Finalmente puedo postear aquí, I'm so fucking proud :v
Avatares luego si me da tiempo
Capítulo 39: [Shr & Ulq] What kind of sorcery is this?Las pisadas de Shruikan dejaban huellas en la arena, permaneciendo unos segundos antes de difuminarse y desaparecer. Soplaba una suave brisa a la que se oía silbar a veces, levantando pequeñas ráfagas de arena que volvían a aposentarse poco después. A parte de eso, había un extraño silencio; una música tenue, el cantar de los grillos y el aullido de algún lobo solitario en la lejanía.
La Samurai levantó la cabeza y luego miró hacia atrás.
Rabanastre era poco más que un relieve en el horizonte azul de la noche temprana. Pequeños puntos brillantes la perfilaban, como estrellas en esa noche vacía. Eran llamas y fuego, señales de la destrucción de la ciudad.
Pero el monstruo había sido abatido y la tormenta se había disipado. Habían recuperado la paz en la ciudad, al menos de momento.
Ulquiorra la seguía con parsimonia, varios pasos por detrás. Sus ojos verdes brillaban en las sombras de la noche. Murciélago revoloteaba a su alrededor, dando vueltas por encima de su cabeza.
—¿Sabes a dónde vas? —le preguntó cuando la alcanzó, parándose a su lado.
Ella suspiró.
—No tengo ni idea. Pero no tengo ganas de dar media vuelta y volver a Rabanastre, sinceramente. ¿Alguna sugerencia?
El Biochemist levantó el rostro como si olfateara el aire.
—Las ciudades más cercanas son Sin City y Colorado. No estamos en las mejores condiciones, así que lo más aconsejable sería dirigirse a una de ellas para descansar y reabastecerse. Luego podríamos reunir al resto del grupo
Shruikan hizo una mueca, pensativa.
Sheba y seras estaban muertas. No tenían noticias de N, pero si esas alturas todavía no se había reunido con ninguno de ellos, era bastante probable que hubiese muerto también.
Por alguna razón, nunca habían hablado sobre qué debían hacer en caso de muerte. Quizá por descuido, o porque no querían pensar en ello siquiera. Como si eso fuera a hacerlo una posibilidad más real.
Pero ahora había sucedido y no tenía ni idea de dónde podrían estar sus compañeras. Era un tanto desolador.
Estuvo a punto de enviar un mensaje en el chat de la party, pero el listado de nombres le recordó lo que se había estado esforzando por ignorar: Fenris ya no estaba con ellos.
Sus dedos quedaron sobrevolando la Omnitool antes de cerrarse en un puño. La aplicación también se cerró poco después, y empezó a andar con renovada irritación.
—No es un mal plan. —dijo, de forma un tanto seca.
Ulquiorra la siguió en silencio.
La quietud del desierto era extraña e inquietante. Parecía que se hubiera quedado vacío de monstruos, lo cual era rara. Veían poco en la distancia, y se aseguraban de no acercarse a ellos para ahorrarse peleas innecesarias.
—Estaba pensando... —comentó Shruikan al cabo de un rato. Ulquiorra la miró, prestándole atención —, que quizás debería ir a Sin City a ver a Naoya.
El otro parpadeó y fue como si un par de faros se apagaran y se volvieran a encender.
—¿Por qué? —preguntó —. Pensaba que no te gustaba tener tratos con él.
—Y no me gusta —suspiró ella —, pero... él juega al mismo juego que el GM. Sabe como funciona y como se estructura este mundo. Quizás pueda decirnos algo más sobre lo que sucedió hoy, a parte de que apareció un monstruo gigante a masacrar una ciudad. Además...
Hizo una breve pausa. Shruikan no se fiaba de Naoya; no lo había hecho cuando se conocieron y lo hacía menos aún cuanto más descubría de él. Se encontraba en el borde de lo criminal, y no parecía ser alguien con alguna clase de escrúpulos, pero lo que acababa de decir era innegable. El Summoner poseía un conocimiento y unos métodos que al resto se les escapaban.
Cuando volvió a hablar, lo hizo un poco más despacio.
—Él puede hacer trampas. Quizás pueda darme una forma rápida de hacerme más fuerte.
—Vendrá con un precio —respondió Ulquiorra, quizá como una advertencia o como una simple descripción de los hechos. Nada era seguro con él —. Puede que pierdas la vida buscando ese poder que podrías obtener de forma más fácil.
—Y también podría morirme hoy o mañana porque así le ha salido al GM de los huevos —replicó ella con amargura —. No estamos a salvo en ninguna parte. Si he de morir prefiero hacerlo como yo decida: volviéndome más fuerte. Sea de la forma que sea.
Ulquiorra se la quedó mirando unos segundos pensativo.
—En muchas ocasiones, he pensado en lo que para la gente significaban Dios, o el Diablo —fue lo que dijo. Ella le miró con desconcierto por ese giro en la conversación —. Son elementos opuestos, y uno de ellos se encarga de atraer a la gente hacia eso que llaman mal. Muchas historias hablan de pactos con el Diablo, de poder y habilidad a cambio del alma de uno. La gente sabe que no debe, pero siguen aceptando el trato porque sus deseos pueden más que su razón.
Shruikan entrecerró los ojos ligeramente, creyendo entender a dónde quería llegar a parar.
—¿Me estás diciendo que Naoya es como el diablo?
—Todo viene con un precio —repitió él, sin que el tono en su voz variara —. Dices que harías cualquier cosa para hacerte más fuerte. Me pregunto si es verdad. Cuando Naoya te pida torturar a algunos, cuando te pida asesinar a otros, ¿serás capaz de hacelo?
La Samurai frunció el ceño.
—¿Él me lo pediría? —preguntó, con cautela.
—Sí —respondió Ulquiorra con una rapidez certera —. Sin duda.
Shruikan sintió como algo se le hundía en el estómago y apretó los dientes. Por unos momentos sólo se concentró en la forma en la que sus botas se hundían en la arena, negándose a pensar en las implicaciones de lo que le decía.
—¿A ti te lo ha ordenado alguna vez?
—...Sí.
—¿Y nunca se te ha ocurrido negarte?
—¿Por qué iba a hacerlo? —respondió con naturalidad —. No significa nada para mí. Quien vive o quien muere, quien es bueno o quien es malo. Todo eso es irrelevante.
—¿Entonces qué es lo relevante?
—Obedecer.
Ella tomó aire y dio un largo suspiro, armándose de paciencia.
—A veces no entiendo como funciona tu cabeza. ¿Eres un robot o algo?
El otro no contestó.
No le gustaba pensar que Ulquiorra era capaz de matar a alguien sólo porque Naoya se lo ordenara, señalando a alguien con el dedo y diciendo “ese”. Sabía que el Biochemist era bien capaz de hacerlo, claro, y no sabía si llamarlo fanatismo, sumisión, u otra cosa. El propio Ulquiorra no parecía muy molesto cuando se metían con el otro, y quizás era verdad cuando decía que no le importaba.
Pero entonces su comportamiento no tenía ninguna clase de sentido.
Empezó a sospechar que había algo más entre esos dos que Ulquiorra no les contaba. Y a juzgar por el carácter de Naoya, bien podía ser algo siniestro.
—Tenéis cosas en común.
Shruikan volvió la cabeza hacia él cuando el Biochemist habló otra vez.
—¿Quién?
—Tú y Naoya.
—¿Qué? ¡No! —se indignó ella, haciendo una mueca.
La cara de Ulquiorra no mostraba si lo decía en serio o se trataba de una broma.
—Los dos sois tercos. Un poco irracionales. Tenéis una forma personal de ver las cosas, lo que os hace estar en conflicto con otra gente. Pero él haría cosas que no dice, mientras que tú dices cosas que no harías.
—¿Eso es un cumplido?
—No pretendía serlo. Sólo estoy describiendo los hechos.
La Samurai torció el morro, pero decidió no tratar de buscarle segundas intenciones a sus palabras. Ulquiorra era relativamente simple en ese aspecto. Y justamente entonces, el Biochemist se detuvo de forma abrupta y movió la cabeza.
—Hay alguien ahí.
Shruikan siguió el recorrido de sus ojos. No muy lejos, a unos diez metros, sobre una roca alta, había un chico que les miraba. Siendo de noche era difícil adivinar sus rasgos, aún más por el hecho de que llevaba una especie de capa que le cubría la mayor parte del cuerpo.
—Ey. ¿Tenéis prisa?
Ella miró a su compañero. Ulquiorra no sacaba los ojos del chico, como un gato observando.
—Puede. ¿Por qué? —respondió la Samurai, con desconfianza.
El desconocido saltó de la roca y se les acercó. Entonces pudo comprobar varias cosas. Primera, lo que le había parecido una capa, en realidad era un viejo poncho descolorido, aunque estaba decorado con pequeñas filigranas en el cuello ancho. Segunda, tenía una cicatriz horrible en la cara que le cruzaba el ojo izquierdo, ciego. Tercera, ese chico era una mascota.
Lo ponía bien claro encima de su cabeza si Shruikan se tomaba la molestia de buscarlo. Isaak, mascota de Dragonlord. Se quedó mirándolo como una estúpida sin entender nada.
—Necesitaría vuestra ayuda —les dijo.
Ulquiorra habló antes de que ella lograra recuperarse de la sorpresa.
—¿Qué eres tú? —preguntó, con un ínfimo toque de sequedad. Shruikan sólo le había visto hablar así cuando se habían encontrado a aquel par no hacía tanto en un encargo de Naoya.
A pesar de lo ofensiva que podía resultar esa pregunta, el tal Isaak ni se inmutó.
—Es una larga historia, muy aburrida —respondió simplemente —. Mi compañero se ha quedado atrapado en una dungeon porque es un idiota y le dije que no fuera y fue igualmente. Se quedó atascado con un boss y necesito ayuda para sacarle de allí.
—¿No puedes ir tú mismo? —le preguntó Shruikan con cautela, sin fiarse de él.
¿Era una mascota que hablaba como una persona consciente? ¿Era una persona consciente que actuaba como una mascota? ¿Qué clase de brujería maléfica era aquella? Nunca había visto nada semejante.
—Me dieron órdenes que debo cumplir —explicó el otro. Empezaba a sonar como Ulquiorra y de hecho era sólo un poco más expresivo que él. Sólo un poco —. Se supone que no debo moverme de la zona entrada de la dungeon. Estoy en modo pasivo.
—¿Y qué haces aquí entonces?
—“Zona de entrada” es un concepto muy amplio. ¿Me ayudaréis o no?
Shruikan miró a Ulquiorra. El otro le devolvió la mirada de reojo. La sinergía no era tanta como con Fenris o Sheba, pero la Samurai supuso que tendría que conformarse con ese gesto.
—¿Sabes? Normalmente te pediría algo a cambio, pero hoy he tenido un mal día. —La Samurai puso los brazos en jarras —. ¿Dónde queda esa dungeon?
El chico señaló por encima del hombro con el pulgar.
—Por ahí, detrás de las rocas —y se giró para empezar a guiar el camino.
—No creo que sea buena idea —le dijo Ulquiorra, acercándose a ella —. La única dungeon que hay en esta zona son las Cavernas, y no será fácil si hay que hacerla toda. No estamos en las mejores condiciones. Sólo somos dos y tenemos pocos items de curación.
—Tómalo como un reto, amigo —respondió ella.
El Biochemist tenía razón, debía admitirlo. Ponerse a hacer una dungeon después de la locura de Rabanastre no parecía la mejor de las opciones, pero estaba irritada, frustrada y si conseguía matar algo para sacarse todo eso de encima estaría bien.
—Eso no tiene el menor sentido —protestó él, pero la siguió de todas formas.
El desconocido no les engañaba cuando decía que la entrada de la dungeon estaba allí mismo. Una cueva entre las rocas que se hundía en la tierra, perdiéndose en la profunda oscuridad.
—Lamentablemente, no puedo acompañaros. Comandos y tal. Pero puedo pedirle al milord que os ponga en la party y con suerte me hará caso. Espero que le encontréis y le deis una colleja de mi parte.
Shruikan le miró de forma inquisitiva.
—Espero por tu bien, que esto no sea ninguna trola, o cuando salga me quedaré con tu cabeza.
El chico sólo parpadeó de una forma que a ella le resultó muy familiar. Puso los ojos en blanco y se internó en la dungeon, seguida de un no muy convencido Ulquiorra.