quería hacerlo más largo pero pensé que sería más fácil de leer si lo cortaba, así que, segundo aporte :3 os tengo a todas leídas pero me falta dejar comentarios!#2 change of plans
“Disculpe, ¡disculpe!”
Deidara corrió hasta alcanzar al trabajador. Llevaba un uniforme negro, debería ser capaz de ayudarle. Parecía algo molesto, con prisa, así que no muy feliz de haber sido parado por la joven.
“Disculpe la molestia,” dijo con una sonrisa, “pero es que… llegué a mi camarote y mi equipaje no se encontraba allí, me habían dicho que me lo llevarían hasta allí, y, verá, en él tengo un vestido muy importante, que había llevado mi madre la noche que conoció a mi padre…”
“Disculpe, señorita, pero yo no puedo ayudarle en ese aspecto, soy un simple vigilante, y me esperan en mi puesto. Deberá preguntarle a uno de los botones que se encargaban de transportar el equipaje. Estoy seguro que ellos le ayudarán gratamente.”
Y, sin más, salió corriendo.
Su sonrisa desapareció de inmediato. “Maldito.”
Como buena agente infiltrada, se le daba bien actuar. Pero eso no significaba que le gustase.
La historia del vestido había sido una mentira. Si necesitaba tan urgentemente encontrar su equipaje, era por lo que podían encontrar si abrían sus contenidos por accidente… entre diferentes prendas, adecuadas para diferentes ocasiones, se encontraba una pequeña colección de cuchillos y navajas, suficientes para hacer su trabajo de la forma más sencilla posible.
Lo bueno de encontrarse en alta mar era que, una vez hecho el trabajo, podría fácilmente tirar el cuerpo por la borda.
Aunque… eso también estaba teniendo sus consecuencias.
Se agarró a la barandilla del barco con fuerza, llevando la otra mano a la cabeza. Siendo su primera vez en un barco… estaba notando los efectos de viajar en alta mar. No debería estar mareándose, teniendo en cuenta que se suponía que era una señorita (por si fuera poco, familiar del gran Charles Darwin) y que, como tal, debería estar acostumbrada a viajar en barco.
Aguantó las arcadas, y siguió su nueva e importante misión.
*
Llevaba una media hora dando vueltas por toda la cubierta, preguntando a diferentes trabajadores. Mayordomos, cocineros, vigilantes… nadie tenía ni idea de qué hacer. No podía darse por vencida – si alguien encontraba su equipaje y lo relacionaba con ella, estaba perdida. Pronto llegarían a Francia y allí podrían deportarla.
Suspiró, tomando un pequeño descanso sentándose sobre un banco. ‘Estoy perdida’, pensó para sí misma. Cómo había podido ser tan descuidada…
*
Volvió a su cuarto. Cerró la puerta tras ella. Algo iba mal. Podía notar que…
Su sombrero. Lo había dejado en la cama, y ahora se encontraba sobre una silla, en la esquina de la habitación.
Por suerte, siempre llevaba encima una pequeña cuchilla, esta vez, escondida en sus medias… la alcanzó, lentamente, y…
Notó una presencia.
Apenas segundos más tarde, tenía un bastón contra su cuello, y ella la pequeña cuchilla a escasos milímetros del cuello de su acompañante.
“Mierda… ¡Matt!”
Soltó la cuchilla y tomó un paso hacia atrás, liberando a su momentáneo enemigo.
“¿Qué haces aquí?”
Suspiró. Frente a ella, se encontraba Matt Murdock. Matt, amigo de la infancia, ciego, compañero de muchas aventuras. Jefe. Su actual superior.
“Tenía que hablar contigo,” respondió, con una sonrisa.
Golpeó su palo contra el suelo, guiándose hasta volver a encontrarse con la cama. Se habría sentado antes allí, y por eso el sombrero no se encontraba en su sitio. Sacó de su bolsillo un paquete de cigarrillos, y prendió uno. Le ofreció uno a Deidara, y ésta lo tomó, pero no lo encendió.
“¿Qué es tan importante que no podía esperar? Hablamos ayer, Matt.” Cuando se despidió de ella, además de darle el pasaje para el Titanic, y una bolsa con ropa adecuada para la situación.
¿Cuántos años hacía que conocía a Matt? Probablemente ya se conocían cuando aprendieron a dar sus primeros pasos. Su padre y el de Matt, amigos, también de toda la vida, habían heredado de sus padres la, como ellos la llamaban, ‘compañía’.
Compañía, y también
familia que se encargaba de no hacer mucho ruido ni llamar mucho la atención, pues a lo que se dedicaba era al espionaje y al asesinato de forma profesional.
Eran pocos los que formaban parte de dicha banda, siendo el resto de miembros familiares o amigos muy cercanos, discretos, que sabían guardar el secreto. Como
cuartel, un horno de pan, haciendo creer al resto que su oficio era el de panaderos. Nadie sospechaba nada, y es que después de muchos años de experiencia, se habían convertido en expertos en el arte de mentir.
Tras el fallecimiento del padre de Matt, debido a una extraña gripe, que se rumoreaba que había iniciado en Rusia, la banda se vio con un solo líder. Y así, el padre de Deidara Shelby, pasó a tomar el mando del grupo, y a tomar bajo su cuidado a un pequeño de cuatro años Matthew, junto a su viuda madre.
Los años pasaron con un solo líder en el grupo, en el cual Matt no tardó en mostrar interés y unirse. Por su parte, Deidara también quiso seguir los pasos de su abuelo y su padre. Su abuelo, entonces retirado, le animaba a seguir sus sueños, incluso si esos incluían unirse a una banda de asesinos a sueldo. Idea que a su padre no le hacía mucha gracia, pues en todos los años de activo del grupo ninguna mujer había formado parte de éste. Ser asesina a sueldo no era trabajo para una joven dama, aunque a su padre no le quedó más remedio que morderse la lengua y dejar a Deidara hacer, pues a pesar de estar retirado, la palabra del más anciano de la familia siempre tenía más peso que la del resto.
Deidara y Matt eran buenos en su trabajo –
muy buenos, algo sorprendente para una mujer y para un chico que había perdido el sentido de la vista con el paso de los años, hasta quedarse casi completamente ciego.
La sorpresa llegó cuando la cabeza del señor Shelby llegó empaquetada en una hermosa cesta. En medio de un trabajo, habían acabado con la vida del padre de Deidara. Su madre empezó con un luto interminable. El deseo de venganza no tardó en aparecer en muchos de ellos. Toda la familia estaba devastada, excepto Deidara.
Deidara, quien, después de muchos años, siendo recriminada por haber nacido mujer, vio entonces su momento de libertad.
El cual duró poco, pues su padre había escrito claramente en su testamento que el líder de la
compañía debería pasar a ser Matthew.
Y nadie alzó la voz, ni se opuso a las palabras del señor Shelby. Era su voluntad, y a pesar de ser Deidara su hija, ésta había quedado, de nuevo, relegada a segundo plano. Incluso tras su muerte, su padre continuaba haciéndole la vida imposible.
Ya habían pasado tres años de aquellos eventos, y Matt había sabido sacar la compañía adelante. Todos le respetaban, todos le escuchaban. Lo que no sabía el resto de la familia, era que Matt también escuchaba a Deidara. Durante los primeros meses, Deidara había querido odiar a Matt, por haberse quedado él con todo el control de lo que se suponía que era de ambos por sangre. Eran la tercera generación. Pero Matt, en la intimidad, escuchaba y pedía consejo a Deidara, le tenía en cuenta, la trataba como a una igual. Al fin y al cabo, igual que sus padres, ellos también habían crecido como hermanos. A Matt le era imposible tratar a Deidara como alguien de rango menor.
(Aunque nunca perdía la oportunidad de meterse con ella.)
Deidara siempre había admirado a Matt. Cómo alguien con su discapacidad, había sido capaz de usar ésta a su favor, de no darse nunca por vencido, de aunque ciego, ser capaz de hacer el trabajo igual que el resto de la familia.
Aunque, no todo era admiración. En ocasiones, Matt era impulsivo, y estúpido. Pero Deidara suponía que eso formaba parte del paquete ‘hombre’.
“Matt. No me digas que has comprado un billete…”
Aunque de tercera clase, los billetes más baratos seguían siendo
caros. Y Deidara esperaba que Matt no hubiese sido lo suficientemente estúpido como para comprar uno porque, aunque económicamente, la familia no se podía quejar, era un gasto inútil e incomprensible.
“No digas tonterías,” rió Matt. “Me he colado.”
“Si te hubiesen pillado…”
“Pero por eso somos profesionales, ¿no?” Preguntó, con una sonrisa. Sí, definitivamente, en ocasiones Deidara quería golpear a su amigo.
Deidara sí que había accedido al Titanic con un billete, obviamente. Un billete, a nombre de Deidara
Darwin. Apellido falso, pero billete original, que Deidara no quería saber cómo habían conseguido, pues de seguro que algún chanchullo había de por medio. Lo que sí que sabía era que tener un apellido reconocido podía resultar en ocasiones más efectivo que tener uno típico, pues nadie sospecharía que algún familiar del reconocido Charles Darwin podría ser algún asesino infiltrado, ¿verdad?
“Es igual,” sacudió la mano, tratando de dejar el asunto de lado. Ya se preocuparían por eso más tarde… “¿Por qué te has tomado la molestia?”
“Los términos del contrato han cambiado,” expuso Matt, sacando un papel doblado del bolsillo de su chaqueta.
“¿Cómo?” Deidara odiaba los cambios a última hora. Era una persona cuidadosa, meticulosa. Cuando se adentraba en un trabajo, tenía hasta el mínimo detalle de éste pensado y determinado. Por lo que el cambio le hacía salirse de su plan.
“Sí… al parecer, nuestros clientes quieren que, además de acabar con la vida del objetivo, debes…
tomar un objeto.”
Robar. “Mat:, robo vidas, no posesiones valiosas.”
“Han ofrecido una considerable cuantía de dinero a cambio de que les entreguemos ese objeto, además de prueba de la muerte del objetivo.”
Deidara suspiró. Al fin y al cabo, aparte de la dedicación a su trabajo, lo que le motivaba era el dinero. Tomó el papel, y leyó su contenido.
«Shushui (
El agua clara de otoño). Espada (katana) de apariencia negra, con un borde rojo distintivo, y empuñadura similar a estos.»
Junto a la descripción del objeto, se encontraba un boceto de éste.
“Esto… tiene que ser una broma. ¿Una
espada?” Preguntó, casi escupiendo las palabras.
“Me temo que no es una broma,” rió Matt.
“P-Pero…”
Poco sabían del objetivo. Los clientes habían ofrecido poca información de éste, tan sólo un nombre, un lugar y una fecha – siendo estos dos últimos, el puerto del que zarpaba el Titanic, y el día 10 de abril. Sólo pidieron prueba de su muerte el día de la llegada del navío a Nueva York… aunque parecía que no se había quedado
sólo en eso, y que ahora además querían poseer aquella… espada. ¿Quién demonios viajaba a Nueva York con una espada en un crucero?
“Este trabajo empieza a darme mala espina,” confesó Deidara, palabras que le sorprendieron, pues ella estaba siempre dispuesta a enfrentarse al mayor de los retos.
“Sabes que siempre hay peticiones que nos pueden gustar más o menos, pero debemos cumplir con cada uno de los trabajos para los que nos contratan.”
“A veces suenas como mi padre,” murmuró Deidara, rodando los ojos.
De un salto, se levantó de la silla sobre la que se había dejado caer, y empezó a cambiarse delante de Matt. No iba a verle, al fin y al cabo – era ciego. Escogió un vestido ceñido a la cintura, rosa y negro, con un escote ligeramente sugestivo. No tenía mucho pecho, pero nada que unos hombros hacia atrás y la ropa adecuada no arreglara. Pidió ayuda a Matt para apretar su vestido a la cintura.
“¿Es tu vestido rosa?” Le preguntó.
Deidara hizo un sonido afirmativo. “Voy a tener que ganarme la confianza de unos cuantos mozos si quiero llegar hasta nuestra víctima. Sin un retrato, esto es más complicado…”
“Al parecer no nos lo pudieron ofrecer… pero no te quejes. Yo siempre voy a ciegas también,” bromeó Matt.
“Ja, ja,” rió de forma sarcástica. “¿Qué vas a hacer ahora?” Preguntó a Matt. ¿Iba a llegar hasta Nueva York o iba a acabar su viaje antes?
“Pensaba aprovechar la parada a Cherbourg para bajar…”
“Ya, es buena idea. Seguro que con todo el ajetreo de gente no te cuesta salir de aquí.”
“Por otro lado… sonabas bastante angustiada antes.”
Deidara recordó el motivo de su preocupación. “Oh, ¡eso! ¡Es cierto! Mi equipaje… debería haber estado aquí, esperándome, pero… ¿no habrá sido cosa tuya, verdad?”
Matt negó con la cabeza. “Pues vas a tener que hacer algo pronto… porque como alguien lo abra, y—”
“Ya, ya, encuentren lo que tengo dentro… no hace falta que me lo recuerdes.”
Iba siendo hora de moverse, y de dejar a Matt a su suerte.