Author Topic: Para Airin ❤ "Kíli/Airin. Fluffy cute, plz?"  (Read 7334 times)


Neko

Para Airin ❤ "Kíli/Airin. Fluffy cute, plz?"
« Topic Start: January 06, 2014, 05:50:27 PM »
Bueno ¿Qué decir? Estuve dándole muchas vueltas, pensando que te podía escribir que te pudiera gustar. Y sí, ya sé que me vas a decir que cualquier cosa que te escribiera estaría bien, pero quería que fuera... ~especial~
Espero haberlo conseguido y que disfrutes de este monstruito ❤





Embriagados
Soulmates fic



Kíli siempre había sido un chico inquieto, así que cuando su madre no lo encontró cerca de la caravana no le pareció extraño, pero sí molesto.
Lo buscó entre los carros, dentro de ellos, debajo… entre los grupos de niños que jugaban alrededor. Lo buscó en su litera, en la de su tío. Lo buscó incluso dentro de los cofres, tenía tendencia a quedarse encerrado en los lugares más absurdos.

—Fíli ¿has visto a tu hermano?  —preguntó a su otro hijo cuando lo localizó.

—No… no desde hace un buen rato.

La mujer se llevó los puños a la cintura, frunciendo el ceño. Fíli se frotó las manos nervioso mientras su madre se inclinaba despacio hacia él.

—¿Cuántas veces te he dicho que no le quites el ojo de encima?

Y Fíli se encogió un poquito, pareciendo arrepentido. Su madre se volvió a erguir y llamó con toda la potencia de sus pulmones.

—¡Kíli!

Y toda la familia se puso a buscar al chico antes de la partida inminente de la caravana.



—¡Llego tarde, llego tarde, llego tarde! —gritaba el niño mientras corría como alma que lleva el diablo.

Tenía el pelo castaño y desordenado, parecía que nunca había conocido un peine y si lo había hecho su pelo se había encargado de comérselo. Le faltaban dos dientes y tenía la nariz roja del frío y de tanto correr.
Una bufanda azul, casi nueva y demasiado larga para su altura, ondeaba detrás de su pequeña figura desgarbada.

Frenó en seco en una esquina, casi cayendo al resbalarse con las losas mojadas del suelo. Giró hacia la derecha y continuó corriendo por la única ruta que sabía que le llevaría hasta su destino: el descampado donde estaba aparcada la caravana con la que viajaba.

Kíli se tomó un momento para mirar el reloj del campanario, que estaba dando las nueve menos cuarto.

—¡Llego muy tarde, llego muy tarde! —gritó esta vez, redoblando sus esfuerzos.

No estaba tan lejos, el único problema es que tenía que pasar por en medio de la plaza del mercado y estaba llena de puestos y gente.



Airín siempre había sido una niña muy discreta, no necesitaba mucho para estar entretenida y aunque a veces su lógica infantil le hiciera parecer impertinente, era bastante responsable y obediente.
Ella era una chica mayor, con sus casi ocho años de edad y por eso podía ir a hacer recados sola.

—Toma —había dicho su madre—. Compra el pan y los huevos mientras voy acabando esto y cuando vuelvas iremos las dos juntas a por lo demás.

—Sí, madre —había contestado la niña con la mano extendida, recibiendo el dinero y guardándolo en su monedero.

Se había cambiado las zapatillas por unas botas robustas que le venían grandes, se había puesto un chal de lana gris, con guantes y gorro a juego y cargando la bolsa del pan, había salido a la aventura.
Para esas horas, el paso de los carros y el trabajo de los vecinos se había encargado de la mayor parte de la nieve caída la noche anterior, pero no de toda.

La chica sopló un mechón rojo que se cruzaba sobre su nariz y se fue a hacer la compra mientras canturreaba una canción.



Kíli era bueno haciendo fintas y aunque sus botines resbalaban en el suelo húmedo y tuvo que poner la mano en el suelo una vez para no terminar de caerse, casi no había frenado su marcha desde que había llegado a la zona de los puestos ambulantes.
Se miró el mitón manchado de barro durante un segundo, pensando que su madre le iba a matar, si no era por llegar tarde sería porque estaba sucio.

Y esa fue distracción suficiente como para no ver a la chiquilla que andaba mirando las nubes, con una bolsa de pan y una caja de huevos en las manos.
Chocaron estrepitosamente, ella se fue al suelo y él se salvó por poco.

—¡Perdón! —gritó el niño mientras continuaba con su carrera.

—Pero… ¡pero bueno! —exclamó la chica, golpeando el suelo con ambos puños.

Y Kíli paró, giró para mirar la escena y chistó al ver que la chiquilla seguía en el suelo, evaluando los daños que había provocado la colisión.
Kíli se acercó despacio y recogió la bolsa del pan del suelo. Los huevos habían salido de la caja disparados, estrellándose contra el suelo.

—Eh… perdón —repitió mientras ella se palmeaba la falda del vestido y le echaba una mirada furibunda que le recordó a su madre.

Kíli le ofreció la mano, pero se dio cuenta de que tenía el mitón manchado, así que se lo quitó y lo dejó dentro del bolsillo de su chaqueta antes de volver a ofrecerle la mano y una sonrisa mellada que pareció apaciguar a su víctima.
La chica se quitó los guantes también, húmedos no le iban a servir de mucho. Y levantó la mano, esperando que Kíli tirara de ella.

Y entonces ocurrió.



Airín no tenía muy claro lo que estaba viendo, no había visto nunca nada parecido y era tan bonito que el mundo a su alrededor parecía congelado y borroso en comparación, falto de vida.

Luces doradas surgían de la muñeca del chico, creando hilos que se acercaban a la suya propia. Oyó a la luz vibrar, la notó caliente cuando tocó su piel y no podía quitar los ojos aquel espectáculo.
No dolía, todo lo contrario, parecía sanar su alma, reparar grietas que no sabía que tenía. Era como encontrar el segundo zapato después de estar toda la vida buscándolo. Y aunque aún no tenía ocho años creyó por un momento conocer lo que era el más puro amor.

Sus pupilas se dilataron y cuando la luz se apagó creyó entrever una marca brillante en su muñeca. Entonces el chico tiró de ella con demasiada fuerza y los dos se fueron al suelo con un gritito ahogado.
Él se rió y Airín se vio contagiada por su risa, pero segundos después empezó a ponerse de pie, arreglándose la ropa.

—¡Ah, tu pan! —dijo él, dándole la bolsa— Perdón, por los huevos.

Señaló las cáscaras rotas a su alrededor y se frotó el cogote.

—No pasa nada… —dijo ella, sintiéndose rara.

Tenía las mejillas coloradas y no sabía qué decir o hacer.
Él pareció recordar algo y se giró a toda velocidad antes de volver a girarse para ponerle las manos en los hombros.

—¡Lo siento! —se disculpó de nuevo— ¡Me tengo que ir!

Y se largó corriendo, esta vez sí, perdiéndose entre la gente del mercado.
Airín se quedó cinco segundos más parada en medio del mercado, sin saber que hacer antes de agacharse para recoger la caja de los huevos. Algo le llamó la atención y estiró la mano para cogerlo.
Era una bufanda azul. La niña restregó los dedos contra la lana, parecía buena. Se la llevó a la nariz y aunque lo había acabado de conocer y no sabía su nombre, pudo identificar el olor de aquel niño en la prenda.



—¡Kíli! —gritó su madre con preocupación al verlo, agarrándose la falda para correr hacia el niño— ¿¡Dónde te habías metido!?

—¡Kíli! —repitió su hermano, corriendo también hacia él.

Kíli paró su carrera y se frotó la nariz con el dorso de la mano, sorbiéndose los mocos mientras su madre se arrodillaba y le agarraba de las mejillas con las dos manos.

—Es que ayer me dejé la bufanda en el río y he ido a buscarla —explicó mientras saludaba con una de sus manitas a Fíli.

Su madre frunció el ceño y le acarició una mejilla, sonriendo después.

—Tendrías que haber dicho algo, tu tío te habría acompañado. Vamos —se levantó y le ofreció la mano—, tenemos que irnos ya.

—Es que no quería molestar…

La mujer ofreció su mano libre a su hijo mayor y los tres se fueron caminando hacia los carromatos a punto de partir mientras charlaban animadamente.



Airín golpeó las botas contra el suelo al lado de la puerta de su casa, intentando quitarse parte de la nieve y luego las frotó contra el felpudo.

—Ya estoy en casa —saludó al abrir la puerta, quitándose el chal y la bufanda, dejándolos en el armario cerca de la entrada antes de pasar a la cocina—. Mamá, he tenido un accidente.

Su madre se giró para mirarla de arriba a abajo. Pareció satisfecha con el aspecto de su ropa y luego le preguntó:

—¿Había hielo en la calle?

Airín negó con la cabeza y se acercó a la panera de madera para dejar la bolsa dentro.

—Me ha atropellado un niño y se me han caído los huevos.

Dejó la cajita de los huevos sobre la mesa de la cocina y sacó los guantes de los bolsillos de su chaqueta para sacudirlos y dejarlos cerca del fuego.

—¡Ay! —gritó su madre con indignación— ¿Y quién ha sido? Vamos a su casa y que nos dé el dinero.

La niña volvió a negar con la cabeza.

—No lo conozco —dijo toda seria—, no sé quien es.

Su madre insistió un poco más, sin creer que aquel muchacho fuese suelto por el mercado sin ningún adulto que pudiera responsabilizarse de sus meteduras de pata.
Y durante unas semanas, se olvidaron del tema.



—¡Airín! ¡El agua está caliente, date prisa! —gritó la mujer desde el corral.

Su hija se asomó a la ventana, agarrándose del alféizar y sin tocar el suelo con los pies para contestar.

—¡Ya voy!

Su ventana se cerró y se oyeron sus pasos rápidos por toda la casa, bajando los escalones de dos en dos. Vestía un albornoz y llevaba la ropa de dormir doblada y apretada contra su pecho.
La chiquilla se quejó por el frío en cuanto abrió la puerta del patio y corrió hacia el pequeño baño donde su madre la esperaba.

—¡Vamos, vamos! —dijo la mujer mientras le ponía la mano en la espalda y cerraba la puerta tras la niña.

Airín dejó la ropa doblada sobre un taburete y empezó a quitarse la que llevaba puesta.

—Madre, soy mayor, me puedo lavar sola —soltó mientras dejaba las botitas de piel blanda forradas con pelo de oveja a un lado y notaba la rugosidad de la toalla bajo sus pies.

Su madre frunció el ceño y ahogó una risa corta.

—Pero hoy toca lavarte el pelo y con eso te tengo que ayudar.

La chiquilla miró a su madre durante tres largos segundos sin moverse antes de asentir con la cabeza y empezar a desabotonarse el vestido.
Entre las dos, la tuvieron preparada en poco tiempo para meterse en la tina y empezar a frotar, pero antes de que eso ocurriera, justo después de que su madre liberara su larga melena de las dos trenzas que había llevado puestas, algo llamó su atención.

—¿Qué es esto? —preguntó mientras tiraba de la muñeca de la niña.

—No lo sé —dijo ella con solemnidad y tal vez un poco de culpa.

Un dibujo empezaba a formarse en su muñeca. Estaba bastante definido y cuando su madre movió el brazo, el marrón oscuro brilló en dorados casi verdes.
La mujer abrió mucho los ojos y levantó la cabeza con rapidez para clavar sus ojos grises en los verdes de su hija.

—¡Airín! —exclamó sobresaltándola.

—¿¡Qué!? —respondió la niña, sonrojada repentinamente.

—¿Sabes lo que es esto? —preguntó, tirando otra vez de su muñeca y acercándola un poco más— ¿Lo sabes?

Airín miró su muñeca y apretó un poco más los dedos de su mano, moviendo un poco el brazo pero sin intentar soltarse.

—No… ¿es malo?

La niña miró el dibujo en su muñeca con algo de tristeza. ¿Se lo iban a quitar? A ella le gustaba. Cada vez que lo miraba o lo rozaba con el pulgar de su mano derecha le hacía sentir bien.

Su madre la soltó y suspiró, rodeando a la niña con sus brazos y apretándola tan solo un poquito contra su pecho.

—No, hija, todo lo contrario… Pero eres tan joven.

La mujer se apartó otra vez, acariciando la mejilla de Airín con el pulgar.
La chiquilla levantó el brazo para mirar mejor el dibujo. Cada vez se parecía más a un lazo. Sonrió.

—Es una marca, hija. Es la impresión que deja el vínculo entre dos almas gemelas.

Airín abrió mucho los ojos y acercó el dibujo tanto a su nariz que se puso bizca. Parpadeó y miró a su madre de hito en hito.

—Pero… Yo creía que eso sólo salía en los cuentos de hadas.

La mujer sonrió y asintió.

—Es muy raro, pero sí que existen.

Agarró a su hija de los hombros y le dio la vuelta, empujándola hacia la bañera.

—Y ahora a lavarte, después me vas a decir quien es el rufián que te ha dejado eso grabado.

—Pero madre, esto es importante, el baño puede esperar…

—El frío no espera y no te voy a volver a calentar el agua. ¡A dentro!

La niña arrugó la nariz, pero se metió en la tina y empezó a frotarse con el jabón mientras su madre se encargaba de su pelo.
Se entretuvo varias veces en el dibujo de su muñeca, frotándolo despacito, como si se fuera a borrar.

—Almas gemelas… —susurró antes de que su madre echara medio barreño de agua encima de su cabeza.



Airín se encontraba en su cocina, con el pelo casi seco, en camisón y con una taza de leche caliente entre las manos. Se llevó la taza a los labios y cuando la bajó tenía el morrete lleno de crema que lameteó con avidez.
Su padre le palmeó la cabeza antes de sentarse al otro lado de la mesa. Su madre no tardó en unirse a la reunión.

—¿Y bien? ¿Quién ha sido?

Airín se removió en su silla, con los pies balanceándose sobre el suelo. La chiquilla miró su leche con gran interés hasta que su padre se unió a la conversación con un carraspeo.

—Mira, hija… cuanto más pronto lo digas mejor. No vamos a castigarte, es motivo de dicha.

Aunque por mucho que hablara su padre, su madre no parecía tan feliz. Probablemente estaba juzgando al que probablemente fuera a ser el marido de Airín sin aún conocerlo.
Porque eso pasaba en los cuentos de hadas, las almas gemelas solían casarse. Airín levantó su mirada hacia la colección de jarras pintadas de su madre y suspiró, pensando en aquel chico del que tan siquiera sabía el nombre.

Apoyó una mejilla en la mano mientras sus ojos brillaban y una sonrisa estúpida se extendía por su rostro.

—Por dios, niña. No tienes edad de poner esa cara —dijo su padre antes de echarse a reír.

Su madre suspiró cansada y volvió a la carga.

—¿Quién es? Te tuvo que haber dado la mano… ¿Es el hijo del panadero? ¿El de la carnicería?

Airín se encogió de hombros.

—No sé como se llama —informó.

—Pero al menos te sonará de algo —continuó la mujer.

La pequeña se volvió a encoger de hombros y negó con la cabeza.

—No es del pueblo. Es el chico con el que me choqué en el mercado.

Su madre se lamió los labios, llevándose la mano a la barbilla mientras su cerebro trabajaba con rapidez.

—Era día de mercado ambulante, tal vez sea de algún pueblo cercano.

Airín negó con la cabeza. No eran tantos habitantes en el valle, los niños se conocían todos entre ellos.

—¿Tal vez el hijo de algún mercader? —aportó su padre.

La mujer hizo una mueca de no estar muy convencida de si esa conclusión le gustaba o no. Su marido rodó los ojos y le acercó una servilleta a su hija para que se limpiara los restos de leche de la cara.

—¡Oh, había una caravana! —recordó de repente el hombre— ¿Algún niño de los que viajaban en la caravana, hija? ¿Tal vez?

Airín arrugó la nariz y se concentró mucho. No había jugado con esos niños, tan sólo habían estado en el pueblo unas doce o quince horas. Y ella había estado ocupada con sus primeras clases de costura.
Pero recordaba a un chico cerca del río con una bufanda azul… Asintió con la cabeza, definitivamente ese podría haber sido él.

—Sí, creo que sí.

Su madre se llevó las manos a la cabeza y empezó a gritar cosas que ninguno de los dos, ni su marido ni su hija, entendían.
Airín miró aterrada a su madre y su padre decidió escoltar a la niña hasta su cama en el piso superior.

—¿Pasa algo, papá? —preguntó la chica cuando el hombre estaba acomodando las sábanas a su alrededor.

—No pasa nada, cariño —le dio un beso en la frente—. Tu madre, que cree que ahora sí que no te vamos a casar nunca.

Apagó la lámpara antes de darle las buenas noches y marcharse a calmar a su esposa.
Airín movió sus pies descalzos contra los bolitos de las sábanas usadas y escondió la cara debajo de la manta.
Ella no pensaba lo mismo. Si se habían conocido ya sería por algo, seguro que acabarían volviéndose a ver.

La niña bostezó antes de darse la vuelta y poco después cayó en un sueño profundo lleno de pensamientos felices.



Los años siguientes fueron duros para todo el continente. Habían acabado de salir de una guerra y los cuernos ya sonaban anunciando otra.
El nieto del Rey destronado marchaba de vuelta a casa para recuperar un hogar que nunca llegó a conocer, con tan solo la compañía de un puñado de hombres y un viaje largo y peligroso en frente suyo. Se embarcó en una aventura llena de peligros. Una aventura que llegó a oídos de todos los bardos, a las canciones de tabernas y los patios de los teatros. El rumor corrió como la pólvora y estalló con la misma fuerza.

El ejército invasor, picando el cebo, salió de su resguardada ciudadela y los aliados del Rey, que llegaron justo a tiempo, se encargaron del resto.
Erebor volvía a pertenecer a sus legítimos dueños.

La recuperación de Erebor trajo consigo riqueza al continente. La mayor parte de los tesoros perdidos en la guerra, encerrados en la ciudad amurallada, fueron invertidos por el nuevo Rey en la mejora de infraestructuras y en ayudas para los sectores primarios, que empezaban a reflotar de nuevo.
Las carreteras eran ahora mucho más seguras, tener una granja ya no era una lotería en la que no sabías si lo ibas a perder todo o ibas a ganar. La gente se sentía mucho más contenta, mejor.

Y los años siguieron pasando...


« Last Edit: January 06, 2014, 06:23:55 PM by Neko »


Neko

Re: Para Airin ❤ "Kíli/Airin. Fluffy cute, plz?"
« Reply #1: January 06, 2014, 05:50:41 PM »
Soplar cristal no era una profesión muy extendida, había pocas personas del gremio y el padre de Airín fue muy bien acogido cuando se presentó en Erebor junto con su familia un año y medio después de la reconquista de la ciudad.
Su esposa y su hija decidieron poner un cartel en la puerta de su nueva casa anunciando que se hacían arreglos de ropa y no tardaron en conocer a todo el barrio a través de los recados que les encomendaban.

Era invierno y Airín levantó un poco más la bufanda de lana azul para taparse la nariz, tan gastada con el paso de los años que había perdido su brillo, pero no su calor.
Sus dedos desnudos se asomaban entre los agujeros de los mitones grises. No tardó en meter las manos dentro de su capa, aferrándose al asa de mimbre de la cesta en donde transportaba las faldas que acababa de recoger para arreglar.

Apretó el paso y se encogió de hombros. Su aliento formaba nubes de vapor aún a través de la bufanda y paró su marcha un segundo para intentar quitar unos pocos copos de nieve que se habían enganchado a sus pestañas.
El puño de la chaqueta que llevaba bajo la capa se bajo, revelando su muñeca desnuda y Airín se quedó prendada del brillo verde y dorado de su marca. Movió la muñeca lentamente, entrecerrando los ojos con recelo.

—Brillas… —susurró antes de preguntarse a sí misma— ¿Por qué brillas?

La respuesta le llegó por detrás en forma de empujón. Gritó antes de mover los brazos para intentar estabilizarse y su cuerpo giró ciento ochenta grados mientras caía hacia el suelo, un reflejo natural para no estampar su bonita cara contra el suelo de adoquines congelados.
Una mano se alargó hasta agarrar su antebrazo con fuerza y los músculos de las piernas de la chica se contrayeron debajo de sus medias tupidas de lana.

Airín tenía la respiración disparada y el cuerpo en suspenso sobre el suelo. Otro cuerpo le hacía de contrapeso y el sol se reflejaba en la melena castaña y salvaje, ensombreciendo los rasgos de la cara de su salvador.
Él tiró de ella, poniéndose en pie y haciendo que sus cuerpos chocaran, esta vez con delicadeza. La mano libre de Airín se encontró con el pecho del hombre y notó como él le apretaba la rabadilla para estabilizarla.

—¿Estás bien? —y aunque la voz era mucho más grave y profunda, pudo reconocerla.

Airín levantó la mirada y se apartó de él despacio, poniéndole las manos en los hombros y observándole con cara asombrada.

—Eres tú… —musitó ella y el mismo espasmo de reconocimiento se reflejó en la cara del joven, rostro que ahora podía observar con facilidad.

Pasaron unos segundos en que ninguno de los dos dijo nada. Las manos de él en los codos de ella quemaban en comparación con el viento fresco de la tarde que azotaba sus caras.
Pronto, el atónito gesto de él se transformó en una sonrisa genuina.

—Te recordaba más bajita —dijo con una risa entre sus palabras.

Airín entrecerró los ojos y arrugó la nariz antes de levantar la barbilla y empujarle un poquito más, cruzándose de brazos.

—Y yo a tí con menos dientes.

Airín esperó una respuesta enfadada al ver la incredulidad con la que le miraba él, pero recibió una carcajada sonora que le hizo sentirse cálida por dentro y desmontó su pose altanera. Airín terminó por sacarle la lengua y él le frotó una mano grande contra el gorro gris que tapaba su pelo rojo.

—Me llamo Kíli —se presentó, ofreciéndole la mano después de secarse con ella las lagrimitas que la risa le había provocado.

Airín seguía refunfuñando por lo bajo y contestó con la boca pequeña y los hombros crispados.

—Airín…

Kíli miró alrededor y localizó una cesta de mimbre grande, volcada de lado y olvidada a pocos metros de donde estaban. Se agachó para recoger la cesta y se la ofreció a Airín.

—¿Esto es tuyo? —ella lo tomó con rapidez y empezó a asegurarse de que todo estaba en orden, mascullando alguna blasfemia tan bajita y siseante que Kíli no la reconoció— Vale… parece que siempre te tiro las cosas por el suelo.

Airín levantó la mirada de la cesta y sopló por la nariz, acabando de revisar su contenido y apoyándola en su cadera, metiendo el brazo por dentro del asa. El movimiento atrajo los ojos de Kíli hacia la zona media del cuerpo de la pelirroja.

—Sólo nos hemos visto dos veces y ya has puesto mi vida más patas arriba que cualquiera.

Kíli pareció encogerse con la acusación y levantó la comisura del labio, como si las palabras de Airín le escocieran.

—¿Perdón? —ofreció, junto con una sonrisita culpable.

Ella dio un paso hacia atrás, balanceando su cuerpo y observando el lenguaje corporal de él.
Terminó por encogerse de hombros.

—No pasa nada —y luego le sonrió un poquito, estirando la mano izquierda para tomar la derecha de Kíli—. Para eso están los amigos.

Kíli miró hacia abajo y notó su marca caliente bajo su piel. Frotó su pulgar sobre los dedos de Airín un par de veces.

—No somos amigos —apretó los dedos entre los suyos y sonrió con complicidad—. Pero lo seremos.

Airí entreabrió los labios y sus pupilas se dilataron. Su pose se relajó de nuevo y terminó por carraspear y mirar hacia un lado, notando como sus mejillas se coloreaban. En su cabeza le dió la culpa al frío.

Las campanas resonaron desde la plaza, repiqueteando en el campanario, con las calles haciéndose eco del sonido metálico. Kíli levantó la mirada y el vapor de su respiración tapó por un momento su expresión de cálculo.

Bajó la cabeza para mirar a Airín y apretó los labios, con las cejas fruncidas.

—Me tengo que ir pronto… —informó y luego miró a su alrededor antes de preguntar— ¿Vives aquí, en Erebor?

Airín asintió con un movimiento de cabeza y señaló con la nariz hacia su izquierda.

—Sí, por ahí. Volvía ahora a casa.

A Kíli se le encendió la cara y sonrió con ganas mientras tiraba de la mano de ella hacia la dirección que había indicado.

—No tengo mucho tiempo ahora, pero te puedo acompañar a casa.

Airín pestañeó e intentó decir algo un par de veces, fallando hasta que carraspeó y se aclaró los pensamientos.

—Pero…

Kíli le cortó empujando el hombro de la chica con el suyo y entrelazando sus dedos.

—Así sabré donde vives y puedo venir a verte mañana. ¿Mañana está bien? ¿Por la mañana?

Airín se tropezó con un adoquín, enderezándose en seguida, sin caerse, por estar mirando el perfil de la nariz de Kíli en vez de al suelo por donde pisaba. Se sintió tonta y se arrebujó en su bufanda, ahogando su respuesta afirmativa.
Aún así, Kíli le comprendió y siguieron la marcha durante unos minutos sin hablar mucho.

—¡Eh! ¿Esa es mi bufanda? —preguntó justo antes de que Airín le señalara su casa y se separara de él para correr a refugiarse en el edificio.

Kíli se quedó mirando el sitio durante unos segundos, sin querer marcharse de forma tan abrupta una segunda vez, pero sabiendo que tenía que hacerlo.
La cara de Airín se asomó entre las cortinas de la ventana y Kíli le sonrió, moviendo la mano antes de dar la vuelta y volver con sus quehaceres, con grandes esperanzas puestas en el mañana después de un largo, largo tiempo.



Airín se apoyó en la puerta nada más cerrarla y apretó el asa de la cesta entre sus dedos, apoyando la barbilla en ellos. Su respiración estaba acelerada, tenía las mejillas y la nariz demasiado rojas y no se había quitado la nieve de las botas antes de entrar en su hogar.
Dejó la cesta a un lado de la puerta y se acercó a la ventana, tragando saliva para humedecer la garganta que de repente se le había quedado seca.

Se asomó, apartando las cortinas con la mano y vio como Kíli le sonreía y saludaba desde lejos antes de darse la vuelta y seguir con lo que tuviera pendiente.
Airín se dejó caer sobre sus rodillas, con las palmas enfundadas en mitones sobre el suelo. Se apartó el flequillo con una mano y acabó quitándose el gorro de lana, estrujándolo entre sus dedos.

—¿Qué ocurre? —sonó una voz familiar a su espalda, sobresaltando a Airín.

Su madre apareció detrás de ella, secándose las manos con un paño de cocina. Airín dejó salir el aire poco a poco, con una mano sobre el pecho.

—Qué susto… —se quejó sin aliento.

Su madre levantó una ceja y la miró de arriba abajo, de lado a lado y en diagonal antes de entrecerrar los ojos y arrugar la nariz, mirándola como si estuviera loca.

—Sustos los que me das tú a mí. ¿Qué te pasa, niña?

Airín se levantó, alisándose la falda con mucha dignidad y envaró la espalda.

—Madre, ya no soy una niña.

—Pues aún te comportas como una. Fíjate —señaló hacia sus botas con un gesto vago de la mano—, nieve en las botas, tirada en el suelo… ¿qué quieres que crea?

Pero Airín no la estaba escuchando, su mirada se había vuelto fugitiva hacia la ventana, aunque sabía que Kíli ya no iba a estar allí.
Su madre se acercó para cotillear por la ventana ella también, buscando lo que los ojos de su hija parecían ver y ella no. Cuando se volvió para regañar a su hija se fijó en como estiraba el cuello, en como sus dedos se tocaban entre sí inconscientemente, con disimulo. Reparó en la expresión encandilada y en el pequeño suspiro que se escapó entre sus labios.

Reconoció los síntomas y levantó las cejas poco a poco.

—Oh —musitó antes de lamerse los labios y acercarse más a su hija para ponerle una mano en el hombro y preguntar— ¿Qué te ocurre, hija? ¿Qué ha pasado? Cuéntamelo.

La mano en el hombro se trasladó en una caricia hasta el hombro de la chica y su madre la guió hasta el asiento más cercano, indicándole con una leve presión que se sentara con ella en el banquito que tenían cerca de la entrada.
Airín parecía contemplar en infinito mientras rememoraba los pocos minutos en los que había vuelto a estar junto a él.

—Lo he visto madre, me he vuelto a encontrar con él —Airín se tocó la marca en su muñeca con el pulgar y centró esta vez sus ojos verdes en los de su madre—. Lo he visto.

—¿Pero te ha visto él a tí? —indagó su madre con preocupación— ¿No le has dicho nada?

—Oh, sí, no… —sacudió la cabeza para centrarse— Sí, sí. Se ha chocado conmigo y… ¡Madre, deje de reírse!

Su madre se rió un poco más, negando con la cabeza antes de asentir y calmar sus risas para que su hija continuara con la explicación.

—Tenía prisa. Me ha acompañado hasta aquí y dice que vendrá mañana por la mañana.

Esta vez su madre asintió, no del todo convencida, pero más satisfecha que tras aquel primer encuentro, tantos años atrás.



El peso en sobre la cama no le sorprendió, sobre todo porque había oído a su hermano abrir la puerta y Fíli siempre había tenido el sueño ligero. Al reconocer los pasos de Kíli, Fíli había dejado el cuchillo de acero mate dentro de su funda debajo del colchón y había soltado el mango poco a poco, preparándose para el ataque que no tardó en llegar.

—¡Fíli! —gritó Kíli cuando sus rodillas hicieron contacto en el colchón— ¡Fíli, Fíli!

El rubio se dio la vuelta en el colchón, haciendo una mueca de desesperación cuando Kíli se tiró en plancha sobre su estómago.

—¡Fíli, adivina qué!

Fíli rodó los ojos y bufó.

—Es como cuando te empezó a salir barba —se acordó entre refunfuños—. ¡Kíli, pesas!

Empujó a su hermano, intentando quitárselo de encima, pero sin conseguirlo. Al final, Kíli tuvo la cortesía de tumbarse al lado de su hermano en vez de cruzado encima de él.
De repente se había quedado callado y miraba al techo con una sonrisa demasiado grande, con los ojos demasiado brillantes.

—Ay madre… —suspiró Fíli antes de sobar la cabeza de su hermano y enredar los dedos en su pelo castaño— A ver, dime.

Kíli contestó aún mirando al techo en la oscuridad de la noche.

—La he visto… —susurró y luego ladeó la cabeza, ajustando la posición de su cuello para mirar a su hermano y seguir con su explicación— Está aquí, en Erebor.

—¿Quién? —preguntó Fíli, aún medio dormido y acariciando ahora la frente de Kíli con un pulgar.

—¡Ella! —exclamó como si esa palabra fuera toda la explicación necesaria. Y lo era— Ella…

Kíli levantó el brazo derecho y bajó un poco la manga, estirándola desde el codo. Su marca refulgió verde y dorada en la oscuridad, más viva de lo que antes jamás Fíli hubiera podido apreciarla.
Fíli abrió mucho los ojos, separando los labios para tomar algo y decir algo, despertando todos sus sentidos más allá de lo necesario para la supervivencia.

—¡Kíli! —gimió su hermano con la voz ronca de emoción— ¡Eso, eso es…!

—¡Lo sé! —contestó Kíli, moviendo los brazos para intentar expresar todo lo que sentía.

Fíli se incorporó sobre un hombro y frunció el ceño, después de que un segundo pensamiento cruzara su mente. Los dos habían esperado ese día con esperanza, pero Fíli también lo había estado esperando con miedo. Sobre todo después de la batalla para recuperar Erebor.

—¿Sabes lo que significa eso, Kíli? —preguntó con preocupación en su voz— ¿Lo sabes bien?

A Kíli se le congeló la sonrisa en la cara, desapareciendo poco a poco. Pero no tardó en mudar su expresión de ensombrecida a una sonrisa pequeña.
Agarró uno de los hombros de Fíli con con mano, apretando sobre él de forma reafirmante.

—Lo sé. Lo sé todo.

Fíli apretó los labios, mordiendo el interior de sus mejillas.

—También sé que puedo contar contigo, hermano —añadió Kíli y Fíli no pudo más que asentir y confirmar.

—Lo que sea, Kíli. Siempre.

Y suspiró derrotado mientras Kíli sonreía de oreja a oreja, como si no tuviera ni una idea sana en la cabeza. Probablemente, ese era el caso.



Esa mañana se había levantado más plácida que la anterior. El sol brillaba en lo alto y el viento había dejado paso a una suave brisa. La nieve empezaba a derretirse, dejando charcos en el suelo, pero los adoquines cumplían su cometido y Kíli saltó entre ellos para no ensuciarse demasiado las botas.
No tenía claro que iba a pasar después de visitar aquella casa, pero nadie se iba a interponer entre sus dedos y la aldaba de la puerta.

No tardó mucho en llegar desde donde su hermano le había acompañado en carruaje, deteniéndolo antes de que bajase para ponerle bien los hombros de la chaqueta, hasta la casa donde el día anterior vio a Airín desaparecer.

—Airín… —acarició la palabra con su lengua, oyendo a su propia voz haciendo resonar las letras dentro de su cabeza.

Tomó aire y volvió a acomodar su ropa adecuadamente. Agarró la aldaba y golpeó tres veces con ella.
Estaba mirando al suelo cuando la puerta se abrió y levantó la cabeza para ofrecer una de sus mejores sonrisas, la que le hacía parecer un cachorrito encantado de conocerte. Una señora levantó una ceja inquisitivamente al verle.

Kíli se inclinó un poco hacia atrás, mirando a su alrededor por si se había equivocado de casa. No, estaba en el lugar correcto.

—Eh… ¿Está Airín? —preguntó antes de enderezar la espalda, corrigiendo su postura.

La mujer ladeó la cabeza y le miró bien, en profundidad. Parecía estar catalogándolo con muchos raseros distintos. Kíli se habría puesto nervioso, pero estaba demasiado impaciente.
La mirada de la mujer se paró especialmente en un paquete que llevaba envuelto.

—¿Qué es eso? —preguntó, sin señalar la mano de Kíli, pero haciéndose entender con la mirada.

—¡Ah! ¿Esto? —Kíli miró hacia el paquete y lo extendió hacia la mujer— Huevos.

La señora se irguió un poco y casi pegó la barbilla al cuello, parpadeando sorprendida.

—Siempre pago mis deudas —añadió Kíli con seriedad, acercando el paquete un poco más.

La mujer alargó la mano de forma tentativa, pero terminó cogiendo el paquete con seguridad y sopló por la nariz, haciendo un ruido de aprecio antes de llamar al interior de la casa.

—¡Airín, niña! ¡Tienes visita!

La chica salió disparada desde detrás de la puerta, parándose un segundo para mirar a su madre con incredulidad cansada. La mujer reajustó la toca de su hija antes de dejarla partir.

—Vuelve pronto y cuidado con el suelo, que está muy mojado —advirtió—. ¿Llevas pañuelo?

—Sí, madre. Siempre llevo pañuelo —masculló Airín entre dientes, forzando una sonrisa antes de girarse hacia Kíli y enhebrar su brazo con el de él—. Hasta luego, madre.

La mujer saludó con la mano y una sonrisa mientras los veía alejarse calle abajo. El padre de Airín se asomó desde el otro lado de la puerta y aunque no dijo nada, su mujer notó la mirada sobre su cuerpo.

—¿Qué? —preguntó, agarrando bien el paquete con los huevos.

—Va bien vestido.

—Ya —admitió ella.

—Y ha sido un buen detalle lo de los huevos.

Se quedaron en silencio un poco más antes de que ella rodara los ojos y él sonriera, soplando una risa ronca por la nariz.



—Perdón —dijo Airín con sencillez una vez se alejaron de su casa lo suficiente.

—¿Eh, perdón por qué? —respondió Kíli, saliendo del ensimismamiento en el que se había visto envuelto sin darse cuenta.

Airín miró hacia atrás y luego a Kíli, agarrándose mejor a su brazo.

—Por mi madre —aclaró.

Kíli ladeó la cabeza para mirarle y le sonrió antes de volver a fijar sus ojos hacia delante y ligeramente hacia abajo.

—No pasa nada, yo también tengo madre, sé lo que es.

Airín sonrió de vuelta, frotando su nariz contra el hombro de Kíli, simplemente porque le picaba. De repente pensó bien en lo que acababa de decir el joven. Probablemente la madre de Kíli era igual o peor que la suya.
No tenía claro si preocuparse por cuando tuviera que conocerla o aliviarse porque su propia madre no le asustaría demasiado a él. Se encogió de hombros con un escalofrío.

No hablaron mucho más mientras vagaban por la ciudad, caminando entre los callejones y simplemente disfrutando de la compañía física del otro, notando como la ansiedad que siempre parecía estar picándoles bajo la piel se calmaba con la cercanía, como un bálsamo prescrito para cualquier tipo de dolencia. El uno era la panacea del otro.

En algún momento, Kíli tomó la iniciativa, guiando a Airín hacia un parque pequeño situado entre los recovecos del centro de la ciudad, detrás de unas escaleras, al lado del mercado. Se sentaron en un banco al sol y pasaron cinco minutos antes de que ninguno de los dos rompiera el silencio cómodo que se había instaurado entre ellos.

—Siempre pensé que había un motivo para que nos hubiéramos conocido tan pronto —confesó Airín y Kíli levantó la mirada de sus dedos, que jugaban con los de ella, para mirarla a la cara—. Aunque hubo un tiempo en el que pensé que los dioses me odiaban y todo era una broma cruel del destino.

Kíli chistó, chasqueando la lengua. Sabía con exactitud a qué se refería Airín y sabía que algún día tendría que hablar de ello, pero no sabía que ese día iba a llegar tan pronto.
Ella acarició con sus yemas la palma de la mano derecha de Kíli y él cerró sus dedos sobre aquellos, atrayendo la mano hacia sus labios para dejar un beso ligero en la punta de sus dedos.

—Cuando dejé de notarte… —dijo Airín, con la voz compungida— Yo… empezó a borrarse la marca y-

—Shhh —la calló Kíli, soltando la mano de Airín para apretar sus mejillas con sus dos manos—. Tranquila, respira.

Ella asintió e inclinó la cabeza hacia la izquierda para apretar su mejilla un poco más contra la mano derecha de Kíli. Cerró los ojos para contener las lágrimas que no habían llegado a salir y giró la cabeza para besar la palma de Kíli, asintiendo otra vez para hacerle ver que estaba bien.

—¿Qué pasó? —preguntó en un susurró.

Kíli sonrió con tristeza y sus hombros se hundieron un poco.

—Estuve en coma, casi me morí —empezó y Airín frotó su hombro tanto para darle como para buscar consuelo—. Fue después de la batalla.

—¿Participaste en la batalla por Erebor? —preguntó a chica, atónita.

Kíli afirmó con un movimiento de cabeza mientras Airín echaba cuentas.

—Pero eras muy joven para participar en una guerra ¿Qué padre dejaría a un muchacho tan joven ir a la guerra?

Kíli rió sin humor y después dejó que una sonrisita genuina aflorara en sus labios.

—No era tan joven, entre las filas había chicos más jóvenes que yo. Y además, era mi deber.

Airín frunció el ceño, pensando en posibilidades. Y hasta entonces no se había fijado en la ropa de Kíli, no le había dado la mayor importancia.
Era de calidad, elegante. Se había puesto de punta en blanco para ir a verla. La propia Airín sólo había tenido prendas de tal calibre entre manos cuando había hecho trabajos para nobles.

—¿Eres…? —empezó, abriendo mucho los ojos.

Kíli se enderezó un poco.

—Soy el sobrino del Rey.

Y todo el mundo sabía que el Rey no tenía hijos.



Kíli levantó la mano y agarró la aldaba, llamando con la seguridad que viene con la práctica. Esperó en la calle, arropado por el aire templado de la primavera y el piar de los pájaros en los árboles. Se balanceó sobre sus pies y pronto se abrió la puerta.
La madre de Airín le miraba con curiosidad.

—¿En serio? —le preguntó sin decir nada más, simplemente rodando los ojos ante la sonrisa traviesa del joven.

Se apartó de la puerta y le dejó entrar, dándole una colleja cuando tuvo su nuca a tiro.

—¡Ay! —protestó Kíli.

—Esta arriba, en su cuarto —informó la mujer, pero sujetó al chico del hombro y le señaló la salita—. Ya la llamo yo.

Kíli se encogió de hombros y pivotó sobre su pie izquierdo, caminando con pasos largos hacia la sala, donde encontró al padre de Airín descansado.

—¿Qué tal la tarde? —preguntó a modo de saludo.

—Bien, muchacho —palmeó el asiento a su lado y Kíli se acercó, dejándose caer en el sillón—. ¿Y tú, qué tal tu día?

Kíli se encogió de hombros, sin querer ahondar en el asunto, pero acabó añadiendo palabras a su gesto.

—Cansado, lleno de… cosas.

El hombre se rió con ganas, negando con la cabeza y palmeándole un hombro. Señaló el plato de frutos secos que estaba comiendo para invitarle a unirse a él y Kíli aceptó más que encantado la propuesta, llevándose unas almendras a la boca.

—Ya me lo supongo.

—Hmn, no tiene ni idea —se quejó Kíli mientras devoraba las almendras y robaba unas pocas más.

Estuvieron un rato juntos, hablando por encima de cosas sin demasiado importancia, antes de que Airín se presentara en la salita y se acercara a su padre para darle un beso en la mejilla.
Kíli se levantó, limpiándose las manos y los labios, barba incluida, en una servilleta antes de agacharse para que Airín le besara la mejilla a él también.

—Si no le importa, me llevo a su hija un rato —advirtió Kíli mientras ofrecía su brazo a Airín, que lo tomó con gusto.

—Sí, sí —afirmó el hombre, moviendo la mano para indicarle que podía hacer lo que le viniera en gana—. Llévatela toda la vida.

—¡Papá! —se quejó Airín, dándole un golpe suave en el hombro a su padre antes de sacarle la lengua mientras Kíli la sacaba de la salita.

Salieron de la casita poco después, encaramándose al carruaje que los esperaba fuera, en la calle. Dieron un paseo corto hasta las murallas interiores que separaban el castillo del resto de la ciudad y accedieron al recinto sin mayor problema.
No tardaron en verse paseando por entre los jardines privados del castillo, a paso lento, disfrutando del día soleado.

Desde el primer día, los dos habían podido notar los efectos que tenían el uno sobre el otro, pero después de dos años de conocerse habían tanteado la mayoría de límites de su conexión.
La amistad había fluido del uno al otro con naturalidad y pronto su relación se había visto envuelta en tintes de romance. El vínculo crecía rápido, fuerte y visible.

Airín soltó una risita de volumen bajo entre resoplidos y Kíli levantó una ceja, preguntándole con el gesto porque se reía ahora.

—Sabes… —empezó despacio— La marca me ayudó a rechazar ofertas de matrimonio que no quería.

Kíli paró su caminata, pero empezó a andar de nuevo un par de segundos después.

—¿Ah, sí? —preguntó y añadió con tono juguetón y una sonrisa esperanzada— ¿Y cómo es que no había tenido noticia de ello hasta ahora?

Airín se encogió de hombros, entrelazando sus dedos con los de Kíli.

—No había tenido motivo para contártelo.

Pasearon un poco más, quedándose a las puertas de un laberinto de setos, cerca de la fuente pequeña que adornaba la entrada.
Se sentaron en un banco de piedra blanca labrada y Kíli apartó un mechón rojizo de Airín, acomodándolo detrás de su oreja. Antes de alejarse, acarició la mejilla con el pulgar y besó su frente.

—¿Estás preparada para mañana? —preguntó Kíli en un susurro, apoyando su frente en la de ella.

Airí le sonrió, tan pícaramente como Kíli podía llegar a hacerlo.

—Nací preparada para tí —declaró mientras Kíli imitaba su gesto.

—Y yo para tí.

Se dieron un beso corto, como tantas veces se habían dado en esos dos últimos años y perdidos en su propio mundo dejaron los minutos pasar, acercándoles cada vez más al evento inminente que iba a ser su boda. La boda de un príncipe y su alma gemela.
« Last Edit: January 06, 2014, 06:23:16 PM by Neko »


Neko

Re: Para Airin ❤ "Kíli/Airin. Fluffy cute, plz?"
« Reply #2: January 06, 2014, 05:51:05 PM »

La ceremonia había sido simple y privada, aunque Airín no se pudo librar de la vuelta en carro pública. La presencia de Kíli a su lado, saludando y sonriendo le había ayudado a sobrellevar el mal trago, pero aún así se había sentido fuera de lugar.
Y ahora, en el convite, sentada junto a su esposo, presidiendo la mesa de los novios, seguía algo nerviosa, aunque el alcohol le estaba sirviendo para tragar los nervios y mantenerlos bajo control.

Un par de manitas agarraron su copa cuando Airín intentaba levantarla de nuevo hacia sus labios.

—Ey, tranquila… —murmuró la chica a su lado, haciendo la fuerza suficiente como para alejar la bebida de ella.

Airín entrompó los labios, frunciendo el ceño al ver perdida su oportunidad de embotar sus sentidos un poco más.

—No queremos que te emborraches demasiado.

—¿No queremos? —preguntó Airín, aún con un mohín enfurruñado en su cara— ¿Estás segura?

La otra chica asintió después de reírse un poco. Airín se mordisqueó un costado del labio inferior antes de intentar protestar de nuevo, pero algo le vino a la mente, colándose entre sus prioridades para ponerse el primero de la fila.

—¿Y tú quién eres? —interrogó, acercando la nariz arrugada hacia la joven.

—Con suerte, tu cuñada —contestó de vuelta, mirando de reojo hacia el príncipe heredero—. O sin suerte, no lo tengo muy claro. Me llamó Anir.

Airín notó más que vio como la susodicha Anir la agarraba de la mano, sacudiéndola con fuerza brevemente antes de mirar hacia un lado y disculparse, dejando libre el asiento a su lado, que había estado ocupando su madre hasta hacía un momento. ¿O habían sido quince minutos ya?
Tendría que indagar más en el asunto, no sabía que Fíli tuviera novia. O proyecto de novia. O prometida.

Airín se giró a mirar hacia su otro lado y codeó a su esposo.

—Pst, Kíli —llamó por lo bajo, volviendo a acercar la copa a sus labios, que se le volvió a escapar, esta vez por obra y arte de su esposo.

Airín siguió a la copa con las manos, boqueando hacia el objeto y abriendo y cerrando los puños detrás de él, pero Kíli dejó la copa fuera de su alcance.

—¿Qué pasa? —preguntó antes de beber del contenido de la copa de su esposa, con una ceja levantada.

Airín se cruzó de brazos y bufó por la nariz.

—Es injusto, no me dejáis beber —se quejó.

Kíli le sonrió con malicia y después suavizó su gesto, acariciándole el pelo y dándole un beso en la mejilla.

—Creo que ya hemos bebido más que suficiente, amor —le dijo con los ojos cerrados, aún con los labios sobre su mejilla, demasiado cerca de su oído.

El aliento caliente de Kíli sobre su piel le hizo sentir cálida y húmeda, repartiendo cosquillas desde su vientre hacia el resto del cuerpo. Airín contestó con un jadeo y Kíli se levantó de pronto, agarrándole de la mano y tirando de ella.
Se acabó el contenido de la copa allí, de pie, frente a la mesa nupcial. Estampó la copa en cuanto se terminó el vino y se limpió los labios con el dorso de la mano, recibiendo algún que otro silbido de los invitados más atentos. Mientras tanto, Airín le observaba y el tono de sus mejillas iba subiendo a un rojo vivo.

Cuando Kíli se giró, Airín saltó sorprendida.

—¿¡Qué!? —preguntó a la defensiva— ¡Es el reflejo del pelo!

Kíli no pudo aguantar la carcajada y negó con la cabeza. Tiró de ella otra vez para ponerse en movimiento e intentó escabullirse entre el mar de gente que deambulaba de aquí para allá en el salón.
Pero siendo los novios lo tenían difícil.

—¿Dónde crees que vas? —preguntó uno de los primos de Kíli, colgándose de su cuello.

Kíli se lo quitó de encima entre risas y abrazó a su esposa, intentando protegerla de la vergüenza que parecía estar sintiendo.

—A un lugar más privado. Y ahora, si nos disculpas.

Caminaron rápidamente hacia la salida, aunque Airín necesitó un poco de asistencia con su vestido para no tropezar entre su sentido del equilibrio, precario en ese momento, y lo aparatoso del traje.

—¡Eh! ¡Los novios se van a estrenar la cama! —se oyó el aviso de alguien entre la gente, cerca de las mesas.

—Maldita sea —masculló Kíli, ya casi en la puerta—. Tendremos que salir corriendo.

Kíli se agachó y Airín ahogó un gritito, que se transformó en una queja aguda al notar como de repente su mundo se volvía horizontal. Se agarró al pecho de Kíli, que le echó la cola del vestido por encima y con un brazo bajo sus rodillas y otro en su espalda, se dio a la fuga, novia en brazos.

—¡Se escapan! —gritó Fíli entre risas.

Y aunque Kíli maldijo con más fuerza, supo que su hermano no le perseguiría más allá de la puerta del comedor. Pero eso no significaba que fuera a detener a los otros.

—Kíli… Kíli, creo que voy a vomitar —adviritó Airín con una mano en su propia garganta.

—¿No es un poco pronto para eso? —replicó el chico mientras intentaba no empotrarse contra la pared al doblar la esquina— Como nueve meses pronto.

Airín se quedó dos segundos con la cara contrita y el pelo saltando al ritmo de los botes de Kíli antes de pegarle con el puño cerrado.

—¡Eres idiota!

—¡Ay! ¡Cuidado, que estoy corriendo! ¡Nuestras vidas dependen de mis reflejos!

Airín rodó los ojos y se apretó la mano bajo las clavículas.

—Que el Señor nos pille confesados, entonces.



Kíli dejó caer a Airín en la cama y se giró a tiempo de atrancar la puerta antes de empezar a oír golpes y gritos de frustración sobre ella.

—Lo siento, chicos. Acceso privado, sólo personal autorizado.

Se oyeron más quejas y risas al otro lado.

—¡Aforo limitado! —continuó Kíli con el rostro ladeado hacia la puerta, pero el cuerpo de frente a la cama.

Kíli levantó las manos para empezar a desabrocharse los botones de los puños de la camisa y Airín levantó la cabeza para dejarla caer ante la visión de su ahora esposo con las mangas sueltas y una mano aflojando el pañuelo que portaba al cuello.
Ella suspiró y movió los pies por encima de la cama, haciendo una mueca cuando se dio cuenta de que aún llevaba los zapatos puestos.

Estiró la mano para quitárselos, pero los dedos de Kíli se lo impidieron. Al levantar la mirada le vio sonreírle con dulzura. Las yemas de Kíli acariciaron sus dedos, que apartó con un pequeño empuje del pulgar.

—¿Puedo? —preguntó Kíli, sentado a los pies del colchón.

Airín cabeceó afirmativamente, apoyada en los codos y Kíli le agarró el pie, haciendo que flexionara la pierna. Acarició el tobillo con mimo antes de quitar el zapato y dejarlo ordenadamente en el suelo. Hizo lo mismo con el segundo, pero antes de apartarlo de su camino frotó hacia arriba un par de veces, sin llegar a tocar el gemelo, ensanchando su sonrisa.
Airín dejó caer la cabeza otra vez y gimió frustrada. Kíli se rió un poco y Airín alcanzó un cojín para tirárselo a la cabeza.

—Ay —se quejó Kíli, aunque continuó riendo con suavidad.

Alargó la mano para agarrar el codo de Airín y le ayudó a sentarse sobre el colchón. Se inclinó sobre ella, tomándola del otro codo para besarla despacio y ella le recibió dispuesta, poniendo sus manos en los hombros de Kíli y yendo a su encuentro.
El beso fue lento y largo, seguido de otros besos más cortos e intensos. Las manos de Kíli se trasladaron a la cintura de la chica y ella estiró los brazos tras él, contenta con el trato.

Kíli delineó los labios de Airín con su lengua y ella gimoteó bajito, abriendo y cerrando los labios en busca de atrapar esa lengua traviesa que siempre se escapaba en el último segundo.
Las manos de Kíli empezaron a frotar los costados de Airín y poco después volaban sobre la espalda de su esposa, notando la cuerda que ataba el corsé bajo los dedos. Intentó desatarlo y su distracción hizo que Airín viera la oportunidad para ahondar el beso.

Ladearon la cabeza casi a la vez y Kíli se dejó besar, apenas rozando la lengua de Airín que se movía dentro de su boca mientras arrugaba el ceño, frustrado con las ataduras del vestido.
Se separó un poco y Airín casi se cayó hacia delante.

—¿Cómo demonios se quita esto? —preguntó Kíli, tironeando de las cuerdas.

Airín empezó a reírse, echando la cabeza hacia atrás antes de mirar con ternura a Kíli y apartarse un poco de él. Llevó sus manos hacia atrás, sacando la cuerda sobrante de su escondite y desatando el nudo con manos expertas.
Cuando terminó con ese trabajo, Kíli le sonrió seductor y le dio un beso corto antes de moverse para sentarse detrás de ella, empezando a aflojar la cinta que ataba el corsé.

Ella se retiró el pelo de la espalda, dejando que cayera por encima de uno de sus hombros y se entretuvo tocando los adornos que su madre y su suegra habían puesto con tanto esmero en su cabello colorado.

—¿Mejor? —preguntó Kíli, dándole un beso en el hombro después de terminar con su trabajo.

Airín suspiró y se reclinó contra Kíli, que llevó sus manos al vientre de Airí para acabar de quitarle la prenda.
El corsé quedó abierto y flojo, resbalando desde las costillas de la chica hasta la cama mientras las manos de Kíli se detenían a acariciar su estómago y se aventuraban más arriba.

Besó la mejilla de Airín y tapó con sus dedos los pechos, apretándolos poco después con toda la mano, tornando sus besos ligeros en pequeñas lamidas hasta que sus dientes atraparon el lóbulo de una oreja.
Tiró de ella con suavidad y resopló sobre el oído.

Airín echó una mano hacia atrás, atrapando un mechón de pelo castaño de Kíli y suspiró sin soltarlo.
No habían hecho mucho más antes de la boda, pero hasta ahí se encontraban cómodos con lo que estaban haciendo. Era terreno explorado, pero el alcohol de más y las expectativas de cada uno sobre lo que iba a suceder esa noche les empujaron a buscar más del otro.

Kíli besó la sien de Airín y soltó sus pechos para darle un abrazo apretado.

—Si no quieres…

—Sí que quiero —contestó ella, doblándose un poco para verlo, pero consiguiendo apenas la visión de su barbilla.

La mano de Airín se resbaló por el pelo de Kíli hacia su mejilla y poco después Airín estaba dándose la vuelta en la cama para tumbarse encima de su esposo, acostándolo con la fuerza de su cuerpo.
Kíli sonrió embobado y Airín le apartó el pelo de la cara antes de besarlo. Corto y duro.

—Llevo pensando en este día desde… no sé —confesó ella.

—¿Meses? —intentó Kíli.

Airín se rió antes de hablar.

—Tal vez años.

Kíli parpadeó antes de vocalizar.

—Oh. Vaya —levantó las cejas una sola vez y volvió a bajarlas, levantando una mano para colarla detrás de su cabeza y sobar su propia nuca—. Sin presiones, ¿no?

—Si no quieres… —repitió Airín con un tono juguetón, sabiendo que Kíli sí que quería.

Y vaya si quería.

—¡Claro que sí! —besó la punta de la nariz de Airín y rodó hacia un lado, tumbando a Airín estaba vez— Claro que quiero…

Sus últimas palabras fueron apenas un susurro entre roces de labios. Airín se arqueó, apretando su cuerpo contra el de Kíli, poniendo una mano en su hombro y frotando sus dedos hasta la cinturilla del pantalón.

Kíli irguió el cuello, apartando su rostro un poco, pero no demasiado.

—¿Hay algo que quieras? —preguntó, aunque Airín podía ver que él sí que tenía algo pensado.

—¿Y tú? —preguntó de todas maneras, aunque sabía que la respuesta era afirmativa— ¿Algo pensado?

Kíli encogió un hombro, entrompando los labios.

—Tal vez.

Frotó su nariz contra la de ella antes de sonreírle y desaparecer de encima de ella. Airín volvió a incorporarse sobre sus codos para ver como Kíli se deshacía del chaleco, dejándolo caer por el suelo y empezaba a desabrocharse la camisa.

—¿Te puedes quitar eso o te ayudo? —preguntó Kíli, haciendo un gesto vago hacia toda ella.

—¿Esto? —Airín se miró y se sonrojó muy poco a poco— ¿Toda la ropa o…?

—Nah, con lo que es el vestido y el corsé me vale —dejó caer la camisa y empezó a recogerse el pelo para hacerse una coleta mal hecha—. Del resto ya me encargo yo.

El sonrojo que se había empezado a extender por las mejillas de Airín se repartió por toda su cara con rapidez inaudita. Se agarró la falda y se tapó la cara con ella mientras hacía ruiditos de ratón y rodaba por la cama.
Kíli se rió mientras se sentaba a los pies de la cama y empezaba a quitarse las botas.

En algún momento Airín tuvo la suficiente iniciativa como para seguir rodando por la cama, pero esta vez con la intención de salir de dentro de su vestido. Cuando por fin pudo desembarazarse de este, las manos de Kíli agarraron su cadera y tiró de ella, arrastrándola hacia abajo, hacia los pies de la cama.

Airín boqueó, más sorprendida que asustada y jadeó cuando Kíli beso el costado de su rodilla izquierda. Después rozó la piel sensible con su barba recortada y le sonrió en la semipenumbra de la habitación, con los ojos brillantes.

—Dame un cojín —pidió Kíli, con la voz un poco ronca.

Airín notó como se le humedecía la entrepierna sólo por el tono con el que Kíli le había hablado. Estiró el brazo y agarró a duras penas uno de los cojines de la cama, dándoselo a su esposo.
Kíli empujó el cojín a un costado de Airín, indicándole que se moviera para poder ponerlo debajo y cuando terminó de posicionarlo acarició la piel de la cadera de Airín bajo los pololos. Ella suspiró otra vez y él no perdió más el tiempo, llevándose la prenda con un movimiento rápido pero suave, dejándola caer por ahí cuando se la hubo quitado.

Kíli continuó besando el interior del muslo, subiendo cada vez un poquito más, separando las piernas de Airín y colando palabras entre sus besos.

—Siempre he querido hacer esto —admitió—. Desde el día en el que te volví a ver.

Cambió sus atenciones al muslo derecho, frotando el exterior con la palma.

—Desde el día que cruzó mi mente… no pude quitármelo de la cabeza.

Dio un mordisquito juguetón al pubis y dirigió su mirada hacia los ojos de Airín, que había alcanzado la almohada para apoyar la cabeza en ella.
Sus pezones erectos se podían adivinar bajo la camisola interior, levantada hasta su cintura. Airín se puso las manos encima de los pechos, como si hubiera adivinado los pensamientos de Kíli y él le hizo una mueca infantil mientras ella le sacaba la lengua en respuesta.

Kíli gruñó desde la garganta contra el vello fino que cubría el sexo de Airín y ella respondió con un gemido agudo que despertó la curiosidad de él. Kíli levantó una ceja y volvió a gruñir, frunciendo el ceño y añadiendo un lametón imprevisto que hizo que Airín casi cerrara las piernas sobre su cabeza.
Él sonrió satisfecho con las reacciones de Airín y continuó con lo que tenía pensado.

Acarició los labios exteriores con los pulgares y besó de nuevo el pubis, separando los labios después y resbalando sus dedos hacia arriba, descubriendo el bultito de nervios que ya empezaba a hincharse allí arriba.
Kíli se relamió los labios antes de dar un lametón de prueba.

Dio otro y otro más antes de succionarlo y aspiró el aroma de Airín que le llegaba directo a la nariz.

—Hueles bien —le informó.

Airí hizo unos cuantos ruidos inconexos mientras Kíli movía sus manos hasta las nalgas de la chica y se incorporaba sobre sus rodillas, levantando el culo de ella para cambiar en ángulo y poder seguir lamiendo y chupando con facilidad.
Ella volvió a gemir, apretándose los senos entre las manos y no sabiendo muy bien donde poner los pies.

—Oh, por todos los dioses —rechinó los dientes cuando Kíli apretó la barbilla contra su entrada sin querer.

Kíli tomó nota y la apretó un poco más, ejerciendo presión y rodeando aquel bultito con la lengua antes mover la punta de la lengua con velocidad sobre él.
El vientre de Airín se contrajo y Kíli se rió, bajo y profundo, desde la garganta. Las reverberaciones le dieron escalofríos a Airín, que intentó arquearse y terminó por revolverse un poquito.

Él le agarró más fuerte, para que se estuviera quieta mientras lamía sus labios y los chupaba, buscando más abajo y metiendo la lengua dentro de ella, lo más profundo que podía.

—¡Aaah! —gritó entre jadeos, esta vez sí, arqueando la espalda.

Kíli tuvo que seguir el movimiento de las caderas de Airín, metiendo y sacando la lengua de su interior, cambiando el ángulo de su cuello y dejando que el cuerpo de su esposa se elevara sobre el colchón.
Continuó con lo que hacía, incansable. A veces lamía, a veces chupaba, cambiando de lugar y dejando que ella decidiera la postura. Su barba rozaba contra la piel sensible, aumentando la fricción y disminuyendo el decoro de Airín a marchas forzadas.

—¡Kíli! ¡Oh, Kíli! —gimoteó ella, agarrada a su almohada y mordiéndose los labios para no gritar más.

Él dio un último lametón distraído y se separó de su entrepierna, dejándola caer sobre las sábanas revueltas. Se pasó el dorso de la mano por encima de los labios, intentando quitar el exceso de humedad, pero su barba estaba manchada.
Ella juntó las piernas, intentando que dejaran de temblar. Su respiración estaba agitada y el corazón iba a salirse de su pecho a ese paso.

Kíli acercó la cara a las sábanas limpias, restregando la tela sobre su cara para limpiarse mejor y después se tiró encima de Airín, arrastrándose hacia arriba para llevarse a su esposa con él, más cerca de la cabecera del colchón.
Empezó a besarle la frente, las mejillas y las piernas de ella se encaramaron a la cintura de él por instinto.

Las manos de Kíli frotaron la parte inferior de los muslos de Airín antes de cambiar de rumbo hacia la cintura y colarse bajo la camisola, encontrando en seguida los pechos. Jugó con los pezones, dibujando círculos con los pulgares a la vez que rascaba la piel del cuello con los dientes, justo encima de la yugular.
Airín parecía querer fundirse con él, moviéndose sin un propósito fijo, sólo notarle cerca.

Los dedos de la chica se enredaron en el pelo de Kíli, deshaciendo la precaria coleta en la que había acomodado su cabello previamente. Kíli se frotó contra ella, estaba desnudo.

—Airí, Airí… ¿cómo estás? —preguntó él, frotando su nariz contra el pedacito de piel que acababa de chupar— Háblame, dime que quieres.

Airín echó la cabeza hacia atrás y separó las piernas, apretando sus dedos en la nuca de Kíli.

—Te quiero a tí, a tí… siempre te he querido.

Kíli sonrió contra su clavícula y la lamió antes de levantar la cabeza para lamerle la barbilla.

—¿Y dónde me quieres? ¿Cómo? —insistió Kíli, queriendo saber que ella estaba segura y dispuesta.

Airín se mordió el labio inferior y se aquietó un poco, buscando los ojos de Kíli antes de responder bajito e íntimo.

—Te quiero dentro.

Kíli cerró la boca y empezó a respirar por la nariz, intentando controlar mejor su respiración y fallando. Parpadeó con fuerza y notó el sudor correr por su frente.
Esas palabras le habían excitado demasiado, pero se contuvo lo suficiente como para tantearla con los dedos primeros.
Ella abrió las piernas un poco más.

Con la mano libre, Kíli levantó la camisola y Airín se movió para ayudarle a deshacerse de ella. Estaban impacientes y deseosos y el miedo se había ido por el desagüe junto con el alcohol, que aún se quemaba en su cuerpo.
Kíli hizo tiempo explorando el resto de Airín con los labios y la lengua, mientras entraba y salía, moviendo los dedos dentro de ella, añadiendo uno más.

Acarició con la nariz la parte donde el pecho se unía a sus costillas, lamiendo, olisqueando, atrapó el pezón con la boca y se entretuvo en él unos minutos en los que Airín sólo podía temblar por más con quejidos entrecortados.
Ella le agarró del pelo, estirando de él para obligarle a acercar sus rostros. Lo besó, lamiendo sus labios, mordisqueándolos con ternura.

—Ya basta, Kíli… Por favor —suplicó—. Ya basta.

Kíli paró todo movimiento y empezó a sacar los dedos poco a poco, despacio.

—¿Airí? —murmuró con un poco de miedo, pensando que había hecho algo mal.

—Kíli… —jadeó su esposa separando aún más si cabía sus muslos— Fóllame.

La palabra salió de entre sus labios más como una pregunta que como una orden, pero Kíli no cabía en sí de excitación.
Se posicionó entre sus piernas, agarrando su miembro con la mano para guiarlo hacia la humedad caliente de Airín. La entrada estaba tan trabajada que el glande entró con facilidad, pero Kíli no quiso entrar más allá. No de momento.

Airín pegó su mejilla al hombro de Kíli, agarrándose de su brazo con dedos temblorosos.

—¿Estás bien? —preguntó Kíli a duras penas, besando su frente.

Ella asintió y tragó saliva, moviéndose un poco para mejorar el ángulo.

—¡Ah!

—Sh, shhh —calló Kíli, apartándole el pelo mojado de la frente.

Esperó un poco más y agarró la mano izquierda de Airín con la suya derecha. Acarició la marca en la muñeca de su esposa, claramente un lazo, con el pulgar y besó el dibujo con vehemencia antes de entrelazar los dedos de ambos.
Empezó a balancearse, lento, seguro. Cada vez un poquito más adentro.
Kíli escondió su rostro en la curva del cuello de Airín y aspiró en su olor, se introdujo en su esencia, sintiéndose más completo que nunca.

Airín frotó su mejilla contra la sien de Kíli y sus cuerpos se adaptaron como si, de veras, hubieran sido creados el uno para el otro. Dos piezas de la misma máquina que se creó para ser un todo.
En aquel momento, todo era perfecto.



Más tarde, en la cama, después de que la pasión hubiera acabado por tomar las riendas y encontraran el final abrazados, gimiendo en unísono. Aún después de eso, cuando el cansancio había hecho mella en Kíli y la necesidad de limpieza hubía pateado la consciencia de Airín hasta despertarla.
Más tarde aún, cuando Airín le había hecho cosquillas a su esposo hasta que éste le había ayudado a levantarse e ir al baño adyacente a la habitación. Después de haberse limpiado con agua fresca y una toalla.

Aún un poco después de eso, cuando a duras penas Kíli había arrancado las sábanas sucias de la cama y ayudado por su esposa habían vestido a la cama otra vez.
Cuando yacían juntos, limpios y exhaustos. Entonces, tapados por las sábanas y mantas perfectamente encuadradas encima del colchón de plumas, volvieron a entrelazar los dedos, jugueteando unas yemas con otras, acariciando, explorando con curiosidad, se fijaron en como sus marcas brillaban en la oscuridad, verdes y doradas.

Kíli se giró un poco, poniéndose de lado y estirando el brazo. Airí levantó la cabeza para dejarle hacer y se recostó de nuevo, con su cabeza usando el brazo de Kíli como almohada.

—Creo que aún estoy borracha —susurró Airín.

Los pájaros ya cantaban con el alba, colándose sus silbidos por la ventana.

—Imposible —decretó Kíli después de bostezar sonoramente—. Lo habrás quemado ya. Si nos hemos quedado un rato dormidos y todo.

Airí se rió, agudo y con poco volumen. Apartó un mechón castaño de la nariz de Kíli, que la arrugó cómicamente antes de encogerse de hombros.

—¿Por qué lo dices? —indagó, aunque la conexión entre los dos, ahora más fuerte que nunca, empezaba a hacerle notar el porqué de sus palabras.

—Me siento como en una nube, como si aún estuviera embriagada.

Kíli empezó a sonreír, despacio, entrecerrando los ojos de alegría. Adelantó un poco el rostro, dándole un beso corto en los labios a su mujer.

—Igual estás embriagada de mí.

Airí le besó de vuelta y se acomodó más cerca de Kíli.

—¿Ah, sí? ¿Por qué lo dices, tienes alguna prueba?

Kíli le devolvió el beso también.

—Sí, claro. Yo no acuso a nadie sin fundamento —indicó el príncipe, todo digno.

—¿Y cuales son sus pesquisas, caballero? —molestó Airín, apretándole la cintura en busca de unas pocas cosquillas que hicieron removerse a los dos entre risas.

—Que yo, querida dama, siento eso mismo cuando estoy cerca de tí.




-FIN-




Yyyyy, eso. Voy a esconderme en un rincón por todos los errores que pueda haber y que seguro habrán. Te he echado muchísimo de menos como beta mientras escribía esto Aunque ya lo sabes porque he estado aullándote lo mucho que te necesito cada vez que me tropezaba con algo en este fic.
PERO ESTÁ TERMINADO Y SORRY I'M NOT SORRY
Pondría mil cosas más aquí, pero mejor me espero a tu review. Also, Kíli y Airín OTP FOREVAH AND EVAH
« Last Edit: January 06, 2014, 06:22:28 PM by Neko »


Airin

Re: Para Airin ❤ "Kíli/Airin. Fluffy cute, plz?"
« Reply #3: January 07, 2014, 04:42:49 PM »
DISCLAIMER: Se avisa y se previene del  uso y abuso completamente gratuíto de caritas, mayúsculas, re-pegados masivos de frases del fic, falta de espacios e incoherencias a discreción a partir de este punto.
Sigan leyendo bajo su cuenta y riesgo, no se aceptan reclamaciones.



Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.



Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.



Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.


ADIOS.
TE QUIERO.
VEN A VERME ALGÚN DÍA. 
DAME MÁS AMORSCHGHS DE MIS OTPS PLZ.
ME VOY A VIVIR CON ESTE FIC BAJO LA ALMOHADA PASIEMPREFOREVARJAMAS.

~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
~      B a i n a n    h o n e l a,    e z    z e n    g e h i a g o    t x o r i a    i z a n g o,      ~
~      e t a    n i k    t x o r i a    n u e n    m a i t e.       ~