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Capítulo 18: ¿Creéis que podríamos no presentarnos y dejarle aquí para siempre?A la mañana siguiente, volvieron a Columbia para terminar la misión de Merchant de Seras. Desayunaron un poco; Sebastian les preparó un café no demasiado malo teniendo en cuenta el estado de la cocina. La mampostería no conseguía verse limpia a pesar de ser de un blanco artificial.
Naoya les dio un warp para que hicieran el viaje y no tuvieran que volver a la ciudad de las nubes a pie, pero a parte de eso, ni siquiera se dignó a despedirse, y se encerró tras la puerta que llevaba al sótano. Consigo, se llevó una taza de café de tamaño considerable.
No es que el café se sintiera mucho como café en éste mundo; sus efectos se notaban más en los parámetros que no en el paladar, subiendo un poco la stamina y te reducía el sueño. El sabor, quizás, era lo más real que tenía, acompañado de un toque de nostalgia. Su familiaridad era imposible de no relacionar con el mundo exterior, y un triste recordatorio de la realidad que vivían dentro detrás de las máquinas.
Después de desayunar, se prepararon y salieron a la calle, donde utilizaron el warp. Ulquiorra, fiel al trato que habían hecho, les acompañaba. Una luz azul les rodeó, y el aire gris y lluvioso de Sin City fue sustituido por el cielo claro de un día radiante. El aire era ligero, y nubes blancas lo surcaban perezosamente. El ambiente apacible de Columbia resultaba un alivio tras todo lo que había pasado ayer y la sombría presencia de la ciudad del desierto.
—Bueno —dijo Shruikan, palmeando las manos al frente —. Ya estamos aquí. Vamos a terminar esta quest de una vez.
—¿Cual quest? —preguntó Ulquiorra desde atrás. No parecía alguien especialmente curioso sobre los asuntos de los demás, así que su interés debía de ir por otro lado.
—Seras tiene que terminar la quest para ser merchant —explicó Sheba.
—Váis a la Guild de Merchants, entonces. —Se quedó pensativo unos instantes —. Debo ir a otro sitio. No queda de camino, así que lo más óptimo sería separarnos i encontrarnos después.
—... De acuerdo —aceptó la Black Mage, despacio —. ¿A dónde tienes que ir, si se puede preguntar?
—A la Guild de Alchemists.
—Oh —exclamó ella, como si no se hubiese esperado esa respuesta —. Pues... es cierto, no, no queda de camino. —Recibió un parpadeo como contestación—. Quizás... ¿podríamos quedar en algún punto entremedio?
—Aquí, en la plaza de la fuente. En media hora habré terminado —decretó, antes de dar la vuelta y alejarse, dando el asunto por zanjado. Los otros le miraron mientras se marchaba.
—¿Creéis que podríamos no presentarnos y dejarle aquí para siempre? —preguntó Seras, con relativa inocencia.
—¡Seras! —exclamó Sheba en tono de reproche, como si no se creyera que su amiga pudiera decir algo así.
—No creo que fuese tan fácil —dijo Shruikan, cruzada de brazos con gesto analítico—. Tiene pinta de ser de esos tipos que te seguirían hasta el fin del mundo sin perder la paciencia, acosadores imposibles de darles esquinazo. Además, tampoco es tan insoportable. No siempre. ¿No?
No recibió muchas palabras de apoyo por ese comentario. Sin nada más que añadir, emprendieron la marcha hacia el Gremio de Merchants. Tenían que ir a otro de los islotes flotantes de Columbia, aunque no era un trayecto muy largo y podían realizarlo sin la ayuda de ningún transbordador, cruzando uno de los puentes levadizos de la ciudad a pie.
Fue entonces, aprovechando que en cierto momento al andar Fenris se quedó un poco más alejado del resto, Shruikan se le acercó dando saltitos.
—Fenris, mi buen amigo del alma, ¿cómo estás? ¿Estás bien?
Él la miró de reojo, levantando las cejas.
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Estás mustio desde ayer. Con más mala cara de lo normal.
—Que bien por mí —dijo con acidez.
Shruikan no se intimidó en absoluto por ese sarcasmo al que ya estaba acostumbrada.
—¿Sucedió algo cuando no estabas?
Fenris gruñó.
—¿Por qué me preguntas esto ahora? ¿Por qué te interesa?
—Porque eres mi amigo y me preocupas, Fenris, y tengo ojos en la cara. Es obvio que te ocurre algo. Pero ey —se encogió de hombros, hablando sin malicia —, si no quieres contarme nada, yo no voy a obligarte.
El otro se volvió a acomodar el peso del mandoble en la espalda, aunque no tenía necesidad de ello.
—No vengas en plan de fingir que no eres egoísta en insensible conmigo, Shruikan. No te pega —dijo, con sorprendente frialdad.
—¡Pero no lo soy! —protestó, ofendida.
—Ya, claro. Que no seas consciente de ello sólo lo empeora.
—Oye, vale, mira, habrá un día en el que hablaremos de mis problemas y podrás hacer de psicólogo si te apetece, pero hoy no es ese día. No intentes redirigir la conversación así que anda, Fenris, cuéntame lo que te pasa.
Por un momento, el otro le dirigió una mirada tan cargada de resentimiento que parecía que fuera a pegarle y todo. Movió la cabeza, profundamente irritado, antes de hablar.
—¿Sabes qué me pasa? Me pasa que estoy encerrado en un juego en contra de mi voluntad y sin posibilidad de escapatoria con una plasta como tú que cree que necesito atención y que es mi amiga a pesar de todo.
Shruikan sonrió de lado con satisfacción, però no dijo nada porque Fenris siguió hablando.
—Y ayer... casi muero ayer, ¿sabes? Ella, Astaroth, me salvó la vida. Y no debería ser algo tan importante, pero no puedo dejar de pensar en lo que hubiera sucedido si no llego a encontrármela, porque aunque fuera la primera de tres vidas, eso sólo significa que me quedarían dos oportunidades de cagarla antes de ser historia. Así que lo que me pasa es que estoy... furioso, porque puede que muera miserablemente aquí dentro, envenenado por un engendro asqueroso, y porque soy demasiado débil para evitarlo.
Hizo una pausa. La sonrisa de Shruikan había desaparecido.
—Todos tenemos miedo, Fenris. —El otro viró la cabeza hacia ella, lanzándole dardos con los ojos, como si le hubiera acusado de ser un cobarde —. A mí casi me dejan fiambre ayer también. Si no hubiese sido por esos dos magos habría sucedido como dijo Naoya: al menos un par de nosotros habría muerto. Y como bien has dicho, soy egoísta e insensible y no me importa morir rajando monstruos en una realidad virtual, como mínimo moriré haciendo lo que me gusta, paro tampoco me gustaría que se convirtiera en un hábito.
—Creía que esta conversación no iba a ser sobre ti. Estás loca —soltó, evitando seguir con el tema y bufó. Tras unos instantes de silencio, añadió —: necesitamos volvernos más fuertes.
Shruikan le dio la razón. Después preguntó, tentativamente:
—¿Por eso aceptaste el trato con Naoya?
Fenris asintió. Ella volvió a encogerse de hombros.
—Ya decía yo que era raro. Para ti debe haber sido como vender tu alma al diablo. Después de lo de Danarius...
—¿Podemos no hablar de Danarius? —la cortó —. Sinceramente, Shruikan, dedícate a otra cosa, porque animar a la gente se te da como el culo.
—¡Al menos hago el esfuerzo de intentarlo por ti, malagradecido! —replicó ella, ofendida —. Ya hemos hablado, ya hemos llorado, hemos llegado a la conclusión de que necesitamos poder para romper más caras. ¿Todos de acuerdo? Bien. Acta cerrada y sigamos adelante.
Ese fue el tenso final de su conversación, y siguieron andando hasta que llegaron a la Guild de Merchants poco después. Allí, dejaron a Seras, que entró sola al edificio mientras los demás esperaban fuera. No tardó en volver a salir, ataviada con una ropa diferente, convertida ya en una Merchant en toda regla.
Llevaba una blusa de mangas anchas y de color blanco por debajo de una armilla cobre sin mangas y botones que se ataban en el cuello y el pecho y hacia abajo, hasta que la pieza se terminaba a linea de cintura. Llevaba una falda del mismo color, larga hasta un poco antes de las rodillas y más abierta de un lado que por el otro, con unas medias oscuras y unos botines mucho mejores que los zapatos de Novice que había estado llevando hasta ahora.
Shruikan y Sheba la aplaudieron cuando salió, y la chica se avergonzó un poco al principio, pero levantó los dedos, haciendo la señal de la victoria.
—¡Felicidades!
Seras bajó los escalones que la separaban de los demás dando saltitos.
—¿Qué tal? ¿Qué te parece eso de ser Merchant? —le preguntó Sheba.
—Pues los encargados de dentro me lo han explicado un poco, pero me parece complicado. No sé si sabré llevarlo bien, pero haré lo que pueda.
—No te han dado carro? —preguntó Shruikan, viendo que la otra no lo llevaba consigo.
—Oh sí, pero no me lo he equipado. He pensado que iba a ser incómodo ir de un lado a otro con él dentro de la ciudad...
La Samurai se encogió de hombros.
—Bueno, supongo que si tienes dudas sobre eso del merchandeo siempre puedes preguntarle a Ulquiorra. Algo de bueno debe haber en tenerle en el equipo.
Seras puso cara de circunstancias al imaginarse el largo discurso que soportaría si se le ocurría hacer tal cosa, pero aceptó la idea de todas formas.
Sin prisa, fueron regresando a la plaza de la fuente donde habían quedado. Cuando llegaron, Ulquiorra ya estaba allí. Estaba sentado en uno de los bancos que rodeaban la fuente central, leyendo un libro con una velocidad envidiable. Delante de él, había montado uno de esos puestos de Merchant en el que exhibía artículos para que otros jugadores los compraran. Había un par de curiosos allí, husmeando entre los objetos. Ulquiorra no les paraba ninguna atención.
Se acercaron a él. Seras inspeccionó con curiosidad el puesto, consciente que ahora podía utilizar también aquel recurso.
—Ey —Shruikan saludó al Alchemist, que levantó la mirada del libro —. Ya estamos aquí.
Ulquiorra asintió con la cabeza en reconocimiento.
—¿Qué queréis hacer ahora?
—No sé... ¿descansar?
—¿Aprovechar que no hay un Assassin suelto en Columbia dispuesto a apuñalarnos por la espalda? —dijo Fenris, sarcástico.
—¿Qué Assassin? —preguntó Ulquiorra, que no había estado allí en su momento para enterarse del incidente con GreedyFox.
—Yo creo que Shrui ya lo ha dicho bien y que después de todo que la ha sucedido las últimas horas nos merecemos un día de calma —dijo Sheba.
—¡Vamos a la taberna! —proclamó la Samurai con entusiasmo. Sheba se rió y luego alzó el puño, uniéndose a su amiga.
—¡Vamos, pues! ¡A beber!
Como nadie se opuso, allí fueron. Ulquiorra desmontó su parada después de despedir a los curiosos de forma escueta y luego se dirigieron a una de las tabernas circundantes, la misma en la que habían conocido a GreddyFox. Por suerte, no había señales del hombre cerca, y ocuparon una de las mesas en el interior.
“Birra, birra”, coreaban Shruikan y Sheba cuando se sentaron. Luego la Samurai añadió:
—¡Menos para Fenris, que él quiere vino!
—Pues claro —dijo él como si la idea de lo contrario le ofendiese.
—Estáis muy animados —comentó Ulquiorra, sentado en su sitio con la espalda muy recta.
—Es nuestro estado habitual. No siempre somos gente seria y sobrellevada por sus circunstancias actuales —explicó la Black Mage, mientras Shruikan hacía el pedido, con Seras al lado.
—Comprendo.
—Tú en cambio sigues igual que siempre. ¿No hay nada que te perturbe?
El otro pareció pensarse la respuesta.
—Apenas —fue su baga respuesta —. Las situaciones y los hechos están hechos de los mismos patrones que se repiten de formas distintas. Si se entienden esos patrones, es difícil que haya algo sorprendente o difícil de superar.
Sheba no pareció satisfecha con esa respuesta y torció el morro. Entonces llegó Shruikan, plantando una mano abierta sobre la mesa con un buen golpe.
—Ulquiorra, ¿tú que bebes?
—Yo no bebo —respondió él.
—Hoy sí. Dime que quieres —insistió ella.
—No.
—Sí.
—No.
—¡Sí!
—No.
—¡Ya déjale en paz! —interrumpió la Black Mage, que no quería soportar un coro infinito de sis y nos —. Ve a buscar nuestras bebidas, anda.
Shruikan obedeció a regañadientes.
—Entonces, ¿dices que siempre eres así de estoico? —preguntó Fenris, recostado sobre la silla —. ¿Te diviertes alguna vez, cuentas chistes? Cualquiera diría que eres uno de esos tipos súper obsesionados con el juego que no salen de su habitación.
—Sé chistes —dijo él.
—¿Oh? Ilústrame, pues.
—Van dos y cae el de en medio.
Fenris y Sheba intercambiaron una mirada de circunstancias. La chica tenía los labios apretados en una linea fina, pero a él se le escapaba la risa por debajo de la nariz.
—Eso era el chiste —explicó Ulquiorra, como si no entendiera por que no les hacía gracia.
Para cuando Shruikan y Seras volvieron con las bebidas, Fenris se estaba riendo a gusto.
—Me parece que habrá que mejorar tu sentido del humor —concluyó, y le echó un buen trago a su copa de vino.