Author Topic: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie  (Read 37689 times)


Apple

Feliz año nuevo a todas!

3


Ver el carruaje con Sayi y su madre partir despertó muchas ilusiones en Sheryl, que se sentó en el porche y dejo volar su imaginación. Se imaginó a Sayi y su madre regresando acompañadas del señor Terry, quien entonces pediría una audiencia con el señor Bennet antes de anunciar su compromiso formalmente con la familia.

¡Y lo que vendría después! El té de compromiso para anunciar a las señoras de Bloomington la felicidad de Sayi. Y probablemente un baile organizado por el tío Robert en los salones de Shirenewton Hall en honor a los novios ¡Y otro baile en Longbury por supuesto! Organizado por los padres de Terry, dándole la bienvenida a la futura señora de la mansión.

Y luego una hermosa boda ¿Cuando? ¿En ese mismo verano? Tendrían a los invitados más distinguidos entonces. O esperarían al siguiente verano para organizar elaborados preparativos. O quizá Sayi preferiría casarse en primavera... sí, definitivamente los finales de primavera eran los mejores tiempos para casarse. No llovía y tampoco hacía mucho calor.

Luego la luna de miel. El señor Terry no escatimaría para tener a su Sayi contenta y seguro se irían al extranjero. Al regresar se establecerían en Londres para que el señor Terry pudiera continuar con su trabajo y los bebés no tardarían en llegar... ¡los bebés! Esa era la parte que más emocionaba a Sheryl, que le rogaría a Sayi dejarla ayudar con la crianza de sus sobrinos. Después de todo su hermana sería una señora de sociedad y necesitaría tiempo para sus deberes de esposa.

Tan pérdida estaba en sus pensamientos que no se percató que Thomas regresaba del pueblo junto a Clark Kent.

-Señorita Sheryl- le llamó Thomas entregándole una carta. A Sheryl no le costó mucho reconocer el sello de los Leagan.

-oh Thomas, gracias- recibir una carta de los Leagan no le entusiasmaba mucho y decidió leerla más tarde  -Y Clark ¿qué te trae por aquí?-

-El señor Baratheon les envía un saco de azúcar de buena calidad. Y de paso, unas libras de carne de cordero. Le hubiera gustado venir pero se encuentra atendiendo a Lady Aika, que por cierto, les envía una invitación a usted y sus hermanas para tomar el té.

El intercambio de regalos no era algo raro entre los Bennet y el tío Robert. Y el azúcar se encontraba escasa por la guerra, lo cual la hacía un regalo tan valioso como la seda y plata. De seguro era uno de tantos presentes de compromiso que recibiría Sayi. Sheryl se recordó a si misma escribir una nota de agradecimiento para el tío Robert mientras Clark descargaba los paquetes de su caballo y se los entregaba a Thomas.

-¿Se encuentra bien Lady Aika?

-Sin duda señorita Sheryl. Está encantada con Bloomington y ya que su madre la invitó al baile de su hermana ha postergado su estadía para entonces.

-Creí que ya habían arreglado su carruaje.

-Sí, su carruaje fue la causa del desvelo del herrero. No obstante, los anfitriones de Lady Aika en Bath serían los duques de Devonshire y la perspectiva de pasar la temporada con dos personajes tan mayores no llamó la atención de su señoría- confesó Clark con la típica familiaridad que tenía a Sheryl, pues se conocieron desde niños cuando él llegó a trabajar para el tío Robert. Por su forma de expresarse no había duda de que el joven Kent había tomado un par de hábitos del tío Baratheon.

-Entiendo. Porque no acompañas a Thomas y beben algo mientras yo escribo una nota de agradecimiento para el tío Robert.

Después de que los dos mozos se retiraron, Sheryl se dirigió a la cocina donde Mery trabajaba en los pies de limón que su madre había encargado en compañía de Kora que comía unos frutos secos que estaban en la mesa. La rubia les recordó no escatimar en el uso del azúcar pues el tío Robert les había enviado un saco y sugirió hacer un sheperd’s pie para utilizar la carne de cordero y ofreció para ayudar a prepararlo.

Pero antes tomó lugar junto a Cho, que había ocupado un rinconcito para hacer bouquets y saquitos de té para la tarde. La rubia escribió una tarjeta de agradecimiento para el tío Robert y otra para lady Aika. Les prometió a ambos visitarlos pronto y tras tener la aprobación de su hermana mayor, se las dio a Clark Kent quien emprendió su regreso a Shirenewton Hall.

Sheryl tomó asiento junto a Kora, y empezó su labor de pelar papas y zanahorias para el Sheperd’s pie, dejando la carta de los Leagan relegada en una esquina. La mayor al ver el sello de la carta no pudo contener su curiosidad.

-Sheryl ¿no abrirás esa carta?

-Es del primo Neil. De seguro no dice nada importante.

-¿Va dirigida solo a ti?- la interrogó Cho, que noto que Sheryl no tenía reparos en negare a abrir la carta.

-Si… -confeso la rubia avergonzada, no le gustaba cuando su primo le prestaba especial atención a ella.

Las demás hermanas interrumpieron sus labores y se vieron entre ellas nerviosas. No querían pensar en el contenido de esa carta. Sheryl notó las miradas nerviosas de sus hermanas y no queriendo arruinar la alegría del día tomó la carta, sea cual fuera su contenido lo mejor era abrirla y acabar con el suspenso. Pero al mismo tiempo se dio cuenta de que no podía abrirla.

-Toma- le dio la carta a Kora –Sea lo que sea que el primo Neil tiene que decir, nos concierne a todas.
Kora dudó un poco antes de abrirla y leerla para sus hermanas.

Querida señorita Sheryl Bennet,
Me complace anunciarle que mi hermana y yo tendremos la dicha de anunciarle que hemos decidido para una temporada con nuestra familia en Bloomington. Nada nos alegraría más que hospedarnos con ustedes, por lo cual me tomo la libertad de recordarle acomodar y preparar unas habitaciones para mi hermana y mi persona. Confió en que se esmerara en la tarea y anunciara nuestra llegada a sus señores padres y sus hermanas. Si todo sale bien pensamos llegar en xxxx…
Neil Leagan


Apenas termino de leer la carta, una mueca de disgusto se dibujó en la cara de Kora y Sheryl. No obstante ni Cho ni Mary se mostraron complacidos. Al contrario, según la carta los indeseables primos Neil y Eliza Leagan llegarían a Bloomington al día siguiente.
« Last Edit: November 12, 2019, 10:05:12 PM by Apple »


Sayi

yaaaaaaaaas feliz año -3-

EDIT: Reposteo para que el @Apple este antes porque 1) esta BELLO y 2) queda mejor que este antes que el mio en el hilo narrativo <3

2

La señora Bennet movía la cabeza en todas direcciones, estudiando cada detalle de la sala de estar de los Grandchester y calculando su valor. Cuando estuvo por medir que tan grande era la chimenea fue que Sayi la tomó del antebrazo, pidiéndole compostura.

“¡Ay querida! ¡Pero si todo esto será tuyo en nada de tiempo!” dijo, restándole importancia al rubor en las mejillas de su hija “Para la próxima primavera ya estarás felizmente casada… y de aquí a dos primaveras más…”
“¡Mamá!” le rezondró la joven, ante lo cual su madre rio para si misma. “Te pediría que no te precipites, que Terry no ha dicho nada todavía”
“La modestia siempre ha sido una de tus virtudes” respondió la señora Bennet, abriendo su abanico y empezando a airearse “Para qué mas te habría escrito ello de hacerte una pregunta importante si no fuera para pedir matrimonio… ay pero ¿dónde esta el señor Grandchester?”

En efecto, era la primera vez que Terry había sido tan directo y formal con ella, por lo que Sayi sabía debía ser algo de suma importancia. Y, para tratarse de amigos que habían compartido todo, sin ningún tapujo a lo largo de interminables correspondencias… aquella carta no era nada menos que un hincapié a algo nuevo; una sentencia a que su relación actual estaba por terminar, y renacer en algo que siempre había pensado tendría sentido.

Compartieron una infancia juntos, y habiendo estado tan ligados todas sus vidas era concluyente que el formar una familia debía ser la evolución natural de las cosas. Sayi siempre había sentido algo por Terry, y considerando el trato del castaño, esto era recíproco. En Terry había encontrado un confidente, un igual en su manera de ver las cosas, y una persona amable y razonable, dispuesta a mantener una relación estable pese a las dificultades y distancia.

Pero, aunado de todas sus expectativas…

“¿De verdad ira a pedirme matrimonio?” se preguntó en voz alta, ante lo cual la señora Bennet golpeó su brazo con el abanico.
“¡Las cosas que dices!” respondió “¡Pondría mi mano al fuego! Bueno, normalmente hubiera esperado que él hubiera venido a nuestra casa… pero es un detalle pequeño. Seguro esperaba presentarte como su prometida a mi estimada amiga, la señora Grandchester, y luego iría a hablar con tu padre, pero como te digo, ¡detalles!”

La puerta se abrió en ese instante, lo que obligó a la señora Bennet a erguir su espalda y limpiarse la garganta.

“Señora Bennet y Señorita Bennet” anunció el mayordomo, haciéndose a un lado “El señor Terry Grandchester de Longbury”

Pero nisiquiera habían terminado las introducciones cuando el mismísimo Terry entró a la habitación y no se detuvo hasta tener las manos de Sayi entre las suyas. A su lado, la joven notó a su madre guiñándole por encima del intercambio.

Era agradable ver a Terry luego de tanto tiempo, y solo ello le ayudó a bajar un poco los nervios, aunque fuera por un instante. Pero el motivo de esa entrevista…

“¡Señor Grandchester!” celebró la señora Bennet, pues las pleitesías habían quedado de lado considerando la cercanía de ambas familias. No obstante, ella no despegó los ojos de la mira “¿A que Sayi no se ve preciosa? ¡La alistamos solo para usted!”
“¡Mamá!”
“Tan hermosa como siempre, más radiante que nunca” respondió el castaño, y el rostro de la joven era color hormiga.
“Bueno, bueno… me imagino que ustedes tendrán mucho de qué hablar” se excusó la señora Bennet, abanicándose rápidamente “Me retiraré a dar una vuelta por el jardín… oh pero, ¿por favor me mandan a llamar apenas terminen?”

Sin embargo, Terry sonrió incrédulo ante aquellas palabras.

“Querida señora Bennet, me encantaría que se quede a escuchar” dijo, invitándola a tomar asiento nuevamente. Madre miró a su hija, quién señalo la puerta con los ojos.
“Pero… señor Grandchester… esto es algo que debería ser privado, ¿creo yo?”

Era la primera vez en su vida que Sayi veía a su madre actuar con recato, y curiosamente, fue en vano. Terry estaba decidido a que la señora Bennet se quedara a escuchar lo que tuviera que decir, pues, en sus palabras ‘eran noticias tan importantes para ella como para Sayi’.

Y Sayi pensó que aquello no podía ser más cierto.

“Tenemos tanto en lo que ponernos al día… pero, antes que nada, quería dirigirme a la última correspondencia que le envié hace dos semanas, pues me temo que fui bastante reservado. Me odiaría si la dejé en suspenso solo por ser incapaz de contenerme, pero ahora que ya estoy aquí, puedo finalmente ser directo”

La joven juntó ambos labios en una línea, intentando contener la sonrisa que amenazaba con iluminar su rostro. A su lado, el abanico de la señora Bennet parecía haberse convertido en una libélula, considerando la velocidad en la que se agitaba.

“Mi queridísima Sayi… nos llevamos conociendo todas nuestras vidas, y no podría imaginar mi futuro sin ti. Mi mayor confidente, mi cómplice a pesar de la distancia… la hermana que nunca tuve…”

La señora Bennet se congeló en su sitio.

Y por su lado, Sayi se preguntó si había escuchado bien. Su rostro logró contener su confusión, pero nada la preparo para lo que estaba por venir.

“¡Hace apenas un mes le pedí matrimonio a la señorita Susana Marlowe, hija de un compañero de mi bufete! ¡Nos casaremos el próximo mes!” le dijo, emocionado “Como mi amiga más cercana, aquella que considero familia… ¡Susana estaría encantada si fueras su dama de compañía!”



“Sayi, ¿me harías el honor?”

Pero no hubo tiempo de pretender una respuesta, pues la señora Bennet, desmayándose y cayendo de su silla causó suficiente distracción para poder llamar la calesa y abrirse paso a la respectiva huída de Longbury Manor, un dulce lugar de infancia al cual Sayi se prometió no volver mientras estuviera viva.

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Mery

Yo debí llegar antes pero no tenía luuuuz 8'D -cries-
Gracias a todas por mencionar a mi personaje, son tan lindas ;; ♥ 



El regreso de Emilia, el prospecto de nuevos visitantes a Bloomington, la carta del señor Grandchester dirigida a Sayi, ¡tantas buenas noticias en tan poco tiempo! Los ánimos en la casa de los Bennet se habían elevado con notoriedad y así también lo habían hecho las tareas dentro de ella.

Mery estaba muy emocionada con la pronta llegada del baile de Shura y todo lo que ello conllevaba, pero no hallaba mucho tiempo para hundirse en sus ensoñaciones. Últimamente se hallaba más dentro de la cocina que fuera de ésta. Le gustaba encargarse de la preparación de los postres, pero también deseaba terminar el libro que tenía pendiente e ir a darle un merecido y largo baño a Leon, su fiel corgi, que luego de la limpieza general el día siguiente de la llegada de Emilia, había sido exiliado al patio por su madre.

La menor estaba convencida de que si lograba hacer al can oler a flores y brillar de limpio la señora Bennet lo dejaría tranquilo. Aunque en el fondo sospechaba que lo que más le molestaba a la mujer era escucharlo ladrar, especialmente cuando se cruzaba con Sir Puma Tiger Scorpion.

“No es su culpa, son sus instintos.” Murmuró para sí mientras buscaba un rodillo.

“No te angusties, acabaremos más pronto de lo que crees.” La animó Emilia y Camille asintió a su lado, entregándole el utensilio que buscaba.

“Gracias.” Mery sonrió un poco y asintió. Era cierto, además sólo podía culparse a sí misma por acabar en aquella situación.



Aún lo recordaba con cierta claridad. Tiempo atrás, Mery se había retirado a descansar a su habitación por un malestar, quedando dormida casi al instante. Sin embargo, aquello no duró mucho, puesto que una terrible pesadilla logró despertarla. Aún un poco desorientada y asustada por el mal sueño, Mery fue en busca de su madre o alguna de sus hermanas en los pasillos y la sala de estar, pero no al no encontrarlas asumió que habían salido o estaban ocupadas en otros asuntos y ella no tenía el valor de ir a interrumpirlas.
 
Con la idea de ir a dar una vuelta al patio y así despejarse, la menor decidió escabullirse por la cocina y salir desde allí, pero al llegar se encontró a Cho ingresando justamente por la misma puerta que ella había pensado utilizar. Su hermana no tardó en notar la expresión triste en su rostro y la hizo sentarse a la mesa junto a ella.

"¿Te encuentras bien?" Preguntó la mayor pacientemente y Mery asintió.
"Sí, es sólo que tuve un mal sueño."

Mery pensó en ese momento que era innecesario molestar a su hermana con algo tan insignificante como una pesadilla, por lo que al final prefirió no ahondar en detalles y mantuvo la cabeza baja, por suerte Cho era muy reservada y no intentaría hacerla hablar si veía que ella no deseaba hacerlo.

Mientras su mente vagaba entre lo que aún lograba recordar de aquel sueño, pudo escuchar a Cho levantarse y moverse por la cocina. Unos minutos después, percibió un aroma dulce y la voz de su hermana nuevamente cerca de ella.

"Tómalo, te hará sentir mejor." Le indicó colocando una taza y un plato frente a ella.

Aquella era una infusión hecha con las hierbas obtenidas en el jardín de la propia Cho, Mery no estaba segura de cuál era específicamente, siendo que ella misma no tenía mucho conocimiento sobre el tema, pero sí que reconocía lo que estaba encima del plato.

"¿Pero...?" Mery abrió los ojos confundida.

Una pequeña tartaleta se hallaba inocentemente frente a ella. Era parte de los bocadillos que su mayordomo había pedido hacer para la hora del té de esa tarde. De hecho, no les dejaban probarlos hasta que fuese la hora acordada, especialmente por culpa de Mery, que adoraba los postres y en otras ocasiones había intentado hacerse de uno, provocando que los colocaran fuera de su alcance.

"Está bien." Aseguró la mayor con una sonrisa suave y comprensiva. "Jacob no lo notará."

Aquel gesto amable de parte de la peliceleste le hizo olvidar su pesar y le devolvió la sonrisa. Luego de asentir con vigor, Mery le dio un sorbo a su té y en seguida le dio un mordisco al aperitivo.

El sabor a manzana fresca le endulzó el paladar y la llenó de tanta infantil alegría que Mery se terminó la tartaleta de dos veloces bocados que habrían escandalizado a la señora Bennet y seguidamente le agradeció a su hermana con un fuerte abrazo.

Aquel acto de amabilidad le recordó a Mery cuán considerada y atenta a los detalles era Cho. Así mismo, se dio cuenta del efecto positivo que podían tener los postres en el estado de ánimo de las personas. Ese mismo día Mery decidió que deseaba poder replicar la reacción que había tenido y compartirla con otros, lo que resultó en horas de práctica dentro de la cocina con muchos experimentos y fallos. Como la vez que recolectó unas bayas en el bosque y Kora, que quiso probarlos primero, resultó con un retortijón de panza tremendo... pero también había tenido momentos agradables en el proceso y se sentía satisfecha al ver que otros disfrutaban lo que preparaba.




Recordando aquello, Mery se sintió con renovados ánimos y se remangó la camisa. Debía preparar los mejores pies de limón que jamás había hecho para el regreso de Sayi, con toda la alegría que traería a casa era lo menos que podía hacer por ella.

"¡Ya no puedo esperar a que regresen!"
« Last Edit: December 31, 2018, 11:05:02 PM by Mery »


Kana

* El primer párrafo para quienes leyeron el libro se les hará conocido pues es un escrito exacto de un capítulo de P&P, que se me hizo particularmente útil para poder iniciar este fic u_u

5

Los bienes del señor Bennet consistían casi únicamente en una propiedad que rentaba dos mil libras al año, la cual, desgraciadamente, estaba vinculada, en ausencia de un heredero varón, a un pariente lejano, y la fortuna de la señora Bennet, aunque adecuada para su situación social, no compensaba la insuficiencia de la de su marido. 
El padre de la señora Bennet había ejercido la abogacía en Meryton, y su hija heredó cuatro mil libras.

Pero no era suficiente para hacer de sus hijas una tentadora posibilidad de matrimonio dada sus dotes que debían repartirse entre tantas muchachas. 

Las posibilidades de que las hermanas Bennet sucumbieran a un matrimonio auténticamente romántico y de afecto mutuo se iban reduciendo conforme las oportunidades actuales las cuales no eran por lo demás catastróficas. 

Emilia y Camille se miraron entre ellas al escuchar las últimas noticias que Mery compartía con ambas. Las gemelas se encontraban en el jardín de la casa cortando algunas rosas entre otras flores para guardar en sus libros personales o como decorativos del hogar, para cuando Mery había aparecido ante ellas con el alma en un hilo.



“Así que los primos Neil y Eliza llegarán pronto en Bloomington.” Repitió Camille, con la vaga esperanza de que su hermana pequeña añadiera una palabra alentadora en su desolación. Tal vez un ¨Pero según la carta, se quedarán en tal sitio…¨ 

“Lamentablemente, así es.” Mery asintió a su pesar confirmando lo que Camille no quería que fuese ratificado. “Es lo que escribió el primo Neil a Sheryl.”

“Oh, Sheryl…” Camille miró a sus dos hermanas, las cuales pensaron cabalmente lo mismo.

“Seguramente buscará la posibilidad de pedir la mano de Sheryl…” Mery soltó un prolongado suspiro. 

“Afortunadamente Sheryl tiene posibilidades de encontrar un mejor prospecto de esposo, y madre así lo sabe por lo que buscará la manera de comprometerla con un señor de mayor importancia antes de pensar en el señor Leagan.” Emilia cortó una rosa roja que particularmente se le hizo más llamativa que el resto. 

“Como el señor Stark. Nuestra madre no deja de hablar de él y lo bien que se lleva con Sheryl” La más joven de las Bennet sonrió. 

“Si bien es cierto que nuestro primo Neil nos visitará con la iniciativa de recibir a Sheryl por esposa, no abandonará la posibilidad de encontrar una prometida entre una de nosotras si no logra nada concreto con ella.” Camille despejó su frente de un mechón de su cabello que de pronto se dejó caer tras un suspiro del viento.

La puerta de la casa y que daba al jardín trasero donde se encontraban se abrió dejando ver a Sayaka quien salía por ella y se acercaba a las hermanas. Ella tenía un rostro tan poético que delataba las contradicciones de sus emociones.

“Sayaka, ¿Estás bien?” Le preguntó Emilia con suavidad para cuando llegó.

“Hermanas, mis queridas hermanas…” Sayaka las miró como si no hubiera un mañana. Ella acababa de llegar de su agradable paseo con Cho y, la amiga de ésta, Ayesha presentando el mejor de los ánimos para luego ser derrumbados al enterarse de tan desagradable noticia. “Kora me acaba de contar que nuestros primos Leagan vendrán a visitarnos.”

“Lo siento, Sayaka, me gustaría decirte que es todo lo contrario, pero, al parecer, es ya un hecho.” Camille le dio unas suaves palmadas en la espalda. 
“Madre te solicitará que permanezcas más tiempo en casa y evites tus salidas a los alrededores como habitúas”

“Eso es lo peor de todo. Me veré forzada a estar en casa y fingir que Neil me agrada cuando siento totalmente todo lo contrario por éste y su suntuosa hermana. ¡Por favor escondan todas las biblias para que no nos ¨deleite¨ con sus lecturas de sermones” 

“Procuremos ser sensatas y correctas.” 

“Emilia, ¿Cómo puedes mantenerte tan apacible en esta situación?” Mery la miró confundida mientras miraba a la peliblanca sin comprender. Aquella Emilia no se parecía en nada a la Emilia antes de ir a Londres. La Emilia de antes ya estaría pidiéndole al señor Bennet que se excusara con el señor Leagan e inventara cualquier cosa que lo limitase de visitarlos. 

“Mary…”La joven dejó de cortar flores, dejando las que ya había cortado dentro de su canasto. Se acomodó el sombrero antes de volver a hablar. “Esta situación me trastorna tanto como a cada una de nosotras. No concibo siquiera la idea de imaginar a alguien como el señor Leagan comprometido con alguna de mis queridas hermanas…” No sabía si incluirse entre las posibles prometidas puesto que el primo Neil siempre había preferido pasar por alto a Emilia sintiendo que no congeniaban en nada y encontrándola poco interesante “Pero creo que, al igual que en todas sus anteriores visitas, no logrará una situación provechosa. Pese a que siempre insinúa sus intenciones a Sheryl, hasta la fecha no ha concretado una audiencia con nuestro padre para tales fines.”

“Pero no significa que en su próxima presencia corramos con el mismo fortunio.” Camille se mostró menos optimista que su hermana.

“Lo sé.” Emilia asintió. “Pero es a lo único que podemos aferrarnos como última esperanza. Felizmente el señor Stark parece mantener su interés en Sheryl como lo ha sido por años, y, si todo sale bien, el señor Grandchester expresará su admiración y afecto por nuestra hermana Sayi, lo cual libra a nuestras hermanas de tan desgraciado posible compromiso con el señor Leagan. No puedo más que sentirme llena de felicidad por ellas, y desear que mis otras hermanas corran con una suerte similar.”

“¡Cierto!” Sayaka pareció esta vez más animada. “Entiendo tu punto. Sayi pronto llegará con esas maravillosas noticias desde la mansión del señor Grandchester y eso, además de darnos tanta dicha, distraerá a madre de las proposiciones del señor Leagan puesto que estará muy absorta y emocionada con las buenas noticias de nuestra hermana mayor. Por lo que no será tan persistente con nosotras de que aceptemos los sentimientos del señor Leagan.” Sayaka observó a Emilia para confirmar si había dado en el punto, ésta asintió. “¡Entonces dependemos de Sayi, lo cual sé que nos traerá buenas noticias! ¡Es más! ¡Debo esperarla en la entrada para ser la primera en enterarme!” La joven, abordada por la emoción y al recordar su meta impuesta de ser la primera en recibir a Sayi en la casa, salió en esa dirección para esperar a la hermana mayor tal como anunció.

“Sólo espero que el señor Stark también demuestre sus buenos sentimientos hacia Sheryl para que así nuestra madre no tenga nada más que pensar que en esos dos compromisos.” Dijo Mary, quien de pronto divisó a Leon, su fiel canino. “Debo bañar a Leon. Debe estar presentable para cuando Sayi regrese así madre no lo exiliará del hogar.” 

“Te ayudaremos apenas terminemos aquí” Ofreció gentilmente Camille.

“¡Gracias!” La chiquilla corrió detrás de su corgi antes de que éste sospechara sobre su próximo baño.

“Emilia, ¿Crees que… Sayi regrese con una propuesta de matrimonio?” Camille, al igual que sus otras hermanas, había celebrado llena de felicidad cuando Sayi les comunicó las letras de la última carta que el señor Grandchester le había enviado, pero, aunque no quería ser negativa, de todos modos ella se permitía pensar en un ¨ ¿y si es otra cosa y nos estamos apresurando?¨ temiendo que debiesen consolar a su hermana (y a su madre, de paso) en vez de celebrar las buenas nuevas mientras el señor Bennet habría una botella de sidra para compartir con la señora Bennet. 

“Sayi y el señor Grandchester comparten una unión muy especial que ha trascendido con los años. No más puedo y me obligo a pensar en una confirmación de un compromiso de una tan eterna devoción…” se levantó, sacudiendo las hojas sobre su delantal.

“¿Pero?” La otra joven la imitó, sacudiendo los restos de hojas y sujetando el canasto con diversas flores. Conocía tanto a Emilia que sabía que ella tenía algo más que añadir.

“Pero los afectos de los varones son una interrogante aún en nuestros días y, por lo demás, menguan cambiando mas de lo tolerable. Me rompería el corazón ver a nuestra hermana y nuestra madre afectada si la situación se torna a una inesperada, pero si el señor Grandchester presenta una negativa hacia los hermosos sentimientos de Sayi, puedo afirmar que ese señor no merece ser recibidor ni de un milímetro de los afectos de alguien tan admirable y sensata como lo es nuestra hermana mayor. Por lo tanto, entre nosotras, si eso pasa, yo me le alegraría que Sayi no se case con alguien que no le puede corresponder tan intensamente y que además la condene a un matrimonio tortuoso y monótono.” La joven reflexionó unos segundos. “Pero no pensemos en la opción más catastrófica. Debemos dar por sentado de que Sayi volverá con las mejores noticias.”  

“Comparto contigo cada una de tus palabras, Emilia. No nos queda más que esperar que aquella carta llene de felicidad a Sayi y a nuestra madre.” Pero si era lo contrario, Camille y todas sus hermanas apoyarían incondicionalmente a la mayor de las Bennet. Le entregó el canasto a su hermana quien lo recibió un poco confundida. “Entraré a casa después. Primero iré a ver si Mery necesita ayuda.” 

“Está bien. Iré a reponer de flores los floreros. No me quedará hermoso como los arreglos de Cho pero si tengo suerte ella los pondrá en orden antes de que llegue Sayi. Dejaré unas cuantas flores para guardarlas en nuestros cuadernos.” 

“¡No olvides que las lilas son mías!” Su hermana le respondió con una sonrisa dibujada en el rostro. “Emilia, por cierto, ¿Nuestra madre aún no sabe que ejercerás como enfermera?”

“…” Emilia se complicó notoriamente. Era un tema que la venía aboliendo de hace unos días. Mentirle a su madre jamás estuvo en sus propósitos pero la progenitora de todas ellas tenía una peculiar manera de reaccionar que condicionaba incluso al alma más apacible. “N-no le he contado, aún.” desvió la mirada inocentemente hacia el suelo, cómo si fuera una niña pequeña que aún no le contaba a sus padres que acababa de romper un jarrón importante. 

“Entiendo… Aunque me preocupa cómo se lo tomará conforme pase más el tiempo. Por mi parte mantendré el secreto cómo prometí y trataré de ayudarte en todo lo que necesites.”

“Gracias, Camille. Nuestro padre también lo mantendrá en secreto al menos estos días pero me advirtió que debo confesar a nuestra madre sobre este tema en la brevedad puesto que no es saludable para ninguna de las partes desconocer esto.” 


Hasta ahora, las únicas personas que sabían de este pequeño secreto, al menos en su familia, era Camille y su padre. Pero Bloomington era pequeño, al igual que los aledaños donde la mayoría de habitantes se conocían al menos de nombre por lo que sería cuestión de tiempo de que alguien le reconociera y en un acto no malicioso le comentara a su madre sobre haberla visto en el hospital.

Las dos atravesaron la puerta de la casa e ingresaron a ésta por el área posterior. Camille pareció buscar algo en la cocina y luego salió en busca de Mery para ver si necesitaba una mano auxiliadora con Leon, en cambio, Emilia comenzó a dejar flores reponiendo los floreros y sacando las que ya se visualizaban desojadas y marchitas. Justo entonces divisó a Cho quien caminaba por el pasillo, Emilia llamó su atención antes de que la joven siguiera con sus actividades.


“Cho, que gusto verte antes de que llegue Sayi.” señaló las flores que acababa de poner en el florero. “Con Camille recolectamos unas cuantas del jardín para decorar el hogar, pero, francamente, la especialista en este hermoso trabajo decorativo en cuanto a flores se trata eres sin duda tú. Me preguntaba si tenías unos minutos para que me dieras unos consejos  si no estás muy ocupada.” 

“Claro, será un gusto.” Cho sonrió levemente, se acercó más al arrimo donde yacía un gran florero del cual Emilia acababa de agregar flores. Ella tocó con delicadeza los morados pétalos de las frescas orquídeas. “Los arreglos florales tienen una íntima conexión con el momento especial para el cual son confeccionados. Siempre es aconsejable iniciarlos con las flores de estación porque entregan una vitalidad especial al entorno del hogar armonizando la habitación. Una orquídea es una excelente elección, Emilia, y tal parece que el tallo lo han cortado del largo perfecto.”
Cho acomodó las flores de un modo que le dio mayor refines y gracia. Emilia le prestaba mucha atención, absorta en sus enseñanzas. Siempre había admirado la inteligencia de su hermana Cho, tal como admiraba otras características de sus demás hermanas. Pensó entonces que cada una de ellas eran una flor en particular, distintas pero similares, hermosas y admirables. Cho investigó el canasto que cargaba Emilia y encontró lo que buscaba, se lo mostró a la joven antes de agregarlo al florero.
“Siempre es bueno aumentar el adorno floral con un poco de follaje, el sutil nada mas para que no se torne en algo burdo y cargado. Generalmente se parte primero agregando el follaje, luego las flores, pero en este florero hay mucho espacio así que no fue estrictamente necesario.” acomodó una última flor. “¿Crees que necesite algo más?” le preguntó a su hermana.

“Creo que ha quedado perfecto tal como lo has creado.” sonrió con gratitud. “Muchas gracias, Cho.”

“No tienes que agradecerlo.” la joven también le sonrió. 

“Por cierto, en este preciso momento todas estamos conmocionadas y movilizadas haciendo actividades a la espera de Sayi, pero quería preguntarte si existe la posibilidad que uno de estos días pueda acompañarte en el huerto y me enseñes sobre las propiedades de tus cultivos.” 

“Me parece una idea fantástica.” asintió amablemente, le agradaba la idea de que su hermana sintiera aquella curiosidad por el huerto que tanto amaba Cho. “Nos ponemos de acuerdo entonces.”

“Si. ¡Muchas gracias!” 
Ambas tomaron rumbos distintos, Emilia terminó subiendo las escalares para decorar un par de floreros más siguiendo los consejos de su hermana Cho.

Finalmente, llegó a su cuarto donde dejó las flores que había apartado para ella y para Camille. Cómo no había muestras de que el carruaje de su madre y su hermana Sayi regresasen aún, Emilia se arrodilló en el suelo, levantó un tablón flojo y sacó un libro que atesoraba secretamente junto con otro más pequeño. El que sacó era un libro de medicina que ella no se permitía por ningún motivo dejar de repasar, el segundo era su diario personal guardado en una caja pequeña de forraje duro. Compartía el escondite con su hermana Camille pero, por lo visto, la otra gemela había sacado su diario seguramente para escribir alguna anotación en él.

Antes de leer el libro de postulado de medicina, inspeccionó la caja y dejó unas flores en ella. Después plenamente se dedicó a la lectura de sus lecciones. Aún le frustraba el hecho de que una mujer sólo aspirara a ser enfermera y jamás médico, pero sentía que en un futuro no muy lejano eso podía variar. 
Mientras leía, recordó la charla con Camille sobre contarle a su madre respecto a su actividad. Programó mentalmente los pasos previos a esto para que su madre no terminara en un colapso y para que, en esta ocasión, en vez de mandarla donde tía Miranda terminase enviándola a un pueblo desolado en Siberia como escarmiento (aunque eso sería imposible y eso bien lo sabía Emilia, porque su misma madre, luego de perder el control con las amenazas verbales, se echaría a llorar diciendo que no podría tolerar la vida sin una de sus hijas cerca)


“Primero iré a la consulta del Doctor Smith… Para familiarizarme con él y algunos temas relacionados. En los próximos días iré al Hospital para comenzar a trabajar y cuando lleve ya unos tres días de haber iniciado en el Hospital le contaré a mamá para que luego no tenga más alternativa que asimilarlo como un hecho, sin poder prohibirlo. Mh…”
« Last Edit: January 13, 2019, 08:33:51 PM by Kana »


Puri

Ni en sus pesadillas más terribles se hubiera imaginado vivir algo tan horrible y doloroso como esto.

Había pasado un par de días desde que la puerta de la casa se abrió de golpe y sus sonrisas se borraron en un santiamén. En vez de encontrarse a una Sayi radiante de la mano del señor Terry, había llegado ésta sosteniendo a la madre de todas ellas cayéndose a cada paso que daba, llorando a más no poder y preguntándose cómo es que podría dar la cara en el baile de Shura siquiera, maldiciendo a todos los habitantes de Longbury y al señor Terry.

Cuando se enteraron de lo que había sucedido, Sayaka por primera vez en su vida entendió perfectamente a su madre. Ella también sintió cómo se le bajó la presión de golpe y casi se cae al piso, de no ser porque Sheryl le sostuvo rápidamente a ella también y Mery le pellizcó fuerte en el brazo. Aquel no era el mejor momento para otra loca.

Y también maldijo mil y un veces a los Grandchester, pero no se atrevió a decirlo una vez que vio el semblante de Sayi, completamente rojo y surcado por lágrimas.


De ello ya habían pasado tres días. Tres días en los que Sayaka no salió de su habitación, intentando consolar a Sayi. Las pocas veces que había salido lo había hecho para buscar algo que comer, despachar bien lejos al mayordomo del señor Terry diciéndole que su hermana se encontraba descompuesta, conversar con su padre sobre su hermana y para pelearse a gritos como nunca lo había hecho con su madre.

Y es que en serio. Sayaka no podía aguantarla y ya le había dejado bien en claro a sus hermanas que, si no alejaban a su madre de su cuarto, iba a lanzarle un florero de ser necesario.

Lo que había comenzado como un gran dolor y vergüenza hacia su hija, rápidamente se había transformado en un gran enojo que cambiaba su origen cada instante. Primero el culpable había sido el señor Terry, por haber ilusionado a la pobre de Sayi tanto tiempo. Luego, la culpable era Sayi, por haber malinterpretado la misiva y por haberlas convertido en el hazmerreir de todo Bloomington. Incluso el señor Bennet también era el culpable, por no haber tenido mano más dura al criar a sus hijas y haberles buscado marido antes, para evitar situaciones como estas.

Lo terrible era cuando la culpable era Sayi. A la noche de haber vuelto de Longbury, su madre había entrado a la fuerza al cuarto que ambas compartían para empezar a reclamarle por la carta para leerla ella, ya que seguramente ahí mismo dejaba en claro sus intenciones pero que Sayi, por ser una estúpida enamoradiza, había omitido. Obviamente aquello terminó en un gran fiasco, con Sayi echándose a llorar aún más fuerte, Sayaka chillando e intentando empujar a su madre fuera del cuarto y ésta gritándole a Sayaka mil y un cosas que jamás se había atrevido a decirle antes. Al final, su padre tuvo que venir a llevársela y hacer uso de su autoridad, dejándolas a las dos nuevamente solas para lamerse las heridas.

Darle de comer a Sayi había sido una batalla perdida todos esos días. Apenas tomaba algo de agua para refrescar su garganta, pero se rehusaba a comer, incluso cuando las demás hermanas se esforzaron en hacer tartaletas de limón, sus favoritas.

Sayaka se sentía tremendamente culpable, ya que no sabía siquiera qué decirle a su hermana para hacerla sentir mejor. Sobre lo sucedido en Longbury no habían dicho nada, Sayi era una tumba y más allá del recuento de su madre, ninguna sabía qué había sucedido. Sayaka se limitaba simplemente a sentarse en la cama de Sayi para ofrecerle su regazo y acariciarle la cabeza, y en las noches, se deslizaba a su costado y la abrazaba fuertemente contra su pecho para que supiera que estaba ahí y que la amaba, aunque no sabía cómo remediar tanto mal.

Y esto la estaba partiendo en pedazos a ella también. Apenas sentía que la respiración de Sayi cambiaba al quedarse dormida, Sayaka se echaba a llorar también, triste y desesperada.

¿Cómo podía ser tan cruel y despiadado el señor Terry?

Desde que Sayaka tenía memoria recordaba a los dos juntos, jugando desde pequeños. Se acordaba de cuando Sayi la llevaba de la manito en sus paseos con él. El señor Terry siempre había sido bueno con ambas, regalándoles dulces que sacaba a escondidas envueltos entre sus pañuelos. Y la manera en que Sayi lo miraba…

Se dio cuenta entonces que, por estar ensimismada en su hermana, jamás se había volteado a ver en qué manera miraba el señor Terry a Sayi de vuelta. Y si aquello la hacía sentir como una gran tonta, no quería ni pensar cómo la haría sentir a Sayi.

No. No importaba que él nunca hubiese sentido lo mismo por su hermana. Seguía siendo cruel el haberla tenido esperando por tanto tiempo, sin haber tenido la cortesía de rechazarla como lo haría cualquier caballero con una pizca de decencia. No era más que un infame, un cruel hombre que había jugado con su hermana y encima había venido a burlarse en su cara y en su propio pueblo.

Cuánto daría por tirarle la bofetada que se merecía.

Al tercer día, Sayi se encontraba más calmada, pero fue entonces que Sayaka tuvo que darle la otra mala noticia, que los Leagan vendrían de visita. Después de un largo momento en silencio, mientras observaba el paisaje desde su asiento en la ventana, finalmente habló.

“Al menos Eliza estará feliz con mi miseria”.

Sayaka dejó de lado su bordado, porque de seguir, habría terminado rasgando toda la tela de la furia y lo mucho que le temblaban las manos. Escuchar a la fuerte y buena de Sayi menospreciarse de tal manera no le sentaba para nada en absoluto. Quería gritar, llorar, arrancarse los cabellos… Pero sabía que ello sería demasiado egoísta de su parte. La que se encontraba sufriendo en esos momentos era Sayi y no ella.

¿Qué podía hacer? Lo único que quería en esos momentos era levantarse y montar el caballo de Jacob hasta Longbury y zarandear al señor Terry hasta que entrara en razón y anulara su matrimonio para casarse con Sayi. Pero al mismo tiempo, también quería zarandear a Sayi, quería que entrara en razón y se diera cuenta que ella era demasiado valiosa como para llorar por aquel malagradecido, que era mucho más bella y buena que la desagradable de Eliza, que su mamá jamás comprendería lo profundo que era su corazón…

“¿Sayaka?” Al alzar la vista, se dio cuenta que Sayi la miraba con cierta sorpresa, pero su emoción al ver a su hermana finalmente con otro semblante que no fuera melancólico se arruinó al darse cuenta de que lo hacía porque estaba llorando. “Oh, Sayaka…”
“¡No!”, susurró entre sollozos mientras se llevaba las manos a la cara para secársela. “Por favor, discúlpame… Soy una tonta por ponerme así cuando eres tú la que está sufriendo…”
“No digas eso…”, Sayi se levantó y se sentó a su costado, pero la menor se movió hacia atrás, alejándose y negando con la cabeza.
“En serio, no…”. Alzó la mirada al techo y respiró hondamente para calmarse. La mayor aprovechó de tomar sus manos entre las suyas y entrelazar sus dedos.
“Dices que soy yo la que sufre, pero claramente tú también. No comparemos sufrimientos, que las dos terminaremos mucho más miserables”. Sayaka asintió bajando la mirada, demasiado disgustada con ella todavía por la escena que estaba montando. Sayi, sin embargo, se mantuvo a su lado y acarició sus manos con sus pulgares. “Gracias por estar aquí para mí, estos días”.

Y a pesar de que sabía que su hermana estaba siendo sincera, igual no podía evitar el sentirse mal por haberse puesto a llorar y hacerla sentir culpable. Sayi ya tenía demasiado encima como para tener que consolarla de todas las cosas.

Se mordió sus labios y apretó las manos que la sostenían. Esperaba que, al menos, su hermana pudiera entender lo arrepentida que estaba con ese gesto.

“Veamos el lado positivo. ¿Qué cara crees que pondrá Eliza cuando se entere que su adorado Terry está comprometido?”

Sayaka abrió la boca de la sorpresa al ver que su hermana hacía una broma así, pero al ver cómo sus ojos se reían, no pudo evitarlo más.

“Tendré que rezar por la sanidad mental de Emilia. No creo que la pobre pueda con tanta mujer histérica…”

Las dos se echaron a reír. Y se sentía tan, pero tan bien, que Sayaka quería volver a echarse a llorar de la emoción de tener nuevamente ante ella a su hermana feliz y calmada.

“Querida mía”, dijo Sayi entre risas y abrazándola, para luego besarla en la frente. “Voy a estar bien. Las dos vamos a estar bien. Te agradezco el haber estado conmigo estos días, no tienes idea de cuánto ha significado para mí…”.
“No, ni lo menciones”, se apresuró en decirle. “Siempre estaré para ti, no lo dudes”.
“Oh, pequeña”, Sayi rio y le besó las dos mejillas. “Quiero que sepas algo importante. Te agradezco también que seas tan honesta de sentimientos, porque creo que de no haberme dado cuenta de cómo te sentías, no habría podido salir de tanto ensimismamiento”. Sayaka se ruborizó avergonzada y quiso replicar, pero su hermana le tapó la boca. “No se diga más. Es verdad que… Es verdad que es muy duro aún el tener que aceptar lo que sucedió en Longbury, pero no puedo esconderme para siempre. Nuestros primos llegarán pronto y si hay algo de lo que todas las Bennet podemos estar orgullosas es el no caer en sus juegos ni darles el gusto. Además, pronto será el baile de Shura y no sería prudente de mi parte robarle el protagonismo en un momento tan importante de su vida”. Suspiró y nuevamente le apretó sus manos. “Me gusta que seas honesta, jamás pienses que te quiero de otra manera, ¿de acuerdo?”
“Sí”, dijo ahora con una sonrisa y finalmente sintiéndose tranquila. “Oh, Sayi…”.
“No se diga más”, rio levemente y se levantó. “A decir verdad, me da muchísimo miedo verme en un espejo, pero creo que sería lo más adecuado el asearme antes de ir a hablar con papá. Deseo conversar con él antes que su pobre corazón no dé más, solo dios sabe qué es lo que mamá le habrá estado diciendo”.
“Las demás han intentado encargarse de mamá, sobre todo Shura y Mery con las preparaciones, pero creo que tienes razón. Hoy en la mañana lo vi demasiado preocupado”.
“Bien, entonces iré a hacer eso”. Se volteó hacia la puerta y suspiró. “Deséame suerte”. Sayaka le sonrió y Sayi le guiñó el ojo antes de retirarse hacia el baño.

Apenas se cerró la puerta, Sayaka sintió toda la tensión que le recorría el cuerpo y se recostó en la cama, pero luego pensó que lo mejor sería irse, ya que Sayi gustaría de tener la habitación para ella sola una vez saliera de darse un baño.

Después de cambiarse rápidamente de blusa, decidió aprovechar de ir a la biblioteca a avisarle a su padre de que Sayi iría a hablar con él en un rato, pero apenas terminó de bajar las escaleras…

“Señorita Sayaka”, la chica pegó un salto al escuchar de manera tan repentina que la llamaban.
“¡Jacob! ¡Me asustaste!” Dijo llevándose una mano al pecho. La tensión acumulada de los días pasados no le sentaba nada bien.
“Discúlpeme señorita, no fue mi intención…”.
“Descuida, descuida… ¿Qué sucede?”
“Venía a informarle que el joven Leo se encuentra en la cocina preguntando por usted”.
“Oh… Muchas gracias, Jacob. ¿Podrías dejarnos a solas, por favor?”

El mayordomo le miró con alarma, dado que nunca le había parecido bien que Sayaka mantuviera una relación de amistad con un joven tan informal como Leo, pero asintió a regañadientes. Sayaka se apresuró en ir a la cocina para encontrarse con su amigo. Estaba segura de que el pobre Leo debía de estar preocupado tras haberse esfumado de la faz de la tierra por tantos días, pero ahora tampoco tenía tiempo como para sentarse a explicárselo. Al menos podría calmarlo un poco mientras tanto.

“¡Sayaka!”, Leo se levantó de su asiento apenas esta entró a la cocina y se apresuró a alcanzarla y tomarla de las manos. “¿Estás bien? ¿Qué sucedió con…?”
“Querido Leo…”, suspiró. Soltó sus manos y se sentó en la mesa, a lo que Leo hacía lo mismo en frente de ella. “Quisiera poder sentarme a conversar contigo y explicártelo todo, pero me temo que este no es el mejor momento. Te prometo que te lo contaré todo… ¿Podrías venir mañana? Te dejaré una carta con Jacob donde detallaré todo lo sucedido. Pero quiero que sepas que yo estoy bien, no hay de qué preocuparse”.
“De acuerdo…”, dijo, aunque no convencido del todo. “Mañana estaré ocupado con las preparaciones que ha encargado mi señor para atender a sus invitados, así que procuraré escaparme antes del desayuno”.
“Tendré la carta para antes, madrugaré escribiéndola y se la dejaré a Jacob con órdenes específicas”. Leo asintió.
“Antes de que me vaya, he de confesarte que Otabek vino ayer a verme en la noche. Estaba muy preocupado por ti y fue él quien me insistió en que viniera a verte. ¿Deseas que le diga algo?”, al escuchar estas palabras, Sayaka tuvo que morderse los labios para evitar sonreír.
“Descuida, planeaba pedirte que leyeras la carta junto a él, ya que no tengo demasiado tiempo para poder escribirle por separado. Una vez que termine el ajetreo de la presentación de mi hermana te enviaré una misiva para reunirnos los tres. ¿Te parece bien?”
“Me parece perfecto”. Asintió y se levantó. “Pues bueno, ya debo de irme. Estoy muy contento de ver que te encuentras bien y no ha pasado nada malo. Agradécele por favor al señor Jacob la taza de té”.
“Lo haré. Muchas gracias por venir, Leo”.
“No hay de qué”, el chico sonrió ampliamente y se puso su sombrero. “¡Después de todo, finalmente obtendré el chisme!”
“¡Cállate!”, dijo riéndose y lanzándole el secador en el rostro. Leo simplemente se echó a reír también y se fue rápidamente por la puerta trasera.

Sayaka suspiró por enésima vez en el día. Alzó la vista y vio el reloj…

Ya luego se detendría a procesar todo lo acontecido. Ahora no tenía tiempo que perder.

Forget all the shooting stars and all the silver moons
We've been making shades of purple out of red and blue


Sayi


Candace Hall

Había sido mucho tiempo desde que el Candace Hall había relucido con tanto fervor. A las afueras del local se encontraban esperando los jinetes y las calesas, mientras los asistentes se apresuraban a entrar a donde habitaban la música y la animada conversación.

Los bailes eran sin duda alguna los eventos más excitantes para las familias provincianas, tal y como los Bennet de Longbourn. Pero aparte de los detalles más anticipados —los bailes, conversación y música— aquella ocasión especial cobraba más importancia que nunca para la numerosa familia Bennet: Y era que Shura, la menor de las hijas, sería presentada ante la autoridad local en nombre del rey y la reina y, finalmente, saldría a sociedad.

Era una práctica poco común tener todas las hijas en sociedad con ninguna de ellas estando casada, pero la señora Bennet no dejaría que los que dirán la influyeran a dejar pasar oportunidad alguna en presentar a sus hijas a todo soltero codiciado. Y aunque los Bennet eran burgueses y vivían cómodamente, la señora Bennet había gastado más de lo esperado para la salida a sociedad de la más joven —una de las más simpáticas y vivarachas de sus hijas, con gran potencial de llamar la atención de un caballero adinerado y bien posicionado.

Vestidos y zapatos nuevos, un sin número de lazos y hasta el contrato con un profesor de danza para que las hermanas Bennet destacaran entre todos los vestidos blancos que adornaban el salón eran unas de las tantas atenciones que la señora Bennet había invertido en esa noche. Y particular atención se había vertido en Shura, quien ya estaba en fila para ser presentada frente a la autoridad del evento.

Su familia, a una poca distancia, sonreía en orgullo ante el rito de paso de la engreída de la familia.




Con la presentación y el anuncio de Shura, el primer baile estaba a punto de empezar. El salón estaba repleto de gente lo que empequeñecía el lugar, pero no por ello se mermaban los buenos ánimos. Las hermanas Bennet reían entre si, se entretenían con sus amistades, y prestaban atención a las personas de su interés presentes aquella noche.

Pero la llegaba de la milicia a Meryton había exacerbado la algarabía a niveles inesperados tanto para las familias de la zona como para las jovencitas disponibles… pero no tanto como para el alcalde Trump, quien sin pensarlo dos veces invitó a todo regimiento a que se entretuvieran con ellos aquella noche en el Candace Hall.

Una decisión un tanto audaz e imprudente… pero la señora Bennet no se molestó en lo más mínimo. Es más, le ahorró el rogarle al señor Bennet a que les extendiera la invitación.

¡Que conveniente giro de acontecimientos! Candace Hall brillando como nunca, suficientes soltados disponibles para sacar a todas las damas a bailar, y su mismísima hija, recién presentada, con el honor de liderar el primer baile de la noche.

“¡Es una noche espléndida señor Bennet!” celebraba triunfante la señora Bennet, abanicándose velozmente “¡Oh mire! ¡Los músicos van a empezar a tocar!”

Las parejas se apresuraron a formarse apenas se escuchó el reverberar de las cuerdas. Un breve silencio entre murmuros, y entonces  la música comenzó.

Y, junto a ella, el primero de una serie de eventos que cambiarían el destino de la familia Bennet para siempre.

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Kana

Esto es un flash back, luego vendrá otro flash back y ya luego de ese pretendo dejar algo del baile D:
Disculpen lo largo.


Flash Back
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Lo conocía desde que ambos tenían siete u ocho años, pese al tiempo que llevaban siendo amigos, él seguía siendo orgulloso y le costaba compartir con ella sus preocupaciones.
La joven se arremangó las mangas de su vestido, un traje nuevo que le compró su padre hace una semana, el cual hacía juego con los listones blancos que llevaba en el cabello. Untaba en agua un paño esterilizado el cual con mucho cuidado iba posando sobre las marcas de la espalda descubierta del chico. Poco a poco y con dedicación iba limpiando las magulladuras.

“¿Quieres que conversemos?” Preguntó Emilia, sin dejar su labor. Era dificultoso, puesto que el sitio donde a Eren le permitían ¨descansar¨ era un cuartucho muy oscuro y limitado. Vio que el otro negó con la cabeza. “Sea lo que sea, no te lo merecías.”
Emilia dejo el paño dentro de cuenco con agua, fue hasta al frente de su amigo y lo observó. Notó que éste la miró con enojo puesto que no quería que estuviera acompañándolo, pero Emilia era tan terca como él y no se iría así no más.
Vio que Eren mantenía el ceño fruncido, sentado en el suelo y con las piernas flectadas a su pecho, abrazándolas. Podía ver que sus enormes ojos parecían cristalizados, evitando con mucha energía que el llanto de frustración saliera.
El patrón le había dado unos golpes con su fusta a modo de ejemplo para los demás sirvientes para que aprendieran que nadie debía robarle ni siquiera una migaja de pan. A Eren lo había culpado de robarle unos pendientes a la señora de la casa y lo peor fue cuando el adolescente le contestó delante de todos: "¡Usted mismo me envió a la casa de su amante para entregárselos como obsequio!" Esto hizo que el patrón, además de acusarle de ladrón, lo indicara como un mentiroso y mal agradecido.
Emilia junto su frente con la de su amigo, para luego abrazarlo. Eren no estaba solo.


Lamentaba que fueran esos los recuerdos que más le venían a la mente sobre Eren.
Ese día Emilia se había levantado muy temprano para hacer unos pendientes en el pueblo. Antes de ir a la consulta del Doctor Smith, en Bloomington, pasaría a la casa de correspondencia, en el pueblo.
Preguntó por alguien en específico, pero le dijeron que estaba tomando sus quince minutos en cierto local… La peliblanca estaba inquieta, por lo que le fue a buscar.

“Signorina, Cosa stai facendo qui? " Avilio se levantó de la barra de la taberna cuando vio que a su lado estaba la señorita Bennet. "Non è un posto per una bambina" el joven de cabellos negros y ojos color olivo tenía un muy marcado acento italiano. 
“Sig. Lagusa, potremmo parlare?
“…non qui” Negó con la cabeza, apuntando hacia la salida. Ambos fueron al exterior, donde la calle lucía iluminada y sociable a diferencia de aquella taberna. “¿En qué puedo ayudarla?”
“¿No ha tenido correspondencia de Eren?” Le habló con más confianza cuando estuvieron tranquilos. Emilia, Eren y Avilio solían juntarse años atrás. El italiano trabajaba en la misma casa que Eren pero, a diferencia de Eren, Avilio sí robaba descaradamente con el objetivo de juntar dinero y cuando pudo se fue al pueblo donde consiguió trabajo de cartero. Avilio ofreció la misma opción a Eren, pero éste tenía menos recursos ya que no poseía amigos o familiares en el pueblo. Avilio, en cambio, vivía en una pensión con unos familiares italianos. Eren era demasiado orgulloso para incomodarlo y aceptar ayuda.
“Nada, Emilia. Tampoco nadie le escribe. Excepto tú” El cartero negó con la cabeza.  “Y todas tus cartas que envío son devueltas porque no encuentran al remitente…”
“…Eren me preocupa mucho.”
“Prometo avisarte inmediatamente cuando tenga novedades sobre el sciocco ése… Lo siento, signorina… No puedo ayudarla en más.”
“No te preocupes. Pero… Si puedes ayudarme en otra cosa. ¿Puedes acercarme en la draisiana a la consulta del doctor Smith?” Era volver a Bloomington y entendía que Avilio no tenía tiempo, pero no veía otra opción más accesible.
“C-Claro…” pensando como poder llevarla sin que ocurriera un accidente. Dejo que ella se sentara en el asiento y él tuvo que arreglárselas para ubicarse adelante y manejar. Emilia se sujetó a sus hombros. Disfrutaba sentir la brisa en su rostro cada vez que le pedía a Avilio que la trasladase en la draisiana. 
Minutos después, llegaron a la consulta del doctor Smith.
“¿No está?” Emilia se sorprendió de ver que el lugar estaba cerrado. Aquello era algo demasiado difícil de creer puesto que el Doctor Smith no abandonaba su oficio para con los pueblerinos.
“Después de que esos ricachones lo convencieron de unirse a su hospital, hay días en que ése hombre no está aquí. Nunca esperé que ese tipo se vendiera…”
“Eh” La joven notó a una carroza pasar por la calle en frente de la consulta del Dr. Smith. “¿Qué pasa con todos esos niños?”
“Son los huérfanos del Orfanato Hill” El italiano encendió un tabaco, comenzando a fumar. “Pobres infelices… Yo estuve en ese lugar hasta los ocho…” Prefirió omitir mayores detalles. Notó que la otra continuaba curiosa “Esperan al Doctor Smith, también. Ofreció atenderlos gratuitamente antes de que se los lleven. Creo que el hombre también les dará una bonificación monetaria para el viaje.”
“¿Qué se los lleven= ¿A dónde se los llevan?” Observó que los pequeños lucían tristes, enfermos y desolados. “¿Y qué pasó con el Orfanato Hill? Porque pensé que estaba muy bien… O al menos mejor que otros orfanatos.”
“Los llevan… Hm, nadie sabe en realidad. El Orfanato Hill fue comprado por el Conde Lancaster. Desalojó a los huérfanos y a la señora que los cuida, porque en el terreno se va a construir un recinto de milicia para los soldados de rey”
“…” Emilia sabía que el corazón se le consumaría si seguía observando a esos pobres niños “Que hombre más ruin y nefasto.” Si alguna vez pensó que aquel tipo era un héroe principezco, esa imagen cada vez se desfiguraba más y lo ilustraba como un ser desgraciado y sin alma.
“No puedo estar más en acuerdo.” Observó hacia el carruaje. “¿Vas a esperar al doctor?”
“No. Creo que tardará bastante con cada niño y no quiero quitarle su tiempo.”
“¿Le acerco a otro lado?”
“Gracias. Pero estoy muy cerca de mi siguiente punto.”
“Está bien. Con su permiso.” Se tocó la punta de su boina en gesto de despedida. “Tengo que dejar unas cuantas cartas. Que esté bien, Emilia.”
“Adiós, Avilio. Muchas gracias.” Le vio marcharse en aquella extraña inversión que usaban los carteros para movilizarse. La joven caminó hacia el carruaje de los niños, sacó unas bolsas con caramelos que había comprado en el pueblo y se las entregó a los dos que estaban en la ventana. “Tomen, repártanlas para todos.”
“¡Gracias, señorita!” dijo uno de los mayores, quien comenzó a repartir.
En ese momento, el galope de un corcel blanco llamó la atención de los que se encontraban en el lugar. Emilia vio a aquel hombre alto, fuerte y de cabellos tan rubios que parecían tintados por el mismísimo sol. El doctor Erwin Smith se le hizo desde siempre muy atractivo, convirtiéndose desde su infancia hasta el día actual en su primer amor platónico.
El recién llegado jaló las riendas de su caballo para que el animal se detuviera, después de relinchar el caballo obedeció. El rubio se bajó de un ágil movimiento y le ató en su lugar, el animal comenzó a beber agua.
“¡Doctor!” Gritó uno de los niños. Algunos comenzaron a empujarse entre ellos para ser de los primeros en bajar. El chofer les reprendió y les pidió que se comportaran para cuando les abrió la puerta.
“Señor Smith, que gusto encontrarle.” Le saludó Emilia, llegando a su lado.
“…” El rubio la observó por unos momentos, con aquella seriedad que le caracterizaba. Emilia le miró fijamente, convenciéndose de que amaba las cejas de aquel hombre, centrada en su propia fantasía. “Señorita Bennet.”

Erwin le reconoció como una de las tantas hijas del señor Bennet. De hace tiempo que no veía particularmente a ésta, pero no la olvidaba. ¿Cómo olvidar a aquella niña intrusa que terminaba siempre por romperle alguno de sus implementos con su curiosidad? Tampoco olvidaba el grito de corrección de la señora Bennet cuando las niñas se descontrolaban en la consulta. Esencialmente a una de las chicas que era muy inquieta, de cabellos azules y si no mal recordaba su nombre era Sayaka.

“¿Está enferma o algún familiar lo está?”
“Afortunadamente esa no es la situación. Realmente yo deseaba hablar con usted. Aunque ahora veo que está muy ocupado”
“Hm..” Asintió “Tal vez otro día.” Hizo un gesto de despedida y fue a la puerta la cual abrió. Unos cuantos mocosos entraron precipitadamente.
“P-Pero” Emilia le siguió de todos modos. Era testaruda. “No me puedo ir sin antes decirle lo bendecida que me siento al poder tener la oportunidad de asistirlo en el hospital.”
“¿Qué?” estaba extrañado.
“Oh, ¿no está enterado, señor Smith?” La joven sonrió. “Dedicaré mis labores de auxilio como enfermera en el Hospital de St. Constantine. Espero rendir en el oficio fiel a sus deseos.”
“Particularmente trabajo en solitario. No preciso de ayuda de enfermeras u otros a menos que sea estrictamente necesario.” Dijo indiferentemente. “Usted parece demasiado joven para ser enfermera…”
“Le suplico que no dude usted de mi capacidad por mi juventud, por favor. Lady Miranda es mi benefactora y es quien ha decidido que aprenda el oficio de una enfermera bajo la custodia e instrucción estricta de Lady Wolter, marquesa dedicada al dulce oficio del amparo de otros.” Emilia sacó de entre sus cosas una carta de recomendación. Se la entregó a Erwin. “Puede ver usted mismo mis recomendaciones de la letra de Lady Wolter.”
“…” Erwin leyó por encima la carta, luego miró a la joven. “Señorita Bennet, ¿Entiende usted el peso profundo que conlleva ser una enfermera especialmente en estas temporadas?”
“Comprendo que nuestras tierras necesitan aún más profesionales sobre todo en estos tiempos de tempestad de guerra y gripes.”
“Me temo que no ha reflexionado del todo en el significado de su introducción a este sistema” le devolvió la carta. “La veré en acción en el hospital, pero le pido que piense si de verdad esto es lo que quiere.” Vio que la chica iba a asentir. “No me responda ahora. Decisiones así de cruciales ameritan contemplación en tiempo. Con su permiso.” ahora sí, le despidió y se introdujo en la vivienda.

Por la tarde ya se encontraba en Blossomhouse. Pese a estar en una maravillosa biblioteca repleta de libros únicos y esplendidos, con la presencia del joven niño Lancaster frente a ella, Emilia no podía concentrarse del todo en las lecciones de francés que le dedicaba al menor de la casta. Continuaba anonadada por la iluminada presencia de Erwin Smith, y pese a que sus palabras pudiesen sonar duras, ella entendía que eran sabios consejos de un hombre inteligente como él.
Sólo volvió al presente cuando notó que Ciel se veía aburrido, mirando hacia un lado y pensativo. Seguramente un poco cansado de la larga instrucción de esa tarde.

“¿Ya terminó el señorito Ciel la traducción del capítulo?”
“…” deslizó las hojas traducidas.
“…” Le parecía que la actitud de ese niño era demasiado petulante y pesada. Revisó y corrigió. “Si usted nota aquí, suele tener un error frecuente en ciertas tildes que no existen, pero me gustaría escuchar su pronunciación de las palabras que le destaqué.”
“Estoy cansado.” Ciel se puso de pie. “Le pediré que se retire por hoy.”
“Pero…” pero el chico se fue ni bien la joven tomó los escritos. Lo maldijo mentalmente. Si la gente se quejaba de la crianza que su padre y su madre le dieron a ella y sus hermanas, ¿por qué nadie se quejaba de lo malcriados que podían ser los hijos de la riqueza? Emilia se puso de pie y tomó sus cosas en tranquilidad, pero sintió un gran rencor cuando al pasar por uno de los pasillos vio por la ventana como Ciel se iba a montar a caballo con un chico de cabellos albinos. “¿No qué estaba cansado?” susurró.
“Mi estimada señorita Bennet, ruego a usted perdonar el ímpetu del joven amo Ciel.”
“S-Sebastian…” No se dio cuenta de su presencia sino hasta que le habló.
“Mi amo, aunque aparente madurez, sigue siendo un niño.” El mayordomo le sonrió “Le ruego paciencia.”
“Trataré de ser lo más paciente que se me permita.” suspiró.
“Le acompaño hasta el carruaje.”
“Muchas gracias, Sebastian.” Pensaba a sus adentros cómo Ciel no se impregnada de algo de la personalidad de ese gentil y encantador sirviente.

Antes de que la noche se pronunciara llegó a su casa. El ambiente en el hogar seguía siendo silencioso y de cuidado debido a lo sucedido con Sayi. Emilia maldijo otra vez en el día a una persona: esta vez, el señor Terry. Esperaba que su matrimonio fuese una agónica convivencia inundada por conversaciones soeces y días llenos de aburrimiento sin fin, para que el señor Terry se lamentase cada tarde frente a la chimenea de su lujoso hogar el haber despreciado a alguien tan divina como Sayi.
Por supuesto, no emitía ni una palabra de esto en casa. Emilia se mantuvo particularmente silenciosa y distante, sin participar de los reclamos de su madre contra el señor Terry y, posterior, contra la misma Sayi a quien tildaba de insensata, tampoco se acercó mucho a Sayi en esos días. Pero Emilia apoyaba a Sayi de un modo discreto, escribiéndole cartas donde profesaba su incondicional amparo hacia ella y dedicándole las más comprensivas poesías donde la heroína de todas ellas era Sayi.
También agradecía internamente a Sayaka su presencia y apoyo incondicional con Sayi, estaba tentada de ir y contarle a Sayaka sobre lo bien que luce el señor Smith montando a caballo para alegrarla un poco con ello y uno que otro chisme, pero no lo hacía puesto que no quería interrumpir el espacio entre Sayi y Sayaka.

Cada vez que la señora Bennet veía regresar a Emilia de Blossomhouse, la mujer saltaba de su ¨lecho de muerte¨ y le asaltaba con preguntas del tipo “¿Estaba su excelencia el conde en la mansión?” “¿Has cruzado palabra con el joven Henry?” “¿Y cómo es la bajilla de la casa? ¿Los cuadros? ¿Las habitaciones? ¿Cuántas especias almacenan en la cocina?” Emilia siempre le respondía que los señores Lancaster no llegaban a esa mansión y se encontraban en campaña militar, que los cubiertos eran de plata, que la familia almacenaba oro y joyas en la mansión, y todo lo que quisiera escuchar para ensoñarla y que dejara de fastidiarla. Ciertamente, tenía ganas de responderle un “¡Y a ti que más te da!”  pero supuestamente los meses en Londres le habían borrado esos arrebatos.

Después de cenar, asearse, ir a la cama y tener aquellas largas charlas con Camille en su cuarto, Emilia sacó una hoja y una pluma. Acercó la luz de la vela.

“¿Vas a escribir a esta hora?”
“Me ayuda a despejarme. Quizá sea bueno que tú también le escribas a alguien, tal vez a Kattie” le sonrió.
“Me gustaría… Pero no sé exactamente su dirección.”
“Podríamos preguntarle a Avilio, quizá él tenga algo más de información.” era cartero, lógicamente manejaba direcciones y demás.
“Podría ser.” La joven gemela asintió. Luego sacó un cuadernillo para leer quizá que cosa que no comentó cuando Emilia le pregunto, posiblemente Camille estuvo muy ensimismada en su lectura.

«Miss Emilia Bennet a Miss Mina Longburton,
Bloomington, Kent, 1 de …, 18…

Mi querida y dulcísima Mina:

Sinceramente confieso que siento una mezcla de sensaciones al posar la punta de esta pluma sobre este papel. Alegría por retomar el contacto con una vieja amiga, y, vergüenza, por el tiempo que ha transcurrido desde mi última carta a vuestra merced.
Mi excusa es insuficiente a tal desmedro. No obstante, la falta de tiempo que hoy en día me aborda me ha mantenido distante de la escritura y todo tipo de actividades. Incluso el contacto a distancia con una querida amiga.
Me alegra saber que tu hermana menor ha recibido elogios como cantante, pese a que vuestros padres desaprueben tajantemente el talento y pasión que ella manifiesta por el canto.
Me permito también felicitarte por tu siempre admirable astucia, esta vez, al utilizarla para librarte de un posible compromiso con aquel señor que mencionaste del cual sólo puedes sentir desafecto y antipatía. Lamento que tus padres estén en desacuerdo con tu decisión de no contemplar ese matrimonio y preferir dedicarte a la escritura como tus progenitores.
Por último, me queda comentar que me tranquiliza saber que tu siempre fiel sabueso ha vuelto sano y salvo después de su extravío.
Respecto a mis últimos acontecimientos, ¿recuerdas que te comuniqué en mi última carta que mi madre tomó la decisión de exiliarme a Londres con mi soltera tía, Lady Miranda, a modo de escarmiento para que aprendiera a ser dama y, a la vez, para que sintiera miedo de la soltería que se puede padecer tal como lo padece Lady Miranda?
Finalmente, esto culminó en estudios de enfermería, que hoy en día planeo poner en práctica en el nuevo hospital, el St. Constantine.
A tu pregunta, si he conocido a alguien tan maravilloso para encantarme y del cual pueda contar, pues me temo tristemente que debo comunicar lo contrario: No existe ser más miserable de alma, ambiciosos y codicioso de fortuna, empobrecido de carisma y espíritu, quien es más aliado del demonio que de Dios, que el “Señor C.L” (como lo apodaré)
Éste despiadado señor, digno de ser un villano de novela, se encarga de destruir todo a lo que pone el ojo. Tal es el caso del hogar de los huérfanos de Hill, el cual ha comprado para dedicarlo a fines bélicos. ¿Recuerdas cuando me invitabas aquellas veces que ibas con tu familia a donar regalos de navidad para los huérfanos? Pues, debo comunicarte que eso ya no será posible.
Existen otros seres miserables de alma que no mencionaré porque son aún más despreciables. Quienes piensan que por su fortuna pueden despreciar de un día a otro el afecto de una joven de alma pura e inocente. 
Pero, mi querida Mina, no quiero agobiarte únicamente con palabras pintadas de fastidio. Puedo decir que de todos modos Bloomington es encantador, y que últimamente ha recibido visitas de personas de otros países, personas que son realmente encantadoras y cuyas historias te hacen divagar en paisajes maravillosos.
Deseo que un día de estos, tus pasos te lleven a Bloomington para que conozcas de tu propia persona todas las cosas bonitas que hoy ocurren aquí.
Eso es todo lo que puedo contarte en esta carta.

Se despide,
Tu incondicional Emilia.»
« Last Edit: February 20, 2019, 05:08:33 PM by Kana »


Sayi

3

Con la ansiedad a flor de piel, de tanto en tanto sus ojos se despegaban de la conversación para rastrear el salón a su alrededor. No había rastro de él todavía, pero sabía que tarde o temprano haría aparición… pues siendo amigo de tantos años, el rescindir de la invitación a los Grandchester daría mucho de qué hablar, y fácilmente traería a la luz a la decepción que aún calaba en ella.

A su lado, Sayaka le hacía un favor enorme al mantener la conversación fluyendo, ayudándole tanto a ella como a sus bajos ánimos a pasar desapercibidos. La ocasión era especial; era la salida a sociedad de la menor de sus hermanas, la más despierta y aguerrida de todas… pero aún con el orgullo en el pecho le había costado casi toda su entereza solo estar de pie ahí.

Sayi, junto a Sayaka y Ayesha, observaban a Shura culminar el baile inaugural seguido de una ovación de los presentes. Mientras los músicos se alistaban a tocar la siguiente pieza, la rubia aprovecho la pausa para retomar el hilo de conversación.

“Sayaka, querida, me preguntaba…” indagó “¿Cuál era la sorpresa que tanto ansiaba por revelar la Sra. Bennet?”

La peliceleste esbozó una sonrisa cautelosa. A su lado, Sayi apenas estiró los labios.

“Me temo que no sé a qué te refieres… ah, ¿quizás la costura del vestido de Shura?” continuó la joven “Verás, es que mi madre le encargó a la señora Elizabeth, la mejor de todo Meryton, a que preparara un acabado sumamente intricado y…”
“Oh no, es que si no mal recuerdo, la señora Bennet había comentado a la señora Lucas que un compromiso sumamente anhelado había llegado a su familia… pero no se volvió a escuchar al respecto”

Terry aún no hacía aparición, pero Sayi sentía que su corazón iba a explotar antes de tener que enfrentarlo. Antes de saberse la verdad tras la misteriosa carta del castaño, la señora Bennet se había encargado de dejar correr los rumores en la esperanza de un anuncio más dramático, convencida de que un compromiso venía en camino…

Como si leyera su mente, Sayaka descansó una de sus manos en el hombro de su hermana antes de volver a hablar.

“No sabría qué decirte Ayesha, lo siento, pero ten por sentado que le preguntaré a mi madre y te dejaré saber a que se refería con sus palabras”

Sayi no podía contar sus bendiciones por contar con la presencia de Sayaka. El carácter despreocupado de su hermana camuflaba cualquier indicio de problema, y su mente perspicaz le garantizaban tener las mejores respuestas en la punta de la lengua.

Las tres se giraron hacia la señora Bennet, quien estaba ocupada hablando con dos hombres que no conocían. Y apenas Sayaka preguntó de quienes se trataban, la nueva persona se coló en la conversación.

“Buenas noches señoritas” saludo Jean Jacques Leroy, el sheriff del pueblo. Las tres bajaron la cabeza en saludo, aunque tanto Ayesha como Sayi notaron que las atenciones del joven iban fijas en Sayaka “Me alegro verla esta noche señorita Bennet. Quería agradecerle nuevamente por su tan generosa ayuda por el beneficio de Meryton”
“Ah” la peliceleste sonrió para sí misma “Pero si se trata de nada. Más bien, me alegra mucho saber que le fui de ayuda”
Jean Jacques sonrió ampliamente “Tan bondadosa, y yo tan egoísta, viniendo a pedirle otro favor”
“¿Oh?”
“Verá, ¿me preguntaba si me haría el favor de ofrecerme el siguiente baile?” dijo, girándose hacia la señora Bennet "Su generosa madre dijo que usted gusta mucho de bailar”

Sayaka miró en dirección a su mamá. A la distancia, la señora Bennet sonrió de oreja a oreja y los saludo con su pañuelo en mano, bendiciéndoles a lo lejos. Sayaka sonrió, a duras penas ocultando la obligación, y extendió su mano para tomarse del brazo del señor Leroy.

Antes de marcharse le preguntó a su hermana mayor si se encontraría bien por excusarse.

“Por supuesto, que en estos momentos nada me haría más feliz que verte divertirte”

Ayesha y Sayi observaron a Sayaka unirse al grupo de bailarines. Sayi notó que Sheryl también había sido solicitada para un baile. ‘Pero por supuesto’ pensó con alegría ‘Uno tendría que estar ciego para no reconocer la cautivadora belleza de Sheryl’.

El pañuelo de su madre llamó su atención. La señora Bennet le estaba haciendo aspavientos para que se le uniese a ella y a los dos caballeros con los que estaba conversando. Sayi supuso que acababa de conocer a algún soltero digno de conocer, pero apenas estuvo por pedirle a Ayesha que la acompañara vio cómo el rostro de su madre se descompuso en temor, y antes de que pudiera caer en cuenta del motivo…

Su visión se vio bloqueada por la presencia de Terry, de pie frente a ella.

“¡Señor Grandchester! ¡Tanto tiempo sin verlo!” saludo cordialmente Ayesha.
“Señorita Altugle” le devolvió la pleitesía en una reverencia. Inmediatamente después, le pidió disculpas “¿Estaría bien si invito a la señorita Bennett a bailar esta pieza?”

Ayesha negó con una sonrisa, y Sayi supo que no tenía escapatoria. El brazo de Terry la esperaba para escoltarla, y la pelirrosa tomó de él sin intercambiar palabra.

Se las había arreglado para escapar todas sus invitaciones, y caer enferma para todas las veces que había llamado a visitar. Y si bien sabía que tendría que dar alguna explicación por ausentarse a los preparativos de su boda, Sayi había esperado tener más tiempo para poder prepararse en elocuencia.

El castaño no había tomado su ausencia como una señal de querer espacio, tal y como ella lo había deseado.

No. Él quería respuestas.

“¿Por qué me has estado evitando?” comenzó “Sayi, ¿te he ofendido de alguna manera?”


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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Eureka

Hola! Vengo con un fic compartido con Kana. Ella estará en el color neutro del foro y yo en este color :3c




Del baile era de lo único que se habló en casa durante esos días. La llegada de Emilia ya no era la novedad en la casa de los Bennet, las bromas por el ¨lobo¨ de Sheryl comenzaron a disminuir, y el asunto con Sayi y el señor Terry se había tornado en un tema discreto del que no se discutía en casa. Incluso la tortuosa llegada de los Leagan a Bloomington quedó completamente en segundo plano frente a la dicha de un baile.

Más aún si se trataba del baile donde Shura, la más pequeña y enérgica de las Bennet, saldría a su tan ansiada presentación en sociedad. Por tanto, las hermanas Bennet se prepararon arduamente durante todos esos días. Intercambiando broches, preparando sus vestidos, auxiliándose con sus peinados.

Cada una de ellas había llegado al baile con la mejor presentación posible, promocionadas por su fascinada madre, sin más.

Camille y Emilia, como era de esperarse, permanecían juntas durante todo el baile. Las gemelas solían ser toda una distracción en aquellos eventos. Los más adultos recordaban lo especialmente unidas y fundamentalmente traviesas que solían ser: dos gemelas que hablan un idioma sólo compartido por ellas y que siempre parecían tramar algo, a algunos adultos les costaba trabajo dejar de verlas como tal. Mientras que los más jóvenes tendían a deleitarse con las chicas que ya no eran unas niñas.

Después de que las gemelas cuchichiaran entre ellas riéndose discretamente del peinado del alcalde Trump, y tras presenciar el maravilloso baile de apertura de Shura como presentación ante la sociedad, las hermanas prontamente quedaron sin mucho más que hacer que permanecer juntas observando al resto de invitados.

“¿Será que el alcalde Trump tuvo la delicadeza de primero consultar con sus allegados sobre la intrusión de los soldados en este evento?”
“Francamente, creo que el señor Trump ha actuado dejándose llevar por la emoción y admiración que le provoca la milicia que protege sus fronteras.” Le respondió Camille a Emilia. Era imposible no notar como algunas chicas se alborotaban por la presencia de los soldados en el lugar.
“¿Rezagadas sin pretensiones en un rincón a tan temprana hora de la ceremonia, queridas primas?” Neil Leagan apareció cerca de las butacas donde Camille y Emilia permanecían. Apareció de pronto perturbando la paz de ambas hermanas. “Después de bailar con la hija de la señora Lucas, me preguntaba si alguna de mis primas aceptaría una pieza de baile. Especialmente considerando que ningún joven las ha invitado incluso avanzado el festejo. Aunque… Es entendible que no se aventuren a pedirles un baile.” Neil las observó en turnos. “Gemelas, sin embargo, una bastante insensata y otra… Hm, demasiado anulada.” Negó con la cabeza.
“…” Las hermanas sólo sonrieron amablemente, aunque por dentro deseaban la peor de las pestes para ese fastidioso familiar.
“Sheryl luce maravillosa, como siempre. Tempestivamente su bailarín la ha liberado.” Neil les hizo una reverencia. “Con su permiso.” La intención era sacar a bailar a Sheryl, quien políticamente se había librado de él durante la noche.
“Oh, qué pena… Justo moría por bailar una pieza con el primo Neil.” Camille fingió angustia. Emilia y ella soltaron una risita disimulada.

Desde otro lado del salón, un par de jóvenes se permitían la libertad de observar a esas dos damas, pero no se atrevían tan siquiera a cruzar al otro extremo para entablar una pequeña platica.

“¿Recuerdas a la señorita Bennet?” Marth le habló a su mejor amigo, sin dejar de observar en la dirección donde estaban las hermanas.
“Sí, la enfermera que hemos contratado para un esporádico turno en el Hospital.” Le contestó Chrom, sosteniendo una copa de forma elegante.
“No sabía que tenía más hermanas… Extrañamente tenía el falso concepto que eran unas tres… Resulta que son nueve.”
“¿Sabes el nombre de la joven que le acompaña?”
“Desafortunadamente no cuento con tal preciada información… Quizá si…” justo cuando el peliazul le iba a entregar la propuesta a su amigo de acercarse a las chicas y conversar con ellas, notó que las madres de ambos se les aproximaron. “Madre, señora Rothschild” hizo una reverencia a su llegada.
“Queridos míos.” Lady Rothschild saludó finamente a ambos. Ellas estaban acompañadas de Hubert, el hijo mayor de Lady Mauve Rothchild “Tengo la franca convicción que ya habrán notado la presencia de las hijas del coronel. Junto con ello, tengo la seguridad de que ya se están retando entre ustedes sobre quien irá primero a pedirles una pieza de baile.”
“Considerando que toda relación con un directo del coronel es un bien ventajoso para nuestro negocio bancario.” Dijo Lady Leonora Väring. Ella y su amiga lucían simplemente divinas, como las respetadas damas enriquecidas que eran.
“…” Hubert permanecía en silencio, observando. Algo le decía a Chrom que su hermano mayor intuía que ni él ni Marth habían reparado en la presencia de las hijas del coronel y el despiste de ambos le daba cierto júbilo a su insuperable hermano.
“…” Chrom y Marth se miraron entre ellos, luego a sus madres, y luego a las hijas del coronel. No eran tan siquiera agraciadas puesto que habían heredado la dureza de los rasgos de su progenitor, pero eso no era el motivo por el cual no se interesaban en invitarlas a bailar ya que, al igual que sus madres, eran habidos participantes de las estrategias familiares para acaparar amistades ventajosas para el banco, sino más bien el interés estaba centrado en otras hermanas.
Justo cuando parecía que no tenían escapatoria, las dos mujeres reconocieron a un conocido y fueron a saludarle, librándose además de la presencia de Hubert.
“Marth… Finalizada esta pieza de baile, ¿Te animas que nos aproximemos a las señoritas Bennet? Creo que me causa curiosidad la naturaleza de su origen y sería ameno conversar con ellas para conocer un poco más a la gente oriunda de esta zona.”
“Me parece una excelente idea.”



El alcalde Trump no parecía tener tregua con su lengua ni piedad con los oyentes de su charla. El hombre se le había pegado durante casi el inicio de la ceremonia, lleno de falacias llenándole de halagos irracionales. ¿Cuántas veces ya le había dicho que deseaba que todos los jóvenes de Bloomington fueran tan adiestrados y magníficos como él? Henry bebió un poco de su copa de brandy, asintiendo a lo que Donald Trump le hablaba, aunque simplemente el joven no escuchaba nada de lo que le decía.

“Ahhhh, ¡Cómo me conmueve su amor por la patria!” el viejo le codeó. “¡Y cómo me tiembla el cuerpo al recordar los años en que serví en las líneas del rey! ¡Dios sabe que si no fuera por mi responsabilidad como alcalde volvería a las viejas hazañas! ¿Se lo imagina, joven Lancaster? ¡Usted y yo a la par volando cabezas francesas y haciendo respetar nuestra nación!”
“…” Henry mantuvo la mirada hacia el frente, pensando en lo emocionante que era contar cuantos pares de zapatos azules veía en distinción de los negros… Así de divertida era su existencia en ese momento. Bebió otro sorbo.
“Me encanta, joven Lancaster, ese carácter reservado y silencioso digno del más hábil de los guerreros.” El hombre luego miró al hermano mayor de éste, quien al aparecer había causado cierto revuelo en la muchedumbre por su presencia. “Y mi estimado conde de Lancashire, mi honorable señor, ¿Se imagina que compartiéramos aventuras juntos en el campo de batalla?”
“Vibro de la emoción de sólo imaginarlo…” Cain respondió con sarcasmo impregnado en esa voz monótona y ausente de todo sentimiento. El alcalde le agasajó más, pero el mayor de los Lancaster le ignoró como al resto de los invitados. Observó a su hermano. “Mi presencia aquí ha llegado a su culmine. Ya conversé con quien debía conversar, como se me solicitó. Ahora, es oportuno que me retire para continuar con las contingencias del rey.”
“Querido hermano, ¿Acaso no es un desaire que te retires en tan interesante festejo con tan distinguidas personas y en presencia de nuestro más amado y anhelado amigo?” Parecía que Henry había resucitado de pronto. Sólo de pronto. Porque seguía mirando hacia el frente, con aquella expresión de ausencia y frialdad.
“Querido hermano.” Repitió Cain “Francamente prefiero estar rodeado de fuego, a punto de sucumbir a la más tortuosa de las muertes, en el sitio más nefasto que te puedas imaginar más allá del propio infierno, a continuar en este…” el joven alzó una ceja, observando el sitio tan poco digno de su eminencia. “¿Pueblo…le llaman? En presencia de nada más ni nada menos que siervos soeces, precarios de intelecto, absurdos en su totalidad. Sólo hay seres simples aquí. Lo único que ilumina esta sinuosa repulsa es justamente nuestro bien amado amigo…” el conde se giró hacia el joven extranjero que les acompañaba. “Mi bien preciado amigo von Einzbern” continuó Cain “Espero que perdones mi desánimo en general y mi repentino deseo de auto exiliarme de tan… ¨conmovedora¨ situación social” Al joven rubio al que le hablaba le pareció que el conde hizo un gesto de sutil y fría repugnancia hacia los presentes. “Pero como sabes, sólo asistí para hacer un favor al Rey y trasmitir su mensaje a cierto señor. Hecho el acometido, no me queda más que retirarme y continuar en mis labores aún a estas horas de la noche.”
“Mi estimado amigo. Pese al breve tiempo, agradezco haberos podido ver, aunque sea menguante.” Aquel joven rubio llamado Wolfgang von Einzbern, le sonrió con aquella sonrisa admirable del cual era dueño.
“Opino lo mismo.” Cain le hizo una sutil reverencia, se despidió con familiaridad de aquel joven que insólitamente parecía de su gracia, no prestó mayor atención a la existencia de Henry, y se fue sin más, dejando a Donald Trump hablando solo.
“¿Qué tal si baila con mi hija Ivanka, joven Lancaster?” Preguntó el alcalde a Henry, ya que el otro se le había escapado. ¡No importaba! Ese sujeto dejaba mucho que desear.  “¿O tal vez su joven amigo desea concederle esta pieza a mi hermosa hija?”
“Oh, señor Trump, no hay nada que me llene más de felicidad que estar en su distinguida presencia… Pero, si nos disculpa… Necesito conversar un tema puntual con mi cercano” Dijo Wolfgang, haciendo gala de sus intrépidas estrategias para desvincularse de alguien. El hombre se fascinó con sus modales y les permitió su espacio a solas. 
“Sin duda alguna, mi estimado, es usted el más astuto joven que Dios me ha permitido conocer en esta vida.” Le festejó Henry.
“Nada más es persuasión, Henry.”
“¿Me enseñas un poco…? Parece que me falta del todo.” Sonrió, divertido. “Vamos más allá…” los dos fueron a un espacio más apartado.

Henry se sentía la persona más afortunada en ese momento. Por fin se había podido reencontrar con su amigo Wolfgang por muy efímero que fuera el instante, porque sabía que dentro de poco debía partir a la guerra nuevamente y no sabría cuando lo podría volver a verle. Desde que Wolfgang se alojó en Lancania Palace, en Londres, Henry aprovechaba toda instancia para compartir con el extranjero. Literalmente, Wolfgang era su mundo, puesto que, a través de los relatos del rubio, Henry podía conocer otro tipo de experiencias más allá del sesgado mundo al que estaba sumido por su casta.

Wolfgang viajaba por el continente por negocios de su familia, conocía muchas personas y culturas, y pese a que le había mencionado que la relación con su padre no era la que deseaba, Wolfgang de todos modos tenía las agallas de tomar sus propias decisiones en cierto modo, aunque se tornaran sutilmente súbitas. Sabía lo que era vivir un poco más y en cierto modo era libre. Henry, en cambio, no conocía más que los falsos elogios de los siervos, la disciplina militar que le inculcaron de pequeño, la eterna soledad e infelicidad a la que los Lancaster parecían destinados como una maldición, y la obediencia a las órdenes que dictaba su padre para con su propio destino. Se sabía limitado de ¨vida¨, entregado puramente a su país y a la imagen de su linaje real.

Por eso amaba estar con Wolfgang, porque sentía que a través de él podía ser un poco libre y nada hacía presagiar que le tomara tanta confianza, que sintiera que podía contarle sus vivencias y dudas, y que le pidiese al extranjero que le hablara un poco más de sus propias experiencias como si fuera una especie de guía. Era el único que conocía cierto tema de su vida que lo incomodaba al punto de no tolerar a su propia familia.

“¿Cómo vas con el asunto de tu… compromiso?”
“¿Qué compromiso?” Henry fingió incredulidad, aunque la mirada de Wolfgang le indicaba que estaba hablando en serio. “… Lo hablé con mi hermano, pero dice que nada puede hacer puesto que mi padre ya lo ha consignado con la bendición del rey.” El rubio siempre sonriente de pronto pareció serio y hastiado. “Pero no pretendo tolerar que me arrebaten mi vida de tal modo. Mi prometida no es más que una niña de quien no siento afecto más que el cariño que le puedo tener a alguien que se conoce desde… que nació.” Comenzó a analizar a los presentes, despreocupadamente, como si buscara algo en particular. “¿Por qué complacer a mi señor padre cuando ya he cumplido con todas expectativas y con todo lo que se me pide como servidor del Rey? Tal vez es hora de que me presente como un insurrecto a sus solicitudes opresoras.”
“Vaya, parece que estos días en el campo de batalla te han vuelto un tanto revolucionario.” Rio brevemente.
“Tal vez…” Y tal vez los franceses tenían razón en sus discursos. No veía a nadie de su interés. Tampoco veía a ningún miembro de la familia Vi Britannia y eso último era bueno. Luego vio que cierto joven observaba a Wolfgang con intensidad. “¿Quién es él? Parece que desea efervescentemente platicar con vuestra merced.”
“Ah, ¿te refieres a Hubert Rothschild?” Para Wolfgang era complicado no revelar ciertas discrepancias hacia ese joven. “Es el hijo mayor de un socio de mi padre. ¿No conoces a la familia Rothschild? ¿O a los Väring?”
“¿Tengo cara de conocer a estar personas?” Henry le bromeó, sonriendo divertido y alzando una ceja. De pronto se parecía a su hermano Cain, aunque menos arrogante y ciertamente más puro en inocencia. Wolfgang sabía que el reducido mundo social de Henry se debía más bien a su linaje de realeza. “Creo que, salvo de ti y del señor Trump… No conozco a nadie más. Por cierto, si deseas conversar con él te libero de mi presencia.” Le ofreció con gentileza.
“¡No! Por favor, realmente no. Seguramente Rothschild tiene mejores tentativas que hacer para esta noche.”
“Entonces vas a tener que acompañarme a…a…” siguió buscando con la mirada, algo tedioso. Wolfgang comprendió pronto que Henry buscaba una especie de excusa para algo, pero no sabía que era ese algo. “¡A bailar con esas chicas!” apuntó a dos jóvenes que estaban conversando entre ellas.
“¿Henry, estás bien? Pareces de pronto impulsivo… Y eso no es típico en ti.”
“No. No es típico.” Negó. “Pero si me quedo aquí, me consumiré con elogios innecesarios que sólo me dicen para ser de mi agrado y tener algo de mí.” Ya tenía suficiente de eso en la vida “Deseo pedirle una pieza de baile a la joven de la izquierda y nada en esta noche me lo impedirá.”
“…” Wolfgang pensó en persuadir a Henry, pero simultáneamente notó que Hubert, al parecer, intentaba en efecto acercársele para conversar con él. Lo que menos quería esa noche era que precisamente fuera agriada por esa persona. Vio hacia donde se dirigía Henry y pensó en la oportunidad de sacar a bailar a la otra muchacha, la cual era bastante bella, de paso también para no quedarse solo a la deriva de Hubert.



El baile parecía estar en el mejor momento de la noche: las parejas habían llenado el salón y danzaban al suave compás de la melodía, moviéndose en arcos e intercambiando sus posiciones ágilmente. Emilia y Camille lograron discernir entre la fila de las jóvenes a algunas de sus hermanas, quienes, a diferencia de ellas, habían contado con la oportunidad de bailar con los invitados.

Camille, siendo la más pesimista de ambas, imaginaba que la situación continuaría así hasta el fin del evento. Ya se andaba lamentando por ello cuando notó que su gemela analizaba la multitud de invitados: parecía buscando a una persona en específico.

Su mirada se desvió de vuelta a Camille.

“¿Estás esperando a alguien?” preguntó Camille, curiosa.
“¿Doy esa sensación?” Emilia se veía un tanto preocupada.
“Llevas unos minutos observando a los invitados con sumo detenimiento. Supuse que buscabas a alguien en especial. ¡Ah!” Camille se llevó una mano a la boca cuando cayó en cuenta de todo. Una idea se formó en su cabeza: conocía muy bien a su gemela e intuía cuál era su deseo en esos momentos. “¿Él…?”
“Sí.” Emilia asintió. “Sin embargo, sé que es en vano. Él nunca aceptaría una invitación de este tipo. Es inútil contar con la esperanza de verlo: no voy a encontrarlo aquí.”
“Lo siento, Emi.” Camille le dedicó una mirada preocupada, a la vez que tomaba sus manos. Le dio un par de palmaditas y le sonrió, apenada.
“Descuida.” Emilia suspiró. “Yo sé que es ilógico. Supongo que se me pasará conforme la noche llegue a su fin.”
“No veo la hora de eso.” Camille imitó a su hermana, soltando un suspiro lleno de resignación. “¿Te soy sincera? Tenía… altas expectativas del evento. Pensé que me encontraría con alguien… ¿especial? Pero tal parece que no sucederá.”
“¿El señor von Einzbern?”
“No hablaba de él en específico, pero hubiera sido muy grato volver a verlo.” Camille sonrió, esperanzada.
“Tal parece que tenemos cierta fijación con los amores imposibles.” Emilia soltó una risita. Camille se le sumó… hasta que se dio cuenta de lo que su gemela proponía.
“¿¡A-Amores!? ¿¡Quién dijo que gusto del señor—!?”
“A mi no me engañas.” Emilia sonrió.
“B-bueno, es inútil negar lo innegable. Guardo cierto interés por él. Por… sus dramas familiares, sobretodo.”

Emilia contempló la posibilidad de hacerle ver a su hermana de que aquella era una terrible excusa para disimular su interés: Camille no engañaba a nadie, ni a sí misma, de seguro. Con una suave risa, Emilia decidió que lo mejor sería guardarse sus comentarios.


“Sí. Fue sumamente extraña su actitud.”
“Igual, es inútil ilusionarme con que lo volveremos a ver.” Camille se permitió un suspiro. “Y ya me aburrí de suspirar y esperar que algo pase. Voy a—”

La menor de las gemelas hizo el ademan de pararse, pero Emilia la interrumpió, colocando un brazo sutilmente en frente de ella.

“Camie, espera.”

Un joven muy apuesto se acercó a ellas progresivamente. Se detuvo a menos de un metro e hizo una leve reverencia, sonriéndoles de una manera muy cálida. Emilia logró reconocerlo: se trataba de Henry Lancaster, a quien había tratado en uno de los bailes a los que asistió en Londres, cuando anduvo bajo el tutelaje de su tía Miranda. Solo habían podido intercambiar unas pocas palabras porque Henry había sido abordado por unas muchachas visiblemente interesadas en él, obligándolo a alejarse del pequeño grupo de conversación que se había formado en ese evento. Sin embargo, lo recordaba muy amable y cordial y, sin duda, era grato volver a verlo.

Las hermanas hicieron una leve reverencia con la cabeza. Al alzarla, se encontraron con otra sorpresa: en cuestión de segundos se había acoplado el señor Wolfgang Von Einzbern, de quien habían estado conversando minutos atrás. Su característica expresión confiada se transformó en sorpresa pura al reconocerlas.

“¡Señoritas Bennet!” anunció Wolfgang, sorprendido. “Me alegra volver a toparme con ustedes,” dijo Wolfgang, con una sonrisa.
“Wolfgang, no sabía que vuestra merced conocía a la señorita Bennet y a su hermana.”
“Yo no sabía que tú las conocías,” dijo Wolfgang, sonriéndole de lado a su amigo. Luego, pareció notar algo en particular que lo hizo suspirar. “Ah, lo siento.” Wolfgang no tardó en hacer una leve reverencia dirigida a las Bennet. “Tengo la ligera sensación de que es un poco tarde para este tipo de pleitesías,” mencionó, a la vez que alzaba la cabeza. “Qué terribles modales los míos. Tengo que pedirles mis más sinceras disculpas.”
“No tiene de qué disculparse, señor von Einzbern,” le dijo Camille, entre risas.

Algo le decía que aquel comentario suyo no había sincero, justo como que las excusas que había lanzado en su primer encuentro en el bosque.

Era curioso, viniendo de un noble como él.

“Mm. Les agradezco por su comprensión.”
“Luego dices que yo soy el que actúa extraño…” comentó Henry, en un susurro. Wolfgang rio sutilmente.
“Somos dos, entonces. Disculpen, señoritas,” dijo Wolfgang, respecto a sus comentarios privados con Henry.
“Una vez más, no tiene de qué disculparse, señor von Einzbern,” dijo Emilia. “Sin embargo, si usted desea enmendar sus errores… cuento con una sugerencia, si me permite.”
“¿Se puede saber cuál es?” preguntó Wolfgang, curioso.
“Podría concederle una pieza de baile a mi hermana.”
“¿¡QUÉ!?” gritó Camille, y luego tosió, intentando ocultar su exabrupto. “Digo. ¿Qué?”
“Ah, descuide, señorita Bennet.” Wolfgang sonrió. “Eso estaba en mis planes desde el momento en que ví a su hermana.”
“…” Camille quería desaparecer de aquel vergonzoso momento.

A su lado, su hermana parecía disfrutar de la situación con mucha emoción. Sabía que no se había equivocado en sus suposiciones: Camille había captado la atención del señor von Einzbern. Y aunque no le gustaba jugar de celestina como su madre lo hacía, Emilia supo que debía ayudar a su gemela cueste lo que cueste.

“Eso, sin embargo, lo dejo al criterio de la señorita en cuestión,” mencionó Wolfgang, mirando a Camille a los ojos. “Si gusta, yo encantado. No pretendo incomodarla.”
“…” Camille negó con la cabeza. “Al contrario, me halaga saber que llamé su atención, señor von Einzbern.”
“…” Wolfgang sonrió y le extendió su mano. Camille la tomó y se dirigió junto a él al centro del salón, donde las parejas andaban danzando al ritmo de una melodía alegre.

Henry y Emilia los observaron hasta perderles el rastro cuando se mezclaron con el resto de bailarines. Hubo un silencio entre ambos hasta que Henry se armó de valor y se giró hacia Emilia con una sonrisa.

“¿Me concedería esta pieza?” le preguntó.

Emilia asintió.

“Por supuesto.”



« Last Edit: November 10, 2019, 11:28:47 PM by Eureka »


Kana

Vengo con la segunda parte del fic del baile! Gracias @Eureka por este fic :3 ella estará en el color azul marino y yo en neutro.
@Sayi siéntete orgullosa de nuestro posteo por el baile -3- (?)

Segunda Parte

Al igual que Wolfgang, Henry no demoró en ofrecerle su mano. Emilia la tomó y fue conducida por su pareja de baile hasta llegar al salón, donde se apuraron en colocarse en sus posiciones, cada uno en la fila que le correspondía. Aquellos breves momentos en que les costó adaptarse al ritmo del resto de parejas fueron suficientes para hacerse una idea del carácter de Henry: el muchacho se aguantaba las risas bajo la mano y parecía muy despreocupado en sus movimientos. Sin duda, era un joven encantador… y hasta podía afirmar que su actitud se le hacía un tanto tierna: había un poco de timidez en su mirada pero se notaba su esfuerzo por adecuarse al ritmo del resto. Sumado a su presencia majestuosa y su hermosa apariencia, Emilia no pudo evitar sentirse dichosa en esos momentos.

Eventualmente, lograron sincronizar sus movimientos con el resto de parejas, danzando al compás de la melodía y compartiendo sonrisas aliviadas ante esto.

“Debo confesar que me alegra volver a encontrarme con usted, señor Lancaster,” comentó Emilia en pleno baile.
“El sentimiento es mutuo. Me apenaba enormemente no haber contado con la oportunidad de conocerla mejor aquella vez que coincidimos en Londres. Fue una sorpresa muy grata encontrarla aquí.”
“Igualmente, aunque… bueno, si le soy sincera, no puedo negar que me da curiosidad saber el motivo de su visita a Bloomington. Disculpe mi impertinencia, pero… ¿estará vinculado a su familia?”
“¡Ah! ¡No, no! Le puedo asegurar que mi presencia no se debe a temas relacionados a mi familia. Estoy sirviendo a nuestra patria en el campo de batalla y nuestro regimiento se detuvo en Bloomington por el momento.”
“Y el alcalde Trump los invitó, ¿si no me equivoco?”
“Así es.”

Emilia se detuvo en seco, sorprendiendo un poco a Henry.

“Disculpe… ¿Le incomodaría tomar asiento por unos breves momentos? Me gustaría hacerle una consulta y siento que aquí será un poco incómodo continuar con la conversación.”
“Oh, por supuesto.” Henry asintió, un poco preocupado por aquella reacción de la señorita Bennet. Emilia le agradeció con una sonrisa y tomó su mano para llevarlo fuera del salón. La bulla y la música, de un momento a otro, habían comenzado a incomodarla un poco.

Fue en plena búsqueda que Emilia cayó en cuenta de sus acciones, soltando el agarre en la mano de Henry. Se detuvo en seco y al girarse, se chocó con él. Emilia hizo una leve reverencia con su cabeza, muy avergonzada.

“Le pido disculpas, no me había percatado…”
“No hay problema, señorita Bennet.” Henry sonrió, un tanto tímido. “Más bien, iba a sugerirle la posibilidad de llevar a cabo nuestra conversación en alguno de los balcones. Disculpe si me equivoco, pero la siento un poco cansada del ambiente.”
“…No se equivoca, señor Lancaster.” Emilia sonrió.

Caminaron juntos a uno de los balcones del segundo piso, donde, predeciblemente, se podía observar a pocos invitados. Alguna que otra pareja conversaba animada en los sillones del salón que daba para el balcón, y se podían observar uno que otro grupo de mujeres conversando mientras bebían una copa de vino. Pero más allá de aquellos invitados, el segundo piso andaba vacío.

Al llegar al balcón, Emilia se apoyó en la baranda y observó el jardín de la mansión, ensimismada. Henry se quedó a su lado, aprovechando el momento para observar la belleza de Emilia. La joven resaltaba entre todas las mujeres del baile y Henry no podía evitar sentir una dicha tremenda al poder contar con la oportunidad de conocerla mejor y compartir un momento con ella.

“El ambiente me agotó un poco,” explicó Emilia, volteando hacia él. “Le pido mis más sinceras disculpas por arrastrarlo hasta acá…”
“¡No tiene por qué disculparse! Puedo entenderla. Llega un momento durante la noche en que vemos necesario salir a tomar un poco de aire.”
“Sí.” Emilia asintió. Se quedó observándolo, tomando en cuenta sus facciones y su sonrisa calmada.
“¿Tenía que consultarme algo?” le preguntó Henry, curioso.
“¡Ah!” Emilia saltó, recordando ese *pequeño* detalle. “¡Sí! Me olvidé por unos instantes de ello. Verá, contaba con la esperanza de que usted sepa algo sobre un amigo mío que también está luchando por nuestra patria. Su nombre es Eren Jaeger, y hace mucho tiempo que no sé nada de él… no puedo evitar sentirme preocupada por su bienestar.”
“Disculpe, señorita Bennet. No conozco a ningún señor con aquel nombre. Sin embargo, si usted gusta, podría averiguar al respecto.”
“¡Se lo agradecería enormemente!” dijo Emilia, muy animada. “¿En serio podría hacerme ese favor? Espero no incomodarlo con ello.”
“¡No me incomoda en lo absoluto!” Henry le sonrió. “Estoy seguro que su amigo se encuentra bien de salud.”
“Gracias, señor Lancaster.” Emilia le sonrió de vuelta.




Era muy difícil esconder su curiosidad, si Camille era sincera consigo misma.

Llevaban bailando un par de piezas y Wolfgang no había musitado palabra alguna:  más que desinteresado, se le veía un tanto distraído, realmente. Si bien sus movimientos seguían el ritmo de la melodía, su mirada parecía enfocada en la multitud de invitados que rodeaban el salón, con la intención de encontrar —¿o evadir?— a alguno de ellos.

No le costó nada hacer las conexiones pertinentes y supuso que se trataba de aquel hombre frío y altanero que había visto en el bosque junto a él.

“¿Busca a alguien, señor von Einzbern?” preguntó Camille. Cuando notó la impertinencia, se sonrojó y desvió la mirada. “Disculpe—”
“Ah, no se preocupe, señorita Bennet,” le aseguró Wolfgang. “No me incomoda. Entiendo su curiosidad, de hecho.”
“Me alegra que no se haya ofendido con mi impertinencia.” Camille suspiró.
“No debería pedir disculpas por algo así,” le dijo Wolfgang y luego sonrió. “Antes de responderle, quería decirle que puede llamarme por mi nombre, no hay problema.”
“¡Ahhh!” Camille se veía muy avergonzada. “¡Por supuesto que no!”
“¿Eso es porque no quiere…?” Wolfgang arqueó una ceja, curioso.
“¡No! Me encantaría, de hecho. Sin embargo, siento que implicaría tomar una confianza con usted que no debería…”
“Comprendo si le incomoda, pero debo insistir.”

Cuando se encontraron al dar la vuelta, Wolfgang la tomó de la mano y le sonrió, deteniéndose repentinamente.

“Aún así, no pretendo incomodarla con esto. Discúlpeme si mi insistencia es—”
“¡Nonono!” dijo Camille y luego, cuando cayó en cuenta de lo que había hecho, se tapó la boca.

Wolfgang rio.

“Señ— Wolfgang, disculpa por interrumpirle.”
“Le dije que no debe—” Wolfgang se interrumpió a sí mismo y sonrió, emocionado.
“Se me hará un tanto complicado adecuarme, pero intentaré respetar sus deseos.”
“…” Wolfgang sonrió: la timidez de Camille se le hacía tierna. “Gracias, señorita Bennet.”
“¡No tiene que agradecerme! Y puede llamarme por mi nombre, si no le incomoda.”
“Por supuesto.” Wolfgang asintió.

Al notar que aún la tomaba de la mano, el rubio soltó el agarre sutilmente y retomó el baile, un tanto avergonzado. A ambos les costó sincronizarse al ritmo una vez más, pero alcanzaron su cometido al cabo de unos instantes. En una de las vueltas, Wolfgang retomó la palabra.

“Ahora que tenemos resuelto eso, puedo contestar su pregunta. Estaba buscando a alguien, es cierto. Pero tal parece que ya no se encuentra en el presente salón, lo que me llena de alivio.”
“¿Quiere evadir a esa persona?”
“Es mi fin, sí. ¿Le soy sincero? No lo soporto.”
“Por casualidad… ¿es el señor con el que lo vimos mi hermana y yo? Cuando lo conocimos, en el bosque.”
“Ese mismo.” Wolfgang suspiró. “Su nombre es Hubert, es el hijo mayor de un socio de mi padre… ¿Le hablé sobre la familia Rothschild? Creo que sí la mencioné aquella vez, en el bosque. Son los nuevos dueños de Chatsworth.”
“No sabría decirle… aunque sí recuerdo que hablamos sobre aquella propiedad.”
“No quiero que se lleve la peor parte de mí con nuestra primera interacción, pero debo admitir que no soporto a aquel señor. Sus hermanos menores son mucho más agradables.”
“Me llevé la impresión de que era poco tratable.”
“Y no está equivocada. Lo peor es que, por algún motivo, siente que soy un ejemplo para su hermano menor y el hijo del otro socio de mi padre, que son menores que nosotros. Lo que no sabe es que soy igual de alocado y rebelde que ellos.” Wolfgang soltó una risa ante la ironía.
“¿Y cómo… cómo es que supone eso de usted?”
“Me imagino que se debe al poco tiempo que me ve al año. Si Hubert viajara conmigo, notaría que su concepción de mí no puede estar más errada. No soy nada parecido a él o a su padre, Lord Michael Rotshchild. Aunque… Lord Assa Väring es mucho más temerario y frío que ambos.”
“¿No son ellos los dueños del hospital que acaban de inaugurar en el pueblo?”
“¿Ellos? No. Sus hijos Marth y Chrom son los que tuvieron la iniciativa del hospital. Para ser más exactos, Lord Michael y Lord Assa se opusieron a la idea… pero tal parece que sus hijos lograron su cometido de alguna forma.”
“Y me alegra que haya sido así. Mi hermana, Emilia, cuenta con un trabajo en aquel hospital. Fue el señor Marth quien la contrató.”
“Marth es muy agradable. No he contado con la oportunidad de tratarlo más a fondo por cuestión de tiempo, pero me gustaría compartir más con él a futuro. A todo esto, Chrom y él también han asistido. Deben encontrarse por aquí… ¿Gustaría conocerlos?”
“¡Por supuesto! ¡Encantada!”
“De paso aprovechamos en juntarnos de nuevo con Henry y la señorita Emilia.”

Camille asintió. En completa sincronización, se detuvieron al dar la vuelta, justo frente a frente. Sonrieron y Wolfgang le ofreció su mano, para conducirla fuera del salón e iniciar la búsqueda de sus socios, su amigo y la hermana de su acompañante.


La travesía de encontrar a sus conocidos entre la multitud presente del baile fue un hecho épico. Wolfgang logró una magistral sincronía con Camille, moviéndola sutilmente entre las personas tanto para que no se separasen como también para evitar encontrarse con Hubert quien, para su desgracia, aún se encontraba presente en la velada. Camille soltó una sonrisita adorable cuando el rubio buscó su mirada para darle una explicación del porque se había movido más de prisa, de pronto. Sin embargo, para la chica no fue necesaria palabra alguna para darle una explicación a sus acciones por lo que no pudo más que dejar escapar una risa suave y adorable, de la cual su acompañante se contagió.
Finalmente, Camille divisó a su hermana Emilia a unos metros más allá. Salía del sector del balcón, en compañía de Henry Lancaster. Camille en esta ocasión fue ella quien dirigió a su acompañante hacia los otros dos para reunirse con ellos.

“¿Qué tal estuvo el baile, Camie?” Le preguntó Emilia a su hermana para cuando la vio llegar. Al ver a Camille y Wolfgang notó que existía cierta armonía en la atmosfera de ambos por lo que intuía que todo marchó bien. Sin embargo, le preocupaba tenerlos frente a ella tan pronto porque le llevaba a pensar que quizá algo no concordaba entre los dos o bien algún evento externo los había dificultado de mantenerse en prolongada compañía.
“Fue una grata pieza musical con un excelente compañero de baile.” Respondió con delicadeza y con cierto tinte de timidez.
“Estimado señor von Einzbern, gracias por permitirle a mi hermana Camille ser su compañera de baile.” Ella hizo una pequeña reverencia al susodicho, sonriéndole con gratitud.
“No tiene que agradecerlo, señorita Bennet. Ha sido toda una dicha.” Wolfgang le devolvió el gesto, sonriendo con sinceridad. “Asimismo, tuve la oportunidad de compartir espacios bastante amenos donde pude platicar con la señorita Camille” en ese momento, el joven cayó en cuentas de lo fácil y sincero que fue conversar de ciertos temas con la señorita Camille como si fueran grandes conocidos de toda una vida. Se había sentido tan cómodo y tan a gusto hablando con ella, sin recibir una negativa de su parte o un gesto cínico de halago. Ella era verdaderamente natural. Recordó “Por cierto, me encantaría presentarles a unos conocidos míos. Tengo entendido que la señorita Emilia ya conoce al señor Chrom Rotshchild y al señor Marth Väring”
“Ciertamente.” Ella asintió. “Al señor Väring lo conozco un poco más, puesto que ha sido su amabilidad el contratarme directamente para el Hospital St. Constantine. Al señor Chrom Rotshchild lo he conocido sólo de referencia y una que otra vez lo he visto de lejos.”
“Permítanme el agrado de presentárselos formalmente, entonces”
“Claro, será maravilloso conocer a dos personas que han contribuía con el bienestar de Bloomington” agregó Camille.
“Lamento excluirme de aquella interacción” Intervino Henry “En estos momentos me es preciso acudir a una pequeña reunión con unos conocidos en este mismo lugar. Disculpen.”  El joven articuló un gesto de inclinación breve en señal de despedida. “Hasta luego.”
“Que tenga buena noche, señor Lancaster.” Dijo Camille.
“Espero vernos pronto.” Agregó Wolfgang, un poco confundido por el mensaje de Henry. Pareció que de pronto quiso marginarse de todo mientras que unos minutos atrás buscaba como hacerse parte de la situación. Supuso que Lancaster tenía demasiados compromisos por doquier los cuales debía atender. Lo comprendía, puesto que a él mismo le sucedían situaciones similares.
“El señor Lancaster es alguien muy solicitado.” Mencionó Emilia. Recordó el baile en Londres donde muchas personas insistían por su atención.
“¿Me acompañan?”
“Sí” Las gemelas asintieron y acompañaron al señor von Einzbern a otro sector.

Pasaron de la gran sala del baile para salir de esta e ingresar a un hall más despejado donde algunas personas se encontraban conversando, vieron que otras tantas permanecían sentadas en los divanes platicando, y otros pocos con las copas alzadas haciendo un pequeño brindis interno del cual seguramente las Bennet se enterarían del motivo del festejo por medio de la señora Bennet o por los reportes de Sayaka.
El joven Wolfgang buscó con la mirada a sus conocidos entre los rostros presentes, hasta encontrar a Chrom Rotshchild y Marth Väring en uno de los divanes, Chrom permanecía de pie con una copa de champagne y Marth estaba sentado en un diván a un lado de Chrom. Los dos hijos de los socios de su padre siempre habían congeniado bien entre ellos dos por lo que no era extraño verlos allí, juntos, no obstante, lo que se le hizo en particular extraño fue ver a ambos ajenos de la situación social puesto que solían ser de las personas que prefieren compartir antes de aislarse.
Chrom fue el primero en notar a Wolfgang aproximarse, le indicó a Marth lo que sus ojos veían y el peliazul reaccionó un tanto sorprendido al igual que su amigo Chrom. Aquel gesto no pasó desapercibido por Wolfgang, como si aquellos dos reaccionaran ante una ironía de vida, pensó que tal vez se sintieron incómodos al ser descubiertos por él de esconderse de Hubert.

“Marth, Chrom. Que gusto verlos.” Dijo Wolfgang, estrechándoles la mano a cada uno. Marth se había puesto de pie cuando el grupo llegó hacia ellos. “Me complace poder presentarles a las señoritas Bennet.” El joven se hizo a un lado, presentando a las dos jóvenes. “La señorita Emilia Bennet le deben conocer del Hospital St. Constantinte.”
“Mucho gusto, señorita Bennet. Al fin le puedo conocer directamente en persona.” Dijo Chrom.
“El gusto es mío.” Ella les sonrió. “Al señor Väring tengo la dicha de conocerle”
“En efecto, he tenido la ventaja de coincidir un poco más con la señorita Bennet” dijo Marth, luego miró a la otra muchacha. “Me alegra conocer a otra de las hermanas Bennet. En Bloomington son una familia muy conocida” Hizo una reverencia breve. Chrom le dio un toque disimulado por sus palabras. Sabía que Marth no daba un doble mensaje con sus palabras, pero a veces su inocencia pecaba de imprudencia. Lo que en sus palabras Marth diría como un hecho que es real, otra persona con mente más torcida podría interpretar como que se estaba burlando de la infamia de la familia. Más si alguna de las hijas podría ser de personalidad más paranoica. Tal suerte era que, al parecer, ninguna de las dos jóvenes resultaba tener esa reacción.
“Ella es la señorita Camille Bennet” Le presentó Wolfgang.
“Mucho gusto, señorita Bennet.”
“El gusto es mío, señor Rotshchild”

Chrom disimuló el sentirse absorto de la joven que estaba justo en frente de él. Momentos antes, ya la misma joven había cautivado persistentemente su atención y se tornó en su obsesión visual durante toda la noche. Legítimamente junto a Marth se propusieron ir a pedirles gentilmente una pieza de baile; él a la señorita Camille Bennet y Marth a la señorita Emilia Bennet. Sin embargo, ambos quedaron postergados con una mezcla de sentimientos de propia vergüenza, confusión y disimulada resignación de perdida cuando vieron que el socio de su padre, y uno de los amigos más preciados para ambos, Wolfgang von Einzbern, junto con uno de los hijos del marqués de Lancaster, se adelantaron a sus pretensiones y pidieron la pieza de baile a ambas hermanas, acaparando luego la atención de ellas por un prolongado momento posterior.
Aquel gesto no pasó desapercibido para la madre de Chrom, Lady Mauve, quien con ojo de faraón siempre se percataba de todo. Chrom prefirió, antes de ser invadido por su madre sobre sus observaciones, pedirle a Marth que abandonaran el salón de baile para ir a conversar a una sala más tranquila.
Pero gracias a la presentación que hizo Wolfgang von Einzbern de las hermanas Bennet ante ellos, los otros dos jóvenes tuvieron la grata oportunidad de conversar un poco más con aquellas dos hermanas. Hubo temas en común y en general se conversó de mucha cultura con delicadeza, ninguno se atropellaba en palabras por sobre el otro y las damas eran de lo más educadas y cultas.
El apellido Bennet para ambos jóvenes de pronto significó prudencia, inteligencia, y delicadeza.

“¡Mis niñas!” Se escuchó gritar con energía. En poco tiempo, la señora Bennet llegó hasta donde estaban sus hijas quienes compartían espacio con aquellos elegantes jóvenes. “Que gusto ver que se encuentran en tan buena compañía”
“Madre…” Camille musitó, un poco incomoda por la intervención de su progenitora.
“Me complace decirles que ustedes son afortunados de tener la atención de mis dos hijas, ¡Apuesto que se están divirtiendo enormemente en sus compañías!”
“Ha sido un espacio de lo más agradable.” Asintió Marth con sutileza.
“El señor Bennet me ha hablado muy bien de cada uno de ustedes. ¡Que crueldad que el señor Bennet ya se haya reunido con ustedes antes y sin anunciarme de tan magnífico encuentro!” dijo la mujer, expresando un gesto lastimero.
“El señor Bennet es un hombre muy culto y con una amplia biblioteca personal. Es un honor poder compartir pensamientos con él.” Comentó Chrom.
“¡Ah, señor von Einzbern!” la mujer se giró hacia el joven de cabellos rubios. “Usted es recién llegado a Bloomington y no ha tenido oportunidad de visitar nuestro hogar o reunirse en otro sitio con nuestra familia, ¡Pero es más que bienvenido en nuestra casa y por favor no olvide extendernos una invitación cuando usted realice una ceremonia!”
“Gracias por la invitación, señora Bennet. Procuraré tenerlo siempre en cuenta.” Sonrió brevemente, pese a estar un poco ambiguo por la conducta aquella mujer. Si bien la señora Bennet había demostrado admiración por sus amigos Chrom y Marth, sentía que de pronto recibía mucha insistencia de parte de ella hacia él.
“¡Déjeme felicitarle por lo buen bailarín que es usted! Mi querida y hermosa hija Camille lucía ensoñada en sus brazos danzando como una princesa dentro de un cuento de hadas.”
“…” Wolfgang miró a Camille, quien bajo la mirada y la desvió a un costado suplicando porque en ese mismo momento se abriera la tierra en dos y se la tragara. Sus mejillas se habían tintado de un leve rubor rosa, avergonzada por la presencia de la madre.
“Madre.” Emilia le musitó, indignada. “Los señores preferirían en este momento conversar sobre asuntos de negocios, sería prudente que les permitamos este espacio.”
“Oh, claro, claro.” Asintió. “Nosotras podemos ir a conversar con el joven señor Lancaster.”
“Madre…”
“El más ilustre de los hijos del marqués Lancaster no ha sido disimulado en ocultar el creciente interés que siente por mi hija Emilia.”
“…Madre.” Emilia la miró, molesta.
“Y digo sin reparos que es el más ilustre y respetable de los hijos del señor marqués porque si conversamos sobre el hermano mayor…”
“¡Madre, ya basta!” Le dijo Emilia, jalando a su madre disimuladamente del brazo. “Será mejor que volvamos con Shura, ella necesita de nuestra presencia.” Sonrió fingidamente, para llevarse a su madre con esa condición. “Con su permiso” ella y la señora Bennet hicieron una reverencia antes de retirarse. Camille entendió que estaba a cargo de dar la despedida final en nombre de ambos.
“Soy sincera en expresar por mí y por mi hermana Emilia que ha sido magnífico el poder compartir parte de esta velada en presencia de ustedes, amables señores. Espero que las instancias de reencuentro sean propicias y prontas para poder conversar nuevamente.”
“El honor es nuestro al conocerlas, señorita Camille.” Dijo Chrom, mirándola a los ojos.
Los presentes se despidieron con modales de protocolos y permitieron que Camille retornara junto a su hermana y madre.
« Last Edit: November 12, 2019, 05:14:14 PM by Kana »


Cho

Uhh, es antes de baile, pero necesitaba escribirlo. Espero venir pronto con el fic del baile en sí (...)

Flashback

Era la víspera del tan esperado evento por los Bennet, en el cual la última hija sería presentada a la sociedad. Era un momento de emoción e inquietud en casa, y cada miembro de la familia tenía sus propios pareceres y anhelos, pero concordaban en que sería un momento importante y les tocaba prepararse debidamente.

Dicho esto, Cho no pudo encontrar mejor pasatiempo que visitar a Ayesha y pasear junto a ella y su hermana menor por un valle cercano a la granja de los Altugle. El día era brillante y agradable, aunque sutil por la fresca brisa y los pétalos de flores que soplaban por doquier. La mejor preparación de la segunda hija de los Altugle, además de aceptar su realidad, era vaciar su usualmente ocupada mente, y un diálogo ameno con su amiga junto a los brincos de la pequeña por el camino no podían curar sus obsesiones mejor. Sayaka con frecuencia le había hecho la observación de que había heredado los nervios de su querida madre y Cho poco a poco comenzaba a creerse esa lamentable sentencia.

“Tu hermana Shura debe encontrarse ya lista para su gran velada,” observó Ayesha con suma alegría y juntando sus palmas, para alzar su mirada al cielo despejado. “Y pensar que todas ustedes ya están en la edad de participar en nuestra sociedad,” sonrió incómoda. “Los años se nos han pasado muy velozmente.”
“Es cierto, me cuesta mucho creerlo,” Cho le devolvió una frustrada sonrisa. “Recuerdos vagos vienen a mi mente de mi propia introducción a la sociedad hace ya varios años, pero nunca lo consideré un suceso tan importante. Siento que el baile de mañana tiene mucha más trascendencia para todos nosotros.”
“Es tu hermana menor, te entiendo perfectamente,” la rubia asintió y observó a su pequeña que saltaba de un pie entre unas piedras en el camino. “Cuando le llegue el momento a mi Nio, sé que me sentiré igual que tú. Mi hermanita cada vez está más grande, pero no quisiera nunca que llegue a los quince años.”
“Estoy segura que Nio tendrá un brillante futuro. La han criado bien,” comentó la peliceleste en un intento de animarle.
“Aprecio tus palabras, pero siempre será una pequeña ante mis ojos…”
“Ay, hermana,” la pequeña le oyó y rodó sus ojos, para acudir donde su mayor y poner sus manos sobre sus caderas. “Yo seré muy feliz ese día. Tendré la atención de todos y podré bailar todo lo que se me plazca. Ya quisiera poder atender este evento de mañana que no han dejado de hablar de él.”
“El próximo será el tuyo, Nio, no te impacientes,” le pidió Cho.
“Ahh, no sé cómo te has convertido en una pequeña tan decidida. Me alegro por tu fortaleza, pero recuerda mantener tu gracia y la postura de una propia dama,” le rogó su hermana con un tono frustrado.
“No te preocupes, hermana,” luego de expresar su reclamo, la menor sonrió tranquilamente y escuchó su pedido al enderezar su postura. “Estamos sólo con Cho y no en una situación formal. Te prometo que me presentaré mejor cuando sea necesario. Sólo ten fe en mí, ese es mi único deseo.”
“Lo tendré, mientras te portes bien.”
“Mientras confíes en mí,” ensanchó su sonrisa.
“Ay, Nio…”

Cho observó a las hermanas dialogar con aquel sencillo y tranquilo diálogo. Era habitual ver sea precisa situación de Ayesha frustrándose por Nio y la pequeña escuchándole y fastidiándole a la vez. Si bien concordaba un poco con la mayor de que la pequeña debía comportarse con mayor prudencia, era la chispa de Nio lo que bien podría ayudarle mucho en el futuro, y quizás le esperaba un mejor futuro que sus mayores.

Las tres damitas continuaron caminando por el amplio valle y fueron cuesta arriba en una colina ya familiar para ellas. Una vez en la cima se sentarían para admirar la vista y tomar un breve descanso antes de encaminarse de regreso. Nio regresó a revolotear su andar frente a sus mayores, mientras las amigas continuaban conversando.

“Ah, cierto, finalmente podrás conocer al señor Cranach en la velada,” observó Ayesha con entusiasmo. “Es un señor prudente y amable, tal vez su expresión te intimide inicialmente, pero su formalidad y gentileza son propias de una gran persona. Sin duda es muy distinto de su esposa, pero pienso que son una dupla muy peculiar.”
“Estoy convencida que será un encuentro agradable por la forma que hablas sobre él,” Cho se animó. “Lo esperaré. Astrid me dio buena impresión, pese a intimidarme un poco.”
“Es cuestión de acostumbrarse, diría yo. He tratado varias veces con ella, y es muy informal. Asumo que eso puede ser intimidante.”
“Oh, Astrid es muy divertida,” comentó Nio, sonriendo. “Quiero ser alguien directo y valiente como ella cuando sea grande.”
“Hehe, estoy convencida que estás yendo por un buen camino,” le animó Cho.
“Muchas gracias por la bendición~” canturreó y regresó a distraerse con el camino.
“Si bien le tengo el mayor respeto a Astrid, espero que mi Nio sea una persona un poco más formal y prudente que ella, con toda honestidad,” comentó Ayesha, un tanto inquieta. “Pero me sabe tan mal decirlo…”
“Sólo deseas lo mejor para Nio y no tienes malas intenciones. Lo puedo apreciar.”
“Agradezco tu comprensión,” asintió. “Algo más que quería mencionar es que el señor Cranach es una persona de gran estatus y proveniente de Alemania. Por su linaje y poder, suele entablar relaciones con diversas personas y hacer negocios con varias familias. Astrid me comentó que esperaban la visita de unos contactos de confianza dentro de muy pronto,” sonrió un poco. “Así que pienso que es una buena oportunidad para ti.”
“¿Para mí?” Cho mostró gran sorpresa. “¿A qué te refieres, Ayesha?”
“Astrid suele tratar con tantas personas por las conexiones de su marido y al esperar a varias personas en un futuro cercano podría ser un buen momento para aprender a entablar relaciones formales con otros,” explicó con simpleza y naturalidad. “Soy una visitante frecuente en la casa de los Cranach, y sé que sería un gusto para ellos contar con tu presencia también. Sin duda lo sería para mí, querida Cho.”
“Es realmente un honor grande y una oportunidad sin precedentes, ni sé qué decir,” la peliceleste desvió su mirada en conflicto. “Pero yo…”
“Entiendo que es un poco inesperado, pero estaremos juntas, y Astrid ya expresó su deseo de apoyarte. Es sólo natural,” observó Ayesha. “También pensé en tu querida madre y sé que le daría gran dicha.”
“Ciertamente le aliviaría sus nervios…” sí era alentador pensar en que desempeñaría una labor y rutina más apropiada en los ojos de sus padres, por más inquietante que fuera.
“Sólo quería compartirlo contigo. Ya podremos meditarlo después. Primero nos toca el tan esperado evento de mañana.”
“Tienes mucha razón.”

Las chicas continuaron su camino a la muy próxima cima en un corto silencio. Cho apreció el tranquilo y profundo vacío de aquella soleada pradera con el pasto meciéndose con el viento. Era un momento con el cual podría soñar todas las noches por el resto de su vida…

Su vida estaba pronto a moverse más allá de su concepción. Desde hace varios años y con una mezcla de expectativa y nerviosismo, Cho había imaginado que ese momento comenzaría con un evento como el que le esperaba la noche siguiente. Si no, podría ser con la presentación de un invitado a su hogar. Posiblemente el cambio de su vida, si se tardaba lo suficiente, daría inicio de forma más trágica, tal vez con el fallecimiento de su padre o en un matrimonio forzado y propulsado por su señora madre.

Si se fuera a mirar en ese punto desde un futuro todavía no existente, Cho sonreiría al entender que no hubo forma de predecir que, al parecer, el primer y sutil suceso en una larga línea de eventos empezó con un silbido traído por el viento.

Ni bien las tres llegaron a la cima, Nio captó aquel sonido llamativo y sosegado.

“¿Hm? ¿Quién está silbando?” se cuestionó la pequeña. Ella vio un cabello pastando cerca de ellas, en el otro lado de la colina, y a una persona a su costado, apoyado sobre una roca. Se trataba de un joven de cabellos negros largos, atados en una cola. Era el productor de la melodía y miraba perdidamente al cielo mientras aprovechaba su descanso.
“Oh, dudo mucho verle visto anteriormente,” observó Ayesha, impresionada. “¿Será un visitante en Bloomington? ¿Habrá venido por la velada?”
“Pues, no sé,” Cho desvió su mirada. Si su correcta amiga no sabía quién era, ella no tendría nada que aportar.
“Se ve buena gente,” observó Nio, quien se tomó la libertad de correr cuesta abajo.
“¡N-Nio!” su hermana quiso detenerle, pero no llegó a hacerlo, motivo por el cual tanto ella como Cho tuvieron que seguirle.

La pequeña Altugle llegó donde esa persona, quien se reincorporó al oírle.

“¡Buenos días! Ehh…” Nio le saludó, aunque rápidamente le miró con curiosidad y de muy cerca.
“Buenos días, pequeña,” le saludó el chico amenamente, quien sabía precisamente por qué recibía esas miradas confundidas de la menor. “Dime, ¿mi apariencia te llama la atención?”
“Hm, bueno…” se puso a pensar. “No debería ser tan directa, pero…”
“Hahaha, no te preocupes,” el otro se rió tranquilamente y mantuvo su sonrisa. “Asumo que nunca has visto a una persona de ascendencia asiática, ¿cierto?”
“Nio, compórtate, por favor,” dijo Ayesha ni bien les dio el alcance, quien dio una pronunciada reverencia. “Mis disculpas. Espero que mi hermana menor no le haya faltado el respeto de ningún modo. Ehm, mi nombre es Ayesha Altugle, es un placer.”
“No, no, para nada. No conozco esta ciudad, así que temo si me encuentro invadiendo algún territorio,” dijo el pelinegro, con leve torpeza.
“No se preocupe, no es el caso,” le aseguró Cho, haciendo una venia. Sí tenía una apariencia distinta propia de una persona asiática, aunque su inglés tenía más bien un dejo germánico, semejante al que Astrid demostraba a la hora de dialogar. “Mi nombre es Cho Bennet. Mucho gusto de conocerle.”
“El gusto es mío, damiselas,” dijo con gracia e hizo una venia pronunciada con cierto aire juguetón. “Mi nombre es Namazuo Toushirou.”
“Nama… ehm, ¿perdón?” Nio ladeó su cabeza.
“Namazuo. Comprendo que tendré que repetirlo algunas veces, ¿verdad?” comentó entretenido. “Estoy de visitante en la ciudad por asuntos de negocios, y debo mencionar que me gusta mucho este sitio,” dicho esto, se dirigió al caballo que lo acompañaba y le acarició en su cabeza. “Incluso los ganados son tan amigables y encantadores. Ya quisiera llevarme este semental de regreso conmigo.”
“Ehm, es cierto que es un ambiente muy próspero donde vivir…” comentó Ayesha, sonriendo incómoda al no saber cómo seguirle la corriente con ese comentario.
“Ohh, estoy completamente de acuerdo,” por su parte, Nio sonrió contenta y asintió. “Mi familia tiene una granja y los animales son muy bellos y pacientes. Seguramente tenemos los mejores animales de todo el país.”
“Ahh, espero que sea así, pequeña,” el chico se animó. “¿Me concedes tu nombre?”
“Oops, cierto,” Nio se llevó sus manos a su boca y sonrió con leve travesura antes de contestarle. “Nio Altugle, siento la demora.”
“Ha sido un placer, pequeña Nio. Lo mismo digo de ustedes, Ayesha, Cho,” Namazuo hizo una venia y montó su caballo. “Lamentablemente me deben estar esperando, así que tengo que irme. Dicen que habrá un baile mañana, ¿cierto? Hemos sido dados una invitación, así que posiblemente nos veamos ahí.”
“Sería un honor para nosotras,” Ayesha asintió. “Le deseo un buen camino de regreso.”
“Sí, nos vemos mañana,” Cho hizo una reverencia, y al observar al chico se confundió por notar que este le miraba la cima de su cabeza. “Ehm…” ella se incomodó y se llevó una mano con torpeza a sus cabellos. “E-espero no tener nada…”
“¡Ah, n-no, mis disculpas!” el chico aguantó unas ganas de reír y negó un par de veces. “Me distraje, siento la alarma. Nos vemos. Que tengan un próspero día.”
“Hehe, igualmente,” Nio se despidió con una mano.

Esa persona partió a velocidad y se perdió en poco tiempo en plena cabalgada. No sería la última vez que lo verían, según lo que les había dicho.

“No sabía que los asiáticos tenían ojos distintos…” Nio se puso a pensar, y sonrió. “Hehe, pero es muy bueno y sencillo. Me recuerda a Otabek, así que me cae bien.”
“Ahh, no esperé que alguien de su raza apareciera en Bloomington tan intempestivamente, y justo antes de un evento,” observó Ayesha, nerviosa. “¿Cómo era su apellido? Ehh…”
“Se llama Namazuo…” recordó Cho, también meditativa.
“S-sí, me acuerdo de eso, lo repitió, p-pero…” la rubia se puso inquieta. “¡Ahh! ¡Una apropiada dama debería saber cómo dirigírsele apropiadamente! ¡Su apellido es muy importante!”
“Está bien, hermana,” Nio se encogió de hombros y sonrió tranquila. “Él mismo está consciente que su nombre es raro, así que lo volverá a repetir.”
“¡P-pero no podemos contar con eso, Nio! ¡Es una falta de consideración!”
“Ahh…” dio un suspiro. “Pues, no lo sabemos. ¿Qué más quieres que te diga?”

Cho observó a su amiga continuar haciendo memoria y desesperándose por su presente predicamento, y observó nuevamente en la dirección donde el joven se había marchado. No sabía a quiénes más verían, pero acababa de comprobar que el evento que les esperaba no tenía precedentes. Tendría que prepararse mentalmente con mayor urgencia.

La caminata se terminó y fueron de regreso mientras continuaban dialogando sobre la próxima obligación social que les esperaba.

Fin del Flashback


Apple

Mi fic del baile *por fin*. Lo pondré en dos partes para que no quede tan largo ni tedioso tengo que terminar de escribir la segunda parte antes del stop. Por si acaso, aquí esta el playlist del fic(?)


Regency Ball, Sonnet I

Say, what abridgement have you for this evening?
What masque, what music? How shall we beguile
The lazy time if not with some delight?
-William Shakespeare

Flasback

La llegada de los Leagan no pudo haber sido en peor momento. El estado anímico de la familia no era el mejor el día que Neil y Eliza Leagan llegaron a Bloomington.

Ninguna de las hermanas había procurado ocultar su molestia ante la poca anticipación de la visita y las molestias que esto les causaba. Si de por sí el espacio en su casa era limitado para la numerosa familia, ahora estarían más apretados.

La única que no se mostró tan molesta con la visita fue la señora Bennet, que desesperada ante la situación no perdió el tiempo en insinuarle a sus hijas que si el señor Leagan les proponía matrimonio no se atrevieran a rechazarlo. En su cabeza, la situación era crítica y el desplante de Sayi era en realidad un desplante para todas sus hijas.

"Oh mis niñas, cuando todos se enteren de lo que ha pasado ¿Quién querrá casarse con ustedes?" Fueron las palabras de la señora durante los días precedentes al baile de Shura.

Y si bien, la situación los había afectado a todos, el señor Bennet y sus hijas creyeron que la señora exageraba como siempre. En cambio hubieran preferido enviar a los Leagan a la posada del pueblo por unos días y ocuparse de su querida Sayi en cambio.

A su regreso de Longbury la señora Bennet no tardó en pedir sus sales y relatar lo desdichada que era, lanzando maldiciones que incluso harían que un marinero se sonrojara. Sus lágrimas hubieran podido hacer que el Támesis se desbordara y sus lamentos se escucharon toda la noche, atravesando los muros del hogar Bennet tal cuál alma en pena.

Sayi en cambio supo llevar la desventura con más dignidad. Encerrada en su habitación con Sayaka cuidándola, logró recuperarse antes del baile. Y de la llegada de sus odios primos Leagan.

"Por supuesto, nuestra Sayi no le daría el gusto a Eliza de verla en un estado deplorable" pensó Sheryl la mañana que las Bennet se arreglaban para el baile.

Todas se reunían en una habitación para ayudarse en sus rituales de belleza; se acicalaban unas a otras, con esmero recogían sus largos cabellos con lazos y colocaban un ligero rubor en sus mejillas. Su madre les había mandado a hacer vestidos blancos a todas, aunque el estilo individual de cada hermana prevalecía.

Sheryl optó por elegir un vestido de algodón recubierto con una capa de encaje. Los tirantes, también de encaje eran lo suficientemente delgados para dejar al descubierto sus brazos pero cubrían sus hombros. Para enmarcar su pecho, detalle que estaba de moda en la época, se había incorporado un listón de seda rosa pálido. Cuando terminó de vestirse, dejo que Cho se encargará de recogerle el cabello en un chignon mientras ella ayudaba a Shura con su nuevo corsé.

-Ouch, no lo aprietes tanto por favor hermana- se quejaba la menor.

-No lo estoy apretando tanto ¿Es que acaso has olvidado que tienes que hacer el primer baile con papá y todo el mundo te estará viendo?

Shura quiso protestar, pero fue interrumpida por Emilia.

-Nuestra hermana solo quiere que te veas bien hoy- le recordó a la menor mientras le quitaba el exceso de carmín de los labios con un pañuelo -No querrás que comenten sobre lo desaliñada que te veías en tu baile de debutante.

-O que el único que bailo contigo fue tu padre porque los demás caballeros no quisieron bailar contigo por el mismo motivo- bromeó Kora antes de que Camille a su lado le diera un codazo y una mirada de desaprobación.

-Habrán suficientes caballeros para que todas bailen- la intervención de Sayi llamó la atención de todas las hermanas pues en ese momento creían que lo último que le interesaba a la mayor eran los caballeros.

-Como el señor Stark- aseguró Sayaka al mismo tiempo que le lanzaba una mirada cómplice a Sheryl. Era como que si el buen humor de Sayi hubiera traído consigo el de Sayaka -¿Recuerdas que te decía que bailaría contigo en tu baile? Es una lástima que sus asuntos en Winterfell le impidieran venir.

Sheryl apartó la mirada, no quiso que sus hermanas vieran el sonrojo que apareció en sus mejillas. Últimamente sus hermanas habían puesto bastante interés en su amistad con el señor Stark.

-¡Mis niñas! Los carruajes ya están listos, apresúrense- la señora Bennet irrumpió en la habitación. Su alegría e ímpetu habían regresado antes del baile, y ahora estaba más dispuesta que nunca a casar a sus hijas - Thomas acaba de regresar del salón, fue a dejar el vino y me ha dicho que ya varios soldados se han asomado.

/flashback



La llegada de los Bennet a Candance Hall fue seguida a la llegada del alcalde Trump y Lady Melania, su esposa. La señora Bennet saludó, quizá, con demasiado entusiasmo al alcalde agradecida de que gracias a este el baile fuera a estar colmado de soldados. El señor Bennet fue menos efusivo, la invitación de sir Trump le costó otros 10 barriles de vino y quien sabe cuántas cosas más para el banquete de la noche. Solo esperaba que los invitados no llegaran tan hambrientos y que el banquete de alguna forma, tal vez con la ayuda de Dios, abundara. Por lo demás, no le molestaba complacer a su esposa y a sus hijas.

Los Leagan como familiares inmediatos de los anfitriones no perdieron la ocasión para abordar a los Trump, Eliza elogiando a Lady Melania por su rico atuendo y Neil presentándose como el heredero del señor Bennet. Su intención, aparentemente, era dejar en claro que las tierras del señor Bennet le pertenecerían algún día y quería cimentar su influencia desde ya.

El tío Robert Baratheon no se hizo esperar tampoco y llegó acompañado de Lady Aika y su guardián Siegfried. La señora Bennet estaba extasiada, no cualquiera podría decir que una aristócrata rusa estaba en su baile. Lady Aika por su parte no dejaba de estar entusiasmada, seguía prolongando su estadía en Bloomington indefinidamente disfrutando de todas las bondades y entretenimientos de la campiña inglesa.

Cuando Robb Stark llegó, unos minutos antes de que iniciara el primer baile,  con sus amigos muchas cabezas se volvieron a verlos. Eran un grupo joven y atractivo, y de  modales refinados. Se acercaron a los Bennet con la intención de saludarlos y agradecerles por la invitación; además de presentar a los nuevos habitantes de Keyfield Park: el ya conocido señor Fraser, el coronel Middleton y Sir y Lady Spencer de Althorp. Todos presentaron sus respetos a los señores Bennet y su intención de formar una amistad.

Pronto los músicos afinaron sus instrumentos y se anunció el inicio del primer baile. Todos despejaron el espacio designado para los bailarines y el señor Bennet ofreció su brazo a su hija para llevarla al centro de la pista de baile. En medio de murmullos y halagos a la debutante y a sus padres, la música inició.

-Oh Robb, es una alegría tenerlo aquí de nuevo, después de haberse perdido el baile de nuestra Sheryl- la señora Bennet no perdió el tiempo y se posicionó junto a Robb. 

Sheryl vio a su madre incrédula, ¿acaso le estaba pidiendo a Robb que bailara con ella de forma sutil?

-Si su hija me lo permite, me atreveré a pedirle su primer baile de hoy.

-Oh no debe ser tan formal Robb, estoy segura que Sheryl estará encantada de bailar con usted, ¿no es así querida? 

Poco de después de que le señor Bennet y Shura comenzaron a bailar, otros se les unieron. Entre ellos estaban Sheryl y Robb. La joven no podía evitar sentirse avergonzada del comportamiento de su madre pero por otro lado estaba aliviada, de haberle tenido que conceder el primer baile al primo Neil este hubiera aprovechado la situación para abarcarla toda la noche. Y al estar con un caballero de mayor rango el primo Neil tendría que guardar mayor recato si quisiera bailar con ella.

No podía estar más equivocada sobre la impertinencia de Neil cuando al terminar el baile se acercó a interrumpir de imprevisto su conversación con Robb, presentarse con todos los aires de un señor importante y arrebatarla del brazo para llevarla a la pista de baile.

-Es un baile adorable… aun con la sencillez de sus medios se nota que se esforzaron en organizarlo prima Sheryl.
La rubia no supo si eso era un halago o un insulto, pero no pudo evitar defenderse.

-Contamos con los medios suficientes para organizar un gran baile señor Leagan. Las tierras de mi padre nos han proporcionado de manera satisfactoria y nos apena que alguna de nosotras son haya sido un varón para que se queden en la familia.

-Yo creo que hay oportunidad de que las tierras se queden en familia Sheryl- contestó Neil tomando la mano de su prima y depositando un beso poco bienvenido en ella. Sheryl se alegró de haber usado guantes ese día.

Suprimiendo sus ganas de salir corriendo del salón Sheryl se zafó del agarre  de Neil y con una escueta reverencia dio por finalizado su baile, salió de la pista con la excusa de ir a refrescarse.
« Last Edit: October 27, 2019, 10:51:57 PM by Apple »


Apple

Segunda parte y última parte de mi fic del baile :3


Regency Ball, Sonnet II

El soberano de mi pecho está alegremente
sentado en su trono y durante todo el día, un espíritu
desacostumbrado me eleva por encima del suelo con pensamientos animosos.
-William Shakespeare

El jardín de Candance Hall se encontraba vacío, a excepción de un par de personas que charlaban y se refugiaban del calor del salón. Era una noche sin luna, por lo cual se había mandado a poner unas antorchas para alumbrar el lugar aunque no fueron de mucha ayuda. Por su falta de luz sería el mejor momento para esconderse del primo Neil que seguramente la buscaría para un segundo baile y de esa manera dejar en claro sus intenciones.

El lugar que una vez había sido un jardín al estilo francés, ahora era estilo inglés más rustico por orden del alcalde Trump, sin ningún espacio para sentarse. Sheryl no quería ensuciar su vestido ni dejarse ver sola y recordó que tras una hilera de robles había quedado un gazebo francés donde podía tomar refugio por un momento.

El camino era oscuro y tuvo que guiarse por el tacto para llegar a la estructura que empezaba a caerse en ruinas. La oscuridad, la frescura del aire y el olor de los azahares la distrajeron lo suficiente como para no percatarse de la presencia de alguien más.

-Señor Fraser- Sheryl logró identificarlo, después de haberse topado con el corpulento hombre.

-Señorita Bennet, ¿se encuentra bien?

Sheryl se dio cuenta de lo extraño de su posición, estaba sola en un lugar alejado mientras el baile de su hermana transcurría. ¿Pero que hacia el señor Fraser también afuera?

-Si, por supuesto- atinó a responder la dama- necesitaba un lugar donde refrescarme, el calor del baile me ha consumido un poco.

-¿Necesita que le traiga algo o que llame a sus padres?

-No, no por favor- rogó ella –el aire fresco me repondrá.

Si el señor Fraser regresase al baile y llamase a alguno de sus padres o hermanas la pondría en una situación incómoda y las preguntas comenzarían. El pareció darse cuenta también y decidió esperar a que la dama le pidiera algo para refrescarse o que se retirara. En cambio un profundo silencio invadió el lugar.

-Señorita Bennet - no quiso perder la ocasión de abordarla cuando se encontraron ya solos, definitivamente no quería causarle problemas con sus padres. -Me temo que la asusté el otro día en el sendero. Le pido disculpas por mi falta de delicadeza, no debí abordarla de esa manera.

La disculpa repentina tomo a Sheryl por sorpresa.  Inesperadamente, y contrario a su apariencia, el señor Fraser se expresaba de una manera muy educada propia de su posición. Si bien su voz era grave y firme con crudos matices norteños y escoceses también era cálida y gentil. Sheryl percibió honestidad en sus palabras y supo que sus disculpas eran genuinas.

Decidida a mantener su compostura y a evitar otro malentendido Sheryl se excusó de la mejor forma que se le ocurrió en ese momento.

-Se equivoca señor Fraser. Me asusté al ser descubierta comportándome de forma escandalosa. Nada de lo que paso fue su responsabilidad, por lo cual le ruego que acepte mis disculpas.

Jamie sonrió aliviado. Nunca había estado tan al sur de Inglaterra y temió haber causado una mala impresión ofreciendo su ayuda sin que lo hayan pedido. La charla con la joven se prolongó unos momentos hasta que se volvió aparente que la ausencia de la joven empezaría a ser cuestionada.

-Si me permite regresaré yo primero al salón. Le pediré a Lady Spencer que salga en su búsqueda para evitar malas impresiones.

-Se lo agradezco señor Fraser. Estar en compañía de una dama me evitara  malos entendidos.

Jamie partió primero y Sheryl espero unos minutos para acercarse de nuevo al jardín de Candance Hall y encontrarse con Cherce Spencer que ya estaba ahí esperándola. Al parecer Lady Spencer era alguien de confianza para los señores Stark y Fraser; y sin saberlo Sheryl también había presenciado toda la escena con Neil y sabía que si tomaba a la joven Bennet bajo su protección nadie podría bailar con ella sin su permiso- una de las principales ventajas de su posición.

-Espero que no le aburra estar conmigo señorita Sheryl. Debo tomar un descanso antes de seguir bailando, y estoy segura que usted también lo necesita.

-Al contrario señora Spencer, agradezco su compañía.

-Es que tenía muchas ganas de conocerla. Robb me había comentado sobre usted y su familia; y ahora que por fin nos han presentado espero que podamos ser amigas- Lady Spencer la tomo el brazo y le susurro al oído-  Jamie me ha contado que la encontró aquí y después de presenciar la escena con su primo Neil Leagan entiendo porque. No se preocupe, puede confiar en mí.

-¡Sheryl querida, al fin te encuentro!- a su regreso del salón se encontraron con la señora Bennet que se abanicaba con fuerza –el primo Neil te ha buscado, quiere que le dispenses un segundo baile.

-Mi muy querida señora Bennet- intervino Lady Spencer –me temo que Sheryl y yo estamos agotadas por el ajetreo del baile. El señor Leagan tendrá que excusar a Sheryl mientras estamos con nuestros amigos en los divanes de arriba, sino me equivoco el señor Baratheon está ahí entreteniendo a mi marido y a los demás. 

La señora Bennet se olvidó al instante de Neil ante el prospecto de que Sheryl estuviera en compañía de tan finas personas. No solo el señor Stark estaba ahí, sino el señor Fraser, el coronel Middleton, los Spencer y Lady Aika ¡Que no diría la gente de que Sheryl estuviera en tan selecto circulo!

-Por supuesto Lady Spencer, el señor Leagan puede esperar si mi Sheryl se encuentra cansada. Le ruego que cuide de ella por mí.

-No dude que lo haré señora, su hija queda en buenas manos.

A pesar de que la Lady Spencer no parecía un par de años mayor que ella, Sheryl se dio cuenta de que conocía todas las reglas de sociedad al pie de la letra y la usaba con maestría a su antojo. No obstante no parecía ser caprichosa ni manipuladora, y mucho menos de malas intenciones.

Se unieron al grupo del tío Robert que tenían bebidas en las manos y reían animadamente.  A diferencia del primer piso donde hacía calor y el ruido era casi insoportable, arriba legaba un rumor de la música y la brisa fresca de los balcones donde unos cuantos conversaban. Sheryl logro divisar a algunas de sus hermanas bailando en la multitud desde arriba y a Emilia conversando con un caballero en el balcón. Se sintió aliviada que ellas estuvieran pasando un buen rato sin la compañía del señor Leagan.

Por todo lo demás la velada transcurría con normalidad pero para los estándares de la señora Bennet era un éxito. Tenía muchos invitados ilustres, muchos de los cuales eran jovenes solteros y  de buena fortuna ¡Hasta había una noble rusa! La señora Bennett estaba segura que sería la envidia de sus vecinas por mucho tiempo ya que nadie había tenido tales honores como su pequeña Shura.


-Tiene un aspecto algo salvaje, se ve poco refinado.

-¡Y su cabello pelirrojo, por Dios! Es demasiado corpulento para ser un caballero.

-He escuchado que vivió en Francia y su tío abuelo fue un jacobita. Probablemente tiene esas locas ideas revolucionarias o independentistas

-No entiendo que hace un joven como Robb con el ¿Acaso lord Stark aprobará la amistad?

-Es un aventurero, mi marido escuchó en Londres que ha viajado tal cual marinero los últimos cuatro años. Puede que conozca a varias mujeres también.


Desde su asiento Sheryl pudo escuchar ese tipo de comentarios que no daban tregua al pobre señor Fraser y estaba segura que él los podía escuchar también. Ahora se daba cuenta la razón por la cual había preferido huir del baile por unos instantes. No entendía los ataques al señor Fraser, que si bien eran un poco corpulento sus modales eran impecables y su manera de actuar no era menos fina que la de los demás. Si acaso, era el más educado de todos saludando a todo el mundo con una sonrisa y respeto aún a los que no lo merecían. Para la ocasión, había peinado sus rizos pelirrojos hacía atrás con esmero y con su apariencia había hecho suspirar a no pocas doncellas ya.

Era el grupo que menos había bailado, los que se habían atrevido a un par de piezas fueron los Spencer. Robb se había limitado a bailar una pieza con Sheryl hasta el momento. El señor Fraser al parecer no había bailado ni una pieza al igual que el coronel Ike, que el joven pelirrojo no bailara angustiaba a muchas jóvenes solteras pero aliviaba aún más a sus madres.

Antes de la media noche llegó la hora del banquete, y posteriormente la segunda parte del baile (que solo Dios sabía a qué hora terminaría). Los invitados seguían bailando sin cansancio, el ponche seguía fluyendo y la conversación continuaba siendo amena. En algún punto de la noche el señor Stark se animó a pedirle un segundo baile a Sheryl, lo que hizo a la señora Bennet dichosa. Para cuando Sheryl bailó no solo una, sino dos veces con el señor Fraser también, su madre estaba lista para llorar de alegría. Sheryl por su parte encontró al señor Fraser mejor bailarín que al señor Stark, talvez porque le pelirrojo había aprendido algunos pasos en Francia o quizá era la inteligencia y elegancia que acompañaban a sus movimientos.

El baile se extendió hasta las horas de la madrugada del día siguiente, y el sol estaba saliendo cuando los habitantes de Shirenewton Hall y Keyfield Park se despedían de los Bennet y Lady Spencer hacia prometer a Lady Aika y a Sheryl Bennet que llegarían pronto a tomar el té con ella. A diferencia de sus hermanas, Sheryl no tenía amigos fuera del núcleo familiar y la compañía de aquellas damas la hacía dichosa. Por primera vez se sintió expectante por lo que fuera a venir durante la primavera y el verano de ese año.
« Last Edit: October 27, 2019, 10:52:37 PM by Apple »


Sayi

@Kana MUY ORGULLOSA por el posteo de todas por el baile -3-3-

Este fic super angsty continúa con el de Puri.


4

El vals comenzó, y junto él, el interrogatorio que había estado temiendo. La música vibraba con alegría, pero era imposible que resonara con ella en ese momento.

Sayi había evitado a Terry durante días. Sabía que no iba a poder postergar el encuentro para siempre, pero no se esperó tener que explicarse en pleno evento, a vista de su familia, conocidos, y de todo Meryton.

“Me he sentido indispuesta últimamente, lo siento” se disculpó Sayi, esperando que la respuesta lo satisficiera.

No fue así. La expresión sombría de Terry le dieron a entender que su explicación no bastaba. Pero en su corazón no encontraba palabras para explicar su situación sin caer en sentimentalismos.

Su mirada buscaba algún rostro familiar entre la multitud. Uno que la salvara de ese momento. Pero no había señal de Sayaka, o de Emilia, o de Sheryl, o de cualquiera de sus hermanas. Ni siquiera podía ubicar a su madre.

Así que las preguntas continuaron.

“Jamás recibí una respuesta formal de tu parte” le preguntó Terry “¿Si aceptaste ser mi dama de honor, o me equivoco?”

Era echarle sal a la herida. Sintió un ápice de indignación, barrido por una ola de tristeza.

“Me honras, mas no siento que haría un buen papel. No puedo, lo siento”

Fue una respuesta algo despectiva, pero no había forma de explicarse. Terry no podía saber que esperaba que la propuesta de matrimonio fuera para ella. Que había tenido esa expectativa por tanto tiempo, y que la habían mantenido esperando, cada año, su regreso a Longbourn.

La música continuó y ello sirvió para llenar el silencio. Sayi no despegaba la mirada del resto de bailarines, de sus trajes y vestidos, o detalles del salón… de todo, menos de la mirada del castaño, la cual podía sentir fija en ella.

“Ya veo” su voz era dura, y Sayi no se atrevió a contemplar su rostro “¿Y puedo preguntar por qué? Si hemos sido amigos desde que tengo memoria. Prácticamente familia. Asumí que, tratándose de un evento tan especial para mi, te gustaría ser parte de él”

Sayi quedó en silencio.

“Te he llamado tantas veces, he preguntado por tu salud, pero no he recibido ni una carta de tu parte. Ni siquiera una palabra” continuó “Mi madre comentó que el que la señora Bennet se desmayara apenas te pedí que fueses mi dama de honor podría ser parte del motivo”
“…”
“Pero no entendí por qué. Fue una reunión perfectamente cordial hasta ese momento. Estaba tan feliz de verte luego de tantos meses, y poder darte la noticia de mi compromiso con Susana, y tu respondes plantando un abismo entre nosotros”

La melodía terminó, y entre los aplausos y la algarabía llenando el salón, muy pocos se percataron de la sombría pareja en el medio de los bailarines.

“No entiendo qué pude haber dicho para ofenderte a ti, o a tu madre, cuando no guardo nada más que afecto y respeto a tu familia. Y en especial, a ti”

El no tenía idea de su decepción, y no había forma de aclarar sus sentimientos sin que se enterarse de su humillación por tan terrible malentendido…

Pero sus preguntas, incisivas y despiadadas, solo destruían lo último que restaba de su relación. Eran la gota que colmó el vaso, y ella sintió que necesitaba dar por cerrado el encuentro.

Sayi finalmente alzó la mirada, y Terry se percató del brillo en sus ojos.

“No tengo corazón suficiente para lamentarme por no poder ser parte de tu día especial. Pero espero tu tengas corazón suficiente para perdonarme” le rogó, su voz quebrándose con cada palabra “Espero no te quepa duda de que les deseo toda la felicidad del mundo”

Su rostro se compungió en llanto, pero no dejó que la viera quebrarse. Sayi se dio media vuelta, y empezó a abrirse paso entre la multitud, dejándolo solo en la pista de baile.

Ofendido, Terry se retiró en busca de conocidos que entendieran su enfado, pero Sayi no pudo escuchar sus comentarios. Solo quería desaparecer, y esperaba que la calesa familiar se encontraba fuera del recinto para llevarla a casa.

En su apuro por retirarse, Sayi trastabilló y por poco cayó al suelo.

La joven agradeció a la persona que la tomó del brazo, impidiendo que terminara de derrumbarse en el sitio. Se trataba de un caballero, vestido en traje de oficial. No pudo reconocer más facciones pues no podía encararlo en ese momento.

“¿Necesita ayuda?” le preguntó.
“No, gracias, lo siento” atinó a responder, y continuó camino fuera del recinto.

La brisa fresca de la noche golpeó sus mejillas, y se limpió las lágrimas al mismo tiempo que dejaba las escaleras del pórtico. Por su sanidad, debía dar por sentado que su relación con Terry Grandchester estaba perdida para siempre.

Y probablemente, era lo mejor. Se había cegado a base de sus expectativas, construido un futuro en el aire, y, por último, le había fallado por el egoísmo de sus propios sentimientos, imposibilitándose alegrarse por el día más importante de su vida.

Sayi esperó que sus hermanas la perdonaran por despedirse del baile en semejante manera. En especial la pequeña Shura, quien tanto había esperado por aquella noche.
« Last Edit: March 31, 2019, 09:03:13 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Puri

Hacía varios años, cuando eran niñas, Sayaka y Sheryl se metieron en problemas. O, mejor dicho, Sayaka se metió en problemas y arrastró con ella a su dulce e inocente hermana. En aquella época, Sayaka convenció a Sheryl de que la ayudara a buscar círculos de hadas en el campo y las dos, tras robarse el bolso de Cho y llenarlo con los pastelillos y hogazas de pan que habían hecho los cocineros esa mañana, se lanzaron a la aventura. Estuvieron horas caminando en busca de las dichosas hadas, hasta que llegó la tarde y Sheryl se puso a llorar porque habían estado caminando por horas y no habían encontrado nada. Sayaka, enojada, le gritó que se volviera a los brazos de mamá si tan cobarde era, y Sheryl, que desde entonces ya era mucho más sensata que ella, lo hizo, dejándola sola.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Sayaka se dio finalmente por vencida y decidió volver a casa, pero al parecer fue en ese momento en que las hadas decidieron vengarse de ella por haber querido encontrar su escondite, ya que trastabilló sin motivo aparente y se cayó en un charco de lodo, arruinando por completo el vestido que su papá le había regalado en su último cumpleaños. Llorando, logró ponerse de pie al momento en que escuchó a una calesa viniendo por el camino en el que se encontraba hacia su casa…

…Para darse cuenta, con horror, que dentro de la calesa iban Neal y Liza, que al parecer venían de visita de manera inesperada, y empezaron a reírse desde dentro sin siquiera parar para ofrecerse a llevarla.

Sayaka, llena de coraje y vergüenza, se juró a sí misma que nunca nadie más le haría desear que la tierra se la tragase. Nunca más se pondría en una situación así.

O eso pensaba, hasta que se encontró envuelta por las manos del señor Leroy guiándola en la pista de baile.

“Discúlpeme lo directo, pero la encuentro muy hermosa esta noche, Señorita Bennet”.

Sayaka siempre, toda su vida, había tenido una respuesta para todo. Pero al parecer, las respuestas habían decidido irse de vacaciones en ese momento, las muy desgraciadas. Se limitó a asentir con la mirada gacha, avergonzada por el sonrojo que sabía que había invadido todo su rostro.

“Antes que se me olvide, por favor envíele mis más sinceras felicitaciones a su hermana menor. La señorita Bennet estuvo esplendorosa en su presentación y se pudo apreciar la buena enseñanza que ha recibido de su familia. Es toda una dama”. Ante esto, Sayaka no pudo evitar subir la mirada y sonreírle, sintiéndose un poco más segura. Si había algo que adoraba con todo el corazón era a sus hermanas.
“Shura ha estado muy emocionada desde hace meses. Ella y mi hermana Mery se la han pasado practicando sin parar para el baile en nuestra casa”. Jean asintió con una gran sonrisa, emocionado al ver que Sayaka finalmente le hablaba.
“Qué deleite, puedo imaginarme lo bella que ha de haber sido esa escena, dos hermosas señoritas ilusionadas con el amanecer de sus vidas”. Sayaka tuvo que morderse la lengua para no echarse a reír. El señor Leroy era demasiado cursi. “También me enteré hace poco que su hermana Emilia Bennet se ha enlistado como enfermera. Debo decir que su familia no deja de sorprenderme, no solo son bellas señoritas, sino también muy inteligentes”. Sayaka se sentía un poco incómoda por el comentario, pero asintió con una sonrisa cortés. Todos los hombres hablaban de la misma manera, después de todo. O casi todos. Pero no, no era momento de divagar. “¿Tiene usted planes de estudiar algo como su hermana, señorita Bennet?”
“¿Estudiar? Oh no, señor Leroy, me temo que eso no está en mis planes. Eso se lo dejo a mis hermanas más capaces”.
“Entonces planea quedarse a vivir aquí”.
“Siendo honesta, no creo que haya un lugar más bello que Meryton. No lo cambiaría ni por el mejor departamento de soltera en Londres”. El mayor rio.
“Me agrada mucho su sentido del humor, señorita”.
“No se sienta tan cómodo, señor Leroy”, dijo riéndose y sintiéndose un poco más en confianza. Después de todo, el joven la había tratado bien hasta ahora. “Mi madre siempre dice que, si en los primeros cinco minutos no he espantado a alguien, los próximos cinco minutos sin duda lo harán”.

Jean se echó a reír fuertemente en ese momento, distracción en la cual Sayaka aprovechó para buscar con la mirada a alguna de sus hermanas que la auxiliara, pero lamentablemente se encontró con la mirada de su madre, quien le hacía un montón de muecas para que pusiera la espalda recta y luego le sonrió abiertamente con un gran brillo en sus ojos. Esto horrorizó a Sayaka, después de la semana que había tenido no aguantaba la idea de que su madre comenzara a hacerse a la idea de emparejarla con el señor Leroy.

“Me agrada mucho cómo piensa, señorita Bennet”. Sayaka le devolvió la atención y asintió avergonzada y en silencio, a sabiendas de que su madre estaba observándola cual halcón. “Verá…”, comenzó nuevamente, “Debo confesarle que le pedí a su buena hermana que me dejara bailar con usted porque tenía un favor que pedirle, si fuera tan amable”.
“¿Un favor?” Preguntó curiosa.
“Sí. Quisiera saber si me concedería el gran honor de permitirme a ir a visitarla a su casa”.

Por supuesto que la reacción natural ante ello fue pisar mal, doblarse el tobillo y caerse al piso.

Mientras Jean se apresuraba a ayudarla a ponerse de pie nuevamente, su mente estaba a mil por hora. ¿Por qué? ¿Por qué se había fijado en ella de esa manera? Sayaka no solo era la hermana del medio de su familia, la más olvidada, sino que además de ello era la más simple de todas, pero con una personalidad detestable, según su madre, para compensar tal hecho. Tal como se lo había dicho a Jean, no tenía aspiración alguna para el futuro y tampoco le llamaba mucho la atención los grandes lujos y el relacionarse con la sociedad, por lo que su madre prefería enfocarse en sus otras hijas que tenían muchas más posibilidades de casarse. Incluso sus odiosos primos bromeaban a sus espaldas que seguramente ella era hija de algún campesino cualquiera y no hija de su padre, el señor Bennet.

Su vida adulta siempre había sido tranquila y apreciaba eso, ya que todos los pretendientes que pudo haber tenido huían espantados tras mantener una conversación con ella, como ya se lo había insinuado al señor Leroy. Y por eso no comprendía su fijación en ella desde el momento en que la vio en Meryton.

Pero lo más importante aquí era que el concepto de que el señor Leroy llegara y arruinara la calma que había logrado encontrar en su vida diaria la atemorizaba como nada más lo había hecho. Que alguien empezara a cortejarla seriamente sería lo peor… Si bien nadie lo sabía, ella ya había decidido qué quería en su vida y estaba dispuesta a conseguirlo, pero no lo lograría con alguien pretendiéndola. No podría cumplir con su parte si alguien la ataba de esta manera. Y, sobre todo, ¿por qué ella? ¡Nunca habían hablado hasta hoy día! Nunca se habían sentado a hablar sobre qué pensaban de la vida, la guerra, el país, o de las personas en general. Jamás la había llevado de la mano por el campo a mostrarle dónde florecían las flores silvestres más bellas. Nunca la había consolado en algún momento abrazándola sin pedirle explicaciones. Jamás le había hecho reír hasta caerse de espaldas y quedarse sin aire, quedándose ensimismada viendo el cielo azul, dándose cuenta de que eso, en ese momento, era el amor.

Él no era…

El señor Leroy la llevó hasta uno de los asientos y le pidió que por favor la esperara mientras él iba a buscar al doctor Smith para que viera su tobillo. Si bien en cualquier otro momento esto le habría emocionado, la pobre no tenía cabeza para nada. Estaba tan aterrada, tan avergonzada, y al mismo tiempo…

“…Después de todo el cariño que le he guardado todos estos años, desde que éramos niños, jamás me habría imaginado que la señorita Sayi Bennet me lo pagaría con tanta mezquindad”.

Sayaka se volteó y vio que, a su costado, dándole la espalda, se encontraba el señor Terry. Quien era el que estaba hablando.

Y vio rojo.

En ese momento no le importó el dolor del tobillo, simplemente se levantó, se sacó los guantes, le tocó la espalda a Terry para llamar su atención y apenas se volteó el desgraciado, le estampó una buena cachetada con sus guantes.

“¡INSENSIBLE!”, le gritó y fue ahí que se dio cuenta de que estaba llorando, pero no le importó en lo más mínimo. “¡SAYI TE ABRIÓ SU CORAZÓN Y TÚ LO DESTROZASTE, EL MEZQUINO ERES TÚ!”

El baile a su alrededor se interrumpió y reinó el silencio. Terry se había llevado una mano a su mejilla, la cual se había tornado roja por la fuerza del golpe. Sayaka no pudo evitar enorgullecerse de sí misma por haber usado los guantes que tenían gemas incrustadas para el baile.

“¡Señorita!” Gritó el hombre que acompañaba al señor Terry. “¿¡Qué está diciendo!? ¡El señor Grandchester es una persona decent—!”
“¡Un completo mentiroso!” Le respondió Sayaka. Sintió que alguien le tomó de los brazos por detrás, pero se zafó rápidamente y se acercó a Terry con toda la furia guardad que tenía de la semana pasada. “¡No hay persona más ruin en este mundo que usted, señor Terry! ¡Maldigo el día en el que creí ver en usted a un hermano!”
“N-No entiendo—”, intentó hablar el acusado, pero no le dejó.
“¡Claro que no lo entiende, porque usted no tiene corazón! ¡Se la ha pasado años ilusionando a mi hermana, haciéndole creer que estaba enamorado de ella, para luego irse a casar con una cualquiera por su dinero, seguramente!”. Escuchó a su alrededor a un montón de personas asombrarse. “¡Y encima viene hasta aquí a lanzar sal en la herida!” Sayaka alzó las manos y lo empujó, lo cual hizo que Terry trastabillara y un montón de personas acudieran a ayudarlo.
“Sayaka…”, se volteó y vio que quien había intentado detenerla era Emilia, la cual tenía un semblante sumamente preocupado. Fue en ese momento en que vio a su familia y vio la cara de horror y sorpresa que tenían.

Se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

Y sin más ni menos, se dio media vuelta y se fue corriendo del lugar, sin importarle las miles de veces que la llamaron para que volviera.

Forget all the shooting stars and all the silver moons
We've been making shades of purple out of red and blue