contra el fondo y haciendo burbujas lentamente se relajó en el abrazo caliente del agua.
La paz le duró poco porque algo la agarró por la barbilla y la obligó a incorporarse a la fuerza, dejándola en pie en mitad de la bañera con el agua escurriendo sobre su cuerpo desnudo y el pelo rojo cobre mojado y enredado sobre los hombros.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —Llena de ira Airin apartó la mano de Wriothesley y lo empujó hacia atrás, haciendo que resbalase sobre las baldosas encharcadas.
—¡Me habías asustado mujer! —gritó él de vuelta recuperando el equilibro en el último momento.
Airin lo observó con rabia y desdén, como si fuera una de las diosas primitivas de la guerra que adornaban multitud de cuadros y tapices.
—No te atrevas a ponerme la mano encima de nuevo, o será lo último que hagas. Es un aviso, y no tendrás otro.
Pese a que el tono de su voz le hizo tragar saliva de forma instintiva y le erizó el vello de la nuca, Wriothesley no pudo evitar admirar su figura al descubierto.
—Anotado. —dijo con una sonrisa distraída mientras la contemplaba abiertamente. Su mujer.
La misma que rodó los ojos viendo su respuesta estúpida y con un gesto de hartazgo abandonó la divinidad para volver a sumergirse hasta la nariz y empujar un montón de espuma por el borde de la bañera.
Viendo la oportunidad que se le presentaba, Wriothesley empezó a deshacerse de sus ropas dejándolas caer de cualquier manera en un montón apresurado.
—Hazme un sitio.
Cuando Airin se giró a mirar se llevó un inesperado paisaje de frente a la altura de sus ojos. Parpadeó un par de veces y levantó la vista, frunciendo el ceño al ver las cicatrices que marcaban su torso.
—Qué, —preguntó esta vez confundida,— crees que estás haciendo.
—Hazme un sitio. —repitió Wriothesley empujando su espalda con más suavidad de la habitual hasta que consiguió apartarla hacia el centro de la bañera.
Se movió con rapidez para ocupar el hueco libre y maniobró como pudo para sentarse y estirar las piernas a ambos lados de la joven a pesar de sus protestas. Una vez la tuvo atrapada, la rodeó con un brazo y la reclinó contra él, acariciando perezosamente la parte inferior de su pecho y dejando un beso de disculpa sobre su hombro.
—Ah, así está mejor. —su mano libre recorrió una rodilla bajo el agua.
—Eres un maldito usurpador. —refunfuñó su mujer.
Wriothesley frotó la nariz contra su oreja hasta que Airin apartó la cabeza y después mordisqueó su cuello con algo que podría haber parecido dulzura.
—No pretendía lastimarte.
—Dijo un hombre una y mil veces. —el tono de Airin no dejaba dudas de su opinión al respecto.
—Lo digo en serio, —dijo su marido seriamente apoyando un nudillo contra su barbilla para que le mirase a la cara.— Nunca te haría daño a propósito.
Su mano se detuvo a medio muslo unos segundos, y después prosiguió su aventura exploradora entre las piernas de Airin hasta que una sensación punzante y afilada contra la piel delicada de su ingle le hizo contener la respiración.
—¿Qué te lo impide? —preguntó ella con voz engañosamente tranquila.
Wriothesley se dio cuenta entonces de que eran las uñas de su mujer clavándose muy cerca de una arteria importante y su pulso se aceleró de forma involuntaria y más bien comprometida.
—No soy la clase de persona que disfruta del dolor ajeno.
Tras unos momentos la amenaza silenciosa se retiró, y los dedos de Airin frotaron sus músculos en tensión.
—No, supongo que no. —dijo ella recostando la cabeza sobre el hombro de su marido.
Prometiéndose ser más cuidadoso en adelante, Wriothesley besó suavemente el borde de su mandíbula que empezaba a amoratarse.

La llamada en su puerta hizo que levantase la cabeza de sus libros de contabilidad y echase un vistazo de reojo al reloj. Su culpabilidad por haberse atiborrado a snacks y dulces saltándose la hora de la comida se esfumó cuando su mujer entró sin esperar respuesta.
—Tienes una carta. —dijo Airin tendiéndole un sobre de color oscuro.
—Déjalo ahí sobre el montón. —contestó él pasando la página.
—Es una invitación. —insistió su mujer agitando el sobre bajo sus narices.
Con un movimiento rápido Wriothesley la agarró por la cintura y la sentó sobre su regazo, sujetándola para que no escapase. Llevó una mano bajo su falda, y apretó su tobillo desnudo, subiendo despacio hasta la rodilla.
—¿Descalza y sin medias? ¿Qué clase de comportamiento escandaloso es éste? —el sobre le golpeó en la cara como si fuera un perro regañado con un periódico.— Agh. ¿Y además leyendo el correo personal del Duque? No tienes vergüenza alguna.
—Es una invitación para un té benéfico. —Airin estampó la carta contra su pecho y con una exclamación de interés le robó un tazón de natillas que en algún momento había abandonado a medias.— ¡Así que esto es el motivo real de tu desaparición!
Wriothesley resopló divertido al ver como su mujer relamía la cuchara al tiempo que movía los pies descalzos con satisfacción y echó una ojeada al papel de la discordia.
Ah, eso. Ni siquiera necesitó cálculos mentales para rechazar la idea.
—Lamento no poder asistir a la cita pero por desgracia tengo compromisos previos donde mi presencia es indispensable, —dijo lanzando la carta sobre la mesa,— así que mi esposa acudirá en mi lugar. Estoy seguro que disfrutará de una enriquecedora velada en los jardines del orfanato.
Airin abandonó por un momento la extinción del postre para mirarlo con profunda antipatía.
—De ninguna manera. No puedo ir. Tengo gripe. Sería una irresponsabilidad por mi parte exponer a nadie y menos a esas pobres criaturitas a una enfermedad tan contagiosa.
Wriothesley frunció el ceño.
—¿Tienes gripe?
—Estoy en ello. —Airin se encogió de hombros lamiendo el borde del cuenco antes de dejarlo en la mesa, y Wriothesley ahogó una risa contra su cabello. La muy caradura.
—Oh no, qué mala suerte, mi querida esposa se encuentra indispuesta. Por supuesto no soy tan canalla como para abandonarla en sus momentos de necesidad…
Wriothesley agarró su barbilla con delicadeza y ladeó su rostro hacia él para besarla perezosamente, saboreando el rastro de leche dulce en sus labios y persiguiendo su lengua cada vez con más interés.
El suspiro de su mujer sobre su regazo lo devolvió a la realidad de su ubicación y suspiró él también contrariado por la cantidad de cosas que aún tenía pendientes.
—Me temo que es posible que me haya contagiado yo también al atender a mi esposa. —dijo dejando un último beso sobre los labios de Airin y depositándola de nuevo en el suelo.— Por precaución deberé ausentarme durante varios días de todos los compromisos sociales, pero prometo hacer lo posible por una pronta recuperación.
—Mientes igual que los peces nadan. —Airin recompuso el estado de su ropa a algo mínimamente respetable pese a que habitualmente le resultaba indiferente la opinión de nadie.
—Lo que no te mata te hace más fuerte, —comentó Wriothesley con una sonrisa afilada,— y el estatus social es tan sólo otra arma más.
—¿Oh? ¿De verdad? ¿Cómo he podido ser tan tonta de no haberme dado cuenta todavía? —Airin cruzó el umbral de la puerta para mirarlo desde fuera de la oficina con un brillo extraño e inquietante en los ojos.— No estás satisfecho con haber usado tu posición para abusar de la ley, apresarme en contra de mi voluntad y mantenerme atada aquí como si fuera un animal domesticado por la fuerza, que también necesitas recordármelo, ¿es eso?
Wriothesley parpadeó, consciente de repente de la forma estrepitosa en la que había metido la pata hasta el fondo.
—No me refería a…
Dándose la vuelta, su mujer se alejó por el pasillo con pasos ligeros sin mirar atrás.
Wriothesley barrió todos sus papeles arrojándolos fuera de la mesa de un manotazo y dejó caer la cabeza contra la madera.
—Mierda.

—¿Tienes la llave?
Airin abrió los ojos y lo observó con apatía sin levantar la cabeza del cojín.
—Voy a estar fuera por asuntos privados, volveré en unos días. —Wriothesley se ajustó el nudo de la corbata y repitió su pregunta.— ¿Tienes la llave?
—La tiré por ahí. Si tanto te preocupa, guárdala tú. —respondió su mujer dándose la vuelta sobre el diván y mirando la lluvia que caía con fuerza al otro lado del cristal.
—Necesito saber que la tienes y está a salvo.
—Te hago saber que conmigo nunca va a estar a salvo, porque tu estúpida mazmorra no me importa lo más mínimo.
—Airin. ¿La has usado? —Wriothesley apretó los labios intentando mantener su frustración a raya.
—¿Crees que soy tonta o mentirosa? Lárgate a ver si te parten la cara en tus peleas ilegales, a lo mejor cuando vuelvas me tienes que ir a buscar al fondo del lago.
Perdiendo la paciencia y renegando sobre niñatas dramáticas Wriothesley salió dando un portazo que hizo temblar el edificio.

Sin prestar atención a las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor Airin se sentó en el murete junto a la fuente en forma de cascada del pequeño estanque artificial y metió los dedos desnudos en el agua, acariciando las hojas redondas de los nenúfares que flotaban junto a la roca.
Una carpa amarilla se acercó a investigar y curiosa hociqueó entre sus dedos esperando encontrar algo que comer. Airin movió los dedos sintiendo cómo los bigotes del pez temblaban al hacerse cosquillas mutuamente, y sonrió fugaz cuando notó a otro animal aparecer desde el otro lado.
—¿Tú también preferirías estar en cualquier otro sitio? —murmuró sin quitar la vista del agua.
—¡Ah! Yo… La verdad es… que sí. —la voz tímida a su espalda la pilló desprevenida por completo.
—Oh. —Airin levantó la cabeza y vio a la chiquilla que había comentado sobre su marido en aquel baile.
—Ah… me hablaba a mí, ¿verdad?
Airin palmeó el banco junto a sus piernas con gesto amable, y la chica se sentó a su lado.
—Me alegra ver que sigues bien, aún cuando ‘bien’ es algo muy relativo al lugar y la compañía. —comentó arqueando una ceja en dirección al grueso del barullo con ironía.
—Oh, puedo decir lo mismo entonces. —dijo la chica estirando de uno de los lazos de gasa de su vestido blanco.— Por lo menos el sitio es bonito.
Airin echó una ojeada al gran invernadero donde transcurría el té temprano. La verdad es que sí era bonito. Artificial, con parterres llenos de grandes palmeras, vegetación exótica y arbustos de flores de colores vivos mezclados a distintas alturas de forma muy estética como no ocurría en la naturaleza, pero hermoso a la vista. Y más relajante que un salón de baile. Al menos aquí podía desaparecer escondida entre las plantas.
—Y, dime…
—¡Oh! No me he presentado, mi nombre es Barbara. —la jovencita se llevó una mano al rostro poniéndose colorada.
—Un placer, no te apures cielo, la culpa es mía por no preguntar. —Airin se tapó la boca divertida con la mano que sujetaba los guantes y continuó.— Dime Barbara, ¿hay algo interesante de lo que quieras hablar desde la última vez que nos vimos?
La muchacha tironeó de sus lazos titubeando avergonzada.
—N-no me gusta participar del cotilleo… pero la verdad es que, uhm, —Barbara bajó la cabeza mirando hacia sus rodillas con fijeza y habló de corrido sin pararse a coger aire,— me alegro mucho de ver que está sana y salva porque las malas lenguas decían que el Duque la tenía prisionera.
Airin parpadeó varias veces, intentando descifrar las palabras de la chica.
—El Duque. Prisionera. Wriothesley… ¿a mí? —Y cuando por fin lo hubo hecho resopló por la nariz de una forma muy poco fina y femenina intentando sin éxito contener su risa que escapó a carcajadas brillantes.
Más de una cabeza se giró a mirar con sorpresa y Barbara se encogió sobre si misma como queriendo hacerse invisible.
—Oh, no, no no, corazoncito dulce. —Airin se dejó escurrir hasta quedar sentada a su lado en el banco y le agarró una mano entre las suyas, goteando sobre sus faldas y con los ojos húmedos.— No me río de tí, me río de la sola idea.
—Yo no… ¡no he creído una palabra de esos rumores tan horribles! —exclamó la muchacha levantando la vista con determinación.
—Por supuesto que no, —aseguró Airin haciendo esfuerzo por recuperar algo de seriedad,— porque además de tener ojos en la cara eres una jovencita sensata, educada y respetable.
Apaciguándose, Barbara asintió como si estuviera convenciéndose a sí misma.
—Es de muy mal gusto hacer ese tipo de comentarios sobre que gente que no conocen, y, —dijo mirando de reojo a un grupo multicolor de repollos engalanados como un premio de consolación que chismeaban sobrevolando la mesa de los postres como si fueran aves de carroña,— y si hubiera resultado ser cierto, es peor todavía regodearse en algo tan terrible como si fuera una novela de entretenimiento.
—Ay, que tesoro de niña estás hecha… —murmuró Airin dándole palmaditas en la mano con un suspiro.— ¿Qué se han pensado, que mi marido es Barbazul? ¿De dónde iba a sacar tantas esposas el pobre idiota si la que tiene lo justo le soporta los días impares?
Barbara se atragantó con su propia saliva ante la falta de respeto. No, definitivamente la mujer del Duque no parecía una pobre esposa indefensa y desvalida, sino más bien la clase de persona que se defendería a sartenazos si hiciera falta. Y no podía negar que en el fondo era un alivio.
—¿Y con qué llave mágica se supone que…? —Airin carraspeó cortando sus palabras. Ciertamente tenía una llave, pero no era mágica sino un pedazo de hierro abandonado entre calcetines en un cajón con el que su marido insistía en hostigarla regularmente cada luna nueva y que corría peligro de acabar en un pozo como volviese a nombrarla.— Como sea, disparates.
Con discreción estudió los distintos grupos repartidos por la plazoleta del invernadero, con la certeza absoluta de que varios de ellos no les habían quitado ojo de encima desde hacía un rato, y se inclinó hacia Barbara cuchicheando en confianza.
—Apunta mis palabras, lo siguiente que pretendan será hacer del Duque de Meropide poco más que la Bestia de Gévaudan.
—¡No! —La jovencita ahogó una exclamación tapándose la boca con ambas manos.
—Y cuando eso suceda… —dijo Airin con plena seguridad en el futuro,— te doy total y absoluto permiso para que te rías y les confirmes que yo te avisé de que dirían algo así.
—Oh, oh no. —murmuró Barbara, pero el brillo travieso en sus ojos desmentía claramente sus palabras.

Las mantas se movieron y el colchón se hundió bajo un peso a su espalda, haciendo que Airin dejase de estar dormida pero no terminase de estar despierta del todo. Un brazo rodeó su cintura y la movió del nido perfecto que se había hecho en la cama y protestó hundiendo la cara contra la almohada. A cambio recibió una hilera intercalada de mordiscos y besos desafeitados a lo largo del cuello y una mano callosa apretando su cadera y apartándole el camisón para acariciar sus muslos.
—¿Wri’...? —preguntó confusa y sin poder despegar los ojos aún.
—Hmmn, —la voz grave de su marido sonó amortiguada contra su nuca.— Te he echado de menos.
Airin resopló una risita en silencio al notarlo firme y sólido presionando contra sus nalgas con insistencia.
—Seguro que sí. —murmuró con la voz espesa por el sueño.— Una niñata insoportable y dramática.
—Oh, vamos, no seas rencorosa. Cuando quieres también eres encantadora. —dijo Wriothesley acariciando su vientre y bajando poco a poco hasta escabullir una mano entre sus piernas.
—¿Sólo cuando quiero?
—Hm, no. —Él acalló la protesta hociqueando contra su cuello y succionando sobre su pulso.— Pero tengo que admitir que no soy imparcial.
Al ver que su mujer no rechazaba sus atenciones apretó la parte interior de su muslo masajeando intencionadamente, y ésta separó ligeramente la piernas con un suspiro, dándole espacio para deslizar los dedos hacia arriba al mismo tiempo que conseguía colarse entre sus nalgas y frotarse contra sus pliegues.
Airin dejó escapar el aire con un sonido agudo al notar su tamaño sobre ella y Wriothesley sonrió de costado contra su piel.
—¿Ves lo que pasa cuando te llevas bien conmigo? —dijo persuasivo recorriendo sus rincones con las yemas de los dedos.
—Oh, vete al infierno.
—Nah, lo tengo muy visto, te prefiero a tí. —su voz grave sonó ahogada cuando Airin cerró los muslos con fuerza a su alrededor, haciendo el espacio húmedo por el que se deslizaba aún más apretado.— Un día de estos…
Wriothesley gruñó cuando su mujer echó una mano hacia atrás por encima de su cabeza y estiró de su cabello sofocando un gemido contra la almohada, y mordió su hombro aumentando la velocidad de sus dedos cuando se arqueó contra su cuerpo sin poder contener los temblores que terminaron por arrastrarlo a él también.
Con los jadeos de ambos enturbiando el aire frío de la habitación, a Wriothesley se le olvidó ser agudo y hacer comentarios inoportunos que revolviesen más hostilidad entre los dos.

A pesar de que los relámpagos iluminaban el camino cada pocos segundos, el agua caía en cortinas que oscurecían todavía más la noche y dificultaban el trayecto haciéndolo resbaladizo y traicionero. Y aunque había perdido el equilibrio varias veces al no saber dónde pisaba, Neuvillette no necesitaba ver para saber a dónde iba.
Llamarlo presentimiento habría sido quedarse corto hasta faltar a la verdad, se había despertado en mitad de la noche con la horrible seguridad de sus temores haciéndose reales y había salido echándose al campo sin prepararse para un tiempo que habría detenido a cualquiera que no fuera él.
Se apoyó sobre el tronco de un árbol cuando la senda embarrada volvió a tener losas que asomaban aquí y allá, y exhaló tembloroso. El aire helado de la noche convertía su aliento en vapor y la lluvia perforaba el vaho en jirones deshilachados. Corriendo colina arriba sólo podía pensar que llegaba tarde, llegaba demasiado tarde.
Tras apurar la carrera por el camino enlosado por fin alcanzó la casa medio en ruinas junto a la pequeña fuente de roca. El manantial formaba una piscina con varias pozas en donde su lecho rebosaba hasta desbordarse, a partir de ahí se convertía en un arroyo que acababa en el lago montaña abajo.
Las lágrimas rodaban libremente por las mejillas de Neuvillette cuando rodeó el edificio y el estanque apareció ante sus ojos, con dos figuras inmóviles en él. Se precipitó hasta el agua enturbiada de rojo con la vista llena de puntos negros y el terror apretando sus pulmones, y sacó el cuerpo de la muchacha de vuelta a la superficie con un sollozo. Su vestido desgarrado ondeaba como una bandera blanca en la oscuridad de la corriente.
El cadáver del hombre se alejó flotando boca abajo, disolviendo la nube de sangre que brotaba de la herida en su cuello donde se clavaba un pequeño cuchillo de pelar.
Abrazó a la joven con un gemido herido y escondió su rostro contra la garganta llena de marcas amoratadas, dejando que sus lágrimas se mezclasen con el agua de la fuente.
¿De qué servía todo su poder, toda su autoridad? Por muy inquebrantable que fuera su voluntad, sus deseos no eran leyes capaces de vencer a la muerte. Había llegado tarde y ahora ya no podía hacer nada.
Neuvillette se despertó bañado en sudor frío, con la respiración entrecortada y las mejillas mojadas. La lluvia golpeaba contra su ventana y los truenos ocasionales hacían temblar los cristales. Tragó saliva y se pasó una mano temblorosa por la cara, limpiándose las gotas que escurrían por su barbilla mientras intentaba recuperar el aliento y calmar su corazón.

Wriothesley interceptó a su mujer en el descansillo de las escaleras cuando volvía con el pelo suelto, las botas en una mano y las medias en otra.
—¿En serio? —No sabía por qué seguía sorprendiéndose, le había demostrado de sobra el absoluto desprecio que tenía por vestirse apropiadamente cuando estaba a solas y sin obligaciones.
—Deberías probar a tocar la hierba más a menudo, —dijo Airin encogiéndose de hombros,— te aseguro que además de sano es muy reconfortante.
Wriothesley rodó los ojos para esconder una sonrisa traicionera y la levantó por la cintura con un brazo como si fuera un saco. Airin dejó caer al suelo toda su carga nada más hubo cerrado la puerta de su oficina tras ellos.
—¿Y qué se supone que piensa hacer el Duque conmigo?
—Eso depende. —dijo él dejándola sobre la mesa y tamborileando sobre un par de sobres blancos y corrientes.— Tienes correo. ¿De qué se trata?
—¿A mí me lo preguntas? No soy yo quien se dedica a guardar secretos, sólo estoy aquí para decorar tus títulos. —Airin rasgó uno de los envoltorios sacando dos pequeños pliegos doblados y empezó a leer con curiosidad.— ¿Oh?
—¿Qué es?
Wriothesley se inclinó hacia delante tratando de leer del revés por encima del borde y su mujer puso una mano sobre su pecho intentando apartarlo sin éxito.
—Déjame leer, están hablando mal de tí. —dijo girándose de costado con una sonrisa traviesa.— Ooohh…
—¿Airin? —el tono era una advertencia, pero su mujer era más propensa a la ira que al miedo y no se dejaba amedrentar.
—Shush, Barbara me está poniendo al día de las últimas calumnias.
—¿Barbara? ¿Y qué calumnias son esas? —preguntó Wriothesley entrecerrando los ojos con frustración.
—Oh, ya sabes, las habituales de todos los eventos. Que has recogido a la primera puta bonita que te ha durado más de dos noches… bah, muy usado y lleno de envidia; que en realidad eres un bruto y un criminal y soy una más en una larga lista de víctimas… señor, qué fantasioso, ya se lo dije.
—Dame esa basura. —dijo él arrancando las hojas de entre sus dedos.
—¡Devuélvemela, es mía! —Airin le dio un manotazo y soltó los papeles que cayeron revoloteando.
Con una exclamación indignada Wriothesley estiró de sus piernas arrastrándola hasta el borde de la mesa, pero su mujer lo empujó con los pies haciéndolo caer sentado sobre su sillón. Como represalia la agarró tirando de ella hasta que acabó en sus rodillas con precariedad.
—¿Quieres un bruto? Podría doblarte sobre la mesa ahora mismo, darte una buena tunda de azotes como la malcriada que eres y tomarte por la fuerza, quisieras o no. —dijo Wriothesley enredando los dedos en su cabello y estirando de ellos hasta obligarla a echar la cabeza hacia atrás.
Airin lo miró muy seriamente y poniendo con suavidad la mano contra su cuello, clavó sus uñas cortas pero afiladas en la piel bajo su barbilla.
—Pero no lo harás.
Wriothesley soltó su cabello y acarició su espalda.
—No soy esa clase de hombre.
Airin sonrió despacio y se estiró contra el, mordiendo el tendón de su garganta y haciéndole tragar saliva.
—Y por eso te permito tus libertades, no te equivoques y seas desagradecido. —y después de lamer suavemente la parte abusada, se levantó de su regazo.
—Lo dices como si no disfrutases tú también de ellas.
—Con ese tamaño, algún tipo de utilidad tenías que tener. —Su mujer levantó una ceja con gesto satisfecho y salió del despacho con sus botas, sus medias, y sus cartas llenas de chisme.
—Ésta condenada va a acabar conmigo… —Wriothesley se llevó las manos a la cara y rió al mismo tiempo que murmuraba una sarta de maldiciones, obligándose a recuperar la compostura.

Algo la sacó del sueño. Por un momento Airin habría jurado que había sentido golpes, pero salvo la tormenta aullando fuera y el temblor de los goznes por el viento no oía nada. Tanteó en la cama y la encontró vacía y fría.
—¿Qué demonios? —se levantó a mirar por la ventana, pero no había ninguna luz encendida que pudiera ver en ese lado del edificio.
Un relámpago cortó la oscuridad, y en la cola del trueno que siguió Airin volvió a notar lo que la había despertado. Una, dos, tres y cuatro veces. No era la violencia del temporal, sino las vibraciones que notaba desde el suelo, como si se extendiesen por los muros desde varios pisos más abajo.
En un momento de entendimiento que la hizo sentirse extrañamente lejos de sí misma, rebuscó en el cajón de los calcetines y sacó esa estúpida llave de hierro que tantos quebraderos de cabeza le había traído. No era más que un peso muerto a medio oxidar. Descalza y en camisón como estaba, apretó el trasto entre los dedos de forma ausente y se dirigió escaleras abajo hasta la misteriosa puerta en el sótano.
Airin se deslizó en silencio por los escalones, evitando los que crujían y parándose a escuchar los golpes cada vez más claros y más fuertes que casi sacudían el edificio. Cuando llegó al sótano, el aire allá abajo estaba tan frío que podía ver su respiración condensarse a su alrededor.
Se detuvo frente a la puerta de la mazmorra, pero apenas tuvo tiempo de apoyar la mano sobre la madera porque algo hizo impacto contra ella desde dentro con tal fuerza que hizo rechinar las bisagras.
Introdujo la llave en la cerradura como si estuviera en trance y le dio la vuelta con un sonido pesado que recorrió el quicio de arriba abajo como si fuera un mecanismo de engranajes en movimiento.
La puerta se abrió despacio con un chirrido lúgubre, y comprobó distraída que el pomo no tenía cerradura por la cara interior.
Algo gruñó desde dentro y Airin volvió de repente a donde estaba. Podía oír la lluvia fuera y el aire que entraba a través del ventanuco abierto, y con el destello de un relámpago divisó una figura que se alzaba amenazante y decidida hacia ella.
Echó a correr sin mirar atrás.

El aire agitaba los árboles y la lluvia arreciaba en remolinos bruscos, pero ella volaba sobre la hierba desoyendo los elementos. Sospechaba que lo que la perseguía sin descanso era más peligroso que lo que la naturaleza pudiera escupirle. ¿Era así como se sentía una presa? Airin no tenía intención de convertirse en una.
La luz y el estallido repentino de un rayo cayendo cerca la desorientaron y tropezó, cayendo aturdida y rodando por los suelos. Podía oír sus pasos aproximándose, los notaba contra la tierra mojada como si fuera una estampida. Se levantó y siguió corriendo a sabiendas de que era más grande, más fuerte, y tenía las piernas más largas que ella. Tarde o temprano terminaría por darle caza, pero estaba decidida a que fuese más tarde que temprano, y cuanto más mejor.
Su camisón blanco brillaba en la noche como si fuera un faro. El lago se agitaba bajo la tormenta, sólo tenía que llegar hasta él.
Saltó como un ciervo por encima de unos arbustos pese a sus pies descalzos y le pareció notar cómo algo le rozaba la ropa al deshacerse del obstáculo en su camino. Ya casi al alcance de las aguas se atrevió a mirar por encima de su hombro, pero al voltear un peso sólido hizo impacto contra ella, tirándola al suelo. La fuerza del golpe sacó todo el aire de sus pulmones, y el mundo le dio vueltas bajo la lluvia.
La respiración acalorada que resoplaba con intensidad sobre ella pareció temblar.
—¿Wriothesley? —atinó mareada por el esfuerzo y la caída.
—Te dije. Que nunca. Abrieras la puerta. —el ser que hasta hacía horas había sido su marido, la agarró por los hombros y la agitó contra el suelo con voz ronca.— ¡Nunca! ¡NUNCA! ¡Podíamos haber tenido algo bueno! ¿Ves lo que has hecho, estúpida?
Airin sintió cómo el aire y la lluvia se volvían fríos, cada vez más fríos. La sangre ardía en sus venas buscando guerra y se dejó llevar por la ira, harta de tener que controlar sus primeros instintos. Arremetió contra Wriothesley golpeándolo en la sien con un puño cerrado en torno a una piedra que éste no vio venir y lo tumbó de lado.
—¿Estúpida? ¿Estúpida, yo? —Airin se levantó a trompicones ignorando los arañazos que cubrían sus piernas.— ¡Maldito majadero, no tienes idea de nada! ¡Debería haberte ahogado con la almohada!
Wriothesley se limpió la sangre que manchaba su cara y soltó una carcajada llena de acritud.
—¿Y qué crees que ibas a hacer contra mí? —Sus ojos relucieron de forma antinatural y enseñó los dientes mostrando colmillos demasiado largos para un humano.— No sabes lo que soy, no sabes de lo que soy capaz.
Airin entrecerró los ojos retrocediendo lentamente hacia la orilla.
—¡No lo entenderías nunca! No te haces idea de lo que es perder tu humanidad, saber que te has convertido en un monstruo y no has podido hacer nada para evitarlo. —Wriothesley dejó escapar un gruñido de rabia que resonó como una caverna, acercándose poco a poco a ella.— ¡Dejar de ser quien eres porque esa persona ya no existe!
Con el agua más arriba de los tobillos, Airin le dio la espalda y se echó a reír descontroladamente. El tono desquiciado de su voz hizo que Wriothesley se detuviera desconcertado. Ella siguió adentrándose en el lago entre risitas agudas; bajo la tormenta y al reflejo oscuro de las olas su piel pálida parecía volverse azulada por momentos.
—¡Airin!
—Eres tan idiota… —dijo ella dándose la vuelta. Su sonrisa brilló pequeña pero afilada y sus pupilas invadieron sus ojos tornándolos negros e inhumanos por completo.— ¿Cómo voy a saber lo que es perder algo que nunca he tenido?
—¿Qué? —Wriothesley tragó saliva con un ruido confuso.
—¿Qué humanidad puede perder alguien que no lo ha sido nunca? —Airin ladeó la cabeza con un gesto que pareció melancólico.— ¿Si ese alguien ya no existe, cómo puedes echar de menos una persona que nunca has sido?
Sus uñas afiladas apretaron la tela a la altura de su pecho, rasgando los hilos en su descuido, y su voz sonó triste y ahogada cuando se giró dándole la espalda de nuevo.
—Podías haber tenido algo bueno, pero yo soy un monstruo que no recuerda haber sido otra cosa.
Y con el agua más arriba de los muslos y el camisón flotando a su alrededor como una nube blanca en la oscuridad, su mujer se hundió en el lago y no volvió a salir.
La luz del día encontró a Wriothesley arrodillado frente a la orilla, a solas.

—Wriothesley.
Neuvillette apretó la mano sobre su hombro, sintiendo cómo se evaporaba gran parte de sus temores al encontrarlo a salvo. Wriothesley lo miró sin comprender.
—Ella... Yo… —Dijo señalando al agua con un gesto vago y aire perdido.
Neuvillette asintió, y lo ayudó a levantarse con cierta dificultad. Lo adecentó como pudo, con la ropa rota y manchada de hierba y barro, y todavía mojado bajo la lluvia que no había cesado de caer.
Después le echó un brazo alrededor de los hombros y lo obligó a caminar junto a él, deshaciendo el camino de vuelta a la mansión de Meropide.
Nunca antes había encontrado a Wriothesley tan desconectado de todo a su alrededor.
—Tú lo sabías. —Dijo éste tras varios minutos largos de caminar en silencio.— Lo sabías desde el principio.
Neuvillette suspiró con gravedad.
—Y te lo advertí Wriothesley. Te dije una y mil veces que no lo hicieras, salvo encerrarte en un calabozo te puse todos los impedimentos que pude encontrar.
—Pero aún así fui más listo, y encontré una ley estúpida. —respondió el otro lleno de orgullo agridulce a pesar de todo.
—Qué puedo decir, eres como un perro con un hueso.
—Ouch.
Wriothesley se retrajo ante la pulla, pero el juez simplemente se encogió de hombros; aunque la comparación fuera un golpe bajo no la hacía menos cierta, y ahora que veía desenlace se sentía poco inclinado a la resignación tranquila.
—¿Es por eso que estabas siempre tan preocupado por ella?
Neuvillette asintió de nuevo, y Wriothesley se pasó una mano por la cara.
—Yo pensaba que lo que intentabas era protegerla de mí, y mantenerme a raya. —Se lamentó avergonzado.
—Oh eso sin duda, —refunfuñó Neuvillette rodeando la valla de entrada a la propiedad.— Tienes la horrible cualidad de ser como un moho. Si te dejan entrar te apropias del espacio discretamente hasta que no hay forma de deshacerse de ti.
Wriothesley se detuvo con el ceño fruncido.
—Me lo dijo desde el principio ¿verdad?
—¿Te lo dijo? —El juez lo observó intensamente con una mirada que habría hecho temblar a cualquier otro hombre.— Explícate.
—Muchas veces, de muchas formas. —viéndolo en perspectiva resultaba obvio; su atrevimiento, sus amenazas insolentes, todos los comentarios que no se había tomado en serio.— Pero nunca le presté atención.
Se llevó una mano a la sien, tocándose la herida a medio curar.
—¿Cuál es tu relación con ella?
Neuvillette lo estudió durante unos segundos, y se apoyó contra la valla inclinando la cabeza con gesto solemne.
—Existe por mi culpa. —admitió con remordimiento.
—¿Qué quieres decir?
—Hace mucho tiempo, había una joven. —su voz sonó lejana.
—¿La amabas? —preguntó Wriothesley sin poder controlarse.
—Como si fuera mi hermana. —Neuvillette cerró los ojos compungido.— Era lo más parecido que he tenido nunca, y no pude hacer nada por ella cuando fue asesinada.
Wriothesley agarró la valla con una exclamación ahogada de sorpresa.
—¿Airin?
El juez negó con la cabeza y se llevó una mano a los botones de su casaca.
—No, no. Ni siquiera se le parece. Pero nació de la misma fuente en la que la ahogaron. La misma fuente en la que intenté en vano devolverla a la vida.
—Entonces… —indagó pensando en las últimas palabras que le había dirigido su mujer. Se negaba a pensar en ella de otra forma.— ¿Es por eso que no recuerda su vida anterior?
—Wriothesley, —Neuvillette lo miró con gesto grave y lleno de cansancio,— debes comprender que cometí un error y le debo una responsabilidad por ello. No tiene ninguna vida anterior. Conoce la historia de lo ocurrido, yo mismo se la conté. Pero no es ella. Puede que lleve parte de su esencia pero no es ella; Airin es su propia persona.
Con una sensación de ardor en el estómago y un nuevo peso sobre los hombros, Wriothesley se dejó reconducir de vuelta a casa.
Distraído por el silencio, no podía dejar de pensar.

El primer día de sol en varias semanas de lluvia había resultado ser un engaño, y Wriothesley deseó no sólo no haber dejado su chaqueta en la orilla, sino haber traído también una capa. Hacía rato que las nubes habían borrado todo rastro de calor y se había levantado un viento desapacible que zarandeaba el bote de forma molesta.
Pese a que disfrutaba de los retos, había una parte de él preguntándose si esta vez no estaría siendo demasiado temerario.
—¡Airin! —llamó a gritos desde la barca sin saber con seguridad si seguía allí.
El agua se agitó a su alrededor, pero no vio nada identificable y se puso en pie con cuidado.
—¡Airin! —reclamó encarándose hacia el interior del lago.— ¡Tienes correo!
Intentó atisbar entre las olas sin éxito, no sabía si había visto algo moverse o era simplemente un reflejo.
—¡Barbara está preocupada! ¡Te manda saludos y espera que te recuperes pronto! —intentó de nuevo.
El bote se balanceó peligrosamente y Wriothesley se sentó agarrando ambos extremos de la borda con rapidez.
—¡Si vuelcas la barca perderás las cartas en el agua! —avisó precavido. Un golpe seco sonó contra la madera bajo sus pies, y no pudo evitar una sonrisa sesgada al ver en su mente el gesto de enfado de su mujer sabiendo que tenía razón. Decidió jugársela a una apuesta segura y puso el cebo metafórico.— Puedes subir a leerlas, prometo que no te haré nada.
—¿Tú? ¿A mí? —Ah, ahí estaba la furia con la que se había casado, mordiendo el anzuelo con un siseo incapaz de resistir una riña.— ¿Y qué crees que ibas a hacer contra mí?
Aunque no esperaba que citase su propias palabras contra él, Wriothesley oteó sucesivamente a ambos lados del bote, hasta que la encontró asomando en una de las vueltas. Levantó el montoncito de sobres que había traído hasta el lago y vio como los ojos ahora desconocidos de su mujer se abrían mucho por encima del borde del agua.
—¿Las has traído de verdad? —preguntó con voz tenue.
—No te he mentido. Las he leído, eso sí. —aclaró él apartando un remo y señalando el otro asiento del bote.
Su mujer se revolvió en el agua, claramente contrariada. Wriothesley decidió esperar, y tras varios minutos de idas y venidas, finalmente Airin se agarró al borde de la barca y se aupó por la borda con algo de esfuerzo y mucha agilidad.
—No tienes cola de pez. —Comentó con una sonrisa y ninguna elocuencia estudiando sus piernas desnudas.
Su mujer le miró como si fuera estúpido, y cogió las cartas cuidadosamente entre sus dedos afilados.
—Por qué habría de tenerla, eso son cuentos de marinos borrachos.
Wriothesley la observó con atención mientras leía. El pelo cobrizo suelto y enroscado contra su cuello, el camisón con el que había huido pegado a su cuerpo mojado escondiendo pocos de los detalles que ya conocía, su piel pálida y la extraña tonalidad casi azulada que adquiría en algunos lugares. La multitud de expresiones que pasaban fugaces por su rostro al enterarse de los comentarios que relataban las cartas. El colmillo agudo que atrapaba su labio inferior de la forma en que lo hacía siempre que tenía demasiados pensamientos al respecto de algo y no sabía qué hacer con ello.
—Vuelve conmigo. —pidió inclinándose hacia delante, y agarrando su mandíbula con suavidad sin poder contenerse, pasó el pulgar sobre sus labios, liberándolos del mordisco inconsciente.— Vuelve a casa, Airin.
Su mujer lo miró con los ojos de nuevo verdes y húmedos.
—¿Por qué querrías eso? —Preguntó intentando descifrar sus motivos.— Ya no me necesitas para mantener tu posición y tu secreto.
Una vez más en su vida, Wriothesley lamentó muchas de las cosas que quedaban fuera de su alcance, como no ser omnisciente, no ser todo lo prudente que debería, no confiar más en otras personas, o no tener siempre las palabras adecuadas a mano. Al final de todo lo único que había era un hombre honesto que no tenía otra cosa que ofrecer más que a sí mismo.
—Porque te echo de menos. —dijo con la voz ronca haciendo un intento de tragar el nudo de sinceridad que le apretaba la garganta.— Porque te quiero, Airin.
Su mujer arrugó la nariz con fuerza y apartó la cara, pero esta vez Wriothesley no la dejó ir sino que tiró de ella hasta apretarla contra su pecho y la abrazó acariciando su espalda.
—No llores, shhh, no llores, —murmuró besando su cabello mojado.— Podemos ser dos monstruos que no saben ser otra cosa, pero podemos serlo juntos.
Airin asintió contra su cuello, abrazándolo de vuelta y empapando su camisa no sólo de lágrimas.
—Ven aquí. —dijo enredando los dedos en su cabello y ladeando su rostro hacia él para besarla con anhelo.
Con los últimos rayos de luz de la tarde reflejando sobre la superficie oscura del lago, Wriothesley empezó a remar de regreso a la orilla.
ovo;;?