Tenía muchas ganas de escribir esto ;; pero como dice Airi: avatares otro día xD
Feanor, 2
La vida del creador de la tecnología del Drift Neuronal
Cuando Feanaro Curufinwe Finwion tenía cinco años y pensaba en el futuro, se imaginaba rodeado de sus creaciones, de robots y ordenadores, pero en ningún momento llegó a pensar que dichas creaciones fueran a ser de carne y hueso.
Curufin aceptó abrir la boca para que Feanor le pusiera la cuchara dentro, pero en cuanto la sacó, la papilla se escurrió entre sus labios mientras el bebé seguía con la mirada distante, llena de odio.
—¿Por qué haces eso? —preguntó Feanor al punto de la desesperación.
—Por lo menos no escupe como Celegorm. —le dijo Nerdanel, pelando una manzana mientras vigilaba al resto de sus hijos.
—¿Yo escupía? —preguntó Celegorm, el tercero de sus hijos con incredulidad.
—Lo dices como si no lo siguieras haciendo. —intervino Maglor, el segundo.
—No empecéis. —advirtió Maedhros, el mayor, que apenas tenía diez años.
Caranthir, el cuarto hijo de apenas tres años, había desplegado sus hojas en blanco y todos sus colores en el suelo de la cocina y se había puesto a dibujar nada más acabar de comer. De todos los hijos de Feanor y Nerdanel, de momento era el más callado.
Feanor le limpió la barbilla a Curufin y decidió que el bebé ya no tenía hambre, así que lo levantó de la sillita y lo dejó al lado de Caranthir para que gatease un poco mientras él se dedicaba a apartar la mesa y Nerdanel repartía la manzana entre sus hijos más mayores.
—¿Quieres que te ayude en algo más? —preguntó quince minutos después, con la cocina limpia y Nerdanel sonrió antes de entrompar los labios, pidiendo un beso que su marido le dio con ganas.
—No, estaré bien. ¿Qué vas a hacer ahora?
Feanor se acabó de secar las manos y dejó el paño en su colgador junto con el delantal que se había puesto porque solía ser necesario si ibas a alimentar a bebés.
—Oh, voy a seguir con el proyecto este que estoy haciendo a ratos. Ya sabes, el drift neuronal. Creo que puedo empezar con la construcción del pod, todas las simulaciones han salido bien, es hora de hacerlo realidad.
Nerdanel recogió a Caranthir del suelo, que se había quedado dormido dibujando hacía un ratín y se despidió de su marido al oír el timbre de la casa.
—Ese debe de ser mi padre, ya eres libre de tus obligaciones paternas.
—¡No son obligaciones si las disfruto! —declaró Feanor antes de darle un beso en la coronilla a su hijo.
Unos minutos después, con las cosas de dibujar de Caranthir recogidas y su suegro saludado, se encerró en su taller, viendo como su estación de creación en 3D imprimía poco a poco las piezas más grandes para el pod de prueba que quería crear y él se dedicaba a montar las piezas electrónicas justo como las quería.
Tampoco le pudo dar mucho tiempo, porque dos horas después su suegro bajó a visitarle para discutir el diseño de un nuevo componente que estaban fabricando en su empresa. El prototipo tenía demasiados fallos y tenían que arreglarlo para ayer.
El drift neuronal tendría que seguir esperando años antes de ver la luz más allá de las paredes de aquella habitación.
Cinco años y dos hijos más después, el primer prototipo del pod de drift neuronal estaba preparado. Feanor abrió la puerta del salón de golpe.
—¿¡Quién quiere probar la simulación real aumentada!? —preguntó a una habitación llena de sus hijos.
Celegorm se levantó de pronto y Maedhros le puso las manos en los hombros para volverlo a sentar.
—¡Padre! ¡Son niños! —le dijo su hijo mayor.
—Bueno, tú eres un adolescente. —comentó Feanor.
—¡No!
Media hora después, Feanor estaba mirando la cápsula abierta entre suspiros. Técnicamente necesitaba un sujeto de estudio mientras él monitorizaba el experimento desde fuera. Aunque, tal vez…
Feanor sacudió la cabeza.
—Ni lo pienses, Feanaro Curufinwe Finwion —se dijo a sí mismo mientras caminaba impaciente de un lado al otro del taller—. No hay manera de cambiar el código desde dentro si la cosa va mal.
Y luego estaba el otro problema. Ahora mismo la única forma de conectar el cerebro a la máquina era instalando una conexión física en la nuca y eso necesitaba una operación. Feanor se sentó en la silla, que rodó un poco hacia atrás. Sacó una libreta de apuntes de un cajón y empezó a hacer una lista de objetivos a cumplir antes de seguir con el experimento. Tampoco era una prioridad, pero lo terminaría algún día. Estaba seguro de que llegaría ahí.
Feanor tenía cuarenta y cinco años cuando decidió tomarse un descanso forzado y dejar de trabajar por un tiempo. Sus superiores querían la patente de los silmarils para la empresa, pero Feanor se negaba a dársela por miedo a qué harían con su obra magna.
—¡No lo entiendes, Nerdanel! —le dijo a su mujer—. Tienen contratos con el ejército.
—¿Y ahora es un problema? —le preguntó su mujer, dejando caer la ropa dentro de la lavadora—. Nunca lo había sido antes, ¡sólo es una fuente de energía, por dios, Feanor!
—N-no es… sólo eso.
Nerdanel cerró la lavadora con fuerza y se giró para enfrentarse a su marido mientras la lavadora elegía el mejor programa de lavado de forma automática y añadía el detergente al tambor ella solita.
—Pues dime qué más es —le suplicó ella, pero Feanor se quedó callado—. Ya veo.
Nerdanel se empezó a preparar para salir, sin querer escuchar nada más de lo que Feanor tuviera qué decir.
—Despeja tu mente y aclara tus prioridades, Feanor. —fue su última advertencia antes de salir por la puerta principal de la casa.
Feanor bajó los escalones hacia el laboratorio con pies pesados. Y para dejar de pensar en cosas más serias por un rato, se puso a seguir con la pistola que aplicaba la conexión neuronal necesaria para la conexión con la máquina del drift neuronal. Estaba pensando que podía crear varios tipos de conexiones cuando alguien llamó a la puerta. En un principio creyó que sería Nerdanel, pero en cambio era uno de sus hijos más pequeños.
—Curufin —saludó Feanor, quitándose los guantes de trabajo y dejando la pistola en el banco—. ¿En qué puedo ayudarte?
Curufin se quedó en la puerta, sin saber muy bien qué hacer. Parecía nervioso. A sus diecisiete años era la viva imagen de su padre, tanto que no sólo tenía su cara si no que también había estudiado lo mismo y había entrado a la universidad con tan sólo quince años, justo como él. Apenas le faltaban unos meses para terminar la carrera, debía de estar bastante ocupado.
—Padre… —empezó, dando un par de pasos al frente.
Feanor le señaló un taburete y el chico tomó asiento. Se aclaró la garganta.
—Tú te casaste joven. ¿Fue difícil?
—¿Dífícil? —repitió él—. No es difícil si encuentras a la persona adecuada.
—¿Y tener hijos? ¿Fue difícil ocuparte de nosotros siendo tú tan joven?
—¿Qué está pasando, Curufinwe, a qué viene todo esto?
Curufin abrió la boca para tomar aire antes de hablar.
A sus cuarenta y cinco años y con siete hijos, a Feanor le dieron la noticia de que iba a ser abuelo y se la dio el hijo del que menos se lo esperaba.
Contratado pero sin proyectos y sin forma legal de separarse de su empresa, Feanor empezó a presentar inventos en el mercado libre. Con tres hijos que no habían acabado los estudios, un nieto en camino y el estrés por las nubes, empezó a tirar de cualquier cosa para seguir trayendo dinero a casa.
Nuevos sistemas de comunicación, mejoras para el hogar, aleaciones nuevas, herramientas para aplicaciones médicas… pero parecía que nadie quería comprar nada de lo que creaba Feanaro Curufinwe Finwion.
—Esto es ridículo —dijo mientras colgaba el teléfono después de otra negociación fallida—. No hay manera de que me haga con un contrato.
Su nieto de cuatro años puso otra pieza del puzzle en su sitio.
—Nunca vendes nada, abuelo —le dijo el niño con tono de observación—. ¿Y si lo vende la abuela?
Feanor tomó asiento en la mesa de la cocina con él, ayudándole a separar las piezas por color.
—Tu abuela tiene su propio trabajo y le va bien. Es mejor no molestarla.
Celeborn entrompó los labios y aunque tenía la cara de su padre, ergo y por lo tanto también la de su abuelo, sus gestos se parecían muchísimos a los de su abuela. Era la mezcla perfecta.
—Pero haces cosas chulas —dijo el niño—. Y eres guay. No sé porque no te quieren comprar.
Feanor sonrió y su mano se quedó suspendida encima de la cabeza del niño, a punto de frotarle el pelo, pero el timbre sonó alto y resonante en la casa. Feanor corrió a abrir la puerta y un repartidor le dio un sobre a su nombre, parecía del comité ético del instituto de ciencias.
Por lo visto le habían echado atrás la presentación del Drift Neuronal en la feria de ciencias por violar nosequé de la humanidad. De hecho le habían cancelado toda la exposición, no sólo esa.
—¡Oh, vamos! —gritó.
Aquella presentación era su última esperanza. Ya no sabía qué más hacer.
A Mahtan le gustaba el whisky solo y Feanor se lo sirvió en una copa pequeña, junto unos cacahuetes para acompañar.
Se quedaron unos minutos en silencio en el estudio, dejando que la música llenase el silencio. Y de repente Mahtan, su suegro, habló.
—Son ellos. No van a dejarte en paz hasta que les des la patente.
Feanor suspiró, llevándose la mano a la frente.
—No me dices nada nuevo.
Mahtan se encogió los hombros y se dedicó a pelar un cacahuete.
—Sólo confirmo tus sospechas.
Feanor cerró los ojos y luego cerró un puño tembloroso frente a su cara, agarrando con fuerza el reposabrazos de su sillòn con la otra.
—No puedes confiar en nadie. —le dijo Mahtan y Feanor abrió los ojos, dándole un puñetazo a la mesa que tenía enfrente.
—¡Ya lo sé! ¡No puedo ni fiarme de ti!
Mahtan dejó la copa de whisky en la mesa de café que Feanor había acabado de golpear, despacio.
—¿De verdad piensas eso? —le preguntó, aunque no recibió más respuesta que la mirada de un hombre enloquecido—. De verdad piensas eso.
—¿Tú qué crees? —siseó Feanor, al que lo único que le salvaba de caer en la espiral de la desesperación era su nieto.
Haría cualquier cosa por ese niño.
Un año y muchas propuestas fallidas después, Feanor estaba sentado solo en su taller. El resto de la casa estaba tan silenciosa… Ni en sus peores pesadillas se habría imaginado Feanor que este fuera a ser su peor miedo: el silencio.
Miró a su alrededor. El taller estaba lleno de proyectos a medias y archivos con nuevas ideas, pero de nada servían si le habían puesto en la lista negra de la industria. Nadie quería ir contra la compañía para la que tanto trabajó.
Feanor levantó la botella de vino y le dio un trago y después estuvo jugueteando con ideas peligrosas sobre qué hacer con su futuro. Luego decidió dejar la botella de vino a un lado y lavarse la cara, pero sus hijos no paraban de mirar el tercer cajón de la mesa. No tenía nada de especial, pero lo que había dentro… eso era otra historia.
Sin darse cuenta estaba de pie delante de la mesa, mirando fijamente el cajón. Las ojeras le pesaban y la mano le tembló mientras la estiraba hacia el cajón. En una caja insustancial, en un cajón como cualquier otro, los silmarils pulsaban esperando a ser usados. Feanor estaba a punto de abrir el cajón cuando oyó el timbre y giró la cabeza de golpe.
Hacía semanas que nadie llamaba al timbre de esa casa. Feanor se aseguró de estar decente, peinándose con las manos y arrebujándose en su bata roja. No conocía a la persona al otro lado de la puerta, pero abrió de igual manera.
—¿Feanaro Curufinwe Finwion? —preguntó un hombre castaño, vestido con un jersey beige de cuello alto y pantalones de traje.
—Sí, soy yo —contestó Feanor—. ¿A qué debo la visita?
El hombre levantó un poco más la cabeza, clavando sus ojos castaños en los de él.
—¿Es usted el creador de la tecnología de drift neuronal?
Feanor frunció el ceño, pero asintió con la cabeza.
—Me gustaría hacer negocios con usted.
Feanor dejó de respirar por un momento. Abrió un poco más la puerta y miró bien a la persona que tenía enfrente. Era joven, parecía decidido.
Y mientras Feanor le invitaba a entrar no pudo evitar pensar ¿quién era este chico dispuesto a desafiar a toda la industria?
—Mi nombre es Welt —se presentó mientras recibía una taza de té recién hecho en la mesa de la cocina—. Welt Yang.
—Ah —suspiró Feanor—. No, pues no me suena.