El día parecía eterno... pero seguramente solo habrian pasado un par de horas. Probablemente los animales perciben el pasar del tiempo de una manera muy distinta a la de los humanos; o tal vez no, tal vez simplemente habían pasado un par de horas y no sabía distinguirlo por la posición del sol. (la posición del sol y la falta de un reloj a su alcance)
Con cada paso sentía el palpitar de su diminuto corazón acelerarse.
Sus pupilas se dilataron y sus otros 4 sentidos se intensificaron aún más; ahora entendía los adorables videos de los gatos con los ojos grandes cuando algo estaba cerca. Y es que sentía eso; presentía que algo estaba cerca.
El sonido de las campanas a lo lejos seguía acompañando el arrullar del viento. No sonaban tan lejanas, pero seguro que en su forma humana ya habría llegado a su destino. O al menos eso quería creer. Ahora que pensaba en ello, su diminuto cuerpo empezaba a ser un problema.
Sus delicadas y puntiagudas orejas detectaron un sonido. Uno además del tintineo en el viento, y por instinto se escondió tras un árbol. Sin voluntad escaló por el tronco de un árbol y para cuando se dio cuenta ya estaba en la copa de este… “cómo… llegue…. Aquí...” se dijo como si no entendiera nada. Puro instinto. “Como bajo de aquí...”
¿Los gatos podrían sufrir de vértigo?
Recordó una muy lejana memoria, en donde la mascota de uno de sus vecinos se había extraviado, y resultaba que se había quedado atrapada en un árbol. También que uno de sus perros, muchos años atrás se había metido a una vieja casa en construcción y no descifraba cómo bajar las escaleras.
Perro tonto - había pensado en ese momento, ¿acaso ese era su destino ahora?
Que triste morir en la copa de un árbol, en forma de gato y sin poder decir ni una palabra. O poder recordar algo en su totalidad. Ese recuento de los animales había venido a su mente por la ocasión… o al menos eso suponía.
“Será que si salto, ¿tengo 8 vidas más?” se cuestionó al recostarse a lo largo de una rama. Y con el suave viento volvió a adormilarse, a relajar sin preocupación alguna.
Que maravilla es ser un gato.
De verdad.
Después de una pequeña siesta en la que el sol todavía no se había puesto aún, sus sentidos volvieron a activarse. Esta vez nuevamente bostezo para despertarse, con la diferencia de que ahora estaba consciente de su nueva forma y su cola que le ayudaba con un balance extra.
El tintineo de las campanas seguía ahí; pero sus orejas reaccionaron a otro sonido no tan distante. Algo diferente, que no se mezclaba con la naturaleza: eran dos voces. Y estaban discutiendo.
“¡Te dije que no era por aquí!”
“¡DIS-CUL-PA! ¿Quieres que abra el mapa para saber dónde estamos? ¡OH ESPERA! NO TENEMOS”
“...”
“Además, cómo puedes estar seguro que por aquí no es. No es como si supieras el camino; o ALGO de este lugar… al menos aquí no tienes esa ventaja” se escuchaba enojado. Mucho. Logró asomar la cabeza, la curiosidad le había ganado (otra de las virtudes de ser un gato) y podía jurar haber visto un destello de luz resplandecer del cabello del más alto… suponía entonces que era rubio (porque para su muy mala suerte, su nuevo cuerpo había heredado todos los atributos. Y los gatos, como el resto de animales, solo ven en blanco y negro).
Mudo y daltonico, que aventura.
Perdió a las voces y al destello de luz entre los matorrales. Tantas ramas y vegetación le fastidiaban. El no escucharlos le ofusco, y frustrado gritó, emitiendo un maullido en su lugar.
“Un gato” escuchó a uno decir.
“Lo estoy viendo” el otro contestó casi de inmediato, con un tono muerto y neutro “que bueno saber que en todos los mundos, sigues siendo capaz de apuntar a lo más obvio” no solo era su voz, también su rostro y sus facciones. Todo en él denotaba que estaba triste, perdido.
Maulló para llamar de nuevo su atención.
Ambos se ubicaron bajo el árbol en donde él descansaba y entonces miró con atención al par enfrente suyo:
Dos hombres. Uno notablemente más alto que el otro; con el cabello rubio y el otro negro como el carbón. Parecían dos polos opuestos. El de cabello negro, vestía todo de un mismo color; se lo veía más agotado. Suponía que al usar tonos oscuros se sofocaba y ahogaba en calor más fácilmente que el otro que usaba prendas blancas.
Un fuerte brillo le llamó la atención y sus ojos se volvieron a dilatar. Los unía una larga cadena, atados por la muñeca del otro. Por las heridas sobre sus manos y piel, asumió que llevaban un tiempo hablando y tirando de esta.
El rubio extendió los brazos en señal de que lo atraparía si decidía saltar.
Su poca percepción de la profundidad le hizo saltar al vacío y caer de panza sobre el rostro del pelinegro. Este fue a dar al suelo con él y el hombre que lo acompañaba no pudo hacer nada más que echarse a reír a carcajada limpia.
“¿Quieres callarte?” masculló el otro.
“Oh vamos! No te portes así” Izaya tomó al minino toscamente en su manos, y al no sentirse bienvenido ahí el felino se restregó en su agarre y de un impulso saltó a los brazos del otro. Lo dejo lleno de pelos y aún más descontento que antes.
Shizuo al atrapar al animal movió la cadena, provocando un quejido por parte de ambos.
“Pues es el primer animal que veo después de ti, así que eso debe de significar algo” le contesto extendiendo su mano para ayudarlo a pararse. La cara de pocos amigos del otro no cambió “podemos estar cerca de una casa o algo. Y ya sabes lo que eso significa” tomó el extremo de las cadenas que colgaba entre ellos.
“Shizu-chan tan ingenuo...” suspiró el otro poniéndose de pie por cuenta propia “pensando todavía que hay esperanza...”
“... no nos vamos a morir...”
“...” el silencio antes de echarse a andar solo le dio más peso a su declaración “preferiría morir a seguir un día más encadenado a ti”
El minino sintió al mayor tensarse bajo suyo.
Se había acomodado, tan familiarmente en el hombro de este. Cual loro para pirata. Sus latidos eran tan fuertes como el de su pequeño corazón y estuvo seguro que vio como la piel se le erizaba y sonrojaba del puro coraje.
“Ven, se hace tarde...” el otro tiró de la cadena, como si de una mascota se tratase, y el rubio a pesar de su altura y su ira le siguió sin chistar “en el peor de los casos, podremos comernos a ese gato”
“Claro que no” respondió en seguida.
Izaya encontró gracioso el tono infantil en que el otro le había contestado “la ley del más fuerte Shizu-chan… la ley del más fuerte...” fue lo último que dijo antes de retomar el camino en silencio.