Aporte de hablar, buh buh
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—...y la actuación de la soprano fue catastrófica; no es que cantase mal, entiéndeme, pero no había nada de entusiasmo en su canción. Se notaba sobremanera que no estaba metida en el papel, ¡no había pasión ahí!
Gesticulaba animadamente en el aire mientras hablaba, lo cual era un tanto preocupante teniendo en cuenta la velocidad a la que conducía (Artoria se aseguró de tener su cinturón de seguridad bien abrochado). Su malhumor había quedado momentáneamente olvidado cuando vio la oportunidad de hablar de la última ópera que se había estrenado en la ciudad una que, por lo que parecía, había visto muchas veces en distintas ocasiones, las suficientes como para poder compararlas.
—No lo sabría decir —respondió ella, educadamente —. Nunca me ha interesado la ópera especialmente.
—¿Ni aún cuando estás casada con la familia dueña del Liceo y del Gran Teatro? —parecía sorprendido, si no indignado, por tamaña revelación. Artoria se rió un poco sin pretenderlo.
—Pues no. No fue por eso que me casé con Gwyndolin.
Génesis le lanzó una mirada de reproche e hizo un claro esfuerzo por morderse la lengua antes de devolver la atención a la calle. Por suerte para ellos aún era demasiado tarde (o temprano, según como se viese) para que hubiera mucho tráfico. Artoria se preguntó si al detective le llegaban multas por exceder el límite de velocidad pese a ser policía.
—¿Puedo preguntar en qué necesitas mi ayuda exactamente? —su ligera sonrisa se esfumó cuando decidió devolver la conversación a asuntos más serios. Génesis hizo lo propio —. No creo que sea muy convencional, por no decir otra cosa, inmiscuir a civiles en investigaciones secretas de la policía.
—Como ya sabrás, no soy un policía convencional. —Pese a la seriedad en su rostro había una arrogancia en su voz tan interiorizada que hizo que Artoria rodara los ojos.
Artoria había descubierto en las escasas horas en las que le conocía que Génesis que, efectivamente, no era un detective convencional, aunque lo cierto es que eso no era nada nuevo. El señor Rhapsodos se había hecho célebre en la ciudad tanto por los casos que había resuelto como por su excentricismo, y el número de criminales que, con sus palabras textuales, “había destruido y enviado a los confines más oscuros del sufrimiento humano”, era sólo superado por su amor por lo lujoso. Y el teatro. Sobre todo el teatro.
En esas circunstancias, no era extraño que conociera muy bien la familia de su mujer y también la identidad de Artoria sin que ella hubiese tenido que contarle nada. Pero eso tampoco era nada nuevo. Los Pendragon eran demasiado conocidos para su propia conveniencia; lo había dicho su padre muchas veces y ella no podía estar más de acuerdo.
—Eres una Pendragon. —Decidió explicar él al final, tras unos segundos de silencio. Artoria contuvo un suspiro. —. Lo que significa que tienes influencia. Y eso puede venirme… venirnos —se corrigió—, más que bien. Dime, ¿qué sabes del juego de Neverland?
—¿Aparte de ser un juego de arcade que secuestra gente? —respondió, con sarcasmo. Tomó aire y luego volvió a responder —. Sé que usa una tecnología llamada drift neuronal. Por lo que tengo entendido, fue uno de los programas pioneros en utilizarla de forma tan completa y extendida. Hasta que salió el juego solo se había usado para simular instancias cortas o sesiones de preparación, no una realidad entera.
Génesis pareció satisfecho con su respuesta, haciendo un ruido de aprobación mientras giraba el volante. Había descendido la velocidad, lo que debía indicar que se estaban acercando a donde fuera que se dirigieran.
—Eso es. Desde que ha empezado este jaleo hemos estado investigando no solo los locales, sino también a los propietarios, tanto de los salones de juego como de las máquinas. De momento ha sido imposible contactar con el fabricante. Han dicho que es por cosas de la diferencia de horarios, pero yo no me lo trago.
Sus palabras dejaban entrever que tenía una teoría al respecto, una de esas que solían poner toda una investigación secreta en movimiento en las películas. A pesar del gesto expectante de Artoria, Génesis no habló hasta que hubieron aparcado el coche en una calle ancha de casas pequeñas pero lujosas. Le recordaba un poco a su propio barrio.
—Dime, ¿te suena el nombre de Feanaro Curufinwe? —le preguntó, mirándola directamente por primera vez.
Ella frunció ligeramente el ceño. Lo cierto es que sí le resultaba un nombre familiar.
—¿No es ese el famoso inventor desaparecido? El que desarrolló la energía termolumínica con los árboles que encontraron en otro planeta.
—Así es. —Génesis comprobó si quedaba algo de su segunda lata de cerveza, agitándola un poco. Se bebió los escasos restos antes de continuar —. Feanaro Curufinwe Finwion; Feanor para los amigos. Desapareció hace unos… veinte años, más o menos. Los suficientes para habérsele declarado oficialmente muerto.
—¿Y qué tiene que ver él en todo esto? —exigió saber Artoria, demasiado impaciente para tanto preámbulo.
Génesis hizo un gesto exagerado con la mano, uno de tantos. Al menos esta vez no estaba conduciendo.
—Pues verás, hace tiempo alguien puso una denuncia a la compañía desarrolladora, poco después de que Neverland fuera puesto en fase beta. Normalmente suelen suceder esa clase de cosas entre rivales en el sector; peces gordos mordiéndose la cola unos a otros y eso. ¡Pero! —Levantó un dedo en un gesto brusco, haciendo que Artoria diera un bote en el asiento —. En este caso la denuncia fue realizada de forma individual por un ciudadano que argumentaba que habían estado usando tecnología robada. Y quien hizo la denuncia no fue otro que uno de los muchos hijos de Curufinwe.
—Quieres decir… ¿qué Feanor puede estar relacionado con el caso? —Génesis asintió, satisfecho.
—Puede que no directamente. Lamentablemente, la denuncia que puso su familia cayó en saco roto, porque aunque sí había pruebas de que Feanor había estado desarrollando tecnología de drift neuronal, no había nada que le asociase directamente con el proyecto de Neverland. Es decir, había mucha gente investigando lo mismo de forma paralela, y sus estudios eran demasiado rudimentarios todavía para ser poco más que una base. Estamos hablando de tecnología de hace más de dos décadas.
Se frotó el entrecejo, frustrado con el asunto como si se tratase de alguna chapuza de la oficina que le hubiese tocado arreglar. Suspiró y la miró, muy serio.
—Su familia puede que sepa algo; puede que no sobre lo que está pasando directamente, pero sí sobre la tecnología que usan los puertos de juego. Y quizá puedan ayudarnos a acceder a las máquinas…
—...Y así sacar los jugadores de dentro. —Terminó ella. Génesis le sonrió. Pareció a punto de hacer un gesto pero se contuvo, tratando de conservar la profesionalidad detectivesca. —Algo me dice que tus compañeros de trabajo no estaban muy de acuerdo con tu teoría.
Génesis bufó con desdén.
—¡Bah! Siempre hacen lo mismo. Siempre soy yo el que tiene que tomar riesgos. Y sí, a veces la cago, pero eso no justifica quedarse de brazos cruzados.
Por primera vez y quizá verdaderamente, Artoria sintió verdadera simpatía por ese hombre que solo había visto en retazos de periódico hasta entonces.
—Y esta vez es personal —dijo, más por intuición que otra cosa.
Génesis la miró, sorprendido en un inicio y luego entrecerró los ojos.
—Sí. Esta vez es personal.