QUÉ ES ESTO!?!?!?!?!?
1. UN FIC NO POSTEADO A FINAL DE MES!?!??!!?
2. UN FIC DE POCO MÁS DE 4K PALABRAS?!?!!?!?!
3. UN FIC QUE AVANZA LA PLOT Y NO ES RELLENO!?!?!1!!!??
4. UN FIC DEL QUE FINALMENTE PUEDO DECIR QUE ESTOY FELIZ Y ORGULLOSA DE CÓMO ME SALIÓ!?!?!?!?!?!?
NI YO MISMA ME LO PUEDO CREER!!!!
Yo sé que nadie me cree a este punto (?) pero la historia del Pride&Prejudice es súper dear to me y no solo quiero acabarla, sino que quiero honrarla como se merece. Quiero escribir algo de lo que esté contenta y me haga feliz. Así que aunque solo yo misma me leo para acordarme de lo que he escrito (...) estoy feliz con el resultado ♥
Nada daba a sospechar que el día terminaría de una manera tan terrible.
Terminó de bordar las iniciales antes que Sayi se despertara.
“¿Qué tienes ahí?” Preguntó Sayi en medio de un bostezo, mientras se revolvía en su cama.
“Un pañuelo,” respondió a lo que envolvía estos rápidamente en el papel de seda, antes de que la mayor pudiera inspeccionar detenidamente lo que hacía. “Estoy intentando un nuevo estilo con las puntadas,” mintió, aunque no le pesó, “a ver si es que a mamá le gusta. Quiero estar lista para antes de las fiestas.” Terminó mientras devolvía el bulto a la caja donde lo había estado guardando.
“Qué acomedida,” se rió la mayor, moviendo las sábanas para sentarse. “¿Ya estás vestida?” Alzó una ceja. “¿Acaso he dormido de más?”
“No, fui yo la que se levantó temprano,” Sayaka se levantó de su cama para poner la caja nuevamente debajo de esta. “No pude dormir bien,” mintió nuevamente. “Pero no te preocupes, estamos en tiempo para el desayuno.”
“Menos mal,” Sayi suspiró y se levantó de la cama, acercándose a la ventana que estaba en medio de las camas de ambas. “¡Qué día tan bonito! ¿No te parece?”
“¡Sí!” Respondió con emoción, pensando en lo hermoso que transcurriría el día con todos sus planes. “¡No puedo esperar a salir a tomar el sol! ¡Creo que el gato tendrá que perderse nuevamente!”
Ambas se echaron a reír.
Visto en retrospectiva, hubiese preferido mil veces que una tormenta de granizo hubiese hecho acto de presencia en ese momento. Habría sido mucho más preferible que la verdadera tormenta que le tocaría pasar y que la dejaría varada en un remolino de tristeza y angustia.
El desayuno transcurrió de la manera más normal posible, sin indicio de calamidad alguna. Las comidas en su familia siempre eran un momento de “gran griterío” (como solía decir de manera exagerada su señora madre) en que todos hablaban al mismo tiempo, se reían, compartían, y se desesperaban entre ellos de maneras iguales.
Su madre siempre buscaba inmiscuirse en las conversaciones de sus hermanas, así sea que ella estuviese teniendo una conversación con otra de ellas en aquel entonces.
“¿Cómo dijiste, querida Cho? ¿Que la señorita Altugle ha pescado un resfriado?”
“Mamá,” se quejaría Emilia, “te estaba preguntando por el color de tafetán que necesitas…”
“Ahora no, Emilia, necesito saber si debería de enviar algún tipo de saludo a los Altugle…”
“Es un simple resfriado, mamá…,” repondría Cho con un suspiro, ya que estaba hablando con su señor padre cuando su madre les interrumpió con su necesidad de chismear. “No creo que sea necesario…”
“No digas eso, querida. Ya sabes que las cosas comienzan con un resfriado para luego… ¡Mery!” Se interrumpió a sí misma haciendo sobresaltar a la menor que casi termina cayéndose de su silla, si no fuera por Sayi que la agarró rápidamente del brazo. Había estado hablando con su hermana mayor antes de que su madre les interrumpiera como había hecho segundos antes con Cho y su esposo. “¿Qué es eso de la carta que has recibido de tu primo? ¡No me habías contado! ¿Qué dice?”
“Querida,” le reprendería tiernamente su esposo como hacía todo el tiempo, “deja que las niñas conversen en paz…”
Siendo entonces, un desayuno normal, todo indicaba que sería un día normal también.
Apenas terminaron, todos desaparecieron para comenzar sus actividades del día. Sayi invitó a Sayaka a que salieran a dar un paseo, pero esta tuvo que rechazarle aludiendo a que aprovecharía de que las criadas irían a comprar al centro para acompañarlas ella también. Sayi corrió entonces a darle un par de monedas para que la menor pudiera comprarle un par de sus galletas preferidas de la pastelería; sin embargo, en medio del trajín fue vista por Sherryl, quien corrió a su vez para encargarle también que comprara un par de lazos nuevos en la tienda de encajes.
Sayaka suspiró. Ir a otras dos tiendas además del mercado definitivamente le haría demorarse mucho más de lo planeado, sumado ya a la demora que traía. En teoría, debería de haber salido apenas terminado el desayuno, pero con todo esto recién saldría poco antes del almuerzo.
Se hizo una nota mental de dejar la puerta de la cocina abierta en lo que preparaba la crema fresca. Así, si cierto Sir Puma Tiger Scorpion decidía escaparse al campo, no le quedaría de otra que irse detrás de él y tener una excusa perfecta para no tener que quedarse a almorzar.
En total, demoraron cerca de dos horas en hacer todos los encargos. Debido a que era un fin de semana, las colas en el mercado resultaron un poco más largas de lo usual; y si bien Sayaka pudo haber aprovechado de ir a las otras tiendas, decidió acompañar a las criadas al mercado debido a la larga fila que había visto en la tienda de encajes. Un nuevo cargamento había llegado hacía poco con los nuevos estilos para el invierno, así que prefería esperar un poco a que la cantidad de gente amainara antes de ir hacia allá.
Pero si pensaba que la cantidad de gente decrecería con el tiempo, resultó estar severamente equivocada. Debido a lo hermoso del día, muchas personas habían salido y las colas sólo se habían hecho más largas en la tienda de encajes e igual en la pastelería. Ya que hacía algo de calor, Sayaka decidió que lo mejor sería que una de las criadas se volviera en la calesa a su casa con las compras para que estas no se malograran bajo el sol, mientras la otra iba a la pastelería por las galletas de Sayi y Sayaka se quedaba esperando a ser atendida en la tienda de encajes. Una molestia, sí, pero aún quedaba tiempo para que pudiera hacer todo antes de la hora del almuerzo.
Cuando finalmente llegó su turno en la tienda, Sayaka no pudo evitar la tentación y terminó comprándose un hermoso lazo para ella también. Éste era de color azul marino y resaltaba de manera bonita en su cabello celeste. Decidió no perder tiempo y ahí mismo lo trenzó a su cabello en frente de un espejo para ver el resultado final y terminó enamorada de este. En definitiva, este era el toque final para lo que se venía luego.
Salió del establecimiento con sus compras y se encontró con su criada que le esperaba afuera con el paquete de galletas. Ambas fueron a encontrarse con Jacob que las esperaba a la entrada del pueblo con la calesa lista. Sayaka suspiró tranquila—ahora sí podría ponerse manos a la obra.
Excepto que, al llegar a su casa, había una calesa estacionada afuera. Una calesa que no había visto nunca antes en su vida, así que no tenía ni la menor idea de quién podría ser.
Si bien la curiosidad la carcomía, decidió entrar por la puerta de la cocina para evitar mayores demoras. Una vez dentro, tomó rápidamente las jarras con leche y el paquete con mantequilla para ponerse a trabajar, pero en lo que una de las criadas le ayudaba a atarse el mandil, la puerta se abrió de golpe y su señora madre se hizo presente en el sitio.
“¡Sayaka! ¡Ahí estás!” Chilló ésta con las cejas fruncidas, mostrando claro enojo. Lo cual la dejó algo aturdida, ya que no había hecho nada malo para ameritarlo. Pero antes de que pudiera replicar, su madre se acercó y con un ademán mandó atrás a la criada, sacándole ella el mandil. “¡Quítate eso! ¡Hemos estado esperando por ti desde hace una hora! ¿Cómo se te ocurre irte en medio de la nada?”
“¿Pero qué pasa?” Preguntó con miedo, “¿Quién espera por mí? ¡Yo no tenía ninguna cita pendiente!” Su mamá lanzó el mandil a la mesa y le dio una inspección de pies a cabeza rápidamente, asintiendo.
“No podemos arreglarte más, pero tampoco te ves tan mal. Ruego que eso sea suficiente,” la tomó de la mano, “apura, que nos esperan.”
“¿¡Quiénes!?” Gritó exasperada, a lo que su madre le miró feo para que callara.
“¡Otra vez con tus chillidos! ¡Ni se te ocurra hacerlo en frente del señor Leroy!” Dijo arrastrándola.
El señor Leroy. El nuevo sheriff del pueblo.
Jean.
Sayaka sintió que la tierra se le removía y que el tiempo transcurría de manera excesivamente lenta a lo que su mamá la llevaba a la sala de estar. Es como si algo hubiese tomado posesión de ella, ya que escuchaba las voces venir desde muy lejos, y en cambio, un chillido se apoderaba de sus oídos.
¿Qué hacía él ahí? ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿Por qué su mamá se mostraba tan apremiante?
Recordó entonces el baile que hubo en Meryton hacía meses antes de su partida a Londres junto a sus hermanas. Fue en aquella noche cuando el señor Leroy le había preguntado si le haría la gentileza de permitirle que le visitara en su casa… Y si bien Sayaka había hecho un escándalo de sí misma (el cual, gracias a Dios, ya muchos en el pueblo parecían haberlo olvidado tras los acontecimientos más importantes de la guerra…), éste parecía no haberse desilusionado de ella.
Recordó también que al encontrarse nuevamente, el señor Leroy había dicho que no pensaba menos de ella por haber defendido a su hermana, así hubiese hecho un gran escándalo, porque esto dejaba entrever su “amor puro” por ella. Y le había repetido que, por favor, aceptara que le visitara apenas retornara de Londres.
De su retorno a Meryton hacía ya un par de semanas. Y si se ponía a pensarlo, Sayaka era verdaderamente una estúpida al no haber pensado mejor en esta situación. Los últimos días había estado tan absorta preparándose para hoy que se había olvidado por completo de que…
“¡Señorita Sayaka!” Saludó el señor Leroy apenas entró a la habitación con su madre. En frente de él, se encontraba sentado su señor padre, lo cual sólo sirvió a que se sintiera peor. “¡Qué gusto verla después de tanto tiempo!”
Su madre tuvo que darle un leve codazo para que recordara que tenía que hablar.
“El placer es mío,” musitó, haciendo un amago de sonrisa. Su madre sonrió.
“Sentémonos, querida,” dijo llevándola al sillón, pero se sentó rápidamente al extremo, dejando el lado más cercano al Sheriff libre para que ella se sentara ahí. “El señor Leroy ha sido tan gentil de venir a visitarnos, pero lamentablemente tu padre y yo no contábamos con que no estarías aquí.”
“Bueno, tampoco es que supiésemos nosotros por adelantado que el joven Sheriff vendría a vernos,” respondió su papá, intentando ayudar a su hija.
“Y pido mis mayores disculpas por ello,” se apresuró a decir el joven. “Con las delegaciones que el departamento ha tenido que hacer últimamente en cuanto al regimiento y sus movimientos, hemos estado con mucho trabajo en la oficina. Lamentablemente no tuve tiempo de enviar alguna carta previamente para pedirles una visita a su hogar.”
“¡No tiene por qué preocuparse, señor Leroy!” Le cortó su madre. “¡Nosotros estamos gustosos de que un oficial como usted venga a vernos a nosotros y a nuestra querida Sayaka!” Sintió como el estómago se le revolvía. “Pero parece que al igual que usted, nuestra pequeña también tuvo la misma idea de salir a aprovechar del sol antes de que los peores días de otoño se ciernan sobre nosotros.”
“Simplemente fui a hacer unos recados de mis hermanas,” comentó con desgano, bajo la mirada inquisitoria de su madre por estar muy callada. Tanto que la mortificaba diciéndole que hablara mucho para que, el momento en que Sayaka menos quería hablar, la torturara con que lo hiciera.
“¿Por qué no me sorprende?” Dijo el señor Leroy con una sonrisa, para luego dirigirse a sus padres. “Si hay algo que me llama mucho la atención de la señorita Sayaka es su gran cariño y predisposición para con sus hermanas. En las pocas veces que hemos podido conversar es una de las cosas que más ha resaltado y que más me ha enternecido de su personalidad.”
¿De qué otra cosa hemos hablado, acaso? De absolutamente nada. Pensó con enojo. El señor Leroy nunca le había preguntado por sus gustos, por sus pensamientos, o por cualquier otra cosa. En las pocas veces que habían logrado conversar, éste no había hecho más que elogiarla por cosas de la que ni ella estaba segura que merecían elogio alguno. Simplemente hablaba por hablar.
No como otros, pensó amargamente.
“Muchas gracias, señor Leroy,” su madre la sacó de su ensimismamiento con sus palabras. “Es usted muy gentil. Nuestra Sayaka es una de las hermanas del medio y se puede ver el respeto que le tiene a las mayores, así como el cariño que le profesa a las menores.”
“En eso estoy de acuerdo,” agregó su padre.
“Por favor,” finalmente intervino, sintiéndose asfixiada. “No podemos hacer tantas generalizaciones basándonos en un simple par de recados que atendí hoy día—”
“No se menosprecie, señorita,” le cortó antes de que pudiera seguir. “Es usted muy humilde, pero también debería de escuchar a quienes la vemos por quien verdaderamente es.”
No pudo evitar alzar las cejas al escuchar lo que decía. Y tuvo que morderse la lengua al ver que su padre ponía la misma expresión que ella.
Recordó cómo se había sentido momentáneamente feliz cuando el señor Leroy mostró interés en ella durante el baile de presentación. Como pensó que ella, la hermana que siempre había sido ignorada por su pésima personalidad, finalmente había atraído la atención de alguien. Y tuvo muchísimas ganas de volver en el tiempo y zarandear a su yo del pasado. ¿Cómo podría haberse sentido halagada en aquel entonces, cuando estas eran las consecuencias?
“Así es, Sayaka querida. Eres una chica de grandes cualidades y es bueno que lo escuches de ves en cuando, sobre todo cuando los elogios vienen de una persona de gran renombre como lo es el señor Leroy.” Por supuesto que la primera y única vez que su madre le diría algo bueno sobre su persona tenía que ser ante los ojos de un prospecto matrimonial. “Querido señor Bennet, ¿no concuerda usted con nosotros también?”
“Creo que estás un poco equivocada, querida. Concuerdo en que nuestra Sayaka es una gran joven, pero también creo que ella está al tanto de ello. No es un tema de humildad, diría yo, más bien de realismo.” Si no fuese por las reglas de conducta, la menor ya se habría lanzado llorando al regazo de su padre a besarle las manos.
Al menos alguien en ese salón la veía por quien verdaderamente era.
“Como usted verá, señor Leroy, mi querido esposo es un hombre de palabras profundas,” dijo entre risas, intentando dejar de lado lo que su padre había dicho para hacer que Jean se sintiera más cómodo. “Pero eso ya debe de haberlo visto durante nuestra conversación esperando a Sayaka.”
“Por supuesto. Aún sigo muy emocionado de haberme enterado de su antiguo rol como supervisor de la oficina del Sheriff años atrás, señor Bennet,” dijo con una sonrisa. “Me honra muchísimo saber que estoy siguiendo sus pasos y si, disculpe el atrevimiento, pudiera usted guiarme en algunos problemas actuales que tengo que afrontar, estaría severamente endeudado con usted.”
La mención de su antiguo rol en la oficina del Sheriff iluminó el rostro de su padre y lo que siguió fue lo que más se temía: ser ignorada por completo en la habitación. Su padre y el señor Leroy se enfrascaron en una conversación entre ellos en la que la señora Bennet solo hacía uno que otro comentario, ya que parecía estar más que feliz en dejar que ambos hombres se conocieran y congeniaran.
No era más que un ser invisible. Una muñeca, lista para ser vista, pero nunca escuchada. Ignorada por todos ya que su presencia solo se limitaba a hacer más alegre la habitación. Y quiso llorar tanto, porque toda su vida le habían repetido que tenía que ser callada y que a nadie le importaba lo que pensara. Que lo único que importara era que fuera servil y obediente, pero que ella no podía disponer de con quien podía serlo o no. Que tenía que ser feliz, pero nunca para sí misma, sino para otros.
No fue hasta que llegó él que pudo ser finalmente quien siempre había sido y ser celebrada por ello. Sentirse vista, por primera vez. No como una hermana, hija, o amiga. Y mucho menos como una mera muñeca.
Sino como una mujer. Como ella misma.
Para encontrarse ahí, nuevamente, en ese salón. Siendo recordada de que nunca podría obtener eso. De que había nacido para ser lo que dispusieran de ella.
Mientras todo esto sucedía, su madre apretaba la mano de Sayaka como señal de su felicidad, a lo que la menor no tenía más remedio que dejarse hacer.
Esa línea de contacto era lo único que la mantenía atada a esta terrible pesadilla llamada realidad.
Pero si la pobre pensaba que el suplicio terminaría ahí, casi vomita de los nervios al escuchar a su madre rogarle al señor Leroy que se quedara a almorzar en la casa—que ya pronto la comida estaría servida—y que este terminara accediendo a su petición. No fue hasta entonces en que finalmente reparó en la posición del sol por la ventana y como ya más de la mitad del día había sido completamente desperdiciado en esto.
El día más importante y que había esperado con tanto ahínco. Y no poder hacer nada al respecto para salir de esta situación.
Tuvo que soportar las curiosas miradas de sus hermanas durante el almuerzo, en el cual sólo se limitó a asentir y responder monosilábicamente a lo que su madre o el señor Leroy le decían. Y no pudo evitar enojarse más conforme pasaban los minutos, viendo cómo el joven no se daba por enterado de la angustia en la que estaba sumida, pretendiéndola al mismo tiempo.
Tampoco ayudó que las gemelas y sus hermanas menores tuvieran la impresión equivocada de lo que estaba aconteciendo en su hogar y alentaran al joven, haciéndole preguntas por su trabajo como Sheriff, por la historia de su familia (llegados de Canadá, en el nuevo continente), por su relación con los generales del regimiento… entre otros. Y Jean resplandecía con toda la atención puesta sobre él, sonriendo de manera muy galante y regalando anécdotas por doquier. No se podía negar tampoco lo guapo que era, lo cual ayudaba muchísimo a su caso.
Parecía que sólo Sayi y Cho eran las únicas en darse cuenta de su incomodidad y ofrecían silencio, haciendo comentarios muy de vez en cuando intentando desviar la conversación cuando se tornaba hacia ella, o respondiendo en su lugar a las preguntas que le hacían.
Pero lo peor llegó cuando su madre se disculpó antes de que terminara el almuerzo para ir a la cocina y que volviera trayendo el mismo pastel que Sayaka había horneado en la mañana.
“¡Señor Leroy!” Llamó esta, “¡Qué suerte que tiene hoy día! ¡Nuestra querida Sayaka horneó esto en la mañana y ahora podremos compartirlo todos!”
“¡Mamá!” Se levantó finalmente de su asiento, encarando a la mujer con el rostro pálido y el corazón saliéndosele por la garganta, furiosa y aterrorizada como nunca se había sentido en su vida. El silencio reinó en la sala. “¡Por favor, no! ¡Horneé ese pastel para otro motivo!”
“Ya te hemos dicho que no tienes que avergonzarte, hija. No eres una mala cocinera, y aunque no sea una actitud muy propia de tu estación, es bueno que sepas hacer este tipo de cosas para cuando tengas invitados íntimos.”
“¡No!” Volvió a replicar, conteniéndose las lágrimas, “¡No me refiero a eso! ¡El pastel es para un amigo mío!”
Debió de haberse quedado callada.
“¿Un amigo?” Preguntó su madre con un tic en el ojo y entornando la mirada, dándole a entender lo enojada que estaba. Se podía cortar la tensa situación con el cuchillo menos afilado de la cocina. “El señor Leroy es nuestro amigo. Y hasta donde yo estoy enterada, ningún otro amigo de nuestra familia cumple años o tiene necesidad alguna de un pastel tuyo en particular.”
Antes que Sayaka pudiese replicar, Jean se levantó de su asiento y puso una mano sobre su hombro. La joven intentó calmarse para que el mayor no se diera cuenta que había comenzado a temblar.
“Estimada señora Bennet, es usted muy considerada. Pero creo que no hay necesidad de—” Sayaka se volteó a mirarlo, con esperanza en los ojos—
“¡Tonterías, señor Leroy!”
Y antes de que alguien más pudiera decir algo, su madre terminó de acercarse a la mesa y ensartó el cuchillo en el pastel.
“Siéntese, por favor. Me sentiría muy apenada de que se vaya sin que le hayamos ofrecido nuestra completa hospitalidad.”
En aquel momento, mientras disociaba de lo que estaba pasando, Sayaka sintió que pudo haberse enamorado en otra vida de Jean. Tonto, extremadamente tonto y superficial. Pero después de que su madre hubiese comenzado a partir el pastel, éste la había mirado con suma consternación –casi rozando con el miedo–, preocupado no sólo por haber metido la pata, sino también preocupado por ella y sus sentimientos.
Una de las cosas que Sayaka apreciaba más de las personas era su bondad. Y en ese momento se dio cuenta de que Jean era una persona bondadosa, a pesar de todo. Había seguido al pie de la letra el protocolo de la ocasión, pero en el momento más importante para ella, había salido a defenderla. Claro está que lo hubiese apreciado desde mucho antes, pero podía apreciar ese pequeño gesto.
Por muy tarde que hubiese llegado.
“Señor Leroy,” dijo, tomando su mano y dándole un leve apretón para asegurarle al joven de que no le guardaba rencor por lo que estaba sucediendo en estos momentos. “Mi madre tiene razón en que debemos de ser hospitalarios con usted. Tendré tiempo más tarde para hornear otras cosas, no tiene por qué preocuparse.”
“Así es, mi niña,” respondió su madre, aunque apenas lo percibió.
Jean volvió a sentarse, aún mirándole de manera dubitativa, pero Sayaka le dirigió una pequeña sonrisa al sentarse nuevamente. El joven se la devolvió, más tranquilo. Por primera vez entendiéndose entre ambos.
Si tan sólo le hubiese pedido su amistad, si tan sólo le hubiese pedido ser su amigo, Sayaka le habría dado todo de sí.
Todo menos su corazón, claro está.
La hora del postre terminó de manera más tranquila cuando Sayaka decidió retomar la conversación por ella misma. Si bien no estaba alegre, intentó que su malestar no se extendiera a sus hermanas y al joven Leroy, quienes simplemente eran víctimas de todo este embrollo en el que ella sola se había metido al albergar ilusiones y sueños. Habló simplemente de las cosas nuevas que había visto esa mañana en el mercado y las tiendas, le preguntó al señor Leroy sobre cómo hacía su trabajo manteniendo el orden en la ciudad, y aceptó con una sonrisa serena cada uno de los comentarios sobre su postre.
El señor Leroy no le pidió un momento a solas antes de irse, pero sí se tomó el trabajo de besar los nudillos de su mano antes de irse, tras declinar el ofrecimiento de quedarse a tomar el café y discutir de política con su padre en su estudio. Sayaka pudo corroborar, con cierta consternación, de que el joven aún parecía decidido en su cometido. Lo podía ver en sus ojos. Y le daba tanta tristeza.
Antes de que su madre pudiera estallar en gritos y saltos, Jacob les interrumpió.
“Disculpe, señora,” le dijo a la mayor con cierto temor, “simplemente venía a decirle a la señorita Sayaka que el joven Otabek vino hace media hora junto a su gato. Lo encontró perdido en el campo y pasó a devolverlo.”
“Cuándo no ese desquiciado demonio,” resopló su madre. “Dile a las cocineras que se cercioren de cerrar bien las puertas traseras. Sayaka no puede estar todo el día afuera, sobre todo ahora que las visitas del señor Leroy serán más continuas.”
Hacía media hora. Otabek había venido hacía media hora y ya se había ido.
Seguramente Jacob le había informado que estaban muy entretenidos con la visita del señor Leroy como para que Sayaka pudiera venir a agradecerle el gesto. Seguramente habría pensado que no había ido a encontrarse con él como le había jurado que haría días atrás, para pasar el día juntos, por quedarse a hablar con el señor Leroy. Podría incluso haber pensado que había priorizado al mayor por sobre él.
“¿Tengo algo por lo cuál preocuparme?”, preguntó de manera directa mientras la depositaba en el suelo.
“No”, respondió con un tono de voz que no daba lugar a duda y sin romper la mirada.
Aquella conversación que había tenido con Otabek tras el baile, tras contarle de la insinuación del señor Leroy con ella, resurgió en su mente y ya no pudo más.
Mientras su madre hablaba de lo bien que Sayaka se había comportado, de lo feliz y contenta que estaba, de cómo Sayaka no podía aspirar a alguien de mejor posición social debido a lo escandalosa que era—
Rompió en llanto.
Empezó a llorar a lágrima viva, gritando, y llevándose las manos al rostro, sintiendo cómo se ahogaba del dolor e impotencia. Inmediatamente, su padre se acercó a abrazarla y se aferró a él de manera instintiva, llorando e hipando histéricamente, como nunca lo había hecho en su vida. Su madre comenzó a bramar por explicaciones, alternando entre consternación e indignación, hasta que fue callada por su padre de un grito.
Lo abrazó mucho más fuerte y siguió llorando a gritos. Y se sintió mil veces peor siendo confortada por los brazos cálidos y amorosos de su padre. Sintió que su dolor lo traicionaba, a él y a sus sueños para con ella. Su dolor, tan, pero tan egoísta.
No se merecía nada. No se merecía el amor de nadie.
Escuchó a lo lejos los gritos consternados de Sayi y su madre, mientras su padre comenzaba a zarandearla.
Se desmayó.