Author Topic: neverland 0.0: you can (not) remember  (Read 45207 times)


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #30: October 31, 2019, 04:10:20 PM »

~+0.54~

Las fechas señaladas en el juego, al menos en el servidor Neverland, eran una verdadera fiesta. Un evento tras otro se sucedía durante veinticuatro días de juego, llenando las calles de las ciudades, las mazmorras y las zonas de caza de decoraciones, competiciones, monstruos nuevos y mucha, mucha diversión. Era casi imposible asistir a todos los eventos, ya que una conexión tan larga era cara y no estaba recomendada, pero eso no significaba que no existiesen jugadores que lo intentasen. Algunos hasta lo conseguían.

Así fue como Aerith se encontró a las afueras de Prorencia vendiendo las flores que le habían sobrado del evento de solsticio de primavera. Un chico rubio llevaba cinco minutos mirando con insistencia la cesta de mimbre que llevaba la cleric colgando del brazo.

—¿Ves algo que te guste? —acabó por preguntar la chica, ladeando la cabeza antes de sonreír.

El chico miró a un lado y a otro antes de señalarse a sí mismo, levantando una ceja. Aerith asintió y levantó un poco la cesta. El chico se encogió de hombros, claramente indeciso, tal vez hasta tímido. Luego, él la miró de arriba a abajo y volvió a apartar la mirada, con un ligero rubor coloreando sus mejillas.

Oh. ¡Oh!  A lo mejor si que había visto algo que le gustaba...

A Aerith se le escapó una risita cantarina y se llevó la mano al ramo de flores, sacando una de sus preferidas y extendió el brazo hacia el desconocido.

—Toma, para tí.

—¿Para mí? —preguntó él con sorpresa.

Tenía la voz un poco más aguda de lo que Aerith había esperado en un principio. Ella asintió, acercándole aún más la flor. Él se sonrojó aún más. Era encantador.

—Vale, pero, espera un momento, sólo deja que...

El chico empezó a trastear con su omnitool hasta que una cámara se materializó en sus manos y  se la llevó a la cara con total seguridad, ajustando su posición de inmediato para poder sacar el ángulo perfecto.

Clic.

Él bajó la cámara hasta dejar ver las pecas sobre su nariz y sonrió. Le dio la vuelta a la cámara y le enseñó la foto a Aerith. La foto estaba enfocada en la flor. Era preciosa.
Aceptó su regalo y él le envió la fotografía a través de su omnitool. Se llevó la flor a la nariz y sonrió-

—La verdad es que esta era la flor que me faltaba. Pero no sabía cuanto me iba a costar.

—Empezar una amistad, Quicksilver.

Prompto se rascó la nuca y se guardó la flor antes de empezar a hablar sobre teorías del color y curiosidades varias.
.

~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
~      B a i n a n    h o n e l a,    e z    z e n    g e h i a g o    t x o r i a    i z a n g o,      ~
~      e t a    n i k    t x o r i a    n u e n    m a i t e.       ~


Neko

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #31: November 30, 2019, 03:35:22 PM »
MUNDO REAL :DDDD

Cid + Vincent, 01.
Hace mucho, mucho tiempo


————

Anir se agarró bien al manillar, echando el peso de su pequeño cuerpo hacia delante y se mordió la lengua, dejándola ver entre sus labios, frunciendo el ceño con un gesto de concentración. Tenía los codos hacia arriba y Pip no tenía muy claro como estaba haciendo lo que hacía con las rodillas, pero estaba pedaleando, ya por fin.

—¡Vas muy bien! —dijo el chaval, con las manos alrededor de la boca mientras vitoreaba. Luego se giró con los puños en la cadera para mirar a Cid—. Como le quites los ruedines se va a matar.

Cid se encogió de hombros mientras Anir intentaba cambiar de dirección y su bici empezaba a irse de lado. Pip corrió a agarrar el sillín y enderezar a la niña mientras seguía gritando y animándola. Anir se rió como la maníaca que era, haciendo rebotar su corta melena castaña con cada pedaleo.

Cid se llevó el cigarrillo a la boca y le dio una calada larga antes de soltar el humo despacio. Pip y Anir seguían ocupando todo el taller con su pequeño juego.

—Parece que le ha gustado. —comentó una voz apenas audible a su lado.

Cid sonrió de costado y miró de reojo hacia su invitado, que estaba quieto y apoyado en la pared. Llevaba una bufanda roja, aunque dentro del taller no hacía tanto frío y no se había cortado el pelo desde la última vez que lo había visto, un mes atrás. Eso era nuevo.

—Já, sí, puedes decir eso… No ha soltado la maldita bicicleta desde que se la he dado esta mañana —Cid se rió un poco, haciendo vibrar su pecho, aunque casi no hizo ruido—. Por lo menos ahora ya ha aprendido cómo tiene que darle a los pedales.

Anir había estado a punto de caerse, pero Pip la había cogido de las axilas y estaba dándole vueltas en el aire. Los dos chillaban aunque sonaba más a alegría que a asesinato infantil, así que todo iba bien.
Cid se giró hacia su invitado, para mirarle de frente.

—No tenías que regalarle nada, lo sabes.

—No me dejas pagarte lo que creo que mereces y era su cumpleaños. —apuntó él.

—Vincent… —se quejó Cid, consiguiendo que él se arrebujase un poco más en su bufanda—. Las tarifas están cerradas.

—Eres el mejor mecánico de la ciudad. Probablemente deberías estar trabajando para alguna agencia aeroespacial en vez de tener un taller de barrio.

Cid chistó, cruzándose de brazos. Y Vincent, en una extraña ocurrencia, siguió hablando.

—Y no veo nada malo en regalarle una bicicleta a tu hija el día de su cumpleaños.

—Tendrías que haberle regalado un triciclo, tiene cinco años. —contestó Cid, volviendo a mirar hacia su hija y su vecino.

—Y tú deberías cobrar más por tus servicios.

Cid dio otra calada a su cigarro antes de tirarlo al suelo y apagarlo con la bota. Se agachó a recoger el pitillo y miró hacia Vincent cuando aún estaba agachado. Su cliente tenía la mirada clavada en él, pero no exactamente en sus penetrantes ojos azules.
Cid sonrió mientras se incorporaba lentamente.

—¿De qué servicios estamos hablando? —quiso saber Cid.

Vincent parpadeó antes de levantar los ojos hacia la cara de Cid, que juraría ver un ligero sonrojo por encima de la bufanda, pero podría ser el reflejo de la tela…
Fue el turno de Vincent para cruzar los brazos y Cid se alejó un poco para echar el cigarro aplastado en una de las papeleras del taller. Se sacudió el pantalón un poco y volvió al lado de Vincent, que seguía sin contestarle.

—Y hablando de servicios, ¿no has ido al peluquero últimamente? —preguntó Cid, alargando una mano para tirar del flequillo largo de Vincent—. Creía que te insistían en mantenerlo corto en el trabajo.

—Lo he dejado —informó Vincent, hablando rápido para ser él—. No me gustaba, tenías razón.

—Entonces me has hecho caso…

—Y tú deberías hacerme caso a mí y buscarte un mejor trabajo.

Cid arrugó la nariz.

—No sé, puedo tener a la cría conmigo en mi propio taller —admitió Cid—. No podría hacer eso en otros trabajos.

Pasaron un par de minutos en los que se dedicaron a reírse por los intentos de Pip de enseñar a Anir a montar en la bici de una forma más convencional que su pose de mono capuchino.

—La primera vez que vine creí que era tu hijo. —confesó Vincent, acercándose un poco más a Cid.

Cid empezó a reír y señaló al chico con la barbilla.

—Soy demasiado joven para ser su padre —dijo antes de reír un poco más, pero ahora de forma suave—. Casi soy demasiado joven para ser el padre de Anir.

Vincent ladeó la cabeza y miró fijamente la cara de Cid.

—¿Qué edad tienes?

—Veintiséis.

Vincent hizo una cosa que no hacía casi nunca: parpadeó y levantó las dos cejas al mismo tiempo.
Cid le dio una palmada en el hombro.

—Por tu cara adivino que me ponías casi cuarenta.

Vincent negó con la cabeza.

—Treinta y algo… —acabó confesando—. Te hacía más de mi edad.

—Perdone, señor, por ser joven.

Vincent entrecerró los ojos, pensativo y Cid se dedicó a recolocarse la ropa y asegurarse de que aún le quedaban cigarrillos en la tabaquera. Cid podía sentir la mirada fija de Vincent sobre él, empezaba a creer que acabaría sonrojándose si ninguno de los dos decía nada. Estaba a punto de decir algo, pero Vincent se le adelantó.

—¿Qué pasó con su madre?

—Para ella era más importante trabajar en una empresa aeroespacial que tener hijos. En un principio la íbamos a dar en adopción.

Vincent miró ahora hacia Anir, que había conseguido frenar sin hacer que la bicicleta se venciese hacia delante. La niña levantó su carita hacia Pip y sonrió con grasa de motor y todo.

—Supongo que cambiaste de opinión.

—Supones bien.

Vincent se quedó callado, pensando en su propia historia trágica de amor. Algún día se la contaría a Cid, preferiblemente después de una cita, en una noche estrellada paseando por un parque solitario, sentados en los columpios de los niños.
Vincent entrecerró los ojos, pensando que esa era una imagen muy concreta y que su corazón latía queriendo hacerla realidad.

—¿Qué haces el sábado por la noche? —preguntó de repente.

Cid había empezado a sacar otro cigarro de la tabaquera y lo tenía a medio camino de sus labios, pero nunca llegó allí. Bajó la mano y se puso a pensar.

—Creo que nada.

—¿Tienes canguro?

Cid señaló a Pip, que le estaba sonando los mocos a su hija.

—Te llevaré a cenar.

Cid se rascó la cabeza, aún con el cigarrillo en esa misma mano.

—¿Me tengo que poner elegante?

Vincent se encogió de hombros.

—Si quieres.

—Bueno… —dijo con recelo, sin saber muy bien de qué iba el tema. Habían flirteado alguna que otra vez, pero nada serio—. Pero sólo si pagas tú, Señor Mayor.

—Si así consigo pagarte lo que te mereces… —comentó Vincent, sacándole una carcajada a Cid.
« Last Edit: November 30, 2019, 03:50:21 PM by Neko »


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #32: November 30, 2019, 06:56:32 PM »
s h a m e l e s s. Pero es adorable y me da igual.


~+0.55~

Ikkaku juró entre dientes cuando las llaves se le escurrieron de los dedos y cayeron al suelo con un tintineo húmedo. Si quería agacharse a recogerlas tenía que soltar la mitad de las miles de bolsas que llevaba, o el paraguas. Y con la que estaba cayendo se iba a mojar más todavía.
Miró a su alrededor esperando a que no pasase cerca ningún coche que pudiera salpicarle y con cuidado balanceó el mástil del paraguas entre su hombro y su cuello, doblando las rodillas y estirando el brazo hacia las llaves con los dientes apretados. Cuando las tuvo de vuelta se las metió en el bolsillo y se apartó del bordillo a tiempo para que la furgoneta que hizo olas al pasar sobre el charco a toda velocidad no le calase de arriba a abajo.

—Otro soplapollas con humos que está trabajando y tiene más prisa que nadie…

Consiguió llegar a casa con muchos insultos al tráfico, alguna que otra viejecita escandalizada que afortunadamente no lo reconoció como el maestro de kendo de la escuela del barrio, y ningún incidente como tal.

Dejó el montón de bolsas apiladas por la cocina y se fue directo a la ducha dejando tras de sí la ropa de entrenamiento tirada por el suelo como un rastro de víctimas a su paso. Después de volver a convertirse en persona bajo el agua caliente y cenar fideos con carne y tres o cuatro bolas de arroz, arregló su desastre y colocó la compra en un puñado de barquillas de plástico fáciles de cargar. Todo aquello contaba como suministros para el bar, y dejó los tickets de compra clavados en el corcho junto al teléfono fijo, para apuntar en su libro de contabilidad al día siguiente.

Ikkaku miró el reloj de la pared. Aún era pronto para su hora habitual de apertura, pero sabía que desde el momento que hubiera luz visible y cartel de abierto en el garito, a la gente dejaba de importarle el horario.

—Habrá que ir yendo pues. —se aseguró de tener todo listo, metió un par de latas de soda con cafeína para su propio consumo en las barquillas, dejó una de las lamparitas de mesa del salón encendidas y se aseguró de cerrar con todos los pestillos.

Esta vez tuvo más suerte y pilló el rato en que había dejado de llover, aunque el agua seguía saliendo a borbotones por las tuberías de algunas bajantes de las construcciones que había entre su casa y el viejo edificio de aspecto casi tradicional donde tenía su garito.
Se aseguró de que nadie lo viera entrar antes de tiempo, aprovechando que todavía tenía más de media hora de margen para poder dejar el material preparado y la cocina a punto con tranquilidad.
Entonces un ruido pequeño, agudo y totalmente fuera de lugar llamó su atención.

Ikkaku se asomó por debajo de la barra en forma de U, los taburetes amontonados a su alrededor y el par de mesas apartadas que ocupaban los rincones más alejados, pero no vio nada que le llamase la atención. Se rascó el cogote pelado cuando lo volvió a oír, una especie de ‘myeh!’.
¿Sería algún panel de la entrada que estaba flojo y chirriaba con el viento?
El hombre se acercó hasta las puertas correderas resignado a tener que cambiar los cristales o parchear los raíles por enésima vez, pero cuando se agachó para inspeccionarlos lo que encontró no fue nada de lo que esperaba.

Una pelusa grisácea y húmeda que se removió como un gusanito, y abrió una boca pequeña y rosada y volvió a hacer ‘myeh!’ con insistencia.

—Eeh, ¿cómo te has colado aquí dentro? —Ikkaku cogió al gatito con cuidado, no era un recién nacido, pero era tan pequeño que le cabía en una sola mano.

Se lo apoyó contra el pecho mientras regresaba al interior de la cocina y el animal se estiró, moviendo las patitas de forma descoordinada. El hombre resopló divertido y le acarició entre los ojos con la yema de un dedo.

—¿Y qué se supone que hago yo ahora contigo, eh? No tienes edad para andar solo de noche y entrar a los bares.

Se lo pensó unos momentos intentando recordar si tenía algo de utilidad en el pequeño cuarto junto a la cocina que hacía las veces de almacén. Puso una olla con agua a calentar y sacó una fiambrera un poco destartalada y un trapo viejo pero limpio.

—Lo siento pelusilla, en este establecimiento cumplimos las normas de higiene, —el gatito protestó como sabiendo lo que se le venía encima. Ikkaku rió entre dientes.— Joder, qué mono.

Buscó una caja de cartón donde puso un gurruño importante de trapos llenos de agujeros que había desechado la semana anterior, metió el saco de semillas que solía guardar por ahí en el microondas, lo calentó y lo puso bajo un par de trapos.

—Y ahora al agua, —dijo llenando la fiambrera con agua de la olla. El gatito se le agarró a la camiseta con las uñas cuando intentó apartarlo, pero lo desenganchó sin mayor problema, mojándolo poco a poco y metiéndolo en el agua con cuidado.

El animal se movió por el agua tibia con confusión, y maulló con su vocecilla aguda.

—¡Anda, un spa! —Ikkaku sacó el móvil para hacerle una foto o un vídeo cuando vio que empezaba a poner cara de comodidad.— Sonríe para Yumi que tendrá envidia, él no tiene una bañera tan grande.

Después de lavarlo a conciencia y cambiar el agua oscurecida un par de veces, dejó por fin que el gatito ronronease un rato en el agua limpia mientras él calentaba algo de leche para mezclar con yema de huevo y alimentarlo tras el baño. Vertió el líquido espeso en uno de los biberones de plástico que usaba para las salsas y sacó al animal del agua, envolviéndolo en un trapo y frotando suavemente.
Ikkaku miró el reloj.

Tiempo de sobra para terminar de ocuparse de su infiltrado, limpiar, y que nadie sospechase nada.

.

~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
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Neko

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #33: December 31, 2019, 11:53:01 AM »
Pues al final era Vincent al que le hacía falta una niñera

Cid + Vincent, 02.
Hace mucho, mucho tiempo... ese fin de semana.


————

Cid ni siquiera miró la pantalla de su móvil antes de responder, dándole la vuelta a un palillo entre sus dientes.

—¿Seh? —preguntó, apoyando la mejilla en la mano y moviendo los dedos de los pies que su hija se había empeñado en pintar. Aún le quedaban tres uñas, pero Cid tenía más pintauñas en la planta del pie que en lo que eran las uñas.

—Cid —escuchó una voz conocida desde el otro lado del teléfono—. Lo siento.

Cid echó un vistazo rápido al reloj de pared del salón de su casa y vio que era la hora de la siesta para Anir, pero se negaba a hacerla.

—Nah, la cría está despierta.

El silencio que le siguió estaba lleno de interrogantes y terminó con un suspiro de Vincent.

—Lo siento también por eso.

Cid levantó un pie y Anir se puso de pie, saltando mientras intentaba recuperarlo.

—¿Qué pasa? —preguntó Cid mientras Anir gritaba “¡Papá!” con tono evidente de queja.

—Lo de esta noche no puede ser.

La voz de Vincent siempre era difícil de leer, como su cara, y por eso a Cid se le hizo tan fácil saltar a conclusiones precipitadas.

—¿Estás bien? —preguntó, sentándose como una persona mayor y responsable en el sofá y agarrando a su hija de la barriga para sentarla en su regazo.

Anir levantó la cabeza, con curiosidad pintada en sus ojos.

—Sí, yo estoy bien, pero tengo que hacer de niñera. —informó.

Cid miró hacia abajo, donde Anir estaba usando el resto de la laca que aún le quedaba en el pincelito para colorear el pulgar de su padre.

—Mira, yo también. ¿Y si quedamos con los niños para que jueguen?

El silencio esta vez no fue muy largo, aunque Cid creyó oír una risita al otro lado de la línea.

—Este es un poco más mayor.

—Bah, no será para tanto. Dime donde ir y estoy ahí en un rato —aseguró Cid—. Si huelo a acetona cuando llegue que no te extrañe.

Vincent parecía estar tomándose su tiempo para decidir qué hacer, parecía estar hablando con otra persona en susurros, pero al final acabó por darle el visto bueno a Cid.

—Te mandaré un mensaje con la dirección, trae cena. —Y como un segundo pensamiento añadió:— Que el postre sea de chocolate.

—Señor. Sí, señor.

Cid colgó y pegó la barbilla a su pecho al mismo tiempo que su hija levantaba la cabeza y sonreía para mirarle, con pintauñas en las mejillas.

—¿Qué hacemos contigo?

—¡Bruja! —gritó la niña con los brazos en alto.

Cid le dio un golpecito en la nariz con el dedo.

—¿Cómo vas a salir a la calle así? ¿Y si viene el brujero a por tí te quema?

—Lo atropellas.

Cid se levantó, cargando a su hija sobre un hombro, directo hacia la bañera.

—Me gusta saber que tienes las cosas claras.

Y entre risas y gritos que parecían pistolitas se fueron a prepararse.


————

Cid cerró la puerta del coche y movió a Anir en su costado para cargarla mejor.

—Pues aquí estamos.

La dirección que le había facilitado Vincent le había conducido hasta una verja alta con puertas forjadas que se habían abierto a su paso. Cid había aparcado en el camino empedrado y ahora estaba mirando la mansión con la cara de alguien a quien se la acaban de jugar.

—Aún no es Halloween. —dijo Anir y Cid la miró, sonriéndole.

—Esto es lo que pasa cuando vas de bruja, que acabamos en una mansión terrorífica y con una seria necesidad de reparaciones en la fachada.

Anir se encogió de un hombro y se puso mejor su sombrero picudo.
La puerta de la mansión se abrió con un sonido preocupante y Cid volvió a comprobar la dirección, pero estaba bien.

—Cid.

Una figura alta y oscura le esperaba en la puerta y Cid bufó mientras subía las escaleras de la entrada.

—Valentine, ¿no había otro sitio?

—¡Vincent! —saludó Anir con las dos manitas en alto.

—Es una herencia, no vivo aquí. —aseguró él.

Cid dejó a Anir en el suelo antes de palmear el hombro de Vincent y darle la bolsa de comida para llevar que traía en la otra mano.

—Gracias. Esta casa estaba más cerca del hospital que mi piso.

—¿Qué hospital? —preguntó Cid, oyendo como su hija se adentraba en los pasillos oscuros de la mansión y correteaba a su antojo—. ¡Anir, no destruyas cosas!

Vincent se bajó la bufanda y cerró la puerta, encendiendo la luz del recibidor porque sabía que no a todo el mundo le gustaba andar a oscuras por la vida.

—Al que he ido a recoger a mi hermano.

—¿Tienes un hermano? —preguntó Cid, sorprendido.


Vincent estaba a punto de contestar algo cuando se oyó desde la profundidad de una de las habitaciones de la casa.

—¡Brujero!

Los pasitos de Anir se oyeron cada vez más fuertes y altos y rápidos y la niña apareció con una mano en la cabeza para no perder su sombrero y agitando la varitas con luces en la otra. Se agarró a la pierna de Cid e intentó treparla.

—Pues el coche no cabe por la puerta. —le dijo Cid mientras Vincent agarraba a la niña de la cintura para levantarla.

—¡Hay un brujero! —dijo, señalando al pasillo.

—Ese debe de ser mi hermano.

—¿Tu hermano es un brujero?

Vincent le miró sin expresión alguna, luego desvió la mirada hacia la dirección por la que había venido Anir y después se encogió de hombros.

—Está en la academia de brujeros ahora mismo.

—¡Hala! —gritó Anir.

Su padre había tenido a bien recuperarla de los brazos de Vincent y ahora la tenía sentada sobre sus hombros y bien cogida de sus orejas.

—En realidad es la academia de policías —corrigió Vincent, llevándolos hacia la misma sala de la que había salido Anir—. Se apuntó hace poco y ya se ha roto un brazo.

Cid puso cara de dolor y Anir agitó su varita mientras cantaba algo en un idioma que ninguno de los otros dos entendieron.

—¿Y el niño? —preguntó Cid.

—¿Qué niño?

—El que tenías que cuidar.

Vincent se rascó la mejilla y señaló hacia delante.

—Mi hermano.

Entraron en la sala y un chico con ojeras, el pelo revuelto y ceniciento a la altura de los hombros, cara de pocos amigos y un portátil sobre sus muslos les miró sin entender mucho qué estaba ocurriendo.

—Sephiroth, este es Cid y su hija Anir —los presentó—. Han traído la cena.

—Vale. —contestó, aunque aún parecía algo receloso.

Luego pareció acordarse de algo y apartó el portátil, apoyándose en la mano buena para levantarse.

—¿Cid, el mecánico?

—El mismo —dijo antes de tenderle una mano que Sephiroth se quedó mirando—. Es para saludar.

Sephiroth parpadeó y pareció salir del trance, saludándole con un apretón firme. Anir estaba mordiendo su varita cuando Cid la sentó en una silla. Vincent estaba sacando la comida de la bolsa y no tardaron mucho en empezar a cenar.

Anir tardó poco en perderle miedo a Sephiroth y acabó contándole todo lo que se cocía en su clase de infantil y preguntándole por sus compañeros de la Academia de Brujeros. Cid y Vincent se dedicaron a hablar sobre los nuevos trabajos que podría ejercer Vincent ahora que había dejado la seguridad privada, aunque de vez en cuando intervenían en la conversación de los más jóvenes.
Para cuando llegó el postre a Sephiroth le parecía que Cid era un tío legal, pero la tarta selva negra fue lo que le convenció de que aquel hombre era alguien sensato con los pies en la tierra.

Cuando Cid se despidió, con Anir hecha una bola, durmiendo entre sus brazos, Sephiroth levantó la cucharilla con la que estaba devorando su tercera ración de tarta para despedirse, aunque después la soltó para ofrecerle la mano buena a Cid.

—Que vaya bien y ya sabes, si se meten mucho contigo, tú deja caer mi nombre, que la mayoría traen sus motos a mi taller.

—Anotado. —dijo Sephiroth.


Vio como Vincent ponía una mano sobre el hombro de Cid para acompañarlo hasta la puerta. También vio como esa mano bajaba hasta lo más bajo de la espalda de Cid y levantó una ceja, interesado en aquel movimiento.

—¿Qué haces en Halloween? —preguntó Vincent, ya en la puerta.

Cid levantó al bulto entre sus brazos, que se arrebujó un poco más. Vincent tardó unos segundos, pero continuó hablando.

—Aún tengo el uniforme de policía, creo que me cabe.

—¿Se están auto-invitando, Señor mayor?

—Es posible.

Cid se lo pensó sólo dos segundos antes de acercarse y dejarle un beso a Vincent en la mejilla, sobre la bufanda roja que tanto cariño le había cogido.

—Será un honor, agente.

Vincent volvió a la sala para apartar los platos casi a tumbos, se podría decir que embelesado, para ser él.

Sephiroth estaba sirviéndose una cuarta ración de tarta, con el sombrero de Anir perfectamente equilibrado sobre su pelo más o menos plateado,  cuando Vincent llegó.

—Si ese es mi nuevo cuñado, apruebo.

Vincent parpadeó lento y luego asintió.

—Lo será.

Y la sonrisa en sus labios se podía adivinar incluso con aquella bufanda puesta.
« Last Edit: December 31, 2019, 12:05:12 PM by Neko »


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #34: December 31, 2019, 01:38:00 PM »
Confieso que hay un motivo por el que no voy a la peluquería. La gente que insiste en hablar contigo aunque intentes fusionarte con la silla y ser un mueble. :v


~+0.56~

—¡Y entonces la muy sinvergüenza va y me dice que el próximo novio que tenga se lo buscará huérfano para no tener que lidiar con otra suegra! —la señora se deshizo en carcajadas, y el resto de sus comadres la siguió en el cacareo como un puñado de gallinas despendoladas, con algún que otro “uy” y “ay” y palmadas varias.

Yumichika levantó la brocha cargada de tinte a tiempo antes de que la mujer se agitara en su asiento y llegase a pintarle una mecha nueva en mitad de la cara. No le pagaban lo suficiente por aguantar a esa banda de petardas.  A nadie le pagarían lo suficiente por aguantarlas. ¿Qué clase de gente quedaba para pasar la tarde en la peluquería contándose chismorreos a gritos entre el ruido de los secadores? Gente sin clase, claramente.


—Oye tesoro, —empezó una de las mujeres, chasqueando los dedos llenos de anillos como si llamase a su perrito.— Los espejos grandes muy bien, pero el resto de la decoración no me gusta nada ¿eh? Estaba mucho mejor antes.

—¡Eso! A ver si lo cambiáis, que ahora es todo muy moderno y feo.

Yumichika solamente sonrió con afectación, manteniendo sus músculos faciales relajados con un control férreo y no dejándose caer en la tentación de rodar los ojos, no fuera que de tanta estupidez se le quedasen incrustados en el interior del cráneo.

—Claro que sí, guapi. —contestó levantando una ceja en dirección a su compañera de trabajo por encima de la cabeza a medio teñir, y la chica le devolvió una mirada de circunstancias y la inspiración de un suspiro mudo.

Por suerte para él y por desgracia para el resto del mundo, la señora y su banda del patio del geriátrico se tomaron la afirmación de forma literal en vez de con los debidos litros de sarcasmo que rezumaba, y prosiguieron con su sesión de habladurías, injurias y calumnias a todo bicho viviente.

Como si no tuviera él otra cosa que hacer que volver a cambiar la decoración después del pastizal que se había dejado renovando el local. Estaba intentando que la vieja peluquería de barrio sosa y anodina, y mucho más importante sin apenas clientes, evolucionase en un negocio moderno, con estilo, y que sobre todo atrajese a gente joven dispuesta en dejarse el dinero en algo más retador y estimulante que unos puñeteros rulos y un cardado.
Y de momento parecía que la jugada le salía bien, excepto por aquel grupito de viejas brujas que se creían divas indisolubles solía tener el establecimiento casi completo de su público objetivo durante la mayor parte de la semana.
Pero los lunes merecían la muerte. Ellos y el desgraciado al que se le ocurrió inventarlos.

Yumichika miró la pantalla luminosa donde el reloj marcaba la hora y calculó mentalmente cuántas horas le quedaban para echar el cierre.
Demasiadas.
Respiró profundamente antes de seguir con lo que estaba haciendo, mentalizándose para seguir ignorando la conversación, porque el uniforme de preso era de lo más antiestético y el color no quedaba para nada bien con el subtono de su piel perfecta.

Tendría que pasarse más tarde por el bar de Ikkaku para que le diese de cenar barato y poder despotricar del personal a placer y quedarse a gusto.
Y ponerse al día de los cotilleos que de verdad le importaban.


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Neko

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #35: January 31, 2020, 01:25:23 PM »
BRUJEROOOOOOOOOOOOO

Anir, 8º cumpleaños.
Un día para celebrar


————

Anir ladeó la cabeza al abrir la puerta y clavó sus ojos claros en la persona que acababa de llamar.

—¡Brujero! —gritó abriendo más y echándosele encima.

Sephiroth se equilibró como pudo y palmeó la espalda de la niña antes de intentar dejarla en el suelo, tarea difícil cuando ella tenía sus piernas alrededor de Sephiroth y no parecía querer soltarse.

—Anir, si no me sueltas no te puedo dar tu regalo.

—¿Eso es un reto? —preguntó ella y Sephiroth suspiró porque reír le habría quitado credibilidad, pero por dentro notó un calorcito de aprecio por aquella niña obstinada.

—No, es un hecho.

Anir puso los dos pies en el suelo y se cruzó de brazos, inflando los mofletes y Sephiroth la intentó redirigir hacia el interior del apartamento de Vincent.

—¿Y mi regalo? —preguntó ella, aunque se dejó llevar, caminando a saltitos y haciendo rebotar sus coletas castañas.

—Es digital, en cuanto me siente te lo mando.

Los ruidos de la fiesta iban aumentando según se adentraban en el apartamento y pronto Sephiroth empezó a ver niños aquí y allá, jugando, cantando y pasándolo bien en general. Ver el apartamento sobrio de Vincent decorado con globos coloridos y oliendo a dulces le hizo sonreír, pero ver a Vincent en medio del comedor intentando acercar una bandeja de comida, rodeado de niños le hizo reír.

Vincent le vio y le saludó con un movimiento de cabeza y Sephiroth le saludó llevándose dos dedos a la frente separándolos mientras se dejaba caer en el sofá. Anir no tardó en aparecer con un bombón de chocolate negro como ofrenda mientras se hacía una bolita a su costado y culebreaba hasta hacerse un hueco bajo su axila.

—¡Mi regalo!

Sephiroth le palmeó la cabeza y se acomodó en el sofá mientras desenvolvía el bombón con lentitud, consiguiendo que Anir rodase por el sofá, pateando uno de los cojines al suelo.

—Jooo, Sephi, no es divertido. Mi padre no podía venir, el primo Pip no podía venir y ahora no me das mi regalo.

Sephiroth se llevó el bombón a la boca y lo saboreó un poco antes de darle un toquecito en la nariz a Anir.

—Recoge el cojín y siéntate bien, va. —le dijo, sacando el móvil.

La niña arrugó la nariz, pero lo hizo caso antes de recuperar su sitio debajo del brazo de Sephiroth para poder ver con claridad la pantalla.

Cuando vio lo que le estaba transfiriendo la cara de Anir se iluminó y abrazó a Sephiroth con tanta fuerza que al chico no se le salió el bombón de la boca de puro milagro.

—¡Gracias, gracias!

—Entonces sí que era el juego que querías.

—¡Sí! —gritó ella y corrió hacia sus compañeros de clase para enseñarles lo que había acabado de recibir en su buzón.

Poco después la mayoría de niños estaban alrededor de la televisión tomando turnos para jugar y Vincent se sentó al lado de Sephiroth, con la espalda bien recta y la mirada perdida.

—¿De qué es la tarta? —preguntó Sephiroth, supervisando el comedor para ver que los niños no se metieran en problemas.

—De dulce de leche.

Sephiroth chistó y se quitó las gafas para limpiarlas y fue el turno de Vincent de reírse de él.

Un rato después, algo golpeó la pierna de Sephiroth y miró hacia abajo. Algo brillaba en el suelo, algo que no había estado ahí antes. Cuando se agachó a recogerlo algo más le golpeó sin fuerza en el hombro y oyó la risita traviesa de Anir.
Al incorporarse vio que era una moneda de chocolate. Una tercera moneda cayó en el sofá y Sephiroth se levantó, intentando arreglarse un poco la media coleta que llevaba ese día. Recogió las tres monedas y las miró con intensidad mientras una cuarta apareció en el sofá a meros centímetros de su pierna.

Sephiroth suspiró y se quitó las gafas.

—Supongo que si me pagan tendré que hacer mi trabajo… A ver, ¿dónde puede haber brujas?

Sephiroth se alejó de Anir, pero no tardó mucho en darle la vuelta al sofá y sorprenderla a ella y a dos niñas más, que se levantaron y empezaron a correr por la habitación.

—¡Brujero! —gritaron todas, riéndose.

Sephiroth agarró a Anir por debajo de las axilas y la levantó en el aire, después procedió a hacerle una pedorreta en la barriga, porque podía.

Un par de horas después, cuando todos los niños se habían ido con sus padres, cuando el apartamento de Vincent estaba limpio y recogido, mientras Anir se quedaba medio dormida sobre el hombro de Sephiroth, Cid llegó.

—Maldita llave —fue lo primero que dijo al entrar, antes de cerrar la puerta—. Y maldito coche que me ha quitado la plaza y me cago en… oh, Vin, hola.

Por lo que Sephiroth podía oír desde el sofá, Vincent había cortado la retahíla de juramentos con un beso.

—¿Mal día?

—Se podría decir, ¿dónde está mi engendro?

Anir levantó la cabeza, despierta de repente y corrió pasillo abajo hacia la puerta.

—¡Papá! ¡Han podido venir todos y todo era bonito y tenía los globos que quería y me han regalado cosas chachis y la tarta estaba buena!

Anir apareció de nuevo en el comedor, arrastrando a Cid con dos manos mientras el mecánico intentaba equilibrar el paquete que llevaba en la otra. Vincent se lo quitó y lo dejó en la mesa del comedor, por lo visto habría traído comida para llevar, aunque ellos ya habían cenado.

Anir se subió a una silla, y se arrodilló en ella antes de sentarse bien.

—¿Qué es? —preguntó.

Cid abrió el paquete y dejó ver una pequeña tarta con las velas ya puestas.

—¿Creías que no iba a celebrarlo contigo?

Anir sonrió y se bajó de la silla para abrazar a su padre, que estaba intentando encender las velas.

—Oh, esta es de chocolate… —comentó Sephiroth.

Y todos rieron antes de reunirse alrededor de la mesa para celebrar en familia el octavo cumpleaños de Anir. El último que pasaría sólo teniendo un padre, aunque eso aún no lo sabían.


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #36: January 31, 2020, 05:51:49 PM »
there's some plot in there y'allbrujeros y herejías :v


~+0.57~

—¿Y el chaval?

—Tiene nueve años, ya puede quedarse solo. —por algún motivo Sturm parecía incómodo.

—Hmm. Entiendo.

—Entonces no tendrás inconveniente en echarle un ojo mientras tanto… —el Inspector Brightblade tenía una forma de pedir favores que le hacía sentir a uno como si se lo estuvieran haciendo a él.

Sephiroth negó con la cabeza, pensando que total tampoco le iban a dejar salir a la calle. Aunque ya no estaba de baja hacía poco que había vuelto a los turnos completos y parecía que sus superiores lo trataban como si se fuera a romper de nuevo. Su comienzo había sido tan espectacular que sin embargo algunos de los agentes recién graduados le miraban casi con miedo.

—Voy a estar aquí toda la noche, —dijo señalando la oficina, el ordenador, y la pequeña montaña de papel físico a la antigua que su jefe se empeñaba en seguir usando,— no tengo nada más que hacer.

Brightblade asintió tras un par de segundos de silencio y dejó a la niña pequeña que llevaba dormida en brazos sobre el sofá del rincón.

—Si necesita cualquier cosa, —empezó, señalando la bolsa de deporte junto a su mesa, pero Sephiroth movió la mano quitándole importancia.

—Hmm, tengo una… sobrina, más o menos de su edad.

Su jefe dejó escapar el aire de sus pulmones y asintiendo de nuevo se puso la gabardina y salió sin decir nada más.

El joven miró a la niña, que iba en pijama y se había hecho una bolita contra los cojines pero seguía durmiendo. Con el ceño fruncido la tapó con la manta que colgaba del respaldo y le apartó el pelo rojizo de la cara.



Hacía rato que había pasado ya más la mitad de la pila de documentos a la carpeta de ‘Copia digital’ cuando Sephiroth escuchó un ruido que no coincidía con el crujido habitual de su silla, y se giró hacia el sofá dejando el termo en la mesa, quitándose las gafas y estirando la espalda hasta que algo hizo crack en su columna.

—¿Papá? —la cría se sentó entre los cojines, todavía enrollada en la manta y frotándose los ojos medio pegados por el sueño.

Por un momento Sephiroth no supo cómo responder, y tragó saliva rezando por que no se pusiera a llorar. Pero la niña ladeó la cabeza bostezando y observándolo con curiosidad.

—No te conozco, ¿eres nuevo?

El joven asintió con la cabeza, echando la silla hacia atrás cuando la pequeña se dejó escurrir del sofá y caminó hasta él arrastrando la manta por el suelo detrás de ella.

—¿Y papá? —repitió.

—Ha tenido que salir, —por fin Sephiroth recuperó el habla, reprendiéndose a sí mismo por su torpeza. Valiente adulto responsable estaba hecho si una mocosa que no debía pasar de los 5 años le ponía nervioso.— tienes ahí tus cosas si…

Pero la niña negó con la cabeza y se limpió un reguerito de saliva que se le había quedado pegado en la mejilla con la manga del pijama, para después apoyarse contra sus rodillas intentando subirse a su regazo sin ninguna vergüenza.

—¿Cómo te llamas? Yo Airin.

—Sephiroth. —dijo él, y frunciendo el ceño rebuscó por sus bolsillos hasta dar con un pañuelo, la sentó sobre sus rodillas y le limpió la cara pese a las protestas.

—Es muy largo. —sentenció la niña, y estirando una mano hacia el termo preguntó,— ¿Qué bebes?

Por un momento Sephiroth estuvo a punto de contestar que café, pero no había nadie para juzgarle así que fue sincero.

—Chocolate. —Y tras un momento de silencio en el que la cría le miró casi podría decir que calculadoramente, decidió ofrecer una alianza poco común.— ¿Quieres un poco?

Airin arrugó la nariz.

—No me gusta el chocolate.

—No es como el de tableta, —contestó el joven sorprendido ante la osadía de la niña.

—Bueno.

El chico se arrastró con la silla de vuelta a la mesa hasta poner su botín al alcance de su brazo sin necesidad de levantarse, vertió un poco en la taza vacía y se lo dio a la niña, que lo acercó a su cara para olisquearlo primero. Por el gesto que puso parecía que había decidido otorgarle el beneficio de la duda, y Sephiroth escondió una sonrisa divertida cuando se relamió después de un primer sorbito incierto.
Airin levantó la cabeza para mirarle con interés, balanceando las piernas y moviendo los dedos dentro de los pies de su pijama de felpa.

—¿Te gusta? —preguntó el joven.

—Nostá mal, —concedió la niña sin ceder del todo, pero acabó la pequeña cantidad de líquido que había en la taza.

—Hmm. ¿Quieres más? —Seguro de haber ganado la batalla contra la herejía ya no tenía miedo de enfrentarse a una mocosa activa y azucarada. Los niños callados siempre eran más difíciles de manejar, pensó con cierto cinismo, sólo había que haberle conocido a él mismo.

Sin embargo Airin le sorprendió de nuevo negando con la cabeza y le devolvió la taza para después recostarse contra su pecho. Sephiroth cogió el pañuelo y procedió a limpiarle la cara, esta vez sin oposición, borrando los restos incriminatorios de chocolate. Ya que estaba adecentando a su pequeña misión y dejándola presentable le pasó los dedos entre el pelo, poniendo un poco de orden en aquella corta mata de pelo rojizo y revuelto.
Los ojos verdes de la niña lo observaban con la misma atención desconcertada que había visto muchas veces antes en el espejo, y por un segundo Sephiroth tuvo una sensación extraña algo más arriba de la boca del estómago, como una ligera presión que no habría sabido definir.

Pero en vez de tomarse el tiempo de parar a analizar ese sentimiento, llevó el dedo índice hasta la cara de la pequeña y no se aguantó las ganas de apretarlo suavemente contra su pequeña nariz respingona.

—Mep.

Airin escondió la cara contra su camisa y Sephiroth dejó escapar una risita ahogada entre dientes. Envolvió a la niña de nuevo en la manta del sofá, acurrucada como estaba, y acomodándose en la silla con ella en su regazo decidió volver a su cometido previo.

Lo que antes había sido una montaña de papeles ahora ya no podía considerarse mucho más que una leve colina, pero aún le quedaban horas hasta acabar el turno y que su padre la recogiese. Frunció el ceño, se aseguró de apuntar ‘leche, zumo y galletas’ en una nota adhesiva que pegó a la base de su monitor, se volvió a poner las gafas y entonces retomó el trabajo abandonado.


.


~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
~      B a i n a n    h o n e l a,    e z    z e n    g e h i a g o    t x o r i a    i z a n g o,      ~
~      e t a    n i k    t x o r i a    n u e n    m a i t e.       ~


Neko

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #37: February 29, 2020, 03:51:25 PM »
ES UN BRUJEEEEEEEEEEROOOOOOOOOOOOOO
Esta aporte es por culpa de un prompt de Airi. Gracias <3




Anir & Sephiroth
Clases de matemáticas básicas




Anir se dio con la frente sobre la mesa en la que estaba haciendo los deberes y Sephiroth le dio con el libro de matemáticas en la cabeza, pero suave, que estaba estudiando.

—¿Y si meto la cabeza en el libro, tú crees que se me quedarán las fórmulas? —preguntó Anir, derrotada. Tenía un mal día.

Sephiroth dejó salir una risa suave, camuflada con una tos y carraspeó antes de dejar dicho libro sobre la mesa del comedor del piso de su amado hermano.

—Aprender no funciona así. Y ahora sigue intentando acabar esos ejercicios mientras yo voy al baño.

—Sí, maestro... —murmuró Anir, echándose hacia atrás en la silla y subiendo los talones al borde de su asiento.

—Venga, que no es para tanto, son matemáticas básicas.

—Me preocupa lo que entiendes tú por matemáticas básicas...

Sephiroth rodó los ojos, pero se fue sin rechistar más. Pasaron diez segundos y Anir estaba muy concentrada en sus deberes cuando de repente algo vibró encima de la mesa. Levantó la vista. Era su móvil.
Anir estiró la mano y echó un vistazo a las notificaciones, era uno de sus compañeros de clase, que estaba preguntando por la tarea de mañana, así que ni corta perezosa se puso a contestar, toda orgullosa de poder ayudar a alguien.

Volvió a dejar el móvil a un lado y se intentó centrar de nuevo en los ejercicios, pero el móvil vibro un par de veces más. Anir lo miró con recelo, pero lo cogió y desbloqueó la pantalla. Diez minutos después estaba mirando un artículo de una enciclopedia online que trataba sobre el ciclo de vida de unas hormigas sin reina y como los combates rituales podían modificar sus niveles de dopamina y volverlas reinas.
Una mano pálida apareció delante de ella, aunque no se dio cuenta, y le arrebató el libro de matemáticas. Sephiroth le volvió a dar un papirotazo con el maldito libro.

—¡Ay! —se quejó Anir.

—Deja de malgastar el tiempo y continúa con tus deberes.

—¡No malgasto el tiempo! Estoy investigando a las Harpegnathos Saltator.

Sephiroth torció el morro.

—¿Eso te sirve para clase?

—Tal vez... o no. ¡Pero son fascinantes! —le aseguró Anir.

Sephiroth se sentó delante de ella y señaló la mesa delante de él con un dedo acusador.

—El móvil. —le dijo.

Anir arrugó la nariz, pero acabó suspirando y deslizó el aparato encima de la mesa.

—Toss a phone to your teacher... —canturreó entredientes.

Sephiroth le preguntó por el quinto ejercicio de la tarde. Esta vez Anir lo hizo bien y Sephiroth se comió uno de los bombones de chocolate negro que tenía en su mochila a buen recaudo. Era su recompensa por ser un buen profesor.

—¡Ey! ¿Y para mí no hay nada? —preguntó Anir, poniendo morritos.

—Cuando seas buena alumna, botón de oro. —le dijo Sephiroth, empezando a narrarle el sexto ejercicio de forma lenta y con voz profunda.

—Maldito brujero...




Había pasado una semana y Anir estaba sacudiendo los resultados de su último examen de matemáticas por el todo el taller.

—¿Tenías que imprimirlos? —preguntó Cid, levantando un brazo para que su hija pasase por debajo de él, camino a la oficina.

La niña se paró y se dio la vuelta, encarando a su padre.

—¡Sí! ¡Es un resultado perfecto! ¡Casi me tienen que poner puntos extra por corregir al profesor! —añadió con orgullo.

Cid se rió con ganas, tanto que se le cayó el cigarro que aún no se había encendido. Últimamente le había dado por hacer eso, mantener los cigarrillos entre los labios pero sin encender le quitaba un poco el mono. Estaba intentando dejarlo. Era la quinta vez.

—Lo sé yo y lo sabe cualquiera con oídos funcionales a cien metros a la redonda. ¿Pero para qué lo imprimes?

Anir se encogió un poco de hombros.

—No sé, verlo en físico lo hace más real, ¿no crees?

—Sí, supongo. —le dijo Cid, ladeando la cabeza.

—¡Y así se lo puedo restregar por la cara a Sephiroth, literalmente! —confesó la niña—. Ahora se lo va a tener que comer, ¡soy buena alumna!

—¿Y tú crees que se va a comer eso? —preguntó Cid, señalando el papel con el resultado del examen.

—Se lo puede comer con chocolate si quiere.

Cid se llevó la mano a la barbilla, cerrando un ojo y mirando hacia el techo del taller.

—Si se lo ofreces con chocolate, tal vez sí que se lo coma literalmente.

Anir levantó la comisura de un labio con obvio desagrado.

—Eeew —comentó antes de sacudir la cabeza—. Bueno, pues lo vuelvo a imprimir, no pasa nada.

Y con una sonrisa que le sacaba el parecido con su padre se marchó, caminando con el pecho inflado y los hombros hacia atrás, camino hacia sus clases de repaso semanales con su brujero favorito.
« Last Edit: February 29, 2020, 03:53:39 PM by Neko »


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #38: March 31, 2020, 05:07:58 PM »
aporte envidioso del aire libre

~+0.58~

A Prompto aún le dolía el trasero del batacazo que se había dado al salir del arcade, el chaval contra el que se había chocado tampoco parecía tan grande, pero desde luego era más que sólido. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Prompto arrugó la nariz, intentando recordarlo. De lo que sí que se acordaba era que su nombre rimaba con el de su hermano, ese joven tan majo que le había devuelto la cartera.

—¿Serán mellizos? —se preguntó en alto mientras se rascaba la barbilla.

Prompto llevaba prisa y más todavía después de la interacción que le había retrasado un poco más. Y es que tenía una cita importante... ¡era un trabajo!
Echó un vistazo a sus mensajes para ver si su cliente le había increpado, pero de momento no tenía noticias de la mujer. Aún disponía de diez minutos para llegar al lugar de encuentro. Si tan sólo tuviera alguna forma de llegar más rápido... Entonces fue cuando la vio. Una rareza, algo que hacía generaciones que no estaba de moda para desplazarse por la ciudad. Una bicicleta, ahí, abandonada y sin cadena puesta.
Prompto miró alrededor, suponiendo que el dueño no debería estar muy lejos, pero no pareció ver a nadie que estuviera custodiando aquella maravilla. Dio un paso tentativo hacia ella y luego otro más... cuando iba por el tercero escuchó la sirena de un coche de policía sonar durante unos dos segundos antes de detenerse.

—Ni se te ocurra, chaval. —escuchó una voz conocida a su espalda.

—¡Nyx! —exclamó Prompto, sonriendo antes de girarse y verlo con el brazo apoyado en la ventanilla del conductor.

Corrió hacia el coche e intentó abrir la puerta de atrás sin resultado, así que apretó los labios mientras miraba fijamente a Nyx, aún con la mano agarrada con firmeza a la manilla. Algo sonó desde dentro del coche y Prompto sonrió otra vez como si el cielo se le hubiera abierto y estuviera lloviendo dinero en efectivo.

—¡Llegas en el momento exacto! ¿Me llevas a esta dirección? —preguntó mientras enviaba las indicaciones al GPS del coche de policía.— Tengo que estar allí en diez... ¡ocho minutos!

Nyx rodó los ojos, pero no perdió el tiempo en incorporarse al tráfico.

—Y pensabas llegar allí corriendo. ¿Por eso ibas a robar esa bicicleta? —preguntó Nyx, adelantando a otros vehículos a diestro y siniestro—. No se ven tantas estos días, su dueño seguro que lo habría denunciado. ¿Y luego que hago yo contigo, eh?

—Ayudarme a no delinquir, eso haces. —le dijo Prompto, apretándole los hombros desde el asiento de atrás.

—Anda, deja de menearte tanto y ponte el cinturón, —le avisó Nyx con una risilla divertida impregnando sus palabras— ¿A dónde ibas con tanta prisa?

 —¡Tengo una cita! —informó Prompto, que se había puesto el cinturón a todo correr y acababa de abrir su mochila para volver a ver que su equipo de fotografía estaba en sitio y listo para usar— No espera, no ese tipo de cita. Es una sesión, es trabajo.

Nyx ya había estado a punto de hacer un comentario, pero chistó antes de hacer un ruido de aprobación y reducir la velocidad para girar a la izquierda.

—El parque al que vas es muy bonito, sobre todo la parte de la cascada. —comentó Nyx.

—Sí, la cliente es una bailarina, quiere hacerse fotos donde el lago, —Prompto volvió a mirar sus mensajes, pero seguía sin tener ninguno nuevo— Espero que no me deje plantado...

Nyx frenó casi de golpe y quitó el seguro de las puertas. Prompto le dio las gracias e intentó salir, pero algo le detuvo en el último segundo.

—El cinturón, —le recordó Nyx— ¿Quieres que te espere? Por si es mala gente y te deja plantado.

Prompto tardó un tiempo más que vergonzoso en quitarse el cinturón, respondiendo a Nyx mientras peleaba con el condenado chisme, pero por fin terminó por deshacerse de aquel invento del diablo y salió disparado hacia la calzada, casi cayendo al suelo por segunda vez esa tarde. Salvó la caída con un giro digno de una maniobra de ballet.

—No, ¡no hace falta! —y con un dedo en alto añadió,— no quiero ser yo quien te separe de tu deber.

Nyx se encogió de un hombro y se quedó a ver como el chico se alejaba corriendo. Prompto no tardó en llegar al punto de encuentro justo cuando su alarma sonaba alta y clara. Miró a su alrededor, pero no consiguió ver a la mujer que supuestamente le había contratado. Buscó otra vez el contacto, pensando seriamente en si debería avisarle de que ya estaba allí. Estaba mordiéndose el labio inferior cuando notó una suave palmada en su hombro. Se dio la vuelta tan rápido que por un momento el mundo se convirtió en rayas horizontales. Cuando centró su visión vio rojo y una mano suave y pálida ajustando un pañuelo.

—Argentum —saludó la mujer, que en su mano libre sujetaba el manillar de una bicicleta bastante familiar.— He parado a recoger algunos snacks, espero no haberte hecho esperar.

—No, ¡no, para nada! Creo que hemos llegado al mismo tiempo.

Prompto sonrió con algo de nerviosismo intentando disimular su apuro y dio las gracias a la suerte porque Nyx le hubiera impedido llevar a cabo su estúpida idea de robar la bicicleta de su cliente para llegar a tiempo a la cita.

—¿Empezamos?

Ella sonrió detrás del pañuelo y levantó la bolsa con golosinas.

—Puedes llamarme Yuzuriha.
.
« Last Edit: March 31, 2020, 05:12:49 PM by Airin »

~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
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~      e t a    n i k    t x o r i a    n u e n    m a i t e.       ~


Shruikan

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #39: March 31, 2020, 09:22:29 PM »
—¿El club de la comedia?

El Dragoon preguntó con incredulidad. O al menos a Simbad le pareció que era incredulidad, porque ni su rostro ni su voz mostraban nada en absoluto. Resultaba un tanto siniestro si lo paraba a pensar.

El tipo se alzaba en medio de una arena, una de esas zonas reservadas al PVP entre jugadores. Su armadura, de un flamante color blanco, estaba manchada de sangre y a su alrededor se apilaban los cadáveres de los perdedores, deshaciéndose en nubarrones de píxeles multicolores.

—¡Así es! —dijo Simbad, sin que su sonrisa disminuyera ni un ápice, entregándole una folleto donde aparecía él, con una sonrisa más grande todavía —. Un club selecto de gente selecta donde sólo encontrarás lo mejor de lo mejor.

El Dragoon tomó el folleto, examinándolo por delante y por detrás con sus ojos grandes y verdes.

—Irrelevante —decretó en menos de dos segundos con el mismo tono de voz y devolviéndole el papel.

Eso no entraba en los esquemas de Simbad.

—Pero… ¡Piensa en las ganancias! —Se interpuso frente al Dragoon cuando éste dio la vuelta, decidido a ignorarle.

—… ¿Qué ganancias? —preguntó, aunque algo en su tono dejaba entrever que había más curiosidad que interés personal. Sin embargo, para Simbad era suficiente clavo del que aferrarse.

—¡Me alegra que lo preguntes! —Le pasó un brazo por el hombro con gesto amigable —. Pues verás, un servidor es la crême de la crême, el más VIP de los VIPs, y como tal, tengo acceso a una serie de contenido que puedo compartir con otros jugadores. Loot, equipo, cosméticos, monturas… tú dilo y lo tendrás. Además gozarás del mejor premio de todos: disfrutar de la compañía más selecta, es decir, ¡yo! Y alguna que otra gente más, claro.

El Dragoon ladeó la cabeza y parpadeó.

—Eso no se puede hacer —declaró, con certeza.

—¡Ja ja ja! ¡Claro que se puede, qué cosas dices!
— le respondió, dándole unas palmadas en el hombro —. Son privilegios exclusivos, ya te digo, ¡privilegios! El GM mismo me los ha hado; somos colegas, ¿sabes?

El chico parecía que iba a replicar algo, pero alguien le interrumpió con un grito.

—¡Tú!

Ambos se giraron, encontrando otro Dragoon de pelo azulado y largo, apuntando a la nueva víctima de Simbad con su lanza y una mirada furibunda.

—Así que todavía estás aquí. ¡Quiero la revancha!

El Dragoon de la armadura blanca le miró largamente sin que su expresión cambiara ni un ápice.

—Dragonlord —le llamó al reconocerle —. Te he derrotado esta mañana.

—¡Me has humillado! —exclamó el otro, rojo de rabia —. ¿Sabes lo que me ha costado inscribirme en el torneo de Dragoons de este mes? Esta vez vengo preparado, y te juro que el premio será mío. ¡Reza lo que sepas, tramposo!

El otro se escurrió de debajo del brazo de Simbad.

—Tengo asuntos que requieren mi atención —le dijo, invocando su propia lanza.

Simbad debería haber tomado eso como una invitación a irse, pero en vez de eso se sentó en una grada cercana y se quedó a ver el espectáculo, viendo como su Dragoon derrotaba al otro sin impunidad y una precisión mortífera. Y luego otro. Y otro, y otro…

No había dudas de por qué ese chico llevaba ganando los torneos desde hacía varias veces consecutivas. Su técnica era impecable.

—Definitivamente, tiene que estar en mi club —Simbad asintió para sí, con fuerzas renovadas.

Era de noche cuando por fin consiguió quebrar la paciencia del Dragoon. Con la armadura sucia, el pelo revuelto y el premio bajo el brazo, se detuvo de golpe girándose para encarar a Simbad, que interrumpió el discurso de venta que había empezado una hora atrás.

—Si me uno a tu club de la comedia, ¿me dejarás en paz?

—Claro, palabra de honor —El Merchant se hizo un gesto sobre el corazón, muy satisfecho consigo mismo por aquella victoria.

El trato fue fácil. Simbad recordaba con afecto aquellos días en los que todo había salido como él lo planeaba y podía fardar de tener al mejor Dragoon del servidor en su selecto y exclusivo club. Muchos desventurados habían acudido por el reclamo de conocer a tal celebridad, que a veces se presentaba y a veces no, atendiendo los mensajes insistentes que le mandaba Simbad de forma totalmente impredecible.

Simbad se hizo de oro a su costa, organizando sesiones de entrenamiento, duelos privados y citas nefastas (no había conocido a nadie con menos gracia para ligar en su vida).

—¿Te gusta lo que haces? —le preguntó un buen día el Dragoon, compartiendo una bebida en la sede de su selecto Club.

Simbad estaba fumando, contando el oro que había hecho aquella noche con satisfacción.

—Claro. No hay nada como el dinero. El comercio es la forma más compleja del poder, y la más satisfactoria. Por eso es ser Merchant es lo más divertido.

—¿Ser Merchant es divertido? —Parecía que el chico no podía pegar una idea con la otra.

—Ya lo creo. Deberías probarlo alguna vez.

El otro se quedó mirando el contenido de su vaso (zumo) con el aire más pensativo que podía demostrar.

Lo que Simbad no sabía es que esas palabras serían su perdición, ya que pocas semanas después le anunciaron de que el famoso Dragoon se había reseteado la clase. Fue una de las pocas veces en las que consideró que su labia natural se había convertido en su maldición, y lloró lágrimas amargas por el negocio que acababa de perder.
"Who would understand you after I die? Who else would march forward by your side?"

"when I think that you will live on all alone henceforth, I can’t help but shed tears…"


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #40: April 30, 2020, 06:07:05 PM »
i said what i saidy hay tiburones, y son chachis! :v


~+0.59~

—¡Seeeeph! —la niña abrió los brazos de par en par y correteó hasta el joven que hacía sus horas nocturnas en el escritorio al fondo de la oficina, y se abrazó a su pierna cuando éste se levantó de la silla.

—Hm, bueno pues… —el Inspector Brightblade dejó la bolsa de deporte en el sitio habitual y se despidió con un cabeceo.

Sephiroth miró la puerta cerrarse y cuando dejó de ver a su jefe pasó la vista hacia la pequeña que colgaba de su pantalón.

—¿Qué haces despierta tan tarde? —preguntó agarrándola por la cintura y colgándosela al hombro como si fuera un saco.

La niña dejó escapar una risita y estiró una mano para tocar el pelo de su vigilante.

—Ren ha dicho que me iban a tirar a la basura. ¿Puedo irme a casa con ti?

—Contigo. —corrigió el joven.— Y nadie te va a tirar a la basura, tu hermano miente más que habla.

Airin, del revés, abrió mucho los ojos y la boca.

—¿Entonces puedo?

Sephiroth suspiró. Había podido comprobar que las niñas pequeñas eran, salvando la comparación, como un perro con un hueso. Una vez mordían, no soltaban a su presa. Algunas de forma más literal que otras.

—¿Y que hago contigo eh? ¿Dónde te meto? —dijo balanceando a la cría sobre el sofá antes de dejarla caer sobre los cojines. Aunque cualquier persona normal le habría dicho simplemente que no, a él daba cargo de conciencia desilusionarla, pese a ser lo correcto.

—Soy pequeña, —lógica infantil inaplastable, una vez más al ataque para ponerlo en apuros.— Cabo en sitios.

Quepo.

—¿Qué?

—No se dice cabo, se dice quepo. —corrigió de nuevo con resignación acomodando a la niña entre los cojines y tapándola con la manta.

—Bueno, pues quepo en sitios. —Airin bostezó sin taparse la boca y Sephiroth tuvo que aguantarse las ganas de imitar el gesto por puro contagio social.
 
—Como los ratones. También caben en sitios y se comen las galletas.

—¡! —La niña dejó escapar una risita que acabó en otro bostezo y se hizo un ovillo abrazada a un cojín, escondiendo la cara contra la tela.— ¿Entonces..?

Sephiroth se quedó callado durante un par de minutos, esperando, hasta que comprobó que la pequeña se había quedado dormida del todo.

No le pagaban por aguantar ese chantaje emocional.
En realidad ni siquiera cobraba un plus por mantener a la hija de su jefe vigilada mientras éste se dedicaba a patrullar por las calles noche sí noche no más horas de las que le eran requeridas en vez de pasarlas en su casa con sus hijos como una persona normal. Si no estuviera esclavizado en contra de su voluntad, podría haber sido él quién acompañase a alguno de los oficiales veteranos en las patrullas.
Y a lo mejor estaba pecando de crítico y sentencioso, que siendo como era él, era algo muy probable, pero es que tampoco disfrutaba de libertades en el cargo como hacían otros. Por supuesto, ni las buscaba, ni las habría aceptado. Y el Inspector Brightblade tampoco le habría mantenido en ese puesto de haber sido así.
Pero era el principio del asunto. Estaba siendo injustamente explotado a cambio de nada.

Salvo que... le había cogido cariño a la cría.
Y que al contrario que la amenaza en forma humanoide de su hermano mayor, era manejable, se podía razonar medianamente con ella (o sobornar sin posteriores chivatazos) y era capaz de usar un mínimo de educación apropiado para su edad.
Sephiroth quería tener una carrera de policía prometedora. Pero si no estaba él ahí para echarle un ojo a la niña mientas se le caía la babita dormida en el sofá de la oficina, entonces a saber con quién la acabarían dejando.

El joven suspiró por enésima vez, se recogió el pelo en una coleta, y se sentó frente a la pantalla de su terminal, buscando sus gafas. Sabía que juzgaba con dureza. Pero sabía también, por propia experiencia, que a veces las personas que tenían hijos no eran las que más merecían ser llamadas padres.


Con su montón de hojas de documentos ya procesados organizado en carpetas digitales y apartado en sus correspondientes archivadores a los pies de la ventana, Sephiroth dio por concluida su coartada sedentaria y oficinesca de aquella noche, y se dispuso a cobrar su auto establecida recompensa en forma de películas antiguas de muy discutible calidad.
Por qué insistía en referirse a ellas como ‘discutibles’ era algo que no sabía, cuando en su mente tenía perfectamente claro que la palabra adecuada era ‘infames’. La abominaciones que ciertas mentes habían imaginado que podía hacerse con elementos naturales y fenómenos atmosféricos variados no eran de dios. Y no estaba del todo seguro de cuál era el número de la franquicia por el que iban ya, pero cada vez los tiburones se presentaban en fusiones más extrañas.

Un peso que resopló sobre su brazo le hizo apartar la vista de la pantalla, encontrando una carita pringosa y adormecida que sin embargo le observaba con curiosidad.

—¿Tienes que ir al baño? —Preguntó atisbando el reloj de reojo. Airin negó con la cabeza, haciendo un esfuerzo un poco descoordinado por subirse a sus piernas, hasta que finalmente Sephiroth la levantó y la sentó en su regazo.

—¿Qué miras? —preguntó a cambio la niña, poniéndose cómoda sin ninguna vergüenza como si estuviera en su sillón particular.

Y de nuevo, otra noche más sin nadie que le juzgase de vuelta, el joven decidió ser sincero. Hasta consigo mismo.

—Películas terribles.

—Oooohh. ¿Pero hay marcianos que dan miedo? —dijo la niña arrugando la nariz con disgusto. Tan pequeña y ya con un saludable instinto de autoconservación.

—No, en esta no. Pero hay tiburones. —advirtió Sephiroth, limpiándole la cara antes de que le dejase la camisa llena de babas medio resecas.

—Bueno. Pero los tiburones son chachis, comen cosas. —dijo Airin con solemnidad apoyando la cabeza contra el pecho del joven.

—Está bien, lo que tu digas. —dijo Sephiroth dándole al play y bajando el sonido lo suficiente como para convertirlo en un murmullo quedo. Total para lo que iba a durar despierta no merecía la pena llevarle la contraria.


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~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
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Shruikan

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #41: June 30, 2020, 05:05:30 PM »
A Melkor le habían dicho una vez que las personas que tomaban café negro bien cargado y sin azúcar tenían un alto porcentaje de ser psicópatas.

Claro que quien se lo había contado había sido su hermano la última vez que se habían visto para hablar (discutir) de asuntos legales, mirándole con esa cara de condescendencia tan suya. Ojalá mil pájaros negros se cagaran en su portal.

A pesar de todo y que Manwë evidentemente se había referido a él con ese comentario (¿qué clase de persona le ponía azúcar al café?), Melkor se había sentido inspirado a observar mejor que clase de bebida tomaban sus clientes habituales.

No es que ser encargado de una cafetería fuese precisamente el sueño de su vida, pero no había tenido mucha elección al respecto. No después del fiasco de Utumno. O el de Almaren. O lo de Tulkas. Aún había tenido suerte que al cabo de un tiempo entre rejas su familia se apiadó de él. Así que lo mejor que podía hacer ahora era fingir que estaba muy arrepentido y mantener el perfil bajo.

Pero era muy, muy aburrido. Lo suficiente como para querer echar todo su plan al traste y prenderle fuego a ese asqueroso local hypster (cortesía de Yavanna).

Al menos con la tontería del café se estaba entreteniendo un rato.

Había descubierto que por ejemplo, al capitán Oakenshield, a pesar de toda su aspereza, siempre echaba al café un botecito de crema que siempre traía consigo. A lo mejor no se fiaba de lo que Melkor le pusiera a la bebida. De hecho, a pesar de frecuentar el local junto a otros miembros del cuerpo de policía, había tardado meses en pedir algo para sí. A Melkor no le gustaba como le miraba, igualito a su hermano. Siempre se aseguraba de servirle el último.

O ese trío de críos que siempre le pedía sorbete de limón a sabiendas que sólo tenía de chocolate.

Incluso Feanor había venido a una vez a mofarse de él y se había ido con el rabo entre las piernas cuando Melkor había descubierto que se tomaba el café con leche de soja. ¡Leche de soja! No había nada más repugnante que la soja… lo cual le quedaba, en cierta medida.

Pero de todos los clientes, de todas las personas insoportables que Melkor tenía que soportar día tras día, el único que le pedía un café doble sin azúcar ni leche, bien cargado, era Mairon.

Melkor le conocía por ser uno de los protegidos de Aulë (se enorgullecía de tener a sus odiados parientes bien vigilados), joven pelirrojo y bastante de buen ver aunque un tanto esquivo que solía dirigirse a todo el mundo de forma educada antes de desaparecer a algún lado. Muy trabajador. O eso o guardaba algún secreto.

Siempre le había causado cierta curiosidad, pero nunca lo suficiente como para tratar de interactuar con él realmente. Una persona simple y aburrida como Aulë solía rodearse de personas simples y aburridas. Pero el día en el que Mairon cruzó la puerta y pidió su café, bien negro y bien amargo, Melkor se lo quedó mirando.

Debió ser muy evidente, porque cuando iba a llevarse la taza a los labios (acabado de hacer, además, ¿es que ese hombre no se quemaba?) Mairon se detuvo y le devolvió la mirada. Se quedaron unos instantes así, uno sentado en la barra y el otro inclinado sobre ella, ignorando al resto de la escasa clientela.

—¿...Qué? —Mairon fue el primero en perder la paciencia, dando un sorbo.

Melkor chasqueó la lengua.

—¿Sabías… —empezó, inclinándose más hasta apoyar los brazos sobre el mármol pulido —…que las personas café solo sin azúcar tienen un mayor porcentaje de ser psicópatas?

Mairon frunció el ceño. Se apartó la taza de los labios y miró al contenido. Luego la dejó sobre la mesa y entrelazó las manos. Todo mientras Melkor le observaba con una sonrisa de oreja a oreja. Veía que le gustaban los anillos.

—¿Tienes algún problema con eso? —preguntó, con voz calmada, mirando al encargado de una forma tan glacial que quemaba. No parecía intimidado por su enorme figura ni por su reputación. —Melkor.

El otro enarcó las cejas. Después se río. No recordaba haberse presentado nunca ante él y aún así Mairon sabía su nombre. Sabía quién era. Igual que él.

—¿Yo? Para nada. —Se incorporó, dándole la espalda poniéndose a limpiar la cafetera.

Mairon pareció complacido con la respuesta, volviendo a echarse contra el respaldo. Minutos más tarde, se bebió todo el café de un trago. Fue a dejarle la taza en la barra, de una forma brusca. A Melkor le pareció encantador.

—¿Sabes, Mairon? —Dijo cuando fue a pagar, pronunciando su nombre con cierto retintín. Mairon permaneció impasible —. A mi también me gusta el café negro.

Le guiñó un ojo. Por primera vez, el rostro del pelirrojo mostró cierto desconcierto. Quizá se lo tomó como un desafío porque a partir de entonces empezó a aparecer más a menudo, pidiendo siempre el café más fuerte y cargado que Melkor pudiera preparar.

Él, claro, estaba encantado.
"Who would understand you after I die? Who else would march forward by your side?"

"when I think that you will live on all alone henceforth, I can’t help but shed tears…"


Airin

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #42: July 31, 2020, 04:51:45 PM »
i can't iconshise me ha perdido un Vincent :v


~+0.61~

La primera vez que Vincent lo vio no era más que un gurruñito entre las sábanas de una cuna solitaria, en medio de una habitación demasiado grande para ser la de un recién nacido. Los colores eran sobrios y el techo alto, y una cortina blanca se mecía al viento que entraba por la ventana abierta.
Cuando Vincent había entrado a la habitación el bebé ni siquiera lloraba, de hecho se estaba lo más callado posible. En un principio pensó que debía estar dormido, pero al asomarse a la cuna vio dos grandes ojos verdes bien abiertos. La mirada de aquel bebé era demasiado espabilada para tener tan sólo unos días de edad.

Vincent quiso odiarlo.

Estiró el brazo y acarició el suave vello de tono platino que le cubría la cabeza, como una corona de nubes blancas. Sería tan fácil hacerle daño…
Vincent entrecerró los ojos, preocupado. En los últimos meses había tenido muchos pensamientos violentos y él no era así. Él no quería ser así. No iba a hacerle daño a un bebé porque no era suyo, no.

—Tú no tienes la culpa. —musitó, dándole un toque en la nariz antes de retirar la mano de la cuna.

La culpa la tenía su padre por seducir a su novia. El bebé debería haber sido su hijo.


Le había costado muchos años de terapia llegar a la conclusión de que lo que Lucrecia había hecho con él se podía considerar abuso de menores, prácticamente violación ante los ojos de la ley, pero aún faltaba mucho tiempo para eso.
En ese momento de su vida, con la mayoría de edad apenas cumplida y un bebé de un año en brazos, aún no sabía que tenía un transtorno de personalidad. Pero le faltaba poco.

Hazle daño. —insistió la voz.— Te lo ha quitado todo.

Vincent dejó a Sephiroth en el suelo y caminó hacia atrás unos pocos pasos. Luego se agachó y extendió los brazos.
Sephiroth levantó la cabeza y lo buscó, se puso de pie esforzándose en mantener el equilibrio antes de caminar hacia Vincent con sus cejitas un poco fruncidas.

—¡Tato! —dijo el bebé al llegar hasta él y agarrarse a una rodilla.

Vincent lo agarró de la cintura redonda y se puso de pie, balanceándolo de un lado a otro.

—Bien hecho. —le dijo con una sonrisa suave, asegurándole a la voz en su cabeza que no le iba a hacer daño a un bebé inocente.

La puerta se abrió con un chirrido y Vincent se giró a mirar quien era el recién llegado. Con disgusto se dio cuenta de que era su padre.

—¿Qué haces? Suéltalo ahora mismo. —le ordenó su padre, caminando hacia él con la seguridad de un capitán en su barco.

—¿Por qué debería? —preguntó Vincent, alejándose de su padre y dándole la espalda, aunque acabó dejando a Sephiroth en el suelo, dentro de su parquecito lleno de juegos que aseguraban que ayudaban con el adecuado desarrollo de su cerebro—. Le gusta estar conmigo. En eso se parece a su madre.

Su padre chistó, agarrándolo por el hombro para sacarle de la habitación del niño.

—No quiero otro hijo amadrado. Este no va a ser un fallo como tú.

Vincent echó un último vistazo a su medio hermano, que se agarraba a los barrotes con esos grandes ojos verdes fijos en él.


Hacía años que Vincent se había alejado de su familia. Al menos de su padre. La última vez que había visto a su medio hermano había sido un niño de cinco años que no dudaba en agarrarse a su pierna y sonreír en cuanto se quedaban solos, pero que ya había aprendido a no hacerlo en presencia de los demás.
Ahora tenía doce y estaba vestido con un traje negro. Su pelo se había oscurecido con los años, pero seguía teniendo aquella tonalidad fría que tanto le había gustado a Vincent. Sephiroth tenía la mirada fija en el cuerpo expuesto de su padre, dentro del ataúd. Vincent hacía lo mismo, deseando y esperando que el maldito viejo estuviera realmente tan muerto como parecía.

Unas horas después, Vincent acercó la mano a Sephiroth, acariciándole el pelo castaño grisáceo. Relajó su expresión al punto de casi sonreír y le apartó un mechón del flequillo antes de ofrecerle la mano.

—¿Te acuerdas de mi? —preguntó consiguiendo un cabeceo negativo de Sephiroth.

—Pero sé quién eres —le dijo antes de fruncir un poco el ceño,— ¿Querías mi custodia por el dinero?

Vincent negó con la cabeza.

—No me hace falta tu parte de la herencia, renacuajo.

Y volvió a mover la mano, esperando que esta vez sí que la tomara.

—Venga, vamos a cenar. ¿Qué te gusta?

Sephiroth miró la mano con recelo, pero acabó agarrándola y muy bajito le contestó.

—El chocolate…

Vincent levantó una ceja, volviendo a su expresión neutral y caminando con su hermano de la mano.

—No vas a cenar chocolate —le avisó antes de dedicarle una sonrisita ladeada con tintes de complicidad.— Pero puede ser el postre.

Unos años después Vincent le pidió perdón por no haberlo sacado antes de aquella familia de locos. Sephiroth le dio la última cucharada de su pastel de chocolate y le pidió que se callara.


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Shruikan

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #43: August 31, 2020, 07:02:25 PM »
Había sido el peor día para decidir dejar la moto en casa e ir al trabajo en transporte público. No es que hubiese empezado mal. O más bien, había empezado como un día cualquiera: de locos.

Artoria Pendragon, hija de una de las familias de más renombre de la ciudad, y como todo el mundo sabía (especialmente ella) las familias más poderosas son las que acostumbran a tener más embrollos.

Cuando había empezado a trabajar en política, la reputación de su padre la precedía. Y no es que fuese una reputación demasiado buena.

Ciertamente, su mayor batalla había sido contra las opiniones de quienes no la conocían mientras trataba de ganarse su propio lugar en el mundillo, y seguramente no hubiese llegado tan lejos si no fuera por el grupo de gente leal que había ido formando por el camino.

Si tan solo su lealtad estuviera al mismo nivel que su inteligencia.

Artoria había descubierto que ser la líder de un equipo había resultado ser muy parecido al trabajo de niñera, sobretodo cuando la mayoría de tus compañeros eran hombres jóvenes con una vida personal desastrosa y que además se llevaban medio mal entre ellos. Con el tiempo había terminado acostumbrándose y aprendiendo a maniobrarlos con un despliegue maestro de gimnasia mental.

Aún así, había días que la superaban.

Como hoy, cuando le habían echado el café caliente por encima nada más llegar mientras el bajito y el rubiales se peleaban. O cuando el otro pelirrojo se había puesto a contar sus movidas tristes del fin de semana en vez de hacerle las fotocopias que le había pedido para la reunión. O cuando su segundo segundo al mando no había aparecido porque se había jodido el transporte público a media mañana (justo cuando su primer segundo al mando se había pedido el día libre para llevar a su madre al médico). O cuando le había tenido que pedirle al bajito que ocupase su lugar y había sido un desastre. O cuando otros dos se habían puesto a ligar con la secretaria de visita…

Al final la reunión había sido un desastre. Alguien se había atrevido a decirle que a lo mejor hubiese estado mejor que su padre siguiese en el cargo en vez de jubilarse, cosa que no le había hecho mucha gracia a Artoria.

Se había ido temprano a comer para quitarse el mal humor, solo para descubrir que su restaurante favorito estaba cerrado por motivos familiares y había tenido que comerse una triste hamburguesa en un restaurante de comida rápida.

La cosa no había mejorado durante la tarde. En la hora y media que había estado ausente, la oficina se había convertido en una leonera. Había llegado con un coro de gritos y se había pasado un buen rato mediando una pelea entre sus propios hombres que le habían hecho sentir con la única que tenía al menos dos neuronas funcionales en un radio de treinta metros.

Se había ido antes de terminar su horario, muy cabreada y ejerciendo toda su fuerza de voluntad para no mandarles a todos a la mierda. Muy tarde había recordado que el transporte público seguía sin funcionar desde la mañana, y le había tocado cruzar media ciudad a pie hasta que se había cansado y había pedido un taxi.

La imagen de su pequeño hogar nunca se le había hecho tan acogedora, cuando la vio, ya al anochecer.

Todavía le parecía increíble que hubiese podido construirse algo así en medio de la ciudad, como una de esas casas de campo que recordaba de su infancia en el pueblo. Hasta tenían un jardín bastante decente, con hierba verde y lustrosa. Recién regada, a juzgar por el olor fresco que le llegó al cruzar el patio. Las buganvillas habían empezado a florecer y trepaban por los marcos de la puerta, que hizo un ruido suave al abrirse.

—Ya estoy aquí… —Artoria anunció su llegada, obteniendo una respuesta lejana pero rápida desde la otra punta de la casa.

Se quitó los zapatos sin muchos miramientos y, arrastrando los pies, fue a decirle hola a su mujer. Quizá fuera por el cansancio, o porque era de noche (y por alguna razón, a Gwyndolin siempre le favorecía la noche), pero cuando llegó a la entrada del balcón y la vio allí, sentada fuera, por un momento sintió que le faltaba el aliento.

Su esposa bordaba, sentada en el sillón. Toda ella iba vestida de blanco, y a pesar de la luz anaranjada de la lámpara que resplandecía en sus cabellos claros, toda ella parecía emanar una especie de brillo propio. Cuando se dio cuenta de su presencia, levantó la cabeza y se ajustó las gafas de montura dorada.

—¿Sucede algo?

Artoria respondió con un sonido ininteligible y se dejó caer en el sofá a su lado. Solo con verla, Gwyndolín pareció entender lo que pasaba.

—¿Un día duro?
—Duro es poco.

Gwyndolin dejó el tambor de bordar (parecía estar haciendo algo para alguno de sus muchos hermanos o sobrinos) sobre la mesa y pasó el brazo con delicadeza sobre sus hombros. Artoria se dejó llevar y apoyó la cabeza en ella, cerrando los ojos. Siempre le habían dicho que eran una pareja dispar, sobretodo por la diferencia de altura, y se notaba mucho en ese momento, pero poco le importaba. Nunca le había importado mucho en realidad.

—Ahora ya está. Mañana será mejor.

Artoria abrió los ojos. Más allá de la terraza, su jardín se extendía ante ellas. Gwyndolin lo cuidaba más que ella, y bajo sus atentas manos, habían florecido las hortensias y los lirios, abiertos y con gotas relucientes sobre las hojas, como pequeñas estrellas.

Mañana probablemente iba a ser un día como el de hoy, igual como hoy había sido un día como ayer. Pero en ese momento, junto a su esposa, notando como poco a poco el malhumor desaparecía para dejar paso a una emoción mucho más profunda y cálida, a Artoria le daba un poco igual.

Con poder pasar unos instantes más así, en silencio, tenía suficiente.
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Neko

Re: neverland 0.0: you can (not) remember
« Reply #44: October 31, 2020, 12:32:29 PM »
Presentación de personajes que necesito pa la trama nuevaaaa



Feanor 1

Feanaro Curufinwe Finwion, también conocido como Feanor, era un genio. Y no era un genio cualquiera. A los cinco años ya había construido, él solito y desde cero, su primer robot.

—Te llamaré Fingordín. —le dijo a la bola flotante, que le respondió con algún que otro pitido.

Su madrastra le había ido con el cuento a su padre y Feanor había tenido que desmontar su robot entre lloros por haber versionado el nombre de su hermano pequeño de forma ofensiva. A Fingolfin no parecía haberle molestado, seguía feliz intentando poner sus manitas redondas por todo lo que tenía Feanor en su habitación.

Feanor había vuelto a montar el robot en secreto en un santiamén y ahí seguía diez años después con él, cuando estaba terminando su educación superior.

—Creo que es hora de cambiarte el nombre —le dijo a su robot, al que prácticamente consideraba su único verdadero amigo—. Serás Fingolfo.

El robot le silbó satisfecho. Aquella pequeña bola flotante sabía que se llevaba a cualquiera de calle si quería.
Dos semanas después, Fingolfo estaba flotando discretamente por la clase de nanorobótica cuando alguien nuevo le llamó la atención, nunca había visto a aquella pelirroja, así que voló hacia ella. La chica lo había paralizado con un bolígrafo eléctrico y Feanor se acercó a recuperar a su robot y pedir disculpas.

La chica se llamaba Nerdanel y tres años después estaban casados.

Feanaro Curufinwe Finwion no sólo era un genio. También era la oveja negra de su familia. Su madre había muerto poco después de su nacimiento y su padre no podía ni mirarlo a la cara sin recordarla. Se había vuelto a casar tan pronto que las coronas de flores del entierro de su primera mujer aún no se habían marchitado mientras sonaban las campanas de boda.
A Feanor nunca le había gustado su madrastra y con el tiempo el sentimiento se había convertido en recíproco.

—Feanor, eso es para tu hermano. —le habían dicho incontables veces. Tantas que el pequeño genio había decidido a los ocho años que en cuanto pudiera se iba a marcha de esa casa.

Y así había sido diez años después. Con su título universitario, varios masters, recién casado y un buen trabajo en la misma empresa en la que trabajaba su suegro. La vida no le podía ir mejor.

O al menos eso creía, hasta que fue padre. El día que nació su primer hijo, Feanor se enamoró por segunda vez.

—Soy padre. ¡Soy padre! —había dicho, con el bebé en brazos. Y luego se giró a mirar a su mujer, que yacía derrotada en la cama, con la cara pálida y las ojeras ganándole terreno a sus pecas—. Por favor, no te mueras.

Nerdanel se puso a reír y Maedhros lloriqueó un poco, tenía hambre.

Muchos meses después, Feanor estaba en su taller, intentando enseñarle a hablar a su hijo —aunque Nerdanel le había advertido que enseñarle a decir “Vete a la mierda, Fingolfin.” no era una opción en el vocabulario aprobado para el bebé—, cuando tuvo una súbita y maravillosa idea. Aunque eso no era raro en él.

¿Qué tal si creaba una interfaz que se conectase directamente con el cerebro humano para crear toda una experiencia real? Podía emular a su madre y experimentar lo que nunca pudo, como que le enseñase a hablar… o a hornear pasteles.
Nerdanel aún le miraba con los ojos entrecerrados cada vez que decía que iba a intentar mejorar en repostería, ya había quemado la cocina dos veces.
Lo único que necesitaba era aprender neurología, no debía de ser tan difícil, los demás conocimientos ya los tenía.
Un mes después se olvidó de su proyecto a favor de crear una nueva fuente de energía basada en un espectro de luz especial que habían encontrado en otro planeta. Por lo visto la luz procedía de dos seres vivos parecidos a árboles. Era muy interesante.

—¿Qué es esto, papá? —había preguntado un buen día Maglor con siete años, su segundo hijo.

—A ver…

Feanor había cogido la carpeta que Maglor había sacado del montón, mientras sostenía a Curufin, su cuarto hijo, en un brazo. Celegorm estaba trepándose a una estantería, pero Maedhros parecía tenerlo controlado.

Ese día iban a mudarse de casa a una más grande y Feanor estaba intentando poner en orden el trabajo de toda su vida. Tampoco había sido tan larga hasta el momento, no había cumplido los treinta años, pero sí muy fructífera.

En la carpeta se podía leer: Tecnología de drift neuronal. Feanor abrió la carpeta y echó un vistazo a sus apuntes a mano. También había un pequeño almacenamiento digital en el bolsillo interior de la carpeta.

—Ideas viejas, Maglor… ideas viejas.

Y aunque lo apartó a un lado para empaquetarlo con todo lo demás, su cerebro no paró de recordarle esa idea durante meses, hasta que la desempolvó y empezó a trabajar en ella otra vez.
Quien sabía, igual ahora que estaba aún más formado podría sacar algo de aquella teoría.