Author Topic: SeeDs in the Garden – revival  (Read 52059 times)


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #30: November 29, 2017, 11:40:20 AM »


Sin sentirse especialmente sobresaltado, Yuri levantó la vista del papel. Frente a él se había situado un joven castaño, de piel bronceada y vestido con un traje de Amarni que costaría su sueldo de tres años, pero con una sonrisa amistosa que casi lograba perdonárselo. Aun así, no explicaba que fuera a hablarle a él, de todas las personas presentes allí. Con un poco de desconfianza, Yuri no se levantó de su sitio.

- Estoy trabajando. - Respondió algo secamente.
- ¿El nuevo guardaespaldas del signore Kray, no? - Preguntó con un fuerte acento del sur de Esmarthia. Yuri notó además que hablaba bastante deprisa, pero podía entenderlo bien.
- Sí... bueno.

"Guardaespaldas" no era el término que él hubiera usado, pero en aquel caso aceptaba pulpo como animal de compañía. Yuri vio que el tipo sería sólo un poco más mayor que él, y que podría ser el hijo de cualquiera de los ricachones que empezaban a agolparse en aquel hotel. Quizá sólo quería un poco de conversación con alguien de su rango de edad. Eso sí, en el momento en que empezara a fardar de yates y Ferraris le partía la cara. Vio que Kray seguía dando vueltas por la sala, y le hizo un gesto para demostrar que seguía pendiente de él. Cuando se giró hacia el otro, suavizó su expresión, y el recién llegado se lo tomó como una invitación a sentarse a su lado.

- Ah, perdón, no me he presentado aún. - Le tendió la mano. - Ezio Auditore, coleccionista de arte.
- Yuri Volte Hyuga. Seed. - Yuri estrechó la mano, un poco más relajado. Al tenerlo más cerca, vio una pequeña cicatriz vertical en el lado izquierdo del labio.
- ¡Seed! Grande! Nunca había conocido a ninguno. ¿Puedo preguntar de dónde?

Dudó unos segundos antes de responder. No estaba seguro de que era buena idea ir dándole información a desconocidos, por mucho que no fuera a influir en la misión. De hecho, que se supiera que había Seeds vigilando a Kray y su exposición podría disuadir a los ladrones de intentar hacer algo, si no lo había hecho ya el estilo artístico. Y aquel tipo parecía bastante hablador, por lo que no dudaba que la información se expandiera. Una media sonrisa se dibujó en el rostro de Yuri.

- Balamb.
- ¡Balamb! Bella ciudad y bellìsimas ragazzas. - Respondió con entusiasmo. - No puedo esperar a volver.
- Pues no sé de muchas exposiciones que hagan allí, lo siento. - Arqueó la ceja.
- No te preocupes. Encontrarlas es mi trabajo, después de todo. - Antes de que Yuri pudiera volver a decir nada, Ezio volvió a la carga. - Yuri, amigo, he de decirte que no te he hablado sin motivo.

Yuri volvió a arquear una ceja, más escéptico que desconfiado, pero Ezio parecía realmente compungido por su supuesto interés a la hora de hablar con él, hasta se había llevado la mano al pecho.

- Me gustaría hablar con el signore Kray, pero por lo que veo está bastante disgustado.
- Ya... - Resistió el impulso de hundir la cara en las manos. Ya podía verse a sí mismo enfrentándose al sociópata de Kray sólo para que le dejara hablar con Ezio.
- ¿Crees que si fuera contigo...?

Tuvo que pasarse la lengua por los labios, que se le habían empezado a quedar resecos. No le veía ninguna gracia tener que disgustar más aún a Kray, que parecía constantemente al borde de un ataque de nervios, nervios que sólo irían a peor si le ponía un desconocido en medio. Pero Ezio parecía realmente interesado en lo que fuera que tuviera que decirle. Y tenía la impresión de que éste podría llegar a ponerse muy pesado. Necesitaba una excusa, pero no tuvo que llegar a inventarse ninguna.

- ¿Yuri? Perdona, es que no me aclaraba con la du... ¡oh!

La aguda voz de Kora lo sacó de su ensimismamiento. Frente a ellos, la chica se encontraba en una pose que ella consideraba seductora y se pasaba la mano por el pelo con fingido desinterés. Pero era más que obvio que los ojos de la chica se habían posado por completo en Ezio, quien le devolvió una cálida sonrisa. Hasta Yuri pudo ver como las piernas de la chica flaqueaban por un segundo, y puso los ojos en blanco.

- Ya decía yo que estabas tardando mucho. - Yuri se levantó, poniéndole una mano en el hombro.
- Sí, ya... - Kora esbozó una sonrisa falsa. Obviamente, ni le había prestado atención. - ¿No vas a presentarme a tu amigo?

Antes de que Yuri pudiera decir nada, Ezio se levantó con una agilidad y elegancia que no tenía nada que envidiar a la de los Seed. Tomó a Kora de la mano, y besó el dorso de ésta al tiempo que hacía una teatral reverencia. La chica soltó una risita que hizo que Yuri volviera a entornar los ojos. Al menos ya no le tocaría a él encargarse de Ezio y sus negocios.

- Ciao bella. - Dijo aún con los labios sobre el dorso, y entonces alzó la vista hacia ella. - Mi chiamo Ezio Auditore. Posso sapere il tuo nome?


Neko

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #31: November 30, 2017, 11:28:53 AM »
FURIA NOCTURNA

————

El plic ploc de una gotera fue lo primero que pudo identificar. Antes de eso, sus recuerdos estaban en blanco y todo lo que podía ver era negro. El dragón sabía que tenía los ojos cerrados, pero abrirlos era un esfuerzo titánico que no estuvo dispuesto a hacer hasta pasado un buen rato, cuando estuvo seguro de que nadie más se encontraba allí.
Observó las cercanías sin mover ningún músculo. Sin duda el lugar era una construcción humana. Paredes de madera y roca, suelo cubierto con paja seca y limpia. No vio ninguna obertura por la que escaparse.
Olisqueó el aire y se volvió a relajar. No sabía dónde estaba, pero para salir de allí necesitaría recuperar las fuerzas.

Hacía semanas que no comía ni dormía bien, aquellos extraños que habían aparecido de repente en su cueva no le habían traído más que problemas. Olían a putrefacción y se movían como sombras, como él.
El dragón dejó sus pensamientos de lado y se tensó. Había oído pasos. Alguien se acercaba silbando.
El chirriar de la puerta y la luz que se colaba entre sus párpados le dieron una idea de donde estaba la salida. Los pasos se acercaron todavía más y una voz de hombre sustituyó el silbido. Tarareaba alguna cancioncilla que al dragón se le hacía familiar.

Tensó su cuerpo, dispuesto a saltar como un resorte en cuanto tuviera la oportunidad. El hombre dejó de tararear. Sus pasos fuertes y seguros se oyeron un poco más cerca, se dirigía hacia el dragón.
La bestia esperó. Esperó un poco más, aguantando hasta que el aire se movió a su alrededor. Entonces abrió los ojos y se lanzó en picado.

Norge tenía la mano en alto, preparándose para echar un vistazo a la condición del dragón. Reaccionó por puro instinto, interponiendo su gran brazo entre su cuerpo y el del dragón que se le había echado encima.
Cayeron al suelo, pero no rodaron. Norge ni siquiera se quejó, pero el dragón gruñó, enseñando los dientes y acercando peligrosamente su boca al rostro del hombre. Desplegó las alas y observó a su presa.

En el siguiente par de segundos, Norge se mostró impasible, pero no se defendió. El dragón unió los labios en una apretada línea que casi no se podía distinguir entre su piel escamosa y oscura. Entrecerró los ojos y se impulsó con un aleteo, cayendo unos metros más allá.
Empujó la puerta con el morro, manteniéndola abierta con una pata. Se volvió para ver cómo Norge se giraba, aún tirado en el suelo.

—¡Furia Noctura! —gritó.

El dragón entrecerró los ojos y se escurrió por la puerta como una anguila, saliendo al exterior. Era de día y aunque, como el nombre de su raza indicaba, estaba más acostumbrado a la noche sus ojos podían ver a la perfección.
Giró la cabeza de un lado a otro y correteó un poco más. Galopó, saltando como un gato hasta una pared y continuó corriendo siguiendo el edificio mientras se adelantaba a su recorrido con la mirada.
No llegó a completar el circuito, porque ya se había dado cuenta de que estaba en una plaza cerrada. Pero el cielo estaba abierto, azul y esperando por él.

El hombre había salido por la misma puerta que él y trataba de alcanzarlo. Se acercaba rápidamente, pero el dragón no se iba a dejar atrapar otra vez. Movió la cadera de lado a lado, dejando la cola relajada sobre el suelo de tierra prensada. Encogió el cuerpo y saltó, desplegando las alas en el momento en el que Norge casi le daba alcance.

El dragón cerró los ojos, notando el viento en su cara, dibujó un arco en el aire y cuando ya creía que iba a encontrar de nuevo su libertad, empezó a caer.
Abrió los ojos asustado, sin saber que pasaba. Cayó al suelo de costado y rodó, pero eso no le detuvo. Lo intentó otra vez, golpeándose en la nueva caída en una de las paredes del patio. Se agarró a un saliente con las garras e intentó trepar.
Su tercer intento de vuelo le hizo darse cuenta de qué era lo que fallaba. Había perdido una de las aletas de la cola, había perdido su timón.

El dragón se estrelló contra el suelo, rodando un par de veces antes de frenar en medio del patio. Empezó a incorporarse, pero algo se le echó encima. Los brazos fornidos de Norge apretaban su cuello.
El dragón luchó, revolviéndose como un caballo salvaje, pero Norge no le dio tregua, sin soltarlo en ningún momento. La refriega duró unos diez minutos, el dragón notaba que el hambre y la falta de aire mermaba sus fuerzas. Cuando por fin se mantuvo quieto, respirando fuertemente para llevar algo de oxígeno a sus pulmones, Norge empezó a soltar su presa.

—Tranquilo, muchacho —hablaba despacio—. Tranquilo.

Norge no perdió su posición de superioridad, encima del dragón, pero sus palabras suaves y movimientos discretos relajaron a la bestia desesperada.

—No pasa nada —Norge se deslizó por el costado poco a poco y palmeó la panza negra—. Eso, respira, tranquilo.

El olor a pescado hizo que el dragón levantara la cabeza despacio, olisqueando el aire para ver de donde provenía.

—¡Está despierto! —escuchó una voz aguda que le guió hasta el olor.

Una humana diminuta cargaba con dos cubos de metal a rebosar de pescado.

—Y seguramente tiene hambre —contestó Norge frotando el gaznate del dragón—. Ven aquí Ylvie.

—Si, papá. —sonrió la chiquilla que corrió un poquito más, sin tropezarse milagrosamente con los largos faldones de su vestido naranja.

Ylvie se arrodilló al lado de su padre y le dio un pescado grande mientras ella elegía una sardina cruda y se la llevaba a la boca.
Norge le ofreció el pescado al dragón, que dudó un poco pero terminó girando panza abajo y tragándose la comida que le daban.

—Eso es, buen chico —palmeó la cabeza del dragón, tumbando todo un cubo para dejar que su contenido se esparciera delante del furia nocturna—. Ya verás como aquí te vamos a cuidar.


Neko

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #32: December 28, 2017, 11:26:45 AM »
Mini flashback a justo antes de los exámenes porque leer los aportes de Shru me ha puesto nostálgica :')



Se reclinó un poco más en su silla, que crujió por el peso de más en el respaldo. Tanis se llevó la mano a la barba otra vez. Sus ojos se movían rápido de un lado a otro, repasando que todo estuviera en orden, cuando la puerta se volvió a abrir rodando tímidamente sobre sus goznes.
Un aleteo casi inaudible y un gorrito de colores pastel que el director podía ver por encima de sus papeles le dieron la pista de quien era su nuevo visitante.

—Nana. —habló.

La niña se encogió de hombros y cerró los ojos, llevando sus puñitos rodeados de puntillas hasta debajo de su barbilla.

—Cuando entres en una habitación saluda. —aleccionó el director.

—Es que… —empezó, posando sus pies tan descalzos como los de Naminé en el suelo— estaba practicando m-

—¡Nana! —cortó la conversación de raíz la rubia ahijada de Tanis abrazando a su amiga efusivamente— ¡Qué mona estás!

Naminé frotó su mejilla contra el gorro de Nana, que se aferró a los brazos de la otra, intentando hacerse espacio para respirar. Tanis contuvo la risa, pero acabó dejando salir un sonido de diversión desde la garganta.
Tosió un poco y se inclinó hacia delante, apoyándose en los codos.

—Te pasaré la falta por alto si me haces un favor. —informó Tanis mientras levantaba una ceja.

Nana asintió con la cabeza mientras Naminé inspeccionaba los detalles del nuevo gorrito de la niña.

—¿Qué es, señor director? —preguntó la pequeña, agarrando los costados de su falda para dedicarle una reverencia corta a Tanis.

—Ve a buscar a los tutores de los equipos de cuarto y díles que se presenten aquí, con sus correspondientes estudiantes.

Nana enumeró mentalmente a las personas que necesitaba encontrar y después torció el morro.

—Jo, pero… —empezó Nana, pensando que era mucho trabajo para ella sola.

—Ay —dijo Naminé mientras correteaba hacia un costado de la habitación en busca de sus zapatos— ¡Te acompaño!

Y además, Tanis sacó una moneda del bolsillo y la lanzó hacia la niña, que la atrapó al vuelo. Nana miró la moneda en su mano. Era de oro puro.

—Y hay otra esperándote si terminas en media hora.

La sonrisa de Nana le llenó la cara. Afirmó fervientemente y sus alas se agrandaron tanto al extenderse que doblaban su tamaño.

—¡Veloz como el rayo!

Naminé y Nana desaparecieron tras la puerta, que dejaron abierta de par en par. Tanis suspiró y se levantó para cerrarla.
Se sentó de nuevo en la silla frente a su escritorio y subió los pies a la mesa. Se quedó ahí, pensando en lo rápido que crecían las chicas. En cómo demonios había terminado como director de aquel Jardín y en todos los equipos de aspirantes a Seed que había mandado al examen hasta ese entonces.
Pensando en qué mal estarían haciendo ahora sus hijos y en que necesitaba un par de botas nuevas, aquellas se le estaban empezando a romper.


————

Aunque Teresa había sido la primera instructora en entrar, su equipo fue el último en estar completo. Phenril entró por la puerta acompañado de Jean, que lo había encontrado en uno de los patios del Jardín, algún dios sabría qué estaba haciendo tirado entre los arbustos.
Jean tenía la sensación de que estaba espiando a los cachorros de una de las perras de caza del Jardín, pero se había reservado sus sospechas para ella misma. De todas maneras, lo había encontrado simplemente porque sabía que su propio equipo se encontraría por allí.
Raiko no podía resistirse a jugar con cachorritos; por mucho que temblara y se quedara tiesa, terminaba por los suelos rodando con ellos y dejando que le mordisquearan desde las manos hasta las orejas.

Tanis estaba de espaldas a la puerta, inspeccionando la estantería que ocupaba toda una pared de aquella habitación que hacía las veces de despacho y de sala de reuniones. Además, por supuesto, de estudio de pintura para Naminé, que volvía a estar en el suelo dibujando en su rincón preferido.

Cuando la puerta se cerró, aún esperó casi un minuto a que los invitados se relajaran un poco más, aunque algunos sólo consiguieron ponerse más tensos. Tanis miró hacia afuera, las farolas estaban encendidas y una luz oscilante subía desde ellas hacia la ventana, pero por arriba la oscuridad de la noche empezaba a cubrir el Jardín. Tal vez más tarde iría con Naminé a ver las estrellas.

Algunos de los aspirantes seguían armando escándalo, allí de pie frente a la puerta, pero un carraspeo del director y el movimiento fluido que utilizó para darse la vuelta acallaron los sonidos de inmediato. Tanis no solía ser muy duro, siempre y cuando guardaran silencio las pocas veces en las que pedía atención.
Paseó su mirada entre alumnos e instructores, asegurándose de que todos ellos estaban ahí. El sonido de los lápices contra el papel y el tarareo suave de Naminé llenaron el silencio de la estancia.
Tanis tomó aire antes de hablar.

—Aspirantes… —clavó sus ojos en todos y cada uno de ellos— Como bien sabéis mañana es la última prueba necesaria, la última barrera que os separa de vuestro título como soldados profesionales. Vuestros tutores ya os habrán hablado sobre las normas envueltas en esta, vuestra primera misión de campo real —Tanis tomó un respiro de un segundo donde Naminé cambió de hoja para seguir pintando—. De todas maneras daré un pequeño repaso.

El director empezó a pasear lentamente, acercándose a sus espectadores. Cuando estuvo delante de ellos los estudió. Ver a los mellizos Thorston atendiéndole pero a la vez intentando parecer como si no les importara nada le hacía querer reír. En cambio, endureció un poco más el gesto y caminó enfrente de la línea que conformaban los aspirantes.

—Los instructores asistirán al examen como jueces de vuestra actuación. También serán vuestro equipo de apoyo, pero sólo intervendrán en caso de emergencia. Cada instructor decidirá qué es una emergencia y qué no. Recordad que a efectos prácticos, supuestamente deberíais poder superar vuestra misión con éxito sin su ayuda.

Tanis pivotó y volvió por donde había venido, siguiendo con su paseo.

—Instructores —llamó aún sin mirarlos, con las manos agarradas en su espalda—. Sabéis mejor que nadie cual es vuestro papel en el desarrollo de este Jardín y en concreto de estos aspirantes.

El director paró, quedando en el centro de la fila. Los Seeds, detrás de sus alumnos, lo miraban expectantes. Tanis les dedicó una pequeña sonrisa ladeada, alcanzando los documentos encima de su escritorio y entregándolos a los instructores después de echar una pequeña ojeada a cada carpeta para asegurarse de que era la correcta.

—Mañana estos aspirantes se enfrentarán a experiencias únicas y vosotros seréis su apoyo y su guía. Sed prudentes y buena suerte.

Tanis cambió su ceño fruncido por uno más relajado, dejando ver de forma sutil que la hora del sermón había terminado. Aún así, nadie salió del despacho.
El director dio la mano, repartió palmadas y les dijo a todos y cada uno de ellos las mismas dos últimas palabras personalmente.

El silencio de la habitación fue sustituido por un rumor de palabras que se solapaban unas con otras. Naminé se levantó corriendo y fue a abrir la puerta, saludando a la gente que iba saliendo del despacho con un cálido buenas noches. Una vez se vació la estancia cerró la puerta y se quedó mirando a su padrino, que se había vuelto a perder mirando las luces en el cielo ahora prácticamente nocturno.
La noche antes del examen Tanis siempre tenía aquella expresión perdida en los ojos, como si al observar el horizonte estuviera traspasando el tiempo y poniendo delante de él escenas de otros días, de otras guerras.

Naminé ordenó los dibujos que había estado haciendo, dejándolos a salvo en la estantería. Agarró la mano del director y le sonrió desde abajo.

—¿Vamos a cenar a la Torre? —preguntó mientras se balanceaba.

Tanis pareció volver al tiempo correspondiente después de un parpadeo compulsivo. Luego miró al techo mientras se rascaba la barbilla peluda.

—¿En la Torre?


—Sí. —confirmó la pequeña.

Seguramente sus hijos estarían allí. Siendo pelirrojos y todas esas cosas.
Tanis apretó la mano de Naminé y agradeció internamente su presencia.

—Claro, ¿por qué no?


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #33: December 31, 2017, 10:01:52 AM »


- Ciao bella. - Dijo aún con los labios sobre el dorso, y entonces alzó la vista hacia ella. - Mi chiamo Ezio Auditore. Posso sapere il tuo nome?
- M-Mi chiamo Kora Lionheart... - Intentó Kora, tratando de emular el acento con resultados no muy positivos. Pero aquello hizo reír al chico, en consecuencia haciéndola reír a ella también.
- Un bello nome para una bella ragazza...

Ezio le guiñó un ojo mientras se erguía, soltando su mano lentamente. La reacción de Kora, reírse y acercarse aún más al otro hizo que Yuri simplemente pensara "tocada y hundida". Por encima del hombro vio como Kray les dirigía una mirada furibunda. De pronto, la perspectiva de aguantar la histeria de Kray le era menos desagradable, comparado con soportar el flirteo entre Ezio y Kora. Al menos alguien de allí tendría que trabajar.

- Voy a dar una vuelta por aquí. - Le dijo a Kora, haciendo ya el gesto de marcharse. - No te vayas de la vista de Kray, ¿eh?
- Sí, sí. - La chica le respondió con un gesto molesto, mientras se volvía para seguir escuchando el chapurreo del esmarthiense. - Eres muy amable, Ezio...

Dejó a Kora fingir que entendía alguna de las expresiones de Ezio, e inició una ronda por la zona de la exposición. Casi todos los cuadros estaban colgados ya, y cada uno era peor que el anterior. No podía dejar de sorprenderle. "En serio... ¿Cómo puede ser pintor este tipo?". Nunca había entendido el arte moderno, que para él se reducía a un punto negro en el lienzo llamado 'Soledad'.

Al menos cuando empezara la exposición podría comer canapés hasta reventar.

**

Yuri salió del dormitorio con el pelo húmedo, acabándose de duchar tras una pequeña siesta. Finalmente había optado por marcharse a su cuarto a descansar un poco, en vista de que Kora seguía aún en la sala de la exposición. Lo atenta que hubiera permanecido ya no lo tenía tan claro, pero esperaba que eso al menos sirviera para que Kray considerara que estaban haciendo su trabajo.

- ¡Yuri!

La chica lo alcanzó apenas había salido del cuarto. Detrás de ella iba Kray, quien probablemente se dirigía a su dormitorio. Yuri miró distraídamente la hora para comprobar que eran las diez de la noche, por lo que empezaría él con la primera ronda nocturna. Se acercó al hombre para confirmárselo.

- Don Kray, puede irse a su cuarto tranquilo. - Le dijo, intentando sonar conciliador. - Yo me quedaré por aquí.

Kray asintió, y antes de entrar en su dormitorio, echó una mirada nerviosa a su alrededor. En cuando el tipo hubo desaparecido, Yuri se giró hacia su compañera, que parecía ansiosa por hablar.

- ¿Cómo va la cosa? ¿A cuántos ladrones has tenido que detener? - Le preguntó a Kora con sarcasmo.
- A ninguno. - Kora puso los ojos en blanco. - El capullo de Kray ha venido a regañarme cuando estaba hablando con Ezio...

Esta vez le tocó a Yuri entornar los ojos. ¿Qué esperaba?

- ...Pero él me ha defendido, Yuri. - La chica le dió una palmada en el brazo. - ¡Tendrías que haberlo visto! Además, ha aprovechado para preguntarle el precio de algunos cuadros... Es que es coleccionista de arte.
- Ya lo sé.
- ¡Pues Kray no le ha querido vender ninguno! - Continuó Kora, exclamando en voz baja. - ¿Tú te crees? A todos los que Ezio le ha preguntado, Kray le decía que estaban vendidos... Pero yo sé que no lo estaban. No se los ha querido vender.
- ¿Por qué no?

Finalmente algo en el chapurreo de Kora le llamaba la atención, pero no en un sentido positivo. Lo cierto era que el comportamiento de Kray era muy extraño, y quizá fuera por una tontería, pero no le había querido vender sus obras a un coleccionista de arte... y no debía tener muchos clientes. Miró expectante a su compañera, que quizá había deducido algo más.

- No lo sé. No he podido captar nada más... Sólo que Kray se ponía nervioso cuanto más le preguntaba.
- Ya veo. - Eso no era tan de extrañar. No le resultaba raro imaginar que el tal Ezio hubiera puesto de los nervios a Kray por un simple tema de personalidad.
- En fin... qué desagradable es este tipo. Tengo ganas de terminar. - Dijo Kora, finalmente. - Bueno, voy al cuarto. ¿Cuándo volverás?
- Mañana es la primera exposición, así que ya queda menos. Ah, te doy... ¿cuatro horas? - No estaba muy seguro aún de lo que haría en cuatro horas por entretenerse, dejando la improvisación como recurso. Y tendría que seguir informando al Jardín de la situación.

La chica se dio por satisfecha con ello, entrando al dormitorio. Yuri iba a bajar las escaleras del pasillo donde estaban, pero recordó que se había olvidado el móvil en el cuarto. En vista de que quizá llamara a Dante sólo por pasar el rato, decidió volver. Llamó a la puerta no fuera que Kora se estuviera cambiando y así evitar chamuscarse, sin respuesta. Tomó eso como una respuesta afirmativa, y entró al cuarto.

Mientras recogía el aparato vio que su compañera estaba abriendo las ventanas de par en par, con la brisa nocturna haciendo ondear las cortinas sobre su cabeza.

- Te vas a resfriar. - Le advirtió, arqueando una ceja.
- Ay, calla. - Respondió Kora, haciendo un gesto en la mano. - Tengo que dejarla abierta.
- ¿Por qué?
- Por si Ezio quiere entrar esta noche. Seguro que es de ese tipo de románticos.

Arrepintiéndose profundamente de haber preguntado, Yuri bufó y salió del dormitorio cuanto antes.


Neko

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #34: January 03, 2018, 01:59:17 PM »
Yyyy, puente entre Invernalia y Balamb :D poco antes del Baile. Ya casi se acaban los flashbacks.



Probar la autovía de Invernalia en Jeep, con alguien como Liza al volante, era toda una aventura en sí misma, pero sólo había sido el principio de la odisea que le esperaba al príncipe regente, Isaak Heider.
La segunda etapa de su viaje estaba apunto de empezar.

Isaak no podía evitar su cara de malas pulgas, acentuada por su cicatriz al descubierto. Ahora lamentaba la pérdida de su parche en la única parada que habían realizado.
El príncipe no había sido muy elegante en su carrera hacia el baño, había saltado del Jeep incluso antes de que la conductora se quitara el cinturón de seguridad, empujando a las pocas personas que había encontrado en su camino.
Para cuando había terminado de arrojar el contenido de su estómago y se había lavado la cara y la boca con agua fresca, Liza había entrado a buscarlo para volverlo a embutir en el automóvil.

Eso había sido hacía poco más de una hora, más o menos. Cuando sus pies tocaron el suelo otra vez, aún no las tenía todas consigo. Anew, su secretaria personal, lo había apresurado, conduciéndolo del codo hacia un ferry a punto de partir.

—Su majestad, deprisa, llevamos quince minutos de retraso.

—¿Aún tendríamos que haber ido a más velocidad en esa cosa? —preguntó incrédulo mientras andaba a paso rápido entre el gentío que saludaba a los pasajeros del ferry.

—No, el retraso es a causa de la parada técnica no prevista.

Isaak rodó los ojos. Bonita manera de describir el sufrimiento de su estómago.

—Si hay próxima vez, te doy permiso para sedarme todo el viaje. —habló de forma solemne estrechando su único ojo.

Anew respondió con un cabeceo afirmativo. Isaak se ajustó mejor la gorra que cubría su cabeza y levantó un poco más el pañuelo, ocultando así la parte inferior de su rostro.
Embarcaron en el último momento, justo cuando Liza les alcanzaba, cargada con el equipaje de los tres, maldiciendo porque siempre se aprovechaban de su fuerza sobrehumana.

Una vez instalados, el príncipe dio permiso a sus dos acompañantes para que recorrieran el barco a su antojo y el se dedicó a dormir las siguientes dos horas, mecido por las olas.
Se terminó despertando alarmado, sin saber muy bien el porque. La voz de Anew bajó sus defensas y se sentó en el borde de la cama de su camarote, restregándose el ojo sano.

—Debería comer algo, su majestad. —aconsejó la secretaria.

Isaak asintió e hizo señas a Anew para que le acompañara al restaurante.
Comieron juntos, intercambiando algunas palabras de vez en cuando pero sin entablar conversación real, demasiado distraídos con la comida o con los planes de ese día. Anew Returner repasaba mentalmente el plan y los horarios e Isaak disfrutaba de la libertad que le daba su anonimato momentáneo.
Para cuando Isaak estaba tomándose el café, Anew había puesto sobre la mesa su preciado ordenador portátil y tecleaba con rapidez, seguramente dando parte de su condición a palacio.
Isaak apoyó los codos en la mesa, agarrando la taza con las dos manos.

—¿Cuántos años llevas trabajando para mí? —preguntó de repente.

Anew dejó de teclear, aunque sus dedos seguían suspendidos encima del teclado. Parpadeó y posó las manos suavemente sobre las teclas mientras enderezaba su espalda y miraba al príncipe, pensativa.

—Ocho. —respondió, mirando a su jefe con curiosidad.

Isaak dejó la taza en la mesa, encogiendo los hombros al dejarse caer hacia delante con una sonrisita en los labios. Su ojo verde miraba el techo del restaurante, perdido en recuerdos.

—Eras una cría y ya entonces eras buena.

—Era tu niñera —repuso después de carraspear—. Y me hacías la vida imposible.

Isaak se encogió de hombros un poco más.

—Era mi misión, ¿sabes? —le dijo mientras levantaba la taza con una mano y hacía florituras con ella—. Los niños no se tienen que portar bien con sus niñeras.

Anew suspiró ligeramente, la verdad era que la fase rebelde de Isaak para con ella no duró más que unas semanas. Todo lo demás había sido producto de la personalidad naturalmente hosca del chico. Esa que sabía enterrar en el fondo y con llave las veces que el título de príncipe le reclamaba algo de profesionalidad.
Isaak se terminó el café en dos tragos y se levantó. Anew hizo amago de seguirlo, agarrando el borde de la pantalla del portátil para cerrarlo, pero Isaak puso una mano grande encima de las suyas, en comparación menudas, y negó con la cabeza.

—Diviértete un poco, siempre estás trabajando.

Anew fue a protestar, después de todo una de sus ocupaciones era la seguridad del príncipe, pero él señaló hacia la izquierda con su cabeza. Le costó un poco encontrar a Liza, su pelo rojo estaba cubierto por una gorra negra, pero conocía demasiado su lenguaje corporal como para no terminar reconociéndola.
La secretaria asintió y le dedicó una sonrisa pequeña a Isaak, que se agachó para darle un beso en la mejilla como despedida.

Las siguientes horas fueron tranquilas. Anew o Liza siempre estaban cerca, pero se notaba a leguas que Isaak no quería compañía, así que las chicas se mantuvieron a una distancia respetuosa.
Comió en su camarote e hizo la siesta. Después salió a vegetar al exterior, paseando por las cubiertas, dándose el lujo de no hacer nada. Contra la creencia popular, como príncipe se pasaba el día haciendo cosas. Muchas a las que no les encontraba el sentido y otras que preferiría no hacer, como mostrarse agradable o levantarse temprano para madrugar.

Su momento preferido fue cuando se sentó en un banco, apoyando la espalda en el respaldo y echando la cabeza hacia atrás para poder ver el cielo y luego el horizonte, donde el mar se fundía con las nubes lejanas. Aún no serían las cuatro. Lo decidió por el color de dichas nubes.
Se levantó y arrastró los pies hasta la barandilla, encorbándose sobre ella. Alguien se apoyó cerca de él, de espaldas al mar y con los codos en el metal pintado de blanco.

—¿Cómo estás? —preguntó después de cinco minutos de sólo oír gaviotas y el rumor de las olas.

—De pie. —contestó él.

Liza gruñó por lo bajo e Isaak rió de la misma manera, sacudiendo los hombros y tapándose la boca con el costado de un puño. Después apretó la mejilla contra la mano derecha, mirando hacia su guardaespaldas y compañera Seed.

—Ya veo, capitán obvio —acabó pronunciado en un idioma que Isaak pudiera entender a la perfección—. ¿O debería decir príncipe obvio?

—Ya, bueno… ¿te aburres mucho?

—Un poco —concedió Liza cabeceando hacia él—. Está todo muy tranquilo.

—Eso es bueno ¿no?

Liza arrugó la nariz y gruñó otra vez, aunque ahora más calmadamente. Casi parecían gañidos.
Estuvieron así unos minutos más hasta que la pelirroja volvió a iniciar la conversación con una pregunta.

—¿Y en barco no te mareas? No me gusta, no sé hacia donde va a girar y tengo que estar equilibrándome todo el rato.

—Pues en este casi no se nota —apuntó Isaak, enderezando la espalda y agarrándose a la barandilla con las dos manos—. Cuando te acostumbras y bajas a tierra, parece que el suelo se mueva solo en vez de estar quieto.

Una ráfaga de viento le voló el flequillo, obligándole a calarse un poquito más la boina gris. Liza hizo lo mismo con su gorra.

—Me gusta. —declaró aspirando el aire salado.

Liza rodó los ojos, agachándose de golpe, con las manos en los pies y las rodillas flexionadas.

—¿Quién te entiende? —preguntó ella al aire.

Poco más de una hora después atracaban en territorio de Balamb, al norte del país.
Anew ya había contactado con los Seeds que les escoltarían hasta el Jardín de Balamb, donde tendría lugar la operación, desde el barco.
No tardaron en encontrarlos, o más bien, en ser encontrados por ellos.

—¿Anew Returner? —preguntó un hombre con gafas y el pelo engominado hacia atrás.

La secretaria lo escrutó durante unos segundos hasta reconocerlo.

—Howard Mason —le llamó sin duda en su voz, extendió la mano para saludarle—. Encantada de verlo otra vez.

—Es un placer. Este es mi compañero, Daryl Dodge, seremos sus pilotos.

Daryl, un hombre alto de piel oscura y rastas en el pelo asintió hacia Anew, que le sonrió con cortesía.

—¿Piloto? —preguntó en un susurro Isaak— ¿Para qué necesitamos un piloto, vamos en avión?

Liza negó con la cabeza, aunque su príncipe siguió hablando hacia ella sin casi abrir la boca, con los ojos clavados en la amenaza latente que era aquel equipo Seed.

—¿Qué no sabes que los aviones no se caen, que los tira el piloto?

La guardaespaldas bufó y se rió al mismo al mismo tiempo, dándole un codazo a su protegido.

—No seas imbécil.

Por el rabillo del ojo Liza vio algo que se acercaba hacia a ellos y se giró para observar mejor y decidir si era un peligro o no. Lo que contempló no tenía nombre. Una chica venía corriendo hacia ellos, saltando equipajes y esquivando a la gente con giros inesperado. Parecía algo angustiada, aunque si ella tuviera semejante par de… asuntos dentro de su sujetador, pensó Liza, también estaría angustiada.
La pelirroja se quedó muda, no sabía si por el despliegue de habilidad física o por aquellas hipnóticas pelotas saltando delante de ella. El pelo de su cabeza se levantó, revelando un par de orejas de lobo. Su imaginación hiperactiva la visionó en bañador rojo, corriendo por la playa.

—Tu instinto canino quiere atraparlas, ¿verdad? —preguntó Isaak, recibiendo un codazo poco amistoso en el costado— ¡Ouch!

Liza se cruzó de brazos y se dio prisa en atusar su pelo, volviendo a convertir sus orejas en humanas.

—¡Perdón! —gritó la chica al llegar.

Puso las manos en sus rodillas, juntándolas para que dejaran de temblar. Su pelo oscuro y largo se deslizó hacia delante. Mientras recuperaba la respiración, alguien más apareció detrás de ella.

—Lo siento, lo siento —se disculpó el hombre recién llegado—. ¿Llegamos muy tarde? Había un tráfico que para qué.

—Llegáis justo a tiempo —quitó importancia Mason—. Ellos son Aioria Kyorios y Tifa Lockhart.

Los dos levantaron la cabeza y saludaron con una mano al mismo tiempo.
Anew los miró de arriba abajo, volvió a asentir y les dedicó la sonrisa que usaba como sello de aprobado.

—Anew Retuner —se presentó con una mano sobre el pecho, después señaló a sus acompañantes—. Liza Wildman e Isaak Heider.

Liza aún estaba algo avergonzada por el comentario de Isaak, pero apoyó una mano en la cadera, ladeándola y cabeceó al oír su nombre. El príncipe ofreció la mano a los cuatro Seeds.
Después de las presentaciones se dirigieron a buen paso a un edificio cercano, entre conversaciones ligeras y alguna que otra pregunta sobre el tiempo. Uno de los temas preferidos por Isaak y Anew, que se podían pasar horas hablando de diferentes fenómenos meteorológicos sin cansarse. Sobre todo si provocaban desastres.

Al principio, al príncipe le pareció extraño tener que subir en un ascensor a la última planta, tampoco eran tantas, supuso que querrían descansar un poco. Pero al subir el último tramo de escaleras y abrir la puerta lo vio.

—¿¡Helicóptero!?

—¿Nunca había visto uno? —preguntó Howard, uno de los pilotos.

Liza había tomado una buena decisión al ponerse detrás de Isaak. Le bloqueó la salida, aunque le costó un poco más obligarlo a subir de nuevo hacia la terraza, cosa que hizo enseñándole los dientes y las zarpas de lobo en las que sus brazos se podían convertir.

—Locos, estáis todos locos. —repetía el príncipe mientras Tifa revisaba el cinturón de seguridad.

—Es mucho más seguro de lo que parece. —le informó la Seed.

—Claro, unas palabras dulces van a aliviar todos mis temores.

—¿Quiere un abrazo? —preguntó la chica acuclillándose delante de él.

Isaak tuvo la decencia de sonrojarse, carraspear y decir que no, que no hacía falta. En su interior pensó que lo que necesitaba era que lo dejara inconsciente por falta de aire entre sus tetas.
Para sorpresa del príncipe, Liza parecía estar pensando en lo mismo, al menos en la primera parte. Parecía ser que a su guardaespaldas no le gustaba ir en transportes que no conducía ella. Isaak le sonrió de oreja a oreja, enseñándole los dientes. Liza copió el gesto, retándose el uno al otro. Anew suspiró cansada de las pequeñas batallas entre los dos.

—El viaje durará unas cuatro horas —habló la secretaria aprovechando que los rotores del helicóptero aún no estaban en marcha—. El señor Dodge me ha informado de que haremos una parada dentro de dos horas para descansar.

—Llegaremos a Balamb antes de las diez. —añadió Aioria, que estaba repartiendo auriculares para protegerse los oídos.

Cuando el helicóptero despegó, Isaak se preguntó donde estarían las bolsas para vómitos.

Después de dos horas, las cuales Isaak podría describir como centrifugadas en su memoria, una parada de media hora que para él pasó como si fueran cinco minutos y otras dos horas más de suplicio, el helicóptero aterrizó en el helipuerto del Jardín de Balamb.
Isaak contuvo el impulso de besar el suelo y hacerse un ovillo allí mismo. Después de todo era un príncipe, tenía una reputación que mantener. Y no era sólo la suya personal.

Mason y Dodge se despidieron en aquel punto, pero para alegría de tres de los cinco ojos de los de Invernalia, el equipo compuesto por Tifa y Aioria era el que se encargaba de acompañarlos hasta sus habitaciones.
Cuando por fin Isaak se pudo dejar caer sobre una cama rondaban las diez y media.

Isaak suspiró mirando el techo, rodó y adoptó la posición fetal. Al día siguiente le informarían de los pormenores de su operación y empezarían con los preparativos. Y por ahora, al menos hasta que alguna de sus dos acompañantes le buscara para obligarle a cenar, lo único que quería era no ser nadie, no ser nada. Fundirse con las sábanas y olvidarse de las obligaciones, de las preocupaciones. Olvidarse del mundo.


Neko

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #35: January 10, 2018, 04:07:35 PM »
¡Y volvemos a después del baile! De momento XD



Tanthalas Semielfo era un hombre muy ocupado. Padre de dos jóvenes y prometedores alquimistas, de una chiquilla encantadora, demasiado ingenua para su propio bien, director del Jardín de Seeds de Invernalia, que lo convertía por extensión en una especie de tío para todos los alumnos y mediador entre Seeds e instructores… Embajador de su país y relaciones públicas general. A veces no sabía cómo sacaba tiempo para simplemente estar, pero lo conseguía.
Echaba de menos salir de caza tan asiduamente como en los viejos tiempos. Echaba de menos a mucha gente que estaba lejos o que directamente había dejado de estar. También echaba de menos las tartas de queso y arándanos de tía Ailea (ojalá tuviera la receta), pero ¿qué se le iba a hacer? Había cosas que simplemente ya no podía tener. Así que, como buen hombre práctico aunque nostálgico, se dedicaba a disfrutar de lo que sí tenía y a recordar todo lo que había perdido en los raros momentos en los que no tenía otra cosa que hacer.

Y allí estaba, en su despacho en el Jardín, con las piernas estiradas encima de una silla y los brazos detrás de la cabeza, mirando el paisaje a través de la ventana abierta y cartografiando mentalmente el bosque de más allá cuando el teléfono sonó.
No se dio prisa en cogerlo, suspirando antes de descolgar.

—Jardín de Invernalia, habla con el Director. —habló con tono neutro y monocorde.

—Buenos días, director. Anew Returner reportándose.

Tanis sonrió al escuchar la voz de su interlocutora.

—Seed Returner. ¿Qué tal todo? —preguntó cambiando el tono por uno más informal.

—La recuperación parece ir bien. Aún quedan unos pocos tests que quieren probar los doctores antes de darle el alta oficialmente —informó ella mientras miraba unos papeles que llevaba dentro de una carpeta, con el teléfono agarrado entre su mejilla y un hombro—. Pero estaremos listos para partir de vuelta a casa en unos pocos días.

Tanis asintió conforme.

—Bien, bien. Espero que el príncipe no te haya dado mucho trabajo. —dijo Tanis mirando el techo del despacho.

—¿Ah? Eh, no más del habitual.

Anew sonrió, cerrando la carpeta y poniéndola bajo un brazo. Agarró el teléfono móvil con una mano y continuó caminando por los pasillos del Jardín de Balamb, oyendo como sus tacones repiqueteaban contra el suelo.

—¿Qué tal fue el baile? —preguntó Tanis dirigiendo su mirada hacia unos papeles oficiales sobre la mesa. Los escondió en un cajón mientras escuchaba a Anew.

—Bien. Los nuevos Seeds de intercambio se portaron bien, no hubo altercados dignos de comentar. Isaak se portó como todo un caballero…

—¿Y tú? —dejó caer Tanis con perspicacia.

Anew tosió un par de veces antes de aclarar la garganta. Notaba sus mejillas sonrojarse.

—Estuve presente durante todo el baile, asegurándome de que todo iba a la perfección. Por supuesto.

—Por supuesto… —repitió el director.

Esperó un par de segundos en los que ninguno de los dos agregó nada a la conversación. Tanis le dedicó una sonrisa pequeña y cargada de afecto al teléfono, aunque sabía que Anew no podría verla, la reconocería en su voz.

—Me alegro de que todo vaya bien.

—Yo también, director. —contestó con un tono parecido al de Tanis.

—Seed Returner, siga con su trabajo —la mujer asintió con la cabeza desde Balamb—. Y Anew…

—¿Sí? —parpadeó con curiosidad.

—Diviértete un poco.

Sin nada más que añadir que una breve y afectuosa despedida después de eso, ambos colgaron sus teléfonos. Tanis llevó sus manos a la espalda y se giró a seguir mirando el paisaje a través de la ventana, esta vez de pie. Anew, por su parte, ralentizó sus pasos y suspiró, llevándose una mano al pecho y jugando con un pequeño colgante de plata que adornaba su recatado escote.


————

Estaba siendo un día tranquilo en la enfermería del Jardín de Balamb, y eso era más bien poco habitual. Aunque con los Seeds descansando después de la fiesta de la noche anterior, no era tan de extrañar.
Esa mañana Izuru Kira había tenido que tratar algún caso de resaca severa, pero daba gracias por la falta de comas etílicos que solían acompañar ese tipo de celebraciones. Suponía que con los ojos de otros países sobre el jardín, los Seeds se habían moderado. Eso, o que la mano dura de Franziska había sido más dura que de costumbre.

Kira suspiró en recepción, dando la vuelta a una página de la revista que estaba leyendo. Apoyó la mano en el puño y se concentró en su lectura. Orihime canturreaba mientras barría el suelo y ponía más caramelos gratis en la cestita delante de su compañero.
Fue en ese momento en el que la campanilla de la puerta sonó y Kira levantó la mirada de su magacín, Orihime se dio la vuelta apoyándose en la escoba que aún sujetaba en la mano y una chica pelirroja con pelo corto y gafas de sol ingresó en el local.
Orihime y Kira se miraron entre ellos antes de volver la vista hacia la desconocida.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó Kira desde detrás de la barra de recepción.

La chica bajó un poco las gafas de sol para echar un vistazo a su alrededor y terminó por quitárselas, dejándolas colgadas del bolsillo de su cazadora. Carraspeó.

—Busco a Isaak Heider —se acercó y dejó una identificación sobre la mesa—. Seed Liza Wildman, de Invernalia.

Kira inspeccionó la identificación antes de levantarse para guiar a la guardaespaldas.

—Sígame —indicó con una sonrisa pequeña y profesional y un movimiento de mano—. Orihime, te dejo al cargo hasta que vuelva.

—De acuerdo~ —canturreó la chica antes de sentarse sobre la mesa de recepción y despedirlos con la mano.

Kira tosió y sonrió afectadamente por el comportamiento infantil de su compañera. Caminó por uno de los pasillos y giró a la izquierda, buscando una habitación en particular. Llamó a la puerta con el puño y esperó unos segundos a oír la voz desde el otro lado dándole paso.
Abrió la puerta, aunque no entró, esperando a que Liza sí lo hiciera antes de volver a cerrar la puerta e irse.

Cuando Liza entró vio a Isaak sentado en un taburete, dándole la espalda, mientras una mujer le agarraba las mejillas, observándole con el ceño fruncido. El parche del príncipe descansaba sobre la mesa.

—¿Cómo va todo? —preguntó Liza, apoyando la espalda en la pared y cruzando piernas y brazos.

—Bien, progresa estupendamente. —La mujer levantó la mirada y le sonrió, parecía muy joven, aunque seguramente las dos trenzas que colgaban a ambos lados de su cuello tenían algo que ver con esa impresión. Volvió sus ojos de nuevo hacia el paciente—. Necesitaré que sigas llevando el parche de día, la exposición a luces intensas tiene que ser progresiva.

Isaak asintió con la cabeza y un débil ‘de acuerdo’ saliendo de sus labios. Se puso el parche cuando la doctora se lo tendió y se levantó, agarrando la chaqueta que descansaba doblada sobre uno de los reposabrazos frente a la mesa.

—Vuelve en un par de días —ordenó la mujer mientras se sentaba en la mesa y se ponía unas gafas, agarrando un bolígrafo y mirando unos papeles—. A menos que sientas alguna molestia, entonces acude inmediatamente aquí.

—Ya lo sé, doctora. —dijo Isaak algo cansado, bufando frustrado por recibir siempre la misma despedida.

No tardaron en salir de la consulta y después de la enfermería. No sin antes echarle un ojeada apreciativa a Orihime. Se miraron de reojo y Liza se tapó la boca con un puño mientras tosía e Isaak se reía de buen humor.

—Aaaah, no tengo claro si quiero largarme de aquí ahora mismo o no irme nunca. —confesó Isaak, remangándose los puños de la camisa.

—No importa lo que quieras, aún te quedan dos semanas más aquí —habló Liza, encogiéndose de hombros—. Y luego…

—Y luego nada —murmuró Isaak—. Y luego nada…


Neko

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #36: January 14, 2018, 05:12:23 PM »
Y volvemos con los Flashbacks, esta vez con uno de Milo, cuando era muy, muy pequeñito...



Una brisa suave soplaba aquella tarde, justo antes del ocaso, meciendo las pocas briznas de hierba que cubrían la ladera. Los pinos se mantenían firmes, aún con la sal que transportaba el aire desde el mar. Milo encogió todo su cuerpo y después estiró los músculos, bostezando con la boca bien abierta.
La playa que contemplaba desde allí estaba orientada hacia el norte. Aún así, los rayos mortecinos del sol jugaban a los reflejos con la marejada, tiñendo de dorado parte de las aguas grises y blancas.

Milo volvió a bostezar y se abrazó a sus piernas, apoyando la mejilla en las rodillas. Entrecerró los ojos, dejándose arrullar por el piar de los pájaros, que se llamaban los unos a los otros, pasando lista para ver quien faltaba por llegar al nido.
Más adelante, en el pueblo pesquero que se hallaba justo bajo la colina en la que descansaba, las tiendas empezaban a cerrar y los pescadores que se ocupaban de la pesca diurna volvían al puerto. Milo empezaba a quedarse dormido.

Ni las agujas de pino al crujir bajo el peso de un cuerpo humano lo consiguieron distraer de su somnoliento estado. La figura se paró justo delante de él, se agarró la falda con una mano y la otra la descargo en forma de puño sobre la cabeza del muchacho.

—¡Ay! —se quejó agarrándose la zona afectada y encogiendo los hombros—. Ouch.

La mujer se rió entre dientes, levantando el puño, irguiendo su espalda y dejando caer la falda hasta sus tobillos otra vez.

—Milo… —habló con un tono amenazador a la vez que cruzaba los brazos debajo del pecho y estiraba la cabeza.
El chico miró hacia arriba, apretando los labios e inflando los mofletes.

—Jo, mamá —la mujer se rió de nuevo y agarró la cesta de manzanas que estaba al lado de su hijo—. Siempre igual.

—Si no te quedaras aquí arriba cuando te mando de compras al pueblo… —Milo se levantó y sacudió sus pantalones, la mujer esperó a que avanzara hasta su lado para darse la vuelta—. Entonces…

—¡Otro gallo cantaría! —repitió el chico a la misma vez que su madre, rodando los ojos.

Milo estiró su mano para agarrarse a la falda de su madre, que miró hacia abajo para cerciorarse de que su pequeño cachorro estaba bien. El niño había cumplido los cinco años de edad hacía poco. Aún así, era un chico confiable... la mayor parte del tiempo.

La mujer sonrió y continuó andando al paso que marcaba el pequeño, rumbo a su hogar.

—Mamá. —llamó el muchacho.

—¿Sí, Milo? —preguntó su madre en tono cantarín.


—¿Qué es “otro gallo cantaría”? —Milo se frotó el dorso de la mano por la nariz.

Su madre se rió otra vez y miró la cesta de manzanas al notar como rodaba una de ellas, grande y roja, hacia otro lado. Parpadeó y se paró para agarrar una manzana pequeña con una mancha marrón a un lado.
Al darle la vuelta vio que estaba totalmente podrida.

—¿Mamá? —preguntó Milo al ver la cara preocupada de su madre, que no contestaba su consulta—. ¿Pasa algo? ¿He hecho algo mal?

Milo estiró un poquito de la falda, con las cejas fruncidas en culpabilidad.
La mujer desvió los ojos de la manzana hacia su hijo. Se agachó y dejó la manzana en el suelo para agarrar las mejillas del pequeño.

—No Milo, no pasa nada. —besó la frente del chico.

Seguramente, al verlo tan pequeño, alguno de los vendedores del mercado había tenido a bien colarle alguna de las mercancías que debería haber descartado hacía tiempo. O tal vez había sido un error.
La mujer pasó los pulgares por las mejillas de su hijo, quitando un poco de tierra que llevaba pegada. Sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos y empezó a limpiarlo bien, haciendo asomar la lengua entre sus labios en una expresión de mofa mientras restregaba la tela contra la piel.

—¡Ay, mamá! ¡Que duele! —se quejó Milo, intentando zafarse pero riéndose al igual que su progenitora.

De todas maneras, pensó la mujer, que una manzana estuviera podrida no tenía porque significar que esta fuera a malograr todo el cesto.


————

La mujer escurrió el paño, haciendo que el agua cayera de nuevo dentro del recipiente donde la contenía. Comprobó la temperatura de la frente de Milo con la mano antes de cubrirla con la tela. El niño tosió y se retorció entre las sábanas húmedas.

—Mamá… —habló estirando un brazo hacia los rizos rubios de su madre.

Ella agarró la mano entre una de las suyas y le sonrió, chistándole para que callara.

—Shhh, tienes que descansar —apretó un poco los dedos y dejó la mano dentro de las cobijas, tapándolo apropiadamente—. Ahora en seguida te traeré la comida.

El gesto de Milo se torció, pero asintió obedientemente. Su madre volvió a colocar en su sitio  el paño que se le había escurrido con el cabeceo. Se levantó para marcharse, pero el contacto de sus ojos no desapareció hasta que la mujer cerró la puerta. Se llevó la mano al pecho y un suspiro entrecortado se escapó de entre sus labios.

Levantó la cabeza con orgullo, corrigiendo su posición acongojada hacia una mucho más propia de ella misma. Aún así, sus intentos fueron en vano. Su marido le salió al paso y arrugó las cejas, leyendo entre las pequeñas arrugas de la frente de su esposa.
Se acercó a ella y apartó un mechón de pelo que se escapaba de su moño.

—¿Cómo está? —preguntó él después de besarla en la mejilla.

—Mejor que ayer —contestó ella, sin querer mentir, apartándose para continuar hacia la cocina.

Él la siguió. Ya hacía casi un mes que su hijo tenía fiebres altas. Milo aún era pequeño, y aunque las condiciones en las que vivían no daban exactamente un cien por ciento de esperanza de vida para los bebés, los niños de esa edad ya no estaban considerados en peligro de mortandad, a menos que empezase algún tipo de plaga.
Su hijo era un niño sano, su único hijo. Y él estaba tan preocupado como su madre por su supervivencia.

Cuando entró en la cocina vio a su esposa calentando caldo. En ese mes había adelgazado y la ropa le quedaba un poco ancha, su cuerpo reflejaba el estrés por el que su mente estaba pasando.
Él se acercó un poco más, agarrándola por el hombro y apoyando la mejilla en su pelo. No añadió palabras, entre ellos no hacía falta hablar.
Los dos tenían dudas, pero ninguno iba a pronunciarlas ni a admitirlas.


————

Milo se despertó de repente, con la respiración acelerada y la frente perlada en sudor. Se incorporó sobre el colchón, mirando a su alrededor algo perdido. Localizó a su madre a un lado de su cama, encogida en un sillón que habían trasladado desde el salón hasta su habitación, arropada con un par de mantas.
El niño sacudió la cabeza. Notaba la boca seca y el cuerpo caliente. Otro vistazo y encontró un vaso con agua encima de la mesita de noche. Se arrastró hasta alcanzarlo, estirando el brazo y asiendo el vaso con una mano temblorosa. El sudor en sus manos hizo que el cristal se le resbalara, rodando por la cama y cayendo al suelo. Derramando todo el contenido, mojando a su paso cuanto encontrara.

Milo se asomó por el borde de la cama. Se sentía aturdido y tenía la mente nublada, pero encontró el vaso al lado de una pata del armario.
Se levantó para recuperarlo, restregándose las manos contra el camisón para secar las palmas antes de volver a cogerlo. Lo dejó en la mesita, donde lo había encontrado y se lamió los labios resecos.

—Agua… —musitó agarrándose la pechera del camisón—. Mamá.

Miró a la mujer, pero seguía dormida.
Aunque Milo era hijo único, en ningún momento lo habían mimado demasiado. Su madre siempre había enfocado su educación hacia la autosuficiencia. Y aunque en las pocas veces que recordaba haber estado algo enfermo, siempre había conseguido más atención de los demás, a Milo le gustaba hacer las cosas por si mismo. Así que, con un objetivo en mente, salió trastabillando de su habitación.

Sus pies descalzos no hacían ruido sobre el suelo de la casa. Sus manos alcanzaban a la perfección la manilla de la cocina, pero en la cofunsión que reinaba en su mente, no encontró agua en ninguna parte.
Milo empezó a recordar lugares en los que encontrar agua en abundancia. El mar no servía, sabía demasiado bien que ese agua no se podía beber. Después de pasar dos minutos sentado en el suelo de la cocina, agarrando sus pies mientras se balanceaba con el cuerpo entero, una idea cruzó su mente, el pozo del pueblo.

Milo se sorbió los mocos y pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz mientras se levantaba. Correteó hasta la puerta trasera y atravesó el pequeño jardín. Caminaba por el centro de las calles, ensuciándose los pies, apretando los puños sobre sus muslos.
Su cuerpo ardía incluso en contacto con el frío aire de finales de diciembre. Volvió a sorber la nariz, notando como algo se le escapaba de ella, pero por mucho que aspirara no parecía parar. Se llevó una mano a la cara, tocando aquel líquido viscoso. A la luz de una de las pocas farolas encendidas vio el color rojo que teñía sus dedos.

—¿Sangre? —se preguntó.

Paró su marcha y de repente se preguntó qué estaba haciendo. Dónde estaba. Por qué estaba ahí. Vio el pozo un poco más adelante, a un lado de la plaza principal del pueblo, y encontró al menos la mitad de las respuestas que estaba buscando.
Milo sacudió la cabeza otra vez, pero no se libraba del calor que notaba como consumía su pequeño cuerpo. Dio un paso dubitativo y otro más seguro pero poco estable. Temblaba como una hoja al viento. Se agarró los codos, clavando las uñas en la tela del camisón.
Cuatro pasos más allá soltó la tela, notándola pegajosa. Se paró bajo otra farola y miró hacia abajo.

Milo empezó a respirar fuertemente, viendo como el camisón blanco te manchaba de rojo sobre su vientre, en los brazos, como corría el líquido desde la pechera hacia abajo con parsimonia, como intentando empapar cada hebra.
El mismo líquido caliente descendió por sus pantorrillas, encharcando el suelo a sus pies.
Su respiración se aceleraba por segundos, entrando en un estado de pánico al que nunca en su corta vida se había visto expuesto. Quiso gritar, pero la hiperventilación dominaba su garganta, cerrándola por completo.

Miró las palmas de sus manos, que parecían rezumar sangre por cada poro de la piel. Se llevó las manos a la cabeza, notando sus rizos rubios húmedos. De repente su cuerpo estaba completamente cubierto de rojo y Milo no sabía que estaba pasando.
Echó a correr hacia el pozo, con la idea de tirarse al agua para limpiarse por completo, pero por el camino tropezó, cayéndose al suelo y golpeándose la cabeza, sumiéndose en la inconsciencia durante las siguientes trece horas.


Airin

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #37: January 31, 2018, 07:47:39 PM »
**escribe desde la cama con gripe y millones de mocos** vuela caos, vuela!






Cuando el empleado del Jardín les había dicho mirándoles por encima de la nariz que podían esperar en el patio interior hasta que llegase su adulto al cargo, Raiko había levantado un dedo y abierto la boca para protestar que era una adulta legal en su país de origen y en el que se encontraban en el mismo segundo en que Gaudy la había agarrado
por los hombros y arrastrado de vuelta al exterior.

—¡Pero Gaudy!

—Ni pero ni pera, —replicó el joven tocándole la cabeza y sentándose en un banco a la sombra.— No necesitamos que nos expulsen el primer día.

—La  fuerza justa como para que no lo recuerde, puedo ser muy discreta. No me puedo creer que estés siendo responsable, —dijo la pelirroja mirándole con extrañeza.

—Hmm —replicó el chico.— Espera un par de semanas o algo, que no sepa de dónde ha venido.

Raiko se echó a reír y estiró suavemente del flequillo rubio de su compañero.

—Vaya por dios. —dijo una voz a sus espaldas.— Ya sabía yo que me ibais a traer problemas.

Los dos se giraron a mirar, encontrándose con un hombre alto, casi tan alto como Gaudy, con un parche en un ojo y de pelo cobrizo muy largo recogido en ¿una trenza enrollada al cuello?

—¡Ah! ¡El pervertido del baile! —el rubio se puso en pie señalando al hombre con un dedo acusador.

—¡Eh! —respondió Pip ofendido llevándose una mano al esternón— ¡De pervertido nada, que sólo bailamos! ¡Y no las cosas guarruzas que bailan hoy en día los chavales de aquí!

Eso pareció calmar un poco los ánimos de Gaudy, que pese a todo se cruzó de brazos y torció el morro. Raiko miró de uno a otro con cara de estar poco convencida, y la sensación de que se estaba metiendo en un jardín del que no iba a saber salir. No literalmente, del que estaba sabía salir, había estudiado los pasillos.

—No me digas que tú vas a ser nuestro instructor.—comentó la chica mordiéndose un pellejito de un dedo.

—Vale, pues no te lo digo. —contestó Pip metiéndose las manos en los bolsillos y balanceándose sobre los pies de atrás a delante.

—¿Nuestro instructor? —Gaudy abrió mucho los ojos en un gesto de horror que resultó adorable y cómico por igual.—
¿Nuestro adulto al cargo?

—Eeehhh...—Pip se rascó el puente de la nariz y escondió una sonrisa al ver la colleja poco disimulada que se llevó el chaval por parte de su compañera.

—Ni de coña, los dos somos adultos legales. En Invernalia y aquí. —Raiko frunció el ceño cuando su recién estrenado instructor se echó a reír.

—Y en Ikea desde hace más tiempo, ¿verdad? —dijo Pip pasándole un brazo por los hombros a la chica.— Han pasado varios días desde el baile, he tenido tiempo de investigar vuestros archivos.

La pelirroja miró de la mano que agarraba su hombro con cordialidad a la cara del hombre de forma intermitente durante varios segundos.

—Vamos, que he fisgado cuanto he podido, y ahora sé cosas de vosotros. —tradujo él.

—¿Como qué cosas? —la chica se cruzó de brazos y lo miró de costado.

—Coooomo que “Raiko” no es tu nombre. O sea, no el verdadero de pila.

—¿¡Rai!? —la alarma de Gaudy hizo que Pip levantase la mano libre en un gesto de pausa

—No llegué a conocer al Capitán Brightblade, pero oí hablar bastante de él en Invernalia, es un héroe después de todo. —explicó con tono conciliador.— Y Raiko suena peculiar como para alguien de Ikea, ¿no?

La pelirroja se encogió de hombros, incómoda con la conversación pero sin la necesidad de usar la violencia.

 —Siempre me han llamado así en casa, es un apodo que me puso mi madre y prefiero usar ese nombre. ¿Algún problema?

—Eh, por mi parte ninguno. —Pip le palmeó el hombro que tenía agarrado.— A mí me llamaron Philip y muerdo a quién me llame con todas las letras, así que… Podéis decirme capitán, jefe, o cualquier cosa por el estilo, pero si me llamáis de otra forma que no sea Pip, os falta campo pa’ correr.

—Pues mi nombre es Gaudy, Gaudy Gabriev, y ya está. No tienes nada que fisgar ahí. —el chico estaba a la defensiva después de lo que consideraba una invasión en la privacidad de su compañera, y no se esperaba que su nuevo instructor le echase el brazo libre alrededor del cuello y lo apretase contra él pese a sus protestas, obligándole a agacharse un poco para quedar a una altura más cómoda.

—¡Eso es lo que tú te crees! —respondió Pip alegremente.— Y ahora que ya nos conocemos todos, qué os parece si buscamos una sala de entrenamiento y nos enseñamos qué sabemos hacer, ¿eh?




Tras un paseo lleno de vueltas y recodos por pasillos interiores que Raiko fue cartografiando en su mente, Pip abrió una puerta de metal y con algo parecido a una reverencia estiró el brazo hacia adentro, encendiendo las luces e invitándolos a pasar. Era una sala enorme y vacía, completamente cubierta por panelado metálico, y con iluminación fluorescente blanca  haciendo dibujo de tablero en el alto techo.

—¿Y ya está? ¿Esto es la sala de entrenamiento? —la chica habría querido pensar que se trataba de una broma, pero se temía que aquel espacio  que le recordaba a un hangar abandonado era realmente a donde su instructor les había prometido llevar. Raiko no estaba segura de si esperaba que la tecnología valiera la pena, o le daba reparo la posibilidad de dejarlo todo hecho trizas.

—Jo, pues vaya roña… —murmuró Gaudy decepcionado.

—A ver novatillos, recoged esas caras largas, que tenemos magia cibernética de la que presumir, —su instructor caminó a lo largo de una de las paredes tocando paneles de chapa aquí y allá, abriendo huecos de almacenamiento que al cerrarse quedaban ocultos a la vista.

Los dos recién estrenados SeeDs compartieron una mirada significativa que parecía decir “si tuviera aquí MI espada, no se iba a reír tanto...” y un cabeceo afirmativo. Pero Pip aún no sabía eso. De todas formas se acercaron a curiosear de qué iba el asunto de las paredes que se abrían. Gaudy se asomó a la más cercana.

—¡Oooohhh! —exclamó al ver armas, multitud de ellas, reposando sobre bases de sujeción en las paredes de la taquilla.— Son todas tan… brillantes…

—¿A ver? —Raiko le empujó con el codo en un costado haciéndose sitio para observar y pasando de un hueco a otro dejó escapar un silbido que hizo reír entre dientes a su instructor.— ¿Todo esto es sólo para entrenamientos?

Pip se encogió de hombros con una sonrisa satisfecha.

—Elegid un arma. —dijo sacando un paquete de tabaco de un bolsillo de su pantalón, y mordiendo un cigarro arrastrándolo hacia fuera.

—¿Sólo una? —Raiko frunció el ceño, dudando entre qué elegir.

—Chica lista. —dijo él colgándose varias cananas de la cintura, y cruzándose otro par sobre el pecho.— Venga, que sean dos. La munición no cuenta.

La munición no contaría, pero él se esta llenando todos los bolsillos y hasta dentro de los pantalones de cartuchos y cargadores de recambio. Gaudy y Raiko se miraron de nuevo entre ellos, y después volvieron la vista a la armería escondida, sopesando sus opciones.

—Vas a necesitar un escudo entonces, —comentó la chica considerando una daga del tamaño de su palmo.

—Sep. A ver si hay alguno suficientemente grande, —el rubio fue pasando de una taquilla a otra, rebuscando en el arsenal.

—Gaudy, —Raiko se giró para comprobar que su instructor no podía escucharles.— ¿que tenga el interior de madera y el agarre forrado?

—¿De made…? ¡Oh! —el joven abrió mucho los ojos y asintió.— Eeentiendo. Jeje.

La pelirroja sacó lo que parecía ser una espada de mano y media, la desenvainó y apoyó la punta contra el suelo, recostando la hoja contra su pierna y tocando la empuñadura a la altura de su cadera. Después de levantarla y moverla un par de veces la volvió a envainar y la dejó en su sitio otra vez. Luego fue repitiendo los mismos gestos con distintos sables, catalogándolos en su mente hasta encontrar el arma que más le gustaba en conjunto por tamaño, peso y equilibrio. Que tuviera la guarda también de acero sin decorar y la empuñadura sólo parcialmente cubierta, con el pomo de metal al descubierto.
 Para cuando se hubo decidido por una espada, Gaudy ya se había provisto del escudo adecuado y extrañamente, una claymore.

—¿Dónde vas con eso? —preguntó la chica ladeando la cabeza.

—Es bastante ligera, —dijo el rubio colgándose el escudo a la espalda como si fuera la mochila de la escuela.

—Tú sabrás. —Raiko se encogió de hombros, acostumbrada a que su compañero no encajase del todo en los límites de lo normal en cuanto a resistencia bruta se trataba. 

—¿Estáis? —preguntó Pip desde unos cuantos metros más allá.

Como respuesta tuvo que esquivar un mandoble prácticamente horizontal del rubio, que de haberle alcanzado lo habría partido en dos. No pudo contener una risa un poquito desquiciada, sus chavales iban en serio y parecía que la iban a gozar todos.

Cuando empezó a vaciar las balas del primer cargador contra la posición del chico, éste simplemente le dio la espalda agachándose, dejando que el escudo cubriera su cuerpo como si fuera el caparazón de una tortuga.
Era listo. Aunque Pip había visto eso antes.

« Last Edit: February 16, 2018, 03:03:39 PM by Airin »

~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
~      B a i n a n    h o n e l a,    e z    z e n    g e h i a g o    t x o r i a    i z a n g o,      ~
~      e t a    n i k    t x o r i a    n u e n    m a i t e.       ~


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #38: April 30, 2018, 02:33:09 PM »

Al día siguiente, tras una serie de turnos rondando por la zona y vigilando tanto la sala donde estaban expuestos ya los cuadros como el dormitorio de Kray, empezaron los últimos preparativos para la exposición de la noche. Kora llevaba preparándose un buen rato, pidiendo el último turno para poder así arreglarse. Yuri no había necesitado de mucho tiempo, vistiendo el traje de gala (se sentía un poco ridículo con él, todo fuera dicho) y equipando discretamente sus armas bajo la ropa, con la punta de la hoja del katar sobresaliendo por la tela.

Pasada la hora en la que la sala se abría al público, empezó a llegar gente, más de los que Yuri suponía, aunque no serían más de un centenar de personas en total. Muchos de ellos eran supuestos entendidos en arte, reconociéndolos inmediatamente por su aire de superioridad y sus halagos a la basura que eran los cuadros de Kray.

- ¿Le apetece una copa, señor?

Yuri tomó distraídamente una de las copas que el camarero le ofrecía. No iba a beber más que eso, pero pensaba que tener la copa en la mano le haría verse más en sintonía con la situación.

Uno de aquellos expertos en arte se acercó a Kray, preguntándole por el precio de uno de sus cuadros. Señaló un amasijo de colores, indescifrable y que le recordaba a aquella vez que se le cayó el bol con la macedonia al suelo. Kray, sin embargo, inmediatamente contestó con una negativa. Tal y como Kora le había contado, no vendía el cuadro alegando que ya estaba reservado para otra persona. Al contrario que su compañera, Yuri lo tenía más difícil para saber si era cierto o no, por muy observador que fuera.

Entrecerró los ojos, deseando tener la intuición de la chica para ver qué unía aquellos cabos sueltos.

- Hola.

Como si desear sus poderes la hubiera invocado, la chica apareció detrás de él. Kora debía haber aprovechado hasta el último minuto para arreglarse, pues estaba de punta en blanco. Había optado por dejar su arma atrás, por lo que en el improbable caso de que sucediera algo, recurriría a su control del fuego. Eso dejaba a Yuri con el trabajo físico.

- ¿Ha pasado algo interesante? - Preguntó la recién llegada. - No, mejor dime si ha pasado algún chico interesante.
- Nada del otro jueves. Y tampoco he visto a tu esmarthiense amico. - Replicó Yuri, ignorando la ofensa en la cara de Kora. - Pero Kray ha vuelto a tener un comprador.
- ¿Y? ¿Le ha vendido algo?
- No.

Kora arqueó una ceja, cruzándose de brazos. No le costó a Yuri reconocer aquel gesto en su expresiva compañera, el mismo que mostraba cuando algo no acababa de cuadrar en la red intuitiva que tenía en la cabeza.

- ¿No te parece demasiado extraño?
- Definitivamente. Quizá deberíamos comentarlo con Laguna.

La chica asintió, pero antes de que pudieran decidir qué hacer, Kray les llamó la atención. El hombre iba acompañado de otro tipo trajeado, quien tenía la cara cruzada por una cicatriz en diagonal. Nada de su aspecto le pareció fiable a Yuri, y al ver que la expresión de Kora sólo había empeorado, temió que su compañera tenía la misma sensación que él.

- Acompañadme. - Kray señaló una parte alejada de la sala, detrás de una de las pantallas móviles donde estaban expuestos varios de sus cuadros.

Yuri asintió, pero antes de dirigirse, Kora tironeó de su manga. Tenía el ceño y los labios fruncidos, y casi habría dicho que estaba asustada.

- Yuri... creo que esto... hay algo que se nos escapa.
- ¿No me habéis oído? - Les regañó Kray, mirando nervioso a su alrededor.
- Sí, perdón.

Tomó la delantera, con Kora detrás, y los cuatro se reunieron a la sombra de la pantalla. Kora había sacado el comunicador disimuladamente, colocando el mando en su espalda, sintonizando con el Jardín de Balamb mientras tecleaba el código. Para cubrirla, Yuri permanecía delante de ella, observando atentamente a Kray y el sujeto que lo acompañaba.

La conversación entre ambos hombres era en voz baja, acelerada y a cada segundo, Kray parecía ponerse más nervioso. Estaba claro que no era una simple exposición, y probablemente, su cliente no era pintor. La incertidumbre al no saber qué sucedía realmente era demasiada, y Yuri empezó a sentir un sudor frío por la espalda. Se sobresaltó al oír algo caer al suelo, así como los otros dos giraron la vista hacia ellos.

- Lo siento... se me ha caído el móvil...

Incómoda y con voz no muy segura, Kora se agachó detrás de Yuri para recuperar el comunicador. Kray y el comprador les dirigieron una mirada molesta, pero no parecieron sospechar nada de ellos, volviendo a la conversación. La chica aprovechó para susurrar al oído de su compañero.

- Estaba comunicando...

Las líneas de comunicación eran seguras y nunca recordaba que se hubieran caído. Aquello sólo podía significar una cosa.

- ¿Nos están llamando?


Airin

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #39: May 31, 2018, 05:58:16 PM »
Toma flashbackazo que te crió :B






Posó los dedos sobre la madera pulida, tapando cada agujero con sus yemas. Con delicadeza, sin apretar demasiado. Se llevó el instrumento a los labios y después de inspirar con profundidad, sopló suavemente. La flauta emitió un sonido algo tembloroso, hacía bastante que no había practicado y últimamente los exámenes no habían sido lo mejor para calmar sus nervios.
Dejó que la memoria de su cuerpo tomase las riendas, y realizó las escalas de afinación de graves a agudos y viceversa, sintiendo como el sonido familiar la tranquilizaba poco a poco. Las grandes piedras con las que habían reconstruido los arcos del claustro de la antigua colegiata aún desprendían algo de calor, habían recibido los rayos del sol durante todo el día. Acomodó la espalda contra una de las columnas y dejó que su pierna derecha resbalase del alféizar sobre el que se hallaba sentada, manteniendo la izquierda doblada sobre la roca.

Empezó con una melodía dulce y lenta, cerrando los ojos y visualizando en su mente las granjas y prados que rodeaban el edificio del Jardín. Había sido una primavera tardía, pero benigna. Las golondrinas que deambulaban de aquí para allá ponían el telón de fondo a su música. Poco a poco la tonada empezó a cambiar, acostumbrando de nuevo su respiración a los cambios de ritmo, cogiendo mayor velocidad y rango de notas. Más rápido, más fuerte, más agudo.

El paisaje en su imaginación se fue convirtiendo en el de su infancia, la melodía era un pájaro pequeño y ágil que danzaba sobre densos bosques y escarpadas montañas cubiertas por nieves perpetuas. Cientos de sombras de verde, gris y blanco hasta donde alcanzaba la vista, y al fondo, el intenso azul del océano.
El tono alegre de la canción hacía que moviera el pie mientras tocaba, el soniquete de los golpes contra la roca convirtiéndose en su acompañamiento rítmico. Las notas se deslizaban desde el claustro hasta más allá del edificio bailando por los pasillos de piedra, y resonando hasta el exterior de la colegiata.

El aire arrastraba la música hasta los patios del Jardín, donde una figura de pelo grisáceo que hasta ese instante se había encontrado agazapada entre los arbustos se irguió levemente, ladeando la cabeza como intentando averiguar de dónde procedía el sonido y quién lo estaba fabricando. Después de unos momentos decidió tumbarse sobre el suelo, a salvo de miradas indiscretas, escondido por las hojas. Creía saber la respuesta. Por su mente pasaron varias personas pertenecientes al Jardín capaces de sacar melodías de distintos instrumentos, pero sólo conocía un animalillo cuyo canto sonase tanto como algunas tonadas del otro lado del Muro.

Esbozó una pequeña sonrisa traviesa, no hacía mucho que había visto a Raiko pasar por el patio donde estaba, escabulliéndose quién sabe a qué lugar mientras apretaba el flautín entre sus manos creyendo que nadie se había fijado en ella. Era una buena compañera, aunque Phenril se mostraba renuente a pensar en nada más. A veces se preguntaba por qué la chica parecía tener tanta simpatía por él, pero no estaba seguro de querer indagar más de la cuenta, había algo que lo desconcertaba y aquello solía acabar por ponerlo a la defensiva. No quería pagar con ella su poca paciencia, no le parecía justo, la pelirroja solía tolerar sus comentarios mordaces con bastante buen talante pese a todo.

Desde su escondite vio como uno de los graduados del año anterior salía de la armería con dirección al edificio principal, pero tras unos segundos giraba sobre sus talones para encaminarse hacia el lugar de donde sabía que provenía la música. Phenril meneó la cabeza con aire de indiferencia, murmurando para sí mismo que él no lo haría.
Al fin y al cabo, el instinto de supervivencia era algo innato en él.




Raiko se tomó una pausa para descansar al final de aquella última canción, sentía la cabeza ligera tras tantos minutos obligando a sus pulmones a prolongar las exhalaciones de aire durante más tiempo de lo habitual. Abrió los ojos con la intención de hacer desaparecer la leve sensación de mareo, y su vista se fijó en la figura que se acercaba a ella con paso decidido. Arrugó el labio superior en un gesto de hastío.

—¿Qué buscas Feng, la dignidad perdida? —al oírla el joven despeinado detuvo su marcha a un par de metros de la pelirroja.

—Como si tú supieras qué es eso, Brightblade —respondió él picado en su orgullo— Al menos yo no me escondo detrás de alguien más fuerte, que es lo que todas las chicas hacéis.

—Oh, ya veo. —Raiko se echó a reír— Disculpa, no puedo evitar recordarte en el torneo, lleno de barro y con esa carita de niño sin regalo de cumpleaños. Si quieres que te demuestre aquí y ahora que no necesito esconderme detrás de nadie, siéntete libre de hacerlo. Si no, emigra. Me estorbas la inspiración.

El chico la miró con los ojos entrecerrados y los labios apretados, su rostro una imagen de frustración tan nítida que podría haber aparecido junto a la definición de la palabra en un diccionario.

—Si sí, ríete, pero Gabriev te dio una paliza —Feng Xiao Lang resistió la tentación de dar una patada en el suelo.

—Como si eso fuera alguna novedad —ella sonrió y se encogió de hombros con despreocupación— Gaudy lleva dándome hasta que no puedo moverme desde que éramos críos. Entrenamiento y tal. De hecho la primera vez, me dio un puñetazo pensando que era a un chavalillo a quien le daba un escarmiento. Habrás visto que con Luna no hace lo mismo.

—Vaya, entonces si que tienes que quererlo para soportar semejante abuso —comentó el moreno con aire pensativo.

—¿Verdad? No sé ni como lo hago. Supongo que debe ser como tener un hermano, no lo sé.

—Pero a un hermano no le dejas que te meta la lengua hasta la gar- ¡EH!! —se agarró a la columna de piedra para no caer hacia atrás por el empujón que acababa de recibir. En un abrir y cerrar de ojos la chica se había levantado recogiendo su flautín y casi lo había tirado al suelo.

—¿Me meto yo en lo que haces con tus días libres en las tabernas del pueblo? No, ¿verdad? —Raiko apretó los puños, amenazando a su técnicamente superior golpeando con boquilla de la flauta en el pecho de éste.— Si te crees que es fácil esquivar a Gaudy cuando se emborracha es que eres más ingenuo de lo que pensaba.

Xiao Lang se quedó plantado donde estaba, viendo como la moza se alejaba de vuelta al patio principal a grandes zancadas indignadas. Por una parte se hacía mala sangre al pensar que su reputación de gran espadachín brillaba un poquito menos desde que una chica menor que él le había vencido en el torneo de primavera, pese a que otro compañero le hubiera arrebatado a su vez la victoria a ésta. Pero por otra parte le sabía mal haberse metido donde nadie le llamaba.

—¡Brightblade! —llamó antes de perderla de vista. Ella frenó momentáneamente.

—No te preocupes, Feng Xiao Lang. No voy a ir corriendo a llorarle porque un niño se ha portado mal conmigo, yo ya soy mayor ¿sabes? Siento defraudar tus expectativas, pero hace muchos años que no tengo a ningún hombre que me defienda cuando llegan los monstruos.

El joven la observó reanudar su camino, pasándose la mano por la cara mientras pensaba con algo de culpabilidad que no había contribuido precisamente a calmar los ánimos de una aspirante a punto de realizar su examen Seed. Deseó que tuviera buena suerte, aunque no se llevasen bien no le deseaba ningún mal.

~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
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Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #40: June 30, 2018, 07:29:23 PM »

- ¿Nos están llamando?

Como una respuesta a su pregunta, el aparato emitió una serie de pitidos cortos. El Jardín de Balamb, efectivamente, les estaba llamando, y ambos conectaron sus transmisores, desenfocando la vista para centrarse en lo que oían.

- ¡Yuri! ¡Kora! - El que hablaba era Laguna, con una voz acelerada que nunca habían llegado a oír en su instructor. - ¡Abortad la misión ahora mismo!
- ¿Qué...? - Yuri, instintivamente, buscó a su alrededor al sentirse en alerta. Sus sospechas se habían confirmado, y de la peor forma posible.
- ¡Marchaos de allí! ¡Ya no tenéis ninguna responsabilidad en esta misión! ¡Ahora!

Sus reacciones, alteradas, llamaron la atención de Kray, que se giró hacia ellos a punto de pedir explicaciones. Pero ni el hombre llegó a decirles nada, ni ellos tuvieron oportunidad de moverse. De su garganta salió un grito ahogado, y aquel balbuceo incomprensible fue lo último que llegó a decir en vida.

En la parte delantera del cuello de Kray sobresalía la punta de una hoja delgada, y detrás del hombre, una figura blanca y roja encapuchada apretaba su mano contra el cráneo. El acompañante de Kray trastabilló al intentar apartarse, pero antes de que llegara a caerse siquiera, el encapuchado le lanzó un cuchillo pequeño que le atravesó el cuello también, cayendo a un lado y derribando la pantalla que les cubría con su cuerpo, provocando un gran estruendo.

La escena quedó expuesta al público, que tras unos segundos de shock, comenzó a gritar y huir en bandada. Kora y Yuri, sin embargo, se quedaron quietos en sus posiciones. No podían arriesgarse a perder su atención sobre el sujeto en ningún momento. La chica hizo arder sus manos, preparada para lanzar una llamarada en cualquier momento, y las hojas de los katares de Yuri salieron sobre sus palmas, desgarrando la tela de las mangas.

El corazón de ambos latía desesperadamente, hasta casi impedir que oyeran la desesperada voz de Laguna por los intercomunicadores.

- ¡Detrás de Kray va un...!
- Un Asesino... - Yuri terminó la frase, sintiendo como un escalofrío recorría su cuerpo.

El encapuchado apartó su mano, reclinando el ya sin vida cuerpo de Kray al suelo, donde se empezó a formar un charco de sangre desde su cuello, y murmuró algo en voz baja que ninguno de los dos llegó a entender. Al levantarse, vieron que la hoja ensangrentada sobresalía desde el interior de su manga, por debajo de la palma de la mano. El Asesino levantó ambas, y con un movimiento rápido, guardó la hoja.

- ¡Huid! - Insistió Laguna, con la voz rota. - ¡No tenéis ninguna posibilidad contra él!

Pero ninguno de ellos era capaz de hacer un primer movimiento. Frente a ellos, el encapuchado seguía con aquel gesto, como si tratara de mostrarse conciliador. Levantó la cabeza, y aunque la capucha cubría hasta el puente de la nariz, pudieron ver una sonrisa en su rostro. Unos labios con una familiar cicatriz vertical en el lado.

- N-no puede ser... - Kora abrió los ojos, con las llamas en sus manos flaqueando por un segundo para avivarse enseguida.
- Tú... - Yuri apretó los dientes, controlándose para no dejarse llevar por la frustración.
- Mi dispiace, es una pena que vuestra misión termine así.

Con un movimiento rápido, se apartó la capucha, revelando bajo ésta el rostro tranquilo y amigable de Ezio. Los Seeds se pusieron aún más en guardia, mientras que el Asesino permaneció en su sitio, todavía con las manos en alto.

- Pero me temo que os han engañado, amicos. - Ezio fingió un gesto de pena. - El signore Kray quería que vigilarais su negocio, pero no el de los cuadros... exactamente.
- ¿Qué sabes tú de todo esto? - Preguntó Yuri, con las armas en alto. - ¿Por qué lo has matado?
- El mundo está mejor sin ciertos sujetos, ¿no creéis? - Respondió éste, alzando una ceja. Pero antes de que pudiera continuar, el sonido lejano de una sirena de policía se empezó a escuchar en la distancia. - Me temo que no puedo quedarme a hablar. Un placer conoceros.

Ezio les guiñó un ojo, colocándose la capucha y con una agilidad que empalidecía la de muchos Seeds, saltó a una de las pantallas para subir hasta el techo, desde donde se coló por la ventanilla. Antes de desaparecer en el oscuro agujero, les dedicó un saludo. Ambos Seeds permanecieron en silencio durante varios segundos, con sus respiraciones aceleradas siendo el único sonido que llenaba la estancia hasta que volvieron a oír a Laguna a través del transmisor.

- ¿Qué... qué ha pasado? ¿Estáis bien? - Preguntó Laguna a través del transmisor.
- Sí... sí que estamos bien... no sé como pero sí... - Respondió Yuri.
- Hablaremos de esto cuando volváis. Lo siento muchísimo... podriáis haber...

Su instructor parecía realmente compungido, aunque era obvio el alivio que sentía. La policía entró en la sala, con las armas en alto, y tanto Yuri como Kora levantaron las manos para no terminar de alarmarlos. La chica apagó el fuego en sus manos, y avanzó para hablar con los recién llegados, aunque no apagó su transmisor.

- No sé como puede haber fallado nuestra red de información... - Continuó Laguna. - En fin, Franziska ya está moviendo ficha para que os dejen salir de allí cuanto antes. Como muy tarde, deberíais poder volver mañana. Seguiremos en contacto.
- Hasta mañana. - Murmuró Yuri al apagar el intercomunicador, tras lo cual se unió a su compañera para dar testimonio de los hechos.

Su primera misión había terminado con un estrepitoso fracaso, trayendo consigo la dolorosa lección de que todavía tenían mucho que aprender como Seeds. Era la primera de muchas ocasiones, sin embargo, y ninguno de los dos se podía permitir hundirse antes de siquiera empezar.


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #41: September 30, 2018, 11:06:55 AM »

- ¿Hooola? ¿Hay alguien en casa?

Kora asomó la cabeza por la puerta, mirando de un lado a otro la entrada de la casa. Pero no vio a nadie ni obtuvo respuesta, por lo que se adentró, apoyándose en la puerta ligeramente para cerrarla. Dejó las llaves sobre la mesita, y encendió las luces, ya que la que entraba a través de la ventana no le parecía suficiente. Atravesó el pasillo, corto y ancho, para llegar al recibidor. La televisión estaba apagada, y sobre la mesita frente al sofá había un par de botellas de cerveza abiertas. Pero Kora dirigió su atención a los marcos de fotos que había sobre uno de los muebles, acercándose hasta coger uno de ellos.

En la fotografía salía su familia, los cinco. Su madre se encontraba en medio de su padre y su tío Auron, ligeramente agachada y sujetando a Kora y Graham con cada mano. Sintió una punzada de nostalgia al verla. Le hubiera gustado contarle lo sucedido en las últimas semanas a su madre, que habría escuchado atenta sus éxitos y la hubiera consolado por las derrotas. Estaba convencida de ello, pues aunque no recordaba mucho de ella, tenía la impresión de que las madres eran algo especial. "Seguro que de alguna manera lo sabe...", trató de animarse a sí misma. Abrazó el marco de fotos, volviendo a vivir el momento de la fotografía por unos segundos, y lo dejó en su sitio.

- Fíjate bien, mamá, ¿eh?

Recogió las botellas de la mesa, extrañándose de que fueran tan pocas, y se dirigió a la cocina, algo más animada. Las tiró a la basura, e inmediatamente se acercó a la jaula que había en la encimera.

- ¡Hola, nena!

Puso las manos sobre la jaula, sonriendo tontamente al pájaro en su interior. Pequeña pero robusta, y de un verde brillante con una máscara roja sobre el rostro, la lora extendió sus alas y dio unos graznidos en saludo. Kora abrió el armario, de donde sacó una caja de comida para aves, y la lora se excitó aún más, empezando a aletear frenéticamente y aumentando el volumen de sus graznidos. Parecía que había pasado un poco más de la cuenta desde la última vez que había visto la caja.

- Pobrecita, tienes hambre, ¿eh?

La chica dejó caer un pequeño montón de comida en la palma de su mano, y la metió en la jaula. Inmediatamente la lora saltó hacia ella, picoteando rápidamente. No tardó en desaparecer la comida, y aun así, picoteó hasta la palma de la mano de Kora, que soltó un gritito ahogado, y sacó la mano en un acto reflejo. La lora quedó en el interior de la jaula, pero pronto se asomó por la puerta abierta, mirando con ojos hambrientos la caja.

- Pues sí, tienes hambre... - Murmuró Kora, comprobando que no le quedara una marca en la palma, para después poner un montón de comida en el banco, el cual la lora no llegó a terminarse. - ¿Ya está satisfecha la señora?

El animal soltó un '¡Chuí!' agudo, y saltó al brazo de Kora, trepando rápidamente hasta el hombro de ésta, para empezar a restregarse contra la cara de la chica.

- ¡Chuí! - Respondió Kora, riendo y acariciando al pájaro, que siguió con su '¡Chuí, chuí!'. Era una auténtica pena no poder llevársela al Jardín... aunque ahora que tenía cuarto propio y su hermano era el Comandante tendría que retomar las negociaciones.

Pero no había pasado mucho desde que empezara a jugar con ella, cuando oyó la puerta de casa. Sobresaltada por el ruido, la lora salió volando hasta posarse sobre su jaula, y Kora se acercó para ayudarla a entrar. Cerró la jaula, asegurándose antes de colocar una buena cantidad en el comedero, y dejó la caja a la vista. Salió al pasillo, y al no ver nadie, se asomó al comedor, que estaba a oscuras.

- ¿Papá...? - Preguntó tentativamente. Algo grande se movió en el sofá.
- ¿Kora? Hija, qué susto me has dado.

Kora encendió la luz, y el bulto en el sofá sacó una mano para cubrirse los ojos. Jecht estaba recostado, con la ropa deshecha y aún puesta. La camisa estaba desabrochada a la altura del pecho, mostrando sobre la piel morena el tatuaje con aquel símbolo extraño que tanto le gustaba, y la corbata se había mantenido sobre sus hombros de milagro. No tenía un aspecto especialmente radiante, con la barba pareciendo más bien de veintitrés días, y el pelo oscuro desaliñado.

- ¿Qué haces aquí a estas horas? - Insistió, entrecerrando los ojos para tratar de enfocarla.
- Uhm, nada, venía a por unas cosas. Nos vamos de viaje en el Jardín. - Le informó Kora mientras entraba, juntando las manos detrás de su espalda. - Además... hace bastante de la última vez que nos vemos.

La chica bajó la vista, algo incómoda. Sabía que su padre nunca ganaría el premio a Padre del Año, aunque estuviera segura de que tenía que quererla, pero a veces le hacía sentir confusa el hecho de que sistemáticamente ignorara todo lo que no estuviera relacionado con alcohol, deporte o mujeres... ya que terminaba ignorándola a ella, por extensión. Antes de que Jecht pudiera responder, Kora insistió.

- ¿Por qué no has venido al baile? Bailé con el Comandante de Aetheria, y además, ¡con un príncipe! - Juntó sus manos en una palmada, sin poder evitar llevarse por la emoción al recordar esos momentos. Jecht se rió, negando con la cabeza. - Y con Graham también...

La media sonrisa que Jecht había esbozado se desvaneció con la mención de aquel último nombre. Kora agachó la vista, inmediatamente. Sabía de sobra que habían pasado ya mucho desde la última vez que su padre había parecido tolerar lo más mínimo a Graham. Los mismos años desde la muerte de su madre.

Quiso cambiar el tema, y se acercó hasta el sofá, sentándose al lado de su padre. Pudo oler a alcohol, tabaco y perfume, y algo en su estómago se revolvió. Ya sabía de dónde venía su padre, lo sabía mucho antes de que cruzara la puerta, pero cuando la prueba era sólida e irrefutable era cuando dolía de verdad. Pero no ganaba nada recriminándoselo, aunque sintiera que tenía derecho a hacerlo.

- Uhm... Sabes, hace unos días que volví de mi primera misión. - Le dijo, sacando pecho con orgullo.
- ¿Ah sí? ¿Y por qué no se lo cuentas a papá después de traerle algo de beber?

Kora arqueó una ceja, pero al final obedeció. Tal y como le había pedido, le trajo algo para beber: un vaso de agua acompañado de una aspirina. Ya se lo agradecería más tarde, porque la mueca que puso al verlo no era la más agradable.

- Desde luego... con lo mal que está tu padre y tú dándole más disgustos.
- Ya... - Replicó. - Bueno, sabes, fuimos a los Estados Bajos. Yuri y yo.

Comenzó a explicarle la misión, mientras el hombre bebía de un trago el contenido, poniendo cara de asco. Cómo al principio todo parecía una misión aburrida y absurda, tan sólo proteger unos cuadros que nadie que tuviera un mínimo de buen gusto miraría por más de un segundo, para luego convertirse todo en una trama de narcotráfico en la que los mismísimos Asesinos estaban involucrados. Quizá hubiera exagerado en algunas partes, claro, pero todo fuera por un buen relato. Sin embargo, cuando llegó a la parte final, donde todo se iba al traste, Kora se detuvo.

- ¿Y bien? - Preguntó Jecht, extrañado por el silencio en su hija.

Kora no recordaba demasiadas cosas sobre su madre. Durante muchos meses del año estaba ausente, quedando al cargo de Jecht, y cuando no estaba demasiado ocupado por su cargo de Comandante, Auron. Los años antes de que Graham apareciera en sus vidas básicamente no había tenido otro adulto que la criara, y Jecht se había encargado de transmitirle una importante disciplina a su hija.

Participar no es suficiente.

Jecht había sido un ganador. Desde el momento en que él y Auron entraron al Jardín, destacaron, y aunque éste último había sido quien fuera nombrado Comandante, nadie hubiera puesto en duda que Jecht Lionheart era uno de los mejores Seeds que Balamb vería. Y el hombre no exigía a Kora que fuera ordenada, que hiciera los deberes o que no se ensuciara al comer, sino que cuando se empeñara en algo, no se conformara con nada menos que el éxito. Cuando era más pequeña, escuchaba fascinada al hombre que le decía que no se limitara a jugar al escondite, sino a convertirse en una Carmen Sandiego.

- Bueno... - Pero tampoco podía mentirle. Total, acabaría enterándose, y sólo quedaría peor ante él. Además, no había sido su culpa. - No pudimos hacer nada. Ezio... El asesino nos dejó ir.
- Vaya. - Respondió Jecht, mirando al infinito por unos momentos. - Así que tu primera misión ha sido un fracaso.

Torció el labio, cuando notó la manaza de Jecht sobre su cabeza, dándole unas torpes palmadas. Kora se giró hacia él, con una tímida sonrisa, y al ver que el hombre se la devolvía, sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima.

- Y ahora me voy a ir fuera de Balamb. - Continuó contándole. - A Invernalia... de donde es el príncipe con el que bailé en el baile.
- Qué bien, ¿eh?
- Ajá... seguro que me dejarán conocerlo mejor cuando les recuerde que el Comandante de Balamb es mi hermano...
- Graham no es tu hermano.

El tono seco con el que Jecht le había cortado hizo que se le helara la sonrisa en el rostro. Lentamente, Kora se apartó, hasta situarse casi en la otra punta del sofá. Apretó los puños, notando un dolor en el pecho y picor en sus ojos. No podía aguantar que su padre odiara a su hermano, que hablara con tanta frialdad y tuviera que hacerle daño de aquella manera.

- Sí lo es. - Replicó, mirando fijamente sus manos sobre su regazo. Sabía que con el tiempo, su padre había dejado de soportar siquiera la mención de Graham, pero no iba a esconder sus sentimientos por ello. - Graham es mi hermano... Somos una familia. Es lo que mamá hubiera querido, ¿no lo entiendes?

Le dirigió una mirada, y quizá era que estaba disgustada, pero en aquellos momentos vio a su padre de una forma muy diferente. Un hombre cansado, borracho y que venía de acostarse con una mujer de la que no sabría ni el nombre. Jecht había sido grande, un Seed del cual el Jardín de Balamb se había sentido orgulloso, alguien que sólo podía despertar admiración y envidias... hasta que la guerra y la muerte de su mujer lo rompieron. El Jecht que animaba a su hija a ganar en todo en lo que participara no era más que un recuerdo lejano.

Ya no podía vivir en aquellos días.

- Voy a dormir. - Dijo Jecht, incorporándose. Kora volvió a agachar la mirada. - Recoge lo que quieras sin hacer mucho ruido y mira bien si has cerrado al irte.
- Adiós. - Murmuró en respuesta, mirando la punta de sus zapatos fijamente.

Mientras oía los pasos arrastrados desaparecer en la lejanía del pasillo, Kora se dio cuenta de que aunque aquella sería siempre su casa, su hogar estaba a unos pocos kilómetros, en el Jardín de Balamb. Y Jecht sería siempre su padre, pero su familia eran los Seeds. Incluyendo a Graham.


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #42: October 31, 2018, 07:22:58 AM »

El trayecto que recorría Antenora y Judecca era largo y contaba con tres escalas, mínimo, si tenían suerte. Yang era consciente de ello, y por lo tanto trataba de tomárselo con la mayor filosofía posible... la suficiente como para tener que ser zarandeado por Julian una vez llegaron a la estación del este de Judecca. Le costó unos momentos volver a un estado remotamente consciente, pero por suerte, las firmes sacudidas de su pupilo sirvieron su propósito.

- Ya voy, ya voy. - Balbuceó al incorporarse, tras lo cual dio un bostezo largo. - Tengo un brazo dormido...
- Tenemos que bajar ya. - Le indicó el joven, sin ninguna piedad para con su brazo.

Yang cogió su equipaje, el cual por fortuna no era muy abultado, sujetando la correa con el hombro. Por suerte tan sólo era una maleta, no era un hombre que necesitara mucho para viajar y además Julian se había preocupado la noche anterior de ordenar y doblar todas las piezas de ropa. Mientras tanto el joven se encargó, por su parte, de asegurarse de que no se olvidaban nada en los asientos. Cuando llegaron a la salida del vagón encontraron a Sam esperándolos, sin bajar él aún. Éste arqueó una ceja y esbozó una media sonrisa al ver la cara de recién despertado que traía Yang, negando con la cabeza.

- Habrás dormido bien, al menos.
- No estoy seguro siquiera de cuándo ha ocurrido. - Respondió distraídamente, pasándose su mano libre tras el cuello para rascarse la nuca.
- Ha sido un viaje largo, la verdad. - Sam bajó del vagón, seguido de los otros dos.

Yang asintió. Recordaba que cuando habían salido de Acre ni siquiera había amanecido; pero a través de las vidrieras de la cúpula se colaba la luz del sol, formando un intenso juego de colores que sirvió para terminar de despertar al hombre. La estación era antigua, con una construcción maciza que se elevaba hasta el techo en forma de semicírculo y con unas gárgolas adornando las cornisas interiores. Para Yang, el hecho de que el edificio todavía permaneciera en pie no era sino otra muestra de que en el sur de Aetheria pocas cosas cambiaban... y que para hacerlo, antes tendría que venirse abajo la estructura completa.

El trío avanzó entre la gente mientras buscaban a Dean. Sam fue quien lo encontró primero, probablemente debido la mayor área de visibilidad que le otorgaba su altura. Dean les esperaba entre el gentío, con las manos en los bolsillos. Ya había localizado el próximo tren, y al verlos acercarse lo señaló en la cuatro.

- ¿Cuándo sale? - Preguntó Sam.
- En tres cuartos.
- Podríamos aprovechar para comer.  - Gracias al comentario de Julian, Yang cayó en la cuenta de que ya debería ser más o menos mediodía.
- Me gustaría comprar la prensa antes.

Yang prefería estar mínimamente informado de lo que sucedía en Judecca antes de adentrarse de lleno en el territorio, aunque imaginaba que la situación no sería muy diferente de la que ya tenía en su mente. Tampoco tenía muchas esperanzas de leer información objetiva al respecto en la prensa aetheriense.

- Claro, creo que el puesto está allí. - Dean señaló hacia el lado izquierdo de la estación.

Recorrieron el tramo rápidamente, llegando al montón de gente frente al pequeño puesto. A aquellas horas paraban los trabajadores más afortunados, y el grupo rebelde pasaba aún más desapercibido entre la masa de gente de clase media y baja. Julian miraba de un lado a otro, pero Yang lo notaba extrañamente más relajado que en Acre. Quizá el joven se encontraba en el que sentía que era su terreno, encaminándose al que ya iba a ser el destino que había escogido para él mismo.

- Permiso. - Dean apartaba disimuladamente a la gente que tenían en medio, hasta sólo tener cuatro cinco personas delante de ellos. - Con el hambre que tengo...
- Dean, mira. - Sam interrumpió las quejas de su hermano, señalando a un hombre cerca de ellos, con una raída chaqueta verde oscuro y el pelo algo largo de un tono rubio ceniza.
- No puede ser.

Los dos hermanos se acercaron al desconocido, Dean apoyando una mano en su hombro y Sam con una mueca de incredulidad que no acababa de desaparecer de su rostro.

- ¿MacGyver? - Preguntaron casi al unísono.
- ¿Sam? ¿Dean?

El hombre parecía igual de sorprendido que ellos al girarse, pero una vez se reconocieron mutuamente, aprovecharon al máximo el espacio reducido que tenían para darse un saludo efusivo.

- ¿Qué hacéis aquí?
- Estamos acompañando a Yang a Judecca. - Dean señaló con un movimiento de cabeza al susodicho.
- ¿Yang Wen-Li?
- Hola. - Yang se adelantó unos pasos, extendiéndole la mano al recién encontrado. - No todos los días se encuentra uno con una leyenda.
- No es para tanto. - Replicó MacGyver, estrechándole la mano. - Sólo hice lo que debía hacer en el momento... y no es que esté orgulloso de todo.

Yang ya llevaba mucho tiempo luchando como para saber que aquel hombre había hecho mucho más de lo que debía, entre otras cosas, criar como buenamente pudo a los hermanos Winchester. Podía llamársele un veterano, alguien de quien Yang consideraba que todavía tenía bastante que aprender.

- Se hace lo que se puede. - Asintió en respuesta.
- Tú lo has dicho. - MacGyver se fijó en Julian a su lado. - ¿El chaval no será...?
- Soy Julian Minci. - Se adelantó éste. - Creo... creo que conocía a mi padre.
- Sí. - El hombre le estrechó la mano también. - Una gran persona, en todos los ámbitos. Así que, ¿vas a seguir sus pasos?

Julian asintió, y por primera vez, Yang decidió no mostrar ningún signo de desacuerdo. Ya no podía echarse atrás una vez había aceptado la decisión de su pupilo. Sin embargo, MacGyver guiñó un ojo a Yang, sonriendo.

- Cuesta verlos marchar, pero al menos tú lo tienes cerca.
- Hablando de eso, podrías tenernos más cerca si te vienes con nosotros. - Interrumpió Dean. - ¿Qué me dices?

MacGyver miró a Yang, alzando una ceja.

- ¿No le pedís permiso a vuestro jefe?
- Vale. - Dean se giró hacia Yang, que permanecía de brazos cruzados con gesto divertido. - Jefe, ¿podemos quedárnoslo? ¿Porfa? Sam le dará de comer y lo sacará a pasear todos los días.

Sam primero miró a Dean alzando una ceja, pero a aquellas alturas, ya no lo sorprendían cosas así. Aunque no dijo nada, también se unió a la petición silenciosamente, mirando a Yang con aprensión.

La respuesta que iba a dar estaba clara desde un principio. Yang se cruzó de brazos, adoptando una pose seria y reflexiva, para dar un mínimo de formalidad al asunto.

- Nos iría muy bien tu ayuda, MacGyver. - Dijo Yang al otro hombre. - Si es que quieres aplazar tu retiro.
- ¿Retirarme? - MacGyver negó con la cabeza. - Ya lo haré otro día.
- Bienvenido al grupo, entonces.
- Tendremos que comprar un billete para él. - Interrumpió Julian.

MacGyver asintió. Todavía tenían un poco de tiempo libre, y con suerte, todavía quedarían asientos libres en el tren que iban a tomar. Antes de ponerse en marcha, sin embargo, MacGyver se asomó al mostrador cuando Yang estaba pagando el periódico, y dejó unas monedas sobre la barra.

- Un paquete de chicles. - Pidió el hombre, levantando el índice. - Por favor.


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #43: November 30, 2018, 02:31:29 PM »

El camino que unía la ciudad de Balamb con su Jardín apenas estaba transitado por la noche, sin parecer en ningún momento peligroso sino tranquilo. La tenue iluminación de las farolas era suficiente para guiar los pasos de los dos recién graduados Seed que lo atravesaban a aquellas horas, caminando con el chirrido de los grillos que ya habían salido a cantar de fondo.

- Para esto yo he estudiado tres años, entrenado el ochenta por ciento de mi tiempo libre y pasado un examen en una torre con línea directa con el universo lovecraftiano: para terminar haciéndole la compra a mi instructor.

Yuri bufó, levantando una mano en la que sujetaba una bolsa para rascarse el entrecejo. A su lado, cargada también con dos bolsas, Kora puso los ojos en blanco.

- Nos ha pedido un favor, Yuri. Tampoco tienes que quejarte por todo.
- Primero, eres la última persona que deberías criticar a otro por quejica. - La chica fue a rechistar, pero Yuri siguió hablando, levantando el dedo. - Segundo, no te quejas porque tienes aún tu flechazo de colegiala-profesor con Laguna. Tercero, hay gente más apropiada para ésta faena... como cualquiera del Club de Pringados.
- Lo que tú digas...

Ofendida por el primer y segundo punto, por lo que no iba a reírle la gracia del tercero, Kora siguió caminando con el mentón en alto. Yuri murmuró alguna maldición más, pero al parecer la conversación había terminado ahí; al fin y al cabo ya estaba todo hecho. Y con un poco de suerte habría una recompensa por parte del instructor al tener su paquete de galletas de marca (entre otros víveres indispensables). Pero la calma del camino no iba a durar mucho...

- ¿Qué pasa? - Yuri se había dado cuenta de que su compañera se había detenido tras adelantarla unos pasos. - ¿Nos hemos olvidado algo?
- He visto algo moverse por el rabillo del ojo. - Sin moverse del sitio, Kora miraba a su alrededor lentamente con el ceño fruncido.
- Bueno, esto es casi un bosque. - Respondió Yuri, girándose. - Será algún animal, que ya es de noche.

Kora negó con la cabeza, sintiendo cómo se le erizaba el vello de la nuca. Su intuición se había despertado.

- Yuri, alguien nos está siguiendo.
- ¿Quién?

El tono preocupado con el que había hablado su compañera le puso en guardia. Conocía muy bien sus reacciones como para no saber cuando Kora estaba genuinamente intranquila. Miró a los lados, sin ver nada, aunque empezaba a sentirse él mismo observado.

- No estamos muy lejos del Jardín. - Le dijo. - Date prisa.
- ¡¡Ah!!

El grito ahogado de Kora lo sobresaltó, y con el corazón a punto de salírsele por la garganta, Yuri se dio la vuelta sin darse cuenta de que precisamente Kora había señalado detrás de él. Frente a ellos tenían una figura encapuchada de blanco y rojo. Un traje que ambos recordaban muy bien, cuando apenas unas semanas atrás habían realizado su primera misión.

- ¡¡T-tú!!

Yuri dejó caer las bolsas, retrocediendo unos pasos rápidamente hasta casi chocar con Kora.
La figura no pareció inmutarse, sin embargo.

- ¡Yuri, es el asesino! ¡Ha vuelto a por nosotros! - Kora parecía al borde del llanto, agarrándose a su hombro detrás de él. - ¡Va a silenciarnos para siempre!
- No seas exagerada, ragazza.
- Le estás pidiendo demasiado... - Murmuró Yuri, más por costumbre que otra cosa. - ¿Para qué has venido? Si intentas algo, avisaré por el transmisor a los instructores.

Negando con la cabeza, el Asesino se llevó las manos a la capucha, descubriendo su rostro. Con aquel gesto simpático y su sonrisa confiada, nadie hubiera pensado que Ezio se dedicaba al noble oficio de terminar vidas. Pero Kora y Yuri lo habían visto en acción, y sabían que sin que se dieran cuenta siquiera, podían terminar con la garganta atravesada por la hoja que el joven escondía en sus muñequeras.

- Sólo quería hablar con vosotros. - Ezio levantó las manos intentando parecer conciliador, sin conseguir calmar lo más mínimo a los dos Seeds. - ¿Podéis ofrecerme unos minutos de vuestro tiempo, per favore?
- ¿Qué es lo que quieres, Asesino?
- No seas tan desagradable conmigo, amico. Me hieres. - Le dedicó la misma expresión compungida de la primera vez, llevándose la mano al pecho. - No pienso haceros nada.

Aún con las manos temblorosas, Kora se asomó por encima del hombro de Yuri. La chica dudó un poco antes de hablar, observando el rostro suavemente iluminado de Ezio. Aunque la situación era extraña, se sentía más sobresaltada que alertada. Su intuición había acertado antes, por lo que tal vez debiera volver a confiar en ella.

- ¿No has venido a por nosotros?
- ¡No para mataros! Podría haber hecho eso mucho antes.
- Bueno... en eso tienes razón...

Kora miró aprensiva a Yuri, que parecía incrédulo ante lo que iba a hacer, antes de finalmente rodearlo y avanzar unos pasos hacia el asesino. Aún mantenía una distancia prudencial, pero estaba dispuesta a escuchar lo que tuviera que decir.

- ¿Te has vuelto loca?
- ¿A qué has venido, Ezio? - Preguntó Kora, ignorando a su compañero, que permaneció atrás.

Con un movimiento delicado, Ezio recorrió la distancia y tomó a la chica de la mano. El tenerlo tan cerca dio un vuelco a su corazón, y pudo oír como Yuri daba un paso al ponerse en alerta. Sin embargo, se mantuvo firme, y dejó que el Asesino llevara el dorso de la mano a sus labios con los ojos entrecerrados.

- Primero, a disculparme por abandonar a una dama sin ningún tipo de explicación. - Las mejillas de Kora se encendieron, y sus rodillas amenazaron con aflojarse de un momento a otro. - He venido a abusar de su generosidad, si me lo permite, signorina.
- B-bueno... - Sonrió tontamente. - Intentaré ayudarte... y claro que estás perdonado, Ezio...

Terminando de recorrer el espacio que los separaba, Ezio tomó con su otra mano la de Kora, apretándola entre sus palmas. La chica sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones al tenerlo tan cerca.

- Kora, cara mia, necesito hablar con la directiva del Jardín. ¿Podrías conseguirme una audencia, per favore?
- Y-yo... - La chica se mordió el labio. - M-mi hermano es el Comandante...
- ¡Ni en broma!

Finalmente saliendo de su asombro, Yuri agarró el hombro de Kora, apartándola de Ezio con un movimiento brusco. Se inclinó sobre ella para que no escapara.

- ¡No vas a meter a un Asesino en el Jardín!
- P-pero es que Ezio...
- Calla. - Yuri bufó, pasándose la mano libre por la frente sin perder de vista a Ezio. Kora podría haber caído bajo sus encantos, pero a él no iba a engatusarlo. - Kora, ya sé que es una palabra con demasiadas sílabas para que la proceses, pero es un Asesino. ¿Y si su objetivo es tu hermano?

La mención de aquella posibilidad alertó a Kora, que pareció salir de su delusión, lanzando una mirada de duda a Ezio. El Asesino no se había movido de su sitio, todavía esperando pacientemente a que terminaran su discusión.

- Ezio, ¿por qué quieres venir al Jardín? - Insistió Kora, sin deshacerse del agarre de Yuri.
- Yo realmente no quiero nada. - Comenzó a explicar. - Pero tengo un amico que necesitaría de su ayuda... y creéme, el Jardín se vería beneficiado de ello.
- ¿Qué quieres decir?
- Un gran inventor. Por causas del destino ha tenido que marchar de Ilatia, y no tiene dónde ir. - Comenzó a explicar Ezio, gesticulando con las manos. - Tiene mucho talento, y en un Jardín podría explotarlo, ¿no crees?

Yuri lo miró escéptico. Aquella historia no acababa de cuadrarle, o no quería creer que las cosas fueran tan sencillas.

- Ya tenemos ingenieros. - Le respondió.
- No es un ingeniero. - Corrigió Ezio. - Es un inventor. Pero no puede llegar a cualquier Jardín y ser aceptado sin más... es por eso por lo que necesito de vuestra ayuda para convencer a la directiva de que lo acepte.
- ¿Estás diciendo la verdad? - Preguntó Kora, con el ceño arrugado, acercándose para ver el rostro del Asesino. - Por favor, Ezio, no me mientas...

Dejando que ésta examinara sus rasgos, Ezio se llevó una mano al pecho, tomando a Kora con la que tenía libre.

- Te juro que no tengo ninguna otra intención más que la que te he dicho. - Los ojos oscuros de Ezio le parecieron tan sinceros que casi hicieron temblar a Kora de emoción. - Per favore, Kora, ayúdanos.
- Claro... - Kora sonrió. - Te creo, Ezio.
- Dime que estás de broma. - Yuri puso los ojos en blanco.
- Si ocurre cualquier cosa, no creo que le de tiempo a hacer mucho en el Jardín, rodeado de Seeds.

Ezio asintió, confirmando la teoría de la chica, y tras recoger sus bolsas con gesto caballeroso, le tendió el brazo mientras recorrían el camino hacia el Jardín. Yuri se quedó atrás, todavía sin creer la situación, observando a la pareja atónito.

- Sabes, Ezio, he estado practicando mi ilatiense.
- Ah, ¿sí? Me encantaría escucharte...

El chico tuvo que reprimir una mueca de asco al oír el terrible acento de Kora. Negando con la cabeza, recogió las bolsas que debía llevar él. Ser una persona medianamente sensata en el Jardín de Balamb era un trabajo duro.

- Claro, metamos al asesino raviólico y a su amigo el Doctor Chiflado en el Jardín, ¿qué puede salir mal...?


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #44: December 31, 2018, 07:03:04 AM »

Poca gente se aventuraba más allá del Muro, y mucha menos volvía. I-No tenía presente aquella máxima desde el primer paso que había dado al atravesar la gigantesca muralla de hielo.

Habían tenido la suerte de no encontrar ventisca al empezar el trayecto, gracias al camino que los guías de un poblado nómada al pie del Muro les indicaban, pero I-No sabía que eventualmente encontrarían un sitio lo suficientemente elevado donde las tormentas de hielo y nieve serían constantes. Sin embargo, el frío se había hecho notar desde el primer momento, consiguiendo atravesar el traje aislante y colándose hasta la médula de los huesos, a pesar de que el tejido estaba explícitamente creado para soportar temperaturas muy por debajo de los cero grados.

Los dos hombres que las acompañaban iban enfundados en pieles de animal, y sólo podía verles los ojos y las bocas con labios agrietados de las que salían nubes de humo blanco, pero sabía que ellos también sentían el frío casi inhumano de aquel lugar. Los lugareños del borde del Muro eran de los pocos humanos comunes que podrían resistir en aquel entorno, por costumbre y selección natural.

Pero el pequeño monstruo que Ribbons le había dejado al cargo no parecía inmutarse. Su cuerpo menudo estaba protegido por el mismo tejido que el de I-No, que poco parecía hacer al respecto, sin mostrar ningún tipo de molestia. No temblaba y no vacilaba en los cortos pero incesantes pasos que daba en una dirección que sólo ella conocía.

I-No sólo podía seguir los pequeños pasos que dejaba en la nieve, pero agradecía no tener que mirarla de frente. Era una mujer capaz de apreciar la belleza natural del caos, sin inmutarse ante la muerte y disfrutando de la destrucción que precedía al renacimiento. Y la expresión vacía en el rostro de aquel especimen hacía que le recorriera un escalofrío.

Estar cerca del pequeño monstruo la llenaba de una sensación opresiva en el pecho. Aquello no era una simple mezcla de humano y criatura de las nieves, sino que encerraba un poder inimaginable, irradiando desde su interior y tocándola hasta las mismas entrañas. Ver toda aquella vasta fuerza contenida en una expresión impávida creaba una disonancia difícil de aceptar por la mente de I-No. Despreciaba todo lo que aquella cría representaba.

Ribbons tenía la teoría de que el pequeño monstruo la llevaría hacia algo útil para los neterianos, la mismísima fuente del poder que encerraba. I-No le creía, sabía que estaba en lo cierto. De lo que no estaba tan segura era de que quisiera llegar a ver lo que fuera que tenía que mostrarles.

- Deberíamos parar a pasar la noche.

La voz fuertemente acentuada de uno de los guías hizo que parara en seco. La criatura continuó andando, e I-No tuvo que ordenarle que se detuviera. Un simple ‘para’ sirvió para que se detuviera en seco, quedándose plantada en el mismo lugar, con los brazos colgándole a los lados del cuerpo.

- Está bien.

I-No no notaba más que el frío en sus huesos, pero los lugareños eran sólo humanos. Ordenó a la criatura que se sentara cerca del fuego que los dos hombres se esforzaban por encender, y ella misma se acomodó a una distancia prudencial tanto de ella como de los otros dos.

Permaneció en silencio observando el fuego mientras los guías salían a cazar. Podría haberles ayudado, I-No hubiera podido cazar un bosque entero con tan sólo unas notas de su guitarra, pero les estaban pagando para algo, y no podía arriesgarse a perder de vista al pequeño monstruo. Ésta miraba al infinito, con las llamas reflejándose en la tiara de metal que coronaba su cabeza, y que la convertía en una esclava sin voluntad.

Ninguna de las dos comieron de la criatura que habían traído los dos hombres, la cual I-No sólo había visto en libros muchos años atrás. Comer era una necesidad que le surgía muy ocasionalmente, y aunque podía disfrutar de la comida en sí, en aquellos momentos cualquier cosa le hubiera sabido a cenizas. Tampoco necesitaba dormir, y por suerte, los hombres se recuperaron tras unas pocas horas de sueño.

Tras dos días de trayecto sin ningún encontronazo con tribus nómadas de demonios gracias a la experiencia de los dos guías, el pequeño monstruo los condujo hasta una caverna helada.

Las estalactitas colgaban amenazadoramente sobre sus cabezas, y las estalagmitas eran tan altas como ellos. Pero la criatura avanzaba entre ellas segura, como si conociera a la perfección aquel camino. Los dos hombres les habían avisado de que en aquellas cuevas subterráneas habitaban monstruos, e I-No tuvo que dejar que Terra se hiciera cargo. Las ondas de sonido podrían derrumbar aquella cueva fácilmente.

Para el pequeño monstruo no era ningún problema. Carbonizó a las larvas gigantes y al oso de las nieves que encontraron con una facilidad pasmosa. I-No podía oír como los hombres murmuraban entre ellos rápidamente, asustados ante el poder de aquella criatura tan parecida a una adolescente humana.

Por suerte, finalmente salieron de aquella caverna. Habían terminado ascendiendo hasta un pico escarpado, donde una tormenta de nieve les impedía ver más allá de un metro delante de ellos. Pero la criatura sabía dónde iba. Sus pasos no cesaban en ningún momento, avanzando inexorablemente hacia la cima de aquella montaña.

- No podemos seguir por aquí. - Dijo uno de los guías. - Moriremos si seguimos adelante.
- Moriréis si se os ocurre marcharos.

I-No entrecerró los ojos, considerando por unos momentos matar a uno de ellos como amenaza. Pero iba a necesitarlos para el camino de vuelta, si es que lograban salir de allí.

- ¡Ni siquiera sabemos donde estamos! - Insistió el hombre.
- Ya tenéis un buen motivo para no separaros.

Dio por zanjada aquella discusión, girándose para resistir la tentación de desahogar su irritación con aquellos desgraciados. El pequeño monstruo había seguido avanzando, y tuvo que acelerar sus pasos para alcanzarla, ya que no estaba segura de que llegara a oírla a través de la ventisca.

La presión de la cima apretaba sus oídos, y había visto como los guías empezaban a consumir unas hierbas para poder resistirla. I-No no necesitaba nada de ello para soportarla, pero era molesta igualmente.

El pico de aquella montaña terminaba en un pequeño claro liso, con unas rocas alzándose a los lados irregularmente a modo de muralla, y frente a ellos, un gran bloque de hielo.

Al principio, I-No no había podido ver a través de la nieve qué tenía de especial aquel glaciar ante el que el pequeño monstruo se había detenido. Tuvo que acercarse hasta casi la misma altura de la otra para distinguir la enorme criatura encerrada bajo las capas de hielo transparente.

La sensación que sentía al estar cerca del pequeño monstruo se había intensificado hasta casi quitarle la respiración. Lo que fuera que había atrapado en el hielo, una criatura gigantesca de la cual no podía distinguir su forma oscura, iba más allá de lo terrenal. Por primera vez en mucho tiempo, I-No sintió un pavor que hacía que su instinto pidiera a gritos huir de aquel lugar. Pero no podía hacer más que observar como el pequeño, horrible monstruo se dirigía paso a paso hacia el hielo.

Cuando se aproximó a unos metros del hielo, la criatura en su interior emitió un destello rojizo, y el pequeño monstruo empezó a emitir también un brillo similar. El parpadeo se aceleraba con cada paso que daba la pequeña, y el hielo empezó a resquebrajarse. I-No tan sólo podía observar.

El pequeño monstruo tocó el hielo con la punta de los dedos primero, y lentamente pegó la palma, extendiendo la mano. El parpadeo intermitente se aceleró hasta convertirse casi en una luz constante, y cuando pegó su frente al hielo, cerrando los ojos, finalmente la luz rojiza lo envolvió todo.

Entonces, explotó.