Ideas que salen y tienes que escribirlas sí o sí... y como no tengo otro sitio en el que dejarlo, aquí va.
Coming Up Tails
Joseph/Caesar
Quiero volver atrás.
Déjame ir a aquel día, ¿qué no daría por verte una vez más…? Esta vez, haré las cosas bien.Joseph se despertó respirando ajetreadamente, con el corazón martilleándole en el pecho tan fuerte que parecía que iba a romperle las costillas desde dentro. Su pecho, desnudo y cubierto en sudor, subía y bajaba a un ritmo acelerado, y se incorporó para retomar el aliento, pasándose una mano por el pelo. No recordaba qué había soñado, pero el miedo tardó unos segundos más en aflojar su abrazo.
¿Cuántos años hacía que no tenía una pesadilla tan intensa? La última vez que se había despertado así, aún era excusable que fuera a buscar a su abuela para que le consolara. Tal vez la idea de que el anillo en su corazón podría matarlo en unos días le estaba afectando más de lo que creía… y aún más de lo que quería admitir.
A su lado, un bulto se removió por debajo de las mantas. Incluso de buena mañana, Caesar tenía un aspecto encantador: el pelo rubio revuelto, los párpados ligeramente caídos por el sueño y una media sonrisa. En cuanto lo miró, su respiración volvió a un ritmo más relajado, pero era una calma incierta, tensando la presión en su pecho.
- Buenos días, Jojo.
Aún tumbado sobre su costado, Caesar alargó la mano y deslizó los dedos sobre el antebrazo de Joseph, sacándole un suspiro corto. Frunció ligeramente el ceño al mirarle a la cara.
- ¿No has dormido bien?
- N-no. Quiero decir, sí… - Joseph suspiró, frotándose la cara con ambas manos. - He tenido un sueño raro, no pasa nada.
- Ya eres mayor para tener pesadillas.
La condescendencia en su tono era sólo de broma. Caesar se incorporó, y rodeó el cuerpo de Joseph con un brazo, apoyando la cabeza en su hombro después de dejar un beso en la piel.
- No te preocupes, hoy termina todo. - Susurró, moviendo los labios hacia su cuello. Joseph sintió como se le erizaba el vello por todo su cuerpo. - Mmmh, todavía tenemos un rato hasta que amanezca…
Algo parecía haberlo poseído, llevando inmediatamente las manos a ambos lados del rostro de Caesar y acercándolo hasta poder besarlo. Gimió nada más sus bocas se encontraron, sorprendiendo al otro por un instante.
Pero Caesar enseguida se acogió al ritmo, y Joseph se dejó empujar sobre la cama, con los brazos del otro rodeándole la espalda al mismo tiempo que profundizaba el beso. Se separaron para tomar aire poco después, aún unidos por las manos que recorrían sus cuerpos, lentas pero sin dejar de moverse por la piel en ningún momento. Caesar le sonrió con los ojos entreabiertos.
- Vaya, Jojo, ¿seguro que no has tenido otro tipo de sueño? - Dejó ir una risa suave, acariciando su costado. - Da igual, me da que voy a tener que calmarte de todas formas…
Tan hábil como era Caesar, no tardó en relajarlo en más de un sentido, pero seguía sintiendo sobre sus hombros aquella inquietud que lo había apresado desde el momento en que se había despertado.
- Deberías volver a tu habitación antes de que el resto se despierte. - Le recordó Caesar, aún jadeando.
Joseph asintió, y recibió un beso en la barbilla. Abrazó a Caesar, apretándolo contra sí mismo.
- ¿Por qué tengo que ser yo el que se levante? - Exageró la queja en su voz, sin soltar al otro. - Ahora quiero dormir un rato más.
- Jojo, vamos… - Caesar se deshizo de su agarre, apoyándose en las manos para levantarse. - Hay muchas cosas que hacer hoy.
- Ugh. Si me vas a echar, vale. - Joseph se levantó con un aspaviento, no sin antes recibir un codazo en las costillas.
Volvió a su habitación terminando de ponerse el pijama, procurando que nadie lo viera salir de la habitación de Caesar, y se dejó caer en la cama, hecha a medias. No la había usado mucho la noche anterior, precisamente, nada más que para esperar unas horas hasta que entrara la noche.
Iba a considerar que era inútil ponerse el pijama si iba a cambiarse apenas unos minutos después, pero un zumbido interrumpió sus pensamientos, retumbando en sus oídos. Se llevó las manos a las sienes, frotando para intentar que desapareciera, y después, sólo hubo silencio.
Algo terrible iba a pasar aquel día.
No sabía cómo había llegado a aquella conclusión, simplemente, al sentarse sobre su cama para buscar su ropa, las palabras se habían colado en su mente, como agua entre las fisuras de una pared. El miedo volvió a apoderarse de él, levantándose sin darse cuenta, buscando algo sin saber el qué. Sacudió la cabeza, tratando de volver en sí mismo.
Creía que podría dejarlo como un extraño arranque de pesimismo hasta que al lavarse la cara, su cabeza se inundó con la misma sensación de alerta, una voz que intentaba avisarle de algo pero que no podía entender. El mundo pareció tambalearse a su alrededor, obligándole a apoyarse en el borde del lavabo a riesgo de perder el equilibrio.
Caesar… ¡¡Caesar!!Jadeando, se echó más agua al rostro. La idea de que Caesar iba a morir aquel día se había instalado en su mente, golpeándole como una ola. Son sólo nervios, se regañó a sí mismo, casi avergonzado por hasta qué punto había dejado que el arrogante y pretencioso italiano se hubiera vuelto tan esencial en su vida.
Era, además, un insulto para ambos. Después del tiempo que habían estado entrenando, no podía menospreciar sus habilidades de tal forma. Saldrían vivos de aquel encuentro, podía dejar sus miedos a un lado. Podía confiar en Caesar, en Lisa Lisa, en sí mismo. Y sin embargo…
¿Por qué
sabía que Caesar no llegaría vivo al final del día?
No era una premonición. Lo sabía, como si lo hubiera leído en alguna parte, grabado en piedra. Caesar no estaría con él cuando terminara la batalla, y era aterrador. Cerró los ojos, respirando hondo. Son sólo nervios, repitió mentalmente, sólo algo que quizá le confesaría a Caesar una vez hubiera terminado todo, quien probablemente se burlaría de él.
Terminó de vestirse, y llegó al comedor del hotel, donde el resto del grupo estaba esperándolo ya. Lisa Lisa le dirigió una mirada molesta, frunciendo el ceño.
- Jojo, no está la cosa como para que te tomes toda la mañana para prepararte. - Le dijo la mujer, sujetando una taza de café humeante con ambas manos.
Desde luego, esperaba que Lisa Lisa no tuviera nunca hijos, por el bien de éstos. Cuando su maestra se giró para seguir hablando con Messina, Caesar le dedicó una media sonrisa.
- La maestra tiene razón, Jojo. - Sentado al lado de Lisa Lisa, Caesar le miró, arqueando una ceja y dedicándole una media sonrisa. - Es de mala educación hacernos esperar para el desayuno.
- ¡Pero si habéis empezado sin mí! - Joseph chasqueó la lengua. Era preferible que nadie sospechara nada, aunque a veces estaba seguro de que Caesar lo pinchaba por pura diversión.
Joseph se sentó en una de las sillas, y se sirvió un plato entero de cruasanes recién hechos. Aunque su cuerpo le pedía, o más bien, le exigía un montón de comida al empezar el día, cada trago parecía casi imposible. Por un momento, echó de menos el anillo de ACDC en su garganta, ya que al menos con él hubiera tenido una buena excusa.
Después de pasar la mañana calentando junto a Caesar y Messina, el grupo finalmente empezó a preparar la ofensiva. Joseph aún estaba terminando su almuerzo, un plato de marisco que para cualquier persona normal hubiera sido una cena de lujo.
Aunque había sido cruel haberle hecho tal gamberrada al gato, Joseph se sintió mejor una vez se hubo distraído un poco. El animal se levantó con un giro muy poco grácil y salió corriendo, sacando una risita a Joseph.
Sin embargo, era algo superficial, no podía olvidar el momento crítico en el que estaban. La hora de enfrentarse a Cars y Wham se acercaba, y Lisa Lisa se encargó de recordárselo, llamándolo para terminar de revisar sus planes.
- ¡Vale, vale, ya voy! No hace falta que grites.
La mujer arqueó una ceja, no se le había escapado la tensión en su voz, aunque nunca se dejaba ofender por las palabras o tono de Joseph.
No era la posible venganza de Lisa Lisa en un futuro lo que más le preocupaba. De reojo, cruzó su mirada con Caesar. Sus párpados estaban entrecerrados en una expresión que no era capaz de descifrar, mirando más allá de él, y su corazón se encogió al pasar por su lado, palpitando aceleradamente.
Messina había empezado a hablar, aunque no estaba prestando mucha atención. Ya sabía lo que dirían. La dirección a la que estaba dirigida la piedra de Aja era un hotel atrancado hasta las ventanas, el escondite perfecto. Era una explicación que ya sabía, y simplemente, desconectó.
El hotel, irguiéndose a lo lejos, entre la nieve, era más amenazador de lo que hubiera podido creer en un principio.
- ¿Es que no es obvio? ¡Atacaremos ya mismo!
Un escalofrío recorrió su espalda como una descarga eléctrica, tensando cada músculo a su paso. Joseph se apoyó sobre la barandilla de mármol, encarando a Caesar.
- ¡No!
Todos, incluyendo Caesar, se giraron hacia él. Había sido una respuesta visceral, impulsado como por un resorte ante la propuesta de Caesar. Era una locura, lo sabía, sabía que iba a salir mal. Sabía que aquel plan iba a matarlo, y tenía que detenerlo antes de que echara raíces.
Las miradas del grupo estaban fijas en él, esperando una explicación por la súbita negativa. Pero no era sólo el miedo irracional que habitaba dentro de él desde el mismo momento en que había despertado: el plan de Caesar era un suicidio visto desde cualquier punto de vista.
- Cars ha sobrevivido miles de años en los que le habrán atacado durante el día. ¿No os dáis cuenta? Creemos que la ventaja es nuestra porque el sol está en lo alto, ¡pero eso es exactamente lo que quiere!
Ignoró la protesta de Caesar. Necesitaba convencerlo del error que estaban a punto de cometer.
- ¡No haremos otra cosa que ir directos a una trampa!
Joseph se cruzó de brazos, observando de reojo cómo la expresión irritada de Caesar se volvía en la máscara de falsa seguridad y condescendencia con la que cubría su enfado.
- Vamos, Joseph. ¿Estás asustado de verdad? - Dijo Caesar, acercándose hacia él, y Joseph se giró para encararlo. No le engañaba mirándolo con la barbilla alta y los párpados ligeramente caídos, todo desafío sutil. - ¡No pareces tú!
Había más inquietud dentro de él que molestia por la clara provocación de Caesar. Éste estaba dispuesto a apelar a cualquier cosa por seguir con su absurdo plan suicida, pero Joseph estaba seguro de que tenía que negarse ante la más mínima posibilidad.
- Lucha sólo cuando la victoria está asegurada. Eso dijo Sun Tzu, ¡y se aplica claramente aquí! - Negó con la cabeza, tratando de sacudir el zumbido que empezaba a resonar en sus oídos. - ¡He dicho que no vamos!
Caesar lo cogió del cuello de la camiseta interior, sobresaltándolo por unos momentos con su brusquedad. Toda la compostura que había intentado aparentar se había desmoronado, y su expresión ahora reflejaba una rabia que Joseph nunca había visto antes.
O tal vez sí.
- ¿¡Es que estás tan asustado, Jojo!? - Había acercado sus rostros, enseñando los dientes de forma casi feral.
- ¿Asustado…?
Sí, claro que lo estaba. El pitido que atravesaba su cabeza se había vuelto más agudo e intenso, casi doloroso. Caesar tenía que dejar a un lado su plan. Tenía que quedarse allí, con ellos, a salvo hasta que fuera más seguro atacar a Cars.
- ¡Claro que no! Sólo intento ser racional. - Rodeó la muñeca de la mano que lo sujetaba con sus dedos, apretando con un poco más de fuerza de lo que debería. - ¡He dicho que lo más seguro es atacar de noche! ¡Y lo sabes!
- ¡Lo que sé es que Cars está ahora solo! ¡Si atacamos los cuatro contra él ahora mismo, no tiene ninguna oportunidad! ¡Tenemos que ir, ahora mismo, antes de que Wham se una a la lucha!
Apartó la mano de Caesar, quien se deshizo del agarre con un manotazo. Aquel era un hombre completamente diferente, alguien de quien no sabía qué esperarse a excepción de la vaga sospecha de que saltaría en cualquier momento para ir él mismo a derrotar a los dos Pillar Men que quedaban si hacía falta.
- ¡Tienes que tranquilizarte, Caesar!
- ¡Estoy tranquilo! - Le gritó en respuesta. - ¿¡No lo entiendes!? ¡Esta es nuestra herencia! ¡Nuestro deber! ¡Lo que nuestros abuelos empezaron… termina con nosotros! ¡Hoy!
Había oído aquel argumento antes. La misma estúpida explicación que daba Caesar sobre la obligación para con su familia, y si en el pasado le había resultado molesta, en aquel momento la odiaba. El concepto de lealtad hacia un apellido y unos hombres que ni siquiera habían conocido era absurdo, para Joseph no tenía ningún sentido.
E iba a ser lo que matara a Caesar.
- ¿¡Y qué importa eso ahora!?
Él mismo estaba empezando a perder el control. Miedo, rabia, desesperación... su mente estaba nublada y lo único que quería era impedir que Caesar escapara. Cuando se enfrentase a Wham él solo, sería su final, y Joseph no podía aceptarlo. Tenía que impedirlo.
No vayas, Caesar, por favor, no vayas.- ¡Nuestros abuelos llevan cincuenta años muertos! ¡Ni siquiera los hemos conocido!
Había una voz que le decía que él mismo tenía que calmarse, no decirle algo así a Caesar bajo ningún concepto. Pero estaba demasiado asustado, y no sabía qué hacer excepto gritar y gritar hasta que Caesar entrara en razón.
- ¿¡Qué van a importarme!? - Insistió Joseph, separando las manos en exasperación. - ¡No les debemos nada! ¡Nada!
- Jojo… si tienes lo que hay que tener, dime eso otra vez...
Caesar había bajado la voz, sonando grave y ronca, pura amenaza. Pero no era lo suficiente como para detener a Joseph.
- ¡Me importa una mierda su herencia! Y que tú consigas sólo matarte por cumplir con ella… ¡No voy a permitirlo!
Vio el puñetazo mucho antes de recibirlo. Caesar había retrocedido apenas unos centímetros, tan furioso que el hamon empezaba a recorrer su cuerpo con tal intensidad que podía verlo chispear a su alrededor.
Joseph respondió a los golpes con igual ferocidad y mayor desesperación, tenía que detenerlo a cualquier costa. Fue durante su lucha cuando lo vio. La sangre esparciéndose por el suelo bajo la cruz, la burbuja con la bandana, las lágrimas de Lisa Lisa.
Caesar iba directo a su muerte.
- ¡Ya basta!
Apenas fue consciente de que Messina lo estaba sujetando, del mismo modo en que Lisa Lisa empujaba a Caesar hacia atrás. Respiraba entrecortadamente, con el aire entrando difícilmente hacia sus pulmones, y no por el súbito enfrentamiento entre ellos.
- C-Caesar… - Empezó, sin saber apenas por dónde continuar. - Tienes que-
- Jojo, pensaba que entendías el peso de nuestro legado.
Caesar todavía estaba sujeto por Lisa Lisa, y retrocedió, con la mujer todavía delante de él. Entrecerró los ojos al mirarlo, y Joseph sintió la culpa atravesar su pecho. Cada vez que Caesar hablaba de su apellido, lo hacía tanto con orgullo y tristeza en su mirada. Joseph hacía lo que podía por fingir que prestaba atención, pero su interés en cosas tan abstractas como ‘herencia’ o ‘deber’ era superficial.
Tendría que haber escuchado más atentamente, debería haberse disculpado, cualquier cosa para evitar que marchara hacia el hotel y fuera derrotado por Wham.
- Voy a ir. - Caesar habló con frialdad al apartarse de Lisa Lisa, encaramándose a la barandilla. - Esto es más grande que yo mismo. Es… es un asunto de los Zeppeli. Lo siento.
Ni siquiera la orden directa de Lisa Lisa lo detuvo, y para cuando Joseph se deshizo del agarre de Messina, Caesar se le escapó por centímetros. De un salto, había desaparecido de su vista.
No, esta vez no. Lo detendría por la fuerza si era necesario. No le importaba el riesgo físico al que sometería a ambos si con ello lo alejaba de su destino.
Pero antes de que pudiera saltar él mismo, Messina volvió a sujetarlo.
- ¡Suéltame! - Se sacudió contra el enorme cuerpo, y se giró hacia Lisa Lisa. Ésta tenía la mirada perdida en la distancia, bajando la vista poco después. - ¡Lisa Lisa! ¡Va a matarse! ¡Tienes que-!
- Caesar ha tomado su decisión.
- ¡Lisa Lisa!
Messina lo soltó, y Joseph aprovechó la oportunidad para salir tras Caesar. Pero la mujer lo sujetó por el brazo con un agarre férreo antes de que pudiera acercarse a la barandilla.
- ¡Tengo que ir!
- No.
Lisa Lisa se giró hacia él. Sus mirada había recuperado su fría compostura natural, aunque había algo en su expresión que delataba lo tensa que se sentía. Por mucho que Joseph supiera que lloraría la muerte de Caesar, necesitaba descargarse.
- ¿¡Es que no te importa, imbécil!?
- Jojo. - Lisa Lisa lo detuvo con un tono seco. - Caesar ha perdido el control. Has sacado a la luz su-
- ¡Ya lo sé! - Gritó en exasperación. - ¡Su padre y su pasado en la calle y Cars y toda esa historia! ¡No perdamos más tiempo!
Hubo unos momentos de silencio, eternos para Joseph. No recordaba que Caesar le hubiera contado jamás sobre aquello, siempre hablando del deber de sus familias para con la máscara sin especificar detalles. Pero lo sabía, sabía de la soledad de Caesar durante su juventud, y sabía lo fuerte que era el deseo de venganza en él por el padre que le habían robado.
Lisa Lisa lo miraba sorprendida, dejando pasar unos segundos antes de que hubiera elegido las palabras a usar.
- ¿Lo… lo sabes? - Giró la vista, recomponiéndose con falsa naturalidad. - Está bien, no voy a preguntar cómo. Pero, Jojo, escúchame. Caesar está descontrolado. No podemos entrar todos en desbandada. Nosotros nos quedaremos atrás, al menos hasta que tú también te calmes.
Iba a replicar que no necesitaba esperar tanto. El tiempo estaba corriendo contra ellos, y ya les llevaba una gran ventaja.
Por fin mostrando algo de sentido común, Lisa Lisa ordenó a Messina que fuera tras Caesar, y el hombre asintió, partiendo al instante. No era suficiente, no iba a serlo.
- Nosotros dos iremos juntos. - La voz firme de Lisa Lisa lo sacó de sus divagaciones. - No podemos arriesgarnos a separarnos. Confío en que Messina detenga a Caesar antes de que haga alguna locura.
- ¡Pues te equivocas!
Con el espacio suficiente, Joseph trató de saltar también. Pero momentos antes de que pudiera apenas moverse hacia delante, algo atrapó su cuello. Suave y a la vez dolorosa, la bufanda de Lisa Lisa se había enrollado sobre él, apretando sobre la tráquea lo suficiente como para tapar las vías respiratorias pero sin causar daño permanente.
Miró a Lisa Lisa con rabia. Estaba condenando a Caesar, cuando deberían estar centrando sus esfuerzos en detenerlo.
- Jojo… No puedes ir así. Tienes que controlar tus emociones, o también te perderé a ti. - A pesar de que había un tono de tristeza en la voz de Lisa Lisa, Joseph no podía sentir empatía por ella en aquellos momentos. - No necesito que tú también te pongas en peligro innecesariamente.
La bufanda se aflojó sobre su cuello tentativamente, y Joseph respiró hondo para mantener el control. Lisa Lisa no iba a marchar sin estar segura de que no haría ninguna locura, y cualquier segundo que perdían allí, era un segundo que los alejaba más de Caesar.
- De acuerdo. Vamos.
Caminar sobre la nieve era molesto, pero Joseph estaba impulsado por algo más fuerte que la resistencia que el suelo ofrecía. Lisa Lisa no parecía tener problemas en seguir su ritmo, vigilándolo de cerca.
Por favor, Caesar…El hotel cada vez estaba más cerca, erigiéndose en la distancia, aunque a Joseph le parecía que se alejaba de ellos. Imposible de alcanzar. ¿Habría llegado ya Caesar? ¿Estaría enfrentándose a Wham? Messina no lo detendría.
- Jojo.
Sintió la mano de Lisa Lisa en el hombro. No se había dado cuenta de que le había alcanzado. Se giró hacia ella, y por mucho que lo intentaba, no podía fijar la vista en el rostro de la mujer. Podía ver la forma roja de sus labios moverse, pero el sonido llega distorsionado, como si estuviera a metros de él en lugar de a su lado.
Entonces, volvió el zumbido, más fuerte que las otras veces, atravesándole la cabeza desde cada lado hasta el centro de su cabeza. Llevó sus manos a las sienes, apretando con fuerza, y cayó de rodillas al suelo.
La voz de Lisa Lisa era lejana, distorsionada. Nada más que murmullos en la lejanía. Y en su cabeza, algo vibraba, tan intensamente que parecía haber creado un remolino dentro de su cráneo.
- C-Caesar…
Fue lo único que pudo balbucear antes de que a su alrededor se detuviera el tiempo, deformando la realidad en una fuerte succión que lo arrastraba hacia la oscuridad. Antes de que ésta lo envolviera, sólo pudo oír una voz que no conocía pero que era la suya.
Demasiado tarde.*
Abrió los ojos, y la luz golpeó sus retinas con un puño de fuego.
Su cuerpo parecía haberse quedado sin huesos para que fueran reemplazados con tiras de gelatina, y no se atrevió a levantarse. Estaba en una cama, una cama que reconoció muy fácilmente así como la habitación en la que se encontraba, pero la razón dictaba que era imposible que estuviera allí.
El corazón le latía tan intensamente que iba a estallar, disparándose su ritmo cuando una calidez muy familiar rozó su costado. Con una mano temblorosa, acercó la punta de sus dedos al bulto bajo las sábanas, apretando con la poca fuerza que tenían sus brazos en aquel momento.
A su lado, el bulto se giró, y unos ojos verdes se encontraron con los suyos. El aire abandonó sus pulmones al reconocer aquellos rasgos, ocultos por unos momentos mientras Caesar se frotaba la cara.
- ¿Jojo…? ¿Pasa algo?