Author Topic: Para Neko ★ Milo/Camus  (Read 7183 times)


Kora

Para Neko ★ Milo/Camus
« Topic Start: December 24, 2013, 11:29:15 PM »
El fic de Balamb siempre será nuestro hijo, así que cuando vi el deseo tuve flashbacks de guerra de cuando hablamos de ciertos eventos futuros... y me he tomado la libertad de escribirlo. Pls no me odies 8'> está hecho con todo el amor ♥ y ahora queda para siempre como AU y no puede ser canon lalalala

Cuando pare de llover

Camus cayó de rodillas al suelo, teniendo que apoyarse con una mano para mantener el poco equilibrio que le quedaba. Aunque ya no le quedara energía en el cuerpo, había conseguido fulminar al último soldado, atravesándolo con las infinitas gotas de lluvia convertidas en agujas de hielo. Quizá fuera suficiente, quizá compensara por todo.

- Milo.

Haciendo fuerzas para que el aire pudiera llegar a sus pulmones (¿tenía una costilla rota?), llamó al rubio a su lado. Yaciendo sobre su costado, su pecho subía y bajaba de forma casi imperceptible. Todavía estaba vivo, a pesar del charco de sangre que se extendía bajo él, empapando su uniforme y los largos rizos dorados.

- Milo. – Volvió a llamar, con la voz quebrándose con el restallido de dolor que le recorrió al intentar girar el cuerpo hacia él.
- Estoy aquí.

Milo sonaba ronco, apenas inaudible, pero había entreabierto los ojos y esbozaba una débil sonrisa. Hasta en aquellos momentos le sonreía, y el gesto retorció algo dentro de él. Incluso cuando estab a las puertas de la muerte, Milo tenía una sonrisa para él.

- Aunque… aunque no sé por cuanto más. – Añadió Milo rápidamente, tosiendo unas gotas de sangre. El daño debía ser interno.
- No digas eso. – Camus no estaba seguro de a cuál de los dos intentaba convencer. – Déjame… déjame ver…

Arrastrarse el medio metro entre él y Milo fue como rodar sobre un montón de cristales rotos. Bajo la lluvia, cada movimiento era una punzada en todas las partes de su cuerpo, y estuvo a punto de caer de bruces cuando su brazo tembló -- pero sabía que sí caía, ya no volvería a levantarse.

Pudo ver de cerca la herida fatal de Milo, la más llamativa entre todas. El corte era diagonal y profundo, del cual no dejaba de salir sangre. Alzó la mano hacia ella, tratando de sacar fuerzas de donde ya sabía que no había, pero Milo sujetó su muñeca. Camus fue incapaz de contener el quejido al notar la presión sobre la quemadura que le recorría el brazo.

- No… no lo toques… – Aunque seguía sonriendo, Milo había alzado las cejas. – Vas a-
- Lo sé.

Milo abrió los ojos, como si hubiera olvidado que aquel detalle había dejado de ser un secreto entre ellos hacía ya mucho. Cerró los ojos, perdiéndose en recuerdos por unos instantes.

Milo cubriendo un pinchazo en el pulgar con tantos vendajes que parecía una pelota de golf, Milo poniendo un plástico aislante sobre sus labios para besarlo, Milo desinfectando el borde de su taza de café hasta deshacer la capa de pintura, Milo llamándolo por la noche para susurrarle cuentos que ningún niño debería oír.

Levantó los párpados con pesadez, y apartando la mano, se deshizo del agarre del otro. Colocó su mano sobre la herida abierta, concentrándose. Congelar la sangre podría darle a Milo el tiempo necesario hasta que los encontraran.

- Camus… por favor, no… – Milo lo miró con sus grandes ojos azules, gritando una súplica que su voz no podía ofrecer.

Los bordes de la herida empezaron a solidificarse con un sonoro crujido, ascendiendo unos centímetros… para detenerse a los pocos segundos. Murmurando una maldición, Camus trató de seguir usando su habilidad, pero por mucho que se esforzara y suplicara mentalmente, no creaba más hielo.

La desesperación y la debilidad que sentía hizo que su cuerpo cayera de lado, notando el suelo frío y húmedo a través de los desgarros en su uniforme. Frente a él, a unos centímetros y sin embargo increíblemente lejos, vio el rostro de Milo. Los ojos cerrados, el ceño fruncido…

Con un movimiento repentino por la falta de fuerzas, llevó una mano hasta donde cuello y rostro se unían, alargando los dedos para rozar las mejillas, dejando un surco rojizo en el rostro de Milo.

- Lo siento… – Dijo, más bajo de lo que hubiera querido sonar. El tiempo se le agotaba. – Milo.
- No tenías que haber… – Empezó Milo, volviendo a abrir los ojos con pesadez. – Si… si te hubieras esperado…
- No me arrepiento.

Aún en su estado, pudo decir aquellas tres palabras con firmeza, aunque no podía añadir nada más. La sonrisa de Milo le dijo que entendía el resto del mensaje.

- Yo tampoco.

Milo arrastró una mano, y cuando alcanzó la de Camus, trepó por ella con sus dedos. A pesar de la lluvia y el frío, la piel aún estaba caliente. Lentamente, acomodó la posición de éstas como si fueran piezas de un puzzle.

- Aunque… – Una ligera risa hizo que una mueca de dolor cruzara el rostro de Milo. – Me hubiera gustado… ya sabes… pasar más tiempo contigo.
- Creo… creo que prefiero esto, entonces. – Replicó Camus con un susurro.

Los párpados se le hacían cada vez más pesados, pero todavía podía ver la sonrisa de Milo. Quería aguantar todo lo que pudiera y seguir viendo esa sonrisa. No podía pensar en una imagen mejor para que fuera la última.

El aire empezaba a quemarle por dentro cuando conseguía inhalar, y su cuerpo se había quedado inmóvil, poco a poco perdiendo el sentido del tacto hasta que ya no podía sentir la mano de Milo sobre él. Se maldijo interiormente por no haber aprovechado el tiempo para decir-

- Camus… Camus, mira. – Escuchó la voz de Milo como si estuviera bajo el agua. – Ha dejado de llover…

No habría podido notar si las gotas de lluvia caían sobre su rostro, pero sí vio cómo la luz del sol hacía que la melena de Milo brillara como el oro, aún mojada y sucia. Éste miraba hacia el cielo, sin dejar de sonreír. Mientras cerraba los ojos, mantuvo la mirada en su rostro, en aquella sonrisa. Hasta que todo se oscureció.

--

Cuando volvió a abrir los ojos, vio que estaba en una playa. La arena se metía entre los dedos de sus pies y la brisa salada le agitaba el pelo. Se apartó unos mechones de la cara, mirando a su alrededor. No recordaba muy bien cómo había llegado allí, pero sabía que estaba buscando a alguien.

Caminó por la orilla de la playa durante unos minutos, y recogió una concha distraídamente. La observó durante unos momentos, pero ésta cayó de sus dedos cuando un cuerpo impactó contra él por detrás y unos brazos le rodearon la cintura. Una voz familiar susurró en su oído, haciendo que su expresión se relajara.

Por supuesto, siempre tenía que llegar tarde.

fin