Author Topic: SeeDs in the Garden – revival  (Read 89174 times)


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #105: February 28, 2025, 05:07:27 PM »
Galbadia, tierra de yaois


Lo que tenían no podía llamarse amor.

Una vez lo había sido, pero los dulces y tiernos sentimientos que hubieran florecieron entre ellos fueron rotos en pedazos con mentiras, ira y distancia. Solo quedaban rastros de aquel afecto inocente: una sombra de confianza, chispas de camaradería, una atracción subyacente. Eso era lo que los mantenía intercambiando información y conversaciones triviales, así como lo que hacía que ceder a la atracción entre ellos no fuera completamente incómodo.

Lo que tienen ahora es solo una sombra de lo que fue. El último lazo con los días más simples de su juventud como SeeDs, colgando de un hilo que Diluc no puede encontrar la fuerza para cortar del todo. Si lo cuestiona demasiado, podría desmoronarse por sí solo, arder hasta las cenizas, romperse como el hielo.

Por eso no se atrevió a pensar demasiado en por qué Kaeya parecía más desesperado de lo habitual esa noche, prácticamente estrellándolo contra la estantería detrás del mostrador, haciendo que botellas y vasos tintinearan con el impacto. Como un imán, los labios de Kaeya se posaron en su cuello, sus besos enviando escalofríos por el cuerpo de Diluc mientras enfriaban la piel siempre cálida gracias a las nanomáquinas.

Había algo vidrioso en sus ojos, un ligero temblor en sus manos mientras alcanzaban la camisa de Diluc; eran torpes, luchando un poco al deshacer la corbata.

Diluc lo sujetó por las muñecas antes de que pudiera seguir.

—No me gusta hacer esto cuando estás borracho.

¿Tocarlo le resultaba tan insoportable que necesitaba encontrar valor en el fondo de una botella? ¿Kaeya hacía esto porque realmente lo quería, o solo para mantenerse en buenos términos con un valioso informante para el Jardín de Galbadia? Años habían pasado, y aún así, a Diluc le costaba ignorar el hecho de que, por lo que sabía, todos los recuerdos felices que compartió con Kaeya podrían haber sido una mentira.

Kaeya lo miró con una expresión curiosa y luego sacudió la cabeza.

—No lo estoy —exhaló, con el ceño fruncido, aunque tras un momento confesó—: Bueno, sí, un poco chispado.

Alisó las solapas del chaleco de Diluc, inclinándose hasta que sus pechos quedaron juntos, como si intentara envolverlo, y presionó un beso en su mandíbula.

—Vamos, rayito de sol —murmuró—, no dejes que un par de copas de vino arruinen el ambiente. Vamos a divertirnos un poco

Para enfatizar su punto, Kaeya cayó de rodillas y desabrochó los pantalones de Diluc, deslizando la palma sobre su bulto antes de bajarle la ropa interior, hasta que su traicionero miembro semiduro quedó libre.

—Ves, tú también tienes ganas.

Diluc casi sintió una suerte de vindicación ante el toque frío que lo hizo estremecerse, como si castigara a su propio cuerpo por ir en contra de sus principios… casi.

—Mierda… tus manos… —murmuró con un jadeo.

—Lo siento, lo siento —susurró Kaeya.

Antes de que Diluc pudiera seguir quejándose, el calor de la boca de Kaeya lo envolvió, moviéndose arriba y abajo por su longitud hasta llevarlo a la plena dureza; por suerte, sus fríos dedos se aferraban a sus muslos sobre la tela de los pantalones.
Frente a un deseo tan hambriento, Diluc ni siquiera pudo detenerse a preguntarse qué demonios le pasaba a Kaeya esa noche. Cualquier pensamiento racional se disolvió en cuanto sintió la apretada calidez de su garganta.

Era casi patético lo fácil que Kaeya lo arrastró hacia el clímax, y cuando Diluc le advirtió que estaba cerca, él se apartó solo un par de centímetros, su aliento fantasmagórico acariciando la punta.

—Puedes terminar en mi boca —fue lo único que dijo.

Todo lo que Diluc pudo hacer fue aferrar su cabello con fuerza y derramarse en esa boca ansiosa con un gemido entrecortado. Kaeya lo tomó con naturalidad, tragando todo con tal ruido que Diluc se estremeció con las sacudidas finales de su orgasmo. Sus oídos aún zumbaban cuando Kaeya se levantó sobre piernas temblorosas, usando el dorso de la mano para limpiarse la boca y ahogar unas pequeñas toses.

—Ven aquí.

Nunca le había gustado quedar en deudas, así que Diluc tiró de su muñeca para acercarlo y deslizó la otra mano entre sus piernas. Directo al grano, aunque si el bulto en los pantalones de Kaeya era alguna indicación, no iba a quejarse.

Con un esfuerzo conjunto, lograron bajar sus ajustados pantalones.

—Joder… —Kaeya tembló cuando Diluc empezó a acariciarlo.

Embistiendo puño, hundió una mano en el pelo de Diluc y enterró el rostro en coronilla, sus jadeos quedando ahogados contra su pelo hasta que terminó con unos últimos movimientos erráticos. Con un largo y satisfecho gemido, Kaeya se apoyó levemente en Diluc, sus cuerpos aún pegados.

Durante un breve momento de debilidad, Diluc pudo fingir que todavía había algo entre ellos, algo parecido a lo que alguna vez tuvieron, y se permitió acariciar suavemente la espalda de Kaeya mientras compartían el calor del desenlace… hasta que Kaeya se apartó con un escalofrío.
Volviendo abruptamente a la realidad, Diluc tomó un paño para limpiarse la mano.

—Lo siento, te he ensuciado la camisa —dijo Kaeya mientras se subía los pantalones con un pequeño salto, tan despreocupado como siempre. Su pequeño desliz parecía haberlo despejado.

—No importa —respondió Diluc, más interesado en la manera en que la habitual y ladina media sonrisa de Kaeya volvía a sus labios.

—Bueno, ha sido divertido.

Antes de irse, se giró hacia Diluc y añadió:

—Gracias, maestro Diluc.


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #106: March 31, 2025, 03:55:06 PM »
Cuando escribes y no sabes dónde vas exactamente, pero seguro que lleva a alguna parte (?)



Corría más de lo que creía que su propio cuerpo pudiera llegar a soportar, con el incesante latido de su corazón bombeándole en las sienes ensordecedoramente; la garganta le ardía, apretada por una mano invisible de culpa y temor, los ojos empezaban a humedecérsele por el humo, su pecho estaba comprimido y cada vez más vacío de aire.

Pero sólo podía correr.

Ky Kiske hubiera preferido, por mucho y de buen grado, la muerte antes que tener que huir. Desde el mismo momento en que había sido ascendido al cargo de Comandante de la Orden de los Sagrados Caballeros de Aetheria había estado más que preparado para morir por ella. Por su gente. Por la justicia. Caer en la batalla no significaba más que un gran honor para él. Y sin embargo, aquella fatal tarde se había llevado por delante demasiadas almas, dejándole sólo a él como el único que podía seguir adelante. Todavía permanecía en sus retinas la imagen de tres de sus caballeros sacrificándose para que pudiera huir, y sabía que quedaría grabada a fuego en su interior para siempre.

"Comandante, sólo usted puede salvar Aetheria", habían dicho antes de lanzarse en una acometida suicida. Ky había querido gritar en aquel momento, pero su cuerpo se había paralizado, estático como una estatua de piedra y hielo hasta que consiguió reaccionar. Abandonaría el campo de batalla, huiría como los miserables cobardes a los que se enfrentaban, pero para honrar la memoria de los valientes que habían perecido en la batalla. Para que todos supieran que en Aetheria sólo había hombres valientes.

Y mientras corría, con la luz del atardecer apenas filtrándose entre los árboles, juró que ganaría aquella guerra, fuera así lo último que hiciera.

**

El bosque era laberíntico, y ya no había más luz que el tenue resplandor rosa y púrpura que indicaba la llegada del anochecer acompañado por las cada vez más escasas chispas que emitía la Thunderseal en su mano, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta el estado de agotamiento en el que se encontraba Ky. El joven tenía el pelo pegado a la frente por el sudor y la sangre, la capa rasgada y el cuerpo variando entre adolorido y entumecido. Encontrar un sitio en el que descansar era prioridad, pues temía quedar expuesto y descubierto ante sus enemigos. Ni siquiera sabía si había conseguido dejarles atrás, pero aunque no escuchaba a nadie seguirle, no se atrevía a confiarse.

Incapaz de mantener el ritmo al que estaba moviéndose, tuvo que ralentizar sus pasos hasta un suave trote. Tampoco estaba muy seguro de hacia dónde se dirigía, ni siquiera si podría encontrar algún lugar, pero sabía que si se detenía no podría seguir ya. No se dio cuenta hasta más tarde que empezaba a seguir un camino, marcado casi imperceptiblemente en el suelo, y de alguna manera se sintió, si no más animado, al menos con más fuerzas. Podría encontrar refugio o enemigos, pero al menos encontraría algo.

Llegó a un amplio claro, sorprendiéndose al ver ante él una iglesia de un tamaño medio. Ésta estaba abandonada, era obvio al ver la maleza que cubría sus muros frontales y la madera del portal húmeda y carcomida, pero parecía estable. Ky avanzó con cuidado, apretando sus dedos alrededor del mango de la Thunderseal, temiendo que de la nada apareciera un enemigo invisible. Pero sus miedos no se llegaron a confirmar. El silencio que reinaba en el templo sólo se vio quebrantado por el chirrido que emitieron las bisagras del portón, oxidadas y estropeadas tras años de desatención.

La luz del anochecer se filtraba por los ventanales que aún quedaban en pie. Desde dentro, la iglesia parecía mucho más grande e imponente, sus vigas más altas y su cúpula profunda y lejana. Mientras Ky caminaba, siguiendo una vieja alfombra que llevaba hasta el altar, llevó su mano libre hasta el crucifijo dorado que colgaba de su cuello, rebotando entre su pecho y la tela del uniforme. Rodeó la cruz con sus dedos, apretándola, y murmuró una oración en voz baja. No pedía ayuda ni amparo para él, sino que suplicaba misericordia para con las almas que habían partido aquella tarde. Cuando llegó al altar, apoyó una rodilla en el suelo, inclinándose hacia delante y besando el crucifijo.

—Non nobis domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam...

Por favor, Señor, ten piedad...

Y allí, en el silencio de la iglesia, su cuerpo empezó a temblar. Los recuerdos de lo acontecido apenas horas atrás, el fuego y la sangre, la muerte y la desesperación. El vacío que se formaba en su pecho parecía no tener fin, engullendo todo su ser, amenazando con apagar la llama de esperanza que todavía albergaba. La paz que tanto ansiaba traer al reino cada vez era más lejana. La Orden y la gente de Aetheria creían en él. Podía ver los rostros de su gente sonriéndole con la convicción de que podría salvarles, el coraje y la fuerza que embargaban a sus caballeros bajo su mando.

Pero él era sólo un hombre. Y cada día sentía su espíritu más débil.

...de mí.

Un sonido sordo sacudió a Ky de puro sobresalto. Algo acababa de atravesar la cúpula sobre el altar, rompiendo cristales y partiendo vigas en su pesada caída. El joven se incorporó con la velocidad casi inhumana que sólo podían proporcionarle sus reflejos, alzando la Thunderseal que brillaba con la corriente eléctrica chispeando alrededor de su filo. No podía ver qué era lo que había caído, pues quedaba oculto tras el altar, y permaneció en una posición alerta durante unos segundos. Esperaba que fuera lo que fuera que había llegado saltara hacia él de un momento a otro, y se sorprendió al ver que no era así.

El chisporroteo de la electricidad casi llegaba a opacar el sonido de una respiración ajetreada que no era la suya, pero sirvió a Ky para saber que había algo vivo y que probablemente estaría en un pésimo estado. No pensaba bajar la guardia, aunque finalmente se decidió a ver qué era lo que había llegado. Rodeó el altar, y a través de una fina cortina de polvo que aún permanecía en el aire, encontró el causante de todo aquel ajetreo. Y cuando lo vio, estuvo a punto de dejar caer la Thunderseal por la impresión.

Era un ángel.
« Last Edit: March 31, 2025, 03:57:26 PM by Kora »


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #107: April 24, 2025, 01:46:23 PM »
Tirado en el suelo, se retorcía quejumbroso, cruzando una mueca dolorida su cara de rasgos afilados. A juzgar por su rostro, parecía joven, un par de años mayor que Ky en apariencia a lo sumo, humano e inhumano a la vez. Pero no eran sus facciones lo que delataban su naturaleza extraterrenal, sino las amplias alas que nacían de su espalda, replegadas en una posición que parecía dolorosa para la criatura. Ky no podía dejar de mirarlas, a pesar de estar dañadas y sucias no habían perdido su aura celestial. Seguían siendo las alas de un ángel.

Ky boqueaba, inseguro de qué debía decir en aquel momento. Era obvio que aquella criatura estaba malherida, pero no estaba seguro de qué podía hacer por ella. Algo de sangre manchaba sus sencillas ropas, y se arrodilló a su lado para tantear, dubitativo, en busca de las heridas que pudiera tener, y así evaluar si moverlo o no. Cuando empezaba a deslizar sus dedos sobre la tela, oyó un balbuceo bajo él. Aparentemente, el ángel no se había dado cuenta de su presencia por el dolor que sentía.

—¿C—Comandante... Kiske...? —La voz salía de los finos labios en susurros entrecortados, pero Ky pudo entenderlo. Este le hizo un gesto para que no siguiera hablando, no hasta que se encontrara mejor al menos. —Comandante... tengo un... un...

La mano de Ky pasó sobre el costado de éste, apretando algo muy húmedo y caliente bajo la ropa. En aquel momento, la criatura emitió un quejido, y sólo pudo susurrar 'mensaje' antes de perder el conocimiento.

**

Había conseguido llevarlo hasta el granero de la iglesia, el único lugar que todavía era remotamente cómodo, ya que la sacristía no se encontraba en un estado habitable por exceso de humedad y falta de cama, la cual había sido devorada por las ratas. Cargar con el cuerpo del ángel a través del patio no había sido tarea fácil dado el estado de Ky, pero la determinación del joven comandante habían hecho las veces por su fuerza. Afortunadamente, todavía quedaban allí restos de paja y unas telas viejas y sucias. Muy probablemente el lugar había sido utilizado no hacía mucho, quizá sólo meses atrás.

Apoyó al ángel sobre uno de los montones de paja, y tras extender una de las telas sobre el montón de al lado, dejó allí el cuerpo de aquel ser, extendiendo con cuidado sus heridas alas para que no pudiera aplastarlas con su propio peso. Una vez colocado de forma apropiada, Ky determinó que necesitaría un poco de agua para limpiar la herida que debía tener en el costado, y marchó rápidamente hacia el patio. Pidió interiormente que el pozo que había visto todavía tuviera agua limpia, y para en una grata sorpresa, obtuvo un cubo lleno de agua fría y usable.

Cuando Ky volvió al granero, se encontró con que el ángel había despertado. No podía ver si había abierto los ojos con la escasa luz que quedaba ya del atardecer, pero sí cómo movía sus brazos tentativamente en la oscuridad. Avanzó rápidamente hacia él para impedir que llegara a hacerse daño, y como si no lo hubiera tocado nunca, puso sus manos sobre su brazo con una reverencia extrema.

—Por favor, no os mováis. —Susurró. —Podéis haceros daño.

—N—no... estoy... —Al menos se había detenido, y Ky sintió como le escudriñaba con unos ojos claros como el agua, haciéndole sentir pequeño e insignificante. —...bien.

Ky lo examinó de arriba a abajo, con dificultad debido a la pésima iluminación. Con sus manos aún sobre la piel del otro, miró a su alrededor en busca de algo que sirviera para alumbrar la estancia. No quería tener que arriesgarse a quemar algo con una descarga de electricidad, dado el mal estado del lugar, y por suerte vio una linterna de aceite colgando de una de las vigas. La recogió y procedió a emitir una pequeña descarga para encender el líquido, consiguiendo una llama que bailaba entre las paredes de cristal. La estancia quedó iluminada, para satisfacción del joven, que procedió a examinar al ser.

—Comandante Kiske... —Murmuró el ángel. —No es... necesario...

—Dejad que os limpie las heridas, al menos. —Ky se acuclilló a su lado, y llevó sus manos hasta la ropa que cubría el pecho del otro. —¿Puedo...?

El más ligero rubor cubrió las mejillas del otro ser al tiempo que asentía torpemente, pero aquello pasó completamente desapercibido a Ky, que tomó con cuidado la tela bajo sus dedos, apartándola despacio. El pecho y abdomen, hechos de firme músculo blanco como la nieve, sólo estaban manchados por la sangre que emanaba de una amplia herida en el costado. Ky sacudió una de las telas antes de mojarla con el agua del cubo, y procedió a humedecer la carne con cuidado. El ángel estaba cubierto de suciedad y cenizas, y hubo de esforzarse para dejar lo más limpia posible la herida.

No tardó mucho en su tarea, cubriendo la herida con el trapo mojado que había usado. Mientras trabajaba, de vez en cuando dirigía miradas furtivas al rostro del ángel, delineado por las sombras y luces que provocaba la lámpara. Éste parecía mirar hacia otro lado, de vez en cuando apretando la mandíbula en dolor si Ky rozaba demasiado fuerte la herida, pero se mostró agradecido una vez había terminado.

—Gracias, Comandante Kiske. —Casi inaudible, y con una voz aún resquebrajada por el dolor, respondió. —Sois tan bueno de corazón como dicen.

—No es nada.


Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #108: June 30, 2025, 04:30:24 PM »
Cuando estás en una competición de abrir nuevas tramas en la historia pero tu rival soy YO



Galbadia, 150 años antes
El amanecer se filtraba entre los árboles frente a Cassian, iluminando su camino. El sol apenas comenzaba a salir, y la mayor parte del gélido paisaje seguía envuelto en las sombras de la noche. La capital no despertaría hasta dentro de una o dos campanadas más, pero el día les exigiría cada momento de luz disponible para la travesía.

Cassian se hallaba frente a un sendero boscoso, a cierta distancia al sur de Galbadia. Llevaba un abrigo oscuro con ribetes de piel negra en el cuello y el dobladillo, y debajo su uniforme de campaña, cerrado hasta el cuello. Una bufanda colgaba suelta de su cuello, los extremos ondeando con el viento. Una mochila pesada se aferraba a sus hombros.

El frío no podía tomarse a broma en aquella parte del país. A unos pocos pasos de la seguridad de las bases militares, esperaba la muerte. Solo gracias a su ingenio habían sobrevivido sus antecesores. Y si no se mantenían alerta, ese mismo destino les reclamaría sin piedad.

Una escolta de la casa Domine le traería a Lievran hasta su ubicación. Aún se encontraba dentro del rango visual de Galbadia; nadie sería lo bastante temerario como para tenderles una emboscada allí. Había considerado la posibilidad, por supuesto, pero la probabilidad era lo suficientemente baja como para que su porte seguro de sí mismo no fuera simple fachada.

Lievran. No se habían vuelto a ver desde aquel encuentro fortuito en la infancia. A esas alturas, ambos debían haber conocido a muchas otras personas, acumulado años de experiencias. Tal vez sus recuerdos mutuos se hubieran vuelto borrosos... o quizás seguían tan nítidos como el primer día.

Cassian no lo había olvidado. Lo recordaba claramente, la primera ficha sobre el tablero de estrategia de su padre.
Durante sus años en la Academia, su abuelo y los Domine habían cultivado con esmero esa alianza. Los patriarcas de los Solane no eran hombres escrupulosos. Sus inversiones preferidas eran la fuerza, la seguridad y la estabilidad.

Durante un permiso, su padre le había invitado a diseñar una operación para debilitar a los principales agentes de sus detractores comunes. Era una jugada arriesgada: sacrificar un caballero y un alfil para eliminar una fila de peones. Pero eran riesgos calculados con precisión quirúrgica. Un heredero de Domine hubiera sido un cebo más apeteceible, sin duda, pero quizás se habían negado, considerando que estaba por debajo de su estatus... o quizás Lievran valía lo suficiente por sí solo. Lo habían exhibido lo bastante como para que su valor como objeto, tesoro y activo quedara claro para todos.

Al final, se había decidido que él acompañaría a Cassian Solane –ya entonces reconocido como ingeniero teniente–, quien portaba un encargo importante con destino a uno de los asentamientos del sur, al norte de Corvos, donde los rumores decían que había una instalación científica secreta. Tal información había sido proporcionada también a espías enemigos, cuidadosamente filtrada.

Cassian aguardaba su llegada con una expresión pensativa en el rostro.

El crujir de la nieve bajo sus botas le alertó. Avanzaba con pasos silenciosos y deliberados, como le habían enseñado. Vestía ropajes oscuros y ajustados, preparados para el movimiento, lo bastante elegantes como para ser reconocido como un retén de los Domine, sin ostentación innecesaria.

Lo reconoció antes de que Lievran lo viera a él. Había crecido, su cuerpo era más firme, más seguro. Pero aún conservaba esa misma aura... Cassian la recordaba. La mirada que le dirigió fue más larga y aguda que la que guardaba en su memoria.

El otro se detuvo a una distancia prudente, le mostró respeto, y pronunció su título con una cortesía medida. Su voz era comedida, su gesto neutral, sin alegría ni rencor. Era el tono de alguien que sabía que incluso recordar un momento cálido del pasado podía ser visto como una imprudencia.

Cassian escuchó sin mover un músculo. Aquel saludo... tan correcto, tan estudiado. "Lievran de Domine." Un nombre que en su infancia le pareció exótico, casi bonito. Ahora entendía bien lo que significaba: un recordatorio constante de su lugar. Un nombre que arrancaría sonrisas veladas o miradas de superioridad en los salones de poder.

Su rostro no mostró burla, pero tampoco calidez. Solo atención. Observó a Lievran con la misma precisión con la que estudiaba un plano o una formación enemiga.

Era la misma persona. Pero no lo era.

El rostro afilado, endurecido por los años. El cuerpo ya no era esbelto por fragilidad, sino por forma física. Podría no igualarlo en tamaño, Cassian estimaba que le sacaría quince centímetros de altura, pero tal vez lo superara en velocidad. Lo confirmaría en el camino.

Se preguntó si Lievran lo recordaba, si aquella noche había quedado grabada también en su memoria. O si la ignoraba por pura supervivencia. Fuera cual fuese la razón, Cassian no se lo recriminaría. Él no había conquistado provincias. No había inventado maravillas. Pero después de esa misión, nadie olvidaría su nombre.

–Tal y como esperaba –respondió, cortante pero sincero–. Tu cooperación se agradece, Lievran.

Cuando sus miradas se cruzaron, Cassian sostuvo la de Lievran con intención. Hablaba con franqueza. Estaba pidiéndole más de lo que había dicho, y lo sabía.

–Ven –ordenó luego, con un leve movimiento de cabeza hacia el sendero.

Giró sin esperar respuesta y echó a andar con paso firme. Ya no había tiempo que perder, y caminar sería la única manera de entrar en calor.

–¿Te han informado de tu misión? –preguntó sin volverse.

La respuesta llegó enseguida, con calma. Una nube de aliento acompañó las palabras.

–Sí, mi señor. Debemos acompañar un envío de suministros hasta los límites de Corvos. Material sensible, me han informado –Lievran respondió–.  Mis órdenes son asistirle y asegurar que el transporte llegue intacto. Estoy familiarizado con el procedimiento, ya que no es mi primera misión de escolta. No le decepcionaré.
Ni una queja, ni una pregunta. Tal como se esperaba de un retén.

–Vaya. Pareces muy seguro de ti mismo –respondió Cassian.

–Mi confianza no es un privilegio, mi señor. Es un requisito. Mi señor no me habría enviado si creyera que podría fallarles –dijo, con la voz templada por la disciplina.

Cassian lo observó con atención. En ningún momento se había disculpado por debilidad; solo por la posibilidad de haber parecido arrogante. Levantó una mano a medio camino, cortando la disculpa sin dureza. No hacía falta decirlo: ni uno ni otro tenía opción de cuestionar esa decisión. Cassian sabía que, si fracasaban, las consecuencias para él serían duras… pero para Lievran, probablemente definitivas.

–Lo entiendo –respondió–. Tu presencia es la promesa de Lord Domine sobre tus capacidades. Cuéntame sobre ellas, retén.

Entonces, Lievran volvió a hablar, esta vez con la precisión de quien recita un informe.

–He sido entrenado en armas de corto alcance y combate cuerpo a cuerpo, especialmente con sable-pistola. También cuchillos. –Su mano rozó el mango de su arma–. Domino la navegación en bosque y la supervivencia en climas fríos. Mis deberes principales han sido escolta y protección, ya sea para Lord Domine o sus hijos.

Cassian asintió con un leve murmullo. No necesitaba añadir nada. Eso ya lo sabía, pero escucharlo de boca del propio Lievran le confirmaba algo que intuía: no estaba simplemente cumpliendo una orden. Estaba preparado para algo más.

–Nuestras habilidades se superponen –comentó Cassian con neutralidad. Había visto la forma en que el viera se movía. Sabía lo que eso implicaba. Lo que podía esperar de él… y lo que él podía esperar de Cassian.
Y cuando Lievran añadió, con igual calma:

–Si existen otras expectativas para las que deba prepararme, haré todo lo posible por adaptarme.

Cassian casi tropezó, apenas un paso mal dado, pero lo sintió en todo el cuerpo. Lievran no lo había dicho con segundas intenciones, pero Cassian escuchó la sombra de una pregunta no formulada. ¿Qué sabía? ¿Sospechaba algo? Había algo en su tono que le decía que no podía subestimar al viera.

No respondió de inmediato. En su lugar, volvió a caminar. Y tras unos segundos, habló, con la voz firme:

–Has navegado por bosques traicioneros, incluso en los peores climas, supongo. Describe los peligros que prevés en nuestro trayecto.

Si había alguien con más experiencia de los dos atravesando los peligros de las provincias de Galbadia, probablemente era Lievran. Y Cassian necesitaba saber exactamente con quién contaba… y qué había detrás de esos ojos entrenados para no revelar nada.

–El peligro más inmediato se encuentra en el entorno, mi señor. Estas tierras están pobladas por bestias: osos, lobos, y en el peor de los casos, un coeurl de montaña. El frío en sí es una amenaza constante: ventiscas, vientos cortantes, incluso nevadas intensas. Algunos tramos del sendero son inestables, con riesgo de desprendimientos de hielo o lagos congelados ocultos. Un paso en falso puede ser letal.

Cassian asintió brevemente, aceptando el informe sin comentarios. Era lógico. Los datos eran sólidos. Aun así, no era eso lo que le interesaba.

–Las bestias habitaron estas tierras antes que nosotros –dijo en voz baja, casi más para sí que para el otro–. Siguen siendo sus verdaderas dueñas. Nosotros sobrevivimos por adaptación. Y conviene recordar que esa es nuestra única ventaja en un lugar como este.

Cassian no era de subestimar al enemigo. Nunca lo hacía. Ni siquiera si era un simple lobo.

–He traído suministros suficientes para afrontar varias emergencias –añadió, sin dar más detalles. Lo que él consideraba preparación iba más allá de cuerdas y raciones. Pero no era momento de entrar en eso.

Lievran hablaba con una compostura que Cassian reconocía: no era solo disciplina, era el reflejo de años de acondicionamiento. Cada palabra meditada, cada gesto contenido. Sin embargo, hubo algo en su tono al final, apenas una inflexión, que encendió una chispa de alarma en Cassian. No porque creyera que el viera intentara desobedecer, sino por lo contrario: por lo mucho que había detrás de su obediencia.

Lo que realmente le interesaba era ver si Lievran llegaría a las mismas conclusiones que él. Y entonces, el viera lo hizo.

–Dudo que encontremos bandidos –continuó Lievran–. Son pocos los que sobreviven aquí lo suficiente como para organizar emboscadas. Y para los que pueden, simplemente no vale la pena. El clima juega a nuestro favor, supongo.

Hasta ahí, Cassian estaba de acuerdo. Pero luego, vino la parte importante.

–La única posibilidad de cruzarnos con otras personas sería si otro grupo estuviera recorriendo esta ruta en dirección opuesta… o si se hubieran adelantado y encontrado problemas.

Pausa. Cassian inhaló profundamente.

–De lo contrario –dijo, y aunque su voz seguía siendo neutral, Cassian sintió el peso de las palabras–, si hay alguien más allá fuera… sabrían que estamos aquí. Y querrían detenernos.

Eso era. Exactamente eso. El pensamiento que había evitado poner en voz alta. Lo que ambos sabían, pero ninguno se atrevía a afirmar del todo. Cassian se detuvo un instante, solo lo suficiente para mirarlo de reojo con intensidad.

No reaccionó con alarma, ni con desaprobación. Solo silencio. Estaba satisfecho. Lievran no era ignorante. Lo había sospechado desde el principio, pero ahora lo sabía con certeza.
Una mente como la suya –la que sabía qué decir, y qué no– podía marcar la diferencia en lo que se avecinaba.

Cassian se volvió de inmediato. Permaneció de espaldas a Lievran, pero las comisuras de sus labios se alzaron apenas, por un instante fugaz, con una sonrisa contenida. No estaba preocupado por el hecho de que Lievran supiera –o hubiera deducido– la verdad. En realidad, estaba... encantado.

Cuando al fin se giró para mirarlo, lo favoreció con una mirada directa. Su expresión era impenetrable, pero en sus ojos brillaba algo distinto. La severidad que siempre lo acompañaba se disipó, aunque solo fuera por un momento.

–Muy bien –susurró, con una reverencia casi solemne. No lo dijo como quien aprueba un informe: lo dijo impresionado. Por más que intentara ocultarlo, un leve destello de admiración se coló en su mirada–. Es sabio contemplar todos los escenarios posibles. Incluso los menos probables.

Recordaba haber atisbado la inteligencia de Lievran desde niños, en los juegos que compartieron. Afortunadamente, había mantenido su mente en forma. Era una satisfacción que Cassian sólo podía guardarse para sí mismo, pero igualmente genuina.

Sin embargo, no era suficiente para que Cassian se sincerara con él. Todavía no. No mientras Lievran no descubriera por sí mismo cuál era su papel en todo aquello. Aun así, el hecho de que no hubiera descartado la posibilidad de una traición tan temprano en la travesía... quizás le daría al viera algo más en qué pensar sobre la verdadera naturaleza de su misión.

A menos que Lievran lo detuviera, Cassian volvió a mirar al frente y siguió caminando, sin añadir nada más. El silencio no era incómodo. Simplemente, no inició conversación por un buen rato. Aunque, si Lievran decidía hablar, le respondería sin dudar.

Caminar entre los árboles trajo consigo un silencio que Cassian no sabía que había necesitado. La nieve amortiguaba cada paso, y el aire helado mantenía su mente clara, despierta. No había torres de maquinaria negra ni el eterno zumbido de la capital a su alrededor. Solo bosque. Solo aliento. Solo el ahora.

Aunque el frío se colaba ya por los pliegues de su abrigo, lo soportaba sin quejarse. Era parte de lo que lo mantenía despierto. Vivo. Para Cassian, aquello no era una incomodidad: era un recordatorio de por qué amaba el campo. De por qué prefería esto a los pasillos sofocantes de Galbadia.

Pero no caminaba solo.

Lievran lo seguía en silencio. Cassian, de vez en cuando, miraba por encima del hombro, estudiando la figura que marchaba detrás de él. Se preguntó si el entorno le evocaba algo. Si recordaba de dónde venía. ¿El bosque lo tranquilizaba o lo humillaba? ¿Veía libertad en los árboles… o una jaula más grande?

La primera dificultad de su viaje no tardó en presentarse. Un par de horas más tarde, el aire se había vuelto apenas más templado, lo suficiente para provocar un deslizamiento.

Un alud de nieve y piedras sueltas se había desprendido durante la noche desde el risco adyacente, formando una acumulación irregular justo en medio del sendero previsto. Los árboles cercanos, apiñados entre sí, habían detenido el avance de la nieve y ofrecían una posible ruta alternativa a través del bosque. Sin embargo, la densa copa de los pinos bloqueaba la ya escasa luz del sol.

Podían intentar trepar por encima del obstáculo, pero no había garantías de un terreno firme. Y si lo hacían, había riesgo de que más nieve se desprendiera desde lo alto mientras se esforzaban por avanzar. Sus ojos no se apartaron del horizonte, pero su atención se centró enteramente en Lievran cuando este llevó un puño cerrado a la barbilla, mirando más allá del bosque que los rodeaba.

Cassian se detuvo al borde del obstáculo, evaluándolo. No lo dijo, pero en su mente, la prueba había comenzado.


Neko

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #109: July 31, 2025, 03:49:46 PM »
LORE DUMP \o/




Eulántica 01

Aquel parecía cualquier otro día de verano en la aldea.
El suelo de piedra reflejaba la luz que se colaba entre las ramas de los árboles. Los grillos cantaban su canción dispersados en la hierba al sol, mientras la fuente de la plaza ofrecía una melodía deliciosa para acompañarlos.
La gente volvía pronto a casa para comer y descansar antes de que el calor fuese demasiado duro como para sobrellevarlo, pero los niños corrían de una punta a la otra de la plaza gritando y riendo mientras perseguían una pelota, como si no les afectase el tiempo en absoluto.

Fingon suspiró y se apoyó contra el respaldo del banco donde se había sentado, llevándose la manzana que se estaba comiendo a los labios. Estaba masticando perezosamente, formando baladas en su mente de las que se iba a olvidar si no las apuntaba cuando alguien interrumpió sus pensamientos con un carraspeo exagerado.

—¡Ejem! —le llegó la voz de un niño desde un costado, con la palabra perfectamente enunciada.

Fingon levantó una ceja y tragó, buscando a quien osaba distraerle en ese, oh, tan ocupado mediodía.

—¿Jing Yuan? —preguntó al ver al niño todo serio y formal, ahí de pie al lado del banco. Fingon señaló la mayoría del banco que seguía desocupado—. Es un asiento público, puedes usarlo. ¿O querías llamar mi atención por algo más, pequeño estorbo?

Jing Yuan no chistó, pero sí que entrompó los labios y miró hacia un costado antes de encaramarse al banco de piedra.

—No soy un estorbo —anunció el niño, acomodándose y mirando con curiosidad el libro que había traído su maestro consigo—. Pero puedo serlo si es lo que quiere de mí.

Fingon se rió entre bocado y bocado de manzana y sacudió una mano para decirle que no hacía falta que se tomase tan en serio su comentario. Y luego le preguntó qué hacía ahí sentado en vez de seguir jugando con sus amigos.

—Me preguntaba si tenía algún otro cuento —le explicó Jing Yuan, señalando el libro que Fingon tenía en su regazo—. No he visto ese libro en clase.

Fingon miró la tapa maltrecha del libro y la acarició con reverencia. Debería hacer otra copia antes de que esta se cayera a pedazos.

—Esto… cuenta la historia de nuestro pueblo. Bueno, una parte de la historia de nuestro pueblo. —La mirada de Fingon pasó de nostálgica a pesada y cerró el puño encima del libro— Pero es una parte dura, aún sois jóvenes para poder comprenderla.

—Pero, maestro… —le llegó una segunda voz desde su derecha, Jiyan se había agarrado con sus dos manitas del reposabrazos del banco—. ¿No es mejor ahora que más tarde? Siempre dice eso.

Fingon abrió la boca y la volvió a cerrar mientras más niños dejaban sus juegos y se empezaban a sentar alrededor del banco, demandando un cuento.

—Pero será oscuro. Y los elfos somos los malos. —les advirtió.

Una niña azul se encogió de hombros y se abrazó las rodillas clamando que eso a ella no le afectaba tanto.

—¿Hay dragones? —preguntó otro niño.

Fingon dijo que no y algunos de los chiquillos se pusieron a quejarse.

—Bien, bien. Os vayáis u os quedéis, algún día este cuento aprenderéis —empezó Fingon, cambiando el tono a uno más melodioso—. Pues más que un cuento es historia. Una velada advertencia para no repetirla, porque sólo trajo tragedia lo que hace miles de años ocurría…

Eulántica era una tierra de promesas cumplidas… si eras un elfo. Lujo, poder, estabilidad y sobre todo magia. Todo les pertenecía. Era su derecho de nacimiento. Eran los seres supremos.
O al menos eso era lo que pensaban muchos de ellos.

Habiendo relegado a las demás especies inteligentes a un mero puesto de bestias apenas inteligibles o esclavos tontos, los elfos se sentían en la cima del mundo. Por que lo estaban.

Pero había alguien… alguien en el poder, que no pensaba así.

«Piensan, sienten… Tienen un lenguaje. ¿¡Qué les separa de nosotros!?» gritaba uno de los senadores con pasión ante el resto de altos cargos.

«¡La magia! No pueden comprenderla, no la tienen. Son… ¡inferiores!»

La retórica seguía y seguía con los mismos puntos. Pero muchos de ellos sabían que eso no era cierto. Rumores y rumores sobre bebés desaparecidos llenaban los oídos del senador. Niños humanos robados del lecho que compartían con sus madres porque eran demasiado especiales.

«Algún día me haré con uno de ellos. Algún día los salvaré a todos. Algún día… algún día les enseñaré que amar a humanos no es malo. Algún día demostraré que somos todos lo mismo. Personas.»

Pero ese día no parecía llegar nunca. Y el amor del senador se marchitó como una flor cuando se acaba la primavera.

«Son efímeros.» le dijo su amigo, con una mano reconfortante en su hombro mientras el senador lloraba frente a la tumba sin marcar del pobre humano.

«Eso sólo los hace más bellos.»

Y así… así es como empezó la guerra de las guerras.

Desde el sur, las fuerzas que había podido comandar el senador se alzaron en busca de la libertad de las otras especies sintientes. En busca de la verdad, liberando cadenas de opresión que habían estado demasiados años en las muñecas equivocadas.

Y con su hijo medio humano a su lado, el senador logró conquistar media Eulántica con una armada conformada de sueños y ambiciones.


Jing Yuan fue el primero en abrir la boca en cuanto Fingon dejó de hablar.

—¿Entonces porque vivimos al norte de Eulántica? —le preguntó con curiosidad en sus grandes y redondos ojos amarillos.

Fingon le sonrió y le revolvió el pelo antes de levantarse de golpe y dar la clase por concluida.

—Eso, queridos alumnos míos, es una historia para otro día.

Entre quejas por querer saber más y suspiros de alivio porque el cuento ya se había acabado, Fingon salió de entre el grupo de niños, riéndose pillo. Escondiendo el hecho de que no sabía si estaba preparado para contarles el resto de la historia en ese momento.
Era historia, pero a veces, los recuerdos dolían demasiado aunque hubieran pasado miles de años.
« Last Edit: July 31, 2025, 03:52:04 PM by Neko »


Airin

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #110: July 31, 2025, 06:35:30 PM »
gracias a la playlist de musica que induce al crimen(?) y al comando ibuprofeno al rescate







El ruido pesado de botas de combate a la carrera resonaba contra el asfalto mojado con un ritmo rápido y constante. Una explosión no demasiado lejana hizo que los pasos acelerasen su velocidad y perdieran contacto con el pavimento para repicar primero contra un bidón, después contra un contenedor y finalmente hacer eco en dirección vertical contra el metal de una escalerilla de emergencia a lo largo de una pared.

—Hah, —resopló el hombre aupándose sobre la cornisa del tejado del edificio,— ahora me podéis comer los…

No tuvo tiempo de acabar la frase antes de tirarse al suelo y contener la respiración. Podía oír a sus perseguidores entrar en el callejón, y asegurándose de tener todas sus armas encima echó un vistazo a su alrededor para comprobar que la zona estaba despejada a su altura. Se arrastró lejos de la cornisa reptando por la azotea y en cuanto escuchó el sonido de pasos trepando se echó en pie y a correr de nuevo.
Siguió su carrera tomando impulso a largas zancadas hasta que la superficie del tejado se acabó bajo sus pies y con un salto temerario se lanzó al vacío. Durante unos segundos pareció volar, avanzando en el aire suspendido por la inercia a decenas de metros sobre las calles. Y con el disparo sordo de un arpón encordado arrastrando su cuerpo hacia delante, su arco en descenso se cortó antes de que hubiera podido empezar la caída.

La bala que atravesó un costado de su capucha convirtió su aterrizaje en algo bastante menos grácil que su despegue, haciéndolo rodar por el nuevo tejado hasta que encontró el saliente de una chimenea donde ponerse a cubierto y dejar que la cuerda se retractase de su enganche.

—Oh no no, de eso nada. —masculló apretando los dientes.

Sacó algo de uno de sus muchos bolsillos y tras quitar la envoltura protectora con un giro rápido de navaja, prendió la mecha de una bengala explosiva con una chispa y procedió a lanzarla con fuerza en la dirección inversa al recorrido que acababa de realizar.
Con una sonrisa que no se podía apreciar en su rostro enmascarado, el hombre observó como el montón de tipos que le seguía frenaban en seco con exclamaciones varias y se dispersaban en desbandada por la azotea contraria intentando esquivar la deflagración y las llamas.

—Que os aproveche. —aunque dudaba de que pudieran apreciarlo de forma apropiada, igualmente les dedicó un saludo obsceno con el dedo de en medio.

Saltó de nuevo sin que las balas pudieran alcanzarle esta vez y se concentró en poner distancia dejando el sonido de disparos a su espalda cada vez más lejano.

Tras varias manzanas de edificios residenciales y unos cuantos callejones de aspecto cuestionable, el hombre decidió pisar tierra y tocar la calle de nuevo. Bajó en rápel por la fachada, manteniéndose paralelo a las cañerías para aprovechar la cobertura del lado más oscuro, haciendo contacto con las botas contra la pared de ladrillo cada vez que se empujaba en un nuevo salto descendiente.

Se dejó caer agazapado cuando llegó al suelo, y sacudió los brazos intentando librar sus músculos de la rigidez de las cuerdas en tensión. Aunque las luces de policía no llegaron a iluminar el fondo del callejón, por si acaso dejó que pasasen de largo antes de incorporarse.

Abrió lo que parecía la caja de un transformador eléctrico y extrajo una bolsa de deporte negra de donde sacó una sudadera y una cazadora oscuras; en su lugar guardó su equipación repartiéndola entre distintos bolsillos, se quitó la máscara, y se cambió de ropa.
Se revolvió el pelo con una mano, frotándose también el cuello y la mandíbula se volvió a poner la nueva capucha intacta por encima y se echó la bolsa al hombro observando las calles más allá antes de salir a una zona abierta.

Ahora era solo otro más de los tantos anónimos que caminaba bajo los letreros luminosos que se reflejaban contra las aceras mojadas.
Se hizo a un lado contra un portal para dejar paso a un grupo de veinteañeras borrachas que iban ocupando la acera como si la hubieran puesto ellas y resopló divertido cuando varias de las chicas perdieron el equilibrio empujándose de unas a otras como su fueran fichas de dominó.

Siguió en la misma dirección un par de esquinas más y después cruzó al otro lado de la calle, girando de forma perpendicular y cambiando bruscamente el sentido de su marcha, recorriendo el equivalente a varias paradas de metro-raíl. Cuando consideró que estaba lo suficientemente lejos como para ser rastreado con éxito, encendió el móvil, viendo cómo la pantalla brillaba con cada notificación.

Las luces de neón que iluminaban constantemente el centro de la gran ciudad se tragaban todo cuanto encontraban a su alcance, llegando en forma de nube difusa hasta la periferia, ahogando cualquier intento de escapar de ellas.




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~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
~      B a i n a n    h o n e l a,    e z    z e n    g e h i a g o    t x o r i a    i z a n g o,      ~
~      e t a    n i k    t x o r i a    n u e n    m a i t e.       ~


Airin

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #111: August 25, 2025, 04:52:48 PM »
(cuidauconelpajarico :_D no es yo porque es mi hijo ahahahhah)    En casa de Neko robando su wifi \o/







Tan tarde que se le había hecho temprano, Prompto miró el reloj del móvil una vez más. Llevaba casi media hora en la parada y el bus que esperaba debería haber pasado en algún momento de los últimos quince minutos. Se removió sobre el asiento metálico y tamborileó con los dedos contra la tela áspera de su mochila. Tal vez debería haber molestado a Aranea para que lo llevase de vuelta a su barrio en vez de insistir en volver solo. No era paranoia si realmente iban a por él, pero a veces ser tan desconfiado le acababa resultando un inconveniente.

No era una figura especialmente llamativa, y no quería serlo, pero se cercioró por costumbre de que el táser siguiese en su sitio en la parte delantera de su pantalón, y agitó discretamente el pie para notar el peso reconfortante de la cartuchera escondida contra su pierna. Era su responsabilidad asegurarse de que las sorpresas desagradables siempre fueran en doble sentido, no iba a ser él el único que pringase.

Mordisqueó uno de los cordones de la capucha de su sudadera al tiempo que echaba una ojeada a su alrededor. El sitio estaba más muerto que sus ciclos de sueño. Por un lado tenía más lógica dar esa ruta por mala y caminar hasta la siguiente parada con correspondencia y transbordos; por otra le jodía la simple idea de que el bus pudiera decidir aparecerse en el momento que él ya se hubiera ido. Y eso era lo que hacían normalmente.

Miró el móvil de nuevo y entrecerró los ojos con gesto de desagrado. No iba a haber transporte decente que pasase por aquella zona de los polígonos industriales a esas horas sin dios. Y él no tenía intención de esperar hasta el infinito a que los clubs echasen el cierre y la juventud borracha o colocada de todo tipo de sustancias tóxicas se desparramase por las calles oscuras en busca de cualquier cosa rodante con dirección a la luz.

—Venga.

Prompto se llevó las manos a los laterales de sus muslos y palmeó con firmeza. A pata pues. Después de todo era corredor de fondo, no le tenía miedo a un día de piernas. Se echó la mochila al hombro, se puso los dos tirantes mientras miraba el mapa de la parada y después de ajustarlos a su altura empezó a caminar con rumbo a la zona residencial más próxima.

Tras más de veinte minutos de caminata escurriéndose entre las sombras a paso ligero, el horizonte multicolor no estaba más cerca, pero la forma de los callejones y los edificios que le rodeaban había ido cambiado de manera progresiva. El estruendo de una explosión repentina a su espalda hizo que se tirase al suelo y se cubriese la cabeza por instinto. La detonación había sido a un par de manzanas, pero Prompto había sentido cómo vibraba el asfalto bajo sus pies.

—No puedo morir tan pronto joder, que tengo negocios a medias. —murmuró el chico frotándose las rodillas de los pantalones al levantarse.

Al oír ruido de pasos a la carrera en su dirección miró a su alrededor con alarma, y se escabulló agazapándose tras un contenedor de escombros de donde agarró un pedazo largo de tubería de metal. Lo suyo eran las armas de fuego y de rango largo, pero con algo contundente también podía hacer los destrozos que fueran necesarios a cambio de salir con vida.

Un grupo abundante de tipos corriendo pasó de largo su escondite y Prompto se echó la capucha por encima no fuera a ser que a alguno de ellos se le ocurriese mirar hacia atrás y viese su pelo rubio asomando entre las sombras.

—Esto me pasa por hacerle caso a Aranea. No pienso volver a dejar que me engañe, si quiere algo de mí que venga ella, ya está bien. —refunfuñó una vez los hubo perdido de vista.

Oteó por encima del borde del contenedor sin soltar su garrote improvisado, haciéndolo dar vueltas entre sus manos como si fuera un tenista con su raqueta y encogió los hombros con el escándalo que se escuchaba en la distancia.

—¿Eso son disparos? Hijos de su pu… No sé qué fregao es este pero me da a mi que el periquito va a empezar a cobrar un plus de peligrosidad por adelantado. —renegó entre dientes comprobando de nuevo que no quedaba nadie cuestionable además de él por los alrededores.

El destello de lo que parecía una bengala a varias calles hizo que frenase en seco, mirase el móvil con fijeza y resignación y decidiera repensar su camino de vuelta a casa en ese mismo momento y lugar.

—Venga. Venga no. Venga ni de coña.

En vez de seguir en la dirección prevista, Prompto trazó una nueva ruta algo más larga pero que esquivaba casi por completo el barrio que no había esperado que fuese tan conflictivo. Cortaba su itinerario original casi en perpendicular para llegar hasta una conocida zona de copas, pero al menos eran bares que aspiraban pijos y no podían permitirse este tipo de follones. O eso quería creer.

Dejó la tubería de protección aparcada donde la había encontrado, se recolocó la mochila de nuevo, y echó a correr.




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~      H e g o a k    e b a k i    b a n i z k i o,    n e r i a    i z a n g o    z e n,    e z    z u e n    a l d e g i n g o.       ~
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Kora

Re: SeeDs in the Garden – revival
« Reply #112: August 31, 2025, 12:43:05 PM »
Más flashback y lore de hace 150 años... estoy llegando a alguna parte, aunque sea solo emocionarme yo sóla con mis yaois.



Cassian desplegó un mapa guardado en su bolsillo lateral y lo estudió, tomando el risco como referencia. No mostró molestia por la interrupción y miró a Lievran, como esperando su opinión sin pedirla.

El elogio lo había sorprendido; Lievran se permitió sentirse halagado apenas un instante antes de ocultarlo. Se limitó a inclinar la cabeza. –Gracias, mi señor –respondió. Intuyó que la sorpresa de Lord Solane había sido genuina, quizá aliviado de no depender de un inútil.

Lievran sabía que cualquier duda sobre la misión debía guardársela para sí. Ya había revelado demasiado, y su señor no parecía dispuesto a hablar. Así que mantuvo silencio, siguiendo a Lord Solane con atención a su entorno. Estaba acostumbrado a no llenar los silencios, y los sonidos del bosque le resultaban incluso reconfortantes.

El derrumbe no lo sorprendió; solo buscó una alternativa. Dejó que Lord Solane evaluara la situación, aunque se extrañó al ver que lo miraba. –Si me permite, mi señor, exploraré los alrededores. –Se mantuvo a la vista en todo momento, inspeccionando la nieve cerca del bosque.

–Mi señor, la nieve está removida entre estos árboles. –Apartó ramas con cuidado, revelando un paso estrecho. No era del todo seguro: había huellas de animales. –No distingo exactamente el qué, pero alguien o algo ha cruzado por aquí. Esto nos retrasará. Pasaríamos por aquí –volviendo al mapa, Lievran señaló el desvío–. Es más largo, pero parece firme. Y la criatura ya debe de haberse marchado. –se incorporó de nuevo.– Pero es solo mi opinión, mi señor.

–Hmm. –asintió Cassian, dejándole explorar mientras él revisaba mapa y brújula. Si una criatura había pasado por allí, debía de haber considerado el camino lo bastante seguro para atravesarlo. Sus sentidos le habrían asegurado que los árboles resistirían y que la nieve no lo sepultaría. Y Lievran mismo estaba convencido de que ya se habría marchado.– Mmn. Tienes razón. Sigamos esta ruta. Quiero que vayas al frente –dijo Lord Solane. Tenía sentido que fuese él, con el oído más agudo.– ¿Serías capaz de escuchar la tensión en los troncos si estuvieran a punto de quebrarse? –preguntó.

Puede que fuese una suposición algo torpe, pero lo cierto era que las orejas de Lievran le daban una ventaja. La única duda era hasta qué punto.

Lievran asintió en silencio y tomó la delantera, como se le había ordenado, sin inmutarse ante la pregunta sobre su oído. No era la primera vez que Lord Solane le hacía una pregunta similar; antaño había sido más curiosidad que otra cosa, aunque siempre con perspicacia y cálculo. Entonces Lievran no había sabido cómo responder: aunque a menudo captaba sonidos antes que otros galbadienses, temía que admitirlo sonase arrogante, como si quisiera demostrar que era mejor. Solo había negado con la cabeza, murmurando una respuesta evasiva.

Ahora, sin embargo, Lord Solane ya asumía que debía de ser él quien oyese mejor de los dos. Y no era una suposición ofensiva; en Galbadia había tenido que aguantar mucho peor: burlas, humillaciones, ruidos fuertes junto a sus orejas. Nunca de Lord Solane, ni siquiera cuando era niño.

–Sí, debería poder oírlos –respondió para tranquilizarlo–. El dosel es denso, en cualquier caso, y lo que cruzó por aquí no era pequeño, y aun así pasó sin que se derrumbase nada. Mientras no hagamos movimientos bruscos, deberíamos estar a salvo. Sin embargo... –se agachó y giró hacia Lord Solane con un asentimiento, indicándole que lo imitara–. Deberíamos ser cuidadosos.

El crujido de la nieve cubría incluso su respiración mientras avanzaban bajo los árboles. Lievran guiaba con pasos medidos, toda su atención puesta en el bosque, escuchando el rumor de las ramas sobre sus cabezas. Ningún sonido de tensión, ningún chasquido, solo el eco de sus propios pasos. No tardaron en alcanzar el claro, y Lievran dio unos pasos más adelante para asegurarse de que estuviera despejado. Nada alrededor, aunque la nevada empezaba a arreciar; aún no era una ventisca.

–Has cambiado. –sus orejas se agitaron con un leve sobresalto, sorprendido por las palabras de Lord Solane. Aunque había hablado en voz baja, su oído era lo bastante fino para captar cada matiz en su voz. Lievran se volvió a medias, casi conmovido de que el Lord lo recordara, y bajó la cabeza con modestia.

–A la Casa Domine se lo debo. Me dieron un propósito y la oportunidad de elevarme por encima de mi especie –dijo. Eran palabras pulidas, gastadas por la repetición, no falsas del todo. Había cambiado, sí, pero porque no había tenido otra elección.

Había sido entrenado, moldeado en un sirviente y en algo más, algo que jamás podría mencionar a Lord Solane, pues solo mancharía a su señor con semejante revelación. En lugar de eso, buscó devolverle un poco de calidez, sin limitarse a ofrecer una respuesta fría y distante. Se volvió del todo hacia él, aunque conservando cierta distancia entre ambos.

–Espero que a mi lord le complaciera saber que al fin aprendí a blandir una espada –admitió, permitiéndose apenas un leve tirón en la comisura de los labios a modo de sonrisa. De niño, el lord había insistido en que entrenaran juntos, pero Lievran había temido que alguien pensara que estaba atacándolo. Además, en aquel entonces no tenía idea de cómo manejar un sable-espada–. Sé que le decepcioné... pero no fue cruel conmigo. Se lo agradecí, mi lord.

No añadió nada más. Sus palabras bastaban para dejar claro que él también lo recordaba. Y no sería propio de su posición cargar a su superior con sentimentalismos.

–Quería medir tus habilidades –recordó Cassian–. Pero no a tu costa.

Lievran lo escuchó sin sorprenderse. Aquel día, el joven Lord no montó ningún escándalo cuando Lievran rechazó su propuesta de un duelo. Se le notaba decepcionado y lo había expresado, pero no estaba enfadado con él. Lo que Lievran había dicho había tenido sentido, y coincidía con la manera en que había visto a sus contemporáneos tratar a otros esclavos. No había razón para dudar de él.

–Fue una petición poco acertada –dijo Cassian con cuidado. Lievran no iba a querer coincidir con él y que eso se interpretara como una crítica hacia un superior. Era una afirmación; el silencio era la respuesta más segura.– Creí que pocas formas había de comprender a otro que enfrentándose a él en combate –agregó Cassian–.

Lievran negó con la cabeza ante la calificación de "poco acertada". No sabía bien qué sentir al respecto: que el otro no solo recordara su encuentro, sino que además se tomara el tiempo de reconsiderar sus acciones, era algo a lo que no estaba acostumbrado y casi lo abrumaba. Al menos no era tan ingenuo como para confundirlo con simpatía, y mucho menos con una oportunidad de libertad.

–No tenía razones para saber por qué tuve que negarme, mi lord –dijo con voz baja, mirando hacia otro lado–. Su propuesta no carecía de mérito. Evaluar a un hombre por la manera en que lucha demuestra que su perspicacia como soldado ya estaba presente entonces.

Hablaba sin resentimiento. No le correspondía corregir a su superior ni insinuar que se había equivocado.

–Debí haberlo sabido –la severidad volvió a la voz de Cassian.–. Si llega a surgir la necesidad, espero poder ver sus habilidades en práctica. ¿Tu señor se ha encargado de que te enseñen a usar magia?

Lievran guardó silencio un momento antes de responder.

–No, mi lord. Lord Domine no consideró oportuno entrenarme en las artes etéricas.

Observó el bosque que los rodeaba y luego el cielo.

–Y, en cualquier caso, me habría resultado difícil seguir tales enseñanzas. No puedo sentir el éter como mi gente.

El viera recordaba la "niebla" que debería haber sentido en aquel bosque. Pero hablar de ello como si pudiera experimentarlo como otro viera le producía incomodidad. Había sido arrebatado demasiado joven para ser parte de ellos; todo lo que sabía de su especie lo había aprendido en libros. Ni siquiera había conocido a otro de los suyos en persona, no desde que se lo llevaron de su bosque.

No había amargura en su voz, ni arrepentimiento. Solo hechos que permanecían, sin importar cuánto los meditara. Se lo había repetido a sí mismo hacía ya casi diez años: el precio de sobrevivir a su captura en el bosque había sido elevado, y cuanto más se alejaba, más se desvanecían las viejas formas con él. A veces se preguntaba cómo sería oír el bosque, no solo con sus sentidos, sino con toda su alma.

Quizá el imperio se lo arrebató, quizá lo perdió en el momento en que decidió sobrevivir fuera del Bosque. De cualquier modo, ahora era otra cosa, moldeado para un propósito diferente. Nunca más sería viera.

–Qué pena. Es un recurso versátil –dijo Cassian–. ¿Es necesario sentirlo para poder usarlo?

Lievran apenas reaccionó. Sabía que los viera poseían una afinidad única con el éter, pero los humanos y otros podían lanzar conjuros sin sentirlo.

–¿Cómo debería sentirse, si pudieras percibir el éter como otros viera? –insistió Cassian.

Lievran notó cierta curiosidad en su lord, incluso si eso le incomodaba. Sabía que todo lo que vivía estaba compuesto de éter; sentirlo a su alrededor debía de ser abrumador, y también increíblemente útil.

–No… no lo sé. Solo puedo confiar en mis sentidos físicos, pero me han servido bastante –terminó Lievran.

Las preguntas del lord no lo habían ofendido, pero no tenía una respuesta con la que satisfacer aquella curiosidad. Lord Solane buscaba comprender el mundo con un hambre casi voraz, mientras que a Lievran le habían enseñado durante la última década que no había nada digno de ser comprendido sobre él. Era difícil olvidarlo.

Intentando cambiar de tema, añadió:

–Aunque espero que no surja la necesidad de usar mis habilidades, con gusto le ofrecería el combate que le negué hace años –dijo, esbozando una leve sonrisa, cortés y educada, aunque el gesto le resultaba extraño y le hacía sentirse cohibido–. Dudo que ahora pueda ser mucho más formidable para vos más de lo que podía entonces. La formación y experiencia de un sirviente no puede compararse con alguien del estatus de mi lord.

Y aunque pudiera, tendría que ceder, pero se lo guardó para sí mismo.

–Tus sentidos e instintos mundanos deberían ser más que suficientes –asintió Cassian–. Y, por supuesto, acepto –dijo sin dudar–. Pero no aquí. No ahora. Cuando caiga la noche y tengamos que esperar hasta el amanecer para continuar.

Lievran siguió a Lord Solane en silencio, sus pasos cuidadosos sobre la nieve que cubría el hielo, probando la resistencia antes de apoyar su peso. Una vez que el lord aceptó su ofrecimiento para el combate, con un entusiasmo casi entrañable, Lievran asintió.

–Por supuesto, mi señor. Estaré listo al caer la noche. Será un honor enfrentarme a usted –dijo, manteniendo sus sentidos atentos al suelo helado bajo ellos, sin niebla, solo su oído y equilibrio. El hielo aguantaba, al menos por ahora–.

Tras unos minutos de precaución, se atrevió a retomar un tema previo.

–Antes me preguntó cómo se siente percibir el éter como lo hace mi gente –exhaló tras una pausa–. Solo he leído un poco. Por lo que entendí y lo poco que recuerdo, es como… poder oír la voz del bosque mismo. Un guía que permite saber dónde se encuentra todo en el bosque, así como… bueno, percibir el éter.

Se sintió incómodo, como si le faltaran palabras para describir algo tan abstracto, habiendo solo leído sobre ello una vez. También se preguntó si a Lord Solane no le parecería una tontería de criaturas bestiales.

–En cualquier caso, Lord Livius no permitió que entrenara en algo así. Lo consideraba peligroso –terminó–. Lamento no poder ofrecerle una mejor respuesta.

Inclinando la cabeza para que los vientos nevados no le azotaran los oídos, indicó que seguía escuchando a Cassian.

–¿La voz del bosque? –Cassian reflexionó sobre la idea. No pudo evitar un pequeño bufido al escuchar la razón de Lievran para no haber recibido aquella educación–. Ja. ¿Peligroso para quién? –murmuró con desprecio, para sí.

Lievran no podía desdeñar a su amo, pero sabía que Cassian sí podía.

–Has respondido más que suficientemente bien –continuó Cassian–. Una lástima. Habría complementado muy bien tus otras habilidades. Y qué manera tan única de percibir el mundo natural.

Un temblor súbito recorrió el suelo bajo sus pies. Lievran notó la reacción de Cassian, que se detuvo y observó, intentando leer alguna señal sobre lo que podría haber oído.

El hielo no se estaba rompiendo. Sonaba y se sentía firme. Cassian se arrodilló y presionó la palma enguantada contra la nieve para sentir el hielo debajo. Lievran observaba en silencio, atento a cada movimiento, midiendo la firmeza del terreno y el comportamiento del lord mientras retiraba la nieve para exponer el hielo.