¡Yare, yare!
Yare, yare…
—Señorita…
Neko abrió los ojos de golpe, o más bien se dio cuenta de que los tenía abiertos. Una mano enguantada empujó su teléfono móvil hacia abajo y Neko se preguntó cuándo demonios lo había cogido de la mesita. Ella estaba bastante segura de que llevaba un buen rato en la cama, durmiendo, pero no. Por lo visto se había quedado embobada leyendo en el móvil.
—Es hora de ir a la cama.
Neko levantó la cabeza, mirando en la dirección de aquella mano vestida con un guante blanco y siguiendo por el uniforme oscuro hacia arriba.
—¿Yuri? —preguntó extrañada.
¿Qué hacía su crush en su dormitorio? Y aún más importante. ¿Por qué iba vestido de mayordomo? ¿¡Desde cuando llevaba el flequillo tan largo y de lado!? ¿Estaba en su época emo punk y nadie la había avisado?
—¿Ya estás con el móvil otra vez? —preguntó Dante, que estaba de pie detrás de Yuri, pero Neko no tenía ojos para él, así que no se había dado cuenta de su presencia.
También iba vestido como si fuera un mayordomo.
—¿Qué clase de broma es esta? —preguntó Neko justo antes de que Yuri le chistase decepcionado.
—Señorita, necesita descansar para tener la piel reluciente…
Neko arrugó la nariz.
—Tengo catorce años. —le contestó.
—Es hora de dormir. —continuó Yuri.
Dante apoyó una rodilla en la cama de Neko, justo al lado de donde Yuri estaba sentado, y le pasó el brazo por detrás a su mejor amigo. Y los dos, a la vez, como si de un número musical se tratase dijeron:
—Si te quedas hasta tarde, tendremos que quedarnos sin aliento por ti.
Neko levantó las rodillas y tiró de la manta para taparse la cara, pero no funcionó, el peso de los chicos mantenía la manta anclada en su sitio.
—¿Pero qué mierda?
Yuri y Dante desplegaron los brazos como si fueran a abrazarla.
—¡Bailaremos!
Y de repente estaban en lo que parecía ser una habitación en un palacio y mientras Yuri y Dante bailaban un bailecito de lo más ridículo, Neko miró a su alrededor. Aún iba vestida con su pijama.
—¡Yare, yare! —dijeron los dos.
Y Neko se palmeó las mejillas.
—Esto no está pasando.
Una musiquilla alegre acompañaba a la escena mientras un montón de chicos guapos que no conocía de nada irrumpieron en la habitación.
—¡Ay, parece que nadie te puede parar! —canturreaban Yuri y Dante mientras los demás chicos le hacían una reverencia.
Neko levantó un labio en confusión, abrazándose a sí misma, mientras Yuri y Dante movían el culo muy felices.
—¡Yare, yare!
Y de repente estaba vestida con el vestido más princesil que había llevado en su vida. Neko se sentía un repollo y Yuri y Dante le estaban sirviendo comida en un comedor que parecía un salón de bodas para la realeza. Yuri incluso le estaba desplegando una servilleta.
—No —dijo Neko—. Me niego, esto no es real.
—¿Ya estás con el móvil otra vez? —repitió Dante con tono juguetón.
—¡No! —se quejó Neko, pero cuando miró hacia abajo tenía el móvil en las manos.
—¡Ay, nadie puede parar a esta chica!
Neko se puso en pie de golpe y se quitó la servilleta del regazo con violencia. Se agarró la falda de delante y la levantó para poder irse a zancadas de ese sitio.
—Tiene que haber una salida, esto es una ilusión. —se aseguró a sí misma.
Un zoom in de la cara de Dante fue seguido por una imagen de cuerpo entero de Yuri bailando con cara completamente seria y Neko se quería quitar los ojos de la cara, pero a la vez no podía parar de mirar.
Y de repente tenía una campanilla en la mano y estaba haciéndola sonar.
—¿Pero qué…? —fue lo único que le dio tiempo a decir antes de que Yuri y Dante le sirvieran la torre de dulces más apetecibles que había visto en mucho tiempo—. Hum…
Neko se quería relamer los labios, pero los apretó, resistiendo la tentación. No, no podía ceder, necesitaba salir de allí rápido. Quien hubiera creado esa ilusión parecía conocer algunas de sus debilidades secretas demasiado bien.
Y Dante y Yuri seguían bailando. Y la música seguía sonando. Y los hombros de Neko estaban crispados y sus puños bien cerrados. Pero acabó por levantar una mano temblorosa hacia una de las pastas.
Y de repente estaba en su habitación, en pijama, con Yuri acariciándole una mejilla.
—Será mejor que lo dejemos ya… Es hora de irse a la cama. —le recordó Yuri, levantándose a apagar la lámpara.
-¡Llevo en la cama desde el principio! —berreó Neko a la oscuridad de su habitación.
Oscuridad de la que salió repentinamente la cara de Dante sonriendo como un gato satisfecho.
—Nunca quisiste irte a dormir, ¿verdad? —le preguntó.
—Coño, que susto. —murmuró Neko, llevándose, ahora sí, la manta hasta la barbilla.
—Hmf… —se rió Yuri—. Quieres venir a bailar con nosotros…
—No. —contestó Neko con la voz pequeñita, pequeñita, pequeñita…
Yuri y Dante le agarraron cada uno de una mano, llevándolas peligrosamente cerca de sus labios.
Neko apretó la boca mucho. Podía notar el calor en sus mejillas. Aquello era tan, pero que tan absurdo… Ah, ¿no se suponía que debería despertar?
—Debería de ir a dormir temprano, señorita. —le recordó Dante.
—¡Eso he hecho!
—Pero puede ser nuestro secreto. —le susurró Yuri.
—Uh. —dijo elocuentemente Neko.
Y le besaron las manos.
Y de repente todos los chicos que habían salido en el sueño estaban bailando para ella. Neko se dejó caer de la silla al suelo y se abrazó las piernas como bien pudo, vestida otra vez con el vestido más pomposo de la existencia.
—¡Yare, yare! ¡No hay quien pare a la señorita!
Neko suspiró derrotada, apoyó la barbilla sobre las miles de capas encima de sus rodillas y entrompó los labios. Y mientras el elenco se dedicaba a bailarle la canción completa, alguien le sirvió un té.
—Gracias. —dijo Neko sin fuerzas mentales para luchar contra lo que estaba pasando.
Después de darle un trago se sorprendió de lo bueno que estaba el té. Yuri se alejó unos segundo del grupo de baile para darle un macaron a la boca que Neko cansadamente aceptó.
El baile y la canción continuaron por lo que parecían treinta segundos o una eternidad, Neko no lo tenía muy claro. Los mayordomos se turnaban para servirle comida y bebida que Neko no paraba de aceptar por muy llena que se sientiera. Y la locura seguía sin parecer llegar a su fin.
Hasta que de repente Yuri y Dante pararon para hacerse una foto y la foto apareció mágicamente en la mesa junto al té de Neko, que la agarró para inspeccionarla con curiosidad.
—Debería de irse a la cama ahora, señorita.
Neko levantó la cabeza de golpe al oír esa frase, porque parecía que hacía tres vidas que no la había oído.
—¡Sí, quiero irme a la cama!
Y tal como había ido apareciendo en todos aquellos escenarios, volvía a estar en su cama, en pijama y tiró el móvil que llevaba en la mano lo más lejos posible.
—Después de todo es hora de decir adiós.
Neko se tumbó, se tapó hasta la barbilla y se aburritó entre las sábanas. Yuri se inclinó y le susurró despacio en el oído, mientras la música se empezaba a oír de nuevo suavemente intentando llenar la habitación.
—Si no te duermes ahora… Nosotros…
—¡Adiós! —gritó Neko.
Y el silencio llenó sus oídos de estática. Esperó un poco antes de atreverse a abrir un ojo y se dio la vuelta para encender la luz de la lámpara de su mesita de noche.
Neko se incorporó en la cama y ahí fue cuando se dio cuenta de que la consola portátil donde había estado jugando el último juego que le había prestado Kora, uno sobre ser una princesa y tener ocho mayordomos con los que podías ligar, seguía encendida en la última pantalla que había estado jugando. Los paquetes de los snacks que había estado comiendo estaban desperdigados encima de su cama y el estómago de Neko rugió por la indigestión.
Neko se dio la vuelta, gruñendo. Tenía que dejar de jugar hasta las tres de la mañana mientras comía todos los snacks del mes, luego tenía sueños muy raros.
Aunque se había quedado con las ganas de saber qué té le habían servido, estaba bueno.