Author Topic: SeeDs in the Garden – revival  (Read 85642 times)


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #105: February 28, 2025, 05:07:27 PM »
Galbadia, tierra de yaois


Lo que tenían no podía llamarse amor.

Una vez lo había sido, pero los dulces y tiernos sentimientos que hubieran florecieron entre ellos fueron rotos en pedazos con mentiras, ira y distancia. Solo quedaban rastros de aquel afecto inocente: una sombra de confianza, chispas de camaradería, una atracción subyacente. Eso era lo que los mantenía intercambiando información y conversaciones triviales, así como lo que hacía que ceder a la atracción entre ellos no fuera completamente incómodo.

Lo que tienen ahora es solo una sombra de lo que fue. El último lazo con los días más simples de su juventud como SeeDs, colgando de un hilo que Diluc no puede encontrar la fuerza para cortar del todo. Si lo cuestiona demasiado, podría desmoronarse por sí solo, arder hasta las cenizas, romperse como el hielo.

Por eso no se atrevió a pensar demasiado en por qué Kaeya parecía más desesperado de lo habitual esa noche, prácticamente estrellándolo contra la estantería detrás del mostrador, haciendo que botellas y vasos tintinearan con el impacto. Como un imán, los labios de Kaeya se posaron en su cuello, sus besos enviando escalofríos por el cuerpo de Diluc mientras enfriaban la piel siempre cálida gracias a las nanomáquinas.

Había algo vidrioso en sus ojos, un ligero temblor en sus manos mientras alcanzaban la camisa de Diluc; eran torpes, luchando un poco al deshacer la corbata.

Diluc lo sujetó por las muñecas antes de que pudiera seguir.

—No me gusta hacer esto cuando estás borracho.

¿Tocarlo le resultaba tan insoportable que necesitaba encontrar valor en el fondo de una botella? ¿Kaeya hacía esto porque realmente lo quería, o solo para mantenerse en buenos términos con un valioso informante para el Jardín de Galbadia? Años habían pasado, y aún así, a Diluc le costaba ignorar el hecho de que, por lo que sabía, todos los recuerdos felices que compartió con Kaeya podrían haber sido una mentira.

Kaeya lo miró con una expresión curiosa y luego sacudió la cabeza.

—No lo estoy —exhaló, con el ceño fruncido, aunque tras un momento confesó—: Bueno, sí, un poco chispado.

Alisó las solapas del chaleco de Diluc, inclinándose hasta que sus pechos quedaron juntos, como si intentara envolverlo, y presionó un beso en su mandíbula.

—Vamos, rayito de sol —murmuró—, no dejes que un par de copas de vino arruinen el ambiente. Vamos a divertirnos un poco

Para enfatizar su punto, Kaeya cayó de rodillas y desabrochó los pantalones de Diluc, deslizando la palma sobre su bulto antes de bajarle la ropa interior, hasta que su traicionero miembro semiduro quedó libre.

—Ves, tú también tienes ganas.

Diluc casi sintió una suerte de vindicación ante el toque frío que lo hizo estremecerse, como si castigara a su propio cuerpo por ir en contra de sus principios… casi.

—Mierda… tus manos… —murmuró con un jadeo.

—Lo siento, lo siento —susurró Kaeya.

Antes de que Diluc pudiera seguir quejándose, el calor de la boca de Kaeya lo envolvió, moviéndose arriba y abajo por su longitud hasta llevarlo a la plena dureza; por suerte, sus fríos dedos se aferraban a sus muslos sobre la tela de los pantalones.
Frente a un deseo tan hambriento, Diluc ni siquiera pudo detenerse a preguntarse qué demonios le pasaba a Kaeya esa noche. Cualquier pensamiento racional se disolvió en cuanto sintió la apretada calidez de su garganta.

Era casi patético lo fácil que Kaeya lo arrastró hacia el clímax, y cuando Diluc le advirtió que estaba cerca, él se apartó solo un par de centímetros, su aliento fantasmagórico acariciando la punta.

—Puedes terminar en mi boca —fue lo único que dijo.

Todo lo que Diluc pudo hacer fue aferrar su cabello con fuerza y derramarse en esa boca ansiosa con un gemido entrecortado. Kaeya lo tomó con naturalidad, tragando todo con tal ruido que Diluc se estremeció con las sacudidas finales de su orgasmo. Sus oídos aún zumbaban cuando Kaeya se levantó sobre piernas temblorosas, usando el dorso de la mano para limpiarse la boca y ahogar unas pequeñas toses.

—Ven aquí.

Nunca le había gustado quedar en deudas, así que Diluc tiró de su muñeca para acercarlo y deslizó la otra mano entre sus piernas. Directo al grano, aunque si el bulto en los pantalones de Kaeya era alguna indicación, no iba a quejarse.

Con un esfuerzo conjunto, lograron bajar sus ajustados pantalones.

—Joder… —Kaeya tembló cuando Diluc empezó a acariciarlo.

Embistiendo puño, hundió una mano en el pelo de Diluc y enterró el rostro en coronilla, sus jadeos quedando ahogados contra su pelo hasta que terminó con unos últimos movimientos erráticos. Con un largo y satisfecho gemido, Kaeya se apoyó levemente en Diluc, sus cuerpos aún pegados.

Durante un breve momento de debilidad, Diluc pudo fingir que todavía había algo entre ellos, algo parecido a lo que alguna vez tuvieron, y se permitió acariciar suavemente la espalda de Kaeya mientras compartían el calor del desenlace… hasta que Kaeya se apartó con un escalofrío.
Volviendo abruptamente a la realidad, Diluc tomó un paño para limpiarse la mano.

—Lo siento, te he ensuciado la camisa —dijo Kaeya mientras se subía los pantalones con un pequeño salto, tan despreocupado como siempre. Su pequeño desliz parecía haberlo despejado.

—No importa —respondió Diluc, más interesado en la manera en que la habitual y ladina media sonrisa de Kaeya volvía a sus labios.

—Bueno, ha sido divertido.

Antes de irse, se giró hacia Diluc y añadió:

—Gracias, maestro Diluc.


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #106: March 31, 2025, 03:55:06 PM »
Cuando escribes y no sabes dónde vas exactamente, pero seguro que lleva a alguna parte (?)



Corría más de lo que creía que su propio cuerpo pudiera llegar a soportar, con el incesante latido de su corazón bombeándole en las sienes ensordecedoramente; la garganta le ardía, apretada por una mano invisible de culpa y temor, los ojos empezaban a humedecérsele por el humo, su pecho estaba comprimido y cada vez más vacío de aire.

Pero sólo podía correr.

Ky Kiske hubiera preferido, por mucho y de buen grado, la muerte antes que tener que huir. Desde el mismo momento en que había sido ascendido al cargo de Comandante de la Orden de los Sagrados Caballeros de Aetheria había estado más que preparado para morir por ella. Por su gente. Por la justicia. Caer en la batalla no significaba más que un gran honor para él. Y sin embargo, aquella fatal tarde se había llevado por delante demasiadas almas, dejándole sólo a él como el único que podía seguir adelante. Todavía permanecía en sus retinas la imagen de tres de sus caballeros sacrificándose para que pudiera huir, y sabía que quedaría grabada a fuego en su interior para siempre.

"Comandante, sólo usted puede salvar Aetheria", habían dicho antes de lanzarse en una acometida suicida. Ky había querido gritar en aquel momento, pero su cuerpo se había paralizado, estático como una estatua de piedra y hielo hasta que consiguió reaccionar. Abandonaría el campo de batalla, huiría como los miserables cobardes a los que se enfrentaban, pero para honrar la memoria de los valientes que habían perecido en la batalla. Para que todos supieran que en Aetheria sólo había hombres valientes.

Y mientras corría, con la luz del atardecer apenas filtrándose entre los árboles, juró que ganaría aquella guerra, fuera así lo último que hiciera.

**

El bosque era laberíntico, y ya no había más luz que el tenue resplandor rosa y púrpura que indicaba la llegada del anochecer acompañado por las cada vez más escasas chispas que emitía la Thunderseal en su mano, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta el estado de agotamiento en el que se encontraba Ky. El joven tenía el pelo pegado a la frente por el sudor y la sangre, la capa rasgada y el cuerpo variando entre adolorido y entumecido. Encontrar un sitio en el que descansar era prioridad, pues temía quedar expuesto y descubierto ante sus enemigos. Ni siquiera sabía si había conseguido dejarles atrás, pero aunque no escuchaba a nadie seguirle, no se atrevía a confiarse.

Incapaz de mantener el ritmo al que estaba moviéndose, tuvo que ralentizar sus pasos hasta un suave trote. Tampoco estaba muy seguro de hacia dónde se dirigía, ni siquiera si podría encontrar algún lugar, pero sabía que si se detenía no podría seguir ya. No se dio cuenta hasta más tarde que empezaba a seguir un camino, marcado casi imperceptiblemente en el suelo, y de alguna manera se sintió, si no más animado, al menos con más fuerzas. Podría encontrar refugio o enemigos, pero al menos encontraría algo.

Llegó a un amplio claro, sorprendiéndose al ver ante él una iglesia de un tamaño medio. Ésta estaba abandonada, era obvio al ver la maleza que cubría sus muros frontales y la madera del portal húmeda y carcomida, pero parecía estable. Ky avanzó con cuidado, apretando sus dedos alrededor del mango de la Thunderseal, temiendo que de la nada apareciera un enemigo invisible. Pero sus miedos no se llegaron a confirmar. El silencio que reinaba en el templo sólo se vio quebrantado por el chirrido que emitieron las bisagras del portón, oxidadas y estropeadas tras años de desatención.

La luz del anochecer se filtraba por los ventanales que aún quedaban en pie. Desde dentro, la iglesia parecía mucho más grande e imponente, sus vigas más altas y su cúpula profunda y lejana. Mientras Ky caminaba, siguiendo una vieja alfombra que llevaba hasta el altar, llevó su mano libre hasta el crucifijo dorado que colgaba de su cuello, rebotando entre su pecho y la tela del uniforme. Rodeó la cruz con sus dedos, apretándola, y murmuró una oración en voz baja. No pedía ayuda ni amparo para él, sino que suplicaba misericordia para con las almas que habían partido aquella tarde. Cuando llegó al altar, apoyó una rodilla en el suelo, inclinándose hacia delante y besando el crucifijo.

—Non nobis domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam...

Por favor, Señor, ten piedad...

Y allí, en el silencio de la iglesia, su cuerpo empezó a temblar. Los recuerdos de lo acontecido apenas horas atrás, el fuego y la sangre, la muerte y la desesperación. El vacío que se formaba en su pecho parecía no tener fin, engullendo todo su ser, amenazando con apagar la llama de esperanza que todavía albergaba. La paz que tanto ansiaba traer al reino cada vez era más lejana. La Orden y la gente de Aetheria creían en él. Podía ver los rostros de su gente sonriéndole con la convicción de que podría salvarles, el coraje y la fuerza que embargaban a sus caballeros bajo su mando.

Pero él era sólo un hombre. Y cada día sentía su espíritu más débil.

...de mí.

Un sonido sordo sacudió a Ky de puro sobresalto. Algo acababa de atravesar la cúpula sobre el altar, rompiendo cristales y partiendo vigas en su pesada caída. El joven se incorporó con la velocidad casi inhumana que sólo podían proporcionarle sus reflejos, alzando la Thunderseal que brillaba con la corriente eléctrica chispeando alrededor de su filo. No podía ver qué era lo que había caído, pues quedaba oculto tras el altar, y permaneció en una posición alerta durante unos segundos. Esperaba que fuera lo que fuera que había llegado saltara hacia él de un momento a otro, y se sorprendió al ver que no era así.

El chisporroteo de la electricidad casi llegaba a opacar el sonido de una respiración ajetreada que no era la suya, pero sirvió a Ky para saber que había algo vivo y que probablemente estaría en un pésimo estado. No pensaba bajar la guardia, aunque finalmente se decidió a ver qué era lo que había llegado. Rodeó el altar, y a través de una fina cortina de polvo que aún permanecía en el aire, encontró el causante de todo aquel ajetreo. Y cuando lo vio, estuvo a punto de dejar caer la Thunderseal por la impresión.

Era un ángel.
« Last Edit: March 31, 2025, 03:57:26 PM by Kora »


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #107: April 24, 2025, 01:46:23 PM »
Tirado en el suelo, se retorcía quejumbroso, cruzando una mueca dolorida su cara de rasgos afilados. A juzgar por su rostro, parecía joven, un par de años mayor que Ky en apariencia a lo sumo, humano e inhumano a la vez. Pero no eran sus facciones lo que delataban su naturaleza extraterrenal, sino las amplias alas que nacían de su espalda, replegadas en una posición que parecía dolorosa para la criatura. Ky no podía dejar de mirarlas, a pesar de estar dañadas y sucias no habían perdido su aura celestial. Seguían siendo las alas de un ángel.

Ky boqueaba, inseguro de qué debía decir en aquel momento. Era obvio que aquella criatura estaba malherida, pero no estaba seguro de qué podía hacer por ella. Algo de sangre manchaba sus sencillas ropas, y se arrodilló a su lado para tantear, dubitativo, en busca de las heridas que pudiera tener, y así evaluar si moverlo o no. Cuando empezaba a deslizar sus dedos sobre la tela, oyó un balbuceo bajo él. Aparentemente, el ángel no se había dado cuenta de su presencia por el dolor que sentía.

—¿C—Comandante... Kiske...? —La voz salía de los finos labios en susurros entrecortados, pero Ky pudo entenderlo. Este le hizo un gesto para que no siguiera hablando, no hasta que se encontrara mejor al menos. —Comandante... tengo un... un...

La mano de Ky pasó sobre el costado de éste, apretando algo muy húmedo y caliente bajo la ropa. En aquel momento, la criatura emitió un quejido, y sólo pudo susurrar 'mensaje' antes de perder el conocimiento.

**

Había conseguido llevarlo hasta el granero de la iglesia, el único lugar que todavía era remotamente cómodo, ya que la sacristía no se encontraba en un estado habitable por exceso de humedad y falta de cama, la cual había sido devorada por las ratas. Cargar con el cuerpo del ángel a través del patio no había sido tarea fácil dado el estado de Ky, pero la determinación del joven comandante habían hecho las veces por su fuerza. Afortunadamente, todavía quedaban allí restos de paja y unas telas viejas y sucias. Muy probablemente el lugar había sido utilizado no hacía mucho, quizá sólo meses atrás.

Apoyó al ángel sobre uno de los montones de paja, y tras extender una de las telas sobre el montón de al lado, dejó allí el cuerpo de aquel ser, extendiendo con cuidado sus heridas alas para que no pudiera aplastarlas con su propio peso. Una vez colocado de forma apropiada, Ky determinó que necesitaría un poco de agua para limpiar la herida que debía tener en el costado, y marchó rápidamente hacia el patio. Pidió interiormente que el pozo que había visto todavía tuviera agua limpia, y para en una grata sorpresa, obtuvo un cubo lleno de agua fría y usable.

Cuando Ky volvió al granero, se encontró con que el ángel había despertado. No podía ver si había abierto los ojos con la escasa luz que quedaba ya del atardecer, pero sí cómo movía sus brazos tentativamente en la oscuridad. Avanzó rápidamente hacia él para impedir que llegara a hacerse daño, y como si no lo hubiera tocado nunca, puso sus manos sobre su brazo con una reverencia extrema.

—Por favor, no os mováis. —Susurró. —Podéis haceros daño.

—N—no... estoy... —Al menos se había detenido, y Ky sintió como le escudriñaba con unos ojos claros como el agua, haciéndole sentir pequeño e insignificante. —...bien.

Ky lo examinó de arriba a abajo, con dificultad debido a la pésima iluminación. Con sus manos aún sobre la piel del otro, miró a su alrededor en busca de algo que sirviera para alumbrar la estancia. No quería tener que arriesgarse a quemar algo con una descarga de electricidad, dado el mal estado del lugar, y por suerte vio una linterna de aceite colgando de una de las vigas. La recogió y procedió a emitir una pequeña descarga para encender el líquido, consiguiendo una llama que bailaba entre las paredes de cristal. La estancia quedó iluminada, para satisfacción del joven, que procedió a examinar al ser.

—Comandante Kiske... —Murmuró el ángel. —No es... necesario...

—Dejad que os limpie las heridas, al menos. —Ky se acuclilló a su lado, y llevó sus manos hasta la ropa que cubría el pecho del otro. —¿Puedo...?

El más ligero rubor cubrió las mejillas del otro ser al tiempo que asentía torpemente, pero aquello pasó completamente desapercibido a Ky, que tomó con cuidado la tela bajo sus dedos, apartándola despacio. El pecho y abdomen, hechos de firme músculo blanco como la nieve, sólo estaban manchados por la sangre que emanaba de una amplia herida en el costado. Ky sacudió una de las telas antes de mojarla con el agua del cubo, y procedió a humedecer la carne con cuidado. El ángel estaba cubierto de suciedad y cenizas, y hubo de esforzarse para dejar lo más limpia posible la herida.

No tardó mucho en su tarea, cubriendo la herida con el trapo mojado que había usado. Mientras trabajaba, de vez en cuando dirigía miradas furtivas al rostro del ángel, delineado por las sombras y luces que provocaba la lámpara. Éste parecía mirar hacia otro lado, de vez en cuando apretando la mandíbula en dolor si Ky rozaba demasiado fuerte la herida, pero se mostró agradecido una vez había terminado.

—Gracias, Comandante Kiske. —Casi inaudible, y con una voz aún resquebrajada por el dolor, respondió. —Sois tan bueno de corazón como dicen.

—No es nada.