No escatimé tanto en detalles históricos así que más de un dato debe estar errado, pero me propuse a terminar antes de fin de mes con esta historia.
No puedo ser mas
dramaqueen, lo séeeeeskfdsk pero,en fin, me gusta todo oscuro en la vida (?)
En los Países Bajos, ese día el comandante Arthur Wellesley, duque de Wellington arengó a sus soldados con carne fresca, ginebra y galletas al mismo tiempo que los llenaba de coraje y valor para afrontar la batalla más clave de esa angustiante guerra.
Era un hecho de que el bando que ganara la batalla de Waterloo le daría el definitivo triunfo a su país. Las fuerzas de Napoleón habían menguado en los últimos acontecimientos al punto de que Napoleón se doblegó y retiró sus tropas. Pero también se fortaleció y volvió con sus aliados a dar el final digno que buscaba enaltecerlo como el gobernante de Europa.
Pero el Duque de Wellington también había trabajado arduamente para conseguir la gloria para su amado país, buscando aliados y preparando estrategias de batalla que le garantizasen el tan anhelado triunfo y traer la tan esperada paz.
Soldados novatos y de estrato social bajo generalmente eran puesto en la primera línea. Ese era el caso de Eren Jaeger quien hasta el momento había sobrevivido a las balas y a la enfermedad invernal que se llevó a varios.
Después de escuchar los discursos de los comandantes y los nobles a caballos que alentaban a los hombres en las primeras líneas, el silencio se hizo inminente entre ambos bandos. Era cierto que no era su primer enfrentamiento y quizá los anteriores le habían otorgado algo de experiencia, pero estaba tan tenso y lleno de emociones encontradas como la primera vez. Sentía que respiraba muerte y que estaba muy cerca de ella, como también se sentía emocionado y motivado por empezar pronto y, a la vez extrañamente experimentaba una sensación de angustia que antes no le puso atención.
Allendis de Verita era uno de los nobles que estaban en la caballería. Sobre su caballo pinto podía ver a las tropas enemigas en la misma posición que ellos: esperando a ver quién daba el primer paso. El Conde de Lancaster, montando a su conocido caballo negro azabache, decidió posicionarse al frente de todo, en compañía de su hermano Henry Lancaster. Al menor, Slaine Lancaster, habían ordenado ubicarlo en las líneas apartadas, para que no fuera ¨carne de cañón¨ y dada su inexperiencia no confiaban en que saldría vivo en la primera línea.
Allendis agradecía ser hijo único y no tener que vivir la experiencia de tener a un hermano presente en el campo de batalla. No quería pensar en lo difícil que sería estar en esa situación. Tocó con sus dedos índices la placa de su colgante, la cual besó poco después. Era un preciado regalo dado por su amiga, Lady Aristia la Monique, quien era prima del Conde Lancaster. Su único deseo era llevarse la gloria y volver siendo digno a los ojos del padre de la joven para así, por fin, poder pedir su mano sin ser rechazado por su progenitor nuevamente.
¨No hasta que seas un hombre digno¨ era el requerimiento de Sir Keirean la Monique.
El joven peliverde pensó en la mala fortuna que tuvo de enamorarse de la hija del barón de La Monique. Aquel hombre noble y honorable era demasiado sobreprotector con su única y amada hija. Pensó en que, si Aristia hubiese sido hija del hermano de Sir Keirean, el marqués Richard Lancaster, Allendis habría tenido mayores oportunidades de hostentar su mano: el Barón no aceptaba riquezas por su hija sino demostraciones de ser un hombre digno para ella. Su hermano el Marqués, en cambio, podría dar la mano de Aristia al que ofreciera más dinero y poder. Pero Allendis entendía que Aristia era afortunada de tener un padre tan bueno como el suyo, en vez de alguien como su tío.
Tiró las riendas de su caballo y fue hasta donde los Lancaster. Sabía que ni uno ni el otro le estimaban y preferían marginarlo de su compañía, pero de todos modos él les tenía aprecio, aunque el afecto fuera unilateral.
“Señores, será un honor servir a su lado.”
“…” el conde sólo lo ignoró, mientras su hermano miró en silencio a Allendis sin emitir comentario más que un gesto con su cabeza.
El viento sopló, siendo el único en emitir sonido. Daba una extraña sensación de paz que duró un chasquido de dedos hasta que ambas tropas comenzaron a avanzar después de la señal de sus líderes.
El sonar de los cañones alteraba más el ritmo cardiaco de los jóvenes combatientes. Dándole más coraje de luchar y a otros aterrándolos hasta el punto de traumarlos. Varios sucumbieron ante las primeras bolas de los cañones y las bajas comenzaron a ser inminentes para el bando inglés.
Parecía que la balanza se estaba equilibrando a favor de los franceses.
Al sonido de los cañones se sumó el de los fusiles y el de las espadas, acompañadas por los gritos de los soldados quienes con euforia atacaban a los rivales. Gran parte de la primera línea de ambos bandos desapareció dejando un camino de cadáveres en el terreno. A eso de las dos de la tarde, la estrategia británica comenzó a entregar resultados favorables.
Sin embargo, la clave que les podía dar el triunfo seguía siendo arriesgada y mortal: la resistencia. Debían resistir lo más que pudieran hasta que los refuerzos aparecieran sorpresivamente y dieran el golpe de gracia a los franceses.
El muchacho novato y cegado por el amor a su patria vio la oportunidad de posicionarse en un punto más álgido de combate. Slaine Lancaster avanzó hasta donde se estaba dando el fuego puro de la batalla. Estaba bien. Lo estaba haciendo bien. No le tembló el pulso ni dudó en atacar a sus rivales sabiendo que debía darles muerte. Ya habían rezado por su salvación y sabía que estaba haciendo lo correcto ante los ojos de Dios. Se debía detener al anticristo que era Napoleón y si eso significaba aniquilar a sus hombres así sería.
En el caso de Eren Jaeger, cerca de él, todavía tenía controversia con ser demasiado activo en la guerra. No era inglés puro sino hijo de migrantes irlandeses. Sentía que Inglaterra le había marginado más que integrado y los últimos años no logró juntar ni una esterlina por el trabajo duro. Pero debía proteger a ese país. Su país. Porque muchos inocentes y gente ya habían muerto por la guerra y necesitaba que la paz llegase pronto.
Un soldado francés le derribó y estuvo a punto de acertarle un tiro en la frente, pero Slaine fue veloz y fue él quien le dio el tiro de gracia al enemigo.
“…Gracias.”
“No estorbes.” Dijo Slaine con frialdad.
Slaine siguió combatiendo. Mirando de vez en cuando a sus dos hermanos mayores para ver cómo estos iban. Esperaba ser digno ante los ojos de los mayores.
“Permiso.” Dijo un sujeto pasando por un costado de Slaine. Este, con ayuda de un segundo, trasportaba a un herido en una camilla para ser llevado con el Dr. Smith.
Allendis y Henry estaban en un punto específico donde había mucha acción. Ambos fueron posicionados en esa ubicación por uno de los tiradores más certeros del batallón. Si bien tenían la orden de eliminar al rival, optaban por derribarlos e incapacitarlos, pero no necesariamente matarlos. Ya habría otros que hicieran esa acción.
“Espero que no seamos castigados por arrebatar estas vidas. Que Dios nos ampare.”
“…” Henry escuchó a Allendis a su lado. “Iremos directo al infierno…” le respondió con franqueza. Todo lo rezado no los libraría del castigo que merecían.
“Oh, querido amigo, tan crueles palabras para este momento histórico” Allendis sonrió un poco apenado. “Un poco de entusiasmo y optimismo no me vendría mal.” No tuvo más respuestas. “Bueno, si usted no puede darme ese consuelo, lo haré yo por los dos. Presiento que nosotros seremos lo de la victoria y nos esperaba una larga y hermosa vida para nuestra redención con Dios.” El joven había dicho aquello alzando la mirada hacia el cielo y observando el azul manto con tranquilidad. “Venceremos…”
La rueda de la victoria rodaba a cada instante. En unos momentos parecía que el triunfo sería para el bando de Francia. Otras veces para el bando de Inglaterra. Así una y otra vez. Las fuerzas comenzaban a fatigarse para todos, y los caídos iban en aumento progresivo.
“Vas a morir…” le dijo Slaine Lancaster a ese soldado nefasto e idiota que no cesaba en su acción de ir y venir una y otra vez con algún compañero caído sobre sus hombros.
“Ellos nos necesitan.” Respondió Eren. Cansado de tanto esfuerzo con cada compañero que había cargado. Dejo al caído en el suelo y en poco tiempo los camilleros lo subieron a la camilla y se lo llevaron.
“Son débiles que se dejaron dar por el enemigo. Nosotros debemos seguir con nuestras órdenes.” El rubio dio otro tiro hacia el frente, tumbando a un francés.
“…” el pelicastaño de ojos verdes miró a ese chico. Le dio coraje sus palabras. Era cruel y sin sentimientos y había tenido ganas de darle un puñetazo más de una vez. “Somos compañeros y debemos apoyarnos entre todos.”
“Estamos en guerra y debemos eliminar al enemigo.” Miró el arma de Eren. “Si no la vas a ocupar con ellos, deberías ocuparla contigo por desacato.”
“…”
“O cargar nuestras armas para que las usemos. Al menos, sirve para algo…”
“No importa que digas cosas tan frías. Sé que en el fondo estas dando lo mejor de ti para proteger Inglaterra y a los tuyos.”
“…”
“¿Me equivocó?”
Slaine no le contestó, pero su mirada le dio a entender a Eren que estaba en lo cierto. “Sólo no estorbes.” Puntuó el rubio.
“Hasta el último hombre.” Afirmó el pelicastaño.
Pasó algo más de una hora cuando vio a Eren Jaeger ir por otro compañero caído. Slaine vio el terrible error que cometió el otro al meterse en un punto donde los tiros iban a cada segundo. “Idiota…”
Y Slaine no se esquivó lamentablemente en predecir lo siguiente: Eren se arriesgó en vano. Una bala de cañón llegó hasta donde el compañero caído y le dio muerte instantánea. En un abrir y cerrar de ojos aparecieron más enemigos y Jaeger no tuvo más opción que abrir fuego contra ellos, lleno de rabia por haber matado a uno de sus compañeros. Pero un capitán enemigo apareció frente a él y lo tumbó dándole un golpe con la culata de su arma en el rostro aturdiendo a Jaeger. Slaine Lancaster pensó en dejarlo a su suerte porque él mismo se había buscado ese final.
“Tks…”
El rubio corrió hasta donde estaba Eren. No llegó a tiempo para cuando el enemigo le dio un tiro que Eren evitó que le diera en el corazón al rodar, pero finalmente se alojó en su pierna. Al estar a tan poca distancia el estallido de la bala le había destruido la rodilla en cosa de segundo y el joven soltó un alarido doloroso. Slaine se inclinó buscando una perspectiva de un hueco entre los combatientes, cerró un ojo y apuntó a ese alto mando enemigo y le dio en la frente, justo antes de que este descubriera su punto.
“¡AHH!” gritó de dolor Jaeger. Slaine llegó hasta él, inclinándose a su lado.
“¡Muévete!” ordenó Slaine. Vio que Eren trataba de ponerse de pie, pero era imposible, cayó un par de veces al suelo y Slaine notó como la rodilla se le trituraba aún más en cada intento. Tomó a Eren de los hombros y lo arrastró por el terreno hasta una trinchera. El rubio estaba consciente de que su acción destruyó aún más la casi perdida pierna de Eren pero al menos le había librado de la muerte segura. “Arrástrate hasta el camillero y deja de ponerte en nuestro camino.” Slaine siguió apuntando a los enemigos, dándole tiros desde su posición. Iba a partir cuando Eren le agarró del brazo.
“No vayas allá. Ponte a salvo aquí, tus hermanos no querrán perderte.”
“…” el joven lo observó sorprendido por su comentario, pero reaccionó mal: interpretó como si el otro dijera que él era una carga para sus hermanos mayores quienes debían protegerlo por ser un inútil. Le dio un golpe con su arma en el rostro, finalmente quebrándole la nariz. “Cállate.” Saltó del lugar seguro y fue al punto crítico nuevamente.
“Han caído demasiado de los nuestros.” Le dijo Allendis a Henry mientras observaba a sus compañeros fallecidos. Los de la resistencia eran cada vez menos y Allendis no sabía cuánto más podrían resistir antes que llegaran los refuerzos. En eso, notó que el Lancaster menor estaba en medio de todo el caos. Sonrió y estuvo a punto de decirle al Lancaster a su lado lo glorioso que era su pequeño hermano dando una magnífica batalla, pero su sonrisa se borró al ver como un tiro lo mandó a caer de espaldas. “¡H-Henry, tu hermano!” balbuceó con horror.
“¿Slaine?” al verlo caer y ser atacado por los rivales, Henry se impactó. Apuntó hacia el tipo que estaba a punto de darle un tiro a su hermano, pero por desgracia comprobó al tirar del gatillo que se quedó sin balas. Allendis estaba cargando su fusil para dispararle a aquel tipo, pero entre cargar y correr hasta allá no habría tiempo.
“¡Espera!” gritó Allendis cuando vio que Henry Lancaster fue corriendo hasta donde su hermano.
“…” Slaine sostenía con su mano la hemorragia en su hombro. El hombre en frente suyo lo miraba con burla.
“Tu vas mourir, mon garçon”
“Diablos…” masculló Slaine, humillado por caer tan miserablemente. No cerró sus ojos cuando vio que el otro tiró del gatillo, por lo que vio perfectamente cuando su hermano mayor se antepuso entre él y su enemigo posiblemente recibiendo el impacto por él. El mayor tumbó al francés consigo mismo. “¡Henry!” Slaine vio a esos dos luchar y como su hermano al final usó una roca para darle un sorpresivo golpe en la cabeza al francés para terminarlo.
Slaine se acercó con dificultad hacia su hermano mayor, comprobando que estaba ensangrentado.
“H-hermano…”
“Ponte a salvo, Slaine.” Le ordenó.
“¡Esto ha sido mi culpa!” Slaine, quien siempre trataba de mostrarse frío y fuerte, soltó a llorar.
“Estoy bien…” alzó una mano llamando a los camilleros. Estos llegaron hasta ellos”Llévenlo con el doctor y—”
“¡No te voy a dejar!” Slaine se sujetó a él, abrazándolo desesperado. “¡Déjame acompañarte! ¡Déjame sentir que puedo ser tan digno de ti!” las lágrimas del joven recorrían su rostro mientras se aferraba a su hermano. Sintió que Henry le puso una mano en su cabeza y le acarició sus cabellos.
“Eres el más digno de todos, Slaine. Estoy orgulloso de ti y te admiro.”
“…” el menor sollozó lleno de dolor y asombro por sus palabras. Nunca pensó que su hermano lo considerada de tal modo. Henry le sonrió, acariciándolo un poco más.
“Llévenselo y pónganlo a salvo.” Le ordenó a los camilleros, quienes tuvieron que ejercer presión para llevarse a Slaine con ellos quien intentaba en vano volver con su hermano.
“¿E-estás bien?”Allendis llegó a su lado, preocupado.
“Sí.” Asintió, poniéndose de pie.
Ambos observaron a su alrededor en silencio. Cientos de soldados yacían en su entorno y estaban reducidos en números.
“Creo que seremos la línea primera, la resistencia y el señuelo.” Dijo el peliverde con una sonrisa irónica.
“Moriremos aquí” Henry asintió. “Pero daremos lo mejor hasta el final.” Recibió el fusil que Allendis le pasó.
“¿No tienes algo heroico que narrar antes de nuestro final? Algo de Shakespeare, tal vez, o digno de tu familia.”
“No.”
“Cualquier cosa estará bien.”Allendis se percató que dentro de poco ellos iban a ser rodeados y sus compañeros caerían con ellos.
“¿Shakespeare?” aquel autor había hecho poesía sobre los Lancaster pero usándolo como locos ambiciosos por la gloria y el poder. “Algo digno de Shakespeare… Creo que se alegraría de que un Lancaster delirara con esto…” miró hacia el frente, viendo la gran masacre adelante. Caminó un par de pasos, sujetándose disimuladamente la zona que dolía y manteniendo la mirada fría. <Algo digno de Shakespeare> se dijo mentalmente. No costaba nada cumplirle ese último deseo al señor Allendis de Verita. El rubio pronunció con convicción: “Soy Henry, hijo de Richard Lancaster, hijo del linaje de los reyes de Lancaster, hijos del emblema de la rosa escarlata, la discordia y la promesa de Dios que terminó en la tragedia que nos condenó. Cuyo ancestro fue Henry el rey, a quien los suyos propios llamaban ¨Enrique el loco¨ que perdió el juicio de razón, y quien deliraba creyendo escuchar la voz de Dios, convencido de que seguía sus visiones susurradas a su oído. Rey que amaba sin ser amado y murió siendo villano y despreciado. Su sangre corre por mis venas maldiciéndome con la trágica desdicha de los Lancaster y hoy mi sangre será derramada sobre los campos de batalla, mi linaje termina conmigo, y juro por mi patria y mi nombre que resistiré y encontraré aquí o en la otra vida la gloria para mi amada Inglaterra” Sí. Estaba delirando y quizá venía delirando hace unas horas. Estaba seguro que padecía la enfermedad de sus ancestros, pero por una vez en su vida estaba en paz consigo mismo, con sus demonios y su propia “locura”
“Eso ha sido perfecto.” Allendis sonrió, extasiado por ese fragmento. “No puedo armar algo tan poético…” se posicionó a su lado, también contemplando la batalla. “Pero si vives, prométeme… prométeme que le dirás a Aristia la Monique cuanto la amé, cuanto la amo, y cuanto la amaré eternamente. Cuanto he anhelado ser un hombre digno de su amor y cuanto me esforcé. Que en mi corazón nunca hubo otra amada que no fuera ella desde nuestra tierna infancia. Que la protegeré eternamente y que me perdoné por no volver con ella como se lo prometí.”
“Lo haré, Allendis.”
“Gracias.” Cargó su fúsil. “Yo vine a la guerra para convertirme en un hombre digno para vuestra prima.”
“Has demostrado serlo”
“Siempre estuve muy seguro que aquí encontraría lo que me faltaba para estar con Aristia. ¿Por qué viniste tú, más allá de tu deber?”
“Porque…” el rubio cargó su arma. “Nunca estuve más confundido que ahora y escapé, incapaz de entenderme y totalmente cobarde, con el fin de buscar mi muerte y volverla tan innecesariamente poética.” Sonrió con irónica. “Espero que algún día me perdonen.”
La noche cayó. Los refuerzos habían llegado hace un par de horas y la balanza nuevamente se equilibró. La angustia invadió a todos ante la incertidumbre de no saber quién sería el vencedor y quien sería el perdedor. Finalmente, las cosas se tornaron a favor de Inglaterra y tras una ardua batalla la gloria fue para el país inglés.
El Conde de Lancaster, quien participó activamente de la batalla en todo momento, se desplazó por el campo observando a todos los caídos en batalla. Algunos soldados seguían vivos, así que el Conde iba indicando a los camilleros de estos soldados para que los llevaran con la cruz roja.
Más allá distinguió a su hermano Henry, arrodillado en el suelo observando la inmensidad del cielo estrellado. Cain llegó a su lado, tranquilo de verlo con vida. Le informaron anteriormente que Slaine fue trasladado de urgencia con la cruz roja debido a su lesión, pero saldría bien de ello.
“El señor Allendis de Verita falleció.” Le informó Henry para cuando Cain llegó a su lado.
“…” observó al joven peliverde tendido al lado de su hermano. Henry había cubierto con su casaca roja el rostro y la parte superior del joven. “Es una lástima.” Dijo escuetamente.
“Él dijo… dijo…” trató de memorizar todas sus palabras, pero le era imposible ser coherente en ese momento. “No recuerdo…”
“…”
“Pero pidió que le dijera a Aristia cuanto la amaba.”
“Ya veo…” Cain se inclinó al lado de su hermano, colocando una mano en su hombro. Pasó del tema. “Hemos ganado. Volvamos, debemos regresar a Inglaterra y recibir los honores. Nuestro padre estará orgulloso de nosotros. Slaine será tratado por profesionales dignos en nuestro país.”
“¿Está bien Slaine?”
“Harán todo lo posible para que no pierda la articulación de su brazo, según me informaron. Por lo demás, estará bien.”
“Me alegra que esté bien.” Asintió.
“¿Estás…bien tú?” su hermano siempre había sido muy tranquilo y, en cierto punto, ido, pero ahora esas características estaban siendo más notorias. Sólo entonces se percató (cuando dejo de centrarse en la gloria y el honor) que la camiseta de su hermano estaba empapada en sangre. Había pensado que era sangre del enemigo, pero la posición que ocupó Henry junto con Allendis era la más crítica y casi todos los de ese batallón habían caído. Maldijo, al darse cuenta de que su hermano estaba herido. “¡Médico!” llamó fuertemente. “¡Médico!” insistió.
“Falleció.” Dijo el doctor Smith, dejando de reanimar al soldado. Era un joven que acababa de partir a mejor vida. Se secó el sudor de la frente con su mano, manchándola de sangre. A su lado una enfermera hizo la señal de la cruz y pidió que el alma del joven fuera recibida en el cielo. Emilia cubrió el cuerpo con una sábana.
Siguió al doctor Smith cuando se retiró, en el camino el hombre cruzó palabras con el otro médico.
“El hijo de Lady Endler falleció.” Le dijo el otro doctor. “También el mayordomo de la casa Daroch.” Comunicó frustrado por no lograr salvarlos. “Hace poco llegó el cuerpo del hijo único de los de Verita…Ha sido desgarrados. Será repatriado inmediatamente para que lo sepulten con honores”dijo con pesar.”¿Cómo vas con tus pacientes?” El otro doctor tenía un rostro que delataba su cansancio.
Emilia resistió las lágrimas al escuchar el destino del señor de Verita. No podía creerlo. Como pudo prestó atención a lo que diría el Sr. Smith, puesto que muchos pacientes fueron atendidos por el doctor Smith y otros voluntarios mientras Emilia y otra enfermera debían rotar con otros médicos. Quería enterarse de quienes ella no vio con el señor Smith esperando no identificar ningún conocido.
“Tengo a un soldado que recibió un tiro en la rodilla y se la destruyeron. Llegó a mí con su pierna pendiendo de un hilo. Probablemente habrá que amputarla debido la gravedad de su lesión. Pero vivirá… Tal vez no en las mejores condiciones, pero al menos estará vivo” El rubio se echó el cabello hacia atrás. “Es uno de los sirvientes de la casa Bell. Creo que se apellida Jaeger.”
“¡…!” Emilia se llevó ambas manos al rostro cubriéndose la boca. No podía creerlo. Por fin sabía con certeza de que Eren estaba vivo, pero la crueldad de la vida la informaban de su triste futuro.
“Llegó uno de los hijos del Marqués Lancaster… Creo.”
“Dos.” Dijo Smith. “El más joven tiene una lesión de gravedad en la zona del hombro. Posiblemente no pueda usar ese brazo de aquí en adelante pero no necesita amputación. Tiene buen pronóstico.”
“¿Cuál es el otro?”
“Uno de los mayores…” Smith detuvo sus pasos advirtiéndole con su postura a su colega que lo que a continuación le comunicaría era de cuidado. “Ese está muy grave y traté sus lesiones, pero perdió mucha sangre y sospecho que su daño interno es irreparable… Su diagnóstico es reservado.”
“Diablos… Suerte la tuya que te tocaron los hijos del Marqués. Será mejor que ambos vivan si no quieres que tu cabeza ruede por Inglaterra.” Apoyó una mano en el hombro del Dr. Smith, sonriendo con pesar.
“Lo envié al Hospital de aquí. No está en condiciones de ser trasladado a Inglaterra.”
Emilia empalideció drásticamente. Eran demasiadas noticias tortuosas para resistirlas. Pero debía mantenerse siempre firme. Esperaba que no fuera Henry Lancaster del que hablaban. Siguieron caminando y ella detrás de ellos. Pasaron por un sitio donde estaban las camillas montadas y antes de que el Dr. Smith se acercara a su paciente, Emilia corrió hasta él al reconocerlo.
“¡EREN!” se arrodilló a un lado de la camilla, sujetando su mano.
“¿E-Emilia…?” Eren abrió sus ojos con pesar. El dolor en su pierna lo tenía aturdido igual que el ardor del golpe en su rostro debido al golpe de Slaine. “¿…Qué haces aquí?” balbuceó con dificultad.
“Es una larga historia. Pero lo que importa es que todo esto ya terminó y te pondrás bien.”
“Me duele la pierna, creo que… me dijeron que la amputaran.”
“…” Emilia miró al doctor Smith, con súplica y reserva.
“Haremos lo posible para evitar esa operación.” El rubio se acercó a su paciente y comenzó a revisar la herida. Posteriormente le susurró a la enfermera. “Dentro de poco usted y yo seremos trasladado a una estancia privada. El señor Lancaster está gravemente herido y su hermano, el Conde Lancaster, me ha ordenado que dedique mis servicios en atender a su hermano. Mientras esperamos la carroza, usted se puede quedar cuidando de su amigo Jaeger.”
“Entiendo.” Asintió, conteniendo con mucha dificultad las ganas de llorar. Era Henry Lancaster. Era él quien estaba tan mal.
El triunfo no podía ser más doloroso para todos.
El duque de Wellington escribió:
“Al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada”