Prompt que me quedé con las ganas de terminar en la última actividad </3
La herida de bala en su costado le ardía al ritmo de su respiración, por muy baja que intentara mantenerla. Si el disparo le había dado en algún órgano o no era una incógnita con la que probablemente moriría, con suerte, desangrado en aquel callejón antes de que dieran con él.
El cemento crujió bajo unos pasos acelerados que se acercaban, confirmando que a pesar de todo lo que le había hecho pasar, aquel día la fortuna no le iba a sonreír. Ezio podía ver a contraluz la figura borrosa de los dos matones que Grimaldi había enviado tras él. Había llegado demasiado lejos, tirado demasiado de la manta. Ya no podía volver atrás.
- ¿Sigue vivo?
- Voy a asegurarme de que no.
Ezio tosió sangre al intentar hablar, pero antes de que pudiera hacer un gesto para invitar a aquellos dos a terminar la faena otra figura entró en escena, aterrizando desde lo alto entre él y los dos matones.
Aún a las puertas de la muerte, la reconoció perfectamente, pudiendo apreciar la ironía de ser una de las pocas personas cuya suerte había cambiado a mejor al cruzarse con un gato negro.
Fresca y lista para el combate, la
gattina despachó a los dos matones en movimientos borrosos para Ezio, que alternaba entre la consciencia e inconsciencia a ratos. La pelea debió durar bastante o ser más intensa de lo que había percibido, pues cuando la mujer se agazapó a su lado, tenía un moratón en la mejilla y un corte en la barbilla.
- ¿Todavía estás vivo, Águila? – Felicia estaba intentando sonar serena, pero Ezio quería pensar que algo en su voz delataba lo intranquila que estaba. – ¡Contéstame! ...Por favor…
- Lo estoy,
gattina... – Respondió haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban. – Lo… estoy…
Ezio no recordaba cuando había perdido la consciencia definitivamente, ni si había despertado en algún momento previo. Pero al despertar, vio que la luz que entraba por la ventana era de un anaranjado oscuro, propio de un anochecer, y que por primera vez en casi un mes, no sólo estaba en una cama de verdad, sino también en una habitación de verdad.
A través de su visión aún borrosa pudo percibir la figura de Felicia, con ropas sencillas pero manchadas de sangre. La mujer estaba inclinada sobre su abdomen, y por algún motivo, Ezio recordó que aquella postura siempre llevaba a buenos momentos, por lo que soltó una risita, e inmediatamente ésta levantó la cabeza. Al mismo tiempo, una mano presionó su pecho; un gesto innecesario, considerando lo mareado que estaba.
- Quédate quieto. – Le insistió Felicia. – Esto es serio.
- ¿Estoy vivo,
gattina? – Preguntó Ezio, por decir algo. Se sentía extrañamente animado.
- Bueno… no lo firmaría aún. – Suspiró la mujer. – Si te quedas quieto y puedo sacarte la bala, quizá tengas posibilidades.
Era una chica lista, aquella
gattina. Llamar a un médico profesional levantaría demasiadas sospechas, y aunque la medicina no fuera su campo, al menos podía confiar en la destreza de unas manos de ladrona. Tampoco podía ser mucho más quisquilloso en aquellos momentos, pues aparte de una cirugía casera, no tenía muchas más posibilidaes.
Dejó caer la cabeza sobre el colchón con pesadez, cerrando cada vez más los ojos con cada parpadeo ante la llamada de la inconsciencia. Cuando estaba a punto de quedarse dormido de nuevo, la voz de Felicia lo sacó de la oscuridad.
- ¿Cómo de seria es la cosa?
Al instante, Ezio siseó al sentir un pinchazo en el costado. Apretó los labios para evitar que se escapara cualquier otro sonido indigno, respirando fuertemente unos segundos antes de asegurarse de que el dolor no pasaría de un pinchazo.
- No sé… dímelo tú, que eres la que está operando.
- Me refiero a cómo has llegado a enfadar a Grimaldi tanto para que pase ésto. – Le reprochó la mujer, negando con la cabeza. – Tiene mala pinta.
- Muy mala,
gattina.
Ezio sólo soltó una risa, aunque no había nada gracioso en su situación. Cuando los peces gordos como Grimaldi empezaban a mover ficha contra ti personalmente, empezaba el principio del fin. Después de tanto tiempo, ni siquiera estaba seguro de si era algo malo, si no merecía que por fin terminara aquella guerra personal que cada vez dudaba más que podría ganar.
- No sé ni cómo voy a salir de ésta. Cuando termines, me largaré.
- No. No podrías ni arrastrarte para salir de mi habitación. – Replicó Felicia, dejando caer algo en el suelo algo que hizo un ruidito metálico. – Ni siquiera cuando se te pase el efecto de la plasmorfina, tienes un par de huesos rotos.
- Oh,
gattina, ¿quien querría salir de tu habitación?
Ezio rió con su propio chiste, satisfecho al ver cómo Felicia esbozaba una media sonrisa, y entre risas, volvió a quedarse dormido.
Cuando volvió a despertar, se encontraba mucho mejor. Tenía un brazo vendado y no podía apoyar una pierna en el suelo, pero aún así, cojeó hasta el baño. Ya le había dejado las sábanas hechas un desastre de sangre a Felicia, y aunque se lo mereciera por la última vez (y la penúltima), no iba a mear en ellas… al menos mientras tuviera que dormir en esa cama.
Para cuando cojeó de vuelta, la susodicha estaba allí, con una bandeja con comida.
- ¿Y dónde está Leo? – Preguntó Felicia, sentándose a su lado y pasándole el desayuno.
- Se escondió antes de que empezara todo ésto. Otro nombre y bien lejos de aquí, ni siquiera lo sé yo.
Ezio sólo esperaba que la tapadera de Leonardo durara lo suficiente para que no le pasara nada hasta que todo aquello terminara, fuera como fuera el final. Comió los cereales y las galletas con un hambre que no se había dado cuenta de que tenía hasta el momento. Felicia lo observaba con atención, tomando su desayuno de una forma mucho más modesta.
- ¿Cómo sabías dónde estaba? – Le preguntó una vez pudo parar de comer.
- Estaba estudiando el área para la próxima exposición de los Medici cuando vi que te iban siguiendo los matones de Grimaldi. Iba a dejarlo pasar pero… cuando vi que tardabas en salir del callejón…
Felicia se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cara al tiempo que desviaba la vista. Tensó los labios, y Ezio quería pensar que se preocupaba de verdad. Que a pesar de todo lo que estaba pasando, lo que sintiera por él era algo real. Lo único real en aquellos momentos.
Quiso llevar la mano a su barbilla, girar lentamente su rostro, besarla. A Felicia nunca se le había dado bien expresar sus sentimientos, él lo sabía bien, y no siempre se necesitaban palabras.
Pero antes de que pudiera moverse, Felicia encontró el aliento.
- Sólo quedaban dos, y no creo que vayan a contar nada a nadie de mí.
Ezio sólo tragó saliva fuertemente, dejando que pasaran unos segundos mientras recuperaba las piezas de su orgullo. Cuando se sintió con fuerzas, esbozó una media sonrisa, alzando una ceja.
- Si lo has hecho para que te perdone lo de las dos últimas veces…
- ¿Qué? – Felicia giró el rostro hacia él, con los ojos entrecerrados. – No lo he hecho por eso.
Bufando, la mujer se levantó, cruzándose de brazos frente a él. Ezio se mordió el labio inferior, sintiendo un vacío en su pecho. De nuevo sintió la tentación de alargar la mano hacia ella. Rodear su cintura con sus brazos y apoyar la cabeza en su vientre, agradecerle su presencia, su apoyo. Su amor.
Pero su cuerpo no se movió. Quizá estaba demasiado cansado de luchar contra Grimaldi y de perseguir a Felicia, cuando ninguna de las dos cosas parecía llegar a un final que pudiera satisfacerle lo más mínimo.
- Piensa lo que quieras, y aprovecha que nadie sabe de momento que estás aquí.
- ¿Tienes alguna sugerencia sobre cómo podríamos aprovechar el tiempo?
Ezio le dirigió una sonrisa de medio lado, y cuando Felicia soltó una risita, acercándose de nuevo a la cama, supuso que podría ser suficiente. Como debía ser para un hombre que podía caer lleno de balas antes de que diera el primer paso hacia la calle.
Muchas mañanas después, Ezio se despertó, y buscó el cuerpo de Felicia aprovechando que ya podía mover su cuerpo con casi total comodidad. Al fin y al cabo, la
gattina no había tardado en ceder a sus impulsos, y aunque no tenía la mayor movilidad posible al principio, habían encontrado maneras de solventar los impedimentos físicos.
Los impedimentos emocionales habían sido otro tema, uno que ninguno de los dos había mencionado en ningún momento.
- ¿
Gattina?
Nadie le respondió.
Ezio se levantó de la cama, y antes de ver la nota en la mesilla, supo que no estaba ni en el baño, ni haciendo el desayuno. Cuando se fijó en el trozo de papel, ni siquiera la leyó. Conteniendo un grito de rabia, la arrugó en un puño, tirándola a la otra punta de la habitación.
Aunque ahora volviera a tener un escondite al que llamar hogar, estaba mucho más solo que cuando lo habían recogido de aquel callejón.
Weren't we like a battlefield
Locked inside a holy war
Your love and my due diligence
The only thing worth fighting for