Author Topic: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie  (Read 37712 times)


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #60: December 09, 2019, 05:48:57 PM »
Fic del baile.
Eureka estará en este color y yo en neutro :3

Wolfgang observó el salón con visible desgano. Un suspiro se escapó de sus labios, angustiado, mientras intentaba prestar atención a lo que una señorita andaba contándole al grupo en el que se encontraba.

Era imposible tomar en cuenta lo que decía, puesto que su mente andaba en otro lado, aún a pesar de su deber. Sin embargo, entendía que era predecible: nunca había hecho caso a esos detalles como cumplir con las pleitesías del caso. Su rebeldía y su falta de compromiso eran, justo, los motivos detrás de aquella terrible relación con su padre.

Wolfgang siempre había ido a su propio ritmo. Cumplía, a su manera, pero lo hacía y para él, eso era suficiente. Por eso encontraba innecesario hacer vida social y fingir a diestra y siniestra. Conocía gente rescatable, como el primogénito de los Väring o los menores Rothschild, pero le parecía innecesario tener que compartir con gente hipócrita como la del grupo reunido a su alrededor.

Suspiró una vez más, al recordar al motivo principal de su angustia. Con Henry a su lado, era más sencillo encontrarle diversión a los bailes. Henry nunca se valoraba lo suficiente, pero su compañía era de lo más agradable y era difícil no extrañar su amenidad.

Su querido amigo había partido a la guerra. Henry había argumentado que era su deber, pero había algo en su mirada…

“¿Qué opina usted, señor Einzbern?”

La pregunta lo sacó de sus pensamientos y Wolfgang esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Ya estaba a punto de hablar, cuando una suave palmada en el hombro lo detuvo.

“¡Ah! Mis mas sinceras disculpas,” dijo Chrom, apareciéndose a su lado. El resto del grupo le sonrió. “Me temo que tengo que llevarme al señor Einzbern conmigo por unos instantes.”
“No se preocupe, señor Rothschild,” le dijo una de las señoritas del grupo. Wolfgang no necesitó desviar su mirada para comprender que andaba visiblemente interesada en su amigo: su tono era suficiente para delatarla.
“Volveremos a la brevedad posible,” aseguró Chrom y les hizo una reverencia.

Con ello, se giró hacia el lado opuesto del salón. Wolfgang no demoró en hacerle una reverencia al grupo y lo imitó, siguiéndolo de cerca hasta alcanzarlo.

“Debo agradecerte por ello.”
“Tu cara lo decía todo, Wolfgang.” Chrom le sonrió. “Aproveché que mi hermano se distrajo un rato. Parece que alguien ha llamado su atención, aunque no lo creas.”
“¿Cómo así?” Wolfgang arqueó una ceja, curioso. “Juraba que Hubert estaba hecho de piedra.”
“Bueno, eso no lo niego.” Chrom rio… y se arrepintió inmediatamente de sus palabras. “Ah, qué terrible.”
“Tranquilo. Entiendo.” Wolfgang le sonrió. “No dudaría en expresarme así de mi hermano mayor si este fuese Hubert Rothschild. Me alegra, aún así, que su interés en una joven nos permita ser libre en estos instantes.”
“…No es una joven.” Chrom desvió la mirada. “Bueno, luego te comentaré al respecto. Sólo quería salvarte de aquella conversación innecesaria. Estoy seguro de que, por tu cuenta, lo habrías hecho, pero te ves un tanto ido desde la partida del señor Lancaster.”
“Es curioso.” Wolfgang rio. “No nos veíamos seguido tan a menudo por mis viajes, pero ahora lo siento más lejos que nunca. Mi actitud distraída se debe un tanto a eso.”
“Me imaginaba.” Chrom sonrió, apenado. “Debe ser angustiante pensar en él. Con los cercanos que son… y los eventos que podrían suceder en una situación como esa.”
“Eso es justo lo que me preocupa.” Wolfgang suspiró. “Creí ilusamente que un baile me ayudaría a despejar mi mente, pero veo que es imposible.”
“…”

Wolfgang esperó escuchar palabras alentadoras por parte de Chrom, pero estas nunca llegaron: su amigo había enfocado sus ojos en un punto específico del salón y parecía no querer despegar la vista de ello. El rubio siguió la línea de su mirada y encontró a la persona culpable de aquella distracción: era la señorita Camille Bennet, quien junto a su gemela, conversaban entre ellas ignorando el baile a su alrededor.

Wolfgang le tocó el hombro a Chrom para retomar su atención, y este se mostró un tanto avergonzado cuando cayó en cuenta de todo.

“¡A-ah! Mis más sinceras disculpas, Wolfgang. Yo—”
“Tranquilo, entiendo.” Wolfgang sonrió. “¿Gustarías ir a saludarlas?”
“Debería avisarle a Marth—”
“Ya luego las encontrará, también. No pierdas tu oportunidad.”

Chrom se mostró confundido por unos instantes, pero eventualmente captó las intenciones del rubio. Caminaron en silencio hacia las gemelas, esperando que nadie les ganara la oportunidad de conversar con ellas.

Wolfgang debía ser sincero consigo mismo: Camille había llamado su atención aquella vez, en el baile de un tiempo atrás. Sin embargo, no había encontrado la oportunidad de ubicarla después de eso. Era una bendición encontrarla de nuevo, pero no podía ser egoísta con Chrom, cuando había sido tan considerado de salvarlo de una situación social nada agradable.

Cuando llegaron a un metro de las Bennet, Wolfgang encontró la mirada de Camille y sonrió, aliviado: la joven parecía guardar interés en él, pese a todo, y no podía evitar sentirse agradecido por ello.

Sin embargo, ese momento no era para él. Era para Chrom.

“Señoritas Bennet,” saludó Wolfgang. “Es un placer volver a verlas.”
“¡Wolfgang—! ¡Ah! Señor Einzbern,” se corrigió Camille, un tanto avergonzada.
“No se preocupe.” Wolfgang rio. “Recuerdo haberle dicho que podía llamarme por mi nombre.”
“Es… cierto.” Camille se llevó una mano al mentón, desviando su mirada hacia Chrom. “Un gusto volver a verlo, señor Rothschild. Disculpe, nuevamente, aquel exabrupto con nuestra madre.”
“Ya lo había olvidado,” comentó Emilia, un tanto avergonzada por ello.
“No tienen por qué disculparse, descuiden.” Chrom sonrió. “De hecho, también lo había olvidado.”
“¿Qué sucedió?” Wolfgang se mostró curioso.
“No le gustaría saber sobre ello.” Camille suspiró.
“Basta decir que nuestra madre habló de más cuando tuvimos la oportunidad de compartir junto al señor Väring y al señor Rothschild,” dijo Emilia.
“Oh, puedo comprenderlas. En mi caso, el problema es mi padre, a veces. Por ello agradezco cada segundo fuera de Frankfurt.” Wolfgang se mostró pensativo, pese a todo. Sin embargo, pareció caer en cuenta del motivo de aquella conversación, y tosió levemente, dedicándole una mirada cómplice a Chrom.
“¡Ah!” Chrom saltó en su sitio, como iluminado de un momento a otro. Extendiendo su mano en dirección a Camille, habló: “Señorita Bennet, ¿me concedería esta pieza?”

Rojo hasta las orejas y un tanto nervioso, Chrom esperó escuchar una respuesta negativa por parte de la joven. Sin embargo, Wolfgang sabía que no ocurriría.

“Por supuesto.” Camille sonrió, accediendo a tomar su mano. Se retiraron hacia la pista de baile, conversando un poco en el camino.
“Señor Einzbern…” empezó Emilia, un tanto confundida. “Discúlpeme, pero… ¿qué pretende?” preguntó, recelosa.

Y Wolfgang podía entenderla: desde una perspectiva externa, su actitud carecía de sentido.

“¿Yo?” habló Wolfgang, observando a Camille y a Chrom a lo lejos. “Le aseguro que no es nada dañino para su hermana. Mis intenciones son las mejores.”
“No ha hecho más que confundirme y, de seguro, confundir a Camille.”
“Debería ser sincero con usted.” Wolfgang se giró hacia ella, un tanto apenado. “Discúlpeme si digo algo más allá de lo esperado, pero no puedo negar el interés que siento por Camille. Sin embargo, no me siento en el mejor momento como para acercarme a ella. No me gustaría que sienta la tristeza que me acongoja en estos instantes. Y… sé que Chrom también está interesado en conocerla. Lo más natural era intervenir y unirlos a ambos.”
“No puede decidir todo por su cuenta.”
“Sí, es cierto. Es egoísta. Pero… bueno, tengo mis motivos. Estoy seguro de que usted me entiende.”


“Francamente, puedo comprender sus motivos. Aunque no comparto que involucre a mi hermana y al señor Rothschild en una estrategia para evadir su emocionalidad interna. Sobre todo, por Camille.” Dijo Emilia, muy protectora de su gemela. Había notado lo ilusionada que Camille reaccionó al ver al señor Einzbern llegar, el interés y el brillo en sus ojos enternecieron a la gemela mayor puesto que nunca vio a Camille demostrar interés por algún otro joven. Pero Emilia sólo estaba preocupada por el bienestar de Camille, no pretendía ser una correctora de conductas o una persona agria con el señor Einzbern quien, por lo demás, era un buen señor. “¿Le parece si caminamos por el salón? Prometo no regañarlo más. Juro que mis intenciones y mis palabras, aunque suenen severas, siempre están enfocadas en plan protector hacia mi hermana” Articuló una sonrisa pasiva.
“No se preocupe en justificar, señorita Emilia. Es más, me fascina que tanto usted como Camille tengan ese vínculo tan especial.” Sonrió gratamente “Encantado de acompañarla a pasear por el salón.”
El rubio ofreció su brazo, Emilia se enganchó a él y juntos caminaron hacia el salón de las galerías. Mientras observaban las obras de arte decorativas del palacio, conversaban sobre las últimas puntualidades. Se detuvieron frente a un enorme cuadro de retrato, observando los detalles de la técnica al óleo. Ambos concluyeron que, si bien el artista tenía un mérito increíble, Camille podía hacer un trabajo mucho más perfeccionado en sus obras incluso si ella no estaba instruida en lecciones de arte particulares.
Llegó un momento que permanecieron en silencio, Emilia observó discretamente al joven a su lado notando que, pese al esfuerzo de disimular júbilo, permanecía cierto semblante melancólico que perturbaba sus pensamientos y emociones.
“Señor Einzbern, creo que intuyo el por qué se encuentra afectado emocionalmente.” Emilia había notado la fuerte amistad que unía al señor Einzbern con el señor Lancaster.
“Me temo que es el mismo motivo por el cual usted está distraída y preocupada. Henry me ha puesto al tanto de los últimos acontecimientos” Notó la expresión de asombro en la joven, a lo que le respondió con una sonrisa. “No se debe preocupar por mí, jamás diré una palabra del acuerdo que ambos tienen. Me parece un hermoso gesto el que usted se preocupe tanto por él.”
“Lo noté muy taciturno…” Emilia supuso que podía hablar en confianza con Wolfgang, él conocía mucho más que ella al señor Lancaster puesto que habían compartido intensamente durante la estadía del alemán en Lancania Castle, el palacio principal de la familia Lancaster en Londres. “Me fue imposible no permitir complacer su voluntad. Desde que lo conocí entendí que es un hombre fuerte y con un futuro brillante, pero aquella tarde parecía… un frágil espectro de sí mismo. Perdón si de mi escucha percepciones poco propias del señor Lancaster, entiendo que débil es lo que menos es, pero es imposible para mí no preocuparme por su bienestar.”
“Comprendo y comparto su angustia, señorita Emilia. No pretendo justificar mi actitud distante y distraída hacia su querida hermana por medio de la situación actual que a ambos nos afecta. Le soy sincero cuando le digo que me he animado a asistir este baile con la única emoción e ilusión de volver a encontrarme con Camille, de quien profeso un inocente interés. Al verla aquí, he sido tan dichoso y le agradezco que por efímeros momentos me haya hecho tan feliz en estos tiempos tan crueles. Pero mi mente y alma están demasiado conectadas a mi preocupación hacia Henry.”
“Somos dos. Al menos, nos podemos acompañar en estos momentos de angustia y rezar para que el señor Lancaster y todos nuestros compatriotas vuelvan a salvo.”
“Sí, es mi deseo más intenso en estos momentos.” Wolfgang suspiró. Permanecía angustiado, pero conversar con Emilia le hizo sentir un poco aliviado y presentía que lo mismo sucedía con la joven.
Era una situación en la que, curiosamente, se podían acompañar.
El alemán estaba agradecido de que su querido amigo Henry contara con el entusiasmo y apoyo de Emilia Bennet. Emilia, por su parte, notó gratamente que el señor Einzbern profesaba de forma auténtica buenos sentimientos hacia el señor Lancaster, demostrando preocupación que ni siquiera había notado en los hermanos y familiares de Henry hacia éste.
“¿Volvemos al salón? Tal vez su hermana y mi estimado amigo Chrom ya han finalizado sus piezas de baile y posiblemente nos estén buscando ahora.”
“Tiene razón.” Asintió. Volvieron al salón de baile y en efecto notaron a Camille y a Chrom buscándolos con la mirada. Junto a ellos, estaba el joven Marth Väring.
“Marth” le saludó el rubio cuando se acercaron a ellos.
“Wolfgang, que dicha encontrarte aquí. Pensé erróneamente que no asistirías.”
“Estuve a punto de no hacerlo, pero felizmente me animé.”
“Es una alegría.” Marth miró a Emilia, anonadándose por su presencia. “Señorita Bennet, la noche no se detiene en darme sorpresas encantadoras” Le sonrió un poco torpe.
Chrom y Wolfgang cruzaron miradas entre ellos, riendo disimuladamente por la reacción tímida de su amigo Marth ante la joven. Era un joven que sabía lidiar con toda situación social, pero con aquella muchacha parecía volverse un completo neófito en las interacciones.
“Parece que no eres el único con cierto interés por alguna de las jóvenes Bennet.” Le dijo discretamente Wolfgang a Chrom.
Éste, estando en su ensueño después de bailar con Camille Bennet (al fin) respondió inocentemente:
“Marth está enamorado de la señorita Emilia.” Dijo, contento por su amigo quien por fin podía conversar con la joven enfermera. Luego Chrom cayó en cuentas de lo que acababa de confesar. Miró preocupado a su socio alemán, pensando que lo encontraría en sorpresa por la revelación que acababa de escaparse de su boca, pero parecía muy tranquilo.
“No te preocupes, es algo que yo mismo noté hace un tiempo.” Sonrió, encantado, recordando la vez que visitó el Hospital para conversar de negocios con Marth pero este estaba demasiado distraído observando con admiración a cierta enfermera. “El secreto está a salvo conmigo.”
Una nueva pieza de baile inició. Las gemelas y los jóvenes se miraron entre ellos, como poniéndose de acuerdo en quien invitaba a quien a bailar la pieza que se presentaba. Wolfgang se excusó con pedirles un momento para salir a tomar aire al balcón y se comprometió a esperarlos allí para conversar con las hermanas Bennet y sus socios, pidiéndole a Camille que le prometiera su última pieza de baile con él.
El señor Rothschild comprendió que el señor Einzbern nuevamente le daba la señal de que aprovechara la oportunidad de sacar a bailar a Camille Bennet en las siguientes piezas mientras él esperaba en el balcón.
El señor Väring sorprendió a sus dos socios siendo inexplicablemente lento. Sólo se había conformado con conversar brevemente con Emilia Bennet. Sus socios no aceptarían esa conformidad mediocre y le instaron a que sacara a bailar a Emilia Bennet. Sólo entonces Marth Väring le pidió la pieza de baile a Emilia, quien afortunadamente aceptó su invitación.


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #61: December 15, 2019, 05:21:56 PM »
Segunda parte del baile uwu
Me toca dejar un último fic en Londres pero tendrá que ser luego del inicio de invierno :c oh well



XI. (Part 2)

Las galerías de arte estaban mucho menos concurridas que el salón, y mientras esperaba el regreso de su hermana, Sayi empezó a estudiar los varios cuadros y se preguntó si se encontraría con Camille deambulando las galerías. La colección real británica era conocida como la colección más grande del mundo, y Sayi se pregunto con cuánta frecuencia estas serían rotadas, y si alguna vez tendría la oportunidad de verla por completo.

Una pintura la llevó a otra, una sala a otra, cuando en eso ingresó a una galería que llamo su atención, pues a diferencia de las demás, esta estaba centrada alrededor de nueva pinturas que Sayi no demoró en reconocer como una sola pieza. Debía tratarse de la pintura más grande que había visto en su vida, mostrando lo que parecía ser una parada militar. Una descripción cerca a la entrada dictaba su nombres: Los triunfos de César. Era el triunfo romano en la guerra de las Galias.

Aunado a ella, Sayi notó que había una sola persona presente con la mirada fija en la última pintura. Empezó su recorrido, estudiando los personajes representados y sus expresiones, la complejidad de la composición de una pintura a otra, el detalle al carruaje dorado del emperador romano y toda la grandiosidad extendiéndose de un extremo a otro.

Se encontró compartiendo la pintura con el oficial, aún estudiando la última de las secciones y se detuvo ahí, en silencio. El hombre a su lado vestía un uniforme de la marina real, y ello le hizo recordar la salida a sociedad de Shura; el último baile donde se codeó con los oficiales.

El hombre era más bajo que ella, tenía una expresión severa y a Sayi tenía curiosidad de saber la razón de tal fijación… pero no habían sido introducidos propiamente, por lo que le tocaría guardar las preguntas para una siguiente ocasión.

Pero en ese momento los ojos del oficial pasaron del cuadro a los suyos, haciéndola erguirse en sorpresa. Su expresión severa no cambió, y su mirada era tan penetrante como la había anticipado.

El hombre no dijo nada, sin embargo, y a menos que el maestro de ceremonias no se manifestara del aire…

“Buenas noches” atinó a decir. El hombre volvió a girarse al cuadro, pero el hielo y el protocolo ya había sido quebrado, por lo que se animó a continuar, refiriéndose a las pinturas “¿Es este uno de sus favoritos?”
“Si. El único motivo por el que decidí asistir” le respondió “En vista del escape de Napoleón y la reanudación de la guerra, esperé que el rey considerara apropiado tenerlo en exposición. Al menos tuvo este buen tino…”

Sayi se giró en busca de un oficial de palacio, pero a falta de alguno pudo respirar más tranquila. El oficial notó la cautela de la joven y sonrió ligeramente.

“¿Partirá hacia Francia dentro de poco?” le preguntó la joven.
“Cuando la flota parta iré con ella, pero antes de eso me toca asentarme en Manchester por unas semanas”
“Ya veo”

Nadie había escuchado su interacción, por lo que Sayi pensaba que nadie se enteraría si le preguntaba por su rango o nombre. Al menos para reportar a su madre que hizo bien y siquiera conversó con alguien nuevo en el baile del palacio…

“¿Qué la trajo a Londres desde Bloomington?”

…cuando en eso la pregunta la tomó fría, y sus ojos se abrieron en sorpresa. El oficial había vuelto a mirarla.

“¿Cómo sabe que vengo de Bloomington?”
“Hubo un baile al que asistí cuando visité el campamento. Uno donde su alcalde insistió terriblemente que asistiera el regimiento entero”
’La puesta en sociedad de Shura’, pensó Sayi “¿Y nos introdujeron en el baile? Que pésima memoria la mía, le debo una disculpa por no reconocerlo. Me temo que no recuerdo mucho de aquella noche”
“No nos presentaron, así que no tiene de qué disculparse. Pero no me sorprende su falta de memoria, considerando el estado en que se encontraba cuando tropezó en su frantica retirada aquella noche”

Sayi se cubrió la boca con ambas manos. Recordó, en medio de la vergüenza y el deseo de huír lo más lejos posible, cómo había trastabillado y por poco caído al suelo de no ser por la intervención de un hombre que la había tomado de un brazo. No había llegado a ver su rostro, pero recordaba su traje de oficial, y la pregunta…

“¿Necesita ayuda?”

Sayi negó con la cabeza; sus mejillas coloradas al encontrarse con alguien presente en tan deshonroso evento.

“Lo siento muchísimo. Le pido por favor disculpe el exabrupto” se disculpó efusivamente “Yo…”
“¡Sayi! ¡Aquí estabas!” llamó Sayaka desde la entrada del salón.

La mirada de su hermana fue directo hacia el oficial a su lado, pero sin una introducción de por medio la joven no tenía nombre con qué presentarlo, y no había forma de pedírselo en ese momento.

Sayi se disculpó una última vez y se apresuró en darle el encuentro a su hermana y dejar el salón atrás suyo. Cuando Sayaka le preguntó qué había sucedido, Sayi le prometió ponerle al tanto después, pero que de momento estaba ansiosa por regresar con el resto de sus hermanas, su tía Miranda y el primo Albert.

Terry había sido informado de su presencia, y aunque le confió a Albert que tenía muchas preguntas por hacer, al parecer había optado por guardárselas y hacerse de la vista gorda si se cruzaba con la mayor de las Bennett. Ello con tal de que ninguno de los dos sientan como si no pudieran divertirse.

Sayi pensó que ello había sido muy amable de parte del castaño, pero la percepción de Sayaka no se había suavizado. Su lealtad era demasiada para dejar olvidada la decepción tan pronto, pero si ello permitía a su hermana mayor divertirse pues ella aceptaría los términos.

Cautelosa por no cruzarse con los Grandchester fue que Sayi se permitió disfrutar de la conversación con su grupo cercano, bailar numerosas piezas más, así como finalmente poner a descansar sus preguntas sobre el señor Morewood, una vez el señor Souton confió en ella lo que en verdad sucedía en la mente de su amigo.

El recuerdo del oficial en la sala de las pinturas la ponía nerviosa de tanto en tanto, pero la noche terminó y no volvió a verlo en el palacio. Quizás, para su buena suerte y se había ido del baile poco después de su encuentro, y entonces solo quedaba lamentarse al no haberle deseado buena suerte en la guerra por venir.

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #62: December 16, 2019, 11:26:52 PM »

1815, Winter

La primera nevada de la estación llego a los dos días de que las hermanas Bennet regresaran a Bloomington; un alivio para la taquicardia de la señora Bennet, quien llevaba el corazón al pecho a la espera de las calesas regresándole a sus preciadas hijas.

El grupo londinense llego rebosante de buenos recuerdos, novedosas noticias, y cuantiosos regalos para el señor el señora Bennet así como para sus amistades más cercanas. Asimismo, también traían consigo varios vestidos y abrigos de invierno para lucir durante la temporada navideña, donde no escaseaban las invitaciones a fiestas y reuniones de fin de año.

La señora Bennet no podía con su curiosidad y, mientras cada una de sus hijas desempacaba sus baúles, pasó de habitación en habitación a escuchar detalles de sus visitas a amistades, o de sus encuentros sociales, como el baile en el palacio de Buckingham. Aun con unas más prestas que otras a compartir sus experiencias, todas fueron prontas en ponerla al tanto de sus eventos con tal de tenerla lo suficientemente satisfecha como para dejarlas asentarse en paz.

De regreso en Londres, tanto la tía Miranda como el primo Albert recibieron una carta por cada una de las hermanas Bennet. En las misivas, cada una agradecía, a su manera, la atención que les habían prestado y los preciados recuerdos que habían compartido junto a ellos, y cómo ninguna de ellas podía esperar a su próximo reencuentro, ya sea en Londres o el Bloomington.

Con Jacob decorando la casa para las festividades, las hermanas practicando sus cánticos navideños y Mery sumiéndose en su entrañable búsqueda por llegar al nirvana de los postres festivos… fue que Longbourn revivió en el más puro espíritu navideño, ahora que las hermanas habían regresado a asentarse en casa, y a disfrutar de un acogedor invierno en familia.



Ahoy bishoujos!

Con esto damos inicio tanto a navidad, el invierno, y lo que sería la batalla de Waterloo (Winter Ed.)

El fic de inicio de primavera, el último fic intermediario antes del final del fic, será dejado el domingo 19 de Enero. Es momento de llevar sus historias al clímax e ir planeando cómo sera el término del fic llegada la primavera uwu

El fic de conclusión será dejado el Sábado 1 de Febrero, así que planeen bien lo que queda de tiempo. Cualquier cosa, a la grupal en Facebook <3

Happy writing~

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Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #63: December 26, 2019, 02:07:31 PM »


Una de las actividades más adorables entre las hermanas Bennet, además de compartir muchas situaciones especiales, era la preparación del canto de villancicos que cada año preparaban para presentarlo en la noche buena y deleitar a sus señores padres.

Se encontraban ensayando los tonos altos en la sala de estar, mientras Cho tocaba ya muy memorizada pieza musical en el viejo piano de los Bennet, Sayi la acompañaba con el violín y Jacob hacía de maestro guía. Esa navidad sería evidentemente similar a todas las navidades pasadas, conservando las preciadas costumbres.
Al dar término al ensayo, las hermanas se dispersaron por la casa algunas a retomar sus actividades que dejaron en suspenso mientras atendían la práctica del canto, otras prefirieron salir de casa y otras tantas iniciaron una nueva tarea.
Jacob, en tanto, fue a atender la puerta al escuchar que alguien tocaba.

“Emilia, hija mía.” la señora Bennet intervino en el camino de la joven. “Ahora que no tienes que ir a la mansión de los Lancaster, me preocupa que pierdas vinculo con esa familia. ¿Será posible que los puedas visitar estos días? Podrías llevarles unos presentes por navidad.”
“Oh, madre…” Emilia no podía pensar en nada qué pudiesen comprar que fuese del agrado de aquella familia de adinerados. Sin embargo, era mejor calmar los nervios de su madre. “No te preocupes, mantengo contacto por correo con uno de los señores. Le escribiré sobre los buenos deseos para Navidad de parte de nuestra familia.”
“¡Qué buena idea, Emilia!” la señora brilló de felicidad. “Estoy muy orgullosa de tus buenos modales. Sin duda, mi hermana logró mucho contigo.”
“Señorita Bennet, el señor Smith solicita poder conversar con usted y sus padres.” interrumpió Jacob. Ambas mujeres lo observaron, notando cierta incomodidad en el rostro del mayordomo.
“¿Pasa algo malo?” La señora Bennet miró a Jacob y luego a Emilia, con preocupación. “¡Por favor! No me digan que alguna de mis amadas hijas está enferma. ¡Oh, el señor Bennet! ¡Su salud no ha estado muy buena!”
“Será mejor que escuchemos lo que el señor Smith tiene que decirnos.” dijo Emilia. Intuía que podía ser una noticia que a sus padres les traería bastante pesar y preocupación.
“¡Jacob, avísale al señor Bennet que necesitamos que nos reciba en su despacho!”

En poco tiempo, Jacob condicionó el despacho privado del señor Bennet. Los señores Bennet y Emilia recibieron al señor Erwin Smith en el despacho, intrigados por la necesidad urgente de tener una entrevista con ellos.
El doctor fue breve y claro, explicó la situación puntual por la que venía y resumió en que Emilia Bennet, al ser de las pocas enfermeras que quedaban disponibles, debía partir junto a él a servir a la cruz roja para atender a los soldados lesionados.

“¡No, no, no!” Exclamó la señora Bennet, secándose las lágrimas con un pañuelo. Muchas veces la señora Bennet tenía lágrimas de cocodrilo, pero estas eran auténticas. “No puedo permitir que mi pequeña parta a un lugar tan peligroso. ¡Señor Bennet, debe impedirlo! ¡Dígale a este hombre que no se puede llevar a nuestra hija!”
“Señora, comprendo muy bien su angustia y preocupación, pero la señorita Emilia hizo un voto de servicio al escoger ser enfermera.”
“¡No puedo permitirlo!”
“Emilia…” el señor Bennet habló a su hija. “He sido muy accesible a apoyarte en todos tus pasos y metas, pero me temo que no puedo permitir que partas de nuestro lado a un lugar donde puedes correr grandes riesgos.”
“Padre… Me temo que no tengo opción. Incluso si pidiera quedarme con ustedes, un acto de desapoyo a la milicia inglesa sería visto como una insurrección y podría traer complicaciones para nuestra familia.”
“Eso no importa, hija. Hemos salido de otras situaciones y aquí estamos.”
“Pero no quiero que sea por mi culpa que la familia se sumerja en la oscuridad.” lo que menos quería era que las personas los señalaran con el dedo indicándolos como una familia cobarde y deshonrosa.
“Señor Bennet, señora Bennet.” Erwin Smith levantó del sillón y fue hasta ellos, inclinándose con una rodilla en el piso y una mano apoyada en la zona del corazón. “Juro por Dios que protegeré a la señorita Emilia con mi propia vida. Tanto ella como yo tenemos un juramento de proteger la salud de otros a toda costa, les pido que nos permitan llevar esta lealtad a cabo.”

Los señores Bennet no se convencieron. Entendían que Emilia debía cumplir con su deber, pero por ningún motivo podían permitir que corriera tales riesgos. Emilia trató de disuadir a su padre, constándole gran trabajo poder lograr obtener su permiso. Finalmente, el señor Bennet permitió que Emilia partiera a la cruz roja sólo con la promesa de que el señor Smith la protegiera a toda costa y la regresara a casa sana y salva. La señora Bennet, en tanto, no estaba de acuerdo y se sumergió en un mar de lágrimas de auténtico dolor.
Estaba demasiado preocupada y con mucho temor de que a Emilia le sucediera algo. Emilia se sentó unos minutos a solas con ella, tomó sus manos y trató de consolarla. Le explicó que era algo que debía hacer y necesitaba su bendición para poder partir tranquila. La madre no se calmó después de todo. Entonces Emilia usó su último recurso: le explicó que necesitaba encontrarse con el señor Henry Lancaster para estar a su lado y apoyarlo, puesto que en los últimos tiempos ambos se habían hecho muy buenos amigos y que incluso el señor Lancaster le había hecho una proposición de matrimonio. Por tanto, era imperioso reencontrarse con él.
La señora Bennet iluminó su rostro ante esa revelación. Su hija, siendo cortejada ni nada más ni nada menos que el hijo de un importante noble. No había estado preparada para ello, pero era un sueño hecho realidad.
De este modo, la señora Bennet pudo soltar a Emilia y permitirle el viaje con su bendición. Haciéndola jurar que volvería sana y salva a casa, donde la estarían esperándola para recibirla a ella y al bendito señor Lancaster.

La parte más difícil fue comunicar la situación a sus hermanas. Apenas el señor Bennet terminó de explicarle lo que vendría con Emilia, las hermanas se pusieron de pie y corrieron a abrazar a Emilia sin deseos de soltarle. Algunas de ellas, incluso soltando lágrimas. Después de un largo momento emotivo con ellas, y donde Emilia se despidió de cada una de sus hermanas de modo particular, fue a alistar sus cosas.

El carruaje de la cruz roja la esperaba afuera junto al señor Smith. Su familia la despidió en la puerta de su casa. Después de que los señores Bennet la abrazaran con afecto y preocupación, la primera en despedirse de Emilia fue Sayi. Como hermana mayor, era imposible para ella tomar un rol protector hacia su hermana: era cierto, ya no era una niña pequeña y vulnerable, había crecido mucho y estaba orgullosa de la señorita en que se había convertido, pero para Sayi, sus hermanas siempre seguirían siendo sus hermanitas.

“Prométeme que volverás con nosotras apenas termine todo.” le dijo Sayi.
“Así será.” asintió, abrazándola.
“Lleva esto contigo.” Sayi le entregó un relicario muy preciado de su pertenencia.
“Pero, Sayi, esto es tuyo y lo amas.”
“Lo sé. Por eso llévalo contigo y me lo devolverás cuando vuelvas. Así tienes que volver sí o sí.”
“Lo cuidaré como el tesoro que es” le sonrió, colgándose el relicario al cuello.
“También tengo algo para ti.” dijo Cho, quién fue la segunda en despedirse. Ella había preparado en una caja de madera un pequeño set de hierbas medicinales que le podían servir a Emilia. “He hecho unas anotaciones de cómo debes preparar cada hierba.”
“Oh, Cho.” Emilia se sintió conmovida. Le abrazó afectuosamente. “Gracias. Lo aprecio bastante.
“Emilia, espero que puedas encontrar al señor Jaeger.” dijo Sheryl. “Seguro se contentará al verte.”
“Espero poder tener noticias directas de él.” asintió, esperanzada. Sheryl le dio un suave abrazo el cual Emilia correspondió. Luego miró a otra de sus hermanas. “Sayaka, ¿estás…llorando?”
“C-claro que no.” aguantó la angustia. Sayaka prefería no evidenciarse como tal. Abrazó a su hermana y ella le devolvió el gesto. Ambas se sonrieron y prometieron que, al regreso de Emilia, se pondrían al día sobre las aventuras del doctor Smith.
“He preparado unos postres para el camino.” Dijo Mery, quien le entregó el canasto a Jacob y este lo acomodó dentro de la carroza. “Los he hecho con tus frutos favoritos…” miró con cierto temor al doctor Smith. “Aunque, no sé si sean del agrado del señor Smith.”
“Gracias Mery. Tus preparaciones me mantendrán tranquila durante el camino. Es un lindo detalle.”
“…” Camille había permanecido en un mutismo intenso desde que se había enterado de la noticia. Apenas se había acercado a Emilia para comentarle algo al respecto. Estaba ensimismada y sin poder aceptar la partida de su gemela.
“…” Emilia entendía perfectamente a Camille. Si ella estuviera en su posición habría reaccionado del mismo modo. Para ambas, siempre había resultado muy difícil estar separadas la una de la otra por mucho tiempo. “Camille, te escribiré cada día y así estaremos juntas a distancia.”
“Lo sé…” asintió, con tristeza. “Pero me cuesta aceptar que te vayas. Tengo miedo de que algo malo te suceda.”
“No pasará nada malo. Cuanto antes intentaré volver y estaremos de nuevo juntas.” Emilia se le acercó a Camille y la abrazó fuertemente. Camille tardó unos segundos pero imitó a su hermana. “Te quiero, hermana.” le sonrió Emilia al separarse.
“Ya debemos partir.” indicó Erwin Smith.
“Esta bien.” asintió Emilia. Después de un último intercambio de palabras con sus familiares, subió al carruaje junto al doctor.
“¡Emilia, estaremos esperándote!” gritó Camille cuando el carruaje partió. Corrió un tanto detrás del carruaje viendo como este se alejaba pero vio a su hermana Emilia asomándose por la ventana y despidiéndose con la mano. El cabello plateado de ambas gemelas danzó con la ráfaga de viento que sopló en ese momento.

Seria la primera navidad que Emilia estaría sin su familia.
« Last Edit: December 26, 2019, 02:12:31 PM by Kana »


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #64: December 27, 2019, 09:13:28 PM »
Flash Back

“Hay un tipo….Un soldado novato, que no quiere entender palabra alguna.” dijo uno de los soldados cuando Henry Lancaster se integró al grupo. “Le hemos dicho que no se meta en el punto crítico y va una y otra vez a traer a los caídos para ponerlos a salvo aquí.” masculló enojado. “Sólo hará que descubran nuestra ubicación.”
“…” el señor Lancaster no comentó nada.
“El un fastidio…” musitó otro militar. Era un hombre de cabello negro y mirada fría. Su nombre correspondía a Levi Ackerman, y era la persona más respetada del batallón. “Pero es de los pocos que entienden el concepto de ¨hasta el último hombre¨” se puso de pie. “Le daré encuentro a ese mocoso antes que termine muerto…”

Desde que había llegado parecía que todo lo que hacía estaba mal. No entendía procedimientos, apenas distinga los códigos, y el entrenamiento en la base había sido tan corto y pobre que apenas tenía noción de lo que debía hacer. Como si fuera poco, desde que llegó lo ubicaron en “primera línea” y era un milagro que siguiera con vida. Varios de sus compañeros de la primera línea no corrieron con esa suerte y yacían fallecidos.
Eren Jaeger la pasó muy mal desde el primer día. Con un cúmulo de situaciones que le ocurrieron desde el inicio que le hacía inconcebible entender por qué seguía vivo. Tanto por los enemigos e incluso por los propios aliados.

La primera bala en el brazo le había ardido como si el mismo demonio le diera un mordisco. Le dijeron que no fuera exagerado y siguiera peleando, y eso hizo. Una tarde, uno de los cañones de Napoleón impactó cerca de dónde se encontraba, dejándolo sordo momentáneamente y mareado mientras con horror veía a sus compañeros caídos. En otra ocasión, incluso perdió el conocimiento y despertó en una tienda de campaña inglesa que correspondía a otro escuadrón. En esa ocasión le dieron por “perdido en acción”

Así sumaron situaciones más complejas.

Sí. Había intentado desertar. Lo descubrieron, por supuesto, y le dieron una paliza tan brutal que lo tuvo varios días inconsciente en el suelo donde lo dejaron tirado. El castigo para los desertores era la muerte por fusilamiento, y no le quedó de otra que aguardar ese momento.

Pero ella… Ella había intercedido por él.

Recordaba bien esa tarde. Estaban por el camino que unía los países del norte con tierras más cercanas de Inglaterra. Jaeger, estando contra su voluntad como soldado, vio la oportunidad de escapar cuando se escuchó ruido de balas a lo lejos y comenzó el movimiento. Soltó su fusil y corrió por el camino con la idea ilusa de no detenerse hasta llegar a un país neutral y liberarse de todo ese compromiso. Sólo un salto de una baya que obstruía su camino le permitiría salir del perímetro de visibilidad al perderse entre la hierba.
Pero chocó con algo que, al parecer, tenía las mismas intenciones de huir. Tal vez un animal salvaje o algún guerrillero en su misma condición. Cayó al piso con esta criatura, y al alzarse se encontró con… una chica.

¿Qué hacía una muchacha allí?

Jaeger quedó desconcertado por lo que veía. Era una chica delgada, de enormes ojos azules intensos y cabello rubio. Era pequeña en porte, pero parecía tener fuerza.

“¿Estás bien?” le preguntó el pelicastaño. Ella lo miró con desconfianza y le dio un empujón apartándolo y partió a correr. “¡Espera, es peligroso por allí!” salió tras ella al ver que corría en dirección hacia un foco crítico. El joven vio que justamente un soldado francés se apareció en frente de la rubia y apuntó a ambos con el fusil. No lo pensó dos veces y se lanzó encima de la chica y rodaron colina abajo escapando momentáneamente del enemigo.

Al llegar abajo, dolidos por los golpes, se puso de pie y la tomó de la muñeca obligándola a correr junto a él. Sólo cuando estuvieron alejados del peligro y ya no se escuchaban las balas del francés clavarse cerca de sus pies, pudieron detenerse frente a un lago donde bebieron un poco de agua.

“¿No hablas inglés?”
“…”
“…”
“Estás sangrando.”
“¿Qué? Ah, no es nada…” se palpó la frente, donde sintió que un poco de sangre caía hacia abajo.
“…” la joven rasgó una parte de su vestido y armó una venda que la puso alrededor de la cabeza a aquel soldado. “Por lo visto eres del ejercito británico…”
“Algo así…”
“¿Cómo?” ella lo miró con sospecha al terminar de hacer el nudo de la venda. Tenía un acento distinto a las personas que Jaeger conocía.
“Pertenezco a la milicia inglesa, pero no soy precisamente un soldado… Como puedes ver, parece que hago todas las cosas al revés.” él la miró unos instantes. Pensó que quizá era una campesina que huyó al escuchar estragos en sus campos, por lo que el trato que le dio no era jerárquico. Pero ahora que la observaba bien, parecía demasiado fina como para ser una campesina obrera. “Señorita… Disculpe si le pregunto qué hace aquí, pero me alerta bastante su presencia en estos lugares sobre todo después de iniciarse una pequeña batalla hace unos momentos.”
“No ha sido una batalla…” ella bajó la mirada, un poco molesta. “O tal vez ahora ya lo es.”
“…”
“El estruendo que se escuchó fue un ataque incendiario a la caravana que me trasladaba a mí y a mis sirvientes hasta Inglaterra. Esos animales destruyeron todo y saquearon lo que pudieron incluso tomando rehenes, pero yo alcancé a escapar y corrí sin rumbo para tratar de ponerme a salvo. En ese momento choqué contigo.” sólo para asegurarse, volvió a inspeccionar el uniforme de ese sujeto ratificando que, en efecto, era un militar inglés.
“Lo lamento.” se cohibió un poco al conocer el origen de clase alta de la joven. Si venía en una caravana con sirvientes, obviamente no era ninguna campesina. “Ahora estamos lejos del camino y del escuadrón.”
“Pero puedes guiarme hasta ellos…”
“N-no creo poder.”
“¿Por qué no?”
“…”
“…”
“…”
“¿Estás desertando?”
“N-no.” desvió la mirada.
“…” la rubia suspiró. Parecía que su mala suerte no pretendía acabarse. “Escucha… No es necesario que me acompañes, pero si me das coordenadas de dónde se encuentra la próxima base puede que llegue hasta ella.”
“Es peligroso y el camino es confuso…” Jaeger suspiró, poniéndose de pie. “La llevaré hasta allá. Es lo menos que puedo hacer después del incidente que ha tenido y yo ser responsable de que perdiera el camino.”
“…” ella se puso de pie, dudando. No parecía un mal chico pero tampoco confiaba en él del todo. “¿Cómo te llamas?”
“Jaeger Eren.” le respondió con pesar, sabiendo que acababa de firmar su propia condena. Seguramente ella lo delataría ante sus superiores y daría su nombre.
“Jaeger Eren… Yo también estoy huyendo.”
“…” Era obvio pensar que huía de las balas del enemigo, pero profundizando en el azul de sus ojos entendió que aquella chica huía de su destino. No quiso preguntarle más, por respeto.

El camino hasta la base a lo menos demoró una noche y un día entero. No porque fuera muy largo, sino porque estaba atestado de enemigos y no podían exponerse libremente. Finalmente, logró vincular a la señorita hasta aquel lugar y ponerla a salvo. Se despidió escuetamente de la rubia y cuando se disponía a volver con su grupo de compañeros fue que un alto mando lo increpó y lo interrogó sobre sus sospechosos últimos pasos.
Lo declaró sospechoso de desertar, le golpearon cómo escarmiento y lo encerraron.

Pero fue ella, aquella rubia, quien tuvo la atención de preguntar sobre aquel soldado apellidado Jaeger y al enterarse de la situación en la que lo mantenían declaró a su favor indicando que, en todo momento, la nobleza del soldado Jaeger brilló enormemente protegiéndola después de salvarla del enemigo. Sólo así (y por el peso del apellido de la rubia) soltaron al joven Jaeger y lo reintegraron en sus funciones.


“Jaeger, a tu posición.”
“¡Señor!” exclamó volviendo al presente y notando que el superior Ackerman apareció a su lado. En esos momentos, Jaeger cargaba a un compañero caído con intenciones de ponerlo a salvo. “No puedo dejar a mi compañero aquí.”
“…” Notó que Jaeger sintió miedo de sus reacciones. “A tu posición.” volvió a ordenar. “Yo me encargaré del soldado.”
“¡Sí, señor!” obedeció. Dejo a su compañero con el señor Ackerman, el hombre de cabello negro lo puso a salvo en un sitio escondido para volver por él posterior a que terminara el fuego y se preparó para el siguiente ataque. “No te despistes, Jaeger…” le indicó cuando estuvo cerca, al ver que dudaba en soltar el tiro. Vio en la dirección de la mira de Jaeger, comprendiendo sus titubeos: el rival era incluso más joven que él.
“…”
“…” El hombre se mantuvo estoico, pero entendía que la guerra era así de cruel para ambas partes. “Esto acabará en algún momento, niño.”

Fin del flash back

Slaine observaba atento cómo su hermano Henry se alistaba el uniforme en la tienda de campaña, dispuesta para los combatientes de más alto linaje. Era la primera vez que el joven Slaine era enviado directamente a la zona crítica de conflicto y estaba orgulloso de sí mismo y de sus hermanos mayores a los cuales admiraba profundamente.
Si bien los demás soldados eran de trato grato hacia él, Slaine anhelaba tener la atención de sus hermanos mayores quienes, lamentablemente, apenas le dirigían la palabra debido las contingencias de guerra que los involucraban.

“Slaine…”
“¿Sí?” por fin Henry le hablaba. Slaine sintió emoción. Desde que habían llegado al punto crítico no le había dirigido la palabra más que para darle alguna instrucción de dónde ubicarse o una orden de qué hacer.
“Soñé contigo.”
“…” La frustración lo albergó. Era su primera charla con su hermano y era una charla innecesaria. Pensaba que Henry le halagaría por cómo Slaine estaba llevando a cabo sus deberes. Se sintió un poco molesto por lo que le decía, no estaba seguro si su hermano no lo tomaba en serio o se estaba burlando de él. “¿Qué?”
“Era un sueño donde habían pasado muchos años, y te veía feliz… Vivías libre y feliz. Residías en un país de Europa, después de que estudiaras y viajaras por los continentes… Estabas con tu esposa, y conocía a mis sobrinos. Parecía una gran vida.”
“¿A qué viene esto, Henry?” preguntó con indignación.
“A que sería hermoso que vivieras tu propia vida sin estar bajo las órdenes de nuestro señor padre. O de los sueños de otros…” ni tratar tortuosamente de cumplir las expectativas de otros. 
“No digas esas cosas…”
“La guerra no es para ti. No deberías estar aquí…” se terminó de arreglar el cuello de la casaca. “Tu futuro deberías estar muy lejano a este infierno”
“¿Crees que no sirvo?” preguntó con indiferencia, aunque internamente se sentía muy irritado por sus comentarios. “¿Me estás expulsando del frente de guerra?”
“No es eso…” suspiró, desilusionado. Apreciaba a su hermano menor, pero resultaba ser un gran necio (incluso más que él) cegado con tratar de enorgullecer a su padre “Sólo que, a veces, debes tratar de alcanzar sueños que te hagan sentir en paz contigo mismo que sumergirte en deseos de otros que te sumergen en un infierno del que no puedes salir.”
“No.” negó tajantemente. “No podemos hacer las cosas de otro modo. No entiendo por qué dices esas tonteras sin asunto. Si esto es un infierno, es el infierno que yo quiero. Son las llamas que yo mismo acepto que me quemen. Nosotros tenemos nuestro destino forjado, si no lo quieres cumplir es un deshonor. Yo no dejaré de seguir el camino que nuestro padre ha preparado para mí, porque es un camino de honor y es lo que debo hacer.”
“Lo sé…” sonrió brevemente. “También… Es mi deber.” Y no dejaría de hacerlo. Pero tal vez al ser Slaine menor que él, tenía la oportunidad de luchar porque fuera lo contrario. Lamentablemente, no tenía esa intención. “Slaine, ve con el escuadrón…” dio término a su compañía.
“…” supuso que Henry ya no deseaba hablar más con él. “Espero no escuchar nuevamente algo como esto ni qué sigas pensando del mismo modo. Me has defraudado, hermano, y siento que me has traicionado. Siempre te he admirado y aspirado a ser tan siquiera la cuarta parte de lo que eres, pero la charla de hoy no me hace más que verte como un tonto demente…” le atacó con algo que podía ofenderlo, puesto que el padre de ambos solía hostigar a su hermano mayor con la idea de que se volvería loco algún día. “Será mejor que Cain no se entere de esta charla.” felizmente, su hermano Cain era todo lo que deseaba ser y se mantenía esa imagen intacta.
Slaine estaba dolido, como se debe estar ante la imagen de un ídolo caído. 
“…” sólo lo observó indiferente, su hermano le hizo una reverencia y se retiró.
El rubio terminó de alistarse y fue con su grupo de compañeros y juntos partieron a enfrentarse al enemigo. Sería un largo día.

Después de ayudar al señor Smith a atender a los soldados heridos en la tienda de campaña, Emilia salió unos instantes de la tienda para despejarse brevemente. A la tienda llegaban los soldados heridos en la batalla un tanto mas lejos, y por suerte la ubicación de la cruz roja no estaba en un perímetro peligroso.
Ella pudo cumplir adecuadamente las funciones otorgadas y resultó ser una muy buena asistenta para el Doctor Smith, y fue cuando ya tuvieron todo en orden que el rubio le dio un espacio de libertada para que pudiera tomar algo de aire.

Al salir de la tienda la joven se distrajo viendo a los soldados que deambulaban por los alrededores. Un grupo de ellos jugaba una partida de cartas, riendo divertidos, muy ajeno a sus propias lesiones y a la guerra en sí. Emilia sonrió feliz de que ellos se pudieran distraer aunque sea un poco en momentos como esos. Más allá un grupo de soldados acababa de retornar de la zona crítica, era un grupo pequeño y por lo que escuchó de uno de los soldados que jugaba cartas aquel montón había sido un grupo mucho más amplio antes de irse. Lo único que calmaba a los hombres es que ese grupo había logrado avanzar y destruir a un núcleo importante de los enemigos.
Emilia buscó con curiosidad algún rostro conocido, notando que entre ellos iba el señor Lancaster. Las miradas de ambos se entrecruzaron y reaccionaron notando lo sorprendidos que estaban los dos de encontrarse a cada uno en ese sitio. Eventualmente cuando el grupo de soldados se disipó, Emilia se acercó tímidamente hasta el señor Lancaster y buscaron un espacio de privacidad lejos de la mirada de curiosos.

“Emilia, viniste a mí.” le dijo el joven rubio, sujetando el rostro de la platinada con ambas manos y mirándola fijamente a los ojos.
“Señor Lancaster, estoy feliz de volver a verlo.” masculló con cierta dificultad. No había esperado aquel tacto tan cercano de su parte. Su mirada y sus ojos calipsos eran muy intensos. “Es una bendición saber que está bien. ¿No se ha lastimado en el encuentro de hoy?”
“Estoy bien.” suspiró, sonriéndole un tanto desilusionado. Emilia mantenía su distancia de él y eso era lo correcto y era el comportamiento esperado por parte de una dama como ella, aunque habría gustado de sentirla más  familiarizada consigo. “Por favor, sólo llámame por mi nombre.” le soltó el rostro suavemente. “¿Cómo es que has llegado…? Ah, la cruz roja.” negó con su cabeza, torpemente. “Lamento ser tan despistado”
“No tienes por qué disculparte, Henry…” a Emilia le costó llamarlo por su nombre, pero se sintió bien poder quebrar la jerarquía de trato. “Estaré contigo por un tiempo hasta que todo esto acabe.” le sonrió.
“Es peligroso…”
“Pero es mi deber.”
“Lo sé.” asintió. “Te protegeré con mi vida, como sé que tú me protegerás del mismo modo.” porque Emilia Bennet no era una dama débil que esperaba protección de un príncipe y se le prometiera cuidarla unilateralmente. Ella era una mujer fuere que entregaba una condición igualitaria.
“G-Gracias.” ella abrió enormemente sus ojos, conmovida. “¡Prometo que cuidaré de ti, Henry!” exclamó, impulsiva. “Y trataré de pasar tiempo contigo cuando vuelvas de tus enfrentamientos bélicos para conversar de cosas más amenas y puedas distraerte cada momento que estemos juntos.”
“…” la espontánea efusividad de Emilia le dejo un tanto confundido. Era una de las únicas persona que se empeñaba en querer cuidarle y sentirlo feliz. Era algo a lo que no estaba acostumbrado. Embozó una sonrisa inocente. “Gracias, Emilia. Esperaré con anhelo esos momentos.” seguidamente, indicó con la mirada a los demás soldados “Debo irme ahora. Quédate en la tienda de la cruz roja y no te acerques a los perímetros peligrosos, por favor.”
“Me quedaré en el punto seguro.” pero sí le tocaba acompañar al señor Smith a atender soldados en pleno campo de batalla, no se negaría. Pero ese detalle no tenía que saberlo el señor Lancaster.
Ambos se despidieron con un gesto escueto pero con una sonrisa jovial en sus rostros que nadie ni nada podía borrar.

En medio de ese ambiente turbulento, oscuro y angustiante, podía haber un halo de felicidad.
« Last Edit: December 28, 2019, 10:57:13 AM by Kana »


Eureka

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #65: December 29, 2019, 01:15:56 AM »
yo: no pondré jotitos
yo, ahora: failed step one




***



La refrescante brisa en su rostro estuvo a punto de adormecerlo, pero Wolfgang se levantó de golpe al recordar sus pendientes: había acordado en reunirse en la tarde con Lord Assa en la mansión de los Väring para coordinar aspectos relacionados al banco. Involucraba unos temas delicados respecto a la pronta expansión del banco a otros países del continente y no podía dejar de lado sus responsabilidades.

Sin embargo, la calma que sentía en esos instantes lo motivaba a quedarse un rato más en aquel inmenso descampado a unos kilómetros de la residencia de los Lancaster. Sumado a esto, Henry yacía dormido a su lado y le costaba contemplar la posibilidad —y el deber— de despertarlo de aquel agradable sueño que tenía. Su expresión pacífica le impedía atreverse a perturbarlo.

Llevaba un par de meses viviendo junto a los Lancaster y se había convertido en una rutina escaparse unas horas con Henry para explorar los alrededores al menos una vez a la semana. Uno de los caballos de su propiedad había congeniado de maravillas con él, tanto así que hasta lo había bautizado con un nombre: Aaron. A cambio, el corcel había desarrollado un fuerte apego hacia él, pese al terrible primer acercamiento que habían tenido.

Aún podía recordar las risas de Henry cuando el caballo se alzó y ocasionó su estrepitosa caída directa al lodo del establo. Sin duda, había sido una terrible manera de iniciar con esa breve alianza. Pero Aaron había dejado a lado su inicial rencilla para acomodarse a su ritmo y, eventualmente, lo había reconocido como un jinete digno de guiarlo.

Wolfgang observó de reojo a Aaron mientras pastaba junto al caballo de Henry, a unos metros de allí. Sonrió levemente, y volvió a echarse en el campo, observando las nubes sin prestarles mucha atención.

Momentos como ese parecían tan extraños y disonantes en su vida agitada: estaba tan acostumbrado a moverse de un lado a otro o a enfocarse enteramente en su puesto para evitar tener que lidiar directamente con su padre, que al final del día, no se permitía contar con el tiempo libre como para socializar o dedicarse a sí mismo. Había sido al lado de Henry que Wolfgang había empezado a tomar en cuenta ese aspecto de su vida: la vida en casa ajena lo había obligado a interactuar más con sus anfitriones y así había terminado siendo buen amigo de Henry, por sobre todos los hermanos Lancaster. 

Por inercia, su mirada se desvió hacia él, y lo contempló en silencio por unos instantes.

“¿Wolfgang?”

La voz de Henry lo hizo saltar en su sitio, un tanto asustado y sorprendido. Sin embargo, su amigo aún seguía en la misma posición, con los ojos cerrados y la mejilla apoyada en sus manos.

“Mis disculpas, Henry. Tal parece que terminé perturbando tu sueño.”
“Ando despierto desde hace un buen rato.” Henry sonrió. “Es sólo que te sentí observándome en varios momentos.”
“Bueno, no es novedad.” Henry rio levemente ante aquel comentario. “Siempre tengo la misma disyuntiva: levantarte o no. No miento cuando admito lo terrible que me siento al pensar en despertarte.”
“…Y por ello nunca lo haces.” Henry abrió los ojos, aún con una sonrisa en el rostro. Se giró levemente hasta imitar la pose de su amigo, con el rostro frente a las nubes que se movían perezosamente en el cielo. “El día está muy tranquilo. Tengo el presentimiento de que me he olvidado de algo.”
“Me sucede lo mismo.” Esta vez, fue Wolfgang el de la risa. “Lo más probable es que esté relacionado a mi regreso a Frankfurt, pero me alegra poder despejarme un poco de los asuntos relacionados al banco. Tengo suficiente con la reunión pendiente con Lord Väring, no necesito complicarme más la vida.”
“¿Tienes que partir pronto?” Henry se mostró preocupado.
“Sí, la idea inicial había sido quedarme con ustedes tan solo por un par de meses.” Wolfgang se veía un tanto conflictuado con ello. “Sin embargo, extendí mi permanencia y por ello debo pedirte mil disculpas.”
“No, no tienes nada de que disculparte. Al contrario, ha sido realmente grato contar contigo todos estos meses.”
“…Digo lo mismo del tiempo que he pasado contigo y los tuyos. Han sido los meses más bonitos de mi vida, sin exagerar.”
“Lo míos también.” Henry sonrió.
“Sin embargo, me preocupa mi hermano.” Wolfgang no pudo esconder su ansiedad. “Te comenté acerca de él, ¿no?”
“Por supuesto. Killua suena muy ameno.” Henry le sonrió.
“Lo es. Espero contar con la oportunidad de regresar con él, para que pueda conocerte a ti y a tus hermanos. Se que se llevaría de mil maravillas con Ciel.”
“Con lo que me has hablado de él, estoy seguro de que ese sería el caso.”
“Sí.” Wolfgang asintió. “La verdad es que me preocupa que esté solo con mi padre, si te soy sincero. Te hablé sobre él… es un hombre detestable y rechazo la simple posibilidad de que este inculcándole sus valores. Sólo conmigo allí es que Killua puede tener un mejor ejemplo del hombre que debe ser cuando crezca. No significa que me considere tan digno y admirable, pero—”
“Oh, descuida.” Henry rio suavemente. “Si entiendo a lo que te refieres. Y si es por mí, puedo afirmar con mucha certeza que lo eres. No me agradaría que tomes mis halagos como banales, pero no puedo evitar recordarte siempre lo majestuoso y agradable que eres. La persona que más admiro, si te soy sincero.”
“¡Henry!” Wolfgang se tapó la cara de la vergüenza.
“Pero es cierto. Estoy seguro de que Killua te admira muchísimo, también. Tiene un hermano mayor increíble.”
“…Gracias. No soy merecedor de tan lindas palabras.” Wolfgang le sonrió. “Pero soy la única persona que puede mostrarle el camino correcto. Es mi deber volver con él.”
“Se que no te agrada la idea de volver con tu padre, pero es realmente enternecedor que pongas a tu hermano por sobre tu incomodidad.”
“No es nada grandioso. Se que tú harías lo mismo de estar en mi posición.”
“Nunca sería capaz de desafiar a mi padre como lo haces tú, querido amigo.” Henry sonrió, apenado. “Creo que tu actitud decidida es una de las cualidades que más admiro de ti.”
“Henry, me preocupa que no me veas defecto alguno.” Wolfgang rio.
“Te puedo asegurar que ese no es el caso. A veces tu impulsividad—”
“¡NO!” Wolfgang se tapó los oídos. “¡Déjame vivir aquella ilusión!”
“Conste que yo sólo intento ser sincero contigo.” Henry rio.
“Lo sé, nunca me mentirías…” Wolfgang hizo una breve pausa y continuó, desviando su mirada hacia el cielo. “Me sorprende el poco tiempo que me tomó acercarme tanto a ti. Estoy tan acostumbrado a la hipocresía… y encontrarte ha sido maravilloso. Eres la persona más sincera que conozco.”
“¿Ahora soy yo el que recibe halagos?”
“Nunca son suficientes, Henry. Siento que es realmente valioso encontrar gente como tú en el mar de personas falsas y artificiales que nos rodean. Existe una autenticidad en tu trato que admiro enormemente.”
“Ah, te expresas de una manera tan bonita sobre mi persona, cuando yo siento que es todo lo contrario.” Henry sonrió apenado. “Tú eres sumamente auténtico. Debo admitir que extrañaré compartir contigo y, en especial, estos momentos de calma a tu lado.”
“Digo lo mismo.”
“Me gustaría que continúen…”
“Lo harán, cuando regrese.” Wolfgang le sonrió, mientras se incorporaba en su sitio y limpiaba su vestimenta sin mucho cuidado. Luego de alzarse y levantarse, se giró hacia Henry y le ofreció su mano. Su amigo la tomó y Wolfgang lo ayudó a pararse.
“¿Regresarás?” preguntó Henry, esperanzado.
“Por supuesto, te dije que Killua necesita conocer a Ciel.” Wolfgang rio. “¿Bloqueaste aquel comentario de tu mente?”
“Creo que no lo procesé del todo.”
“Bueno, por si necesitas escucharlo una vez más, volveré.” Wolfgang sonrió de lado. “Aunque no niego la posibilidad de que seas tú quien vaya a verme en un futuro. Sería hermoso llevarte conmigo a Frankfurt en alguna oportunidad, ahora que lo pienso.”
“¡Esa idea suena maravillosa!”
“Apuesto a que te encantaría.” Wolfgang asintió. “Tenemos que coordinar eso.”
“Temo lo que diga mi familia, eso sí.”
“Veremos cómo lidiar con eso. Pero de mí no te escapas.” Wolfgang le dio un par de palmadas en su hombro, con una sonrisa socarrona. Luego, corrió hacia los caballos, subiéndose a Aaron luego de apoyarse en su lomo y saltar sin mucho problema. Henry lo imitó, aunque a su propio ritmo.

Pronto se vieron regresando a la mansión, compartiendo risas y conversación amena en el trayecto. Wolfgang casi se distrae lo suficiente como para olvidar la reunión con Lord Assä, pero felizmente tenía a Henry a su lado para recordarle sobre aquel pendiente. Para ciertas cosas, su amigo tenía una memoria perfecta. 



No sucedía lo mismo con otras, pero Wolfgang estaba decidido a cambiar ese detalle.



***



 
“¿Wolfgang?”

La voz de Lord Michael lo sacó de sus pensamientos.

Wolfgang salió de su trance, sacudiendo levemente la cabeza para hacer ese recuerdo a un lado por completo.

“Disculpe aquella falta de respeto, Lord Rothschild.” Wolfgang inclinó la cabeza levemente. “Es completamente válido que me juzgue por andar tan distraído. Estamos conversando sobre temas de suma importancia y yo ando con la cabeza en otro lado.”
“No se preocupe,” le aseguró Lord Michael. “Sin embargo, debo admitir que en efecto, lo he notado muy ido. ¿Es por su regreso a Frankfurt?”
“…Sí,” respondió Wolfgang, ido. “Debe ser por eso.”
“Descuide. Si eso lo tiene preocupado, debo informarle que es usted libre desde este momento.” Lord Michael sonrió. “No tengo nada más que decirle. Sólo debo hacer hincapié en mis saludos a Lord König.”
“Por supuesto, le haré llegar sus saludos.” Wolfgang se levantó de su sitio, e hizo una reverencia. “Hasta pronto, Lord Rothschild.”
“Hasta pronto, Wolfgang.” Lord Michael sólo atinó a inclinar levemente su cabeza, sin dejar su posición en su escritorio.
“Quedo agradecido con usted. Sin más, me retiro.”

Michael sólo le sonrió: con ese gesto, Wolfgang supo que el mayor le permitía librarse de sus deberes por el resto del día. Al menos podría descansar unas horas antes de su regreso a Frankfurt la mañana siguiente.

Habían sido semanas atareadas con las conversaciones y negociaciones sobre la pronta expansión del banco a paises aledaños. Una serie de accionistas se oponían al arriesgado movimiento, pero Wolfgang, Assä y Michael habían defendido su postura. VR no podía permanecer sólo en Inglaterra y Alemania.

Los accionistas no estaban equivocados en su recelo, pero era ilógico aguardar durante meses sin una acción concreta: nadie estaba seguro de lo que el futuro les deparaba y existía la pequeña posibilidad de que el banco se viera afectado por el desenlace de la guerra.

Gracias a aquellos engorrosos asuntos, Wolfgang se había olvidado por completo de que Chrom le debía una charla hasta que el muchacho lo interceptó antes de poder retirarse a su habitación.




“¡Wolfgang!” Chrom corrió hacia él ni bien lo divisó a lo lejos. Por curiosidad y sorpresa, Wolfgang se quedó quieto y lo esperó, un tanto interesado en su urgencia.
“Chrom, ¿te encuentras bien?”
“¡Sí!” le dijo el peliazul, ni bien lo alcanzó. “Mejor que nunca. Necesitaba conversar contigo antes de que regreses a Frankfurt. Espero no incomodarte si ya contabas con otros planes.”
“Oh, no, descuida. Estoy libre por el resto del día.”
“¡Perfecto!” Chrom sonrió. “¿Me acompañas a dar un paseo en caballo? Es un poco tarde pero conozco los senderos a la perfección.”
“Por supuesto.” Wolfgang asintió, un tanto emocionado con aquel plan.







La vista desde aquella loma era espectacular: el sol se ponía en el horizonte y bañaba todo el panorama de sus tonalidades carmines y naranjas. Wolfgang se sintió muy dichoso al poder observar la hermosa vista frente a sus ojos, quedándose ensimismado con el paisaje por unos breves momentos.

Chrom lo sacó de sus pensamientos al bajar de su corcel y tomar asiento a unos metros de allí. Wolfgang lo imitó, un tanto curioso por la enigmática actitud de su amigo. Tal parecía que Chrom andaba guardándose algo y no podía seguir escondiéndolo.

“Ante todo, debo reiterar mi agradecimiento por lo de la señorita Bennet. Sé…” Chrom desvió la mirada, un tanto apenado. “Sé que también le guardas interés a Camille. Lo pude notar en el baile de su hermana. Y también me di cuenta de que era mutuo, por lo que nunca esperé que—”
“Descuida, Chrom.” Wolfgang le sonrió. “Esto nunca fue una competencia. No niego lo que dices, pero debo recalcar que mis ilusiones eran en vano. Ahora sé que no puedo otorgarle lo que ella merece. Por el contrario, estoy seguro de que a tu lado será inmensamente feliz. No pierdas la oportunidad de compartir con ella.”
“Disculpa mi impertinencia, pero no puedo llegar a comprender por qué te rendirías así de fácil. ¿Debo suponer que no es por su familia?”
“Y supones correctamente.” Wolfgang asintió. “Esos factores son detalles a mis ojos. Camille es perfecta. Es una mujer con la que me casaría, de ser posible. Sin embargo, no quiero someterla a una vida amargada como la mía. No pretendo negar los problemas que los tuyos tienen, pero mi familia es un tanto más complicada.”
“¿Esas no son excusas?”
“Tal vez.” Wolfgang observó el atardecer, pensativo. “Tengo miedo, Chrom. Aún no sé bien de qué, pero lo siento… y eso me está cegando por completo.” El rubio se giró hacia su amigo. “Sin embargo, mis buenas intenciones son genuinas. Quiero que tú y ella sean felices. Lo merecen, y se los deseo de todo corazón.”
“No hables así, por favor.” Chrom se mostró preocupado. “Agradezco muchísimo lo que haz hecho por mí, pero no puedo quedarme tranquilo mientras observo cómo sufres al prohibirte ser feliz. Yo también te deseo lo mejor, Wolfgang. Por ello, preferiría que le dejemos a Camille la opción de decidir.”
“…” Wolfgang se giró a dedicarle una sonrisa pequeña. “Gracias, Chrom.”
“No hay problema, querido amigo.” Chrom le devolvió la sonrisa. “Más bien, quería comentarte acerca de algo que me tiene un tanto preocupado. No es un tema de conversación que tendría con cualquier persona, pero sé que harás un esfuerzo por entender lo que te contaré a continuación. Si alguien me puede escuchar, de seguro eres tú.”
“¿A qué te refieres?” Wolfgang no pudo ocultar su curiosidad.
“Es sobre mi hermano mayor. De seguro habrás notado que Hubert anda un poco distinto.”
“Lo he visto de mejor humor. ¿Está relacionado al baile en el palacio?”
“Sí. Allí… conoció a un noble, el señor von Aegir,” comentó Chrom, desviando su mirada hacia el atardecer. “Me enteré que tuvieron una terrible primera impresión del otro, pero para el final de la noche, se permitieron compartir un momento juntos y encontraron varias cosas en común. Se llevan de mil maravillas. Sospecho… que no es una relación normal de allegados.”
“…” Wolfgang demoró en conectar los hechos, hasta que todo le cayó de golpe.

Nadie hablaba del tema.

Era un tabú y la sociedad hacía lo imposible por no visibizarlo, más aún cuando existía pena de muerte por ello. Sin embargo, era predecible que Wolfgang hubiese escuchado rumores al respecto en sus viajes por el continente: llegaban a sus oídos historias de hombres o mujeres que se enamoraban de una persona de su mismo sexo.

La mayoría de personas lo veía como un tipo de enfermedad, si es que salía a la luz. Sin embargo, Wolfgang pensaba distinto. Era inusual, por supuesto, pero no le causaba repulsión en lo absoluto. Era cierto que, al final del día, Wolfgang se guardaba sus comentarios, pero en su interior, no le veía conflicto al tema. Aún así, entendía sus límites como miembro del comité del banco y, pese a su rebeldía, prefería no entromerse en asuntos tan delicados como aquel.



Sin embargo, escuchar los rumores de que aquel tipo de relación podía estar ocurriendo en su entorno social era un tanto —por no decir muy— sorprendente.

Más aún, tratándose de Hubert. Si no estaba equivocado, el hombre tenía prometida.

“¿Estás sugiriendo que…?”
“Precisamente. No quiero levantar falsos testimonios, pero así lo siento. No tengo pruebas, y justo por ello no he querido acercarme a Hubert a conversarle al respecto.” Chrom volvió su mirada hacia Wolfgang, un tanto asustado. “Quién sabe lo que me haría en caso esté equivocado.”
“No bromeo al plantear que no vivirías para contarlo.”
“Lo sé.” Chrom suspiró. “Mi hermano es de temer… Aunque tú has sido mucho más osado con él durante estos últimos meses.”
“Lo siento. Creo que eso terminó influyendo en su trato contigo. Sin embargo, tengo un límite y Hubert lo propasó varias veces. Es… insoportable. Disculpa mi impertinencia.”
“Descuida, no te juzgo por expresarte de esa forma. Yo me siento igual. El único que nos comprende es Marth, que también lo sufre de vez en cuando.”
“Dios nos salve de Hubert Rothschild.” Wolfgang rio. “Sin embargo, Chrom… Debo admitir que me encuentro un poco sorprendido. Eres un hombre muy agradable, pero es de esperarse que las personas de nuestro entorno tomen actitudes desagradables cuando se trata de estos temas tan delicados. Vivimos en una sociedad tan cuadriculada donde todo está establecido de cierta forma y es imposible ir en contra de la norma. A la gente que intenta vivir a su manera la mandan lejos, como es mi caso. Y yo no he hecho más que rebelarme en contra de mi padre. Por Dios, condenamos a las parejas que se escapan. Es ridículo.” Wolfgang bufó, enojado. “De solo pensar en lo que le hacen a esos pobres hombres…”
“Para la sociedad son actos viles. No creo que sea así, si te soy sincero. No es tan sencillo categorizar todo de una manera positiva o negativa. No sabemos qué pasa por sus mentes o cómo se sienten.” Chrom suspiró. “Estas semanas le he dado vuelta al asunto y he encontrado que no debería importar lo que tú, yo o el resto de nuestras familias y socios piensa. No tenemos derecho a opinar o a entrometernos. Sin embargo, si su bienestar está en juego, apoyaré a mi hermano pese a todo.”
“Es muy noble de tu parte.” Wolfgang sonrió. No se había equivocado al creer fervientemente que Chrom era una buena persona, a diferencia de su padre y su círculo social. “Más aún, con el trato que tiene Hubert hacia ti.”
“No creo que sea noble.” Chrom le sonrió. “Tan solo me importa la felicidad de mi hermano. Es cierto que no hemos contado con una relación ideal, pero no significa que no me importe su bienestar. Por eso… llegué a contemplar la opción de que se fueran a otro país.”
“Me sorprende lo planeado que tienes todo.” Wolfgang rio. “Y ni siquiera has confirmado tus sospechas.”
“Bueno, estoy esperando a que llegue el momento en que Hubert no aguante más y venga a mí. No hay nadie en nuestro entorno dispuesto a ayudarlo… Estoy seguro de que, por ello, lo hará, eventualmente. Y aquí estaré para él. Lo escucharé y le otorgaré mi apoyo. Siéndote sincero, planeo plantearlo como parte de los directivos que iniciarán el banco desde cero en otros países.”
“Es una oportunidad perfecta, realmente.” Wolfgang asintió, emocionado. “Estoy enterado de que en Francia las leyes son mucho más lenientes, pero sería cuestión de averiguar e informarse al respecto si es que existen casos similares en otros países del continente. Mientras la guerra siga su curso, no podemos incluirlo como opción.”
“Huh.” Chrom soltó una carcajada. “Me divierte cómo te incluyes en el problema como si Hubert fuese uno de los tuyos.”
“Ustedes son como familia, Chrom.” Wolfgang le sonrió. “Tal vez por ello rechazo tanto a Hubert. Es como el hermano mayor insoportable que nunca tendré.”
“Y vaya dicha la que tienes.”
“Eso no te lo niego.”

Los dos se permitieron un par de risas al respecto, y luego, continuaron compartiendo un momento tranquilo en medio de todas las preocupaciones que los aquejaban.

El tema de la guerra era el que Wolfgang aborrecía más. Una mención al respecto y su mente desviaba todos sus pensamientos hacia Henry… como si no fuese suficiente pensar en él día y noche sin cesar. 

Le había sorprendido distraerse a tal punto de sumirse en sus recuerdos durante una reunión de negocios aquel día, pero suponía que su ansiedad iba por sobretodo. Tan sólo esperaba que se encontrara bien. 



Pese a las revelaciones de aquel día y al viaje inminente que debía realizar, Wolfgang regresó a la mansión de los Rothschild con una misión clara: redactarle una carta a su buen amigo, rogando que llegara a él lo más pronto posible.




« Last Edit: December 29, 2019, 01:47:32 AM by Eureka »


Apple

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #66: December 31, 2019, 09:16:42 PM »
El último fic del año omg ;_;

Lo que esta en cursiva es un flashback.

7


El día habia llegado, era tiempo de partir al Reino de los Paises Bajos donde el duque de Wellington esperaba a varios regimientos ingleses, rusos y prusos para la batalla contra las tropas francesas.

El Coronel Ike Middleton permanecia impacible, observando el turbio mar de otoño que atacaba el barco con olas imponentes. A su lado Robb trataba de mantener la misma serenidad de su amigo, Ike se percato de su nerviosismo tipico de un soldado que parte por primera vez a la batalla. Y por añadidura, Robb se había escabullido al barco de su regimiento sin avisarle a nadie. Eso  le pesaba bastante y sabia que a su regreso se las tendría que ver con Lord Stark.

Le  sorprendía bastante que Robb hubiera tomado una desición tan precepitada e irreponsable, sin el consentimiento de su familia. No lo culpaba por querer algo de aventuras y desear hacer su propia fortuna sin estar a la sombra de su padre pero aún siendo bastante sensato, Robb no tenía idea de a que se enfrentaba. Lo que fueran a vivir en Waterloo iba a ser un infierno.

Cuando el primer oficial del barco pasó avisandoles que desembarcarian en una hora, el coronel Middleton decidió bajar a su camarote y escribir unas cartas. La primera era para su padre, la segunda era para sus superiores en Ingleterra explicando la situación con Robb Stark y la última era para Lady Aika Romanova.


El coronel Ike Middleton no esperaba tener que hacerla de niñera durante su estadía en Bloomington. Pero tras los ruegos del obstinado alcalde Trump y la promesa de otro día de ocio en Keyfield Park no tuvo otra opción más que aceptar.

El, a diferencia de sus amigos, no era parte del grenty o la aristocracia. Su padre era un comerciante que con mucho esfuerzo, y desde que era muy joven, trabajó de sol a sol para sacar adelante sus empresas y convertirse en un hombre de fortuna. El coronel heredó esas virtudes y fue lo que le permitió escalar los rangos del ejército de su majestad. Tras pelear en el continente por un par de años, pronto de encontró siendo coronel con una comisión en Berkshire, donde se encargaba de resolver problemas internos dentro de Inglaterra y entrenar a los futuros soldados del rey; tan excepcional era su trabajo que en su uniforme ya se lucían unas medallas y un par de ordenes.

Estas reducían bajo el sol de medio día en su casaca roja mientras escoltaba a lady Aika Romanova al ayuntamiento de Bloomington donde el alcalde Trump les esperaba para un almuerzo con los concejales del pueblo. Ike usualmente rehuia de esas situaciones demasido formales, lo suyo era el campo de batalla y las ocasiones mas rústicas. Pero el alcalde Trump temía de un ataque de los deplorables franceses a la señora, y lo consideró la mejor escolta para hacer el trabajo.

Claro... como que si la armada de Napoleón fuera a invadir Bloomington en cualquier momento. El alcalde no se daba cuenta que su paranoia injustificada resultaba absurda, casi graciosa. Ike que había estado en el campo de batalla y peleado cara a cara con los galos sabía que eran enemigos temibles, pero la amenaza de una invasión era absurda. La guerra ya llevaba un par de años en estado de hibernación, con pequeñas batallas por aquí y allá pero ninguna significativa. Napoleón parecía tener dificultades aún para afianzar su poder en Francia como para atreverse a invadir el Reino Unido.

Los pensamientos de Ike cuando estaba solo casi siempre eran en torno a la guerra y lo que había visto en el continente. Cuando veía a los jóvenes, casi niños, cadetes no podía evitar verse reflejado en ellos cuando era apenas un crío del verano que no había experimentado el invierno de la guerra con el retumbe de los cañones y el llanto de agonía de los hombres que quedaban esparcidos por los suelos. Esas imagenes nunca parecían abandonarlo e incluso lo visitaban mientras dormía en forma de grotescas pesadillas que preocupaban a sus familiares y amigos. En algún momento Ike creyó que tras aceptar la comisión que le otorgó la corona y vivir placidamente en Berkshire aullentaria esos horribles sueños, pero estos se negaban a dejarlo en paz y en ocasiones pensaba que hubiera sido mejor quedarse en el campo de batalla y esperar la muerte inminente.

-Coronel Middleton ¿se encuentra bien?

La pregunta de la noble lo saco de sus pensamientos y le sorprendió un poco ¿desde cuando las princesas de reinos lejanos se preocupaban por soldados como él?

-Sí, por su puesto. Solo admiraba el paisaje de Bloomington.

-Es un hermoso lugar, ¿no le parece? En Moscu usualmente es muy frio y no tenemos tantas flores silvestres. Al igual que San Petersburgo. Planeo quedarme aquí todo el verano.


Las palabras que salian de la boca de lady Aika eran francas y amables siempre. El coronel Middleton nunca se imaginó que le llegaría a tener tanta estíma a una joven de noble cuna, menos a una  aristocrata rusa. Todo el verano que paso junto a ella el coronel se permitió olvidar los horrores de la guerra por un momento y disfrutar de la languidez y complacencia de unas comodas vacaciones en el campo. Solo hasta que desembarcaron y monto su caballo con el objeto de llegar a Waterloo se dio cuenta de lo mucho que amaba a lady Aika y su deseo de volver a verla. Era la primera vez en mucho tiempo que no deseó morir en batalla.


Mery

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #67: December 31, 2019, 10:57:08 PM »
Una de mis metas para el 2020 es escribir más ;;;;
debo recuperar mis notas, IMSOSORRY



3
An eventful night part 1


Era el día que tanto habían esperado, Shura parecía tener luz propia y su sonrisa desprendía tanta dicha e ilusión que era contagioso. El hogar de los Bennet estaba en constante movimiento y los preparativos de las jóvenes hijas se desarrollaron entre risas y armonía. Para Mery, que adoraba los bailes, parecía que el tiempo no podía ir más a prisa.

Cuando la ceremonia comenzó y la pequeña Shura tuvo la oportunidad que tanto deseaba de brillar frente a todos, Mery casi vibraba de emoción. Recordaba con añoranza su propio baile el año anterior y deseaba que su hermana lo disfrutara tanto como ella lo hizo. Una vez que notó que sus familiares empezaban a dispersarse, tomó la oportunidad para encontrar a sus amistades

“Te ves muy bella, Rose.” Dijo la menor muy sonriente al hallarla. La joven pelirroja llevaba puesto un vestido blanco entallado que relucía su figura.
“Puedo decir lo mismo de ti, querida.” Contestó ella a su vez mientras se abanicaba con ligereza. “Te veo notablemente feliz, por cierto.”
“Imposible no estarlo.”
“Por supuesto.” Rose asintió y la guiaba entre los asistentes mientras buscaban a Alice, quien no debía estar lejos.
“Siento que hay más personas de las que esperaba.”
“Luego de la invitación del alcalde Trump, ya lo veía venir.”
“Pero se lo agradezco mucho.” Dijo Mery con cierta timidez, Rose sonrió.
“Es una bella noche, todo saldrá bien, lo verás. Aunque me pregunto qué sorpresa nos vendrá hoy Alice.”
“¿Hoy? ¿Por qué lo dices?”
“Oh, querida, es cierto que no estuviste allí para presenciarlo.” Recordó Rose mientras se formaba una sonrisa pícara en su rostro. “Verás, el día que viste a Alice fue precisamente el mismo día en que ella llegó a Bloomington. A pesar de que estuvimos juntas unas horas antes que tú, no tuvimos la oportunidad de hablar mucho; sin embargo, me comentó que más adelante nos dirá la razón de su tardía llegada.” Explicó con rapidez. “El punto es que esa mañana vimos pasar a varios grupos de oficiales en Meryton, hay muchos por todas partes a decir verdad. Todo transcurría con normalidad, pero ingresamos a una tienda de accesorios y algo cambió. Yo no había notado nada fuera de lo común y Alice no compartió sus intenciones conmigo, sólo se encaminó con rapidez a unos jóvenes uniformados en el interior. Fue sólo entonces que reconocí al señor Hakaze entre ellos.”

Mery sonrió al escuchar ese nombre. Kaoru Hakaze era un londinense amigo de la infancia de Alice, quien solía visitar Bloomington durante el verano y había sido presentado tanto a ella como a Rose unos años atrás por medio de la propia Alice. Kaoru no llevaba mucho tiempo en la milicia, un año y medio quizás, pero desde su ingreso no lo habían visto y únicamente tenían noticias suyas a través de las cartas escritas por Alice.

“Debe haberse alegrado mucho al encontrarlo.” Dijo Mery ilusionada.
Rose se abanicó con gracia. “Vaya que lo creo.” Canturreó antes de proseguir. “La tienda no era muy grande, por lo que a Alice no le tomó mucho llegar hasta él y, aquí es donde incluso yo fui tomada por sorpresa, le llamó por su nombre y procedió a otorgarle un muy largo y sentido abrazo.”
“¡¡!!” Mery se sobresaltó y se cubrió la boca con ambas manos.
“Logré escuchar a Alice decirle cuánto le había echado de menos mientras ésta reía, ¿pero el señor Hakaze? Él quedó pasmado, algo entendible dada la situación aunque igualmente gracioso; y en un abrir y cerrar de ojos, Alice divisó al capitán Ichinose pasando por la acera de afuera, soltó al señor Hakaze y salió de la tienda a darle encuentro.”
“Oh, Alice...” Mery sonrió con nerviosismo.
“Es una gran, gran lástima que no hayas podido ver la reacción del pobre hombre con tus propios ojos, querida, ¡su rostro era todo un poema!” Era evidente que Rose hacía esfuerzos por no reír, pero se contuvo. “¿Te imaginas al siempre altivo y gallardo señor Hakaze, viéndose cohibido y titubeante luego de ser arremetido por nuestra pequeña amiga? Confieso que era algo que no esperaba ver.”
“Alice es siempre muy ocurrente y transparente en sus acciones.” Comentó Mery más tranquila. “Debió ser un encuentro conmovedor.” Dijo soltando un suspiro.
Rose dudó, pero finalmente sonrió. “No creo que otros pudiesen describirlo de la misma forma, Mery. En realidad, aquello puede calificarse como una acción inadecuada, especialmente viniendo de una señorita.”
Mery se mostró preocupada. “Oh no, ¿en verdad podría ser malo?”
“Bueno, a ella no parece importarle, así que no debe ser algo que nos preocupe.” Le tranquilizó. “Sabes que Alice no tiene un interés particular por la etiqueta.”


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #68: December 31, 2019, 11:03:14 PM »
Pasada flashhhh luego dejo grafiquitos uwu aún tengo como 10 fics que escribir antes de fin de mes, tengo que ver como condensar todo ;_;

Este es mi último fic en Londres, así que debería ir antes del intro a invierno pero c’est la vie~/conchuda


XII.

El baile en el palacio de Buckingham fue, en ojos tanto de su madre como de la propia tía Miranda, todo en éxito para la sociedad de las hermanas Bennett. Entre encuentros amicales -algunos más que otros-, animada danza e introducciones a nuevos círculos de amistades… era muy pronto para decir, pero todo parecía haber andado viento en copa, y la impresión causada por las hermanas provenientes de Bloomington pintaba como una muy positiva.

Lamentablemente, por más agradable que hubiesen sido los pasados días, su residencia en Londres venía llegando a su fin. Las hermanas se ocupaban en organizar sus últimas visitas a conocidos capitalinos, así como comprar detalles que se les hubiese olvidado adquirir. Entre las primeras se encontraba Sayi, quien en compañía de su primo Albert se disponía a cumplir la promesa hecha al señor Souton.

“¿Así que este es el abuelo del señor Souton, el elusivo dueño de Pembroke Abbey?” le preguntó Albert, mientras ambos cruzaban calle y se adentraban en el distrito de Chelsea. Sayi asintió “Vaya, recuerdo haber visitado esa abadía cuando era pequeño, pero el dueño no se encontraba en casa; al parecer eso ha sido lo normal desde hace décadas…”
“Yo también he visitado esa residencia, pero jamás he conocido al dueño. Ni siquiera mamá o papá. Siento que estoy por conocer a una leyenda”
“Pembroke Abbey es un edificio espectacular, así que tengo altas expectativas sobre este famoso dueño”

Llegaron a un bloque de residencias en el clásico ladrillo rojo, y Sayi fue pronta en encontrar el número listado en la invitación. Albert fue quien llamo a la puerta, y el valet fue inmediato en recibirlos y pedirles que esperaran en la sala de dibujo mientras llamaba a los dueños de casa.

Mientras Albert y Sayi esperaban a sus anfitriones, la joven estudió los muebles y la decoración, y sintió una punzada de nostalgia. Aún no cruzaba palabra con el señor pero, a juzgar por lo clásico de los accesorios, antiguos y con el aroma a guardado inundando el ambiente, los detalles a su alrededor habían sido más que suficientes para recordar a sus propios abuelos. Aferrados a tiempos mejores, con una pulcritud envidiable aún si la habitación rebosaba de memorabilia.

El valet anunció al señor Souton y el señor Momiji Souton, y ambos ingresaron a la sala de estar. Sayi extendió una amplia sonrisa al ser introducida por su buen amigo, y el señor Souton senior le devolvió la cortesía con el mismo entusiasmo. A primera vista parecía tener el mismo carácter ameno de su nieto, y aún con varias décadas encima era evidente el parecido físico del uno con el otro.

“Es un honor conocerlo, señor Souton” le sonrió Sayi “Su nieto me ha hablado maravillas de usted, y me siento sumamente afortunada de finalmente conocer al señor de Pembroke Abbey. Mi madre estará muy contenta cuando se entere que tuve el honor de ser recibida en su hogar”
“Finalmente me conoció eh” rió el anciano, y seguidamente le dio una palmada en el hombro a su nieto “Seré el señor de Pembroke Abbey en este momento, pero en poco tiempo Momiji será el legítimo heredero. Y me imagino que la señora Bennet se pondrá contenta al saber que ya se le tiene en tan buena estima”
“Abuelo, no diga eso por favor…” le rezondró el rubio, y el abuelo respondió con una carcajada abierta antes de romper en tos.

Al asegurarle al grupo que se encontraba bien, el anciano tomó asiento mientras carraspeaba. Sayi le sonrió a su amigo, el señor Souton, y él a ella, y entonces un brillo a la distancia llamó la atención de la joven.

Se trataba de un enorme ventanal un par de habitaciones más abajo. El sol hacía destellar los vidrios por sobre lo que parecía ser un hermoso cerco vivo, rebosante de flores.

Sayi no pudo ocultar su asombro, algo que no pasó desapercibido por el dueño de casa.

“Tiene buena mira, señorita Bennet, veo que mi jardín le ha llamado la atención” dijo el anciano, y Sayi sonrió apenada “Por favor, pasee por él. Aunque me temo que tendrá que compartirlo con un visitante un tanto indeseado”
“¿Visitante indeseado?” preguntó la joven, pero el anciano negó con la cabeza
“Un hombre sumamente taciturno, pero dudo interrumpa su paseo” dijo, antes de azuzarla “Por favor vaya, que me gustaría su opinión sobre mis espuelas de caballero”

Sayi aceptó la invitación, y tras prometerle al grupo que solo demoraría unos minutos se perdió pasillo abajo. El dueño de casa se giró hacia su nieto, con una sonrisa dibujada en su rostro.

“Así que ella es la famosa señorita Bennet” murmuró, y el señor Souton se limpió la garganta y se dirigió a Albert.
“Señor Lot” le dijo el joven a su otro invitado “¿Le interesaría un juego de Piquet?” ofreció.

Albert fue pronto a aceptar y, mientras barajaban las cartas, el primo aprovechó para preguntar más sobre sus anfitriones, interesado en conocer mejor a la familia desaparecida de Bloomington; los dueños fantasma de la gran Pembroke Abbey.



El pasillo terminaba en una terraza que daba hacia el jardín del señor Souton. Tal y como lo esperaba, el lugar estaba rebosante de flores, muchas desconocidas para ella. Era evidente que el pasatiempo de su acaudalado dueño de casa era atender a su preciado jardín. Sayi deseó poder mostrárselo a Cho, quien sin duda apreciaría esa escena mil veces más que ella.

Tan anonadaba se encontraba caminando alrededor de la casa que se había olvidado de la advertencia del señor Souton sino hasta que vio a un hombre de espaldas a ella, agachado mientras parecía estudiar el grupo de flores. Sayi las reconoció como las espuelas de caballero que había mencionado el anciano, por lo que se acercó con cuidado, con tal de no interrumpir al otro visitante.

Unos cuantos pasos bastaron, sin embargo, para notar algo familiar en el hombre frente a ella. Y cuando este alzó la cabeza fue que Sayi reconoció su cabello, su porte… y el uniforme naval que llevaba puesto.

Era el oficial que la había reconocido en el palacio de Buckingham. Aquel presente en la puesta en sociedad de Shura.

Pensó en dejar el jardín y apresurarse en reunirse con su grupo… pero este no era el palacio de Buckingham y no había forma de perderse entre cuatro personas. Una retirada en ese momento claramente llamaría la atención del hombre… ¿acaso podría pretender que nada había sucedido? ¿El señor Souton podría introducirle al oficial? Era demasiado tarde para ello, pero si podía guardar tan solo migajas de su honor…

Pero antes de deducir un plan de acción el oficial se giró hacia ella, con aquella mirada tan incisiva que recordaba tan bien.

”Quizás y lo mejor si sea marcharme…” pensó.

El hombre se puso de pie con ayuda de un bastón sin despegar los ojos de ella. Sayi bajó la mirada, sumamente incómoda, y estuvo por disculparse por esa y los pasados dos encuentros, cuando él decidió hablar primero.

“Señorita Bennet, ¿cierto?”
“S-si… señor…”

Y quedó en silencio, esperando que el oficial fuera tan amable de darle su nombre, para poder dirigirse a él apropiadamente. El hombre le hizo el favor.

“Capitán Ackerman”


Así fue que finalmente pudo empezar a cumplir su penitencia.

“Capitán Ackerman, me apena muchísimo haberle demostrado tal falta de modales, no solo en una, sino en dos ocasiones” arrugó la falda de su vestido con ambas manos y bajó la cabeza “Y todo ello sin tan siquiera haber sido introducidos. No habrá forma de sobrellevar tanta vergüenza no importa cuantas veces me disculpe con usted”

El castaño no se movió de su sitio, pero parecía haberla escuchado.

“Y muchísimas gracias por el favor de ayudarme en Bloomington” dijo, recordando esa noche, luego del intercambio que había tenido con Terry “Lamento haber sido tan inoportuna, entonces y ahora. Y…”
“No creo tener nada que perdonar. No se ha portado de una u otra manera a causa mía” respondió. Su voz era tranquila, y sus palabras llenas de franqueza “Simplemente fueron ocasiones donde nos toco coincidir, y eso es todo”

Los oficiales que solían visitar Bloomington con los regimientos solían tener su edad, o ser menores que ella, y Sayi estaba acostumbrada a sus personalidades curiosas y corteses; tal y como el oficial Stanfield.
Por eso mismo era que no recordaba haber conocido a un oficial como el capitán Ackerman; un hombre educado por la guerra, endurecido en facciones ásperas y con una mirada que parecía perforar sus pensamientos.

Sayi no supo qué responder, pero el capitán se hizo a un lado, dejándole ver las espuelas de caballero atrás de él. La joven tomó ello como invitación a que se acercara, lo cual hizo con cautela.

Sus ojos, sin embargo, pasaron de las flores hacia el bastón que llevaba el oficial.

“Un accidente hace unos seis meses” dijo, respondiendo a la pregunta no formulada. Sayi no se había percatado del bastón durante el baile. Debía usarlo únicamente en ocasiones no formales.
“¿Y aún con su lesión planea partir a Francia?” se atrevió a preguntar, recordando su breve conversación en la galería.
“Es mi deber. En tiempos de guerra no hay lesión que justifique la inacción”
“Me parece muy honorable de su parte, capitán”

El trino de un grupo de aves pasó por sobre ellos, y Sayi alzó la cabeza. Sus ojos se fijaron en la hiedra que cubría el ladrillo rojo.

“¿Cuál es su opinión de Londres?” le preguntó el capitán.

Sayi sonrió para si misma, observando el azul de las flores y sintiendo el frio londinense en sus manos. La ventaja de conversar con alguien tan franco como ese hombre era que no necesitaba cuidar tanto sus palabras.

“Me gusta visitar Londres, o mejor dicho, la familia y amistades que tengo en la ciudad. Son ellos quienes lo hacen especial. Pero yo he crecido en la campiña, y una vida tranquila en el campo es donde aspiraría vivir”
El hombre pareció dejar que sus palabras se asentaran antes de responder “Comparto su sentimiento. Aunque yo le tengo menos estima a Londres que usted”
“Entonces espero que visite Longbourn de nuevo, capitán” se animó a decir Sayi “Si ha sido tan amable como desestimar mis exabruptos, lo menos que puedo ofrecerle es hospitalidad en mi hogar”
“Quizás después de la guerra” respondió el capitán
“¿Quizás en su camino a Manchester?” dijo Sayi con una sonrisa, recordándole la ciudad donde dijo se asentaría antes de partir hacia el canal de la mancha.

El hombre observó su rostro unos segundos antes de bajar la cabeza en despedida.

“Debo marcharme, señorita Bennet”
“Ha sido un gusto verlo en mejores términos, capitán” le respondió “Rezaré por usted y por su regimiento, y de verdad espero verlo visitar Bloomington a futuro”

Sayi lo observó marcharse del jardín, y cuando el capitán Ackerman estaba por ingresar a la residencia fue que se cruzó con el abuelo del señor Souton. Intercambiaron una despedida algo abrupta y el capitán desapareció de vista.

El señor Souton caminó hasta Sayi con una sonrisa, y se detuvo frente a sus espuelas.

“¿Y? ¿A que no son hermosas?”
“Si señor Souton. Son un espécimen precioso” dijo Sayi “Una de mis hermanas tiene su propio jardín, y estoy segura estaría sumamente impresionada”
“¡Oh! ¡Tendrás que llevarle una de mi parte!” dijo, entusiasmado por escuchar de alguien que apreciaría a una de sus hijas “Déjame buscar un… algo… donde pueda enviarle una de ellas. Así la puede llevar consigo a Bloomington”
“Es usted demasiado amable” agradeció Sayi, mientras observaba el anciano hurgar entre un grupo de herramientas “Pero… ¿le puedo ayudar en algo?”

El hombre hizo como si no la escuchara, y optó por cambiar el tema.

“Espero que ese oficial no le haya importunado demasiado” dijo el abuelo.
“En lo absoluto” respondió Sayi, y por primera vez iba en serio. Ae alegraba de haber hecho las paces con el recuerdo de ese oficial “Es un militar, un hombre bastante franco, pero en cierta manera amigable”
“¿Amigable? Es usted demasiado amable, señorita Bennet” dijo el señor Souton “Esta es la tercera vez que ese caballero ha venido a visitarme. Sin importar cuántas veces le he dicho que no. Es sumamente insistente, a mi parecer grosero en su contradicción, cuando un anciano como yo ha sido bastante claro en expresar sus deseos”
“¿A qué se refiere, señor Souton?”

El anciano tomó asiento en su banca y con suma parsimonia, empezó a buscar el ejemplar ideal para mandar con ella a Bloomington.

“No deja de venir a pedirme que le deje adquirir Pembroke Abbey. Y por más dinero que venga a ofrecer, y por más que le diga que no, sigue insistiendo…”

Sayi alzó las cejas, sorprendida. Pembroke Abbey era una mansión enorme, con más de ciento cincuenta habitaciones y sentada en hectáreas de la más hermosas praderas y bosques cercanos a Bloomington.

¿Cómo podía concebir adquirir todo ello?

“Es de esos capitanes que han hecho una fortuna por capturar barcos enemigos… y lo aplaudo por el éxito logrado. Sin embargo, he sido muy enfático sobre mantener tan preciada abadía en mi familia. Debería conocer su sitio, y guardar más respeto…”


« Last Edit: May 10, 2020, 10:30:38 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #69: January 05, 2020, 08:42:51 PM »
Tengo que terminar con miles de fic antes de fin de enero. Espero lograr terminar antes de que muevan el P&P al patio y bueno, sólo queda abreviar todo y chan! nada que quede como mi final del Titanic todo crash.
Este fic me quedó super kk pero era mejor terminarlo de una vez.


Los primeros días estuvieron lleno de controversia y actividad para el equipo médico de la Cruz Roja al mando del Dr. Smith. Ninguno de ellos había tenido tiempo para descansos o tan siquiera lograr escribir una mínima nota informando que estaban bien para sus familiares. La baja de soldados en el último encuentro lamentablemente fue significativa y los heridos no paraban de llegar.
Todo se tornó más complicado cuando los insumos médicos comenzaron a acabarse, quedando sin suministro de estos. La respuesta felizmente llegó oportuna por una donación de insumos y materiales médicos necesarios, la cual había sido enviada por el joven señor Väring. Posiblemente, el señor Väring tendría problemas con su padre por hacer ese tipo de donativos sin esperar nada a cambio, pero el inmenso corazón bondadoso del joven no escatimaba en las consecuencias de sus acciones.
Conforme avanzaba la milicia, la tienda de la Cruz Roja les seguía. Otras veces sin tiempo para montar la tienda, el equipo de trabajadores de la salud debía hacerse con alguna construcción deshabitada la cual condicionaban paupérrimamente para recibir a los heridos.
Emilia se estremecía al sentir que se había adecuado de tratar fracturas expuestas, amputaciones e incluso ver morir a los hombres. Si bien se mantenía serena, por dentro sufría enormemente.
La primera noche, cuando por fin pudo retirarse a descansar, permaneció largó tiempo frente a la vela encendida, en silencio, y estática como si fuera una escultura tan pálida como el mármol. De un momento a otro sus lágrimas rodaron en silencio por sus mejillas. Lloró tanto que los ojos le ardían como si quemaran. No pudo más que llorar en silencio por todos aquellos soldados caídos.
Nunca pensó que le afectara tanto. Ella se creía fuerte. Pero, al fin y al cabo, seguía siendo una niña débil. El señor Smith lamentablemente notó ese detalle, y aquella primera noche le ordenó que se retirara a descansar.
Deseó en ese momento ser abrazada y consolada por su padre. O ir corriendo con Camille para pedirle que la escondiera hasta que todo pasara. Pero eso era imposible. No podía fallar a su profesión, a su familia ni a los dolientes. Era ella quien había escogido ese camino y debía llevarlo del modo más honorable posible.

Pero el paso de los días la iba volviendo más fuerte. No indolente pero sí con mayor fortaleza. Incluso el señor Smith, quien se había llevado una desaprobadora imagen de ella, la elogió por su dedicación y trabajo. Aunque también la regañó por pasar tiempo con el señor Lancaster y generar comentarios de otros soldados respecto a los “privilegios” de aquel oficial.
La joven sólo asintió y prometió evitar el encuentro, el señor Smith creyó en su palabra pues él mismo había notado que era el señor Lancaster quien buscaba la compañía de la enfermera mientras que ella tímidamente trataba de evadirle.

“El doctor Smith me ha advertido que deje de distraerte.” Dijo el señor Lancaster, con la mirada perdida en la oscuridad del cielo de aquella noche. Veía las estrellas, sentado a un lado de Emilia Bennet en los destruidos muros de una construcción.
Un par de compañeros suyos le silbaron desde más de tras, el señor Lancaster les ignoró dos veces, a la tercera les ya no pudo evadirlo, desganado se medio giró a ver que querían, sabiendo lo que querían:
“Eres un consentido, Lancaster.” Le guiñaron, haciéndole referencia a la joven a su lado.
“Parece que no tienen mucho que hacer…” musitó, taciturno.
“No dejarán sus bromas, ¿no?” Emilia negó con la cabeza. “Si bien deberíamos evitar ser visto por los demás, ya no se me ocurre qué lugar visitar más distante que este y, a la vez, que sea prudente.”
“...” El señor Lancaster entrecerró los ojos, volviendo a ver las estrellas. Con su dedo índice trazó la figura de la constelación que buscaba. Orion. “Quizá no debamos ocultarnos. No cometemos un crimen. Sólo apreciamos nuestra mutua compañía.”
“No es propio que vean a mi estimado señor en compañía de una dama de inferior clase de manera repetitiva en instancias como estas... Los rumores no siempre son bien intencionados y palabras crueles pueden llegar a los oidos de la señorita Nunnally.” Emilia bajo la mirada, apenada. “No me gustaría que ella se sienta lastimada por nuestra cercanía.”
“Emilia. Espero que nunca más te sientas menos a mi lado. Los dos somos iguales.” Dijo en relación a la mención de su origen. “En cuanto a mi prima, lo que menos deseo es buscar su sufrimiento.” sin dejar de mirar las estrellas. “Por eso no debe casarse conmigo. Es sólo una dulce niña a la que quieren condenar a un matrimonio con alguien mayor quién no puede amarla del modo que ella anhela.”
“...” la joven lo observó en silencio. Quién escuchara sin conocer, pensaría que Nunnally vi Britannia estaba comprometida con alguien muy mayor. Henry Lancaster tendría tan sólo unos veintitantos, era muy joven para cargar con un pensamiento tan melancólico sobre la vida (y la muerte, porque Emilia notó ese detalle también), pero comprendía su postura hacia su prometida. La niña tenía unos trece años de edad, la misma edad que el hermano menor del señor Lancaster, Ciel, era frágil de salud y delicada emocional. Aún conservaba sus muñecas favoritas en su alcoba según había escuchado. Sin embargo, era complicado pensar que el señor Lancaster rechazara ese afortunado compromiso para cortejar a una simple enfermera. Emilia sentía que quizá el señor Lancaster usaba esta estrategia para evitar su compromiso con la señorita vi Britannia.
“Mi querida dama, espero que no creas que deseo casarme contigo sólo para librarme del compromiso con mi pequeña prima” sonrío, adivinando sus pensamientos. Otra vez.
“N-No...” la joven se avergonzó, tiñendo sus mejillas de rosa. El señor Lancaster era muy bueno leyéndola así de fácil. Deseaba poder entenderlo del mismo modo que él lo hacía con ella. “B-Bueno, sí. Es que... es difícil creer que deseas casarte conmigo por otro motivo. No tengo nada de interesante.”
“Con anterioridad he dejado mis motivos claros con anterioridad. Desde el baile en Londres, tu personalidad me ha dejado encantado y tus ideales no hacen más que hacerte admirable. Contigo puedo ser más auténtico. En ti puedo encontrar paz y comprensión.” ¿Eso era amor? se preguntó a si mismo.
“G-Gracias. Siento que contigo tengo la fortuna de poder soñar. Abrir mis alas y volar libre por mi misma y a la vez ser sostenida por ti. S-sé que mis palabras suenan exageradas dado el corto tiempo desde que nos conocemos, pero recuerdo la primera vez que nos vimos y lo amable que fuiste conmigo. Aprecio cada momento en tu compañía.” Emilia sonrió al cielo. Luego se sintió en la inmensa necesidad de callarse definitivamente: hablaba como si diera un sí a la propuesta de matrimonio del señor Lancaster.
“Eso suena muy lindo” volvió a sonreírle, ahora con un deje de desilusión. <pero creo que no es amor lo que siente> pensó, melancólico. Las palabras de la señorita Bennet mas bien sonaban como las de una buena amiga. Definitivamente él no existía en el mundo para ser amado sino falsamente idolatrado o apreciado por compasión.
Pasaron unos minutos más contemplando las brillantes estrellas en silenciosa compañía. Era preciso disfrutar de esa instancia sin tener los cañones de Napoleón de fondo resonando de manera enloquecedora.
“Por cierto.” Fue Emilia la que rompió el silencio. Su naturaleza curiosa la llevaba a resolver sus dudas.
En la mañana, cuando llegó Avilio con la correspondencia de todos, a Emilia le tocó ver de casualidad como el señor Lancaster y el Conde Lancaster recibían su correspondencia. Le provocó gracia y ternura ver la reacción alegre del señor Lancaster al recibir cartas de su querido amigo el señor von Einzbern, las otras cartas recibidas simplemente las desestimó y posteriormente le entregó a Avilio las cartas que él había escrito para el señor von Einzbern.
Pero a Emilia un detalle usual le llamó la atención respecto al conde Lancaster.
Esté jamás le escribía a alguien y tal era el caso en esa ocasión. Las cartas que recibía las seleccionaba: las que eran del príncipe o de un alto mando las conservaba (para luego eliminarlas) y las de sus familiares u otros se las devolvía a Avilio porque no eran de su interés. Sin embargo, en esa oportunidad, recibió cartas de su prometida: Historia Reiss.
El Marqués había conseguido con ese compromiso entre su hijo primogénito y la hija del emperador la unión más codiciada, festejada y gloriosa de Inglaterra. Historia Reiss era la hija de un emperador. Si bien tenía un hermano mayor quién es el heredero de todo, si este moría las cosas podrían brillar aún más para su primogénito. De eso se jactaba el Conde Lancaster hasta los últimos días. Pero esa tarde, frente a la mirada de Avilio y el señor Lancaster, el Conde Lancaster miró con un gesto de repulsión las cartas de su bella prometida y las lanzó a las llamas del fuego que calentaban el sitio.
“Lamento haber sido testigo, pero no pude evitar notar que el señor Lancaster parecía molesto con sus cartas.”
“Mi hermano no es muy afecto a ese tipo de detalles.” una carta de su prometida no era más importante que las cartas de los líderes. De todos modos escatimó en ese detalle que no pasó por alto ni para él, ni para Emilia, ni para el cartero. Su hermano cambió su jactancia hacia su prometida por un rechazo notorio hacia ella lo cual no hacía más que confundir a los de su entorno. El rubio suspiró, sólo esperaba que su hermano y la señorita Reiss encontraran la felicidad en algún momento de su futuro y forzoso matrimonio.
“Oh, entiendo.” Emilia tenía su propia teoría. Compartió con la señorita Reiss un tanto y comprobó que su ‘delicada salud’ podría ser una ‘pequeña’ molestia para el señor Conde. Por eso, Emilia odió más al noble. Era un villano desalmado. “No obstante, me alegra que seas feliz con las cartas del señor von Einzbern.” cambió de tema.
“Soy afortunado de tener un amigo tan preciado como Wolfgang von Einzbern. Realmente es un tesoro del cielo.” asintió, más animado. “Dios lo ha puesto en mi vida para aprender los hermosos valores y conocimientos de una persona tan ilustrada como él. Espero que Dios siempre lo proteja y bendiga.” el rubio analizó esa oración, tal vez sí había divinidad en los aciertos del destino.
“Espero que vuestra amistad perdure eternamente.” Dijo Emilia, feliz. Poco a poco, entendía que aquellos dos caballeros congeniaban bien de forma auténtica y no netamente por protocolo cínico o negocios.
“Tengo el mismo deseo. Si... Si nos casamos, tal vez podríamos vivir en Alemania cerca de él. Puedo creer que seríamos buenos amigos todos.” Pero no quería hacer sentir presionada a Emilia con la insistencia sobre matrimonio. “Creo que ya he abusado de tu compañía. Te libero de mí, Emilia. Puedes volver y descansar. Yo me retiraré a dar un recorrido para hacer guardia”
Emilia río suavemente. Henry la observó confundido.
“Creo que se a dónde va”
“¿Sí?”
“¿Te puedo acompañar?”
Era demasiado peligroso arriesgarse a entrar en el pueblo que había sido abandonado por sus habitantes ante el paso devastador del enemigo. Si bien incluso los invasores, después de saquear y hacer daño, se habían retirado, era jugar con la suerte entrar en un sitio así y alejarse del campamento.
“¿Cómo supiste…?”
“Espero que no genere conflictos con esta revelación, pero el señor Allendis de Verita me contó que te ofreces muy seguido para realizar la guardia nocturna y esperar la amanecida de este modo. El señor de Verita también me contó que la otra noche te encontró aquí en compañía de ese abandonado piano.” Señaló con la mirada el maltratado instrumento.
“El señor de Verita tiene bastante tiempo libre para ir divulgando detalles innecesarios.” El rubio entrecerró los ojos. La familia de Verita no estaba en gracia con los Lancaster y aunque el señor Allendis no era mala persona, no sentía que podía compartir mucho más con él que un escueto saludo.
“Es un lindo detalle que le des a este piano sus últimos días de gloria.”
“No sé tocar nada digno de recordar.” Le miró, sentado en el taburete.
“Si hacemos un dueto a bajo volumen tal vez creemos recuerdos hermosos para atesorar. O, por lo menos, tendremos una anécdota divertida que mencionar en el futuro si hacemos el ridículo con nuestro dueto.” Emilia se sentó a su lado, decidida.
Por obvios motivos, debían ser lo más discretos posibles. Tocaron un dueto que empezó torpe pero que finalmente les divirtió por muy breve que fuera el momento. Coordinaron perfectamente en sincronía, el joven Lancaster por supuesto mentía cuando dijo que no sabía tocar el piano, Emilia, por su parte tuvo que ser animada por el rubio para que cantara un pequeño fragmento de la canción.

El efímero momento culminó. Era prudente y necesario que la señorita Bennet volviera a la tienda de la Cruz Roja para que descansara. El señor Lancaster escoltó su camino, en silencio. Emilia era un caso distinto, hablaba por los dos y parecía inspirada en su discurso. A Henry Lancaster no le molestaba que Emilia Bennet hablara tanto, todo lo contrario, se sentía interesado en las historias que ella le contaba sobre las estrellas, sobre Bloomington o sobre las historias de su niñez con sus queridas hermanas.
Su mundo parecía muy distinto al suyo. Parecía feliz, pleno y lleno de hermosos detalles que recordar.

El señor Lancaster se sintió un completo ente vacío cuando Emilia Bennet le pidió que le contara algo sobre su niñez. Simplemente no tenía nada interesante que contar. De este modo, le pidió que retomara sus historias y Emilia no se hizo de rogar.

Emilia tenía muchas historias maravillosas que él amaba escuchar. Permanecía callado, asintiendo de vez en cuando con la cabeza cuando ella se volteaba a chequear si la estaba escuchando, quizá hasta parecía que la dejaba de oír, pero ciertamente trataba de imaginar ese mundo bello que ella le narraba.

Ella y Wolfgang eran las dos únicas personas a las que Henry adoraba escuchar. Sus historias y opiniones eran francamente interesantes y cada uno tenía su brillo propio. Emilia tenía una hermosa historia familiar y una opinión moderna de la vida la cual la llevaba de este modo. Era distinta a las otras chiquillas, Emilia tenía una personalidad versátil pues era tan correcta como llena de carácter y autonomía.

Wolfgang en tanto era dueño de todo un mundo. Al ser un joven de negocios había viajado prácticamente por todo Europa y era la persona más culta que conocía. Su personalidad era igualmente magnética, podía ser tan firme como impulsivo y ese detalle le causaba gracia a Henry. Le extrañaba enormemente. Desde que se habían separado, producto de la guerra, Henry pensaba constantemente en él y en los divertidos momentos vividos con el alemán. Esperaba poder reencontrarse con Wolfgang pronto.

En cierto modo, aquellos dos cercanos suyos tenían muchas cosas en común. En poco tiempo se habían ganado su afecto y ambos eran personas sumamente maravillosas.

Si bien la noche era oscura, la luna les iluminaba y pudieron llegar sin problemas hasta las cercanías del campamento. Al detenerse para despedirse, Emilia se giró para desearle buenas noches al señor Lancaster. Antes que dijera algo, el rubio sostuvo su pequeño rostro con ambas manos y la miró firmemente. Los segundos en silencio fueron eternos en ese momento y Emilia no sabía qué hacer o qué decir, el señor Lancaster siempre la confundía mucho con su incongruente forma de ser. A veces se mostraba alegre y cercano, otras veces era tan serio y distante como se manifestaba justo ahora. A veces le llenaba de emociones positivas. Otras veces le daba miedo.

Pensó en la teoría de que tal vez el joven señor Lancaster le pediría que se distanciaran definitivamente, arrepentido de sus últimas conductas ¨desastrosas y deshonestas¨ como había dicho su familia.

Pero parecía que deseaba hacer algo de lo que no estaba seguro, y sólo al ver qué Emilia no rehusaba de su contacto se atrevió a aproximarse a su rostro y darle un tenue, efímero y casi ilusorio beso en los labios.

Emilia por supuesto sintió que la presión se le bajó por completo, quedando paralizada y atontada en su posición. No esperaba esa situación. Era su primer beso.
Antaño, habría ilusionado que su primer beso sería con el Dr. Smith en su fantasía de adolescente. Incluso pensó que la probabilidad de que su primer beso fuera con un muchacho de Bloomington era la más real. Pero jamás llegó a pensar que su primer beso fuera con un connotado señor como lo era Henry Lancaster.
La joven cerró los ojos, tímida y temblorosa. Pensó en separarse, puesto que no era correcto besar a un joven sin tener un compromiso formal. Henry entendió sus miedos, se apartó de ella y sólo se limitó a sostener el rostro de Emilia con suavidad.

“Lo siento tanto.”
“Y-yo…” Emilia balbuceó. “Perdón. No supe qué hacer.” dijo, con las mejillas muy rojas. “Por favor. No te disculpes. He sido yo…Sólo, no sabía qué… Uh.” apenas podía articular palabras. “No pienses que me hiciste sentir mal, por favor. Sólo que he quedado sorprendida.”
“Lo sé.” asintió, sonriéndole breve “Creo que no fue el modo más adecuado de despedirme. He sido demasiado imprudente.”
“Fue bonito…” susurró, bajando la mirada. “Sólo que… Oh, ¡Yo no sé qué decir!”
“Dejémoslo así.” río. Después se separó de ella, pero prontamente buscó algo en el bolsillo de la casaca roja. “Iba a decirte buenas noches entregándote esto, pero parece que no soy tan coherente con mis pensamientos y planes como me gustaría serlo.”
“…” Emilia extendió su mano para recibir lo que Henry le daba. Era una cadena de oro con un hermoso colgante con un dije de diamante. “Señ— Henry, no puedo aceptar tan hermosa joya.”
“Por favor, te pido que aceptes este presente como una muestra de mi agradecimiento por estar aquí y ayudarnos a todos.”
“Oh, es muy lindo.” Emilia no podía dejar de ver el obsequio con atención. Parecido a las estrellas que hace unos momentos estuvieron contemplando. Después de una segunda insistencia del rubio, finalmente Emilia lo aceptó y se colocó el collar en su cuello.
“Lo adquirí en una joyería de las pocas ciudades que permanecen en pie. Pensé en comprarlo para ti ya que, si no acabamos pronto con la guerra, la probabilidad de pasar navidad aquí es muy alta y me preocupaba el hecho de que tu navidad lejos de tu familia fuera triste.”
“Lo cuidaré con aprecio. Es muy lindo. ¡Muchas gracias!” acarició el dije. Luego miró al señor Lancaster con tristeza “Perdón por no tener nada para darte como presente previo de navidad.”
“No te preocupes, Emilia.” le restó importancia. “Tu compañía y tus historias me bastan como un preciado regalo.”
Lo que decía era auténtico. Emilia Bennet lo hacía sentir como en el hogar cálido y afectuoso que jamás experimentó tener.

Posteriormente, cada uno se despidió con un gesto amistoso y se fueron a sus respectivos sitios.

Emilia tenía tantas cosas que escribir en sus cartas y si bien se sentía llena de emociones positivas, no podía evitar sentir miedo por todo lo que estaba sucediendo con el señor Lancaster. Hasta ahora, se había convertido en un buen amigo para ella y pensar en un matrimonio con él le seguía resultando imposible. Pero era demasiado difícil en ese punto tratar de evitar sentir sentimientos más afectuosos por él.

Debía comunicarle todo ello a Camille, ella le ayudaría a aclarar sus pensamientos.
« Last Edit: January 08, 2020, 05:46:56 PM by Kana »


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #70: January 09, 2020, 09:36:50 PM »
No escatimé tanto en detalles históricos así que más de un dato debe estar errado, pero me propuse a terminar antes de fin de mes con esta historia.
No puedo ser mas dramaqueen, lo séeeeeskfdsk pero,en fin, me gusta todo oscuro en la vida (?)

En los Países Bajos, ese día el comandante Arthur Wellesley, duque de Wellington arengó a sus soldados con carne fresca, ginebra y galletas al mismo tiempo que los llenaba de coraje y valor para afrontar la batalla más clave de esa angustiante guerra.

Era un hecho de que el bando que ganara la batalla de Waterloo le daría el definitivo triunfo a su país. Las fuerzas de Napoleón habían menguado en los últimos acontecimientos al punto de que Napoleón se doblegó y retiró sus tropas. Pero también se fortaleció y volvió con sus aliados a dar el final digno que buscaba enaltecerlo como el gobernante de Europa.
Pero el Duque de Wellington también había trabajado arduamente para conseguir la gloria para su amado país, buscando aliados y preparando estrategias de batalla que le garantizasen el tan anhelado triunfo y traer la tan esperada paz.

Soldados novatos y de estrato social bajo generalmente eran puesto en la primera línea. Ese era el caso de Eren Jaeger quien hasta el momento había sobrevivido a las balas y a la enfermedad invernal que se llevó a varios.
Después de escuchar los discursos de los comandantes y los nobles a caballos que alentaban a los hombres en las primeras líneas, el silencio se hizo inminente entre ambos bandos. Era cierto que no era su primer enfrentamiento y quizá los anteriores le habían otorgado algo de experiencia, pero estaba tan tenso y lleno de emociones encontradas como la primera vez. Sentía que respiraba muerte y que estaba muy cerca de ella, como también se sentía emocionado y motivado por empezar pronto y, a la vez extrañamente experimentaba una sensación de angustia que antes no le puso atención.

Allendis de Verita era uno de los nobles que estaban en la caballería. Sobre su caballo pinto podía ver a las tropas enemigas en la misma posición que ellos: esperando a ver quién daba el primer paso. El Conde de Lancaster, montando a su conocido caballo negro azabache, decidió posicionarse al frente de todo, en compañía de su hermano Henry Lancaster. Al menor, Slaine Lancaster, habían ordenado ubicarlo en las líneas apartadas, para que no fuera ¨carne de cañón¨ y dada su inexperiencia no confiaban en que saldría vivo en la primera línea.
Allendis agradecía ser hijo único y no tener que vivir la experiencia de tener a un hermano presente en el campo de batalla. No quería pensar en lo difícil que sería estar en esa situación. Tocó con sus dedos índices la placa de su colgante, la cual besó poco después. Era un preciado regalo dado por su amiga, Lady Aristia la Monique, quien era prima del Conde Lancaster. Su único deseo era llevarse la gloria y volver siendo digno a los ojos del padre de la joven para así, por fin, poder pedir su mano sin ser rechazado por su progenitor nuevamente.

¨No hasta que seas un hombre digno¨ era el requerimiento de Sir Keirean la Monique.

El joven peliverde pensó en la mala fortuna que tuvo de enamorarse de la hija del barón de La Monique. Aquel hombre noble y honorable era demasiado sobreprotector con su única y amada hija. Pensó en que, si Aristia hubiese sido hija del hermano de Sir Keirean, el marqués Richard Lancaster, Allendis habría tenido mayores oportunidades de hostentar su mano: el Barón no aceptaba riquezas por su hija sino demostraciones de ser un hombre digno para ella. Su hermano el Marqués, en cambio, podría dar la mano de Aristia al que ofreciera más dinero y poder. Pero Allendis entendía que Aristia era afortunada de tener un padre tan bueno como el suyo, en vez de alguien como su tío.

Tiró las riendas de su caballo y fue hasta donde los Lancaster. Sabía que ni uno ni el otro le estimaban y preferían marginarlo de su compañía, pero de todos modos él les tenía aprecio, aunque el afecto fuera unilateral.

“Señores, será un honor servir a su lado.”
“…” el conde sólo lo ignoró, mientras su hermano miró en silencio a Allendis sin emitir comentario más que un gesto con su cabeza.

El viento sopló, siendo el único en emitir sonido. Daba una extraña sensación de paz que duró un chasquido de dedos hasta que ambas tropas comenzaron a avanzar después de la señal de sus líderes.

El sonar de los cañones alteraba más el ritmo cardiaco de los jóvenes combatientes. Dándole más coraje de luchar y a otros aterrándolos hasta el punto de traumarlos. Varios sucumbieron ante las primeras bolas de los cañones y las bajas comenzaron a ser inminentes para el bando inglés.

Parecía que la balanza se estaba equilibrando a favor de los franceses.

Al sonido de los cañones se sumó el de los fusiles y el de las espadas, acompañadas por los gritos de los soldados quienes con euforia atacaban a los rivales. Gran parte de la primera línea de ambos bandos desapareció dejando un camino de cadáveres en el terreno.  A eso de las dos de la tarde, la estrategia británica comenzó a entregar resultados favorables.

Sin embargo, la clave que les podía dar el triunfo seguía siendo arriesgada y mortal: la resistencia. Debían resistir lo más que pudieran hasta que los refuerzos aparecieran sorpresivamente y dieran el golpe de gracia a los franceses.

El muchacho novato y cegado por el amor a su patria vio la oportunidad de posicionarse en un punto más álgido de combate. Slaine Lancaster avanzó hasta donde se estaba dando el fuego puro de la batalla. Estaba bien. Lo estaba haciendo bien. No le tembló el pulso ni dudó en atacar a sus rivales sabiendo que debía darles muerte. Ya habían rezado por su salvación y sabía que estaba haciendo lo correcto ante los ojos de Dios. Se debía detener al anticristo que era Napoleón y si eso significaba aniquilar a sus hombres así sería.

En el caso de Eren Jaeger, cerca de él, todavía tenía controversia con ser demasiado activo en la guerra. No era inglés puro sino hijo de migrantes irlandeses. Sentía que Inglaterra le había marginado más que integrado y los últimos años no logró juntar ni una esterlina por el trabajo duro. Pero debía proteger a ese país. Su país. Porque muchos inocentes y gente ya habían muerto por la guerra y necesitaba que la paz llegase pronto.

Un soldado francés le derribó y estuvo a punto de acertarle un tiro en la frente, pero Slaine fue veloz y fue él quien le dio el tiro de gracia al enemigo.

“…Gracias.”
“No estorbes.” Dijo Slaine con frialdad.
Slaine siguió combatiendo. Mirando de vez en cuando a sus dos hermanos mayores para ver cómo estos iban. Esperaba ser digno ante los ojos de los mayores. 
“Permiso.” Dijo un sujeto pasando por un costado de Slaine. Este, con ayuda de un segundo, trasportaba a un herido en una camilla para ser llevado con el Dr. Smith.

Allendis y Henry estaban en un punto específico donde había mucha acción. Ambos fueron posicionados en esa ubicación por uno de los tiradores más certeros del batallón. Si bien tenían la orden de eliminar al rival, optaban por derribarlos e incapacitarlos, pero no necesariamente matarlos. Ya habría otros que hicieran esa acción.

“Espero que no seamos castigados por arrebatar estas vidas. Que Dios nos ampare.”
“…” Henry escuchó a Allendis a su lado. “Iremos directo al infierno…” le respondió con franqueza. Todo lo rezado no los libraría del castigo que merecían.
“Oh, querido amigo, tan crueles palabras para este momento histórico” Allendis sonrió un poco apenado. “Un poco de entusiasmo y optimismo no me vendría mal.” No tuvo más respuestas. “Bueno, si usted no puede darme ese consuelo, lo haré yo por los dos. Presiento que nosotros seremos lo de la victoria y nos esperaba una larga y hermosa vida para nuestra redención con Dios.” El joven había dicho aquello alzando la mirada hacia el cielo y observando el azul manto con tranquilidad. “Venceremos…”

La rueda de la victoria rodaba a cada instante. En unos momentos parecía que el triunfo sería para el bando de Francia. Otras veces para el bando de Inglaterra. Así una y otra vez. Las fuerzas comenzaban a fatigarse para todos, y los caídos iban en aumento progresivo.

“Vas a morir…” le dijo Slaine Lancaster a ese soldado nefasto e idiota que no cesaba en su acción de ir y venir una y otra vez con algún compañero caído sobre sus hombros.
“Ellos nos necesitan.” Respondió Eren. Cansado de tanto esfuerzo con cada compañero que había cargado. Dejo al caído en el suelo y en poco tiempo los camilleros lo subieron a la camilla y se lo llevaron.
“Son débiles que se dejaron dar por el enemigo. Nosotros debemos seguir con nuestras órdenes.” El rubio dio otro tiro hacia el frente, tumbando a un francés.
“…” el pelicastaño de ojos verdes miró a ese chico. Le dio coraje sus palabras. Era cruel y sin sentimientos y había tenido ganas de darle un puñetazo más de una vez. “Somos compañeros y debemos apoyarnos entre todos.”
“Estamos en guerra y debemos eliminar al enemigo.” Miró el arma de Eren. “Si no la vas a ocupar con ellos, deberías ocuparla contigo por desacato.”
“…”
“O cargar nuestras armas para que las usemos. Al menos, sirve para algo…”
“No importa que digas cosas tan frías. Sé que en el fondo estas dando lo mejor de ti para proteger Inglaterra y a los tuyos.”
“…”
“¿Me equivocó?”
Slaine no le contestó, pero su mirada le dio a entender a Eren que estaba en lo cierto. “Sólo no estorbes.” Puntuó el rubio.
“Hasta el último hombre.” Afirmó el pelicastaño.

Pasó algo más de una hora cuando vio a Eren Jaeger ir por otro compañero caído. Slaine vio el terrible error que cometió el otro al meterse en un punto donde los tiros iban a cada segundo. “Idiota…”

Y Slaine no se esquivó lamentablemente en predecir lo siguiente: Eren se arriesgó en vano. Una bala de cañón llegó hasta donde el compañero caído y le dio muerte instantánea. En un abrir y cerrar de ojos aparecieron más enemigos y Jaeger no tuvo más opción que abrir fuego contra ellos, lleno de rabia por haber matado a uno de sus compañeros. Pero un capitán enemigo apareció frente a él y lo tumbó dándole un golpe con la culata de su arma en el rostro aturdiendo a Jaeger. Slaine Lancaster pensó en dejarlo a su suerte porque él mismo se había buscado ese final.

“Tks…”

El rubio corrió hasta donde estaba Eren. No llegó a tiempo para cuando el enemigo le dio un tiro que Eren evitó que le diera en el corazón al rodar, pero finalmente se alojó en su pierna. Al estar a tan poca distancia el estallido de la bala le había destruido la rodilla en cosa de segundo y el joven soltó un alarido doloroso. Slaine se inclinó buscando una perspectiva de un hueco entre los combatientes, cerró un ojo y apuntó a ese alto mando enemigo y le dio en la frente, justo antes de que este descubriera su punto.

“¡AHH!” gritó de dolor Jaeger. Slaine llegó hasta él, inclinándose a su lado.
“¡Muévete!” ordenó Slaine. Vio que Eren trataba de ponerse de pie, pero era imposible, cayó un par de veces al suelo y Slaine notó como la rodilla se le trituraba aún más en cada intento. Tomó a Eren de los hombros y lo arrastró por el terreno hasta una trinchera. El rubio estaba consciente de que su acción destruyó aún más la casi perdida pierna de Eren pero al menos le había librado de la muerte segura. “Arrástrate hasta el camillero y deja de ponerte en nuestro camino.” Slaine siguió apuntando a los enemigos, dándole tiros desde su posición. Iba a partir cuando Eren le agarró del brazo.
“No vayas allá. Ponte a salvo aquí, tus hermanos no querrán perderte.”
“…” el joven lo observó sorprendido por su comentario, pero reaccionó mal: interpretó como si el otro dijera que él era una carga para sus hermanos mayores quienes debían protegerlo por ser un inútil. Le dio un golpe con su arma en el rostro, finalmente quebrándole la nariz. “Cállate.” Saltó del lugar seguro y fue al punto crítico nuevamente.

“Han caído demasiado de los nuestros.” Le dijo Allendis a Henry mientras observaba a sus compañeros fallecidos. Los de la resistencia eran cada vez menos y Allendis no sabía cuánto más podrían resistir antes que llegaran los refuerzos. En eso, notó que el Lancaster menor estaba en medio de todo el caos. Sonrió y estuvo a punto de decirle al Lancaster a su lado lo glorioso que era su pequeño hermano dando una magnífica batalla, pero su sonrisa se borró al ver como un tiro lo mandó a caer de espaldas. “¡H-Henry, tu hermano!” balbuceó con horror.
“¿Slaine?” al verlo caer y ser atacado por los rivales, Henry se impactó. Apuntó hacia el tipo que estaba a punto de darle un tiro a su hermano, pero por desgracia comprobó al tirar del gatillo que se quedó sin balas. Allendis estaba cargando su fusil para dispararle a aquel tipo, pero entre cargar y correr hasta allá no habría tiempo.
“¡Espera!” gritó Allendis cuando vio que Henry Lancaster fue corriendo hasta donde su hermano.
“…” Slaine sostenía con su mano la hemorragia en su hombro. El hombre en frente suyo lo miraba con burla.
“Tu vas mourir, mon garçon”
“Diablos…” masculló Slaine, humillado por caer tan miserablemente. No cerró sus ojos cuando vio que el otro tiró del gatillo, por lo que vio perfectamente cuando su hermano mayor se antepuso entre él y su enemigo posiblemente recibiendo el impacto por él. El mayor tumbó al francés consigo mismo. “¡Henry!” Slaine vio a esos dos luchar y como su hermano al final usó una roca para darle un sorpresivo golpe en la cabeza al francés para terminarlo.
Slaine se acercó con dificultad hacia su hermano mayor, comprobando que estaba ensangrentado.
“H-hermano…”
“Ponte a salvo, Slaine.” Le ordenó.
“¡Esto ha sido mi culpa!” Slaine, quien siempre trataba de mostrarse frío y fuerte, soltó a llorar.
“Estoy bien…” alzó una mano llamando a los camilleros. Estos llegaron hasta ellos”Llévenlo con el doctor y—”
“¡No te voy a dejar!” Slaine se sujetó a él, abrazándolo desesperado. “¡Déjame acompañarte! ¡Déjame sentir que puedo ser tan digno de ti!” las lágrimas del joven recorrían su rostro mientras se aferraba a su hermano. Sintió que Henry le puso una mano en su cabeza y le acarició sus cabellos.
“Eres el más digno de todos, Slaine. Estoy orgulloso de ti y te admiro.”
“…” el menor sollozó lleno de dolor y asombro por sus palabras. Nunca pensó que su hermano lo considerada de tal modo. Henry le sonrió, acariciándolo un poco más.
“Llévenselo y pónganlo a salvo.” Le ordenó a los camilleros, quienes tuvieron que ejercer presión para llevarse a Slaine con ellos quien intentaba en vano volver con su hermano.
“¿E-estás bien?”Allendis llegó a su lado, preocupado.
“Sí.” Asintió, poniéndose de pie.
Ambos observaron a su alrededor en silencio. Cientos de soldados yacían en su entorno y estaban reducidos en números.
“Creo que seremos la línea primera, la resistencia y el señuelo.” Dijo el peliverde con una sonrisa irónica.
“Moriremos aquí” Henry asintió. “Pero daremos lo mejor hasta el final.” Recibió el fusil que Allendis le pasó.
“¿No tienes algo heroico que narrar antes de nuestro final? Algo de Shakespeare, tal vez, o digno de tu familia.”
“No.”
“Cualquier cosa estará bien.”Allendis se percató que dentro de poco ellos iban a ser rodeados y sus compañeros caerían con ellos.
“¿Shakespeare?” aquel autor había hecho poesía sobre los Lancaster pero usándolo como locos ambiciosos por la gloria y el poder. “Algo digno de Shakespeare… Creo que se alegraría de que un Lancaster delirara con esto…” miró hacia el frente, viendo la gran masacre adelante.  Caminó un par de pasos, sujetándose disimuladamente la zona que dolía y manteniendo la mirada fría. <Algo digno de Shakespeare> se dijo mentalmente. No costaba nada cumplirle ese último deseo al señor Allendis de Verita. El rubio pronunció con convicción: “Soy Henry, hijo de Richard Lancaster, hijo del linaje de los reyes de Lancaster, hijos del emblema de la rosa escarlata, la discordia y la promesa de Dios que terminó en la tragedia que nos condenó. Cuyo ancestro fue Henry el rey, a quien los suyos propios llamaban ¨Enrique el loco¨ que perdió el juicio de razón, y quien deliraba creyendo escuchar la voz de Dios, convencido de que seguía sus visiones susurradas a su oído. Rey que amaba sin ser amado y murió siendo villano y despreciado. Su sangre corre por mis venas maldiciéndome con la trágica desdicha de los Lancaster y hoy mi sangre será derramada sobre los campos de batalla, mi linaje termina conmigo, y juro por mi patria y mi nombre que resistiré y encontraré aquí o en la otra vida la gloria para mi amada Inglaterra” Sí. Estaba delirando y quizá venía delirando hace unas horas. Estaba seguro que padecía la enfermedad de sus ancestros, pero por una vez en su vida estaba en paz consigo mismo, con sus demonios y su propia “locura”
“Eso ha sido perfecto.” Allendis sonrió, extasiado por ese fragmento. “No puedo armar algo tan poético…” se posicionó a su lado, también contemplando la batalla. “Pero si vives, prométeme… prométeme que le dirás a Aristia la Monique cuanto la amé, cuanto la amo, y cuanto la amaré eternamente. Cuanto he anhelado ser un hombre digno de su amor y cuanto me esforcé. Que en mi corazón nunca hubo otra amada que no fuera ella desde nuestra tierna infancia. Que la protegeré eternamente y que me perdoné por no volver con ella como se lo prometí.”
“Lo haré, Allendis.”
“Gracias.” Cargó su fúsil. “Yo vine a la guerra para convertirme en un hombre digno para vuestra prima.”
“Has demostrado serlo”
“Siempre estuve muy seguro que aquí encontraría lo que me faltaba para estar con Aristia. ¿Por qué viniste tú, más allá de tu deber?”
“Porque…” el rubio cargó su arma. “Nunca estuve más confundido que ahora y escapé, incapaz de entenderme y totalmente cobarde, con el fin de buscar mi muerte y volverla tan innecesariamente poética.” Sonrió con irónica. “Espero que algún día me perdonen.”
 
La noche cayó. Los refuerzos habían llegado hace un par de horas y la balanza nuevamente se equilibró. La angustia invadió a todos ante la incertidumbre de no saber quién sería el vencedor y quien sería el perdedor. Finalmente, las cosas se tornaron a favor de Inglaterra y tras una ardua batalla la gloria fue para el país inglés.

El Conde de Lancaster, quien participó activamente de la batalla en todo momento, se desplazó por el campo observando a todos los caídos en batalla. Algunos soldados seguían vivos, así que el Conde iba indicando a los camilleros de estos soldados para que los llevaran con la cruz roja.
Más allá distinguió a su hermano Henry, arrodillado en el suelo observando la inmensidad del cielo estrellado. Cain llegó a su lado, tranquilo de verlo con vida. Le informaron anteriormente que Slaine fue trasladado de urgencia con la cruz roja debido a su lesión, pero saldría bien de ello.

“El señor Allendis de Verita falleció.” Le informó Henry para cuando Cain llegó a su lado.
“…” observó al joven peliverde tendido al lado de su hermano. Henry había cubierto con su casaca roja el rostro y la parte superior del joven. “Es una lástima.” Dijo escuetamente.
“Él dijo… dijo…” trató de memorizar todas sus palabras, pero le era imposible ser coherente en ese momento. “No recuerdo…”
“…”
“Pero pidió que le dijera a Aristia cuanto la amaba.”
“Ya veo…” Cain se inclinó al lado de su hermano, colocando una mano en su hombro. Pasó del tema. “Hemos ganado. Volvamos, debemos regresar a Inglaterra y recibir los honores. Nuestro padre estará orgulloso de nosotros. Slaine será tratado por profesionales dignos en nuestro país.”
“¿Está bien Slaine?”
“Harán todo lo posible para que no pierda la articulación de su brazo, según me informaron. Por lo demás, estará bien.”
“Me alegra que esté bien.” Asintió. 
“¿Estás…bien tú?” su hermano siempre había sido muy tranquilo y, en cierto punto, ido, pero ahora esas características estaban siendo más notorias. Sólo entonces se percató (cuando dejo de centrarse en la gloria y el honor) que la camiseta de su hermano estaba empapada en sangre. Había pensado que era sangre del enemigo, pero la posición que ocupó Henry junto con Allendis era la más crítica y casi todos los de ese batallón habían caído. Maldijo, al darse cuenta de que su hermano estaba herido. “¡Médico!” llamó fuertemente. “¡Médico!” insistió.

“Falleció.” Dijo el doctor Smith, dejando de reanimar al soldado. Era un joven que acababa de partir a mejor vida. Se secó el sudor de la frente con su mano, manchándola de sangre. A su lado una enfermera hizo la señal de la cruz y pidió que el alma del joven fuera recibida en el cielo. Emilia cubrió el cuerpo con una sábana.
Siguió al doctor Smith cuando se retiró, en el camino el hombre cruzó palabras con el otro médico.
“El hijo de Lady Endler falleció.” Le dijo el otro doctor. “También el mayordomo de la casa Daroch.” Comunicó frustrado por no lograr salvarlos. “Hace poco llegó el cuerpo del hijo único de los de Verita…Ha sido desgarrados. Será repatriado inmediatamente para que lo sepulten con honores”dijo con pesar.”¿Cómo vas con tus pacientes?” El otro doctor tenía un rostro que delataba su cansancio.
Emilia resistió las lágrimas al escuchar el destino del señor de Verita. No podía creerlo. Como pudo prestó atención a lo que diría el Sr. Smith, puesto que muchos pacientes fueron atendidos por el doctor Smith y otros voluntarios mientras Emilia y otra enfermera debían rotar con otros médicos. Quería enterarse de quienes ella no vio con el señor Smith esperando no identificar ningún conocido.
“Tengo a un soldado que recibió un tiro en la rodilla y se la destruyeron. Llegó a mí con su pierna pendiendo de un hilo. Probablemente habrá que amputarla debido la gravedad de su lesión. Pero vivirá… Tal vez no en las mejores condiciones, pero al menos estará vivo” El rubio se echó el cabello hacia atrás. “Es uno de los sirvientes de la casa Bell. Creo que se apellida Jaeger.”
“¡…!” Emilia se llevó ambas manos al rostro cubriéndose la boca. No podía creerlo. Por fin sabía con certeza de que Eren estaba vivo, pero la crueldad de la vida la informaban de su triste futuro.
“Llegó uno de los hijos del Marqués Lancaster… Creo.”
“Dos.” Dijo Smith. “El más joven tiene una lesión de gravedad en la zona del hombro. Posiblemente no pueda usar ese brazo de aquí en adelante pero no necesita amputación. Tiene buen pronóstico.”
“¿Cuál es el otro?”
“Uno de los mayores…” Smith detuvo sus pasos advirtiéndole con su postura a su colega que lo que a continuación le comunicaría era de cuidado. “Ese está muy grave y traté sus lesiones, pero perdió mucha sangre y sospecho que su daño interno es irreparable… Su diagnóstico es reservado.”
“Diablos… Suerte la tuya que te tocaron los hijos del Marqués. Será mejor que ambos vivan si no quieres que tu cabeza ruede por Inglaterra.” Apoyó una mano en el hombro del Dr. Smith, sonriendo con pesar.
“Lo envié al Hospital de aquí. No está en condiciones de ser trasladado a Inglaterra.”
Emilia empalideció drásticamente. Eran demasiadas noticias tortuosas para resistirlas. Pero debía mantenerse siempre firme. Esperaba que no fuera Henry Lancaster del que hablaban. Siguieron caminando y ella detrás de ellos. Pasaron por un sitio donde estaban las camillas montadas y antes de que el Dr. Smith se acercara a su paciente, Emilia corrió hasta él al reconocerlo.
“¡EREN!” se arrodilló a un lado de la camilla, sujetando su mano.
“¿E-Emilia…?” Eren abrió sus ojos con pesar. El dolor en su pierna lo tenía aturdido igual que el ardor del golpe en su rostro debido al golpe de Slaine. “¿…Qué haces aquí?” balbuceó con dificultad.
“Es una larga historia. Pero lo que importa es que todo esto ya terminó y te pondrás bien.”
“Me duele la pierna, creo que… me dijeron que la amputaran.”
“…” Emilia miró al doctor Smith, con súplica y reserva.
“Haremos lo posible para evitar esa operación.” El rubio se acercó a su paciente y comenzó a revisar la herida. Posteriormente le susurró a la enfermera. “Dentro de poco usted y yo seremos trasladado a una estancia privada. El señor Lancaster está gravemente herido y su hermano, el Conde Lancaster, me ha ordenado que dedique mis servicios en atender a su hermano. Mientras esperamos la carroza, usted se puede quedar cuidando de su amigo Jaeger.”
“Entiendo.” Asintió, conteniendo con mucha dificultad las ganas de llorar. Era Henry Lancaster. Era él quien estaba tan mal.


El triunfo no podía ser más doloroso para todos.
El duque de Wellington escribió:
“Al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada”
« Last Edit: January 09, 2020, 09:46:57 PM by Kana »


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #71: January 09, 2020, 09:38:29 PM »
Segunda parte.



La grave condición del señor Lancaster imposibilitó su traslado a Inglaterra. El viaje en barco sería demasiado complicado de sobrellevar para alguien que estaba tan convaleciente. El doctor Smith tuvo que insistir tajantemente en que permaneciera en los Países Bajos y ser atendido allí. Le tocó discutir bastante con el Conde de Lancaster quien, obstinado, preparó todo para el retorno de él y sus hermanos a Inglaterra considerando que en su país podrían darles mejor atención médica a ambos. Finalmente, Cain Lancaster accedió a seguir el consejo del doctor, muy a resistencia.

Emilia mantenía la esperanza de que todo saldría bien. Ya había pasado un día desde que llevaron al señor Lancaster a una propiedad de su familia en aquel país y resistió a aquella noche que parecía ser clave para su evolución. Pensó que, si pasaba esa noche, seguro pasaría el resto de días y se sanaría.
Lo mismo con Eren Jaeger. Su amigo fue trasladado a un Hospital provisional instalado en la ciudad, su pierna estuvo a punto de ser amputada pero el señor Smith logró hacer un torniquete perfecto y una cirugía exitosa para poder conservarla. De allí a que pudiera usar esa pierna era otra historia.
Por la mañana, Emilia Bennet había visitado a su amigo Eren. Éste no era más que una sombra de lo que alguna vez fue un joven lleno de vida. Estaba tendido en una de las tantas camas, miraba el techo en silencio y no dijo ni una sola palabra pese a la insistencia de Emilia. Esperaba que Eren volviera a ser él mismo en algún momento.
Volvió a la residencia de los Lancaster en el país extranjero y permaneció en la silla junto a la cama de Henry Lancaster por el resto del día. El señor Smith estaba también en la alcoba del joven, montando guardia por si su condición empeoraba y debiese actuar.
El señor Lancaster estaba inconsciente desde la noche anterior. Producto del dolor y el cansancio, estimaba Emilia.

En otra alcoba, el joven Slaine Lancaster se recuperaba de su lesión en el hombro. La bala le había hecho el daño suficiente para perder la movilidad fina de ese brazo, pero fuera de ello se recuperaría. Slaine se maldecía a sí mismo por ser el causante del estado de su hermano Henry. Desde que el joven llegó a la residencia, no había hecho más que permanecer sentado en un sillón mirando hacia la abierta ventana, sin decir ni una palabra más que lo justo y necesario.

El Conde había escrito la noche anterior a su señor padre sobre la condición de ambos hermanos suyos, consciente de que su padre viajaría lo antes posible para estar con sus amados hijos. De allí a que la relación fuera desafectuosa con él, era otro tema, pero sabía que su padre sí quería a sus hermanos menores y que era así de duro con él porque quería lo mejor para él.

“Ha despertado.” El señor Smith se asomó en el despacho de Cain, sin molestarse en golpear la abierta puerta. Supuso que si permanecía abierta era porque esperaba ese tipo de mensajes.
“Bien.” Asintió. Iría a ver a su hermano pronto.

“No llores, Emilia...”
“Lloro de felicidad.” Sujetaba fuertemente su mano sobre su mejilla mientras sus lágrimas caían sobre esta. “¡Estoy feliz de que estés despierto!” ella sonrió, y el rubio también le sonrió, aunque con mayor dificultad debido al dolor corporal. “Te pondrás bien, mi ángel. Todo saldrá bien.”

Después de profesarle toda lo que sentía en ese momento, Emilia calmó sus emociones y comenzó a narrarle lo sucedido hasta ahora, que habían ganado la guerra, que su hermano Slaine estaba bien y que apenas él estuviera en condiciones más estable volverían a Inglaterra. Al escuchar que el hermano del rubio se aproximaba con el señor Smith, ella se separó de Henry y volvió a tomar su rol de enfermera. Salió junto al señor Smith para otorgarle privacidad al Conde con su hermano.
Suspiró por fin aliviada. Al menos el señor Lancaster estaba mejor. Eren se recuperaba y sólo quedaba esperar a que las cosas mejoraran.

Pero lejos de ser así, al día siguiente el señor Lancaster amaneció con mucho más dolor, la fiebre lo abatió y sudaba frío. Era pálido por herencia genética, pero ahora prácticamente no tenía colores en su piel más que unas mascadas ojeras rojizas. Emilia no podía entender lo que sucedía: el día anterior parecía mucho más recuperado y ahora estaba mucho peor.

“¿Por qué habla cosas tan incoherentes?” preguntó el Conde Lancaster al doctor Smith, fuera de la alcoba de su hermano. Hace unos minutos, su hermano no dejaba de hablar cosas que a Cain le parecían irrisorias y hasta burlescamente malignas, que no tenían sentido con la charla que mantenían.
“Su hermano delira, su excelencia. La fiebre no lo deja pensar con claridad y el dolor no le permite descansar. Pasó la noche sin casi dormir, quejándose por el dolor. He tratado sus heridas durante la madrugada, pero estas siguen sin mejoras.”
“¿Qué puede darle para que disminuya la fiebre y el dolor?”
“Tendré que aumentar la dosis de medicina.”
“Hágalo.” Afirmó, sereno. Luego se retiró. 
Erwin Smith asintió. Entró y aumentó la dosis. Pidió a Emilia que le ayudara con el cambio de vendaje. A Emilia le llamó la atención el como el señor Lancaster había resistido todas esas balas.
“Se pondrá bien y saldrá a cabalgar por los prados como a usted le gusta.” Le decía la joven, animándolo con una sonrisa tranquila. Henry la miraba a momentos, con una expresión ida como si no conociera a la señorita a su lado.
“Señor Lancaster, ¿cuándo está de cumpleaños?” le preguntó el señor Smith, mirando de cerca las pupilas del joven. La pregunta era para ver su nivel de consciencia.
“…” pasaron un par de minutos sin respuestas. “Octubre”

Erwin anteriormente consultó con el Conde la fecha de nacimiento de su hermano, le había dicho que era febrero. El doctor le pidió a Emilia que saliera unos momentos, sentía que su paciente se comportaba de un modo distinto cuando ella no estaba. Emilia aguardó afuera, intranquila, hasta que vio salir al señor Smith.

“Señor Smith, estaba pensando que tal vez sería bueno traer un poco de música para que el señor Lancaster se distraiga. Le gusta la música del piano y—“ Ella habló con ilusión y esperanza.
“Emilia…” la detuvo. Sostuvo sus hombros con ambas manos y la vio con seriedad y un poco de pesar. “El señor Lancaster… Es probable que no sobreviva más de un par de días”
“¿C-cómo? Señor Smith… usted, con todo respeto, se equivoca. Él ayer estuvo mejor.”
“Está muy grave” el rubio dijo con pesar. “Desde siempre. Ha estado muy grave. Lo de ayer ha sido un estado incluso normal en los más convalecientes. Repuntan, pero luego decaen drásticamente. Lamento decirle estas palabras tan duras cuando sé que ustedes compartían una amistad cercana.”
“…” la joven no pudo procesar bien lo que le decía.
“El Conde Lancaster está al tanto de la situación, pero se niega creerme, lo cual es lo más natural puesto que es un ser querido. Pero usted tiene que tener la firmeza para llevar los siguientes procesos médicos a cabo. Lo cual no son más que mantenerlo en lo posible sin dolor para que no sufra más hasta el momento de su muerte.” La joven seguía sin poder creer lo que él le decía.
“¿Por qué está tan mal?”
“Tiene hemorragia interna. Posiblemente sus órganos estén destruidos debido al impacto de las balas. Ha perdido mucha sangre y la fiebre no baja… Delira. Emilia, lamento que sea testigo de cómo la luz del señor Lancaster se va apagando lentamente.”
“…” Emilia desvió la mirada, observó una ventana abierta y como el cortinaje se mecía con el viento. Las aves cantaban en el jardín y parecía la melodía más melancólica del mundo pese a la armonía que irradiaban. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
“No le pido que no sufra. Pero debe acompañarlo con firmeza en sus últimos momentos.”
“Entiendo…” dijo con dificultad, entre lágrimas.
“Le daré unos minutos a solas para que llore lo que tenga que llorar y se reponga. La esperaré aquí y juntos acompañaremos al señor Lancaster en su alcoba para asistirlo en todo.”
“Gracias.” Emilia caminó por el pasillo y como pudo llegó hasta la habitación que le habían facilitado. Allí, se sentó en el sillón a un lado de la mesita donde un florero con narcisos amarillos decoraba. Vio como un pétalo cayó de una flor. Emilia soltó a llorar en silencio.
Tenía que escribir, cuanto antes, a Camille. La necesitaba. No podía obligarla a cruzar el mar para estar con ella, pero una carta suya sería el apoyo suficiente. Emilia necesitaba la contención emocional de su gemela. “E-el señor… El señor von Einzbern. Oh… Pobre señor von Einzbern… No sabe. Él no sabe… Que su amigo…” se negó a pronunciar el destino que le esperaba al rubio “Nuestro querido señor Lancaster…” los ojos se le inundaron de nuevo en lágrimas. Esta vez, Emilia echó a llorar en un llanto desconsolado. De aquel llanto en que se ahogaba con sus propias lágrimas y falta de aire.
Después de varios minutos en llanto. La joven se intentó reponer como pudo y escribió una carta para Camille y en ella le pidió si le podía entregar una carta adjunta en el mismo sobre para el señor von Einzbern. Él merecía saber lo que sucedía.

“Resiste un poco más…” habló tranquilo el Conde mientras presionaba según lo indicado por el doctor Smith.
“¡Me duele, maldita sea!”
“Entiendo.” Siguió igual de calmado. “Pero será un momento. Debes ponerte bien, nuestro padre ya debe venir en camino. Debe verte firme.”
“Él no va a venir. Y prefiero morir a seguir aguantando este dolor.”
“…” Lo entendía, estaba sufriendo enormemente con el dolor y él le pedía en vano que se calmara. Su hermano deliraba, y por eso entendía también los insultos que le dijo hace un momento. El Henry real jamás le habría dedicado tales improperios.
“Ya está” dijo el señor Smith. Había tenido que pedirle al Conde su cooperación cuando Henry se descompensó sintomáticamente. Emilia recién acababa de ir a su habitación a petición del doctor, para cuando Henry se sintió peor. “Señor, ya puede retirarse.”
“Acompáñeme afuera.”
“Espera, no te vayas…”
“¿Qué pasa, Henry?” lo miró pasivo, mientras su hermano le agarraba el brazo.
“Lamento tratarte mal. No sé…” miró hacia la ventana “Vamos al jardín. Siento el aroma de los tulipanes de invierno del jardín. Quiero que los contemplemos juntos.”
“…” Cain miró al doctor Smith, este le negó disimuladamente con la cabeza. Era difícil para el Doctor darse cuenta que el Conde no entendía (o se negaba a creer) que la condición de su hermano era tan compleja que no podía moverse de esa alcoba. “Estarás allí.” Le dijo a su hermano.

Emilia vio a un montón de sirvientes llevar una tras otras jarras con tulipanes a la alcoba del señor Lancaster. “¿Qué pasa?” preguntó Emilia al doctor Smith, quien aguardaba en la puerta fuera de la alcoba.
“El conde pidió que los sirvientes llenaran la alcoba con flores de tulipanes. Su hermano quería ir al jardín y él llevó el jardín a su alcoba…” Erwin negó con la cabeza. Ahora sería mucho más problemático atender al moribundo.
“Oh, es un bonito gesto…” Emilia debía estar tan afectada que terminó por creer que algo de lo que hacía el conde era bueno.
“¿Te gustan los tulipanes?”
“Un poco…” le respondió Cain a su hermano. Le tocó la frente y comprobó que aún tenía mucha fiebre. “Debes descansar ahora.”
“Quiero estar despierto un poco más.”
“Está bien.” Asintió. “¿Qué puedo hacer por ti?”
“Mh…Has hecho mucho por mi toda la vida” le sonrió, sentándose un poco en la cama.
“Eh.” Cain le miró más tranquilo, le reconfortaba verlo un poco más animado.
“Estaba recordando a un animal que tuvimos…Herald. Era un perro negro grande. ¿Lo recuerdas? Cuando niños jugábamos con él todos. Era muy fiel y cariñoso. ¿Sí lo recuerdas?”
“Ah, recuerdo que lo botaba al patio porque era bastante… Hostigoso.”
“Se quebró una pata cazando liebres con nuestro padre. Estuvo unos días en casa y pensamos que se recuperaría, pero daba alaridos de dolor y no mejoró. Sólo estaba allí, tumbado, sufriendo. Nuestro padre lo llevó una noche al bosque y le dio un tiro para acabar con su agonía.” Sonrió.
“… ¿Por qué me cuentas estas cosas?” le perturbó la conducta de su hermano.
“Sí puedes hacer algo por mí, hermano.” Le dijo con serenidad, manteniendo la sonrisa.
“¡Ya basta, maldita sea!” Cain se levantó de la silla de forma violenta. Lo miró severamente. “Te prohíbo que vuelvas a hablas cosas así y tener ese tipo de pensamientos ¡No te atrevas!” salió indignado del cuarto. Al encontrarse al doctor Smith lo encaró. “Sigue delirando, sigue quejándose de dolor, sigue hablando cosas sin sentido. ¿Acaso usted nada puede hacer bien?” en ese momento, se escuchó desde el cuarto a su hermano quejarse por el dolor. “¿Lo ve? ¿Acaso cree que mi hermano en su vida ha dicho una grosería o blasfemado contra Dios? Ése que está allá adentro no es Henry, es un espectro de sí mismo.” 
“Puedo darle algo para calmar su dolor ahora… Pero no lo tendrá lúcido.”
“Al menos podrá descansar del dolor y se repondrá.”
“Señor, ya hablé con usted sobre el pronóstico de su hermano.”
“¿Entonces por qué se atrevió a insistirme en que no lo embarcara a Inglaterra y lo dejara aquí bajo una atención médica tan miserable que lo tiene sufriendo de este modo?”
“Debe entender que el viaje de todos modos lo habría matado, dentro de una tortuosa agonía de un trayecto lleno de dificultades que sólo maltratarían a su ya dañado cuerpo”
“…” El Conde no le bajo la mirada. El doctor Smith era más alto que cualquiera y le miraba severo sin temerle por su título noble, pero lejos de sorprenderse, el Conde se irritó con él. “Si mi hermano sigue sufriendo de ese modo y si se muere, le juro que su cabeza, señor Smith, rodará por toda Inglaterra.” Le amenazó.
“…”
Los dos hombres se miraron una última vez antes de que el Conde saliera a tomar nuevas cartas que activar.
“Señor Smith…”
“No se preocupe, Emilia. El Conde está en su derecho de reacción. Entremos con el paciente.” Los dos entraron en la alcoba. Henry los miró atento. El señor Smith preparó una mezcla que Emilia distinguió como una especie de aceite. “Joven Lancaster, beba esto. Le hará bien.” Le dio con una cuchara. “Sentirá menos dolor.”
“¿Qué es?” preguntó discretamente Emilia.
“Esencia de amapola. Es un sedante hipnótico natural. Ya no sentirá dolor, estará sedado y menos delirante… Aunque no estará del todo lúcido.”
Así fue, las próximas horas Henry decía no sentir dolor. Estaba allí de todos modos, pero no lo sentía al estar tan sedado. Comenzaba a conversar un poco más, aunque sí se apreciaba que la fiebre lo mantenía poco conectado pero lo suficiente para mantener el diálogo.
“Entonces cuando era bebé yo lo cargaba en mis brazos y dormía plácidamente. Era tan sereno como un pequeño ángel. Luego creció y se volvió más arisco y gruñón, como lo has conocido.” Bromeó el rubio en referencia a su hermano menor, Ciel.
“Ciel tiene su personalidad, pero se convertirá en un joven admirable.” Rio Emilia ante el relato de Henry. “He olvidado mencionarte, pero el cartero pasó hace unas horas y le he enviado una carta a mi hermana Camille.”
“Me contenta que retomen el contacto.”
“A mí también.” Asintió “Y le he pedido que contacte al señor von Einzbern para pedirle que pueda viajar a visitarte. Seguro su presencia te anima.” Cuando Henry estuvo más delirante, nombró a su amigo muchas veces y Emilia pensaba que su compañía lo alentaría.
“…” el rubio parpadeó incómodo, luego desvió la mirada hacia un costado.
“¿Pasa… algo malo?”
“Emilia, ¿por qué hiciste eso?” dijo Henry, mirando hacia ese costado.
“¿No quieres que venga el señor von Einzbern?”
“Lo que menos quiero es verlo.”
“Pero…”
“Le prohíbo que venga aquí, incluso.”
“Y-yo, no entiendo…”
“Me rehúso a volverlo a ver.” Lo que menos quería es que Wolfgang lo viera en esas condiciones paupérrimas. Un casi muerto postrado en cama. No. Se negaría hasta el final. Se prefería muerto antes de que su amigo se encontrara con ese despojo de humano. Eso le destruía el corazón, prefería que Wolfgang lo recordara como aquellos meses que compartieron juntos y no como lo que ahora era. Se había ido de Inglaterra por la guerra, pero también porque se resistía a encontrarse con Wolfgang en un estado tan confundido como lo había estado incluso antes de partir de su patria. No se entendía a sí mismo en ese entonces, ni a sus emociones ni lo que debía hacer, y se sentía avergonzado de estar cerca de su amigo quien siempre sabía qué hacer y entendía todo. Por eso prefirió huir antes que enfrentar. “Si viene, quiero que le prohíbas entrar aquí.”
“E-ntiendo. Perdón, Henry.” Dijo Emilia apenada.
“No te preocupes… Sé que lo has hecho sin maldad.” Se mantuvo con esa actitud rechazante por unos segundos, pero se suavizó luego y tomó la mano de Emilia. “Me gustaría que me contaras otra vez sobre aquella ocasión cuando tú y tus hermanas visitaron la feria cuando eran niñas.”
“Claro. Me encanta esa anécdota. Aunque…” lo miró con regaño. “No vuelvas a reírte de mí cuando cuente esa parte.”
“Está bien, lo prometo.” Le sonrió, encantado.



Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #72: January 29, 2020, 03:51:04 PM »
AHHHH. Yo quiero terminar este fic pero no creo que pueda lograrlo sdjsj.

El señor Lancaster partió en una mañana gris silenciosa. Una tenue capa de nevazón de estilo “plumaje” cayó aquel día cubriendo los alrededores. 
Emilia sumió desde entonces en un estado de inercia. Incapaz de poder conciliar en su mente y alma la partida de aquel joven que se volvió fundamental en su vida en los últimos meses.
Todo fue tan rápido. Una tarde lo había conocido regio y principesco en el baile de Londres cuando estuvo la joven bajo la tutela de tía Miranda. Emilia analizó que desde ese momento había quedado prendada de su dulce e inocente sonrisa. Posteriormente le volvió a ver en Bloomington para la ceremonia de Shura cuando el alcalde Trump invitó a las tropas al baile. El encuentro fue más cercano y menos jerárquico.
Ulteriormente una serie de momentos pequeños pero emotivos les acompañó durante las tardes en que Emilia instruía de lecciones al joven Ciel Lancaster en Blossomhouse. Aquella mansión que por muchos años para las Bennet fue símbolo de lúgubre misterio, para la platinada se tornó en una mansión llena de encanto propio donde pudo conocer una faceta más íntima de los Lancaster.
Especialmente del señor Lancaster en su estadía cuando la tropa estuvo en Bloomington.
La serie de encuentros “casuales” que el joven conseguía para con Emilia en la mansión creó en la chica una sensación tanto incómoda como tan deseada en cada encuentro.
Inclusive en su ausencia en el baile en el palacio de Buckingham al cual el señor Lancaster no asistió por retirarse incluso prematuramente a sus deberes militares. Aunque no estaba presente físicamente, en sus pensamientos sí lo estaba.
Siguió el emotivo encuentro en la misma batalla cuando Emilia prestó servicios para la Cruz Roja. Cada momento pequeño compartido tuvo un detalle que a Emilia le exprimía el pecho recordar.
Los últimos momentos, aunque fueron los más difíciles e insostenibles de llevar en su agónica estadía en los Países Bajos, brillaron con luz propia cuando ambos se quedaban conversando y tratando de distraerse de la verdad inevitable de su partida.
Al principio Emilia no entendía el por qué Henry le pedía que le constase una y otra vez las historias de su infancia, de cuan feliz era ella con sus hermanas y todas esas anécdotas ridículas que incluso ella comenzaba a pensar que no eran tan dignas de ser repetidas tantas veces, pero finalmente la platinada comprendió que, de ese modo, escuchándola una y otra vez, el joven podía imaginar una vida hermosa y llena de afecto de la que él careció.

Ser rico no te hace feliz. Comprendió Emilia, quien por muchos años había aborrecido ser pobre pensando que era infeliz por ello. Pero cuan equivocaba estaba.

La joven no estuvo en sus últimos respiros. Pese a que quería acompañarlo hasta el final, a Emilia la fuerza no la acompañaba y se veía incapaz de soportar verlo en ese sentido momento. El señor von Einzbern fue quien tomó esa difícil tarea de acompañar a su querido amigo hasta el último momento. Emilia sabía que debía ser así. Tenía que permitirles a ellos dos estar esos últimos momentos en compañía mutua. Si bien la joven al principio sintió culpa por involucrar al señor von Einzbern en sus determinaciones (del cual estaba segura que debía notificarlo y armar un escenario en que ambos estuvieran juntos) y hacerlo vividor de tan tristes emociones, sabía que, si no le decía nada al alemán, como había sido la voluntad del señor Lancaster, el señor von Einzbern jamás se lo perdonaría.
Entendía que el vínculo que los unía era mucho más intenso y que debía permitirles ese momento a ellos.

Apenas fallecido, Emilia se quitó el relicario que Henry le regaló como obsequio de navidad. Incapaz de poder verlo o tocarlo porque cada vez que lo hacía sentía que el corazón le quemaba y no podía evitar el llanto que amenazaba con dejarla muerta en vida. Lo guardó como un tesoro preciado del cual no se sentiría capaz de volver a verlo al menos por un tiempo.

El doctor Smith y ella volverían en la primera embarcación que saliera. Pero sorpresivamente el Conde de Lancaster le pidió a Emilia que embarcara en el mismo barco junto a él y el féretro de su hermano, porque le encomendaba la misión de poder ayudarlo a preparar el ataúd y la presentación del cuerpo cuando llegasen a Londres.
Emilia aceptó. Sin reclamos, sin peleas. Simplemente aceptó. Aun cuando sabía que eso la destruiría a ella como al mismísimo Conde.
Su cuerpo fue repatriado. Su hermano mandó a construir un sarcófago digno de un Rey. Dentro de el, el joven parecía que dormiría eternamente en paz, rodeado de flores blancas y luciendo un traje del mismo color. Fue la última vez que pudo acompañar a su querido señor Lancaster. Le dio un beso en la frente y se despidió de él para siempre.

El funeral era reservado sólo para los Lancaster y los allegados más cercanos a la familia. Emilia no tenía lugar allí así que volvió prontamente a Bloomington.

Allí sus hermanas y sus padres la recibieron, la abrazaron y varios lloraron en conjunto al saber que ella había vuelto a salvo a casa. Emilia se contuvo, aunque por fin sintió felicidad en su corazón. Sentía paz al estar con sus amadas hermanas y sus queridos padres.

Su madre la abrazó fuertemente, conmocionada de verla bien y a la vez sintiéndose apenada por la desdicha de su hija al perder al señor Lancaster. La familia y toda Inglaterra se había enterado de la muerte del hijo del Marqués apenas sucedido el acontecimiento.

“¡Que tragedia! ¡Que tragedia!” repitió la mujer entre lágrimas auténticas. “Un alma tan buena y tan joven. ¡Oh, mi querida Emilia! ¡Mi pobre niña! ¡Has perdido a tu prometido del modo más trágico!”
Las palabras de su madre la dejaron en una especie de catatonia. Un par de familias conocidas llegaron poco a visitar y felicitar la llegada de la hija de los señores Bennet.
Conducida por sus familiares a la sala mientras Jacob descargaba sus maletas y todos conversaban del jubiloso término de la guerra, Emilia tuvo un momento de despiste entre los suyos donde ella corrió en un arrebato al patio, harta de tanta gente que venía a recibirla como si fuera una especie de heroína. Corrió y corrió desesperada sin ser consciente de su entorno.
Se detuvo frente al riachuelo y apoyó una mano en el tronco de un árbol. No podía asimilar que todo acabó. 

Los días siguientes la casa estuvo más tranquila de visitantes. El único que la fue a visitar frecuentemente fue el señor Väring quien no le importaba permanecer bastante tiempo en el salón o en las afueras esperando a que Emilia saliera de su cuarto aún sabiendo que eso no sucedería.

La señora Bennet guardaba luto en su propia alcoba. Desde que se enteró de la muerte de su idealizado, querido y purísimo buen “yerno” se vistió de negro y se aisló en su cuarto entre llantos de lamentos y dolor. Cualquiera diría que un hijo de ella era el que había fallecido.

Emilia salía de su cuarto de vez en cuando para compartir la mesa con su familia, otros momentos se iba al jardín a sentarse en la silla de descanso mientras Cho atendía sus plantas, otros tantos se dejaban mimar por Sayi y Sheryl, y muchos momentos más compartía con su querida Camille quien le hablaba de cualquier tema que la pudiese distraer.
La joven estaba tranquila, a momentos compartía comentarios con los demás y simulaba una sonrisa serena. Pero por dentro sentía que el dolor estaba más fuerte que nunca.

“Emilia, el señor Väring está esperando en la sala. Quiere saber de ti personalmente.” Camille estaba de pie en la puerta del cuarto que compartían.
“Estoy cansada hoy. Tal vez mañana.” Le dijo desde la cama, acostada y dándole la espalda.
“Has dicho eso todos estos días.”
“Lo siento. Estoy indispuesta.”
“Está bien.” Su gemela expresó preocupación en su rostro. Bajó a disculparse con el señor Väring pidiéndole paciencia. El señor Väring le pidió que no se preocupara por él pues comprendía bien la situación y deseó que la señorita Bennet se repusiera de su pesar. “Emilia… Tenemos que hablar” le pidió su gemela, cuando volvió al cuarto. Se acercó a la cama de su hermana y se sentó en el borde. Emilia estaba usando camisón y el cabello lo llevaba desarreglado. Pasaba gran parte del día en cama.
Emilia se quedó en silencio. Sabía lo que quería conversar y ella le estaba evadiendo desde entonces. Camille era paciente y compasiva al darle su espacio para pasar el dolor de la pérdida a solas, pero estaba preocupada porque se estaba prolongando demasiado y sentía que poco a poco Emilia se iba consumiendo en la soledad y tristeza.
“La partida del señor Lancaster es reciente aún y… sé cuánto se apreciaban los dos. Pero él no desearía verte en esta condición por su causa. Intuyo que él habría querido todo lo contrario. El señor Lancaster te admiraba por, sobre todo. Amaba tu personalidad e inteligencia la cual él jamás quiso opacar. Incluso ahora que no está, estoy segura que sigue teniendo esos mismos sentimientos hacia ti y esperaría verte brillar.”
“El señor Lancaster ya no está, Camille… No creo que se sienta mal por mí a donde él este.” Le respondió aun dándole la espalda. “Somos las personas que quedamos en la vida terrenal las que sufrimos por su pérdida.”
“Entiendo tus palabras.” Asintió. “Pero, aun arriesgándome a que te sientas ofendida por las mías, debo insistir en que no es el deseo de nadie verte así. No es justo… Que te estés castigando. No fue tu culpa.”
“Sólo quiero dormir, Camille… y dejar que pase el invierno… la primavera, el verano, el otoño… Si es necesario, otro invierno.”
“Emilia…”
“Pero…” Emilia no pudo contener las lágrimas. “Aunque me pase la vida eterna en esta cama llorando por él… Él no volverá. Él…Él partió a un lugar lejano al que no lo puedo acompañar. Ya… Y-ya no lo puedo seguir. Se fue tan lejos.” Se tapó el rostro, soltando lágrimas. Ella lo pudo seguir a la guerra, pero no lo podía seguir al otro mundo. Ya no podía ayudarlo más.
“¡Oh, Emilia!” Camille le hizo sentarse en la cama y la abrazó, acompañándola en su dolor.
“Sé que esta angustia desaparecerá algún día, pero no sé por qué me duele tanto ahora. Me lastima el hecho de saber que fue infeliz y que murió tan joven. Él siempre me pedía que le contara las historias de nuestra infancia en familia… ¿Por qué vino a este mundo a sentirse solo y triste? ¡Yo no pude hacer nada para hacerlo feliz ni cambiar su destino! ¡Siempre fui tan tonta y lo puse en situaciones incómodas! ¡Soy tan ilusa, Camille! Pensaba que acompañándolo o uniéndolo a su amigo o hablándole de cosas bonitas podría retenerlo en este mundo, pero… pero… ¡De todos modos murió! ¡No pude hacer nada para evitarlo! ¡Ni siquiera pude sanar sus heridas! ¿Qué clase de ser humano soy?
“¡Emilia!” Camille aguantó sus propias lágrimas al escuchar los lamentos tan injustos de su hermana. “¡No digas cosas tan duras respecto a ustedes! El señor Lancaster fue feliz en todo el tiempo que te conoció. Hiciste que tu compañía fueran los momentos gratos que él tuvo en toda su vida. Tú, y el señor von Einzbern, hicieron que su solitaria vida vacía experimentara luz y felicidad.”
“¿Crees que este dolor que siento algún día se vaya? Oh, Camille, soy tan débil en el fondo, sólo quiero dormir y despertar cuando ya no sienta nada.”
“Dejarás de sufrir en algún momento, la huella siempre quedará en tu vida, pero aprenderás a vivir con ese recuerdo.” Camille la abrazó más fuerte. “Y siempre estaré aquí para ti, para acompañarte y apoyarte.”
“Gracias” la joven la abrazó de igual modo. “No veo como podría soportar esto sin ti. Por favor… No le digas a nadie que he llorado hoy. ¡No quiero que nadie se entere!” ella permitía que Camille fuera testigo de su debilidad, pero no podría vivir con la idea de que los demás la vieran vulnerable.
“No le contaré a nadie. No te preocupes.” Camille le sonrió, haciéndole gracia que su hermana quisiera mantener esa imagen serena y de bienestar que siempre quería demostrar. “Ahora, tenemos que hacer algo con esa maraña de cabello que tienes. Está hecho un desastre.”
“Eh… Ha crecido mucho y lo he descuidado.” Emilia sonrió torpemente, tocándose el cabello. “¿Me ayudas a ponerlo en orden?”
“¡Claro!”
Camille corrió a buscar un cepillo y una tijera para cortar las puntas. Emilia se sentó en una silla y dejó que su hermana se hiciera cargo de su cabellera.
“El señor Väring es alguien con mucha paciencia…” dijo Emilia después de un largo y cómodo silencio. Recordó que vino a visitarla también ese día.
“Viene todos los días aquí a saber de ti con la esperanza de verte en persona.”
“Ahá.” Asintió. “Además, él viajó a los Países Bajo para saber de mí. Como yo estaba ocupada con Henry, le pedí si podía hacerse cargo de Eren. No dejó de visitarlo en el Hospital y se encargó de su traslado a Inglaterra y de los costos de su tratamiento y rehabilitación.”
“Oh, el señor Väring es un hombre honorable.” Camille sonrió. Era demasiado evidente el afecto del señor Väring hacia su hermana aún cuando Emilia no se daba cuenta de los sentimientos del joven y lo mantenía en la condición de amigo.
“Sí. Es cierto. Es una buena persona… ¿Sabes? En Londres intenté que Mina y él se hicieran más íntimo con el objetivo de que se enamorasen. Los dos se ven bonitos juntos y sentía que el señor Väring era bueno para mi amiga. No sé por qué no logré que Mina y él terminasen juntos. En realidad… Apenas se hablaban más que lo protocolar. No congeniaron para nada.”
“Posiblemente Mina tenga otros intereses ahora, como escribir sus novelas.”

Al día siguiente, la nieve se dejó caer nuevamente. Emilia observaba desde la ventana del segundo piso al señor Väring esperando afuera de la casa, paseándose por el antejardín y conversando a momentos con Mery quien intentaba recolectar los últimos frutos invernales.

“Marth se ha hecho muy allegado a todos en la familia.” Dijo Emilia a Camille. “Es una buena persona, aunque no debería exponerse al frio sólo para acompañar a Mery.”
“¿Quieres que le diga que vuelva en otro momento?”
“Va a terminar enfermándose.” Emilia sonrió levemente, al ver la insistencia de ese señor. “Creo que aceptaré dar un paseo con él y será mejor que alguien más acompañe a Mery”
“¿Estás segura?”
“Sí.”
Emilia se colocó su gorro y un abrigo blanco. Salió y el señor Väring no pudo evitar contener su impresión de felicidad y asombro al verla.
“¡Emi…! ¡Señorita Bennet!” se corrigió, corriendo hacia ella. “Me llena de felicidad ver que se encuentra más repuesta.”
“Señor Väring, gracias por preocuparse por mi bienestar. He sido muy egoísta con usted todo este tiempo, le debo un paseo por lo menos.”
“No se preocupe, señorita Bennet, el verla bien es suficiente para mí.” Sonrió plenamente.
“Insisto en que me acompañe” le ofreció un brazo como gancho. El señor Väring fue un poco tímido y tardó, pero finalmente aceptó.
Mery rio disimuladamente desde su posición visible, divertida por las reacciones del señor Väring quien, desde las últimas semanas, se había hecho muy familiar y cercano en la casa de los Bennet.
“Su señor padre me ha compartido tardes hermosas en su biblioteca donde hemos charlado sobre la literatura de sus estanterías.” Comentó mientras caminaba del brazo de la joven. La nieve daba un ambiente totalmente blanco alrededor y las casas aledañas estaban cubiertas por el manto blanco.
“Mi padre es un señor notable y muy intelectual. Usted siempre encontrará charlas gratas en su compañía. Muchos jóvenes vienen aquí con la intención de tener una conversación intelectual con él. Al señor Lancaster…” Emilia bajo levemente la mirada. “Le gustaba visitar la casa y conversar con padre mientras me esperaba. No sé cómo lo logró, pero mi padre tuvo una excelente estrategia para sacarle mayores diálogos al señor Lancaster quien era muy callado.”
“El señor Lancaster fue bendecido con esos momentos.” Marth sonrió con auténtica dulzura. De verdad agradecía que ese joven hombre haya disfrutado esos momentos cuando estuvo en vida. Si bien había sido un digno oponente respecto a su objetivo amoroso, la noticia de su partida había aturdido a Marth quien incluso se planteaba lo cruel que era la vida al llevarse a alguien tan joven y saludable. “Lamento haber revocado sus recuerdos hacia el señor Lancaster.”
“Descuide. Muchas cosas me volverán a recordar a él, pero iré recordándolo con cariño y menos dolor.” Dijo ella, sonriendo más tranquila. Las palabras de Camille comenzaban a hacer efecto en ella.


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #73: January 30, 2020, 10:07:40 PM »
Mi último fic pre-patio life u_u este finde regreso a ponerle el título y los iconos <3

Tengo que ponerme al día también ;_;




XIII.

La señora Bennet caminaba de un lado al otro, frustrada a mil por la aparente indiferencia de su primogénita.

Apenas la mayor cruzó la entrada de Longbourn, la señora Bennet no la recibió con un abrazo sino con una misiva del señor Morewood en manos. Carta con la que la señora Bennet no guardo recato en lo absoluto, y había optado por abrir y leer antes que la propia destinataria.

El señor Morewood le pedía conversar con ella en privado. Y la señora Bennet había estado celebrando desde que sus ojos dejaron la carta, hasta que la calesa proveniente de Londres hizo aparición a la distancia.

Pero para su sorpresa, la respuesta le había dejado sumamente confundida (y escandalizada): Sayi le había pedido al señor Morewood posponer su visita por unos cinco días. Y que solo entonces estaría más que bienvenido a una audiencia.

La señora Bennet se había mandado berrinche y medio desde el momento que la carta había dejado la residencia. Sayi le recordaba una y otra vez que una audiencia no significaba una propuesta de matrimonio (y habían aprendido ello de la peor manera…), pero la señora Bennet estaba confundida que esta era su última oportunidad a la felicidad marital y que ella lo estaba echando a perder con su orgullo.

El señor Bennet pretendió no haberse atragantado al escuchar las palabras felicidad marital.

“¡Cuánto egoísmo!” se quejó la señora Bennet “¡Si hubieras dejado venir al pobre señor Morewood apenas llegaste, en este momento estaríamos planeando tu boda!”
“Mamá…” Sayi ya no sabía cómo más consolarle “El señor Morewood aceptó venir el viernes, y entonces podremos conversar con él”
“¡TU! ¡Conversaras tú! ¡Y aceptarás lo que sea que te proponga!”
“Señora Bennet, por favor” intercedió el señor Bennet, y con un amago de reproche le pidió que dejara la lloradera.

La señora Bennet se limpió la garganta, frunció el ceño, y se arregló en su sitio.

“¿Y que se supone que vas a hacer de aquí hasta el viernes?”
“Quiero ir a visitar a Hagu. Y a la señora Hann, y a Kisa” le respondió Sayi “Tengo mucho que contarles”
“¡La señora Hann esta tan impaciente cómo yo en que te comprometas de una vez!” exclamó su madre, pero bastó una mirada del señor Bennet para que volviera a callarse.

Sayi pensó que había entretenido a su madre lo suficiente, por lo que dejó la sala de dibujo y se dirigió a la cocina. Ahí, junto a la ventana, descansaba una maceta con la espuela de caballero que el abuelo del señor Souton le había regalado.

Cho no podía esperar a que el frio se marchara para poder plantarla en su jardín, por lo que de momento la flor debía esperar dentro de la cocina, lo más cerca a la ventana para poder recibir siquiera algo del sol de invierno.

Sayi le echó un poco de agua, observó los pétalos azulados y sonrió, recordando la residencia del señor Souton con la hiedra trepando el ladrillo rojo, y las aves trinando y el viento frío golpeando su piel.

Entonces recordó el capitán Ackerman y se preguntó si ya se estaría en Manchester, o si ya se encontraría navegando por el canal de la mancha…

“Señorita Bennet”

La voz de Jacob la tomó por sorpresa. Sayi se encogió en su sitio y el mayordomo se disculpo por haberla asustado.

“Disculpe que la interrumpa, pero el cartero llegó con una carta dirigida a usted”

Sayi tomó la misiva y sus ojos se iluminaron al leer al remitente como el señor Souton. La joven le agradeció alcanzarle la carta y, tras pedirle que no le dijera nada a su madre, se apresuró a su habitación.


Apenas terminó de leer el mensaje, Sayi se hundió en su asiento.

Y por más que le había alegrado recibir una carta señor Souton, le dolía la noticia que su buen amigo le compartía: Al parecer, poco después de su partida de Londres, su abuelo había caído enfermo con una súbita dolencia; una que el doctor de confianza había diagnosticado como terminal. Y nada más había por hacer que esperar a lo inevitable.

El señor Souton había tomado un sabático de sus responsabilidades, para poder hacerle compañía a su abuelo en los últimos días que le quedaran juntos.

Sayi sintió cómo se le humedecían los ojos al recordar al abuelo Souton. Su amable sonrisa, su franco carácter, y el brillo en sus ojos al hablar de su jardín. La espuela de caballero hibernando en su cocina había cobrado suma importancia, pues no podía haberse imaginado que esa sería la primera y última vez que lo vería en persona.

Mientras la joven empezaba a elaborar una respuesta apropiada, sus ojos pasaron por sobre la postdata que su amigo había agregado después de su despedida.

‘Espero recibir buenas noticias pronto. Sería mi consuelo más grande en estos momentos”

Sayi sonrió algo nerviosa, recordando la tarea que tenía anotada para el día siguiente.
« Last Edit: May 10, 2020, 10:33:04 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Mery

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #74: January 31, 2020, 10:57:26 PM »
/dead


Como muchos otros asistentes, Alice se hallaba ubicada en una mesa junto al señor Crawly, quien había preferido degustar una copa de vino en compañía de su viejo amigo, el señor Fell, antes de disfrutar alguna otra actividad en Candance Hall. Normalmente aquello no hubiese sido un problema para la joven, puesto que disfrutaba de la compañía de ambos y las conversaciones que estos tenían, pero aquella noche Alice estaba ansiosa por separarse de ellos.

“¿Podría excusarme ahora?”
“No, te escoltaré yo mismo en cuanto haya terminado.” Habló el señor Crawly.
“¿Por qué? No es necesario, puedo hallar a mis amistades por mi cuenta sin problema.”
“Y no lo dudo, pero no deseo tentar la suerte. Entenderás que es lo más prudente, dadas las circunstancias.”
“El año pasado no fuiste tan estricto conmigo...”
“La homenajeada aquel día era una amiga íntima tuya.” Le recordó él. “Alguien que, por consecuencia, conoce tu peculiar forma de ser y puede permitirse tenerte por allí  deambulado a tus anchas con el riesgo de provocar un inminente desastre.” Explicó con toda calma. “No, Alice, hoy es diferente, tendrás que ser paciente.”
Alice resopló. “Exageras, tío.”
“Tus antecedentes dicen lo contrario, querida.”
“No deberías ser tan duro con ella, Crawly, es joven, ¿no es está en la época del error y el aprendizaje?” Trató de abogar por ella el señor Fell.
“Oh, no te pongas de su parte, Zira.” Se quejó el señor Crawly agitando su copa.
“Oh, pero claro que sí, alguien debe hacerlo.” Dijo éste con una suave sonrisa.
“Gracias, señor Fell, es muy amable. Desearía que usted fuese mi tío… también.” Agregó al final, notando la mirada desaprobatoria del señor Crawly.
“Pues no será necesario, ya han venido por ti.” Indicó el pelirrojo y Alice giró en la dirección que seguían sus ojos hasta ver a Rose y Mery acercándose.
“¿Soy libre entonces?”
El hombre suspiró. “Hasta donde sea debidamente posible, sí.”

“Muy buenas noches.” Saludaron ambas muchachas.
“Señoritas, qué agradable verlas.” Les saludó el señor Fell amablemente, a lo que ellas respondieron con una reverencia.
“Igualmente, caballeros.” Habló Rose y le dirigió una sonrisa a Alice. “Espero que no sea un inconveniente si nos retiramos con la señorita.”
“Por el contrario, me harían un favor.” Bromeó el señor Crawly. “Y espero que pueda darle mis felicitaciones a su joven hermana y sus padres, señorita Bennet, han hecho un gran trabajo aquí.”
“Muchas gracias, se los haré saber.”
“También espero que sepas comportarte, Alice.” Advirtió el hombre pelirrojo.
“Indudablemente, querido tío, no tendrás necesidad de preocuparte por mí.” Alice lo miró con notable confianza y luego le sonrió al señor Fell. “Disfruten la velada.” Agregó sosteniendo del antebrazo a sus dos compañeras y así alejarse de la mesa.