Bitácora #11 — Solace (Part I)Despertó con el sonido de las bocinas de los coches, pero apenas abrió los ojos la luz del día lo cegó.
Volvió a cerrarlos, se encogió en la cama, y se cubrió con las sábanas. Sintió la calma llegar a su cuerpo… y casi de inmediato su mente recordó cómo había llegado hasta ese lugar. Lo había olvidado como por diez segundos de dulce estupor. Y se preguntó si aquello sería lo más que su cabeza le permitiría alejarse de esos recuerdos.
El cello de Franz, perdiéndose entre el bullicio de la gente. Sayi descendiendo en el bote salvavidas, a salvo.
Las luces de los fuegos artificiales y la noche oscura que envolvió todo. Los gritos, y el sonido de las olas.
El mar golpeándolo a cuchilladas heladas. Sus piernas entumecidas. El vaivén del bote.
Mizar…Su corazón se encogió y se sentó en la cama, pues ya no había forma que pudiera conciliar el sueño.
No había podido dormir abordo del Carpathia. Tras un día en la enfermería había podido retirarse a una habitación, pero le siguió siendo imposible dormir. La pelirrosa intentaba hacerle compañía lo más que podía, pero no había forma de aguantar una noche en vela cargando todo lo que acababan de padecer.
Lo más cercano a dormir había sido perderse escuchando la respiración de Sayi una vez ella caía rendida. Era reconfortante escucharla, quieta a su lado… pero el sonido de las olas golpeando el casco del Carpathia le recordaba que, mientras se encontraran en altamar, no había forma que estuvieran a salvo.
Se puso de pie y ubicó unos zapatos descansando en el suelo. A juzgar por el ruido en la calle debía ser más de media mañana, pues el sol brillaba fuertemente a través de la ventana. Caminó hasta la entrada de la recámara y se detuvo frente a la larga ventana que cubría ambos pisos del apartamento. Los altos edificios de la ciudad de Nueva York se extendían frente a él. Era una jungla de concreto, y una vez más recordó el desdén de su maestro por la ciudad que no dormía.
Pero él, por su cuenta, solo podía sentirse la persona más afortunada del mundo. Aún si no entendía cómo podía haberse merecido tanta suerte.
Entonces… escuchó el piano. El sonido de los autos aún llegaba a sus oídos, pero decidió bajar la escalera de caracol en búsqueda de aquella música.
En la sala de estar encontró a Sayi, sentada frente al piano vertical. No se había dado cuenta que había despertado, por lo que la observó en silencio. Un tocar cuidadoso y pausado, pero no podía discernir con certeza pues era una melodía que no le era familiar.
Debía tratarse de Ragtime americano, muy diferente a la música de su europa natal. Era un waltz alegre, pero nostálgico, y por alguna razón, reconfortante.
Era la primera vez que la escuchaba tocar el piano, pues Sayi había sido muy clara en que no había practicado en años, y que no sería nada agradable para cualquier espectador. Pero su manera de tocar era muy
ella, y sentía que ello le llenaba el corazón.
El apartamento donde se encontraban era propiedad de un amigo de la familia Darcey, quien apenas se había enterado que Sayi iba en camino a bordo del Carpathia, había sido presuroso en ofrecerle su piso en Nueva York.
Apenas llegaron al muelle una escolta de cuatro empleados los recibió. Tuvieron suerte de evadir a los periodistas, escabullirse en la lluvia, y llegar sin muchos reparos a su hogar por unos días. No recordaba mucho más después de ello… solo el caminar hasta la habitación, y su cabeza golpear la almohada.
Tierra firme. A salvo, finalmente.
“Temía que no despertaras”
Tanto se había distraído que no se percató del piano deteniéndose. Sayi se había dado media vuelta en el banco y lo miraba con una sonrisa algo preocupada.
“¿Te encuentras bien?”
Asintió, y le preguntó lo mismo.
“Si” respondió “Pero más me preocupas tu. Debes estar muerto de hambre” y la siguiente noticia le sorprendió “Haz dormido casi dos días”
La ayuda no demoró en llegar con una bandeja llena de fruta, pasteles de carne y té. Una mezcla algo curiosa, pero no había nada normal en un desayuno a las tres de la tarde.
“Me alegra que hayas podido descansar” dijo la pelirrosa.
“¿Tu pudiste dormir?”
“Si, de mi no te preocupes” le respondió.
Tomó un sorbo de té, y la mesa cayó en silencio por un momento. Pero era imposible ignorar el elefante de la habitación.
Ichigo se animó a romper el hielo.
“Y ahora...”
No había una sola respuesta, pues tendrían el resto de sus vidas para lidiar con todas las piezas sueltas que el Titanic había dejado frente a ellos. Encontrar el primer paso, sin embargo, parecía ser lo más difícil por hacer.
“Es sencillo, ¿qué quieres hacer tú?” le preguntó Sayi.
“Siento que todo ha sido sobre mí desde que subí al Carpathia” le respondió, volteando la pregunta hacia ella “¿Haz hablado con tu familia?”
En respuesta, Sayi se levantó de su asiento y caminó hacia él. Tomó de sus hombros y entonces lo envolvió en un abrazo.
“Todo esta bien conmigo, no te preocupes” le aseguró.
Ichigo tomó una de sus manos y la apretó.
Era increíble pensar que, hace algunos días, la promesa de un momento como ese era lo que lo había mantenido con vida.
La pelirrosa tomó asiento a su lado e Ichigo buscó su sonrisa. Sin embargo, notó una nota angustiante en sus ojos.
“¿Sucede algo?”
Sayi se demoró un par de segundos en responder “Hay algo que tengo que darte” empezó, bajando la mirada.
Parecía tratarse de algo serio, pero antes de escuchar de que se trataba, la ama de llaves ingresó al comedor.
“Señorita Darcey, disculpe la interrupción” se disculpó, y Sayi se puso de pie “pero su padre ha mandado a llamar desde el lobby”
“…”
El sonar de un timbre impaciente inundó la habitación.