CLIFFHANGEEEER
70.
Shun no tenía muy claro cuánto tiempo llevaban luchando contra la Reina del Hielo, pero seguro que era menos de lo que a él le parecía. Y es que no podía dejar de preocuparse por su hermano. ¡Ya debería estar allí con ellos! ¿¡Dónde se habría metido!?
—¡Andromeda! —escuchó el grito justo antes de ver una de las dagas de Locke clavarse en un hombrecillo de nieve negra que se había acercado demasiado a él.
Shun frunció el ceño. Necesitaba concentrarse, ¡sus compañeros dependían de él! Empezó a preparar una habilidad para subir la defensa mágica de la party cuando la Boss levantó el único brazo que aún tenía móvil y gritó estrellando la palma de la mano contra el suelo. Pero ya estaban preparados, ya habían visto esa habilidad una vez… ¿o no?
El hielo negro se propagó con rapidez, igual que antes, lo que les vino por sorpresa fueron las estalagmitas que surgían de él, como estacas de hielo oscuro y afilado.
—¡Aah! —gritó Dominich cuando una le atravesó la pierna pese a la débil barrera mágica que Aya había conseguido invocar en el último momento.
Locke había podido cortar algunas de las estacas de hielo antes de que alcanzasen a los dos curanderos, pero había salido lleno de rasguños y una parte importante de su barra de vida había bajado de golpe.
Los hombrecillos de nieve habían aprovechado la distracción para lanzarse sobre el brazo derecho de Shun, donde extrañamente, empezaron a derretirse con un ruidillo agonizante.
Shun se sacudió el brazo, siseando de dolor. Cuando se deshizo de los restos pudo ver su brazo quemado y sus puntos de vida cayendo en picado.
Aya levantó las dos manos hacia el techo, recitando una cura de grupo que sabía que la iba a dejar sin puntos de magia, pero era lo mejor que podía hacer por el equipo en ese momento.
—¿Estáis bien? —preguntó en cuanto terminó el hechizo.
Shun se miró el brazo, donde algunas esferas de luz azul aún bailaban sobre su piel, dejándola como nueva. Locke sacudió la cabeza y levantó sus dagas mientras Dominich se arrancaba la parte de la pernera que se había quedado colgando, luchando con su tótem que le tiraba del pelo sin ninguna consideración.
Elsa les miraba con una sonrisa que no prometía nada bueno. Aunque Dominich no pudo apreciar la sonrisa, su tótem había conseguido echarle la cabeza hacia atrás con tanto tirón.
Fue entonces cuando las estalactitas cayeron sobre ellos.
Dominich levantó el brazo por instinto y sus ojos reflejaron el fuego del hechizo que recitó de memoria, consumiendo su último pergamino y quemando todo el techo de la habitación en la que estaban.
Dominich cayó de rodillas mientras algunos de los pedazos de hielo conseguían rebasar el fuego. Esa vez Aya no tenía magia suficiente para crear un escudo y Locke empujó a los dos magos blancos para sacarlos del camino de las estacas.
Cuando el fuego dejó de rugir y el hielo de chirriar sobre el suelo castigado Shun parpadeó y se encontró con la imagen de sus amigos caídos y la realidad de sus vidas pendiendo de un hilo.
La Reina del Hielo estaba de pie, pero respiraba con dificultad. Dominich estaba agotado y Locke estaba clavado al suelo por una de las estalactitas. Aya parecía al punto de un ataque de nervios.
—No me queda magia, no me queda magia…
Locke estiró la mano y agarró el mango de una de las dagas que se le había escapado, levantó la cabeza y miró con una extraña tranquilidad hacia Aya, sonriendo.
—Ey… ¿Eres un acólito o no? ¡Reza!
Aya se movió y aún temblando se arrodilló, parpadeando un par de veces para centrarse. Shun se levantó detrás de ella, terminando el hechizo que había dejado a medias.
La chica juntó las manos, entrecruzando los dedos y con los ojos cerrados empezó a rezar. Una luz blanca surgió de ella y la brisa cálida empezó a llenar la sala.
Locke gruñó mientras se estiraba para quitarse la estaca de hielo y se dio la vuelta, sentándose en el suelo, de frente a la boss que seguía quieta pero con los ojos clavados en el rogue, recuperándose.
Locke se levantó y lanzó la estaca hacia Elsa, que lo frenó simplemente levantando una mano. El hielo cayó y ella dio un par de pasos hacia atrás, replegándose. Por los cálculos de Locke, no tardaría mucho en invocar a su séquito otra vez.
Shun aprovechó el momento para aplicar unos pocos buffs básicos más y Locke agarró a Dominich y lo arrastró hacia los otros dos.
—Nos está dando una paliza. —dijo, como si no fuera obvio.
El tótem de Dominich le miró y luego se dejó deslizar por la espalda de Dominich hacia el suelo, arrastrándose tras un pilar, como si la cosa no fuera con él.
—¡Eh! ¡Vuelve aquí especie de…! —empezó Locke, pero terminó por señalar el camino que había tomado el tótem—. No sé qué es eso ¿Qué es eso?
—Un possum… raro —dijo Dominich, parpadeando—. Me gustaban de pequeño.
—¿Estás mejor? —preguntó Shun, con una mano en el hombro del mago, que asintió tragando saliva.
El tótem volvió arrastrando algo y Dominich se agachó para abrir el cofre que nadie había visto al entrar. El animal parecía muy contento consigo mismo, dentro de la monotonía de sus facciones, rascándose detrás de la oreja y bostezando después.
—¡Hechizos de fuego! —exclamó Dominich, añadiéndolos a su inventario, aunque había algo más—. ¿Y qué es esto?
—Lo averiguaremos después —concluyó Locke, dagas en alto—. Esta vez viene con los refuerzos grandes.
Dos hombres de nieve gigantes, armados con garrotes, se dirigían con parsimonia hacia ellos. Dominich se fijó bien en los nuevos hechizos de fuego que había conseguido y miró los puntos de magia que había recuperado y tuvo una idea.
Corrió hasta situarse delante de Locke, se arrodilló y recitó el pergamino de fuego de área a la altura del suelo.
Los gigantes de nieve gruñeron y sus pies empezaron a descongelarse poco a poco, aunque también apagaban el fuego según avanzaban por la zona en llamas, creando un pasillo para su jefa.
—Se me olvidaba que eran de hielo y agua… —chistó Dominich que sintió la pesadez de la falta de puntos de magia casi de inmediato.
Locke le agarró del cuello de la capa y sin ningún tipo de ceremonia lo echó hacia atrás, otra vez en zona segura. Con Dominich fuera de combate a Locke se le iba a hacer aún más difícil defender a los magos blancos y atacar al jefe al mismo tiempo.
—Maldita sea… —se quejó—. Voy a tener que dejaros desprotegidos si quiero hacerle daño.
Entonces algo clicó en Shun que invocó su omnitool mientras echaba un vistazo a los puntos de experiencia que había ido acumulando mientras mataban al séquito de la Reina del Hielo.
Sonrió, clicando para desbloquear una habilidad que había querido probar desde que había visto el trabajo de Santo.
—¡Puedo ayudar! ¡Soy Adept, tengo hechizos de ataque!
Locke frunció un poco el ceño, lamiéndose los labios.
—¿Has desbloqueado sagrado? —preguntó, sorprendido pero esperanzado.
—Ahora mismo.
Locke se giró a mirar a Shun.
—¿Y a qué estás esperando?
Shun se puso a la altura de Locke y echó los hombros hacia atrás, palmas vueltas hacia sus enemigos, mientras se fijaba en los objetivos a batir. Sabía perfectamente a qué estaba esperando, esperaba a que su hermano le enseñase a atacar, necesitaba que le dijera qué hacer, qué le aconsejara como siempre hacía.
Echó una mirada a la entrada de la sala, pero allí no había nadie.
—No sé atacar. —confesó.
—Tú sólo apunta y lanza, ya habrá tiempo de aprender estrategias.
—¿A quién? —preguntó Shun, mirando a los dos hombres de nieve que estaban ya demasiado cerca, mientras Elsa se paseaba entre el poco fuego que aún ardía en el suelo.
—¡A quién sea, pero hazlo ya! —contestó Locke, mirando de un gigante a otro.
Shun levantó las dos manos al frente, activando Sagrado mientras cerraba los ojos y se oía recitar unas palabras que nunca había pronunciado antes.
Cuando los volvió a abrir, los dos hombres de nieve estaban girados, mirando hacia atrás en total silencio y Elsa estaba en el suelo, cubriéndose un ojo con la mano buena y totalmente sorprendida.
A Shun no le dio tiempo a pensar en lo que había ocurrido ya que pasaron dos cosas al mismo tiempo: los hombres de nieve rugieron y Locke le agarró de los hombros, sacudiéndole.
—¡Dime que has desbloqueado la bendición de armas!
—¿Qué? Sí, ¿por qué? —los gritos de los gigantes estaban muy cerca y uno de los garrotes se estrelló contra el suelo, apenas a un palmo de Shun, que se giró para ver como Elsa se quitaba la mano del ojo y donde antes había podido ver un ojo rojo, ahora vio uno azul y la cara de sorpresa de la Reina mutó a rabia—. Oh.
Un segundo garrote se estrelló contra el piso, acabando con el fuego del suelo y Elsa se levantó con un grito de impotencia.
Locke miró hacia los dos magos que estaban protegiendo y se agachó a recoger sus dagas, que había soltado al darse cuenta de lo que podía ser un buen plan y asintió hacia Aya. Shun levantó las manos acercándolas hacia las dagas y la luz de la bendición inundó la sala.
Otro garrote cayó sobre ellos, pero esta vez Aya había podido crear el escudo a tiempo, que se resquebrajó con el primer impacto, pero se rompió con el segundo, dejando un montón de cristales etéreos desperdigados por la sala.
Los hombres de nieve miraron el lugar donde habían estado sus dos presas con confusión, ¿dónde se habían metido? Se giraron a mirar a su Reina para recibir más órdenes, aunque los pobres ya se habían derretido hasta la rodilla.
Ella bufó y se echó el pelo hacia atrás con la mano, dejando a la vista un mechón blanco encima de su ojo ahora azul. Su barra de vida había sufrido un buen revés y por la mirada de odio, quería a ese adepto bien muerto.
Dominich estaba sentado en el suelo, apoyado en la pared con la cabeza gacha, justo frente a la Boss y Aya se interpuso entre los dos, creando otra barrera que sabía que no aguantaría mucho, pero haría todo lo que estuviera en su mano para protegerle.
La Reina del Hielo sonrió y caminó entre sus dos hombres de nieve, elegante y letal. Tenía una mano y la barbilla levantadas y claras intenciones de acabar con ellos. El aire volvía a estar frío y las puntas de sus dedos se estaban poniendo negras mientras preparaba un ataque que probablemente aún no habían visto.
A duras penas, levantó el brazo izquierdo, aún cubierto de sangre congelada, apuntando hacia ellos y flexionó el derecho casi como si estuviera sosteniendo una flecha entre los dedos.
El aire se movía en espirales y el agua del ambiente se condensó encima de su brazo izquierdo, formando la flecha que indudablemente tenía que ir allí. Y con un movimiento limpió la soltó.