Todavía me falta uno antes del baile, pero ese será super corto. Trataré ;_;
Sayiii me encanta el nombre del corgi <3
Emilia se sentía bendecida. Era dichosa entre dichosa de tener a esas magníficas hermanas. Las amaba a todas y cada una de ellas, y pensaba que no podía estar más agradecida de la vida por tenerlas por familia.
Estar en Londres con ellas era una experiencia que atesoraría en su corazón eternamente con mucho afecto, pero, por sobre todo, el sentirse siempre acompañada y apoyada por ellas era lo que más apreciaba.
Después de haber recibido la carta sobre la situación actual del joven Jaeger fue notorio para todas sus hermanas que algo le sucedía a Emilia. Preocupadas, se le acercaron para preguntarle que le sucedía y Emilia no tuvo las agallas de ocultarle lo que pasaba, sintiéndose totalmente culpable de, en las últimas semanas, ocultarles secretos vitales a sus hermanas.
La situación de la carta sobre Eren Jaeger en cierto modo le permitía ocultar a sus hermanas su segunda inquietud: la propuesta de matrimonio. Pero Emilia sabía que era cuestión de tiempo para que sus hermanas intuyeran que había algo más allá de su preocupación por el joven campesino.
En parte contarles sobre la noticia de que el joven Jaeger se encontraba desaparecido en acción le alivianaba, porque inmediatamente sintió el apoyo de sus hermanas quienes la animaron con la idea de que posiblemente el joven Jaeger aparecería dentro de pronto y sorprendería a todos.
“Tengo entendido que varias familias reciben esa clase de mensaje sobre los soldados, pero afortunadamente gran número de los combatientes perdidos en acción logran aparecer.” Dijo Cho, con ánimos de estregar paz al corazón de Emilia.
“Y seguramente los que tienen más experiencia y capacidades estarán cuidando de él.” Sayi puso una mano en el hombro de Emilia, mirándola a los ojos y trasmitiéndole tranquilidad. Afortunadamente escuchó ese comentario del joven Stanfield en aquella caminata que estuvo acompañada de él camino a Pembroke Cottage.
“Yo creo que tal vez quiso volver a Bloomington y al no encontrarlo lo han dado por desaparecido en acción.” Algunas de las Bennet se quedaron mirando confundidas a Sayaka. “Yo habría hecho lo mismo en su lugar y estaría en todo su derecho” le parecía injusto que obligaran a alguien a ir a la guerra cuando no estaba en sus deseos.
“Me gustaría creer en esa hipótesis.” Dijo Emilia, pero bajó la mirada preocupada. “Sin embargo, sería acusado de desertor y eso es mucho peor.”
“Perdón, Emilia, no recordé que le daban esa sanción a los soldados que abandonaban su oficio.” Sayaka bajo la mirada, apenada. “Lo siento.”
“No te disculpes, mi querida hermana, sólo has querido darme tranquilidad.” Le sonrió.
“¿Quieres un poco más de los pasteles de Shrewsbury que trajo Sayi?” le preguntó Sheryl a su hermana, era el modo de gratificar a la afligida.
“Por favor.” Asintió Emilia, adornando su rostro con una sonrisa encantada. Juntó sus palmas, feliz y expresando su agradecimiento. “Gracias, Sayi, has sido muy certera en mis gustos.”
“Supuse que te contentaría probar de esos pasteles porque son tus favoritos.” Sayi sonrió, complacida de haber atinado.
“Me alegro de que Camille haya estado junto contigo al momento de recibir la carta.” Mery agradeció ese detalle mientras acariciaba a Pancake detrás de su oreja. El corgi se sentía afortunado de recibir tantas atenciones de las hermanas Bennet y se turnaba entre los brazos de varias de ellas.
“También estoy agradecida de ello.” Emilia le sonrió a Camille, sujetando su mano.
“El primo Albert también fue muy oportuno en notar nuestra preocupación cuando nos encontró en la salita de música. Fue muy amable en transmitirnos tranquilidad con sus palabras indicándonos que, justamente, el contenido de esa carta no significa rotundamente un destino desafortunado, señalándonos las probabilidades de que el joven aparezca con vida.”
Las hermanas, todas, guardaron complicidad cuando un sirviente anunció su intromisión. Ellas lo miraron con atención.
“Correspondencia.” Comenzó a nombrar a las Bennet que recibieron correspondencia. Emilia se sorprendió de recibir cartas tan pronto.
“Seguramente debe ser de Mina.” Dijo después de recibir las cartas que le pasó el sirviente. Sonrió al leer el nombre en una de las cartas. “Sí, en efecto, he recibido respuesta de Mina.” Luego vio la segunda carta recibida, la cual le sorprendió enormemente porque no esperaba que aquel señor le respondiera tan apresuradamente.
“Pareces asombrada, Emilia.” Observó Mary.
“He recibido una carta del señor Väring. Me sorprende lo pronto que ha respondido a mi notificación.” Considerando que la carta fue enviada por la mañana, seguramente cuando Avilio hizo entrega de esta, el señor Väring le habría pedido que le esperase mientras escribía una respuesta. Pobre Avilio, debía estar colapsado de ir de un lado para otro entregando cartas. Leería su carta después, por lo pronto, Emilia estaba muy emocionada por la carta de su amiga Mina Shelley.
Mientras las hermanas leían la correspondencia o platicaban entre ellas, Emilia leyó el contenido del sobre. Su querida amiga Mina la invitaba para el día de pasado mañana al té de la tarde en su casa. Emilia estaba tan emocionada con esa respuesta que pronto le pediría a un sirviente que notificara su confirmación con la señorita Shelley.
Después de la conmoción inicial por la invitación de Mina, prosiguió a leer la carta del señor Väring quien, curiosamente, la invitaba a pasear el día de mañana a temprana hora del día.
Dos compromisos podían ser agobiador para la tía Miranda o el primo Albert quienes hacían de chaperones. Tendría que ponerse de acuerdo con ambos para poder consultarles si le podían acompañar o disponer de algún sirviente para ello. Tampoco podía ser egoísta y acaparar el tiempo de la tía Miranda y el primo Albert de un modo tan exacerbados. Además, sus hermanas también tenían derecho de ser acompañadas por ellos en sus compromisos.
La tercera carta no pudo tan siquiera abrirla. Las manos le temblaron y se sintió tonta de su actitud cuando ocultó la carta como si se tratase de un crimen. No le daba vergüenza el posible contenido de la carta, sino que sus hermanas le preguntaran al respecto.
Era una carta del señor Lancaster y, hasta el presente, la única que sabía de la propuesta matrimonial de aquel joven señor era su hermana Camille. Sabía que tarde o temprano tendría que contarles a sus hermanas al respecto, pero no quería echar humos en un terreno que no era seguro.
Decirle que sí al señor Lancaster se estaba convirtiendo en una posibilidad tan cercana como decirle que no.
Le daba miedo contarles a sus hermanas sobre esta situación para después decirles que “He decidido no casarme con él porque lo pensé y no es lo que quiero”. Se sentiría injusta e incluso cruel de su frivolidad y superficialidad, puesto que su hermana Sayi, hace tan poco, había salido de la situación angustiante en referencia al señor Grandchester.
Y también estaba la posibilidad de darle una afirmativa a la propuesta del señor Lancaster… Aquella opción aún le daba vueltas en la cabeza una y otra vez, a cada minuto convenciéndose más de ello como a cada hora dudando un poco más al respecto.
Tal vez sería bueno hablarlo con sus hermanas, luego. Escuchar sus opiniones le ayudaría a aclarar su mente.
A muy temprana hora de la mañana Emilia y la tía Miranda estaban listas para acudir a la cita con el señor Väring. La tía Miranda se había apuntado a ser la chaperona de su sobrina no sólo por la atractiva actividad programada sino también al escuchar quien sería su anfitrión. Curiosamente, la tía Miranda conocía al señor Väring desde aproximadamente un año atrás. Le contó a su sobrina que, si bien había sido más bien reticente en acercarse al joven hijo de Lord Väring, presidente del V&R Bank, pensando que el joven habría heredado la conducta ambiciosa de su señor padre, la mujer se retractó de su primera opinión.
El joven resultó ser todo lo contrario al conocerlo en uno de los bailes de Londres. La había sorprendido en ese entonces con sus excelentes modales y etiqueta, como también con su trato amable incluso con los de más baja situación económica. Era muy bien ilustrado en la filosofía y literatura, por lo que la mujer se había encantado con la pequeña charla que tuvieron respecto a los escritores más contemporáneos.
Bajaron de la calesa y en poco tiempo divisaron al señor Väring quien las esperaba gustoso de iniciar esa mañana con ambas damas. Inmediatamente saludó de modo cordial a la señora Lotto, para luego saludar a su joven sobrina con el mismo trato elegante. Comenzaron a pasear por el Regent’s Park, disfrutando del cantar de las aves y la poca presencia humana que había a esa hora.
“Me alegra que haya escogido ese lugar, señor Väring. En su visita anterior a Londres, mi sobrina Emilia no conoció el Regent’s Park ni mucho menos el atractivo que nos quiere mostrar.”
“Entonces no puedo más que sentirse jubiloso de mi acierto.” Les sonrió, fascinado.
Conversaron mientras caminaban sin prisa por el sendero. La tía Miranda se percató de que su sobrina y el señor Väring compartían temas en común lo cual le llamó la atención. En poco le explicaron toda la anécdota que les hacía conocidos entre ellos, desde la ocasión en que el señor Marth Väring conoció a la señorita Emilia Bennet en el baile (del cual no se atrevió a invitarla a una pieza de baile y tan siquiera hablarle más que un saludo cordial. Situación que se repitió en el baile del Alcalde Trump) a su sorpresiva oferta de incorporación al St. Constantine Hopsital, lugar de caridad que había fundado el señor Väring con su amigo y socio Chrom Rothschild.
El señor Väring agradeció y felicitó a la tía Miranda por la iniciativa que tuvo con Emilia sobre instruirla y educarla más allá de los finos modales que debe recibir una dama sino también educarla en estudios superiores que, hoy en día, la convertían en una enfermera que él mucho admiraba.
A la tía Miranda le hacía gracia como el “jefe” de su sobrina se deshacía en elogios y admiraciones hacia su empleada.
Miranda Lotto conocía a muchos jefes, pero ninguno de ellos mostraba tal encanto hacia sus empleados. Generalmente era al revés, el empleado no escatimaba en elogios hacia su jefe.
“Hemos llegado.” Señaló el joven Marth Väring.
“Es hermoso.” Emilia abrió sus ojos grandes, al ver el divino jardín de rosas en frente de ella. No podía caber en su éxtasis, tan así que no pudo articular una nueva palabra.
“El Queen Mary’s Rose Garden.” Le habló el señor Väring, sacándola de su ensueño. “Aquí hay una colección de más de cuatrocientas especies distintas de rosas. Pueden percatarse que el jardín tiene rosas de diversos colores y es el corazón vivo del Regent’s Park. Muchos escritores se han inspirado en su belleza para escribir sus poesías e historias.”
“Señor Väring, le estoy muy agradecida de hacerme conocedora de tan espléndido lugar.” La peliblanca le sonrió de modo encantador, a lo que el joven sonrió un poco tímido desviando la mirada.
“Me siento afortunado de darle tal revelación, señorita Bennet.” Le dijo, mirando unas rosas rojas a su costado. “Lady Lotto es fiel seguidora de este lugar. En una ocasión coincidimos amenamente en este sitio. Recuerdo que estaba leyendo una obra de Shakespeare en este momento.”
“Lo recuerdo bien. Como también recuerdo la plática reflexiva que tuvimos sobre sus versos.” Asintió la dama.
Platicaron mientras deambulaban por el Queen Mary’s Rose Garden dejándose hechizar por su maravillosa belleza. Si bien las rosas y la hermosura del lugar era un evento en que Lady Lotto solía ensimismarse en su contemplación, no pudo evitar estar pendiente del señor Väring percatándose de la atención y dedicación que dedicaba a su sobrina Emilia.
Lo curioso era que Emilia no parecía estar al tanto de las atenciones, si bien tímidas y recatadas, del señor Väring. Ella parecía estar pensativa en otros dilemas.
La mañana concluyó con aquel paseo. El señor Väring debía reunirse con su socio y atender los últimos detalles del evento de caridad que se estaba organizando para el St. Constantine Hospital por lo que debía retirarse, se excusó y se despidió de ambas.
Por su parte, la tía Miranda y Emilia debían encontrarse con el primo Albert en un atractivo turístico de Londres donde el joven se encontraba con las hermanas Bennet. Le dieron el alcance llegando oportunamente cuando Albert y las primas estaban a punto de entrar a una hermosa galería de arte dentro de una construcción parecida a un castillo antiguo remodelado.
“Gran parte del lugar está hecho de mármol blanco y detalles en oro.” Fue contando Albert.
“Es hermoso.” Mery miraba de un lado a otro, no creyendo lo que sus ojos veían.
“Oh, deberían hacer un busto de Sheryl.” Indicó Sayaka, mirando las estatuas de mármol.
“Seguramente el hombre afortunado que se case con la prima Sheryl tendrá lo mismo en mente y nos deleitará con aquella obra encargada.” Sonrió Albert, a lo que Sheryl no pudo sentirse más alagada por sus comentarios.
Las hermanas Bennet, la tía Miranda y el primo Albert comenzaron a recorrer el enorme lugar deleitándose con las piezas de artes en su interior, algunas de ellas databan de siglos y sorprendía lo bien preservadas que se encontraban.
“Esto es admirable.” Dijo Camille, contemplando una enorme pintura retrato colgada en la pared. Era tan real que podía imaginar que la dama ilustrada en el cuadro estaba frente a ella observándola. “Nunca podría pintar así de hermoso.”
“Claro que puedes, Camie.” Le animó Emilia. Las dos hermanas se habían distanciado del grupo al tomar un ala distinta. Estaban un poco preocupadas por perderse, pero suponían que en algún punto se reencontrarían.
“Uh.” Negó con la cabeza. “Ese trabajo requiere años de estudios y perfeccionamiento para lograr una técnica hiperrealista. Yo… Sólo soy aficionada que ha aprendido autodidácticamente.”
“Puede que sólo hayas aprendido por tus medios, pero aun así tus trabajos son magníficos. Si recibes educación al respecto, apuesto que el mismo Rey llamará por ti para que realices sus retratos.”
Camille le sonrió ante sus palabras. Era estupendo estar en Londres con sus hermanas y ahora podía entender por qué Emilia se había enamorado de la ciudad.
“Creo que escucho a la tía Miranda. Es por aquí.” La joven comenzó a caminar en esa dirección.
“Espera Emilia, creo que ese camino nos aleja más.” Camille la iba siguiendo y estaba empeñada en estar junta con su hermana, pero un retrato titulado
¨Los príncipes¨ captó su atención dejándola pasmada en el lugar admirando el trabajo.
“¿O es por aquí?” Emilia entró a otro pasillo. Para cuando se giró ya no escuchaba a la tía Miranda, tampoco veía a Camille. “¿Camie?” siguió recorriendo el lugar, buscando a sus familiares.
Por obvios motivos no podía llamarlos con sus nombres porque sería una falta de educación. Fue prudente y caminó con calma hasta encontrar a alguien. En algún punto, entró en la galería de estatuas de mármol. Emilia se quedó un poco en ese sitio observando las obras. Un busto de una dama con un velo en el rostro captó especialmente su atención. Parecía melancólica detrás de ese velo, como si padeciera de un gran sufrimiento el que debía ocultar. No comprendió por qué, pero las facciones de esa dama le recordaban en cierto modo al joven Lancaster. ¿Sería el busto de algún antepasado? Poniendo atención al lugar, las figuras compartían caracterologías estéticas entre ellas, tal vez alguien se inspiró en los Lancaster o bien la persona que las creó tenía un estilo muy definido de facetas.
Salió de la sala y encontró una puerta que daba hacia la salida. Suspiró. Al parecer estaba más perdida de lo que creía y se sentía avergonzada puesto que ella ya había estado antes en ese lugar.
Caminó por el camino de piedras y se apoyó en el muro que separaba la construcción de lo verde del jardín. Era un bonito lugar para contemplar y distraerse un poco. Podría estar allí toda la tarde sintiéndose conectada con el entorno y en armonía de la naturaleza del sector…
Pero se sintió contrariada por una extraña sensación que perturbaba su paz interior (que por fin había logrado) de pronto se sentía observada, incluso como si estuviera siendo asechada. Miro a un costado disimuladamente pero no halló nada ni nadie. No. La mirada la sentía en su nuca. Se volteó sigilosa y atrapó la mirada de aquella persona que la vigilaba en silencio.
“¿Su excelencia, Conde de Lancaster…?” parpadeó incrédula al encontrarlo a un lado de un pilar en forma de columna, observándola al asecho como si se tratase de una presa. Emilia no pudo evitar mostrarse ofendida. “¿Puedo saber el motivo de su interés en observarme prolongadamente sin tener la delicadeza de saludarme tan siquiera?”
“No la observaba a usted… ¿Bennet, cierto? No recuerdo su nombre, espero que disculpe mi falta de memoria.” El Conde Cain Lancaster se mostró, curiosamente, contrariado. Al parecer no esperaba ser descubierto por la joven. “Observaba el jardín, ameno en mi propia soledad y silencio, hasta que vuestra merced apareció quebrantando la soledad. Si me ha descubierto mirándola, ha sido casualidad, puesto que pensaba pedirle que se retirara para así continuar con mi momento de templanza.”
“Lamento interrumpir su momento de soledad y paz. Pero me parece que el lugar, al ser público, me permite estar aquí sin temor a incomodar a un gentil hombre.” Porque no era dueño del lugar como para prohibirle su presencia.
A Emilia le caía mal de hace un buen tiempo el Conde de Lancaster. Era soberbio, arisco,
extraño y
malo. Había sido él quien desalojó a los huérfanos del histórico Orfanato Hill sólo para construir en el terreno una caballería para los soldados con fines bélicos. También fue él quien decidió no subvencionar los insumos hospitalarios ni apoyar la caridad del St. Constatine Hospital cuando el señor Väring y el señor Rothschild le solicitaron cooperación.
Para ayudar al prójimo más humilde era tacaño, pero para financiar los conflictos de guerra era todo un bondadoso. Tampoco era secreto que el señor conde no sentía aprecio por Bloomington, su comentario en el baile del alcalde Trump había dejado más que convencido a los habitantes de Bloomington sobre el desprecio del señor Conde a sus tierras. “Establo de campesinos e ignorantes.” Había sido el titular de los folletos de difusión por un par de días en Bloomington. Muchos se sentían en desacuerdo que, aquel ilustre señor, les representara como noble.
Y era una suma y sigue. Aquel ser era malo incluso con su gente. Permitiéndole a Ciel Lancaster, su hermano menor, amistad con el señorito Killua von Einzbern (quien se las ideaba para hacerle la vida imposible a Emilia junto a Ciel) pero prohibiéndole la amistad y cercanía con el niño Gon Freecss, quien era la dulzura reencarnada en humano, pero el Conde no permitiría que su hermano cruzara palabras con un “criado”
Emilia tenía jurado que aquel señor se ganó su territorio en el infierno con todos esos “méritos”
A continuación, el noble señor, con su porte y su regia presencia, apuntó una escritura en un cartel de chapa dorada incrustado en la pared. Emilia leyó las letras, molestándose por enterarse de ello.
¨Galería de los Reyes de Lancaster¨
En honor a los que alguna vez fueron los reyes de Inglaterra siglos atrás.
Perfecto. Su excelencia el Conde era dueño de todo lo que ella pisaba.
Emilia hizo una reverencia al señor y procuró retirarse, pero él volvió a hablarle.
“Si bien es una galería de mi familia, es también un sitio público para familias cultas. Intuyo que la dama Lotto y su hijo están aquí también, han de ser bienvenidos, al igual que sus familiares.” Pese a las palabras elegantes y halagadoras, su expresión indiferente no indicaba sentirse precisamente admirado por la presencia de la familia. ¿O tal vez sí? Para Emilia era imposible interpretar al Conde de Lancaster. En el baile, el Blossomhouse, y en donde lo viera seguía siendo una persona extraña y hermética. “Señorita Bennet, me permite consultarle a qué se debe su presencia en Londres”
Emilia notó que el Conde de Lancaster se posicionó estratégicamente delante de ella, obstruyéndole el paso. Era extraño, porque generalmente evitaba el contacto con otros por “indignos” ¿Quería conversar? Eso era aún más extraño.
“Nuestra afectuosa tía Miranda nos ha hecho una hermosa invitación para una estancia en Londres.”
“¿Todas las Bennet?” elevó una ceja.
“Alguna de mis hermanas y yo.” ¿Y qué le importaba a él? En ese momento le gustaría ser un hombre cualquiera y responderle de ese modo. Pero era una señorita y no podía darse ese gusto.
“Es muy gentil la dama Lotto, entonces.”
“Su excelencia ¿Puedo preguntarle el motivo de su estancia en Londres?” y esperaba que no le diera una respuesta tonta e imposible como
¨soy dueño de Londres también¨“¿Perdón?”
“Pues pensaba que usted, tan dedicado y apasionado por la guerra y por defender la patria, ya se encontraría en el campo de batalla como vuestros hermanos el señor Henry y el señorito Slaine.” Le sonrió dulcemente.
“He de partir en los próximos días. Si es posible, mañana mismo. Lamento defraudarla con mi atrasada aproximación a la muerte, pero tenía asuntos que resolver en la contraloría.”
“Señor…” Emilia bajo la mirada, confundida y contrariada. Le desagradaba el Conde de Lancaster, pero en ningún momento le deseaba la muerte. ¿Por qué daba estocadas tan graves y crueles como respuestas? ¿Siempre era así o era un alma perturbada por la sombra de la muerte? La madre biológica de Cain y Henry, los primeros hijos del Duque Lancaster, había fallecido cuando ellos eran pequeños, Cain habría estado acompañándola en su letargo y los sirvientes rumoreaban que desde entonces el niño se contagió de la lúgubre presencia de la muerte. ¿Tal vez era poético? Emilia alzó una ceja, más confundida. Negó suavemente. “No piense jamás que anhelo que algo malo le suceda a usted. Comprendemos y somos honestos que, en estos escasos momentos de contacto, tenemos altas diferencias de opiniones. Pero ni en esta vida ni en otra desearía verlo mal.”
“Me está mintiendo.”
“¿Perdón?”
“No. Le pregunto. No lo expresé el tono correcto; me corrijo: ¿me está mintiendo?”
“¡Claro que no!”
“Hm”
“¿No debería vuestra gracia decirle a esta dama alguna palabra amable ante esta situación?” le sonrió, divertida por la expresión de incredulidad del conde. Éste se ensimismó más, y Emilia sonrió más. Parecía que no estaba acostumbrado a la honestidad de los otros ni a una extraña amabilidad.
¨Pobrecito. Tan ilustrado y enseñado a dar respuesta a todo y conocer todo, pero no sabe cómo responder amablemente a nada porque no conoce de ello. No puede ganar.¨ “¿Estará en el baile de inauguración por la renovación del palacio de Buckingham?”
“Afortunadamente mi tía Miranda recibió una invitación la cual presenta también una extensión a sus familiares. Sí, iré.” Alzó la mirada al cielo, estaba despejado y hermoso. “¿Usted?”
“No.” Concluyó, haciéndose a un lado. “Dios me ha librado de tal momento.” Extendió un brazo invitándola a pasar al interior de la galería.
“A usted no le gustan los bailes, ¿verdad?”
“No le veo sentido alguno. Es una situación únicamente rimbombante para mujeres ávidas en chismes.” Omitió el comentario que tenía en mente
¨Me sorprende que su madre no esté presente allí¨ “…”
“Señorita Bennet.” Volvió a hacer un gesto para que ella entrara.
“¿Me está echando, su excelencia?” le preguntó divertida.
“Sería una lástima que se enfermara por el clima frío de la intemperie. Si es tan amable, le aconsejo que entre y se reúna con sus familiares.”
Excelente excusa fingir preocuparse por su bienestar para volver a estar solo.
“¿Emilia?” el primo Albert se asomó para ver con quien conversaba Emilia. Al reconocer la figura, hizo una leve reverencia. “Su excelencia.”
“Señor Lotto” hizo un ademán de reverencia. Seguidamente los miró esperando algo puntual de ellos, pero al parecer no entendían su intención. “…” finalmente, tuvo que ceder. Hizo una reverencia a ambos. “Con vuestro permiso.” Dicho esto, se fue del lugar.
“¿Interrumpí algo, querida prima?” Albert miró muy confundido a una sonriente y triunfante Emilia.
“No. Mi querido primo, me has dado la victoria.”
Albert se confundió más, pero se tranquilizó cuando su prima le dijo que luego le comentaría al respecto.
Mientras Emilia caminaba, pensó:
“¿Se imaginan tener a ese ser humano por familiar?” si es que se casaba con el joven Henry Lancaster, no tendría más remedio.
La noche había llegado y toda las Bennet y los Lotto estaban exhaustos después del itinerario de ese día. Mientras todos se dispensaban por la mansión, Emilia fue a buscar la carta que el joven Lancaster le escribió. Al leerla, le encantó saber que él se encontraba bien y estaba agradecido de sus buenos deseos en la carta que ella le envió. Le pedía disculpa si en su carta no tenía el tacto y la delicadeza para referirse a una dama fina como ella puesto que jamás le escribía cartas a nadie salvo las cartas que sagradamente le enviaba a su buen amigo, el señor von Einzbern.
Emilia recordó cuando Avilio le mencionó, en sus incidencias, que le llamaba la atención que ningún Lancaster se escribía entre ellos ni a otros, salvo el joven Henry Lancaster quien escribía únicamente al señor von Einzbern y viceversa.
Pero para escribirle a una sola persona, Emilia sentía que a ella se dedicaba en delicadeza y con fragmentos que parecían dignos de una hermosa poesía.
“Es un príncipe” susurró.
Pero su trato la confundía más.
Fue a la sala de estar donde encontró a todas sus hermanas reunidas. La tía Miranda y el primo Albert aún se estaban alistando para reunirse todos para cenar. Emilia entendió que ya no podía ocultarles a sus hermanas más lo que le pasa.
“Tengo algo que contarles…Y necesito que me ayuden con sus consejos pero que prometan, por, sobre todo, no le contaran a nadie. Especialmente a madre”
“Emilia, ¿tuviste otra respuesta sobre el joven Jaeger?” Sheryl se puso de pie, preocupada y lista para dar apoyo a su hermana.
“Aún no.” Negó suavemente.
“Es otro tema, ¿verdad?” Sayi la observó detenidamente. Hace unos días que había notado algo novedoso en Emilia y sentía que se lo estaba guardando.
“…” Camille cruzó miradas con Emilia, descifrando si era lo que tenía en mente. Emilia asintió indicándole que justamente era eso.
“Hermanas. Estoy muy confundida… En los últimos días he recibido una revelación inesperada. Hay una persona, a quien considero inalcanzable y que solo espero su amistad, pero que últimamente ha aclamado otras expectativas.”
“¿¡El doctor Smith!?” Sayaka saltó de su asiento, emocionada.
“Que más dichosa sería yo si así fuera.” Sonrió un poco, todas sus hermanas sabían de su amor ilusorio por el doctor Smith.
“Emila, ¿entonces?” preguntó Cho, con incertidumbre.
“¿Quién?” Mery estaba muy confundida pensando quien podría ser esa persona.
“Bueno, Camille sabe porque le conté a ella hace unos días, pero para ustedes será novedoso e inesperable cuando les diga quién.” Miró a su gemela. “He recibido una propuesta de matrimonio del señor Lancaster.”
“¿¡Qué!?” Las hermanas Bennet se respingaron en sus asientos, se pusieron de pie y fueron hasta donde Emilia para invadirla con preguntar de cómo cuando y muchas más.
“No sé qué responderle. Necesito que me ayuden con sus consejos.” Dijo Emilia. Posteriormente le fue relatando a sus hermanas toda la historia con lujos de detalles.