Capítulo 29: Raíles entre la duna (part 1)Se quedaron a pasar la noche de nuevo en Sin City, aunque nadie del grupo estaba especialmente entusiasmado con la idea. Esa ciudad siniestra y gris parecía una jaula cuando la miraban a través de las ventanas sucias, y Naoya ocupaba el papel de su captor.
Se llevó a Ulquiorra cuando terminaron su charla con intenciones de echarle un ojo al homúnculo. Sonreía de una forma que no presagiaba nada bueno. Se compadecieron del pobre animal, que no parecía darse cuenta de lo que se le venía encima.
No volvieron a verles hasta horas después, cuando ya era de noche. Quien sabía lo que habían estado haciendo hasta entonces. Naoya parecía satisfecho, aunque Murciélago se balanceaba un poco sobre el hombro de Ulquiorra, desorientado. Al Biochemist no pareció importarle.
—Tienes la lista —le dijo Naoya, señalándose la frente —. Acuérdate.
Ulquiorra asintió. Fuera lo que fuese lo que había ocurrido o de lo que aquello se tratase, ninguno de los dos lo compartió con el resto.
—Por qué tiene que ser tan desagradable —se quejó Shruikan una vez a resguardo en la habitación.
—Lo dices como si esperaras lo contrario —le replicó Fenris, apoyado en el alfeizar de la ventana, viendo llover —. ¿Qué te crees? El mundo está lleno de gente como él.
—Bueno, quizás sí. —Shruikan balanceaba una pierna que colgaba más allá del borde de la cama. Desde allí sentada, echó una mirada por encima del hombro: Seras y Sheba hablaban enrtre ellas en voz baja y N estaba tumbado en su propia cama, acariciándole la cabeza a la halla.
Se había negado a retirarla o dejarla fuera por alguna razón. Seguramente porque Naoya no le caía especialmente bien.
—Pero me gusta pensar que no es tan imbécil como da a entender y que aún hay algo de decencia en él.
Fenris bufó por debajo de la nariz y gruñó algo ininteligible, suficiente para dar a entender que no compartía la misma opinión. Tras unos instantes de silencio, dijo:
—La chica de esta mañana, Handmaid... Es la misma de la que habló Astaroth.
—¿Eh? —Shruikan no parecía saber de lo que hablaba.
—Astaroth dijo que si alguna vez encontrábamos una Time Mage llamada Handmaid que no le dijéramos que la conocíamos —le recordó él —. Parecía asustada entonces. Pero tras conocer a Handmaid, me pregunto por qué.
—La chica no daba la impresión de ser especialmente peligrosa, la verdad —asintió la Samurai —. Ni tampoco el primo-hermano de Ulquiorra, o lo que fuera. —Ladeó un poco la cabeza —. ¿Te preocupa?
—No especialmente. Pero me hace pensar que hay muchas cosas que no son lo que parecen. El desconocimiento, la ignorancia... son peligrosos. Es muy fácil engañar a la gente.
—Sí te preocupa —afirmó ella, pero lo quitó importancia —. No te comas la cabeza. Nosotros te protegeremos esta vez, pequeño saltamontes.
—Anda y vete a dormir.
Por el tono de voz, era difícil decir si estaba molesto o si en realidad estaba riendo.
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A la mañana siguiente, partieron otra vez. Naoya no les dio un nuevo encargo, aunque sí les pago por los servicios realizados. Y les pagó una burrada de dinero.
—No tengo ningún artículo que os pueda interesar ahora mismo, pero creo que con esto estaréis más que satisfechos —les explicó —. Que no se diga que mis tratos no son justos.
Nadie se atrevió a replicarle lo contrario. Desde luego, no podían quejarse. Se trataba de una cantidad sumamente exagerada por el simple trabajo de inspección que habían hecho, aunque casi se jugasen la vida en ello.
—Imagínate todas las cosas que podremos comprar —comentó Shruikan entusiasmada una vez que ya estuvieron fuera de la ciudad. Todos estaban contentos en mayor o menor medida de poder dejar Sin City atrás —. Armas y armaduras molonas. Oh, ¡oh! ¡Deberíamos comprar un coche! ¡Una caravana!
—Ya, ya, para el carro y no te emociones tanto —le dijo Sheba, aunque ella también sonreía. La perspectiva de tener mucho dinero por una vez era agradable y ofrecía posibilidades muy atractivas.
—Por cierto, ¿vas a seguir acompañándonos?
—¿Mmm? —N levantó la mirada cuando le hicieron esa pregunta. El encuentro en persona con Naoya y la estancia en Sin City parecían haberle opacado el humor y se le veía mustio —. ¿Qué quieres decir? ¿Me estáis echando?
Se puso tenso, a la defensiva, y la Black Mage se apuró a aclararse.
—¡No, no! No es eso. Pero cuando empezaste a venir con nosotros creía que sería algo temporal.
N le dirigió una mirada fría por debajo del sombrero, como si no terminase de creerla, y Sheba se sintió un poco intimidada por ella. No se le había olvidado que el muchacho era mucho más poderoso que ella.
—No te estamos echando. Eres libre de quedarte si quieres —reafirmó Seras, sacando del apuro a su amiga. Nadie negó sus palabras, así que entendió que su opinión era unánime y siguió —. Lo cierto es que tu ayuda nos ha ido muy bien y te estamos agradecidos por ello.
Le estaba haciendo un poco la pelota, pero eso pareció aplacar al chico de momento. Sí era cierto que N era un aliado potencial y les convenía tenerlo de su lado, más aún cuando habían visto que no tenía reparos en acabar con la gente contraria a él.
—En realidad, no pretendía quedarme. Al principio —reconoció —. Pero he cambiado de opinión. Supongo que sois gente agradable, aunque hagáis negocios con gente turbia.
—Sí, bueno. Esperamos que eso no se convierta en costumbre. No vamos a ser los esclavos de Naoya para siempre.
—Que aceptasteis hacerlo desde buen principio es lo que me preocupa —confesó N, casi como un acusación —. Hace que vuestra moralidad sea cuestionable. Pero tras estos días, creo que no vais a defraudarme. Confío en vosotros.
La forma en la que lo dijo era sincera, pero daba la impresión de que también escondía una velada amenaza de lo que podría pasar si esa confianza era traicionada. Algo que no les asustó, pues no era una cosa que pensaran hacer.
Empezaron a moverse, aunque no tuvieron muy claro hacia donde querían ir a continuación. Pero no tenían verdaderas intenciones de volver sobre sus pasos, y terminaron dirigiéndose hacia el norte. Eso les llevaba a seguir internándose en el desierto, un territorio que no pisaban desde el día en el que conocieron a Ulquiorra.
—Procura no perderte esta vez, ¿vale, Fenris?
—Mejor procura que no seas tu la que termine cayendo por uno de esos agujeros —respondió él a modo que sugería que podía ser bien capaz de echarla él mismo de cabeza si le tocaba demasiado las narices.
—Sí seguimos en esta dirección llegaremos a Einbroch y Mos Eisley, ¿cierto? —comentó Seras, mirando el mapa en su Omnitool y luego alzó la vista para observar a su alrededor —. Es difícil orientarse aquí. Todo parece igual.
—El truco está en encontrar las vías —dijo Sheba. Llevaba el báculo sobre el hombro, ya que éste se hundía en la arena y le estorbaba al caminar.
—¿Qué vías?
—¿Ves eso? —le dijo, señalándole una línea más o menos ovalada en el mapa —. Es un tren que hace ruta por el desierto y cercanías. Desde él se puede llegar a la mayoría de ciudades de por aquí, o al menos acercarse bastante. Sólo hay que seguir las vías.
—También podríamos, no sé, coger el tren para variar —dijo Shruikan, encogiéndose de hombros —. Al fin y al cabo, ¡ahora tenemos dinero! No nos vendrá de ahorrarnos un viaje o dos.
—Oh, cierto —exclamó la otra, sorprendida incluso, de no haber pensado en esa posibilidad. Aún no se había quitado el hábito de procurar por el dinero.
—Podríamos ir a Einbroch o incluso a Mos Eisley y luego coger el tren y luego dar una vuelta hacia Amarillo o Colorado —sugirió Seras, resiguiendo el recorrido con el dedo —. Hay un montón de ciudades en el desierto, por lo que veo.
—Tenéis muchas ganas de subir a ese tren, ¿verdad?
—Nunca he subido a un tren —fue el comentario final de N, la guinda del pastel. Parecía ilusionado con la idea. No fue difícil dejar el plan establecido después de eso: seguir hacia el norte hasta Einbroch.
Tomaron la ruta que les pareció más corta, con las vías de referencia, siempre a la derecha. Pero era difícil avanzar por el desierto. Casi lo habían olvidado. Tras un par de horas, su entusiasmo se había transformado en una marcha penosa bajo un sol abrasador.
—Joder, qué calor... —Si hubiese llevado camiseta, Shruikan se la habría sacudido —. Ulquiorra, ¿no tienes otra de esas bebidas frías?
—Aún te dura el efecto de la última. Tu calor es psicosomático y te quejas sin razón —fue la respuesta del Biochemist. Pero a pesar de sus palabras, él también estaba sudado y su piel cetrina daba un extraño efecto de porcelana pulida. Murciélago estaba encogido como un trapo arrugado sobre sus hombro.
—¡Pero aún sufro por ello! —protestó la Samurai.
—El efecto no es acumulable. No puedo hacer más.
La otro soltó un quejido lastimero.
—¿Falta mucho? —preguntó N. Había retirado la halla porque el animal parecía estar sufriendo y ahora avanzaba a pie al lado del resto, aunque sus pasos se mantenían firmes, dando largas zancadas sobre la arena.
—Un poco —respondió Seras, que iba abriendo el mapa de vez en cuando para comprobar que efectivamente estaban avanzando y en la dirección que tocaba.
—Es por esto que la gente va en tren —masculló Fenris, encorvado hacia delante.
El trayecto se les estaba haciendo penosamente largo, y justo cuando empezaban a pensar que Einbroch no existía y era una ciudad espejismo, vislumbraron un edificio en la distancia.
Al acercarse vieron que se trataba de una especie de posada o taberna. Un edificio grande de madera, con sólo dos pisos y un gran porche con mesas en la entrada. En una de esas mesas estaba sentada una chica, una Duelist de pelo rojo y muy largo recogido en una coleta alta. Estaba afilando una espada con cara de aburrimiento hasta que levantó la vista y les vio.
—Oh, ¡hola! —Su mirada se iluminó y les saludó con alegría —. ¿Sois viajeros?
Parecía tener ganas de hablar; su llegada debía ser lo más interesante que había visto en días, porque era raro mostrar ese entusiasmo por unos desconocidos.
—Dime una cosa —fue lo primero que dijo Shruikan, casi con la lengua fuera —. ¿Tienen refrescos en este sitio?
—¡Claro! ¿Os habéis quedado sin stamina al cruzar el desierto? Pasad, pasad.
La Duelist, de nick MoonPrincess, les abrió la puerta y entraron al interior del edificio. El frescor fue un alivio inmediato, y dieron las gracias por poder esconderse del sol ardiente.
Dentro sólo había dos personas más: un hombre que innegablemente era el posadero y luego un chico rubio sentado en una mesa y rodeado de lo que parecía un inmenso montón de trastos y chatarra.
El grupo que directamente a la barra a pedir algo para aliviar la sed y el calor. MoonPrincess entró detrás de ellos y fue hacia el chico de la mesa, que estaba distraído fabricando algo. Le dijo algo y el Mechanic levantó la cabeza y les miró.
Se pasaron un rato cuchicheando entre ellos, mirándoles de vez en cuando de una forma que no les pasó desapercibida. Al final, el chico se aclaró la voz y se atrevió a hablarles.
—¡Ey, hola! —les saludó, llamándoles la atención —. Esto... Me estaba preguntando si queríais hacer alguna reparación o alguna mejora a vuestro equipo. Como veis, soy Mechanic. —Sus stats no lo negaban, y señaló la chatarra para más énfasis. Su nick era WrenchAce —. Puedo haceros un buen trato.
Los otros se miraron entre ellos, y una duda surgió a raíz de sus palabras.
—¿Cuándo hace que no reparamos el equipo?
—Yo creo... que una eternidad —respondió Shruikan, mirándose a sí misma como si ahora justo se diera cuenta del estado en el que se encontraba su equipo —. Desde antes del encierro seguro.
—¿Y sales a pelear con una armadura que podría romperse en cualquier momento? —inquirió Ulquiorra. Habló con su tono de siempre, cosa que hizo que el reproche sonara casi peor —. Tu temeridad ralla la estupidez.
—Oye, sin insultar, ¿eh? Hoy parece que te hayas visto el culo. Que un descuido puede tenerlo cualquiera.
Ofendida, se acercó con la botella de refresco en la mano a la mesa donde estaban el otro par.
—A ver —dijo al sentarse y dar una palmada de énfasis sobre la mesa —. ¿Qué me ofreces, chaval?
El Mechanic miró a su compañera y luego le sonrió.
—Creo que tengo una propuesta que te puede interesar.