@Sayi @Deidara IT'S HERE
ESTOY CORRIENDO A UN CUMPLEAÑOS ASÍ QUE NO PUEDO PONER NADA NI CORREGIR NADA OJALÁ TODO ESTÉ BIEN *LLANTO* YA MÁS TARDE EDITO IDK PERDÓN POR EXISTIR PERDÓN POR LANZARLES 8K A VER SI ASÍ LAS QUE ESTÁN EN EL HIME FIC ENTIENDEN CÓMO ME SIENTO YO INTENTANDO PONERME AL DÍA AHÍ (??)
Aquella noche le dejaría dos de los recuerdos más gratos de su vida.
El primero, por supuesto, era la cara de total sorpresa y horror de Howard al verla entrar al comedor del brazo de Charles y flanqueada por Erik.
“¡Howard!” Dijo Charles efusivamente mientras se acercaba hacia el otro. Erik iba detrás de ambos.
“Charles”, murmuró Howard sorprendido, intentando no mirar a Sayaka. La menor le dejó ir del brazo para que ambos pudieran darse la mano.
“Qué bueno poderte ver finalmente.” Se volteó a los invitados con quienes el otro había estado conversando. “Señores Cavendish, señorita Cavendish, qué gusto encontrarlos aquí.”
Si bien los Cavendish eran de las familias más importantes en el Reino Unido, el señor Cavendish presente en el viaje era el hermano menor del Duque de Devonshire, por lo cual no había tanto escándalo a su alrededor como uno esperaría de su título. Junto a él le acompañaban su única hija y su hijo menor, la primera de la edad de Sayaka y el otro apenas un joven de trece años.
“El gusto es nuestro, conde Xavier.” Ambos hombres se estrecharon la mano y luego el menor hizo lo mismo con Charles, su rostro todo enrojecido por ser tratado como un adulto. “Señorita Gracie, qué maravilloso poder verla finalmente.” El hombre tomó su mano y se la besó.
“Digo lo mismo, señor Cavendish.” Sonrió ampliamente.
“Déjenme presentarles al señor Lehnsherr, colega mío de mis años en Oxford.” Los Cavendish le dieron la mano a Erik, aunque con menos esmero que hacia los dos primos. El ser
colega de Oxford no era un título importante, después de todo.
“Mucho gusto, señor Lehnsherr.”
“El gusto es mío, lord Cavendish.”
“Señor Lehnsherr”, le extendió Howard la mano y ambos las estrecharon rápidamente.
“Querida mía,” comenzó la hija mayor de lord Cavendish con las justas conteniendo su desagrado ante el camino que parecía haber tomado su velada. Sayaka aún no podía comprender cómo nadie había captado la rivalidad que ambas tenían desde hacía años con lo pésima actriz que era ésta. “Howard nos había contado que te encontrabas indispuesta, por lo que me temo que ya no hay espacio en nuestra mesa.”
“Eso puede arreglarse,” le respondió su padre, pero Sayaka les interrumpió.
“Mis estimados, no tienen por qué preocuparse. No puedo reprenderle a mi querido Howard el que me cuide con tanto esmero…” Le dirigió una amplia sonrisa a éste, quien se la devolvió forzada. “Pero Charles insistió en que tenía que acompañarle ya que el doctor no veía mayores inconvenientes. Es culpa nuestra el haber hecho un cambio tan repentino sin avisar, por lo que nos sentaremos en una mesa aparte.”
“No es molestia alguna, señorita Gracie.”
“Podemos sentarnos juntos.” Comentó Howard, finalmente recobrándose del cambio de planes e intentando tomar las riendas de su prometida.
“Al contrario, por favor, yo insisto. No toleraré que tengan que incomodar a los pobres mozos que ya muchas tareas han de tener preparándose para la cena. Aún nos quedan muchos días en nuestra travesía para vernos.”
“Si usted insiste, espero entonces poder contar luego con su grata presencia.” Accedió el mayor. “Estimado señor Link, espero que no le estemos privando de una agradable velada al costado de su princesa.” Rio.
“Pronto nos casaremos.” Recordó Howard, logrando una sonrisa más natural al ver lo mal que le sentaba el comentario a Sayaka. “Sabiendo que nos espera la eternidad, podré soportar la velada.”
“No nos dejen entretenerlos más, entonces.” Comenzó Charles antes que Sayaka tuviera oportunidad de responderle a su prometido. “Discúlpennos.” Todos dijeron sus despedidas y el trío finalmente pudo escurrirse hacia otro lado del salón. “Bien, ahora que estamos más tranquilos…” Empezó a hablar en ruso. “¿Ya ubicaste a tu víctima?”
“Aún n—Oh, ahí está. Pero está acompañada… Vaya, vaya. Finalmente, la suerte parece estar de mi lado.” Rio.
“¿A qué te refieres?” Sayaka se detuvo.
“Charles, cariño, hazme el favor de ir donde Isabella y pedirle que arregle una silla más para nuestra mesa. Seremos una partida grande, pero creo que mientras mayor atención tengamos será mejor.”
“No sé si confiar en ti ciegamente sea lo mejor.”
“Déjala, Charles.” Repuso Erik, divertido. “Si algo ha hecho tu prima durante todo el día ha sido sorprenderme gratamente. Déjala con sus planes, parece saber lo que hace.”
“Vaya, Erik, no me malacostumbre a darme la razón.” Ambos rieron y Charles se cruzó de brazos, pero les dedicó una sonrisa y le hizo un gesto a Erik para que le siguiera.
Una vez sola, Sayaka sonrió al ver a sus víctimas mientras se acercaba a ellos.
Si mal no recordaba, hacía un par de semanas había coincidido con Sayi Darcey en un almuerzo organizado por el conde de Lauderdale en su residencia en Thirlestane. Al tratarse de otra chica de la nueva burguesía intentando ascender socialmente como pudiera, Sayaka no le había prestado mucha atención. Además, en aquel entonces aún se encontraba de duelo, por lo que nadie le recriminaba su falta de modales. Ahora, sin embargo, necesitaba algo de ayuda si deseaba que Isabella tuviera la vida mucho más fácil y le perdonara el exabrupto de la tarde.
Sayi Darcey era la candidata perfecta. De lo poco que se había enterado de ella en aquel entonces, los negocios de su padre eran impecables y su familia no tenía ningún escándalo. La chica en sí mostraba buenas maneras, y aunque su postura podría mejorar, y todavía parecía hacerse líos con los títulos y nombres de otros, no había nada más que se le pudiera criticar. Vestía de manera sencilla, pero a la moda, y llevaba el cabello de una manera que hacía que la misma Sayaka se sintiera envidiosa. Pero lo mejor de todo no acababa ahí, sino que al parecer la extranjera había logrado captar la atención de Kaien Talmage-Atwood, un chico de su edad con el que se frecuentaba en varios círculos y venía de una de las familias más dignas del Reino Unido.
Sí, juntarse con ellos dos sin lugar a duda sería espectacular para la causa de Jean-Jacques e Isabella. Mientras más personas vieran que alguien como ella se juntaba con personas como Sayi Darcey, Isabella tendría un camino sin dificultades hacia la felicidad. Si Sayaka estaba condenada a un matrimonio sin amor y a perder su herencia y título, al menos Isabella podría ser feliz con su extranjero.
“Disculpe, ¿señor Talmage-Atwood?” Ambos se voltearon.
“¡Señorita Gracie! Es un placer verla”. Tomó su mano y se la besó. Sayaka notó el interés de Sayi en ella y le sonrió. Al menos eso le facilitaría las cosas.
“Lamento terriblemente el atrevimiento, pero me preguntaba” se detuvo, y entonces se giró hacia una mesa cercana, donde una pareja les sonreía con cierta timidez “¿Les apetecería unírsenos a cenar?” Charles y Erik habían desaparecido, pero notó que había más sillas en la mesa.
“Pues—” Kaien se volteó a ver a su acompañante, a la cual se le iluminó el rostro. Con una risa, se volteó a hablarle de nuevo. “Por supuesto que sí, sería un honor. ¿Ya conocía a la señorita Darcey?”
“Me temo que no, no he tenido el gusto. Soy Sayaka Gracie.” Dobló levemente las rodillas y alzó un poco su falda en forma de saludo, esperando que aquella formalidad llamara la atención de las personas en la sala.
“Sayi Darcey”, respondió de la misma manera, con una sonrisa más amplia. “El gusto es mío, señorita Gracie.”
“Vengan, por favor. Deseo que conozcan a mis amigos.”
Apenas llegaron a la mesa, Jean se levantó y ayudó a Isabella a hacer lo mismo. El mayor se apresuró a saludar a los recién llegados para poder darle tiempo a las dos amigas de saludarse.
“Gracias”, le susurró mientras le besaba la mejilla. Sayaka le apretó la mano de manera discreta y le sonrió. “Mucho gusto, soy Isabella Hunter-Blair.” Dijo dirigiéndose a Sayi y después de haber saludado rápidamente a Kaien, quien ya había entablado una conversación con Jean. “Espero no le incomode nuestra invitación de último minuto.”
“No, al contrario…” Comenzó Sayi. “Es un halago, señorita Hunter-Blair.”
“Vaya, veo que la nuestra será una fiesta muy animada”. Sayaka se volteó al escuchar a Charles llegar, pero lo que le sorprendió fue la chica de cabello rosa que iba con él y con Erik. “Mis estimados amigos, déjenme presentarles a la señorita Deidara Darwin, tataranieta del gran Charles Darwin”. La joven les sonrió y se inclinó ante todos.
“¡Cuánto placer, señorita Darwin!” Dijo Sayaka emocionada. “Mi querida Isabella me contó que se nos uniría hoy a cenar, aunque sospecho que lo hizo para quedar bien con Charles y dejarme mal a mí. Todos en esta mesa admiramos la valía de su tatarabuelo, independientemente de si le creamos o no, claro está”.
“Es usted muy amable por halagarlo”. Le sonrió. “Quería agradeceros por invitarme a vuestra mesa, así sea solo para entreteneros”.
“Oh, qué bonito acento (¿?)”
“Siempre me pareció bello escuchar a personas hablando con el acento del inglés antiguo y pronunciando las zetas y ces (¿?)”
“Bueno, pero es que solo de pronunciar todo como eses no vive el hombre (¿?)”
“Estimados, quiero presentarles a la señorita Darcey y al señor Talmage-Atwood”, dijo Sayaka acercándose a ellos. “Los dos han tenido la gentileza de unírsenos esta noche para finalmente poder descansar de conversaciones superfluas con gente que conocemos desde que tenemos memoria.”
“Si dicha memoria no me falla, usted y yo nos conocemos desde niños también, señorita Gracie”, repuso Kaien sonriendo.
“Pues agradézcale a la señorita Darcey el haberse vuelto más interesante de la noche a la mañana como para invitarlo a mi mesa, entonces”. Todos rieron.
“Quiero agradecerle públicamente por haber elevado mi estatus ante los ilustrísimos ojos de nuestra señorita Gracie, Sayi”. La joven se sonrojó por el comentario, pero le sonrió de la misma manera atrevida.
“No hay de qué, Kaien. Para cuando lo requiera”. Ahora sí Sayaka rio con el resto cuando fueron cortados por la entrada en el comedor de los mozos y ayudantes. Estaba pronta a sentarse cuando Charles le tomó de la muñeca.
“Por favor, disculpen la rudeza y excúsennos un momento. Volveremos en seguida”, les anunció a todos y llevó a Sayaka a la salida del comedor.
“¿Qué sucede?” Preguntó con cierto enfado, pero siguiéndole fuera del recinto. “Todos en el comedor nos verán regresar y se preguntarán por qué salimos”.
“Te aseguro que para cuando veas la sorpresa que te tengo te olvidarás de ello”.
“¿Sorpresa? Charles, odio las sorpresas—”
“¿Debería retirarme entonces?”
Sayaka se volteó al escuchar la voz y se quedó sin habla. Ante ella se encontraba Scorpius Malfoy, su mejor amigo después de Isabella y su primo.
“¡Scorpius!” Repuso emocionada, pero sin atreverse a abrazarlo estando tan cerca del comedor. “¿Qué haces aquí?” Al diablo con no acercarse. Su felicidad pudo más y le tomó de las manos, estrechándoselas de vuelta el otro con una gran sonrisa.
“Abordé en Cherburgo hace un par de horas. Charles me escribió hace semanas contándome que ambos irían a Nueva York y decidí venir a verte”.
“No tenías por qué hacerlo, cariño. Ya te había escrito diciendo que tengo planeado ir de Nueva York a París para comprar mi vestido de bodas, no tenías por qué hacer el esfuerzo de venir al Titanic”.
“Claro que sí. Charles no irá a París contigo y ya me imagino que nuestro conocido no querrá dejarme visitarte sin estar él presente en todos nuestros encuentros. Y por más que insistas en invitarme a tu boda, te quiero y estimo mucho como para añadir una pelea tonta en tu primer día de mujer casada, por lo que sabes que no iré”.
El buen ánimo de Sayaka menguó un poco al darse cuenta de que lo que decía Scorpius era cierto. Mientras Howard sabía lo importante que era tener a Charles en su buena gracia, lo mismo no sucedía lo mismo con Scorpius, quien era francés y de una familia aristócrata que venía en picada desde hacía varios años. El simple hecho que el chico no se atreviera a entrar al comedor denotaba que había venido con un pasaje de segunda clase.
“Scorpius, no debiste, en verdad”. Apretó nuevamente sus manos. Abrió los labios para decirle lo mucho que significaba su sacrificio, pero el rubio la calló.
“Ya te he retrasado demasiado. Además, aún estoy mareado y deseo descansar, así que ya tendremos tiempo de sobra para vernos mañana, ¿te parece?”
“Mañana tengo que desayunar y almorzar con Howard”.
“Escuché que el baile de máscaras tendrá a los comedores de primera y segunda clase juntos”, le sonrió emocionado. “Ahí podremos vernos. Si mal no recuerdo, hace mucho tiempo que no bailamos”.
“No tienes idea de cuántos bailes me debes”, rio, finalmente feliz de ver que algo bueno sucedía en el día. “Ve a descansar entonces”, se volteó a ver a Charles, quien intentaba cubrirlos para darles privacidad. “Esta es la sorpresa más bella que me has dado en mucho tiempo, querido”.
“Tomaré que mi llegada sorpresa a tu habitación no fue tan importante como esta”.
“Jamás le ganarías a Scorpius y lo sabes”. El rubio rio y soltó las manos de Sayaka. “Nos veremos luego, entonces. Hasta mañana, Charles”.
“Cuídate, Scorpius”. Le respondió este. El chico se fue y la menor volvió a tomar el brazo de su primo para entrar al comedor. Como había vaticinado, todas las miradas se giraron hacia ellos, pero la chica estaba aún muy feliz como para que le importara.
“Disculpen la interrupción”. Un ayudante se apresuró a mover la silla para que se sentara. “Veo que tenemos una discusión muy animada. ¿De qué estamos conversando?”
“Pues la señorita Darcey nos contaba sobre los negocios de su familia en Estados Unidos y descubrí que tenemos más de un conocido”, contó Jean entusiasmado. “Estábamos pensando que sería ideal que nuestros padres se conozcan”.
“Me temo que Jean secuestró la conversación”, se disculpó Isabella y el pobre se quedó callado ante la sutil reprimenda, pero sus hombros se relajaron al ver la sonrisa que le dedicaba la chica. “Pero en efecto, la señorita Darcey tiene muchas historias interesantes sobre el nuevo continente”.
“Es la primera vez que voy a Estados Unidos”, contó Sayaka. “¿Se parece en algo al Reino Unido?”
“Me temo que no es tan bello, señorita Gracie. Y las personas y modales son muy distintos a los de aquí, me temo. Aunque es mi hogar, uno siempre prefiere a su hogar por sobre todas las cosas”.
“Estoy seguro de que de donde viene es un lugar hermoso”, le dijo Kaien. Isabella y Sayaka intercambiaron miradas y le sonrieron a Sayi con ojos conocedores.
“Yo fui hace años, de niña”, dijo Isabella salvando a la pelirosa de tener que responder aquel halago. “Para visitar a mi abuela que en aquel entonces vivía en Cincinatti”, contó Isabella. “Ahora vive en Nueva York, pero me temo que no recuerdo casi nada de cuando estuve por ahí. Debo decir que siento algo de miedo, con todo lo que he escuchado sobre la ciudad”.
“Ha crecido mucho en este tiempo”, contó Sayi, “Últimamente ha habido mucha migración, así que se ha urbanizado muchísimo, pero entiendo su preocupación ya que algunas zonas sí tienden a ser inseguras. Aún así, varias zonas son bellas y le recomendaría que las visitara, después de todo, varios arquitectos están migrando allí también y se ven nuevas construcciones empezando en varios lugares”.
“Eso llama mi atención”, acotó Charles. “Sería interesante poder conversar con algún arquitecto de América, me gustaría ponerme en contacto con la academia científica de allá”.
“Charles fue a Oxford a estudiar biología, pero no pudo terminar sus estudios por sus deberes. Sin embargo, aunque no nos dio un título, nos trajo a cambio al señor Lehnsherr. Debo decir que fue un buen intercambio”.
“Me halaga más de lo debido, señorita Gracie”, le sonrió Erik. “Charles no necesita un título de Oxford, su conocimiento e interés por las ciencias ha sobrepasado lo que la casa de estudios podría haberle ofrecido, a mi parecer”.
“Y me disculpará el atrevimiento”, cortó Isabella, “Pero por eso mismo le pedí que se nos uniera esta noche, señorita Darwin. Esperaba que pudiera entretenernos con alguna historia de su difunto tatarabuelo”. Todas las miradas se pusieron en la chica y esta les sonrió amablemente.
“Por favor, estamos entre amigos. Me gustaría que me llamaran por mi nombre si es que no abuso de vuestra confianza”.
“No, no abusa para nada. Además, el señor Xavier siempre fue mi padre, aún no me acostumbro a ser llamado de aquella manera”.
“También te podríamos llamar Conde”. Sugirió Isabella riéndose.
“No, pero me parece bien. No somos un grupo muy común, así que me parece que lo más adecuado sería que nos tratáramos de una manera más informal”, dijo Kaien y Sayi asintió, aunque temerosa.
“Suena divertido”, comentó Sayaka. “Así siempre recordaré a mis queridos amigos del Titanic, aquellos locos informales que tuve que soportar una semana”.
“¿Soportar? Sayaka, mira lo que dices. A mí me deberían pagar por ser tu amiga”.
“Pásame tu cheque apenas puedas, Bella, no me gusta estar en deudas con mis empleados”. Todos rieron y se sintió en aquel entonces que la atmosfera se había vuelto mucho más amena entre ellos. En aquel momento se retiraron los platos de entrada y los ayudantes se acercaron con bandejas para ofrecerles los platos de fondo a cada uno.
“Señorita Deidara, entonces”, comenzó ahora Erik. “Creo que nos desviamos un poco del tema. ¿Nos iba a hablar de su tatarabuelo?” La aludida se vio sorprendida por un instante, pero sonrió y asintió.
“Claro que sí. Como se imaginarán, no pude conocerlo, pero crecí con historias de sus aventuras por América…”
“Ajá”.
“Y… Sí…”.
“…”
“…”
“¿Y sabe cuál fue su país favorito a estudiar?” Preguntó Charles.
“Pues… Ya sabe, Sudamérica en general…”
“…”
“…”
“…Según tengo entendido siempre le gustó la amabilidad de los latinos”.
“…”
“…”
“Escuché por ahí que Perú, esa antigua colonia española, le pareció maravillosa…”
“¿En serio?” Preguntó Charles emocionado por este pedazo de información. “Me gustaría muchísimo ir ahí algún día, a lo mejor podría ver con mis propios ojos lo que le gustó tanto a su tatarabuelo… Me pregunto qué habrá inspirado sus paisajes en la producción de su libro…”
“…Ajá”.
“Pero me imagino que Brasil también le habrá gustado, ¿no?” Prosiguió Charles, quien no dejaba de ver a Deidara como si la navidad se hubiese adelantado. “Recuerdo leer mucho de Brasil en sus libros, sus aportes sobre la Amazonía fueron indudablemente los más importantes para la ciencia biológica de hoy en día”.
“…Sí, claro, recuerdo que le gustaba mucho Brasil”.
“¿Recuerda alguna ciudad en particular?”
“Pues…”
“…”
“…”
“Vale, ¿no deseáis mejor que os diga algo muy importante sobre él?”
“Sí, por favor, díganos”.
“Pues que me parece muy irrespetuoso que mi tatarabuelo haya abierto un campo tan importante en la biología y aún se enseñe creacionismo en los colegios. ¿No os parece?” Ahora pasó al revés, que todos se quedaron callados sin saber qué decir, pero Deidara prosiguió. “Me parece muy falso que el país, como tal, siga creyendo que la religión tenga un peso mucho más importante que la ciencia dura”.
“¡Y eso es verdad!” Asintió Charles emocionado, sin importarle lo delicado del tema. “¡Concuerdo completamente! Charles Darwin es una de las mentes más grandes y es un insulto a su memoria el quedarnos callados sobre el evolucionismo”.
“Pero, aunque el señor Darwin haya tenido la razón, ¿no creen difícil negar a la población que no accede a la educación sus creencias?” Comentó Erik.
“Puede ser”, prosiguió la joven, “En un inicio, claro está. Pero la verdad no ha de ser tapada con un solo dedo, la iglesia no puede seguir callándolo. ¿O sí?”
“Tendrán que perdonarme, pero como católico, no creo que el señor Darwin esté en lo correcto y por eso no sería lo adecuado que se enseñe de él en las escuelas”. Todos se callaron y vieron a Jean-Jacques que portaba un semblante serio.
“¿Es usted católico?” Dijo Sayaka alzando una ceja y mirando luego a Isabella, quien intentaba evitar su mirada. Una cosa era ser un nuevo burgués, otra que fuera católico.
“¿Hay algún problema con las religiones?” Preguntó Erik sin mirarla.
“No, claro que no”, repuso ofuscada. Sí, era hipócrita de su parte, pero Charles y Erik eran hombres. Nadie haría problema de que dos
amigos fueran de religiones distintas, incluso siendo Erik un judío; pero Isabella era una mujer y su familia la acosaría si es que no bautizaba a sus hijos como anglicanos.
“A ver, creo que nos hemos desviado un poco del tema”, comenzó Charles para apaciguar todo. “No quiero asumir, y tampoco le preguntaré, pero supongo que la señorita Darcey tampoco es anglicana. Cada uno tiene derecho a sus opiniones, pero a mí me gustaría saber un poco más de la vida del señor Darwin”. Se volteó a ver a Deidara. “Así que cuéntenos, por favor”.
“…”
“…”
“¿…Qué, exactamente?”
“¡Cualquier cosa!” Charles rio. “Algo que no salga en los libros”.
“…Vale. Creo que ya sé qué contaros. ¿Recordáis que os dije que a mi tatarabuelo le gustó mucho Perú?”
“Claro”.
“Pues no solo eso. Estando en Perú se hizo muy buen amigo de un nativo de allá, tanto así que volvió a casa con él luego de todas sus expediciones”.
“¿Es en serio?”
“Por supuesto, jamás os mentiría”. Respondió con una risita. “Este buen nativo, quien llegó como amigo y ayudante suyo, terminó enamorando a mi tía tatarabuela”.
“No sabía que Charles Darwin tuviera una hermana”, dijo Charles frunciendo el ceño.
“Por eso os digo que es una historia que no está en los libros sobre su vida”, le guiñó el ojo. “Este hombre se volvió mi tío tatarabuelo y hasta hoy en día nos seguimos relacionando con su familia. ¿Podríais creéroslo?”
“¡Qué bonito!” Dijo Isabella. “Esa sí es una bella historia de amistad”.
“Debo decir que es muy placentero conocer más de Charles Darwin como persona y no solo como académico”, asintió Charles, satisfecho con este pedazo de información.
“Sin embargo…”
“¿Sin embargo?” Preguntaron viendo que el semblante de Deidara se había ensombrecido.
“No, no es nada…”
“No, por favor, díganoslo. No queremos incomodarla”. Le dijo Kaien, siempre tan galante.
“Verán…” Cuando Deidara subió la mirada, todos pudieron ver que estaba llorando. “Hace apenas unos días falleció mi prima latina, la tataranieta de este hombre… No quería incomodaros y por eso no fui sincera con la señorita Isabella, pero estoy viajando a dejar sus cenizas a Perú… Siempre quiso viajar a conocer… Y la pobre nunca pudo…” comenzó a llorar y Sayaka, quien se había sentado a su costado, la tomó del hombro y le acarició la espalda para calmarla.
“Por favor, señorita Darwin, acepte todas nuestras disculpas por haberla entristecido de este modo. De haber sabido que hablar de su tatarabuelo la pondría así…”
“No, no es vuestra culpa, y vosotros habéis sido tan amables… Es solo que hablar de mi tatarabuelo Darwin… Oh, amigos míos, no tienen idea de TODAS las historias que conozco y que quisiera contaros, pero se me parte el corazón de recordar a mi dulce y alegre Fátima…” La joven sollozó y Sayaka miró a Charles y este asintió, sabiendo que de ahora en adelante no habría que mencionar el tema, por más que se muriera de la curiosidad.
“Descuide, ya usted nos contó una bellísima anécdota y ya le hicimos sufrir mucho con nuestra desmedida curiosidad”.
“Es cierto”, acotó Sayi. “Además, aún tenemos mucho de qué conversar entre todos. Señor Leroy, ¿es verdad que usted estudió en Cambridge?”
“Claro que sí, señorita Sayi”, comenzó el otro, animado por poder brillar finalmente. “Llegué hace un par de años al Reino Unido para estudiar administración y matemáticas. Como heredero es mi deber entender el negocio familiar, ¿no le parece a usted lo mismo?”
“Oh, pues bueno, creo que nuestras situaciones son un poco diferentes… Pero créame que le entiendo”.
“Ustedes dos me parecen muy valientes, si me permite el halago, señorita Sayi. Nuestras costumbres son muy distintas a las americanas, pero tanto usted como Jean son personas muy decentes e inteligentes que buscan dejar muy bien la nueva reputación de sus familias”. Tanto Jean como Sayi le sonrieron a Isabella, pero la sonrisa de Jean era para alumbrar toda la habitación.
“No podría concordar más con la señorita Isabella”, asintió Kaien. “Y no me cansaré de repetírselo, Sayi”.
“Son muy halagadores, los dos”, respondió la aludida, aún enrojecida.
“Y me gustaría conocer más sobre usted, señor Jean-Jacques”. Comenzó Sayaka y justo en aquel momento se les comenzó a retirar a todos los platos del segundo para que pudieran servirse de las bandejas de postres. “Según tengo entendido su familia es muy prominente allá en el nuevo continente. ¿Nos cuenta sobre sus negocios?”
La velada, dejando de lado el triste momento en que la señorita Deidara recordó a la difunta señorita Fátima, fue un éxito.
Se divirtieron, rieron, contaron diversas anécdotas, chistes y Sayaka sintió sinceramente que este era un muy buen grupo de amigos. Al final no había mentido cuando dijo que recordaría siempre con cariño a sus amigos del Titanic, ya que hacía tiempo que no se sentía tan feliz y dejaba de estar tan a la guardia a todo momento. Si tan solo Scorpius hubiera estado ahí con ellos, habría sido perfecto, pero ya tendría tiempo de presentarlo a sus amigos a la noche siguiente durante el baile.
Siguieron conversando luego tomando café hasta que Deidara vio la hora y se excusó del resto, ya que tenía planes para temprano en la mañana. El grupo se disolvió, entonces, con Kaien y Sayi yéndose por su lado y Erik despidiéndose también para irse a su habitación. Charles decidió acompañarlo a la puerta para buscar su abrigo y el de Sayaka, cuando…
“Sayaka”. Se volteó a ver a Howard, quien se acercaba a ella junto al señor Cavendish. Al menos no había traído a su estúpida hija con él.
“Querido Howard. Señor Cavendish”, les sonrió. “Espero que hayan tenido una agradable velada”.
“La tuvimos, señorita Gracie. Habría sido espectacular de haber tenido su deliciosa presencia con nosotros, pero así es la vida de injusta”.
“La ausencia solo hace crecer el corazón, señor Cavendish. Quiero creer que cuando podamos tener la oportunidad de volver a juntarnos será mucho más disfrutable para ambos”.
“Definitivamente”.
“Me preguntaba si podía acompañarte a tu habitación”. La menor miró a Howard, pero se sentía muy feliz como para amargarse en el camino.
“No tienes por qué preocuparte. Charles me trajo y Charles me llevará, tú no tienes por qué extenuarte”.
Si tan solo no fuera una estúpida, Sayaka se habría dado cuenta que Howard había cedido y esa era su manera de pedir tregua. Pero solo fue hasta ver el gesto que hicieron sus ojos ante su negativa que Sayaka se dio cuenta y se arrepintió. No debió de haberle dicho eso, al menos no frente al señor Cavendish.
“Ya veo. Supongo que prefieres otros tipos de compañía, ¿no?” Howard alzó la mirada hacia otro lado y tanto Sayaka como quien los acompañaba miraron hacia donde él veía. A la chica se le vino el alma a los pies, Howard estaba mirando a Sayi Darcey. “Nueva burguesa americana. Supongo que su exoticidad es lo que llama tu atención, aunque nunca entendí por qué te gustarían los modales americanos. ¿Qué opina usted, señor Cavendish?”
“Pues no la conozco, pero debo concordar con usted que los modales americanos…” Y bufó como respuesta.
“Si yo fuera el señor Talmage-Atwood me lo pensaría dos veces. Una cara bonita no es suficiente cuando no se nace en el lugar adecuado”. Al decir esto miró a Sayaka, claramente en un reto. Y la menor sabía que podía salir victoriosa de este si se atrevía, ya que Howard era exactamente una cara bonita que no había nacido en el lugar adecuado… Pero ya se sentía lo suficientemente humillada como para negarle esa victoria.
“No creo que el señor Talmage-Atwood sea tan arriesgado”, murmuró el señor Cavendish sin darse cuenta aún de lo que transpiraba entre la pareja.
“Una pérdida de tiempo”.
Para Kaien si no le hacía una propuesta a Sayi, claro.“Bueno, no te quitaré más tiempo”. Howard se acercó y le dio un beso en la frente. “Ve con Charles, cariño. Mañana nos vemos en el desayuno. ¿Me acompaña, señor Cavendish?”
“Por supuesto. Señorita Gracie”, inclinó su cabeza y esta hizo lo mismo.
Apenas la dejaron sola, fue hacia donde la estaban esperando, pero llamó su atención el que Isabella y Jean siguieran hablando aún cuando estos ya habían sido atendidos y tenían puestos sus abrigos encima.
“¿Deseas que te llevemos a tu habitación?” Sayaka se volteó al escuchar a Charles. Lo propio sería irse con él como le dijo a Howard que haría, pero si ella jugaba nuevamente de Celestina como en la mañana, les daría más tiempo juntos. Además, necesitaba una distracción después de lo transcurrido y ya era demasiado tarde como para que alguien estuviera rondando por la cubierta y viera algún posible nuevo escándalo.
“No. Iré con Bella, para regalarle un par de minutos más”. Charles asintió. “¿Te veo mañana en el desayuno?”
“Por supuesto”.
“Intenta no enojarte con Howard. Mañana te quiero ver venir de su brazo y calmada, dejando atrás lo que acaba de pasar”. Así que lo había escuchado todo. Sayaka frunció el ceño y quiso replicar, pero Charles la calló con una mirada seria. “Lo digo en serio, Sayaka. Sabes que siempre, siempre estaré de tu lado, querida, pero tienes que poner de tu parte. A menos que desees perder Drumlanrig y te vengas a vivir conmigo, tienes que casarte con él”.
“¿Y no podría ser así?” Preguntó en ese momento, con cierta esperanza. “¿No podría irme a vivir contigo…? A lo mejor debería estarme casando contigo, en realidad. Eso arreglaría nuestros problemas, ¿no lo crees?” Charles suspiró y la miró con ternura, pero la línea de su boca era firme.
“Claro que no. Incluso si de verdad hiciéramos esa locura, jamás podría perdonarme el no darte lo que quieres. El atraparte de otra manera”.
“¿A qué te refieres?”
“Que tú quieres tu propia familia, Sayaka. Y eso es algo que yo no podría darte. No sería justo”.
“Tú eres mi familia”, musitó resignada. “Y no te equivoques. Howard jamás podrá darme eso tampoco. No tiene sentido alguno tener una familia con él, no dejaré que use a mis propios hijos en mi contra”. Ambos se quedaron en silencio, mirando el mar romperse abajo contra el barco. Pasó un largo rato hasta que Charles vio de reojo a Sayaka secarse una lágrima. Antes de poder decir algo, la menor ya se había volteado y se había encaminado hacia sus amigos sin siquiera despedirse de él. “¿Qué les parece si los acompaño, estimados? Así podremos seguir conversando. Esta ha sido una velada hermosa”.
“Por supuesto que sí, señorita Sayaka. Espero que no le moleste la presencia de mi valet, el señor Otabek Altin. Ya lo conocieron en la mañana, aunque bajo peores circunstancias”. Fue ahí que la chica reparó en la presencia del joven de la mañana que les había salvado a las dos en la piscina. Al parecer Jean había tenido la inteligencia de mandarlo llamar para que no le vieran solo con Isabella, aunque Sayaka dudaba de que ayudara el que fuera un hombre y no una criada. Bueno, al menos era un giro en la dirección adecuada.
“Es un gusto volver a verlo, señor Altin”, asintió y el joven hizo lo mismo.
“Por favor”, interrumpió Isabella, mirando al recién llegado. “Espero que acepte mis más grandes disculpas por mi comportamiento de hoy, señor Altin. Y quiero agradecerle también su atención para conmigo y mi amiga, la señorita Gracie”.
“No lo mencionen, por favor. Sólo cumplí con mi deber, señorita”.
“Es usted muy amable”.
“Otabek es mi más apreciado trabajador”, Jean le dio unas palmadas en la espalda. “No solo ha salvado mi vida más de una vez, sino que ahora ayudó a salvar la de aquellas personas que se han ganado un lugar importante en mi corazón”. Isabella se sonrojó y Sayaka le devolvió la sonrisa a Jean. Si bien en la mañana había albergado demasiadas dudas, el chico no había hecho nada más que demostrar ser una persona muy dulce. “Espero que sepas cuánto te aprecio, Otabek, porque no solo eres un trabajador. Eres un muy buen amigo”.
“Mi señor es muy amable”, su rostro seguía serio, pero Sayaka observó cómo sus ojos se relajaban y un amago de sonrisa se escondía en ellos. “En verdad aprecio trabajar con usted”.
“Y eso es un halago. Bueno, señoritas, ¿vamos?”
Los tres se pusieron en ruta, con Sayaka en medio de ambos, pero a un paso atrás, para que pudieran hablar con más soltura. En un inicio intentó seguir los temas de conversación y hacer uno que otro comentario, pero cuando Jean comenzó a contar historias de sus hermanos menores, la menor dejó de prestar atención. No le apetecía mucho enterarse sobre la familia de Jean, al menos no por el momento. Siguió caminando junto a ellos en silencio, con Otabek detrás, escuchando las olas romper nuevamente contra el barco… No solo era relajante, sino que era un ruido bienvenido, evitaba que pensara en otras cosas por el momento…
“Блядь!!”
Un ruido en seco, aquella lisura, y Sayaka se volteó a ver a Otabek saltando en un pie. Al parecer el joven no había visto en la oscuridad que varias cuerdas gruesas habían sido apiladas en un monte y terminó golpeándose al dar un paso, casi quedando en el piso. Apenas se dio cuenta que todos le veían, se recompuso rápidamente, apoyándose en el pie bueno.
“Disculpe, señor Leroy”.
“No, no, no tienes por qué disculparte. Es comprensible”.
“¿Se encuentra bien, señor Altin?”
“Sí, señorita Black-Hunter, disculpe el barullo”.
“¿Pero puede caminar?”
“No hay problema. Sigan, por favor”.
“¿Habla usted ruso?” Preguntó Sayaka sorprendida aún y en ruso. El joven se sonrojó al darse cuenta de que le había entendido y Sayaka se sorprendió de lo feliz que se sentía al haber logrado cambiar ese rostro tan serio que parecía portar siempre.
“Disculpe mi exabrupto, señorita”, dijo rápidamente en inglés. Esto atrajo la atención de Jean-Jacques, quien los miró con curiosidad. Isabella le sonrió.
“Sayaka habla ruso, Jean.”
“Wow, nuestra señorita tiene muchas habilidades escondidas”, rio este. “¿Algún otro idioma del que deba enterarme?”
“Francés y alemán.” Le suplió Isabella.
“Mi familia materna proviene de allá, por eso también hablo ruso”, comentó Sayaka, quien aún seguía mirando con curiosidad a Otabek, aunque el otro intentaba evitar su mirada. Estaba tan ensimismada con su descubrimiento que no le importó el que Jean-Jacques no estuviera al tanto de la historia de las familias importantes en el Reino Unido.
“Otabek también es de Rusia, ¿no es así?” Este asintió levemente, sin mirarlo. “Apuesto que podrían compartir historias. ¿Alguna vez fue a Rusia, señorita Sayaka?”
“No, la verdad es que nunca fui.” Esto último lo dijo mirando a Isabella pidiéndole con la mirada que la ayudara. Jean era dulce y buena persona, pero eso no quitaba el hecho que hablara como si le pagaran por ello.
“Jean”, le llamó Isabella, comprendiendo a su amiga, “¿Qué te parece si nos sentamos en aquellas bancas? Quería conversar contigo antes de tener que partir caminos”. Se volteó hacia los otros dos. “¿No habrá problema en esperarnos un momento?”
“Descuiden, sus secretos están a salvo conmigo”. Les respondió Sayaka con una sonrisa. “Señor Altin, ¿me acompaña?” Indicó unas bancas más alejadas de donde la pareja se iría a sentar, para darles privacidad. Otabek asintió y la siguió. Después de un par de segundos en silencio, la joven no se pudo contener más y comenzó a hablar, cambiando el idioma de vuelta. “Perdóneme el atrevimiento, pero estoy feliz de que finalmente nos encontremos solos y de saber que no pueden espiar nuestra conversación. Isabella ya habló por mí, pero quería agradecerle personalmente todo lo que hizo en la mañana por nosotras, en especial por haberse arriesgado por recuperar mi dije cuando no tenía por qué hacerlo”.
“No tiene por qué agradecerme, señorita. De no haber sido por usted, yo habría llegado muy tarde a ayudar a la señorita Black-Hunter”. El ruso de Otabek era pausado porque se notaba que su cerebro buscaba las palabras, pero el acento era idéntico al de su abuela. Seguramente hacía años que no tenía con quien practicarlo.
“Tonterías, usted bien vio que mi amiga estaba a punto de ahogarme sin querer. Usted fue quien lo evitó y nos puso fuera de daño a ambas, además de ser tan gentil de llevarme a mi habitación, así que se merece el crédito.” Sayaka sonrió y Otabek finalmente dejó de mirarle todo serio y le dedicó una pequeña sonrisa también.
“Como le dije en la mañana, igual creo que usted fue muy valiente, señorita”.
Sayaka recordó sus palabras y luego recordó lo estúpida que se había sentido a lo largo del día por todo lo que pasó. Y no es que se arrepintiera de haber saltado por Isabella, porque bien sabía que lo haría una y otra vez sin dudar.
Pero con cada paso que daba, Howard la arrinconaba. Cada vez que creía que podía cimentar su posición social, Howard estaba ahí para quitarle protagonismo, para esparcir rumores en su ausencia, para quedar él como el dulce amante de una pobre alma perdida y degenerada. Sus palabras al final de la cena ante el señor Cavendish, cuando sugirió que Sayaka buscaba
otro tipo de amistades al verla junto al grupo, solo habían provocado que creciera dentro de ella ese miedo inmenso al verse cerca de ser eliminada del único juego en el que había sido instruida desde niña. Charles lo sabía, Isabella y Scorpius también lo sabían, Erik lo sabía ahora, y su abuela lo sabía y no dejaba de aconsejarla como sea que podía. Pero nadie podía hacer nada por ella en realidad. Y por más que ella seguía intentando, Howard siempre iba medio paso por delante.
Recordó el funeral. Ese día había amanecido llorando la pérdida de su padre. Pero esa noche, después de la pelea con Howard, se había acostado llorando la pérdida de su vida y maldiciendo al difunto por haberla puesto en esa situación.
A la mañana siguiente, amaneció maldiciéndose a sí misma y yendo a la peluquería de la ciudad para cortarse todo su cabello con miras de castigarse a sí misma y castigar a Howard. Amargo fue el recibir una carta de una de sus conocidas apenas un par de días después, recomendándole doctores en Londres que podían curar la histeria de manera discreta y que le deseaba lo mejor en su recuperación mental. Por supuesto que donde ella veía un ataque, Howard veía una oportunidad.
Sayaka solía jactarse ante su abuela que su prometido era un estúpido, pero éste en realidad no lo era. La verdad era que cada día que pasaba, le temía aún más y más.
En ese momento, sentada sola con Otabek y rodeada por la oscuridad total del cielo y el mar, se sintió pequeña e indefensa como no se había sentido en tantos años. Incluso aún más bajo las palabras de Charles, quien la amaba tanto pero no entendía el miedo que sentía y acorazaba bajo rebeldía.
“No”, murmuró bajando la mirada y jugando con sus manos. “No soy valiente, señor Altin, le ruego que no repita esas cosas”.
Una mujer valiente ya se habría casado con Howard y no habría retrasado lo inevitable.
Otabek se quedó en silencio por un largo rato y Sayaka no se atrevió a corresponderle la mirada. Ya se había avergonzado demasiado en un día y ahora buscaba avergonzarse ante los empleados. Toda una joyita.
“Señorita”, comenzó nuevamente, “¿Me contaría por qué aquel dije significa tanto para usted?”
No pudo evitar mirarle sorprendida y con la boca abierta por aquel rápido cambio en la conversación. Al subir la mirada, el joven todavía le sonreía levemente, animándola con la mirada.
“Era de mi madre”, le contó, agradecida por haberla salvado de humillarse más. “El cariño viene de saber que era su favorito”.
“Era jaspe, ¿no?”
“Sí”.
“Nunca había visto a una señorita británica usando jaspe. Me pregunto por qué su madre la habría preferido por sobre otras piedras”.
“Mi madre tuvo un pretendiente antes de casarse con mi padre”, le confesó. En cierta parte se sentía aun en deuda con Otabek, y si éste quería hacerle preguntas, entonces ella respondería hasta sentir que la cuenta estaba saldada. “Ella nació y se crio en Rusia, pero por diversas circunstancias su familia se mudó al Reino Unido. Antes de partir, su pretendiente le hizo aquel regalo para que le recordara, ya que era muy probable que jamás volvieran a verse”.
“¿Y jamás se volvieron a ver?”
“En efecto. Mis padres se casaron y aquel hombre también se casó allá en San Petersburgo”. Después de eso ambos se quedaron en silencio. Otabek parecía pensar en la historia que Sayaka le había contado y esta no sabía qué más agregar. El silencio, sin embargo, fue uno más cómodo que el anterior.
“Señorita, si no es de mi incumbencia retiraré las preguntas, ¿pero podría saber cómo se llegó usted a enterar de la historia?”
“No se preocupe, no veo nada de malo en su pregunta. La historia me la contó mi madre cuando era niña, ella solía contarme historias sobre su tiempo en Rusia. Sin embargo, nunca supe si mi padre se enteró de la historia del dije. Su matrimonio fue arreglado, pero llegaron a amarse mucho, así que no sé si mi madre vio conveniente contarle una historia de un amorío de joven”.
“¿Qué otras historias le contaba su madre?” Preguntó con un tono divertido. Sayaka no pudo negarse, a pesar de que sabía que era estúpido divulgar sus cosas con los empleados, Otabek era muy respetuoso y se veía realmente interesado en lo que decía.
“Me contaba sobre lo magnífica que era la calle Bolshaya Morskaya… Caminar luego por la avenida Nevsky, cruzar el Moyka…” sonrió al recordar. “Una vez vio a una mujer lanzar a su esposo al Moyka en pleno invierno”.
“¿En serio? ¿Qué pasó?”
“Ese día había salido a pasear en coche con mi abuelo, y al ver la escena, éste salió apresurado a ayudar a la policía. Cuando interrogaron a la mujer ahí mismo, esta dijo que podía soportar que el hombre le engañara, que se acostara con su hermana y que apostara. Pero que no iba a tolerar que se llevara el dinero con el que ella se compraba su vodka”. Otabek rió levemente y la sonrisa de Sayaka se ensanchó al escucharlo. Se reía suavemente y su voz era profunda, como el bramido del mar. “¿Dónde vivía usted en Rusia, si me permite saber?”
“Viví en Moscú, pero sí llegué a conocer San Petersburgo por trabajo”.
“¿Y cuál de las dos ciudades le gustó más?” Otabek se quedó callado ante esta pregunta y su semblante se volvió serio y cerrado otra vez. Miró de costado hacia donde Jean e Isabella estaban sentados, enfrascados en su propia conversación. El Otabek de antes, el que había reído ante la anécdota, parecía algo que la misma Sayaka había imaginado. Pues bueno, si él había sido lo suficientemente considerado de cambiar el tema antes por ella, Sayaka debía devolverle la cortesía. “¿Conoce usted a la familia Leroy?”
“Trabajo para ellos desde hace varios años”.
“¿Son buenos?”
¿Querrán a mi Bella como yo la quiero?“Son muy buenas personas, señorita”.
“¿Y Jean-Jacques?”
¿La cuidará? ¿La amará? ¿Le dará lo que siempre soñamos de niñas?“El señor Jean-Jacques…” Otabek miró a este con una sonrisa. “Tiene una de las almas más nobles en el mundo. La señorita Black-Hunter no podría estar en mejores manos”.
“Gracias…” Y en verdad le creía. Su tono sincero, su amabilidad, su interés. Por supuesto que le creía. “¿Y cómo así llegó de Rusia a Canadá?” Pero de la nada, cuando intentó retomar la otra conversación, Otabek se levantó, interrumpiéndola. Le ofreció la mano para ayudarla y Sayaka la tomó, quedando ambos cerca y frente al otro.
“Ya es muy tarde. No creo que favorezca a la causa de la señorita el estar levantada a estas horas con mi señor”. La chica se lo quedó mirando por un buen rato, pensando en que…
“Tiene razón, señor Altin”. Asintió, cambiando al inglés y elevando su voz para que Isabella se diera cuenta y pudiera irse despidiendo. “Perdone haber abusado de su paciencia”. Se volteó para ir hacia sus amigos, pero sintió la mano de Otabek tomarla de la muñeca. Giró, sorprendida, y vio que el otro le miraba de la misma manera, soltándola rápidamente.
“Discúlpeme”. Sayaka tomó su muñeca con la otra mano, pero siguió mirándolo, esperando. Al darse cuenta de que ella no iba a ceder, prosiguió. “No quería… No quiero que piense que no he disfrutado nuestra conversación, señorita”.
“Eso es muy inoportuno, señor Altin”, respondió aún enojada por el desplante, pero al ver cómo sus ojos se veían incómodos, pudo saber que en verdad se sentía arrepentido.
“Lo sé, pero ello no le quita verdad. Quiero agradecerle el haber compartido un pedazo de usted conmigo. Discúlpeme”. No supo qué responder a eso, pero en ese momento se acercó la otra pareja.
“Pasaremos primero por mi habitación si está bien contigo, Sayaka. Luego Jean te dejará en la tuya”.
“No hay problema. Será mejor así. Vayamos”.
El camino hacia la habitación de Isabella fue horrible para la joven. Cualquier intento de conversar con sus amigos fue en vano, ya que no dejaba de pensar en lo último que le había dicho Otabek. Se sentía como una maleducada al haber tenido aquella conversación, aquellas disculpas sinceras, y no haberle dicho nada a cambio. ¿Qué pensaría él? Seguramente ya no la veía como una joven valiente, sino como otra joven británica más a la que solo le importaba la compostura. Pero eso era ella en realidad, ¿no? De no importarle nada de eso, no estaría en el embrollo en el que estaba metida.
Llegaron a la puerta de la habitación de Isabella.
“Será mejor que entre por un momento”, les dijo Sayaka. “¿Me esperarían?”
“Por supuesto. Tómese su tiempo”. La chica aceptó y tocó la puerta de la habitación. Isabella le dio un último apretón de manos a Jean y se alejó de él justo cuando una de sus sirvientas abrió la puerta. Las dos entraron y esta se cerró.
“Vengo a dejar aquí a mi buena amiga. Tuvimos una velada muy agradable, espero que la suya también haya sido así”, dijo Sayaka entrando junto a Isabella. Las criadas presentes le agradecieron y le invitaron a quedarse por un momento, pero se negó.
“Gracias por todo, querida”. Isabella le dio un fuerte abrazo. “¿Nos veremos mañana?”
“No estaré libre hasta el baile de la noche. Será mejor que esperemos… Oh, me olvidé de contarte. Charles tuvo una linda sorpresa conmigo, Scorpius está en el Titanic”.
“¿Scorpius está aquí?” Sonrió, igual de emocionada que Sayaka al ver a su amigo. “No les perdonaré el habérmelo ocultado, pero lo dejaré pasar por ahora. Estoy muy feliz de verlo después de tanto tiempo como para enojarme”.
“Me parece muy bien de tu parte”.
“Debiste de haberte casado con Scorpius cuando pudiste”.
“¿E irme a vivir a Francia? No sabía que me guardabas tanto rencor”. Isabella rio y apretó sus manos.
“¿Seguiremos mañana con el plan que trazamos?”
“¡Oh! ¡Me había olvidado de eso!” rio. “Sí, antes de dormir se lo repetiré a Mila, pero definitivamente seguiremos con el plan. ¿Cuento con que tus criadas son confiables?”
“Lo son. Tienen instruido tomar el té aquí para esperarte apenas llegues en el momento en que tú veas más oportuno”.
“Muy bien. Finalmente algo de diversión”.
“Ahora ve, ya te entretuve demasiado. Jean y el señor Altin han de estar congelándose allá fuera”. Ambas se besaron en la mejilla e Isabella llamó a una de sus criadas para que le abriera la puerta a la otra.
“Disculpen la demora, ya podemos ir”. Jean le ofreció su brazo a Sayaka y se enrumbaron hacia su habitación, con Otabek atrás de ellos.
“Quiero que sepa que estimo muchísimo a Isabella”. Ok, Sayaka no esperaba que esa conversación llegara tan rápido. “Y sé cuánto la estima Isabella a usted. Por ello quiero que seamos amigos, señorita Sayaka. Debo decir que tenía miedo de usted por lo que me había contado Isabella, sobre su fuerte personalidad, pero puedo decirle sinceramente que deseo ser amigo suyo más allá de mi interés por ella”.
“Jean…” Sayaka se detuvo y lo miró. Aquella franqueza y dulzura… Recordó la mañana, cuando se sintió increíblemente celosa de su amiga por esto. No pudo evitar sentirse así nuevamente, pero se tragó el trago amargo y se sintió honestamente feliz por Isabella. “Haré todo lo posible por ayudarlos, no tengo duda. El señor Altin”, se volteó a mirar al aludido, quien se veía ligeramente sorprendido de haber sido incluido en la conversación. “Solo ha tenido buenas palabras sobre usted y le creo. Así que yo también deseo ser su amiga”. Jean rio emocionado y miró a Otabek.
“De haber sabido que serías la clave para tener la aprobación de la señorita Gracie, te habría mandado a ti en la mañana a que la conocieras en vez de haber ido yo”. El valet se encogió de hombros y los otros dos se echaron a reír.
“Seguramente eso habría sido más rápido, es verdad”, miró a Otabek a los ojos, sonriéndole. “Yo también disfruté conversar con usted esta noche, señor Altin. Gracias por compartir algo de usted conmigo”.
Antes de ver siquiera su reacción, le dio la espalda y apresuró el paso con Jean para llegar a su habitación. Una vez tocó la puerta, se despidió rápidamente y entró con pasos apresurados hacia su habitación.
Haberle agradecido a Otabek había sido lo único valiente que había hecho aquel día. Y se sentía bien sentirse un poquito valiente.
Ese, sería el segundo recuerdo más grato de la noche.