Esto es un flash back, luego vendrá otro flash back y ya luego de ese pretendo dejar algo del baile D:
Disculpen lo largo.
Flash Back
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Lo conocía desde que ambos tenían siete u ocho años, pese al tiempo que llevaban siendo amigos, él seguía siendo orgulloso y le costaba compartir con ella sus preocupaciones. La joven se arremangó las mangas de su vestido, un traje nuevo que le compró su padre hace una semana, el cual hacía juego con los listones blancos que llevaba en el cabello. Untaba en agua un paño esterilizado el cual con mucho cuidado iba posando sobre las marcas de la espalda descubierta del chico. Poco a poco y con dedicación iba limpiando las magulladuras.
“¿Quieres que conversemos?” Preguntó Emilia, sin dejar su labor. Era dificultoso, puesto que el sitio donde a Eren le permitían ¨descansar¨ era un cuartucho muy oscuro y limitado. Vio que el otro negó con la cabeza. “Sea lo que sea, no te lo merecías.”
Emilia dejo el paño dentro de cuenco con agua, fue hasta al frente de su amigo y lo observó. Notó que éste la miró con enojo puesto que no quería que estuviera acompañándolo, pero Emilia era tan terca como él y no se iría así no más.
Vio que Eren mantenía el ceño fruncido, sentado en el suelo y con las piernas flectadas a su pecho, abrazándolas. Podía ver que sus enormes ojos parecían cristalizados, evitando con mucha energía que el llanto de frustración saliera.
El patrón le había dado unos golpes con su fusta a modo de ejemplo para los demás sirvientes para que aprendieran que nadie debía robarle ni siquiera una migaja de pan. A Eren lo había culpado de robarle unos pendientes a la señora de la casa y lo peor fue cuando el adolescente le contestó delante de todos: "¡Usted mismo me envió a la casa de su amante para entregárselos como obsequio!" Esto hizo que el patrón, además de acusarle de ladrón, lo indicara como un mentiroso y mal agradecido.
Emilia junto su frente con la de su amigo, para luego abrazarlo. Eren no estaba solo.Lamentaba que fueran esos los recuerdos que más le venían a la mente sobre Eren.
Ese día Emilia se había levantado muy temprano para hacer unos pendientes en el pueblo. Antes de ir a la consulta del Doctor Smith, en Bloomington, pasaría a la casa de correspondencia, en el pueblo.
Preguntó por alguien en específico, pero le dijeron que estaba tomando sus quince minutos en cierto local… La peliblanca estaba inquieta, por lo que le fue a buscar.
“Signorina, Cosa stai facendo qui? " Avilio se levantó de la barra de la taberna cuando vio que a su lado estaba la señorita Bennet. "Non è un posto per una bambina" el joven de cabellos negros y ojos color olivo tenía un muy marcado acento italiano.
“Sig. Lagusa, potremmo parlare?
“…non qui” Negó con la cabeza, apuntando hacia la salida. Ambos fueron al exterior, donde la calle lucía iluminada y sociable a diferencia de aquella taberna. “¿En qué puedo ayudarla?”
“¿No ha tenido correspondencia de Eren?” Le habló con más confianza cuando estuvieron tranquilos. Emilia, Eren y Avilio solían juntarse años atrás. El italiano trabajaba en la misma casa que Eren pero, a diferencia de Eren, Avilio sí robaba descaradamente con el objetivo de juntar dinero y cuando pudo se fue al pueblo donde consiguió trabajo de cartero. Avilio ofreció la misma opción a Eren, pero éste tenía menos recursos ya que no poseía amigos o familiares en el pueblo. Avilio, en cambio, vivía en una pensión con unos familiares italianos. Eren era demasiado orgulloso para incomodarlo y aceptar ayuda.
“Nada, Emilia. Tampoco nadie le escribe. Excepto tú” El cartero negó con la cabeza. “Y todas tus cartas que envío son devueltas porque no encuentran al remitente…”
“…Eren me preocupa mucho.”
“Prometo avisarte inmediatamente cuando tenga novedades sobre el sciocco ése… Lo siento, signorina… No puedo ayudarla en más.”
“No te preocupes. Pero… Si puedes ayudarme en otra cosa. ¿Puedes acercarme en la draisiana a la consulta del doctor Smith?” Era volver a Bloomington y entendía que Avilio no tenía tiempo, pero no veía otra opción más accesible.
“C-Claro…” pensando como poder llevarla sin que ocurriera un accidente. Dejo que ella se sentara en el asiento y él tuvo que arreglárselas para ubicarse adelante y manejar. Emilia se sujetó a sus hombros. Disfrutaba sentir la brisa en su rostro cada vez que le pedía a Avilio que la trasladase en la draisiana.
Minutos después, llegaron a la consulta del doctor Smith.
“¿No está?” Emilia se sorprendió de ver que el lugar estaba cerrado. Aquello era algo demasiado difícil de creer puesto que el Doctor Smith no abandonaba su oficio para con los pueblerinos.
“Después de que esos ricachones lo convencieron de unirse a su hospital, hay días en que ése hombre no está aquí. Nunca esperé que ese tipo se vendiera…”
“Eh” La joven notó a una carroza pasar por la calle en frente de la consulta del Dr. Smith. “¿Qué pasa con todos esos niños?”
“Son los huérfanos del Orfanato Hill” El italiano encendió un tabaco, comenzando a fumar. “Pobres infelices… Yo estuve en ese lugar hasta los ocho…” Prefirió omitir mayores detalles. Notó que la otra continuaba curiosa “Esperan al Doctor Smith, también. Ofreció atenderlos gratuitamente antes de que se los lleven. Creo que el hombre también les dará una bonificación monetaria para el viaje.”
“¿Qué se los lleven= ¿A dónde se los llevan?” Observó que los pequeños lucían tristes, enfermos y desolados. “¿Y qué pasó con el Orfanato Hill? Porque pensé que estaba muy bien… O al menos mejor que otros orfanatos.”
“Los llevan… Hm, nadie sabe en realidad. El Orfanato Hill fue comprado por el Conde Lancaster. Desalojó a los huérfanos y a la señora que los cuida, porque en el terreno se va a construir un recinto de milicia para los soldados de rey”
“…” Emilia sabía que el corazón se le consumaría si seguía observando a esos pobres niños “Que hombre más ruin y nefasto.” Si alguna vez pensó que aquel tipo era un héroe principezco, esa imagen cada vez se desfiguraba más y lo ilustraba como un ser desgraciado y sin alma.
“No puedo estar más en acuerdo.” Observó hacia el carruaje. “¿Vas a esperar al doctor?”
“No. Creo que tardará bastante con cada niño y no quiero quitarle su tiempo.”
“¿Le acerco a otro lado?”
“Gracias. Pero estoy muy cerca de mi siguiente punto.”
“Está bien. Con su permiso.” Se tocó la punta de su boina en gesto de despedida. “Tengo que dejar unas cuantas cartas. Que esté bien, Emilia.”
“Adiós, Avilio. Muchas gracias.” Le vio marcharse en aquella extraña inversión que usaban los carteros para movilizarse. La joven caminó hacia el carruaje de los niños, sacó unas bolsas con caramelos que había comprado en el pueblo y se las entregó a los dos que estaban en la ventana. “Tomen, repártanlas para todos.”
“¡Gracias, señorita!” dijo uno de los mayores, quien comenzó a repartir.
En ese momento, el galope de un corcel blanco llamó la atención de los que se encontraban en el lugar. Emilia vio a aquel hombre alto, fuerte y de cabellos tan rubios que parecían tintados por el mismísimo sol. El doctor Erwin Smith se le hizo desde siempre muy atractivo, convirtiéndose desde su infancia hasta el día actual en su primer amor platónico.
El recién llegado jaló las riendas de su caballo para que el animal se detuviera, después de relinchar el caballo obedeció. El rubio se bajó de un ágil movimiento y le ató en su lugar, el animal comenzó a beber agua.
“¡Doctor!” Gritó uno de los niños. Algunos comenzaron a empujarse entre ellos para ser de los primeros en bajar. El chofer les reprendió y les pidió que se comportaran para cuando les abrió la puerta.
“Señor Smith, que gusto encontrarle.” Le saludó Emilia, llegando a su lado.
“…” El rubio la observó por unos momentos, con aquella seriedad que le caracterizaba. Emilia le miró fijamente, convenciéndose de que amaba las cejas de aquel hombre, centrada en su propia fantasía. “Señorita Bennet.”
Erwin le reconoció como una de las tantas hijas del señor Bennet. De hace tiempo que no veía particularmente a ésta, pero no la olvidaba. ¿Cómo olvidar a aquella niña intrusa que terminaba siempre por romperle alguno de sus implementos con su curiosidad? Tampoco olvidaba el grito de corrección de la señora Bennet cuando las niñas se descontrolaban en la consulta. Esencialmente a una de las chicas que era muy inquieta, de cabellos azules y si no mal recordaba su nombre era Sayaka.
“¿Está enferma o algún familiar lo está?”
“Afortunadamente esa no es la situación. Realmente yo deseaba hablar con usted. Aunque ahora veo que está muy ocupado”
“Hm..” Asintió “Tal vez otro día.” Hizo un gesto de despedida y fue a la puerta la cual abrió. Unos cuantos mocosos entraron precipitadamente.
“P-Pero” Emilia le siguió de todos modos. Era testaruda. “No me puedo ir sin antes decirle lo bendecida que me siento al poder tener la oportunidad de asistirlo en el hospital.”
“¿Qué?” estaba extrañado.
“Oh, ¿no está enterado, señor Smith?” La joven sonrió. “Dedicaré mis labores de auxilio como enfermera en el Hospital de St. Constantine. Espero rendir en el oficio fiel a sus deseos.”
“Particularmente trabajo en solitario. No preciso de ayuda de enfermeras u otros a menos que sea estrictamente necesario.” Dijo indiferentemente. “Usted parece demasiado joven para ser enfermera…”
“Le suplico que no dude usted de mi capacidad por mi juventud, por favor. Lady Miranda es mi benefactora y es quien ha decidido que aprenda el oficio de una enfermera bajo la custodia e instrucción estricta de Lady Wolter, marquesa dedicada al dulce oficio del amparo de otros.” Emilia sacó de entre sus cosas una carta de recomendación. Se la entregó a Erwin. “Puede ver usted mismo mis recomendaciones de la letra de Lady Wolter.”
“…” Erwin leyó por encima la carta, luego miró a la joven. “Señorita Bennet, ¿Entiende usted el peso profundo que conlleva ser una enfermera especialmente en estas temporadas?”
“Comprendo que nuestras tierras necesitan aún más profesionales sobre todo en estos tiempos de tempestad de guerra y gripes.”
“Me temo que no ha reflexionado del todo en el significado de su introducción a este sistema” le devolvió la carta. “La veré en acción en el hospital, pero le pido que piense si de verdad esto es lo que quiere.” Vio que la chica iba a asentir. “No me responda ahora. Decisiones así de cruciales ameritan contemplación en tiempo. Con su permiso.” ahora sí, le despidió y se introdujo en la vivienda.
Por la tarde ya se encontraba en Blossomhouse. Pese a estar en una maravillosa biblioteca repleta de libros únicos y esplendidos, con la presencia del joven niño Lancaster frente a ella, Emilia no podía concentrarse del todo en las lecciones de francés que le dedicaba al menor de la casta. Continuaba anonadada por la iluminada presencia de Erwin Smith, y pese a que sus palabras pudiesen sonar duras, ella entendía que eran sabios consejos de un hombre inteligente como él.
Sólo volvió al presente cuando notó que Ciel se veía aburrido, mirando hacia un lado y pensativo. Seguramente un poco cansado de la larga instrucción de esa tarde.
“¿Ya terminó el señorito Ciel la traducción del capítulo?”
“…” deslizó las hojas traducidas.
“…” Le parecía que la actitud de ese niño era demasiado petulante y pesada. Revisó y corrigió. “Si usted nota aquí, suele tener un error frecuente en ciertas tildes que no existen, pero me gustaría escuchar su pronunciación de las palabras que le destaqué.”
“Estoy cansado.” Ciel se puso de pie. “Le pediré que se retire por hoy.”
“Pero…” pero el chico se fue ni bien la joven tomó los escritos. Lo maldijo mentalmente. Si la gente se quejaba de la crianza que su padre y su madre le dieron a ella y sus hermanas, ¿por qué nadie se quejaba de lo malcriados que podían ser los hijos de la riqueza? Emilia se puso de pie y tomó sus cosas en tranquilidad, pero sintió un gran rencor cuando al pasar por uno de los pasillos vio por la ventana como Ciel se iba a montar a caballo con un chico de cabellos albinos. “¿No qué estaba cansado?” susurró.
“Mi estimada señorita Bennet, ruego a usted perdonar el ímpetu del joven amo Ciel.”
“S-Sebastian…” No se dio cuenta de su presencia sino hasta que le habló.
“Mi amo, aunque aparente madurez, sigue siendo un niño.” El mayordomo le sonrió “Le ruego paciencia.”
“Trataré de ser lo más paciente que se me permita.” suspiró.
“Le acompaño hasta el carruaje.”
“Muchas gracias, Sebastian.” Pensaba a sus adentros cómo Ciel no se impregnada de algo de la personalidad de ese gentil y encantador sirviente.
Antes de que la noche se pronunciara llegó a su casa. El ambiente en el hogar seguía siendo silencioso y de cuidado debido a lo sucedido con Sayi. Emilia maldijo otra vez en el día a una persona: esta vez, el señor Terry. Esperaba que su matrimonio fuese una agónica convivencia inundada por conversaciones soeces y días llenos de aburrimiento sin fin, para que el señor Terry se lamentase cada tarde frente a la chimenea de su lujoso hogar el haber despreciado a alguien tan divina como Sayi.
Por supuesto, no emitía ni una palabra de esto en casa. Emilia se mantuvo particularmente silenciosa y distante, sin participar de los reclamos de su madre contra el señor Terry y, posterior, contra la misma Sayi a quien tildaba de insensata, tampoco se acercó mucho a Sayi en esos días. Pero Emilia apoyaba a Sayi de un modo discreto, escribiéndole cartas donde profesaba su incondicional amparo hacia ella y dedicándole las más comprensivas poesías donde la heroína de todas ellas era Sayi.
También agradecía internamente a Sayaka su presencia y apoyo incondicional con Sayi, estaba tentada de ir y contarle a Sayaka sobre lo bien que luce el señor Smith montando a caballo para alegrarla un poco con ello y uno que otro chisme, pero no lo hacía puesto que no quería interrumpir el espacio entre Sayi y Sayaka.
Cada vez que la señora Bennet veía regresar a Emilia de Blossomhouse, la mujer saltaba de su ¨lecho de muerte¨ y le asaltaba con preguntas del tipo “¿Estaba su excelencia el conde en la mansión?” “¿Has cruzado palabra con el joven Henry?” “¿Y cómo es la bajilla de la casa? ¿Los cuadros? ¿Las habitaciones? ¿Cuántas especias almacenan en la cocina?” Emilia siempre le respondía que los señores Lancaster no llegaban a esa mansión y se encontraban en campaña militar, que los cubiertos eran de plata, que la familia almacenaba oro y joyas en la mansión, y todo lo que quisiera escuchar para ensoñarla y que dejara de fastidiarla. Ciertamente, tenía ganas de responderle un “¡Y a ti que más te da!” pero supuestamente los meses en Londres le habían borrado esos arrebatos.
Después de cenar, asearse, ir a la cama y tener aquellas largas charlas con Camille en su cuarto, Emilia sacó una hoja y una pluma. Acercó la luz de la vela.
“¿Vas a escribir a esta hora?”
“Me ayuda a despejarme. Quizá sea bueno que tú también le escribas a alguien, tal vez a Kattie” le sonrió.
“Me gustaría… Pero no sé exactamente su dirección.”
“Podríamos preguntarle a Avilio, quizá él tenga algo más de información.” era cartero, lógicamente manejaba direcciones y demás.
“Podría ser.” La joven gemela asintió. Luego sacó un cuadernillo para leer quizá que cosa que no comentó cuando Emilia le pregunto, posiblemente Camille estuvo muy ensimismada en su lectura.
«
Miss Emilia Bennet a Miss Mina Longburton,
Bloomington, Kent, 1 de …, 18…
Mi querida y dulcísima Mina:
Sinceramente confieso que siento una mezcla de sensaciones al posar la punta de esta pluma sobre este papel. Alegría por retomar el contacto con una vieja amiga, y, vergüenza, por el tiempo que ha transcurrido desde mi última carta a vuestra merced.
Mi excusa es insuficiente a tal desmedro. No obstante, la falta de tiempo que hoy en día me aborda me ha mantenido distante de la escritura y todo tipo de actividades. Incluso el contacto a distancia con una querida amiga.
Me alegra saber que tu hermana menor ha recibido elogios como cantante, pese a que vuestros padres desaprueben tajantemente el talento y pasión que ella manifiesta por el canto.
Me permito también felicitarte por tu siempre admirable astucia, esta vez, al utilizarla para librarte de un posible compromiso con aquel señor que mencionaste del cual sólo puedes sentir desafecto y antipatía. Lamento que tus padres estén en desacuerdo con tu decisión de no contemplar ese matrimonio y preferir dedicarte a la escritura como tus progenitores.
Por último, me queda comentar que me tranquiliza saber que tu siempre fiel sabueso ha vuelto sano y salvo después de su extravío.
Respecto a mis últimos acontecimientos, ¿recuerdas que te comuniqué en mi última carta que mi madre tomó la decisión de exiliarme a Londres con mi soltera tía, Lady Miranda, a modo de escarmiento para que aprendiera a ser dama y, a la vez, para que sintiera miedo de la soltería que se puede padecer tal como lo padece Lady Miranda?
Finalmente, esto culminó en estudios de enfermería, que hoy en día planeo poner en práctica en el nuevo hospital, el St. Constantine.
A tu pregunta, si he conocido a alguien tan maravilloso para encantarme y del cual pueda contar, pues me temo tristemente que debo comunicar lo contrario: No existe ser más miserable de alma, ambiciosos y codicioso de fortuna, empobrecido de carisma y espíritu, quien es más aliado del demonio que de Dios, que el “Señor C.L” (como lo apodaré)
Éste despiadado señor, digno de ser un villano de novela, se encarga de destruir todo a lo que pone el ojo. Tal es el caso del hogar de los huérfanos de Hill, el cual ha comprado para dedicarlo a fines bélicos. ¿Recuerdas cuando me invitabas aquellas veces que ibas con tu familia a donar regalos de navidad para los huérfanos? Pues, debo comunicarte que eso ya no será posible.
Existen otros seres miserables de alma que no mencionaré porque son aún más despreciables. Quienes piensan que por su fortuna pueden despreciar de un día a otro el afecto de una joven de alma pura e inocente.
Pero, mi querida Mina, no quiero agobiarte únicamente con palabras pintadas de fastidio. Puedo decir que de todos modos Bloomington es encantador, y que últimamente ha recibido visitas de personas de otros países, personas que son realmente encantadoras y cuyas historias te hacen divagar en paisajes maravillosos.
Deseo que un día de estos, tus pasos te lleven a Bloomington para que conozcas de tu propia persona todas las cosas bonitas que hoy ocurren aquí.
Eso es todo lo que puedo contarte en esta carta.
Se despide,
Tu incondicional Emilia.»