Fourth Chapter
“¡Pero niña!” La señora Bennet iba detrás de Emilia persiguiéndola por la casa. “Te digo que es una excelente oportunidad para hacerte notar y también para conocer a gente de respetada casta”
“No, mamá. Te dije que no quiero” Emilia le dio la misma respuesta que le estuvo dando durante la mañana. Detrás suyo escuchaba como su madre se quejaba y seguía sus pasos sin dejarla en libertad. La peliblanca abandonó el corredor y entró a una sala que conectaba dos sectores de la casa. Debido al bullicio de su madre y sus propios reclamos, no se percató que Sheryl se encontraba en la estancia, de casualidad chocó suavemente con ella. “Perdón, Sheryl. Estaba un poco distraída”
“No te preocupes, Emilia.” La rubia le sonrió, con esa gracia y educación que caracterizaba a su hermana.
Emilia la contempló unos segundos en calma, su hermana Sheryl era la dama más perfecta que conocía y eso, aunque suene irónico, la enorgullecía. Temía que en algún momento su pureza de corazón le jugara una mala pasada, pero le tranquilizaba el hecho de que Sheryl, además de bella y educada, era una persona muy inteligente. La peliblanca enmarcó una sonrisa dedicándosela a su hermana.
“Sheryl, Sheryl, dile a tu hermana Emilia la importancia que tiene codearse con personas tan respetables como lo son los nobles de sangre.”
“¿A qué nueva situación te refieres, madre?” Preguntó Sheryl, un poco confundida por la repentina exigencia de su madre.
“Pues Emilia no quiere aceptar una gran oportunidad que su pobre y sufrible madre le ha conseguido con tanto esfuerzo. ¡Cómo puede ser así de fría!” La mujer sacó un pañuelo blanco de entre las mangas de su vestido, fingió secarse unas lágrimas inexistentes.
“Madre, por favor…” Emilia la observó sin expresión, inmutada por su aparente sufrimiento.
“¡A esto me refiero cuando digo que algo o alguien le robó el corazón! Aparentemente su estancia en Londres la volvió una persona fría e insufrible. Incapaz de conmoverse incluso con el pesar de su propia madre.”
“…” Emilia y Sheryl intercambiaron miradas, acostumbradas a las dramatizaciones de la progenitora de ambas.
“¿Ha ocurrido algo malo?” La joven rubia observó con preocupación a ambas.
“Madre, sería sensato que hablaras claramente para no confundir más a Sheryl.” Emilia entrecerró los ojos, un poco cansada de la situación. No llevaba más de dos días en casa y su madre ya la hacía sentir superada con sus exigencias, dramatizaciones y con su afán de ¨ocultar¨ ciertos detalles de la vida de Emilia. “Lo que sucede, mi querida hermana, es que nuestra madre piensa que, ante el hecho de nuestra tía Miranda me haya beneficiado con la ilustración de una afortunada educación más allá de la de una dama sino también la de una labor profesional como lo es la enfermería, ella ha traducido que estas enseñanzas me han trastornado y convertido en una persona déspota y carente de sentimientos. Por tanto, no sólo lo atribuye a mi estadía en Londres sino también a este hecho el cual ella se aferra en omitir u ocultar aún cuando es evidente que todas aquí sabemos que estudié una profesión que, de todos modos, sigue siendo una sumisión al dominio del patriarcado.”
“¡No! ¡No más! ¡No!” La señora Bennet le sacudió el pañuelo en la cara a Emilia, como reprimenda. “No quiero escuchar en esta casa esos discursos ácratas que parecen más bien salidos de la grosera boca de un francés.”
“Madre…” Emilia giró los ojos, pero se rió con ironía. “Pero, en fin, no es por mi aparente falto de afecto o radicalización de mi pensamiento por lo que madre quiere que me persuadas, Sheryl… Sino más bien porque, en su misión de ¨ocultar¨ mis estudios en la sociedad de Bloomington, ha buscado para mi una labor de… sirvienta en ¨Blossomhouse¨ con la finalidad de que no enfoque mi energía a ejercer la enfermería sino más bien insertarme en esa diabólica mansión del mal con el pretexto de ser una sirvienta pero con el objetivo real de embaucar sentimentalmente a uno de los insufribles Lancaster… Si es que eso puede ser posible.”
“¡Si es señor Bennet te escuchara decir tantas desfachateces!” La mujer se dejo caer sobre el sillón, echándose aire. Emilia la observó unos segundos pensando realmente que mejor se hubiera quedado en Londres, pero de todos modos le tenía afecto a esa mujer, por lo que le sirvió un vaso de agua para apaciguar su melodrama.
“Madre, respetuosamente, no creo que lo correcto sea que Emilia se dedique a ser sirvienta.”
“No, no, nada de eso, mi pequeña.” La madre saltó, después de beber un sorbo de agua. “Emilia me ha mal interpretado. No he buscado para ella el oficio de una sirvienta, ¡Nunca buscaría que una de mis queridas hijas terminase haciendo las labores de nuestros empleados en otras casas! No me crean como una mala madre que no piensa en cada una de ustedes, mis niñas. Les explico la situación a ambas, para que nos entendamos mejor.”
“…” Sheryl y Emilia se sentaron en los sitiales que quedaban en frente de su madre. Ambas adoptaron una pose de atención, muy bien sentadas.
“Me enteré por buena fuente que la respetable Lady Lancaster, quien se encuentra en Londres, busca desesperadamente una persona nutrida de educación, refines y conocimientos para ser la institutriz del más joven de sus hijos. Le pedí a mi amiga, quien es mi fuente, que interceda por nosotras y hablara de Emilia de quien pienso que es la candidata más idonea para ser la institutriz.” la señora Bennet soltó un suspiro. “Yo me he puesto en el lugar de esa desafortunada madre. La pobre Lady Lancaster se encuentra con el alma en un hilo al tener a sus otros hijos en servicio de guerra y tener que enviar al menor de sus hijos a la estancia de vacaciones de la familia como modo de prevenir que, ante los aires de guerra, sucedan situaciones de riesgo para el niño. Él se encuentra viviendo aquí, en las cercanías de Bloomintong, en Blossomhouse, un sitio que ustedes han escuchado muy bien.”
“¿La casa encantada que tío Robert nos contaba cuando pasábamos por fuera?”
“Sí, Sheryl. Esa enorme mansión que se veía a lo lejos más allá de la rivera. ¡Pero de embrujada, nada! A veces el buen Robert le gusta jugarle broma a los más jóvenes.”
“Entonces no sería sirvienta, sino que niñera.”
“Institutriz, hija. Institutriz de francés, de hecho.” Le corrigió la mayor. “Y con un horario bastante grato. Casi es visitarlo por las mañanas los días de semana, puesto que los fines de semana y por las tardes de los otros días el jovencito está a cargo de su otra institutriz. Emilia tendrá la responsabilidad de reforzarle su francés, ya que tanto le gusta, educarlo en otros temas y tratar de que el joven, quien es muy tímido, mejore sus habilidades sociales.”
“No suena tan malo” meditó Sheryl.
“No. Pero madre quiere que me gane el favor de los hermanos mayores…”
“Oh, Emilia ¡A veces eres muy suspicaz!” Le recriminó la madre “Yo sólo te sugerí que fueras amable con ellos y que te hicieras notar ya que son unas personas muy destacadas en nuestro reino… Si uno de ellos se fija en ti no estarí—“
“¡Madre!”
“¿Te imaginas a tu hermana Emilia prometida con un joven y apuesto Lancaster?”
“Eh…” Sheryl bajó la mirada, incómoda por la situación.
“Yorkshire sería prácticamente nuestra estancia de veraneo.”
“¡Madre, por favor!” Emilia se ruborizó, por la vergüenza.
“Tendría nietos rubios, de buen porte y con las características de esa familia.”
“¿Acaso sabes cómo son tan siquiera? Puede que los Lancaster sean tuertos, cojos, jorobados, hemofílicos y ni sabes…”
“No creo que sean así.”
“Endogamia, madre, endogamia” Emilia sonrió con sarcasmo. Meditó un poco en sus palabras, pensativa. “Lo cual me deja directamente fuera como candidata a prometida ya que no soy Lancaster.”
“¡Niña, que cosas dices!” la señora Bennet se dejó caer sobre el espaldar del sillón, fatigada por los esfuerzos que le provocaba lidiar con su hija Emilia. No llevaba ni tres días en la casa y, si bien estaba cambiada, se notaba que de todos modos le haría salir unas cuantas canas en su cabellera. “Veo como buena oportunidad de desarrollo personal y crecimiento que aceptes auxiliar a Lady Lancaster. Acordé una presentación para las cuatro de la tarde en Blossomhouse”
“…” Emilia desvió la mirada, indecisa.
Pensaba más en el trabajo de medio tiempo que tendría en el Hospital St. Constantine. Quizá si aceptaba lo de su madre, cuando ésta se enterase de su trabajo en el Hospital no tendría como refutarle porque también le estaba cumpliendo a ella en cuanto al hijo de los Lancaster. Pero también pensaba en su tiempo libre, el cual se vería reducido y de compartir con sus hermanas todos los días sería algo más acortado. Aunque, por lo visto siempre tendría las tardes libres en ambas partes.
Pero seguía intranquila. Muy en el fondo debía admitir que imaginar entrando en la mansión de los Lancaster le daba miedo. Había conocido a los mayores y no eran personas muy amigables, eran extraños y sentía que constantemente mentían usando máscaras de simpatía social. Le daba miedo que se burlaran de ella o que la tratasen demasiado mal. Se sentía fuerte, pero todavía existía en ella una parte de sí que necesitaba la protección de su padre y la compañía de Camille.
“Si voy, ¿Puede ser con Camille?”
Después de un largo trayecto desde Bloomington a las afueras del pueblo, alejados hacia la rivera, llegaron a la entrada de la imponent Blossomhouse. Ya de lejos ambas hermanas admiraron la gigantesca construcción medieval que se escondía entre la montaña y el lago.
“Recuerdo que hace unos años pasamos por aquí en el carro de tío Robert. Me parecía que en ese tiempo había muchas más flores que ahora.” Memorizó fugazmente Camille.
“Quizá han descuidado esta propiedad” Emilia pensó que podía ser una opción ya que, pese a magnífica y cara, para esa familia era una minúscula propiedad sin mucha importancia. “Camille, gracias por aceptar acompañarme. La verdad no me veía a mí misma entrado aquí sola. Perdón por arrastrarte hasta aquí”
“No te preocupes, hermana. Recuerda que siempre nos acompañamos mutuamente. Además, tenía curiosidad de ver cómo era este lugar por dentro. Nadie de afuera ha podido entrar aquí según dicen los pueblerinos.”
En ese momento, el carro se detuvo de improvisto llamando la atención de las gemelas. Las hermanas se asomaron por las ventanillas para enterarse de lo que pasaba. “¿Qué sucede?”
“Un centinela” Dijo Camille, entrecerrando los ojos. “Nadie lo vio venir.”
“¿A qué viene?” Le preguntó un guardia al chofer, de forma cortante.
“La señorita Bennet viene a presentarse con el joven Lancaster de quien será su institutriz.”
“De aquí, deberá caminar. No está permito el paso de personas no autorizadas.” Advirtió, refiriéndose al chofer.
“…” Las dos hermanas se miraron entre ellas.
Como había anunciado ese guardia, las dos tuvieron que caminar hasta la entrada de Blossomhouse lo cual las había ofendido bastante ya que la distancia era amplia y nadie las había salido a recibir en coche o caballo para aproximarlas. Tras una caminata que por suerte se volvió corta gracias a las atracciones visuales, al fin llegaron a la entrada de la mansión.
“¿Señorita Bennet?” Preguntó un hombre alto, de cabello negro y ojos carmesí.
“Sí” Respondieron las dos al mismo tiempo. Sonriéndole y luego riéndose entre ellas.
“¿Emilia?”
“Yo.”
“¿Y usted es?”
“Camille.” se presentó la otra muchacha.
“Deben ser las hijas gemelas de los señores Bennet” El hombre sonrió, asintiendo. “Mucho gusto. Mi nombre es Sebastian Michaelis. Soy el mayordomo en jefe de la casa y mayordomo personal señorito Ciel Lancaster.” El pelinegro les hizo una reverencia.
“Mucho gusto, señor Michaelis.”
“Ha de ser un largo recorrido desde la casa de los señores Bennet hasta aquí. Me disculpo si a eso se le sumo la caminata que deben realizar los afuerinos.”
“¿Sabe dónde queda nuestra casa?” Camille quedó sorprendida.
“Algo así. Conozco a un mayordomo de la casa de los señores Bennet, el buen Jacob, a quien hace meses me presenté para darle un volante de invitación al gremio de los mayordomos.”
“Oh, tienen su propia organización. Ojalá que Jacob se una.” Dijo Emilia, luego sintiéndose un poco irrespetuosa por su comentario ignorante “…”
“Así es. Algunos temen unirse y sufrir las represalias de sus patrones, pero sé que Jacob no tiene necesidad de pertenecer ya que sus patrones no son una amenaza. Aun así, me pareció cordial extenderle una invitación.” Sebastian abrió la enorme puerta. “Síganme, por favor.”
Al ingresar al lugar, las dos hermanas se quedaron atónitas al ver lo enorme que era el lugar sintiéndose ellas mismas muy pequeñas al estar allí. Contemplaron también que era un sitio muy lujoso y que al parecer había sido remodelando conforme evolucionaban los años para no quedarse estancado en el pasado. Vieron unos maestros constructores antes de ingresar y luego les vieron adentro acarreando unos materiales por lo que el sitio seguía siendo remodelado o adecuado a algo más.
Sin embargo, las dos sintieron la misma percepción: una soledad inminente invadiendo todo el lugar la cual sólo se asociaba con un halo de melancolía.
Tal vez, pese a todo el lujo y hermosura, no era el mejor lugar para que un niño se criara.
“Les daré un breve recorrido antes de presentarle al señorito.”
“¿No será uno de los jóvenes que conociste en la fiesta que fuiste con tía Miranda?” le susurró Camille a su hermana.
“No. Ellos eran como de nuestra edad… Éste por lo que dijo madre es el menor de los hermanos.” A menos que a Lady Lancaster se le ocurriera que cuidasen de esos dos más grande y Emilia esperaba que no fuera así después del déspota presentación del Conde Cain Lancaster hacia su persona. “Debe ser menor que Shura, incluso.”
“Por aquí está el ala central donde se ubica la sala de estar y el salón de música y baile está por esa dirección. La biblioteca está en el segundo piso y será el lugar que la señorita Emilia ocupará para las enseñanzas del señorito Ciel.”
“Este lugar es bastante bonito y grande.” Comentó Camille, observando con atención los cuadros de la sala los cuales impresionaban por sus paisajismos. Ella se quedó unos momentos absorta en esa visión realista y bien colorida de óleo sobre lienzo.
“Veo que la señorita Camille es amante del arte.”
“S-si”
“Me parece de buen gusto que una dama tenga el aprecio que usted demuestra por las obras de arte. Es pertinente entonces que pasemos a este siguiente salón” Sebastian las guío por otra dirección donde pasaron por una sala vacía la cual estaba con algunos materiales de construcción y luego a una sala más iluminada la cual era una ¨pequeña¨ galería artística. “Señorita Camille, señorita Emilia, esta es la pequeña galería de la familia en esa propiedad. Fue construida por Lady Berenguela Lancaster, condesa de Normandia, tatarabuela del señorito Ciel. Ella quería tener un espacio artístico aquí, que la distrajera de los compromisos de su austero esposo nórdico, por lo que ella pasaba sus cortas vacaciones en este sitio contemplando las obras que adquiría.”
Sebastian señaló algunas como las más antiguas mientras que las más modernas explicó que eran adquisiciones de las siguientes generaciones de Lancaster que deseaban aportar con esa pequeña galería. Explicó que, de todos modos, la galería era pequeña en comparación a la que existía en Lancannia Palace de Londres o la galería del Lancaster Castle de Yorkshire.
Camille quedó anonadada con toda esa información y con la buena suerte de haber visto con sus propios ojos todas esas obras artísticas. Felizmente su padre le había adaptado un pequeño espacio en su casa para que ella pudiese pintar sus propias obras. Tal vez un día tendría una pequeña galería también.
Después de ello, Sebastian les fue presentando otros lugares ¨habilitados¨ y otros que eran prohibidos los señalaba como sitios que no debían ir.
Finalmente, salieron al jardín donde el mayordomo tenía asumido que estaría su joven señor.
“¿Dónde está el señorito Ciel?” Le preguntó al jardinero.
“El amo Ciel fue con el señorito von Einzbern colina arriba, con sus caballos.” El pobre trabajador sentía un nudo en el estómago cuando los vio partir, saltar bayas, obstáculos naturales y perdérsele de vista.
El viento golpeando su rostro y el cabello que se le escapaba del casco se mecía con la misma intensidad de velocidad con la que galopaba. Estaba en una carrera de velocidad con su acompañante, quien llegase primero a la punta de la colina era el vencedor de esa tarde. Había hecho desacato de la solicitud de sus cuidadores de no alejarse, pues hacía lo que él quería ya que era el ¨dueño¨ de casa temporalmente. Sentir el galopar de su caballo, la velocidad, la adrenalina y la libertad hacía que Ciel sintiera que era otra persona. Esas mezclas de sensaciones le hacían sentir bien incluso al ver que era el segundo en llegar a la meta.
“Te gané.” Dijo el ganador, quien desmontó. No usó casco refiriendo que no lo necesitaba, por lo que su cabellera plateada se lucía libremente. Ciel llegó a su lado, desmontando y quitándose el casco. Él era más protocolar.
“Sólo por poco, von Einzbern” Musitó.
Posteriormente ambos se quedaron contemplando el horizonte desde esa altura donde sentían que podían ver mucho más allá que cualquier otro. Se quedaron unos minutos más admirando el paisaje de Inglaterra mientras sus mentes divagaban en sus pensamientos. Ciel Lancaster no pudo evitar pensar en la situación que hoy en día vivía su país, en guerra con Francia, y que, por consiguiente, sus hermanos mayores tenían la buena fortuna de ir a luchar por la patria mientras que a él lo mandaban como si fuese un lisiado inútil a una casa olvidada de su familia para su protección.
Miró de reojo a Killua von Einzbern, el joven peliplateado, a su lado, parecía un gato curioso contemplando este nuevo país que por lo visto sería su lugar de estadía por un tiempo.
Era oriundo de Alemania, pero estaba allí por negocios de sus familiares.
Killua y Ciel se habían conocido por medio de sus hermanos mayores, ya que Wolfgang von Einzbern se había quedado una temporada en el Lancannia Palace, en Londres.
Por ese tiempo, Ciel también había estado allí y le llamaba mucho la atención la personalidad del joven Wolfgang von Einzbern quien era muy distinto a sus hermanos mayores, pero lo sentía como una persona bastante grata, culta e interesante. Lamentablemente los espacios que pudo compartir con él eran minúsculos y casi inexistentes ya que sus odiosos hermanos mayores lo abordaban durante toda su estancia como sanguijuelas, según la percepción de Ciel.
Tiempo después Wolfgang le presentaría a Ciel a su hermano menor, Killua, para que compatibilizaran tan bien como él con los hermanos mayores de Ciel. El menor de los Lancaster era quisquilloso y obstinado, no le parecía bien la compañía de alguien de su edad ya que él no se llevaba bien con gente de su mismo ciclo etario. Prefería estar con adultos. Al conocerlo más, Killua le resultaba un poco distinto a su hermano mayor, aunque los dos parecían ser bastante agradables. Era más arriesgado que Ciel y más diestro en los deportes, le parecía que incluso sabía manejarse bien en cuanto a defensa personal. Por otro lado, era más espontáneo y, de algún modo, lo sentía más libre.
Pero Ciel no se esperó que Killua tuviera a un lacayo como mejor amigo lo cual eso era algo ¨novedoso¨ para él. Sebastian era su protector indiscutible, pero no lo consideraba su mejor amigo. En cambio, Killua podía romper libremente esa línea y sostenerla en presencia de otros (aunque con disimulo)
Pensaba que si él hacía algo semejante seguramente su padre lo enviaría al internado de St. Judas como cuando sus hermanos mayores se subordinaban al progenitor y este los enviaba por meses a donde ¨Las hermanas¨ para que aprendieran la lección de respeto. Quien sabe que aplicaría su padre para el que fuese de más baja clase social que se atreviese a mezclar con un Lancaster. A veces pensaba que las bromas de su padre con sus amigos nobles eran ciertas cuando decía sobre la guerra y un pobre bufón de turno <Pónganlo en la primera fila, estimados míos. Como escudo para los cañones de Napoleón.>
Conforme pasaban los días la interacción entre Killua y él fue mejorando. Pese a las personalidades distintas, ambos compartían de todos modos ciertas cosas que los volvía semejantes. No sólo el tener hermanos mayores con alta responsabilidad con su familia, un padre a quien debían complacer y enorgullecer, vidas de niños ricos superficiales manejadas a conveniencia por sus progenitores, también compartían el gusto por la equitación, la esgrima, por la lectura de ciertos autores y, por qué no, ciertas travesuras de niños.
Montaron nuevamente sus caballos y retornaron a las caballerizas. Allí un muchacho de cabellos negros los esperaba, curioso y lleno de incertidumbre de saber cómo les fue.
“Gané.” Dijo un orgulloso Killua. “Creo que es la segunda vez que le gano a Lancaster.”
“Oh, pensé que sería un empate.” Dijo Gon, sorprendido.
“¿Qué hiciste mientras tantos?”
“¡Ah! Me entretuve acompañando a un potrillo. Es pequeñito y tenía dificultades para caminar solo, así que lo estuve ayudando.”
“…” Ciel los escuchó hablar detrás de él, inmutado.
Recordó que Sebastian Michaelis le indicó por la mañana que tendría una cita con su nueva institutriz a esa hora. Ese detalle le fastidió internamente. Sentía que no necesitaba una, mucho menos con la finalidad que buscaba su madre quien para él aún esperaba que lo cuidasen niñeras como si fuera un niño de cinco años. Su madre y sus hermanos lo tenían reducido a un subyugo donde lo infravaloraban constantemente.
Fue hasta la parte de tiro al blanco donde tomó su arco. Apuntó a su arco y flecha, lanzó un perfecto tiro.
“Ohw, cualquiera diría que imaginaste la cara de alguien que odias al momento de acertar.”
“Mhh.” Ciel musitó. Lamentaba no habérsele ocurrido esa estrategia.
“Es un perfecto tiro, señor Lancaster.”
Ciel no respondió de forma verbal, aunque sí intercambió mirada con ese joven asintiendo brevemente. Todavía le costaba trabajo dejar de lado años y años de enseñanzas de su familia (la cual era bastante clasista y no se permitía interacciones con personas del ¨proletariado¨) de un momento a otro.
Lo peor era que, por más que intentó sentir desprecio y rechazo por aquel joven amigo de Killua llamado Gon, no podía odiarlo libremente, como sí lo hacía con facilidad con el resto de personas. Lo cual era raro.
Ese muchacho tenía un algo especial, tal vez su natural inocencia y bondad de la cual Ciel no estaba acostumbrado a ver en otros y lo cual lo hacía sentir desencajado.
“Hoy celebraremos el equinoccio de estación. En mi familia es habitual que se celebre con rituales y tradiciones, una cena y regalos para los invitados. Si gustas, puedes quedarte hasta esa hora… tu lacayo puede estar presente también. Este año muchos están comprometidos por el asunto de la guerra.” Dijo Ciel, recordando las fechas. Le daba vergüenza admitir que no tenía a quien invitar además de ellos. Lanzó otra flecha en otro blanco, acertando también.
“G-gracias, señor Lancaster.” Respondió tímidamente Gon, con una pequeña reverencia.
“…” Ciel, al estar dándole la espalda a ambos, sonrió un poco. Gon era el único que le llamaba como ¨señor¨ y no ¨señorito¨ lo cual lo hacía sentir más maduro.
“¿Quieres intentar…? Oh, vaya…” Ciel negó con la cabeza al ver que Killua terminaba de desenvolver una barra de chocolate. Por eso estaba tan callado “¿De nuevo? Toda esa azúcar es perjudicial para tu salud.”
“Me lo dice un inglés el cual vive en el país de los dulces más azucarados del mundo.”
“Pero yo no tengo tal adicción”
“Ahh…” Killua rodó los ojos. Luego se acercó a él y le metió unas cuantas barras de chocolate envueltas en los bolsillos del pantalón de hípica de Ciel. Notó que éste iba a refutar. “Son chocobot (?) con la edición de los caballeros de la mesa del Rey Arturo (??)”
“No… No quiero. No me gustan los chocolates” Dijo Ciel. Sacando uno y analizando su envoltura notando de que en efecto era esa edición.
“Adentro traen un armable. Ábrelo.”
“…” Ciel lo abrió, solo por curiosidad.
“Lancelot of the Lake. Vaya, que suerte.” Killua se quejó, justo le faltaba ese caballero.
“Le puedo dar el mío.” Dijo Gon, al ver que a él también le tocó el mismo caballero.
“Te lo cambio por estos dos, Tristan y Palameres, que los tengo repetidos.”
“…” Ciel notó que más allá se aproximaban su mayordomo con dos chicas que eran muy parecidas entre ellas. Supuso que una venía por el trabajo de institutriz.
“¿Otra más?” Comentó Killua, al notar hacia donde veía Ciel
“Será la sexta en el mes. Creo que no se dan por vencidos” Murmuró Ciel, entrecerrando los ojos. “Estimado amigo, me temo que necesitaré de tu ayuda.” el chico sonrió con un deje de perversidad.
“No me puedo negar a la propuesta.” Dijo Killua, sonriendo del mismo modo.
“A ver cuánto dura ésta…” Ciel volvió a apuntar con su arco, acertando flecha sobre flecha.