“¿Sayaka?” Preguntó sorprendido y echándose a reír junto a ella.
“Para servirlo, Monsieur Malfoy”. La chica le hizo una reverencia y le guiñó un ojo tras su abanico. “Estoy a su completa disposición.”
El baile estaba en todo su esplendor. Ya casi nadie se encontraba sentado en las mesas, bailando animadamente o conversando en los alrededores de la pista, disfrutando de la champaña y del vino, que parecían nunca acabarse.
Sayaka había bailado una pieza con Charles y luego se fue a sentar a la mesa a saludar a la señorita Darwin, quien se encontraba contándole a Erik todo el problema que hubo con su maleta perdida el día anterior y la mala organización del barco, el cual también zarpó tarde del puerto por la pésima comunicación entre la tripulación. Después llegó a unírseles la señorita Darcey junto al señor Talmage-Atwood, a quienes sorprendió con su apariencia y agradeció que no hubieran entendido la broma que les hizo en aquel momento, aunque Charles le pellizcó la pierna por debajo del mantel.
Hablaron un largo tiempo y compartieron algunos chismes del día, cuando llegaron Jean-Jacques e Isabella a saludar, pero mientras Isabella se sentó a descansar, Jean le ofreció su mano a Sayaka y le pidió que le concediera esa pieza, con una gran sonrisa. Al recordar la conversación de la noche anterior, cuando este le ofreció su sincera amistad, la menor aceptó entusiasmada y se levantó, jalándole a él de la mano y llevándole a la pista de baile.
Si alguien le hubiera dicho tan solo un par de días atrás que tendría uno de los bailes más divertidos de su vida con un parlanchín de la nueva burguesía, y católico por sobre todas las cosas, se habría reído de esa persona y pedido a su mayordomo que le expulsara de sus tierras.
De vuelta en la mesa comenzó a debatir con la señorita Darwin sobre Machu Picchu, una maravilla arquitectónica de los antiguos incas, la cual había sido recientemente descubierta por un explorador en sus andanzas por aquel valle sagrado. Sayaka debatía justamente que no se podía hablar de un “descubrimiento” porque los nativos conocían su locación y aún era frecuentada justamente por ellos como zona de peregrinaje religioso, así que “descubierta” realmente no había sido… Pero antes que pudiera seguir hablando de esto, Charles le llamó.
Había llegado el invitado de honor.
“Te ves preciosa”, Scorpius le tomó con una mano de la cintura y con la otra de la mano para unirse al baile que acababa de empezar. Los músicos comenzaron un paso de foxtrot y Sayaka sonrió. Uno de sus ritmos favoritos. “¿Por qué el atuendo?”
“Para escaparme de Howard”, rio. “Una cosa es una máscara, pero no se le ocurrirá posar su mirada en una chica de pelo rubio. Y aunque se entere de que estás aquí, no sabrá quién soy yo.” Comenzaron a bailar rápidamente y se unieron a las risas de los demás, contagiados por el momento.
“Uhm…”, dijo sonriéndole con picardía. “Pero tú no sabías que yo vendría al Titanic, así que algo más tenías en mente al momento de traer una peluca contigo abordo.”
“Como dije, para escaparme de Howard. No te sientas especial, que el orgullo no se le ve bien a nadie.”
“En ese caso no podría soportar mirarte, ¿no crees?” Sayaka se limitó a alzar una ceja en señal de advertencia y Scorpius rio. Sabía que era uno de los pocos a los que la chica le toleraba franquezas, así que no le importó mucho el pequeño enojo.
Terminaron la pieza en silencio y comenzaron otra.
“¿Tan mal lo de Howard?”
“Igual o peor. Ya no tengo idea, ya.”
“Aún podemos escaparnos.” Y sonó tan sincero al decírselo.
Lo peor de todo es que Sayaka lo había imaginado mil y un veces. Escapándose con Scorpius a París, libre de Howard, libre de poder respirar en paz. Con alguien a quien quería inmensamente…
Y completamente pobre. Con un hijo en brazos al que jamás le podría dar algo digno de él, porque su padre no tenía títulos ni tierras más allá de su apellido. Teniendo que sobrevivir de las dádivas de Charles, teniendo que vivir en un departamento pequeño de soltero, encerrada ahí. Soportando los susurros y chismes, en un lugar distinto, lejos de los pocos a los que quería y de sus enemigos que al menos conocía.
Howard era una sentencia en vida, pero esta le dejaba aún algo de dignidad. Scorpius era una libertad con trampa. No era más libre con Scorpius que con Howard.
“Déjate de tonterías”, le dijo riéndose para ocultar la profunda tristeza que la consumía. “Ya encontrarás a una chiquilla parisina que será mil veces más linda que yo y con mejores modales. Nosotras las inglesas no somos más que problemas.”
“Pero no será una princesa.” Sayaka rio.
“No, no lo será. Pero muy princesa tampoco es que yo lo sea.”
“Pues constatémoslo con un viaje a Rusia. Apenas pises el lugar te pondrán la alfombra roja reservada a los zares.”
“¿A una inglesa anglicana? Entonces te pediría que vengas conmigo, un francés católico. Muy lindo nos la pasaremos.” Scorpius rio.
“¿No te dije que estábamos hechos el uno para el otro?” Y la chica, contagiada todavía por el momento, por las risas, por la música, por cómo la miraba su amigo, asintió.
El baile terminó y Scorpius la llevó tomada de la mano hacia uno de los mozos que repartía champaña y ambos tomaron una copa. Sin embargo, no volvió hacia la mesa en la que estaban sentados los demás, sino que se adentró en el salón hasta llegar a un rincón donde no mucha gente pasaba ni prestaba atención. Tuvo un mal presentimiento.
“Dime”, preguntó Scorpius con timidez, pero mirándola fijamente. “Si tuviera dinero, ¿te habrías casado conmigo, Sayaka?”
Se quedó en silencio, con el labio temblándole del miedo que sentía por su propia respuesta y por lo que Scorpius pensaba de ella.
“No es el dinero o los lujos, Scorpius.” Intentó explicar, porque en verdad no era ese el problema. En parte. “Me pides abandonar mi casa, el país en el que nací, a la poca familia que tengo. Y tener que soportar a la aristocracia francesa compadecerme, tener que escuchar nombres que sé que no tienen lugar ni cabida sobre mí. Tener que verlos destruirte.” Scorpius negaba con la cabeza y los ojos cerrados. “¿Cómo quieres que soporte todo ello?” Preguntó desesperada, deseando poder hacerle entender. Scorpius abrió los ojos y siguió mirándola con cariño, haciéndole que doliera aún más.
“Sigues sin responder a la pregunta.”
En silencio, asintió. Porque si Scorpius tuviera dinero… Sí. Sería todo distinto.
Se quedaron en silencio un largo rato, con Scorpius discretamente acariciando su mano con su pulgar sin que nadie les viera. Sayaka no podía alzar la mirada, no se atrevía a verlo, pero al otro no le inmutó en lo más mínimo y siguió sonriéndole y consolándola por ese instante.
“¿Cómo se llama, señorita? Creo que no nos introdujimos antes de empezar a bailar.”
“Alice Green, de segunda clase. Voy a Nueva York a probar mejor suerte.” Scorpius tomó su mano y se la besó.
“Concédame otra pieza, señorita Green. Quiero que esta noche sea nuestra.”
“Sí”, finalmente habló, finalmente lo dijo. “Por favor.”
“¿Señorita Gracie?” Fue un susurro, indeciso, pero ella lo escuchó. Al voltearse, Sayaka vio a Otabek, quien la miraba tratando de corroborar si era ella o no bajo la peluca.
El baile aún no acababa, pero después de bailar por horas, Sayaka ya había tenido suficiente. Sentirse de Scorpius, aunque sea por una noche, había sido bello. Pero no podía quedarse viviendo de sueños imposibles, no. Tenía que volver al camarote de Isabella y calmarse, para pensar en qué diría a Howard llegada la mañana. Al salir del lugar se había quitado la máscara, por lo que no le sorprendió que al valet de Jean le fuera más fácil reconocerla.
“Señor Altin.” Respondió esta, confirmando su identidad y acercándose para poder hablar en ruso y así no les incomodaran. “Espero sea tan gentil de guardarme el secreto.”
“Por supuesto. Pero ¿podría atreverme a preguntarle el porqué de su atuendo?”
“Lo lamento, pero eso no se lo diré.” Sayaka le sonrió divertida. El joven asintió e inclinó su cabeza dando a entender que la conversación quedaría ahí, pero la chica se sentía en muy buenos ánimos como para dejar de hablarle. “¿Está esperando al señor Leroy?” Otabek le miró y asintió.
“En efecto.”
“Me temo que tendrá que esperar más. Isabella está teniendo la noche de su vida, así que dudo que deje ir todavía al buen Jean.”
“Gracias por avisarme”. Sayaka le sonrió, sin saber qué más agregar, hasta que el mismo Otabek sorprendió a ambos al seguir hablando. “¿Ha tenido una buena velada?”
“Ha sido muy satisfactoria y he podido divertirme. Gracias por su interés.”
“No es nada. Esperaba que finalmente hubiera pasado una buena noche.”
“¿Por qué lo dice?” Preguntó extrañada por el comentario.
Ambos se quedaron en silencio. Otabek dejó de mirarla a los ojos, lo que Sayaka recordó que era el gesto que hacía cuando quería cambiar de tema. Anoche había cedido por agradecerle al hombre sus atenciones, pero ahora sentía que la cuenta estaba saldada. No tenía por qué complacerlo más, sobre todo si es que hacía un comentario tan personal como ese.
“¿Qué es lo que piensa?”, presionó.
“Disculpe el atrevimiento…” Dijo con la mirada puesta al frente, hacia las puertas del baile, sin encararla. “Solo me alegraba saberla feliz después de haberla visto tan incómoda durante el día junto al señor Link.”
Otabek se había dado cuenta.
“Señor Altin,” comenzó después de un breve silencio incómodo. “Como le dije, aún falta para que el señor Leroy salga a buscarlo. ¿Sería tan gentil de acompañarme hasta la habitación de la señorita Isabella mientras tanto?” Si su pedido en algún momento sorprendió al otro, este no lo dejó notar. Asintió y con un gesto de su mano le pidió que avanzara delante suyo.
“Por supuesto.”
Ambos caminaron en silencio hacia los camarotes, pero Sayaka aprovechó el ir por delante para cambiar la ruta sin que Otabek pudiera quejarse o sugerir retomar el camino. Siguió sin dar explicaciones hasta que encontraron las bancas donde se habían sentado la noche anterior, que al igual que entonces, se encontraban desoladas. En esta ocasión, sin embargo, no se sentó en ellas y dio unos cuantos pasos más para cerciorarse que no hubiera personas cerca que les pudieran incordiar. En cuanto estuvo segura, caminó hacia las barandas y se apoyó en ellas, cruzada de brazos. Se volteó hacia Otabek y lo invitó con la mirada a que hiciera lo mismo; después de todo, aún seguía usando la peluca y a nadie le importaría que una donnadie se encontrara tan cercana a un valet.
“Hasta este momento usted ha sido muy gentil y generoso conmigo, por lo que espero que guarde con cautela lo que le preguntaré, ya que no es digno de mi persona. Pero quisiera que me explicara cómo llegó a la conclusión de que me encontraba incómoda junto al señor Link.” Porque Sayaka, hasta este momento, estaba completamente convencida de que había tenido un día exitoso (dentro de lo que podía esperarse) con Howard, y que de ninguna manera su rostro podría haber denotado cualquier tipo de incomodidad. Es decir, si todos sus conocidos con los que habían frecuentado durante el día no habían notado absolutamente nada, un valet como Otabek mucho menos debería de haberlo hecho.
“No es mi intención molestarla…” comenzó, nuevamente evadiendo su mirada.
“Por favor, no me molesta. Dígamelo, sea franco conmigo.” Otabek suspiró.
“En la mañana, el señor Link era quien llevaba el ritmo mientras caminaban y dominaba la conversación, cuando usted es una persona que prefiere llevar siempre el rumbo de los encuentros. Luego en la tarde, cuando la vi entrando a almorzar, miró a la señorita Isabella y luego al señor Link de reojo, aparentando luego que no nos había visto. De lo que he asumido, usted no es una persona que suela esconderse o avergonzarse. Y ayer me quedó muy claro cuánto estima a la señorita Isabella. ¿Por qué no se acercaría a saludarla?”
Uno, dos, tres…
“…Usted tiene toda la razón.” Respondió sorprendida.
Sus miradas volvieron a encontrarse, pero el valet rápidamente volvió a romper el contacto y siguió mirando el mar.
Todo lo que decía Otabek era cierto. Aquella sumisión y nerviosismo eran cosas que no podía controlar, pero que al menos, intentaba reducir para que los demás no creyeran que algo estaba mal. Alguien estúpido como Howard, que no comprendía los sentimientos de nadie, jamás se habría llegado a dar cuenta. Isabella, su mejor amiga, había notado su incomodidad, pero ella estaba al tanto de sus problemas con Howard. Y dudaba mucho que alguien le hubiera contado a Otabek los pormenores de su situación como para que él hubiera hecho tan aguda observación. Por más cercano que fuera a su señor, y por más hablador que fuera Jean-Jacques, dudaba que traicionara la confianza de Isabella.
Y después de ellos, a nadie le importaban los sentimientos de una mujer. Más allá de si sus reacciones servían para alimentar algún rumor que le pudiera hacer daño tanto a ella como a Howard, no importaba qué pensaba.
“Es muy observador, señor Altin.”
“¿No está enojada?” Preguntó tras una pausa.
“Por supuesto que no, sería una niñería el enojarme cuando he pedido la verdad y me la dan.” Otabek asintió y ambos se quedaron callados, aunque ahora se trataba de un silencio cómplice. El valet le estaba dando tiempo para que pudiera ordenar sus ideas y desahogarse. “Si no me caso con Howard…”, comenzó después de un largo rato, “Perderé el derecho a mi casa. Mi padre sobornó al verdadero heredero y se hizo un contrato en el que la propiedad y el título pasarían a mi señor esposo, pero Howard fue el abogado que contratamos para aquel arreglo, por lo que aprovechó de cortejarme y pedirle la mano a mi padre para que fuera su nombre el que figurara en todo lo legal. Es su nombre el que está en el contrato y no un espacio vacío.” Nuevamente se quedaron en silencio, hasta que Sayaka encontró más valor dentro de sí misma. “Le detesto. Hace… Hace poco falleció mi señor padre. No se encontraba bien de salud últimamente, pero no esperábamos que le diera un ataque cardiaco durante una cacería. No pudimos hacer más por él, pero… Pero el día del entierro…” Tomó aire. “Me quebré. Ya no tenía a mi madre conmigo y ahora mi padre, quien siempre fue tan bueno conmigo, me había dejado. Fue en ese momento, en el que hice una vergüenza de mí ante todos, que Howard mostró sus verdaderos colores. No le importaba en lo más mínimo que mi padre hubiera muerto, sino que le avergonzara como una loca frente a todos los invitados al funeral. Que no me hubiera comportado como se esperaba de mí. Que no hubiera pensado en él, cuando yo no podía respirar entre tanto dolor.”
Decir todo eso se sentía tan liberador. Sentía que recobraba algo de terreno cada vez que contaba su historia. A lo mejor por eso su terreno era tan pequeño y Howard era dueño de todo el resto.
“No puedo zafarme de mi situación, pero intento sobrellevarla. Por eso le hice aquella pregunta, quería entender qué es lo que vio en mí para darse cuenta, porque nadie más puede saberlo.” Esto último lo dijo con un claro tono de advertencia. “Si voy a vivir así el resto de mis días, debo encontrar las fallas y solucionarlas. No dejaré que nadie me compadezca, porque yo sola me metí en este problema.”
“Engañada.”
“¿Qué dice?”
“Se metió en ese problema engañada. De haber sabido que usted no le importaba a Howard, tal vez otro habría sido el resultado.”
“No, no me vea como una santa en este asunto”, dijo con amargura, recordando al pobre Scorpius. “He rechazado a gente antes por no ser de mi propia condición social, por no tener el mismo estatus que yo. Gente a la que verdaderamente quise, pero inferiores a mí en todo sentido posible. Engañada o no, es lo que me merezco.”
A Otabek se le escapó una risa, pero cuando volteó a verlo, este ya había arreglado su semblante.
“¿Qué le parece divertido?”
“Pareciera que estuviera dando los términos de un desafío.” Pero antes que Sayaka pudiera preguntarle qué quería decir con esto, prosiguió. “Debería irme. Mi señor ya debe de estar pronto por salir.”
“Claro.” Sayaka asintió. “Muchas gracias por todo lo que ha hecho por mí, y disculpe mi comportamiento y mis comentarios. Confío en que no se lo contará al señor Leroy, no quisiera espantarlo de Isabella por nuestra amistad.” Rio. Era todo un desastre, yendo a diestra y siniestra haciendo estupideces como confiar en valets y ni siquiera estaba en sus días como para culpar a la histeria.
“Mi señor sería muy imprudente y me vería obligado a darle mi carta de renuncia si es que rechazara a la señorita Black-Hunter por tener a una persona tan sensible e inteligente como amiga suya.”
“Las falsas loas no se ven bien en boca de nadie, señor Altin.” Dijo con una risa sarcástica, pero al voltearse a verlo se encontró con una mirada seria y… ¿Enojada? Nunca había visto al valet perder el control de sus emociones de esa manera, lo cual la intimidó, hasta cierto punto.
“No soy un mentiroso, señorita.” Dijo elevando su tono de voz, dejando en claro cómo se sentía al respecto. “Usted quiso que fuera honesto y lo soy.”
Sayaka buscó en su mente alguna respuesta irónica o cortante, pero se sentía incapaz de hacerlo ante alguien que hablaba con el corazón. Y se sentía intimidada también. Nadie le había hablado con esa confianza antes, no había conocido a un hombre tan seguro como a este. A lo mejor era porque en realidad no tenía nada que perder ante un exabrupto como ese más que su trabajo. O era simplemente quien era, sin miedos a nada.
Cómo deseaba ser más como él.
“De ser así, agradezco sus palabras de todo corazón, señor Altin. Disculpe por dudar de usted.”
“Las disculpas no me las debería pedir a mí. Debería pedírselas a usted al negarse a abrir los ojos a quien es en realidad. Con permiso.”
Nunca había sido tan fuertemente golpeada.
Y era justamente lo que necesitaba.
“¡Señor Altin!” Le gritó antes de que se fuera. Otabek se detuvo en seco y se volteó a verla, algo sorprendido por la desesperación en la voz de Sayaka. Esta caminó hacia él hasta quedar cerca, mucho más cerca de lo que debería. “Llámeme Sayaka, por favor. Al menos…” Bajó la mirada, sonrojándose. “Al menos entre nosotros. Nunca me pareció correcto que los amigos se llamen por sus apellidos.” El valet se quedó en silencio por unos instantes, pero le tomó de las manos, obligándole a verle. Sayaka alzó la mirada, sorprendida por la confianza que se había tomado, pero se olvidó de cualquier tipo de etiqueta al ver cómo su sonrisa llegaba a sus ojos y estos se veían aún más rasgados, volviéndole más guapo.
“Y usted puede llamarme Otabek a mí, Sayaka.”