Para Neko porque la quiero 🥺🥺
Nadie tenía muy claro cómo Deathmask se había hecho con la cámara de fotos.
Shaka había sugerido, con un gesto desapasionado, que probablemente la habría robado de algún turista en Rodorio, y el resto lo había aceptado como la teoría más probable. La verdad es que para los jóvenes Caballeros de dónde había salido el aparato en cuestión era lo de menos, pues eran raras las ocasiones que tenían para trastear con tecnología de ese tipo. La cámara era instantánea, añadiendo más magia al asunto: después del click, sólo tenían que esperar unos segundos para que saliera la fotografía.
El algarabío que se había organizado alrededor del joven Caballero de Cáncer había sido inaudito. Por supuesto, Afrodita había insistido en ser el primero en ser fotografiado, frunciendo el ceño pensativo mientras observaba la instantánea, ladeándola de un lado a otro como si no estuviera convencido de lo que veía. Deathmask había aprovechado su ensimismamiento para buscar otras presas, algunas con más voluntad que otra, pero casi todos los jóvenes Caballeros sentían curiosidad por la idea de aparecer en una fotografía.
Eran tiempos complicados. Después de la traición de Aioros y la desaparición de Saga, eran ya tres los templos que estaban vacíos, y cada vez las responsabilidades que tenían como Santos de Oro les habían crecido antes de tiempo, convirtiéndose pronto en Caballeros de su respectivo signo y dejando atrás los niños que eran. No era algo triste, simplemente, empezaba a cambiar.
Algo tan sencillo como hacerse fotos era extraño, un recordatorio de que todavía podían divertirse como ellos mismos.
Para cuando había pasado el mediodía, Deathmask estaba a punto de conseguir el primer objetivo: fotografiar a todos los Santos de Oro que estaban. Afrodita salía en más de una, por supuesto, pero había capturado en cámara a casi todos los Caballeros del Santuario en varios grados de voluntad, y la mayoría había insistido en quedarse su fotografía.
Shura, Milo, Aldebarán y Aioria se habían ofrecido entusiasmados para sus respectivas fotos, en poses algo exageradas e infantiles, pero habían quedado encantados con el resultado. Mu esbozaba una sonrisa tímida en la suya, y Shaka… bueno, en su caso, aceptarían que saliera con los ojos cerrados.
Por supuesto, eso significaba que le faltaba alguien.
Para cuando encontró a Camus, Milo estaba con él, como era costumbre. El Caballero de Acuario había preferido mantenerse al margen del algarabío, pero si creía que iba a escapar del objetivo de la cámara, estaba muy equivocado.
- ¡Aquí estás!
- Aquí estoy. - Suspiró Camus. - No hace falta que grites.
Deathmask empezó a preparar la cámara, y Camus se preparó mentalmente para lo que venía. Milo lo ayudó a levantarse, tendiéndole una mano, tirando de su brazo con firmeza.
- Camus, podemos hacernos la foto juntos, ¿no?
- ¿...Supongo? - Éste levantó una ceja. Más que disgustado, estaba inseguro.
- Vosotros dos siempre estáis pululando uno cerca del otro, así que vale. - Dijo Deathmask, sacudiendo una mano. - Venga, posad.
Resignado, Camus dejó el libro en el césped, acercándose a Milo. Éste le rodeó los hombros enseguida, acercándolo aún más a él, con una expresión divertida. Camus nunca se había hecho una fotografía, y no estaba seguro de qué cara tendría que poner. Si trataba de imitar a Milo y forzar una sonrisa, seguramente saldría mal.
- Oh, venga, Camus, ¡sonríe! - Insistió Deathmask.
- No creo que--
- No te preocupes, no hace falta que sonrías.- Le dijo Milo, girando el rostro hacia él de forma confidencial. - Lo que importa es la foto. Así, salimos au naturel.
El francés de Milo era terrible. No importaba cuántas veces Camus había intentado explicarle cómo pronunciar las vocales, cada vez que salían de la boca de Milo eran una afrenta contra su lengua materna. Y sin embargo, la sencillez con la que hacía, siendo plenamente consciente de ello… Camus no pudo evitar una media sonrisa, frunciendo el ceño. Al mismo tiempo, Milo respondió con una risa baja.
El click de la cámara de fotos sonó en ese mismo momento, y pronto la instantánea rodó fuera de la cámara.
- Anda, si salís bien y todo. - Deathmask alzó las cejas, asintiendo como si casi no lo creyera.
- ¡Deathmask! ¡Deathmask!
Afrodita llegó hasta ellos. Había cambiado su ropa de entrenamiento por lo que debía ser su muda más elegante, y llevaba una rosa en la mano. Apenas pareció prestarles atención a Camus y Milo, tironeando del brazo de Deathmask inmediatamente.
- Ya estoy listo. ¡Vamos, ya tengo tres sitios pensados donde puedes hacerme fotos! ¡Van a quedar perfectas!
- Vale, vale, ya voy. - Deathmask hizo un aspaviento, y le tendió la instantánea a Camus. - Toma, haced con ella lo que queráis.
Mientras Afrodita se llevaba casi a rastras a su nuevo fotógrafo, Camus sostuvo la fotografía entre sus dedos. Había salido mejor de lo que esperaba.
Su sonrisa era ligera, poco más que la comisura de la boca torciéndose hacia arriba levemente, pero la manera en que sus ojos se entrecerraban en la mirada de soslayo que le dedicaba a Milo dejaba claro que era una sonrisa, al fin y al cabo. Por su parte Milo salía con la cabeza algo por encima de la suya, devolviéndole la mirada y sonriendo ampliamente, enseñando los dientes en un gesto pícaro. La luz del sol que caía por las ramas de los árboles se reflejaba en sus rizos dorados.
- Salimos bien. - Milo sostuvo la fotografía por una de las esquinas, ladeándola para verla mejor. - Me gusta.
- Puedes quedártela, si quieres.
- Yo ya tengo mi foto. ¿Te la he enseñado?
- Sólo… cinco veces. - Suspiró Camus.
- ¿Quieres que sean seis? Es broma, es broma.
Milo dejó ir una risa, apartándose unos pasos de él, y empujó las manos de Camus hasta que tuvo la fotografía casi apretada contra su pecho.
- Mejor que te la quedes tú. Ahora que te vas a ir a Siberia y todo eso… Así no te olvidarás de mi cara. - Milo abrió la boca, como si quisiera añadir algo más, pero calló unos segundos. - Sí, mejor quédatela tú. Yo tengo mejor memoria.
Desde que le habían llegado las órdenes del Santuario, era la primera vez que mencionaban Siberia. En un par de semanas, Camus se marcharía a entrenar a un par de aspirantes a Bronces, tal y como le habían entrenado a él no tantos años atrás.
No volvería a ver a sus compañeros en un par de años como mínimo. No volvería a ver a Milo.
Terminó de apretar la fotografía contra su pecho.
- Gracias. - Levantó la vista, mirando a Milo a los ojos. Por muy buena fotografía que fuera, no podía compararse a la realidad. - Es un buen recuerdo.