Author Topic: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie  (Read 37806 times)


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #45: November 06, 2019, 08:11:13 PM »
Esto es antes del viaje a Londres.
Edito con iconos. Gracias @Eureka  <3 !
Lady Aristia La Moniquè, sobrina del duque de Lancaster, se hospedaba por esa temporada de otoño en la mansión de su pequeño primo Ciel Lancaster, en Bloomington, por motivos de salud y protección. Su padre en Londres, Sir Keirean La Moniquè, estaba pronto a volver a sus servicios en el campo de batalla junto a su hijo Kiel y sus sobrinos Cain, Henry y Slaine. De este último, los varones de la familia celebraban su primera participación en una guerra, pero Lady La Moniquè no dejaba de sentir perturbación al ser enviado a fines bélicos a tan corta edad.
Los primeros días en Blossomhouse resultaron ser meramente pacíficos para Lady La Moniquè, en compañía de un primo de trece años de edad a quien habían hecho crecer a la fuerza. Para júbilo de la joven su primo pequeño resultó ser un muy educado anfitrión, dándole la atención que una dama como ella requiere. Pero, aunque Ciel Lancaster fuera un niño extremadamente brillante y de modales muy refinados, trascendía ser distante y frío al igual que todos sus hermanos mayores. Eso no era inconveniente para Lady La Moniquè, habituada al poco afecto de sus familiares.
Ciel de todos modos era un excelente señor, pero no dejaba de ser un niño pequeño que prefería mantenerse alejado de una joven femenina de su edad.
Afortunadamente Lady La Moniquè por asares de la vida compartía residencia temporal con Lady Historia Reiss del Imperio Austriaco, quien era hija de un noble en sucesión de la corona de su país. Si bien Lady Reiss era discreta y distante, podía charlar con la joven rubia temas que involucrasen intereses más femeninos, sin necesidad de apelar al conflicto de soldados actual.
Ambas deseaban despejarse de esos temas que inquietaban sus corazones. Lady La Moniquè tenía a casi todos los varones de su familia participando activamente del conflicto de las guerras de Inglaterra y Francia. Lady Reiss corría una suerte distinta puesto que su familia se mantenía en su país, pero ella misma fue enviada a Inglaterra a Blossomhouse para su protección al ser una mansión ubicada en una zona segura. Más allá de su seguridad, ella fue enviada por su padre para ser escogida como esposa para uno de los primos mayores de Lady La Moniquè en un acuerdo de ventajoso matrimonio. El duque del Imperio Austriaco prefería que su hija contrajera nupcias con Cain Lancaster o con Henry Lancaster, cualquiera de los dos, puesto que eran los mayores y a sus jóvenes edades ya poseían propios títulos nobiliarios.
Lady Historia Reiss, siendo su naturaleza femenina, no era directa heredera a la corona de su país ya que su primo mayor era el actual heredero, pero si éste llegase a fallecer posiblemente se habría esa oportunidad y el Duque Lancaster acariciaba ese “privilegio”. Posiblemente el Duque de Lancaster, quien tenía la última palabra sobre ese matrimonio, se decidiría por casar a su hijo mayor, Cain, con Lady Reiss y así podría posicionar a su primogénito dentro de los nobles del Imperio Austriaco directamente. Era poco probable que el primo de Lady Reiss sufriera un infortunio a esas alturas, porque rebosaba de salud y estaba pronto a comprometerse con una bella joven, pero al menos el Duque Lancaster se aseguraría de integrar a su hijo en la corte del Imperio Austriaco.

En Blossomhouse, Lady La Moniquè y Lady Reiss por razones forzosas pudieron conversar más y conocer esos detalles de sus vidas. Pero lamentablemente, Lady Reiss era demasiado débil de salud y pasaba mucho más tiempo dentro de su alcoba descansando y recobrando su frágil salud. Lady La Moniquè entonces conoció a alguien más en la mansión de su primo, una jovencita de buenos modales llamada Emilia Bennet quien en ocasiones visitaba la estancia para enseñar a su primo Ciel a manejar fluidamente en idioma francés. Notó con desaprobación como la mayoría de las veces su primo escapaba de las lecciones y dejaba a solas a la señorita, pero Lady La Moniquè, llena de soledad y deseos de distraer su mente, aprovechó ese descuido de su primo para acercarse a la joven y conversar. Primero de cosas triviales como el clima, los lugares de intereses y los frutos de la zona, para luego tener charlas más profundas en relación a reflexiones sobre las lecturas de los libros de la biblioteca de su primo.
“Lady La Moniquè, espero que, a mi retorno de Londres, la pueda encontrar aún aquí.” dijo Emilia, después de contarle a la peliplatinada sobre el viaje que realizaría con sus hermanas y su tía Miranda Lotto. Emilia observó a Lady La Moniquè, quien era muy distinta a sus primos Lancaster. La joven frente a ella lucía una hermosa cabellera color plata en un tocado alto y adornada con una tiara de plata con incrustaciones de zafiros azules. Sus ojos eran de color ámbar tan únicos que Emilia juraba no haberlos visto en nadie más. 
“Posiblemente mi estancia se prolongue hasta ese entonces, señorita Bennet.” le causaba tristeza que Emilia tuviera que irse, pero la promesa de un retorno le llenaba de calidez el corazón. “Ha sido una gran compañera, señorita Bennet, en estos momentos de desolación que nos abruma a todos los ingleses. No sólo ha sido buena conmigo, sino también ha sido muy dedicada con Lady Reiss a quien ha cuidado durante sus momentos más delicados.”
Las jóvenes se encontraban en la salita de estar que Ciel Lancaster había dispuesto para uso de su prima, pronto se serviría el té de la tarde y era prudente invitar a Lady Reiss, quien se había sentido mejor, a compartir ese momento con ellas. La rubia resultaba ser muy esquiva y con tendencia a aislarse, ni Emilia ni Lady La Moniqué comprendían ese motivo y pensaban que quizá Lady Reiss tenía secretos que prefería guardar, pero sorpresivamente fue la misma rubia quien solicitó estar presente en el té para despedirse de Emilia quien partiría a Londres el día de mañana.
“Iré por Lady Reiss.” Lady La Moniquè se puso de pie suavemente al notar que Sebastian coordinaba a los sirvientes preparando todo para el té en el salón. “Usted puede ir al salón de té mientras tantos, señorita Bennet.”
“Les esperaré en el salón, entonces.” se puso de pie delicadamente y caminó en esa dirección mientras que la otra joven se dirigió a los aposentos de Lady Reiss.
Pero Emilia se vio en la necesidad de modificar su camino. Entendía que el señorito Ciel aún estaba en el jardín trasero y sería prudente notificarle que ella permanecería con Lady La Moniquè y que las lecciones de francés terminarían por ese día y que las retomarían a su regreso. Cuando llegó hasta el jardín, no encontró a Ciel Lancaster, pero sí a Henry Lancaster apoyado en una vieja y abandonada fuente “de los deseos” del jardín. El color verdoso trepando por los adoquines indicaba que esa fuente posiblemente llevaba más de un siglo instalada allí.
Se percató de que Henry Lancaster estaba más bien recortado sobre los adoquines de ésta, con la mirada perdida en el agua y una mano dentro de la fuente haciendo movimientos circulares. Se le asemejó a las esculturas de ángeles desfallecidos sobre sus pilares, con la mirada vacía. Era tan distinto de aquel caballero regio e imponente que ella y todos conocían, frente a ella tenía la imagen de un joven melancólico que su único disfrute existencial era la soledad y la paz de esos momentos.
Emilia se inquietó en perturbar esos momentos de paz del joven que debían ser pocos. Se agitó más al ver que llevaba puesta una especie de túnica romana de descanso por lo que seguramente no esperaba la presencia de ninguna dama cerca. Cuando la joven intentó retirarse en silencio, recibió la mirada del rubio. Emilia se quedó paralizada.

“Señor Lancaster, d-discúlpeme. No quería perturbarlo. P-perdón por interrumpir sus cortos espacios de soledad y tranquilidad.”
“…Señorita Bennet” no notó su presencia hasta unos segundos atrás, pero no parecía perturbado. “Acérquese, por favor.”
“…” Emilia estaba llena de vergüenza y timidez. Se acercó muy dudosa hasta él, el rubio se sentó en el borde de la fuente y le invitó a hacer lo mismo. Le ponía nerviosa que alguien los viera compartiendo juntos, estando el joven en vestuarios no apropiados o ¨paños menores¨ frente a una dama.  Emilia sólo accedió a esa cercanía por una sensación que la angustiaba “¿Está usted bien?”
“Sí” respondió escuetamente, mirando hacia un punto frente a ellos. “¿Es acaso que parece lo contrario?”
“N-no.” negó, intencionalmente. “Sólo que parecía bastante sumido en sus pensamientos hace unos momentos.”
“Hoy en la tarde tengo que ir con el regimiento para volver a la guerra.”
“Lo lamento.”
“¿Por qué lo lamenta?” sonrió cansado. “Es la dicha más maravillosa que todo hombre puede gozar…”
“Usted parece ajeno a esa dicha.” dijo con honestidad. “Su hermano mayor parece disfrutar de esa dicha, incluso su hermano Ciel, quien por lógicas razones no puede asistir a la guerra, parece anhelar aspirar los aires de la batalla, pero usted… parece ajeno a esas voluntades.”
“…” se mantuvo tranquilo, sin varios en expresión y movimientos.
Emilia continuó. “Lamento mi imprudencia y mi temeridad. Sólo he dicho aquello porque usted ocasión anterior me bendijo con los honores de sus cumplidos por hablarle con franqueza y alabarme al decir que soy la única persona que le habla con honestidad.”
“Lo recuerdo.”
“Por eso he dicho lo de hace un momento.”
“Señorita Bennet, usted está cuestionando toda mi existencia…” la miró a los ojos, con aquellos orbes color calipso intenso.
“Y-yo… Disculpe.” Emilia no sabía cómo interpretar esas palabras. El joven Lancaster era tan sereno e inexpresivo que no sabía si lo había molestado o lo había gratificado con sus palabras.
“No debe disculparse por su acierto. Usted es una persona única, que puede ver a través de mi máscara tan fácilmente que no puedo mantenerla frente a usted. Pero al mismo tiempo, es cruel, porque se muestra distante pese a mi situación. Rehúsa de mí, se aleja, me evita, no es cuando ve que estoy vulnerable que se acerca a mí en los últimos días.” haciendo referencia a su permanencia en la estancia de su hermano Ciel, donde se topó en más de una ocasión con la señorita Bennet después de ese incómodo paseo que ambos tuvieron por el campo y la joven parecía esmerarse con evitarlo en la mansión prefiriendo más la compañía de su prima Aristia La Moniquè.
“Permita compensar mi falta de modales.”
“Yo ya me voy, señorita Bennet.” sonrió nostálgico. “Ya no hay tiempo para ello. He sido yo el desatento, me disculpo.” 
“Señor Lancaster, usted es tan atento y amable conmigo que soy yo la que debe disculparse con usted.” porque era increíble lo distinto que era de los demás Lancaster.
“¿Cómo puedo compensar su paciencia conmigo?”
“Con su bienestar, señor Lancaster, con su bienestar” lo miró fijamente a los ojos. “Prométame que volverá a salvo de la guerra. ¡Por favor, prométamelo!” Emilia se dejó llevar por la conmoción de un arrebato pasional, aferró las manos del señor Lancaster con las suyas afectuosamente. Estaba tan afligida por efemérides agresivas del contexto que pensar en que algo le pasara al joven Lancaster, o a Eren Jaeger o a cualquiera de los jóvenes ingleses que partían a esa guerra, la mantenían con las emociones latentes. El haber estado en el Hospital St. Constantine ayudando al Doctor Smith a atender a jóvenes que retornaban de la guerra debido a bajas por lesiones provocó en Emilia sentirse acongojada al ver como ellos y sus familias sufrían “¡Prométame que volverá sano y salvo a su hogar y qué será feliz cada día de su vida!”
“…S-señorita Bennet.” el rubio mantuvo los ojos abiertos enormes, sorprendido por las intensas palabras de aquella joven. Jamás en su vida, ni siquiera de su propia familia, alguien había demostrado tal preocupación por él. Jamás. Nadie en su familia le dijo alguna vez lo mucho que ansiaban verlo bien a su retorno.
“Por favor, prométame aquello y yo le estaré agradecida eternamente.”
“Se lo prometo.” asintió, después de unos segundos de silencio. “Volveré y estaré bien.” sujetó su mano. “Prométame usted que me esperará entonces.” Emilia parpadeó, atónita. El señor Lancaster continuó. “Porque el único consuelo y esperanza que puedo llevar conmigo a ese lugar es saber que usted me esperará. Si tengo la bendición de ser esperado por usted tendré mayores ilusiones de volver.”
“S-señor Lancaster.” la joven estaba muy confundida y adormecida con las palabras del rubio.
“Señorita Bennet, anhelo el delirio que a mi regreso acepte mi petición de matrimonio con usted.”
“S-eñor Lancaster, ¿¡Q-qué cosas dice!? Creo que está confundido. Usted es un hijo de la realeza, yo soy una dama de sociedad campestre. La unión no es más que imposible.”
“¿No siente afecto hacia mí?”
“No es eso, señor Lancaster.” Pero no era el tipo de afecto que estaba malinterpretando. “Es usted una persona muy apreciada para mí.”
“No me importa que venga de una familia humilde.” le embozó una sonrisa “Es usted la única persona que ha podido ver a través de mí. Entiendo que no es auténtico amor lo que experimenta hacia mi persona sino una sentida lástima conmovedora, pero eso me es suficiente para alegrar mi alma. Si usted se casa conmigo, tendrá todo y su vida y la de sus hermanas estará completamente asegurada.
“Se—“
“Le permitiré ser libre como un ave sin jaula. No pido que sea una esposa de casa, ni piense que le prohibiré cumplir sus metas. A diferencia de otro hombre, yo dejaré hacer sus funciones de enfermera y permitir su empoderamiento incluso apoyándola en cada sueño que usted mantenga. Usted, a la vez, me permitirá lograr mi propia libertad permitiéndome conocer otros mundos sin presionarme para formar familia ni a quedarnos aquí eternamente repitiendo una y otra vez las historias de nuestros antepasados. Usted quiere ir más allá, ¿verdad? Yo también así lo quiero.” No quería ser el tipo pusilánime que era hasta entonces, gobernado por su padre y sentenciado a la misma infelicidad a la cual su madre fue condenada a cumplir con tal de mantener la imagen de familia feliz. Pensaba que con una mujer moderna y de pensamiento libre como Emilia Bennet, podría lograr romper con esas cadenas. Un matrimonio no era lo más idóneo para ser libre, pero ambos estaban obligados a cumplir esa presión social tarde o temprano y era más favorable para ambos un compromiso entre ellos, que no se exigirían nada, que con otras personas que limitarían sus esperanzas y sueños. “Usted podría heredar todos mis bienes a mi muerte. No pasarán a mis hermanos, me ilustraré con un abogado para ampararla en un testamento de herencia.”
“¡Señor Lancaster! no se confunda.” Emilia se respingó, alejándose de él. “No piense que siento lastima de usted o que su oferta de heredar sus tesoros me haga anhelar la idea del compromiso. Sabe perfectamente que su familia no aprobaría esta unión. El hecho que me realice esta propuesta de un modo tan improvisto y poco sensato me hace pensar que se ha dejado llevar por la emocionalidad del momento. Discúlpeme si lo he confundido. No ha sido mi intensión engañarlo para ganar un beneficio de usted, en ninguna instancia. Mi preocupación respecto a su seguridad es auténtica, sin buscar un ¨premio¨ a cambio.”
“Lo siento… No quise ofenderla.” desvió la mirada, ofendido tanto por su actitud excelsa como por la respuesta de la señorita Bennet. Pero se esperaba aquella reacción de una mujer tan digna como ella, eso le encantó. “Es usted la causante de la emocionalidad en un alma tan fingida y apagada como la mía. Discúlpeme si he reaccionado de tal modo. Soy inexperto en el camino del sentir y no sé cómo interpretar señales ni cómo debo comportarme cuando se me demuestra un afecto auténtico y no manipulado para conseguir mi gracia.” 
“Descuide, señor Lancaster. Es mi culpa esta situación. Ha sido primero mi intromisión y después mi atrevimiento hacia usted lo que ha causado esto.”
“No se disculpe, señorita Bennet. Es más, le agradezco que me permita estos momentos. Gracias, señorita Bennet. Es primera vez que alguien da un trato tan dulce y a la vez tan honesto conmigo.”
“Siempre seré honesta y gentil con usted, señor Lancaster.” le sonrió, ya más templada.
“Mi reacción ha sido un desacierto. No obstante, la propuesta matrimonial ha sido tan pura como inocente. Realmente deseo mantener esa propuesta.”
“P-pero”
“Señorita Bennet al menos prométame que lo pensará mientras yo me encuentre en la guerra. Que al volver usted me tendrá una respuesta; no importa cuál y no se culpe por cual, pero al menos me iré con una ilusión a la que aferrarme”
“Yo…” Emilia bajo la mirada.

Se aturdió de ver sus propias manos temblar. Ella lograba conservar la calma sin titubeos cuando enfrentaba situaciones complicadas, pero el señor Lancaster había logrado desconcertar su temple. No se sentía capaz de decirle que no. No sentía amor que se anhela por una pareja hacia el señor Lancaster, pero se veía imposibilitada de nublar sus ánimos. ¿Cómo podría ser tan cruel con un hombre que debía partir a un destino incierto? No creía casarse con él fuera una opción. Pero tampoco era tan desalmada de decirle inmediatamente una negativa.

“Yo… lo pensaré”
« Last Edit: November 11, 2019, 09:37:08 PM by Kana »


Eureka

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #46: November 10, 2019, 08:18:06 PM »


Si bien la emoción por el ansiado viaje a Londres la mantenía despierta a tan altas horas de la noche, Camille admitía que su falta de sueño se debía, también, a la actitud ida de su hermana mayor. Desde que tenía uso de razón, recordaba haber confiado todo en Emilia y haber recibido el mismo trato por parte de ella: eran cómplices de por vida y eso nunca cambiaría.

Esta situación no era distinta a lo usual: Camille sabía que su hermana, eventualmente, le contaría lo que había sucedido aquel día. Sin embargo, parecía ser un asunto un tanto delicado, a juzgar por su expresión un tanto perdida. A veces, Camille encontraba que su expresión se tornaba un tanto preocupada, durante aquellos fugaces momentos en los que la mayor creía que su gemela andaba muy ensimismada en perfeccionar su retrato.

“¿El libro lo tenía a esta altura?” preguntó Emilia.
“Mm…” Camille alzó la mirada y la observó por unos instantes. “¿Creo que estaba ligeramente más arriba?”
“Oh, okay.” Emilia corrigió su pose rápidamente.
“Emi…” empezó Camille, sombreando con grafito el vestido de su hermana.

Nunca había visto un problema con ensuciarse, pero en esos instantes, sus manos llenas de carboncillo le producían una sensación similar al asco. Tal vez las palabras de su madre y sus sermones sobre cómo debía ser una mujer —limpia, refinada y respetuosa— estaban calando dentro de ella, después de todo. 


“Sí, te voy a contar, descuida.” Emilia interrumpió sus pensamientos y Camille agradeció mentalmente por ello. Ya estaba a punto de entrar en un terrible hilo de ideas, culpándose por no ser una jovencita ideal. De seguro ese era el motivo por el que el Sr. von Einzbern no había hecho esfuerzo alguno por contactarse con ella luego del baile.
“¿No iba a preguntarte—?”
“Haha. Eres una terrible mentirosa.” Emilia rio… y luego suspiró. “Lo siento. Debí hablarte al respecto ni bien regresé, pero no pude evitar darle vueltas al asunto por mi cuenta.”
“¿Qué sucedió?” Camille dejó de dibujar para prestarle atención por completo. “¿Todo bien? ¿El mocoso de los Lancaster te dio problemas?”
“Siempre me los da, pero descuida.”
“Me preocupa que se queje o algo. Podría dejarte mal frente a sus hermanos…”
“Creo haber aprendido a manejarlo. No significa que no sea difícil, pero la experiencia me ha ayudado a lidiar con él. Aún así, debo aprovechar el pequeño descanso que tendré gracias al viaje.”
“¡La pasaremos genial!” anunció Camille, emocionada. “Ay, espero que nos inviten a algún baile importante. De seguro gracias a tía Miranda saldrá algo por ahí~”
“Yo también.” Emilia sonrió.
“Bueno, me ibas a contar.”
“Es sobre el señor Lancaster…”
“Oh, ¿qué sucedió?”
“…Me propuso matrimonio.”
“¿¡QUÉ!?” Camille saltó en su sitio de la emoción.

Las barras de carboncillo, su libreta y su borrador volaron por los aires y, al siguiente instante, Emilia la encontró en la puerta de la habitación, sosteniendo la manija con la intención de salir. En eso, todo calzó perfectamente: su hermana tuvo la intención de correr a anunciar las buenas nuevas, pero sacudió la cabeza a último momento y desisitió de aquella idea.

Camille giró a enfocar su mirada en Emilia, con una sonrisa enorme y un brillo singular en los ojos. No era difícil notar la emoción que sentía: Emilia no pudo evitar sonreír al sentir la sinceridad en las emociones de su gemela. Cualquiera que observara la escena desde afuera podría decir, sin mucho esfuerzo, que la casi comprometida parecía la menor en vez de ella.

“¡Ahhhhh!” Camille corrió a tomar a Emilia de las manos, tomando asiento a su lado. “¡Estoy tan feliz por ti, hermana! Sabía que sucedería pronto. Estaba segura de que el Señor Lancaster te estaba evitando por su propia timidez… no había forma de que se tratase por otro motivo. ¡Siempre se mostró muy interesado en ti! ¡Recuerdo el baile y me emociono mucho! Ahhh, es como un sueño~ Pero espera. ¿Cómo vamos a irnos a Londres ahora?”
“Me alegra tanto verte así, Camie, pero la realidad es distinta.” Emilia suspiró. “No puedo dejar de lado el mal presentimiento que tengo. Siento que… el Señor Lancaster no fue sincero del todo con sus palabras. No pretendo decir que me engañó. Esa proposición sonaba muy genuina, pero me parece que sus intenciones no son las que una esperaría en cualquier otra situación.”
“Pero llamaste su atención. Le interesas: eso lo dejó claro siempre—” Camille se detuvo en seco al caer en cuenta de un pequeño detalle. “Espera. No me has dicho que le dijiste. ¿No… lo rechazaste, o sí?”
“Le dije que lo pensaré.” Emilia entrecerró los ojos, un tanto apenada. “Pero siento que no será suficiente para traerlo de regreso…”
“¿A qué te refieres?”
“Parece como si el Señor Lancaster no tuviera intenciones de volver de la guerra. Lo pude notar en su mirada, en su voz… Por eso me lancé a pedirle que regrese sano y salvo. Siento que mi preocupación lo confundió, y malinterpretó mis intenciones. Lo tomó como si guardara interés por sus bienes, cuando nunca ha sido así…”
“Oh, Emi, lo siento…”
“Lo único que deseo es que vuelva con buena salud.” Emilia suspiró. “Lo del matrimonio… bueno, ese tema se resolverá cuando nos volvamos a encontrar. Si te soy sincera, para mí su bienestar emocional y físico son mucho más importantes que cualquier cosa.”
“Aw, Emi.” Camille sonrió, enternecida con las palabras de su hermana. Emilia era, sin lugar a dudas, una de las personas que más admiraba, junto a su padre. “Sé de muchas señoritas que habrían aceptado en el acto. Creo que… yo hubiera hecho eso, así de poco considerada soy.”

“No.” Emilia negó con la cabeza. “No es cuestión de consideración. Creo que es un tema de prioridades… tal vez yo debería preocuparme más por nuestra situación familiar. De ser así, también hubiese aceptado sin pensarla dos veces.”
“Mmmmmm.” Camille infló las mejillas en un gesto infantil. “¡Te estaba halagando! ¡No me devuelvas el cumplido!”
“Haha~” Emilia sólto un par de risitas. “Gracias, Camie. Me siento mejor luego de hablarlo contigo.”
“Bueno, aquí estaré para ti, elijas lo que elijas. Y descuida, no le diré a nadie más lo que me acabas de contar. Puede que a madre le de un ataque si se entera que casi rechazas al Señor Lancaster…”
“A ninguna de las dos nos conviene escuchar sus dramáticos sermones.” Emilia rio. “Por cierto, sé que has intentado esconderlo, pero lo del Sr. von Einzbern te tiene un tanto acongojada, ¿no?”
“No,” dijo Camille, agachándose a recoger sus cosas. “Bueno, sí…” Suspiró. “Fue extraño. Sentí que el interés era mutuo, pero nunca más escuché algo de él.”
“Tal vez tuvo que regresar a Alemania por su negocio. Eso explicaría por qué no lo he visto por la mansión de los Lancaster… el Señor Lancaster y él se veían muy cercanos.”
“Mm…” Camille colocó su libreta y sus utensilios en su mesita de noche. “Puede ser. Sin embargo, no me sirve de nada seguir ahogándome en vasos con agua. Si el destino lo quiere, nos volveremos a ver.”
“Hehe”

“¡Emi!”
“¡No me estoy burlando de ti!” dijo Emilia, aunque sus risas la traicionaban. “Me estoy riendo porque… bueno, iremos a Londres.”
“¿Y?”
“¿Qué pasa si se encuentra por allá?”
“Ay, claro que sí.” Camille rodó los ojos. “De seguro regresó a Alemania, como dijiste.”
“Bueno, de todas formas, no te rindas. La otra vez ya estabas a punto de hacerlo y apareció en el baile de Shura.”

“…Y me invitó a bailar.”
“Y bailaron.”

“Hm.” Camille tomó asiento en su cama. “…Tienes razón.”
“¿Ves?” Emilia le sonrió. Luego, se levantó para comenzar a prepararse para dormir. “No deberías perder las esperanzas tan rápido. En cualquier otra situación, te diría que lo dejes ir. Pero ví lo interesado que estaba en ti…”
“No lo alucine, ¿no?”
“No,” Emilia se echó en su cama, tapándose con las sábanas. Camille la imitó, en la suya.
“Bueno, guardaré cero expectativas porsiacaso.”
“Ahora, a descansar que nos espera un gran día.”

“Tienes razón.” Camille sonrió para sí misma, emocionada. “Descansa, Emi.”
“Descansa, Camie.”

Luego de dedicarle una última sonrisa a su hermana, Emilia se alzó hasta llegar a la mesa entre sus camas para apagar la luz de la vela.

Aquel gesto no se desvaneció aún cuando se situó de nuevo bajo las sábanas: agradecía a su gemela por escucharla. Aún permanecía un tanto preocupada por el señor Lancaster, pero una sensación de calma la había invadido luego de conversar con Camille sobre la situación.

Esperaba, de todo corazón, volver a verlo sano. Era su único deseo.

Con aquel pensamiento en su mente, Emilia sucumbió al mundo de los sueños.
« Last Edit: November 10, 2019, 08:22:32 PM by Eureka »


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #47: November 10, 2019, 08:36:53 PM »
Primer fic en Londres! Todo lo gris del inicio fue escrito por Apple. Lo que está de negro es mío. Gracias @Apple por acoplarte a mi fic zonzo <3

tl;dr: Las hermanas Bennet llegan a Londres, emocionadas por visitar la capital así como por encontrarse con su primo Albert, el único hijo de Miranda. Sheryl está ansiosa por reunirse con sus amistades de Bloomington en la capital, y sobretodo por visitar a los Fraser, quienes tienen una residencia a solo una calle de distancia. La tía Miranda lleva a sus sobrinas a una boutique de vestidos, donde Sayi piensa en su relación con el señor Morewood y sus verdaderas intenciones tras su último encuentro. De regreso en Gracechurch, las hermanas se reencuentran con su primo Albert, mientras Miranda anuncia que han sido invitadas a un baile cuyo anfitrión es nada menos que el príncipe regente.

FYI: La casa de la tía Miranda está ubicada en Gracechurch Street, en Kensington, un barrio londinense.





X.

El camino a Londres estuvo lleno de suspiros y risitas emocionadas. La tía Miranda les lanzaba miradas divertidas, recordando sus tiempos de juventud y su primer viaje a Londres.

Sheryl que había logrado tomar un espacio junto a la ventana, estaba acurrucada junto a las gemelas y Mery. Por momentos las escuchaba cuchichear y cuando querían que Sheryl viera algo que les llamaba la atención apretaban su mano suavemente. Frente a ellas Sayi hacía planes junto a Sayaka, mientras Cho y la tía Miranda conversaban sobre los paisajes de la campiña inglesa.

Por un momento, al salir de los límites de Bloomington, Sheryl sintió que la nostalgia la invadía. Había sido un verano inolvidable, nunca había estado rodeada de tantos amigos hasta entonces. La nostalgia quedó atrás cuándo recordó que pronto el 'Keyfield Posse' (como los habitantes de Bloomington habían apodado al grupo de amigos) se volverían a reunir en Londres.

Los primeros en partir de Bloomington fueron los Spencer que planeaban pasar unas semanas del verano con la familia de Lord Spencer en Althorp. Se llevaron junto a ellos a Lady Aika- para decepción del coronel Middleton que encontró en sus deberes militares una excusa para escoltarlos la mitad del camino. La guerra en el continente estaba en su punto más acalorado y todos los militares de alto rango estaban siendo llamados a Londres donde el general Wellington estaba planeando la ofensiva contra el ejército Napoleónico. Si todo salía bien, de acuerdo a Cherche Spencer, pronto se reunirán en Spencer House.

Los Fraser acababan de partir también hacia unos días, tras una larga ausencia Jamie debía encargarse de los negocios y finanzas familiares y aunque el señor Treize había hecho lo que podía estos asuntos necesitaban la atención del señor Fraser. Pero eso no era lo interesante de su partida; lo que llamó la atención de todos fue que Clark Kent se había ido con ellos. El joven mozo fue parte de su posse durante el verano y nunca dejó de destacar por su fineza lo que llevó al grupo a especular que el joven podría ser parte de alguna familia prominente. Fue Éowyn Fraser la que tomó la tarea de resolver el misterio y realizar las averiguaciones correspondientes para no aburrirse tanto en Londres y pagarle de alguna forma a Clark por sus servicios como guía en Bloomington. Para alegría de Sheryl, los Fraser tenían una propiedad en Kensington a una calle de la casa de la tía Miranda.

Ante el prospecto de un otoño aburrido y varios asuntos pendientes en la capital, el tío Robert también se enlisto para Londres y partiría junto a Robb esa misma mañana.  Ambos se alojarían en sus respectivas residencias en St. James.

En algún punto del verano que no podía recordar los Leagan abandonaron Bloomington desairados y completamente ignorados. Habían intentado colarse en varios eventos y en varias casas como Pemberley Abbey, Keyfield Park, Blossomhouse y Shirenewton Hall pero en ninguna encontraron la popularidad que tanto deseaban.

Para todas las hermanas, en especial Sheryl, la partida de los primos Leagan había supuesto un gran alivio. Principalmente porque el primo Neil no soltó ninguna proposición de matrimonio en público y porque ya no estaban obligadas a llevar a su prima Eliza a todos lados para que no se aburriera. Lamentablemente las Bennet no les habían podido ocultar su visita a Londres y probablemente los Leagan harían acto  de presencia pronto.

Afortunadamente, según les había contado la tía Miranda, el primo Albert estaría en la ciudad. Solo la mención del joven Albert haría suspirar a cualquier joven y las Bennet no eran la excepción.
Ya en el barrio de Kensington, en Londres, Sheryl empezó a sentir como su corazón latía con fuerza. ¿Era la emoción de su primera visita a la ciudad? ¿La expectativa de ver al primo Albert por fin después de mucho tiempo? ¿O era acaso el deseo de ver a los Fraser cuanto antes?

Cuando la calesa llegó a Gracechurch Street Sheryl se asomó por la ventana con los ojos bien abiertos por si acaso podría ver a los Fraser, o al menos tratar de adivinar cuál sería su casa en esa sucesión de residencias enormes y hermosas.  Tan distraída estaba la rubia que no se dio cuenta de que la calesa se había detenido frente a una de las casonas y Sayi la estaba tomando de la mano.

-Sheryl, ya llegamos.

Su mayordomo y ama de llaves ya habían recibido a la tía Miranda y los lacayos se ocupaban de su equipaje. Las Bennet bajaron en procesión, guiadas por Emilia que como ya conocía la casa y a los empleados se sentía más confiada. Sheryl vio a su alrededor, impresionada por la gran cantidad de personas que caminaban con apuro por la calle; los señores con su sombrero de copa alta y algunos con bastón y las damas cubiertas con sus sombreros y parasoles. También nanas que paseaban carruelas o con niños pulcramente vestidos y peinados tomados de la mano. Las calesas no hacían falta tampoco y abundaban de igual manera las carretas con víveres para las casas y tiendas del área.

-Señoritas Bennet, lady Miranda desea que entren al salón de dibujo a tomar un refresco mientras subimos sus equipajes a las habitaciones-  les indicó el mayordomo cuando las jóvenes no dieron señal de moverse de la entrada.

Ansiosas por conocer la casa de la tía Miranda, no perdieron el tiempo y se adentraron a la mansión que por supuesto no les decepcionó. La decoración era exquisita con retratos, pinturas, floreros con rosas y muebles finos todo en colores claros y acogedores. Lo que les decepcionó fue la ausencia del primo Albert que según el ama de llaves aún no había hecho acto de presencia.

Después de un pequeño refrigerio de biscuits y té importado de la India, las jóvenes fueron conducidas a sus habitaciones. Antes de acomodar su ropa en los armarios, las mucamas habían llenado las respectivas jarras con agua tibia con su respectiva palangana de porcelana para que las Bennet se lavaran las manos y la cara. También habían puesto toallitas de lino suave, polveras y frasquitos de perfume de Francia y Rusia que las jóvenes no tardaron en probar. Mientras se acicalaban y arreglaban sus peinados el mayordomo paso de puerta en puerta avisando que la tía Miranda les estaba esperando de nuevo en el salón de dibujo y se alistaran para salir.

Una vez estuvieron reunidas, la siguiente tarea a la orden del día fue poner al grupo de acuerdo sobre qué tiendas y restaurantes visitarían primero. Miranda tenía un par de invitaciones de té preparadas, las cuales serían excelentes oportunidades para introducir a sus sobrinas a la sociedad de Londres. Asimismo, pensaba preguntarle a sus amistades si habría algún evento de interés llevándose a cabo en la próxima quincena… pero no tuvo tiempo a siquiera revisar su correo, al percatarse de lo ilusionadas que estaban sus sobrinas por ver lo que la capital tuviera por ofrecer.

“Me encantaría visitar algunas boutiques” pensó Emilia en voz alta “Los estilos deben haber cambiado en los meses que estuve fuera de Londres”
“¿Y después podemos visitar una tienda de utensilios de arte?” le siguió Camille
“Me pareció ver una pastelería muy cerca a la casa de la tía” comentó Mery “¿Alguna se anima a pasear conmigo?”

Gracechurch Street, la residencia de la tía Miranda, era una calle bastante céntrica, y se encontraba a muy poca distancia de un sinnúmero de tiendas, boutiques y teatros. Habían suficientes distracciones para satisfacer los hobbies de todas las hermanas… pero la tía Miranda le había prometido a la señora Bennet que su principal cometido sería el instruir a sus sobrinas en el delicado porte e inteligente conversar de la sociedad londinense— lo que fuese necesario en con tal de elevar su posición y ponerlas en el camino de relaciones provechosas.

Pero el andar de celestina, a diferencia de su hermana, no era realmente su estilo, por lo que aún si Miranda tenía toda la intención de mantener la promesa, pensaba aconsejar a sus sobrinas de una manera más sutil, a diferencia del estilo tan abrasivo de su madre.

Por ese motivo fue que sugirió empezar con una nueva boutique de vestidos: Una que acababa de abrir un par de calles abajo, y había probado ser muy popular con damas de su edad. Pues para eventos sociales capitalinos, donde la vestimenta era muy observada y criticada, era primordial ponerle extra detalle a estar impecable, por lo que le parecía importante familiarizar a sus sobrinas con lo último en la moda londinense lo antes posible.

Y, camino a la tienda, las hermanas Bennet pudieron observar a su tía dando el ejemplo de modales en sociedad al verla intercambiar pleitesías con al menos unas cinco personas, damas o caballeros todos, con tal elegante soltura que todas apuraron en anotar los detalles para usarlas en alguna próxima oportunidad.

“Sayi, ¿acaso no planeas buscar algo para ti?”

La joven le sonrió a su tía, y ambas se voltearon a seguir observando al resto de sus hermanas pasearse por los escaparates de la boutique, y llenar de preguntas a las dependientas del local.

“Empiezo a sentir que la última moda ya deja de ser para mí” le confesó “¿No le parece que me toca adoptar un vestir un poco más recatado?”
“Querida, no hables como si tuvieras mi edad” le pidió Miranda “Que apenas y tienes veintidós”
“Así es, pero…” se detuvo, buscando las palabras adecuadas para expresar lo que llevaba pensando desde hace un tiempo “Empiezo a aceptar que mi rol de aquí en más será de animadora de mis hermanas, y oradora por su buena fortuna”
“¿Pero acaso no es cierto lo que me dijo tu madre? ¿Que tienes un admirador esperando tu regreso en Longbourn?”
“Sin duda alguna el actuar del señor Morewood parecía indicativo de… algo pasional, más tengo el presentimiento que no es lo que mi madre tanto desea” continuó “Y luego de lo sucedido con el señor Grandchester… no pienso permitirme otra ilusión sin una demostración que me deje sin duda alguna”
“¿Y el que te haya dicho que esperaría tu regreso no fue suficiente para ti?”
“Hay algo que no logro descifrar del señor Morewood, algo que me confunde, pero no puedo concluir que se trate de afecto”

La tía Miranda estuvo por decir algo más, pero justo en ese momento vio una de las dependientas llamarla desde el otro extremo de la tienda. Al parecer, Sheryl tenía un par de vestidos que se encontraba contemplando en el vestidor, y necesitaba la opinión de su tía al respecto.

Aunado si sus palabras resonaban con ella o no, Sayi pensó que sería una desazón de su parte el no disfrutar de la primera salida organizada por su querida tía. Se acercó a un grupo de perchas con toda la intención de encontrar algo para ella… pero apenas estuvo por sortear los vestidos, una mano se posó sobre la suya.

Se trataba de Sayaka, su hermana más querida, quien cargaba con una expresión perpleja en el rostro.

“No pude evitar sobre escuchar tu conversación con la tía Miranda, discúlpame por ello. Pero Sayi, ¿es cierto lo que dices?”

Había tenido todo el trayecto de Longbourn a Londres para pensar tanto en su relación con el señor Morewood, como en lo sucedido la última vez que lo vio. Y es que por más amable y espontáneo que era en sus expresiones y su pensar, Sayi no podía recordar siquiera una conversación que justificara un amor tan fulminante.

No le terminaba de cuadrar que el señor Morewood haya desarrollado un afecto de tal calibre en apenas un par de semanas. Y, cuanto más lo pensaba, Sayi se acercaba a la conclusión que si bien aquella súplica había sido dirigida hacia ella, ello no significaba que había sido por ella.

“Me temo que nuestra madre es la más ilusionada con el señor Morewood, mi querida Sayaka” le confió “Hay algo que no termino de entender, o que quizás y no entiendo en lo absoluto, y ello no me deja confiar en sus motivos, por más amables que seguramente puedan ser”
“No es la primera vez que nuestra madre se adelanta a acontecimientos” respondió su hermana “Pero si algo no te termina de convencer, me alegra que lo reconozcas y lo dejes guiarte. Siempre has sido muy pronta a satisfacer las expectativas de nuestros padres, y me gusta escuchar que estás cuidando tus sentimientos primero, y velando por tu bienestar”
“Me temo que no estoy tan acorde con mis sentimientos como tu con los tuyos” le dijo Sayi “Cuánto me gustaría ver las cosas mediante tu perspectiva, siempre tan despierta con franca sabiduría”

Sayaka le sonrió, agradeciéndole el afecto, antes de tomarle de la mano y guiarla hacia el resto de sus hermanas. Todas se encontraban embelesadas con la pintura que era Sheryl, luciendo un hermoso vestido de paseo.

Entre los halagos de sus hermanas, y las sugerencias de accesorios para elevar aún más la imagen de perfección que era su hermana, Sayi observó a su hermana más querida sonreír de tal manera que colmó su corazón de cariño.

“Sheryl hace un vestido de novia de todo vestido puesto en ella” dijo Sayaka, con el orgullo brillando en sus ojos.

Si su predicción se hacía realidad, y su futuro era quedarse soltera y velar por sus hermanas y sus familias, Sayi deseó de todo corazón que la primera en encontrar esa dicha fuese su querida Sayaka, quien siempre llevaba la felicidad de todas como prioridad suya.




Apenas fueron recibidas por el mayordomo, la segunda persona en aparecer al pie de las escaleras fue nada menos que el primo Albert. Las hermanas corrieron a saludarlo, a preguntarle por acontecimientos recientes o simplemente a sonreírle, contentas por que se les haya podido unir. La tía Miranda lo reprochó por la demora, y Albert se disculpó con tal amabilidad que nadie tuvo algo más que recriminar.

“Londres cambia tanto cada vez que vengo, que termino perdiéndome siempre que visito a mamá” dijo con una sonrisa “Me alegra muchísimo que hayan podido venir todas, mis queridas primas Bennet”

El primo Albert vivía en el campo, así como ellas, pero visitaba Londres con frecuencia por lo que se alojaba con su madre cada vez que tenía asuntos en la capital. El coincidir con una de sus visitas era otro de los motivos por las que las Bennet tanto habían esperado la oportunidad de visitar Londres. El primo Albert era de carácter sumamente bondadoso, delicado con ellas y pronto a cuidarlas. Jamás habían recibido una palabra soez de él, y no lo creían capaz de maldad alguna: Él iluminaba cada habitación con su sola presencia, y estaban seguras sería igual con su visita a Londres.

Mientras las hermanas Bennet se ponían al día con la vida de su primo favorito, la tía Miranda aprovechó para empezar a revisar la pila de correspondencia que venía reuniéndose desde que se marchó a visitar el distrito de los lagos. Pero una invitación llamó su atención más que el resto, al estar blasonada con el sello de la familia real.

La emoción no pudo esperar a que se terminara de leer el contenido de la misiva. El salón de dibujo estalló en grititos emocionados, planes siendo discutidos y suspiros incrédulos. El primo Albert intentó calmar a sus primas, pero su madre, con una sonrisa, le dijo que ello sería en vano.

Y es que la tía Miranda había sido invitada a nada menos que al baile de inauguración por la renovación del palacio de Buckingham, organizada por la mismísima corona. Cuál había sido su suerte que la invitación incluía al remitente y a su sociedad más cercana— detalle que expondría a las hermanas Bennet a uno de los mayores eventos de ese año.

Ante tal invitación, la tía Miranda no se esperó nada menos que el completo júbilo de sus sobrinas. Ello, claro está, no contaba con la reacción que la señora Bennet tendría al recibir la carta explicando lo sucedido.

“Mamá, ahora te tocará visitar todas las boutiques de vestidos en Londres”
“Creo que estás en lo cierto, Albert, y me alegra mucho que justo estés de visita para que ayudes a todas tus primas” le dijo la señora Lotto, ante lo cual Albert arrugó los labios. La imagen de si mismo cargando paquetes no era necesariamente su idea de una divertida reunión familiar.

Una vez pasada algo de la conmoción, la tía Miranda logró rescatar una carta dirigida a la mayor de sus sobrinas.
Sayi sonrió al ver el nombre del señor Souton en el remitente, y se alegró aún más al leer que se trataba de una invitación para pasear con él.

« Last Edit: November 10, 2019, 09:29:40 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Apple

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #48: November 11, 2019, 11:36:02 PM »
Editaré cuando termine mis topes no sé porque se me ocurrió meter tantos personajes t_t ps: Gracias @Sayi por los topes tan bonitos de Sheryl! :3

6



Robb Stark no estaba seguro de si su tío estaba enojado o no. Esa mañana mientras cargaban su equipaje y se acomodaba en la calesa Robert Baratheon había estado callado, algo poco característico de él. Robb por supuesto ya no era el niño pequeño que se asustaba cuando su tío favorito le regañaba, pero el profundo respeto que sentía por el tío Robert le impedía no sentir un malestar ante la frialdad del mayor.

Robb estaba destinado a heredad la riqueza y propiedades no solo de su padre, sino también del tío Robert. Lo único que le pedían ellos a cambio era una existencia disciplinada y encontrar a una doncella hermosa, ni siquiera tenía que ser rica pues él tenía más que suficiente,  para casarse y continuar con el legado de su familia. De él se esperaba una carrera en la política como su padre, en la Cámara de los Lores como otro tory más al servicio de la corona. Lo que Robb quería en realidad era iniciar una carrera en la milicia.

Naturalmente su padre se negó a apoyarlo y el tío Robert fue el mismo caso. Ambos temían por la vida del buen Robb y el impacto que el campo de batalla pudiera tener en él. Era un joven serio pero de buen corazón que lo caracterizaba. El tío Robert que siempre fue su cómplice en todas sus aventuras y  estaba más que encantado de cumplir sus caprichos desde que era un niño fue el que más se negó argumentando que nunca había podido tener un hijo y que Robb era lo más cercano a uno para él.

A pesar de tener el apoyo de sus amigos Robb no podía abandonar a su familia, de haberse ido solo así el deshonor de haber desobedecido a su padre le hubiera seguido por el resto de su vida. Creyó que teniendo la bendición del tío Robert podría convencer a Lord Stark de dejarlo pelear en el continente.

-Ahora que regresemos a Londres, no pretenderás insistirle a tu padre para que te deje ir a la guerra.

-Ese era exactamente mi plan tío- respondió Robb. Era un tema incomodo pero le alegraba que su tío por fin le dirigiera la palabra.

-Eres un muchacho obstinado. Y muy tonto por lo visto ¿Qué pretendes muchacho? ¿Terminar como un pastel de picadillo por una bola de cañón?

-Es solo que me gustaría hacerme un nombre por mismo, no por ser un Stark o por ser tu heredero. Además hay otros jóvenes británicos arriesgando sus vidas en el campo de batalla y es gracias a ellos que no hemos sido invadidos por los franceses; esta es una gran causa y quisiera ser parte de algo más grande que yo.

Robert Baratheon chasqueó los labios. Si bien Robb tenía argumentos convincentes y entendía a donde quería llegar, después de todo él había sido joven también, su temor como viejo no le dejaba apoyar a su sobrino como debería.

-¿No habrá nada que te haga cambiar de opinión? ¿Ni una joven hermosa dispuesta a casarse contigo cuanto antes?

-No, ni aunque la misma Princesa Charlotte me pidiera matrimonio.

-Bien- el tío Robert soltó un gran respiro –lo consideraré en el transcurso del viaje. Ya me había imaginado que no venias al campo solo por una simple invitación pero no me imagine que me fueras a causar tanto pesar. Hablaremos cuando lleguemos a Londres.

Y con eso el tío Robert empezó a dormitar en la calesa y mientras Robb se entretenía con el paisaje del sur de Inglaterra.




Desde el inicio la tía Miranda dejó en claro las reglas, en especial en cuanto a las visitas. Si las Bennet querían visitar a alguien en Londres debían enviarle su tarjeta de presentación para anunciar su presencia en la ciudad y esperar una subsecuente invitación. No podían aparecerse en las casas sin invitación formal y mucho menos salir solas; idealmente tendrían que tener la compañía de una señora aunque la compañía de otra señorita o su primo Albert bastaría para evitar los malos entendidos y calumnias.

Londres era una ciudad enorme, pero el círculo social donde estarían a veces parecía muy diminuto y los chismes corrían como el vino y coñac. Lo último que una señorita en edad casadera necesitaba era que desprestigiaran su honor; y peor aún si los errores de una hermana repercutirían en todas.

Nada más tuvo tiempo libre Sheryl envió sus tarjetas de presentación a las casas de sus conocidos pero la tía Miranda le dijo que posiblemente las invitaciones tardarían en llegar. Después de un tiempo afuera las personas usualmente se ocuparían en poner orden en sus casas y sus asuntos financieros, estos últimos en particular requerían especial cuidado estos últimos tiempos cuando la corona recaudaba impuestos y donaciones para la guerra.

Los primeros días en Londres consistieron en pulir los modales y aprender esas reglas silenciosas e implícitas de la complicada sociedad londinense. Las Bennet practicaron sus reverencias por si se topaban con el Príncipe de Gales y el primo Albert les explicó que se deberían dirigir a él como "su alteza real" seguido de un "Príncipe George", y lo mismo aplicaba para cualquier miembro de la familia real. También les habló de los favoritos de la complicada situación del rey, de los favoritos del príncipe regente  como Beau Brummell y como la mejor manera se sobrevivir en Londres era manteniendo un perfil bajo. 

Las compras tampoco se hicieron esperar, y junto a su tía Miranda y Albert las Bennet recorrieron Regent Street, Bond Street y Covent Garden en busca de sus atuendos para el baile, además de accesorios, joyas, perfumes y cosméticos.

El primo Albert fue muy atento en todo momento. Además de relacionarse con sus propias amistades y ayudar a su madre con los affaires del hogar encontraba tiempo para sus primas. Había paseado con Cho por los jardines de la casa, posado para Camille que pinto un retrato de él, tocó en varias ocasiones un dúo de violines con Sayi, se comió todos los postres que le preparo Mery sin chistar y acompañó a Sheryl en su té de las cuatro. A Emilia la llevó a una librería para comprar libros de anatomía y acompañó a Sayaka a largas caminatas por los jardines de Kensington hasta llegar al Palacio de Kensington.




Jamie Fraser recibió la noticia de que Sheryl estaba ya en Londres con bastante entusiasmo. Le hubiera enviado una invitación de no haber sido porque su casa se encontraba en las condiciones más deplorables y menos adecuadas para recibir a una dama. Incluso le apenaba que Éowyn tuviera que vivir ahí.

-No me lo tome a mal monsieur, pero vuestra casa es una pocilga- le había comentado inocentemente Adrien apenas llegaron.

-¿Y de que otra forma podría tomármelo Adrien?

El jovenzuelo se sonrojo y bajó la mirada, pero Jamie sonrió y revolvió sus cabellos con la mano. Le gustaba la franqueza del chico y  además tenía toda la razón. Se reprochó a sí mismo por su descuido y por haber dejado que su propiedad de Londres se volviera una pocilga.

A pesar de que el señor Treize había tratado de mantener la casa en pie y la fachada y los jardines se encontraban en un estado aceptable, no tenía la autoridad (y Jamie nunca le dio el permiso) para contratar personal para el interior. En sus años de ausencia Treize apenas pudo convencer a Jamie de contratar a un capataz que se encargaba de mantener a los ladrones y malandros alejados, y a unas mujeres que de vez en cuando llegaban a limpiar los pisos y quitar telarañas.

Lo que había llevado a que su residencia terminará así no había sido tacañería, sino un deseo de que esta se callera a pedazos y se llevara todos los malos recuerdos. La última vez que habían habitado el lugar todos los Fraser habían estado presentes y el demonio que había poseído a su padre les había hecho pasar varios malos momentos. El señor Fraser padre había pasado toda esa temporada en Londres en un estupor de licor y apuestas lo que lo llevo a ser violento con la señora Fraser, el personal de servicio y sus propios hijos. Ese solo fue el inicio del fin de su vida familiar; y esa casa con decoración sombría y olor a humedad se lo recordaba todo. 

Avergonzado con el estado de su vivienda le pidió disculpas a Treize por nunca haberle escuchado y le rogó que buscara un ama de llaves y un mayordomo cuanto antes. Y a Éowyn y Clark, era un invitado después de todo, les ofreció hospedarlos en un hotel hasta que la casa estuviera más aceptable. Los dos se negaron rotundamente e insistieron en quedarse, Éowyn aludiendo que ese también era su hogar.

Treize Khushrenada, tan competente como siempre, no perdió el tiempo y al día siguiente haber llegado la mansión Fraser de Gracechurch Street tenía ya un ama de llaves, un mayordomo y una docena de sirvientes. La primera orden de Jaime fue para que quitaran los retratos de sus padres que estaban al pie de la escalera y se habían dañado por la humedad y el polvo. Pidió que enviaran el de su madre con un restaurador y que pusieran el de su padre en su oficina. Esa misma noche mientras todos dormían, junto a Éowyn lo hecho a la chimenea y los dos vieron con cierto alivio como la imagen de su padre iba desapareciendo entre las llamas. 

« Last Edit: November 12, 2019, 09:57:45 PM by Apple »


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #49: November 13, 2019, 08:42:46 PM »

Volver a Londres fue toda una mezcla de júbilo, ilusión y fascinación para Emilia. No sólo le alegraba regresar a la ciudad donde fue tan feliz junto con la tía Miranda y el primo Albert en la mansión de su familiar, sino también se sentía afortunada enormemente de estar acompañada por sus hermanas en esta ocasión.

La primera actividad realizada en familia fue ir a visitar una serie de boutiques y tiendas de la ciudad, donde ella y sus hermanas se entusiasmaban con la idea de renovar vestuarios y accesorios con diseños más novedosos correspondiente a la moda de estación. La tía Miranda fue muy amable en acompañarlas y agasajar a sus sobrinas cada vez que compraba un atiendo, sombrero, guante o accesorio para cada una de ellas. Las hermanas Bennet en un principio se mostraron cohibidas y rehacías a aceptar que la tía Miranda les comprara esos bonitos atuendos, pero la mujer fue enfática en el deseo auténtico que ella profesaba por consentir a sus sobrinas en esos detalles. Ante la amable insistencia de la tía, varias comenzaron a probarse vestidos y accesorios, siendo comprados los que las convencieron después de una larga selección.

Era increíble lo hermosa que lucía Sheryl con todo lo que se probara, parecía que cada prenda y cada sobrero o guante de encaje fue especialmente diseñado para ella. Emilia pensaba en lo afortunado que sería el gentil hombre que pidiera la mano de su hermana Sheryl. Mientras caminaba con sus hermanas y la tía Miranda por el boulevard, Emilia iba recordando los lugares los cuales visitó cuando estuvo en Londres en la temporada anterior. Algunos parecían no haber experimentado remodelaciones, pero otros tantos habían variado al menos en la ornamentación, agregando flores de estación a las macetas decorativas.
Extrañaba esas calles, como también había añorado la vida londinense. Ella amable Bloomington pero, aunque no quería admitirlo, mientras permaneció con la tía Miranda en Londres fantaseó con la idea de vivir en la gran ciudad. Ella misma se sorprendía de lo muy bien que se había adecuado a ese estilo de vida, sintiendo como si de toda una vida habría coexistido en Londres. La sociedad era toda una variopinta de características interesantes, algunos más conservadores, otros más revolucionarios, casi todos cultos y afectuosamente vinculados a las literaturas. Algo que amaba de Londres era lo pronto de la exposición de las novedades litúrgicas. Podía encontrar el libro que quisiera en la ciudad.

Al volver a la mansión de la tía Miranda, algunas hermanas comenzaron a conocer con mayor detalle la mansión y otras se dedicaron a otras actividades mientras esperaban ser llamadas a almorzar. Cho se encontraba en el jardín, anonadada con la botánica de la casa y acompañada por el primo Albert. Sayi y Sayaka iban visitando cada salón y cada rincón de la mansión de los Lotto, recordando algunos lugares del edificio cuando lo visitaron de pequeñas y conociendo unos nuevos. Mery en ese momento se encontraba conociendo la sala de música, acompañada por un pequeño corgi gales mascota de la tía Miranda y quien seguía a Mery a donde fuera desde que la joven le había acariciado.
Sheryl estaba en la sala escribiendo unas notificaciones a sus conocidos indicando que se encontraba en Londres. Emilia y Camille pensaron que debían hacer lo mismo, tanto por modales como para no hacer ofender a algún conocido enterándose por terceros de su presencia en Londres.
“Camie, ¿le escribirás al señor von Einzbern? Posiblemente se encuentre en Londres” le habló en voz baja a Camille, para no distraer a Sheryl quien se encontraba entusiasmada escribiendo sus cartas en la otra mesita. “Sería una buena ocasión para notificarlo”
“Lo he estado pensando, de hecho.” Respondió la joven, quien mantenía los ojos posados sobre la carta en blanco. Llevaba un par de minutos así, analizando si escribirle o no a ese noble señor. El deseo y la ilusión estaban presente, pero sentía que le faltaba el coraje para atreverse. “Pero siento dudas al respecto y me da algo de temor. ¿Qué tal si me ensueño de más y en realidad el señor von Einzbern ha incluso olvidado mi nombre?”
“No creo que el señor von Einzbern sea de las personas que olvidan un nombre de una joven tan encantadora como tú.” Emilia recordó un detalle. “Debo confesarte que en un principio experimenté cierto recelo y percato hacia su persona, especialmente por el modo en que lo conocimos en la cabaña del bosque donde parecía huir de alguien, pero en el baile de Mary su actitud y modales me hicieron ver que estaba equivocada. Parecía encantado con tu persona. Yo creo que debes escribir, al menos, para notificarle que te encuentras en Londres, de este modo tienes dos ventajas: la posibilidad de un encuentro con él y la precaución de no ofenderlo si no le avisas.”
“Me parece totalmente coherente.” Camille asintió, regalándole una sonrisa a su hermana. “Será una carta recatada pero también cordial.”
“Es una buena presentación.” Asintió.
Emilia prestó atención a su propia escritura, tenía una carta escriba para su querida amiga Mina Shelley notificándole de su presencia en Londres y demostrando la motivación de acertar la posibilidad de un encuentro con la joven. Emilia y Mina se volvieron muy buenas amigas a lo largo de los años. La señorita Shelley veraneaba con su familia todos los años en una de las casas aledañas a la casa de los Bennet donde tenían una pequeña propiedad, desde ese entonces se conocieron con Emilia y de pequeñas jugaban, de adolescentes fantaseaban con nobles príncipes y en el presente seguían manteniendo una relación muy afectuosa pese a que Mina Shelley se mudó definitivamente a Londres y las visitas en Bloomington ya no eran tan constantes. Eso no significaba que ni una y la otra no estuvieran al tanto del cotidiano y las ideas de cada una, puesto que cada semana se escribían contándose sus días y reflexionando sobre sus vidas y la sociedad.
A Emilia le admiraba la impecable escritura de Mina, su letra era hermosa y el contenido de sus cartas era fascinante. Contaba una historia detallada y apasionada, sumergiendo a Emilia en una fantasía mental que pedía continuación cada vez que llegaba al final del relato. Y no era por menos, puesto que Mina se dedicaba a la escritura de novelas anónimas que publicaba en la editorial de Londres bajo un seudónimo que encubría, a su pesar, su identidad. La familia de Mina era conocida por ser cuna de escritores y dramaturgos, por lo que el talento de una de sus hijas nunca fue oprimido sino, todo lo contrario, potenciado.
Anhelaba poder visitar a Mina.
También escribió una carta a la señorita Aristia La Monique, contándole que había llegado sin novedades a Londres y que siguió su recomendación de visitar la librería Hatchards, comentándole que encontró todos los títulos que aspiraba a conseguir y que su primo Albert fue muy gentil de acompañarla en todo momento. La joven se llevó la grata sorpresa de que el primo Albert conocía a Lady La Moniquè cuando Emilia le comentó que ésta misma señorita fue quien le recomendó visitar Hatchards. Según le contó el primo Albert, conocía a la joven londinense (que ahora se encontraba temporalmente en Bloosomhouse) de algún evento social donde los hijos de los nobles estuvieron presentes, entre ellos, Lady La Moniquè y el hermano de ésta, Kiel de Alfierce.
Escribió una carta a sus padres, relatándole lo experimentado el primer día de su llegada de regreso a Londres. Fue más esmerada y cercana en escribirle referencia a su señor padre, con quien compartía un vínculo más cercano que con su madre. Su padre era esencial en la vida de Emilia, se sentía agradecida y apoyada por él en todo sentido, por ello no escatimaba en afecto hacia su progenitor.
Escribió una nota más pequeña para el señor Smith notificándole la fecha tentativa de su regreso al pueblo. El doctor se encontraba en Bloomington, atareado de pacientes aquejados por enfermedad o por lesiones, y estaba pronto a ser notificado, de ser requerido, de un traslado para atender a los soldados en el campo de batalla. Emilia deseaba que eso no sucediera. No era secreto el amor platónico que Emilia profesaba por aquel hombre, y si bien era recatada en sus muestras frente a él, de todos modos, le daba pistas de sus sentimientos, pero el señor Smith no demostraba experimentar los mismos afectos por ella. Tal vez seguía viéndola como la niña hija de los Bennet a quien atendía desde pequeña.
Oportunamente recordó escribirle una carta dirigida a la residencia del joven Väring en Londres. Se avergonzó de no recordar al señor Väring sino hasta caber en cuenta de que éste mismo le avisó que estaría unas semanas en Londres por motivos de negocios y por la misión de recaudar fondos para el St. Constantine Hospital. El señor Väring se había portado muy cordial y amable con ella en todo momento, facilitándole la oportunidad de trabajar en un horario flexible en su Hospital como también perimiéndole acudir a sus compromisos sin objeciones.
Emilia recién cabía de cuentas de lo amable y bien educado que era ese señor, muy distinto a lo esperable que fuera dada su afortunada realidad. Esperaba que el señor Väring se encontrara bien, y le deseaba buenos deseos en sus objetivos. También esperaba que algún día encontrara una joven hermosa que fuera buena con él.
Escribió notificándolo de que estaba en Londres y le deseaba buena fortuna en sus propósitos, como también le encargaba un saludo afectuoso de su parte al señor Chrom Rotschild, el socio del señor Väring, quien también había sido muy amable en cuando a las condiciones laborales de Emilia en el hospital, del cual también era dueño junto con Marth Väring.

Tras terminar esas cartas Emilia se quedó en un trance momentáneo, pensando en cierto señor que mantenía toda su vida remecida en el presente. El viaje y el paseo le permitieron disipar los recuerdos y pensamientos vinculados hacia su persona, pero ahora que estaba en esos momentos escribiendo con sus hermanas, se le hizo imposible negar su presencia.
¿Debería escribirle una carta al señor Henry Lancaster?

“¿Ya terminaste, Emilia?” Preguntó Sheryl, ella y Camille terminaron sus escrituras y sólo faltaba Emilia. Notó que su hermana parecía ensimismada en su mundo. “¿Pasa algo de lo que no me he enterado?” preguntó la joven, con curiosidad y un poco de preocupación.
Las gemelas intercambiaron miradas cómplices. La única que sabía sobre lo sucedido con el señor Lancaster era Camille. Le había contado todo, porque era necesario, porque Camille además la leía como un libro abierto y porque durante toda su vida habían compartido todo y no existían secretos entre ellas dos.
“No pasa nada.” Emilia le sonrió a Sheryl, tratando de transmitirse tranquilidad. “Sólo que no me he logrado inspirar para escribir esta carta. Creo que daré un paseo para encontrar esa inspiración que ahora me falla.”

Con la excusa de aspirar un poco de aire para inspirarse, se puso de pie y salió del salón con papel y pluma en mano, buscó un sitio en el jardín hallando una banca de mármol bajo la sombra de un árbol. Tomo asiento y alzó la mirada hacia el cielo azul y hermoso, distrayéndose con el baile de los pétalos de flores que iban cayendo desde el árbol hasta encontrar su fin en el césped. Los pétalos caer le recordaron esa tarde en el que él se fue.

El joven Lancaster antes de partir a acuartelamiento urgente le dio una dirección donde escribirle. Recordaba el día en que él se fue. Emilia, Camille y Sayaka se encontraban en el pueblo y se habían integrado a la gente locataria que se ubicaba a cada lado de las calles despidiendo a los soldados que pasaron una pequeña temporada en Bloomington antes de volver a sus oficios. La gente les aclamaba y les deseaba buena salud y protección, lanzándoles pétalos de flores rojas a su paso.
Entre los soldados estaba el señor Henry Lancaster, sobre su fino corcel blanco y luciendo su uniforme militar investido con medallas y emblemas de reconocimiento. Lucía como un hermoso príncipe. Todavía se preguntaba si el padre del señor Lancaster, el Duque de Lancaster, estaba en lo correcto de enviar a sus hijos mayores, su sangre y herencia, a una guerra que podían librarlas otros en sus nombres. Era extraño pensar que un noble fuera tan arriesgado con su familia, pero parecía que el honor, la gloria y el nacionalismo era más importante que la descendencia.
Sólo se dedicaron una mirada fugaz al cruzar miradas, no hubo saludos ni despedidas efervescentes, pero a Emilia le bastó para intuir que se la dedicaba a ella.

A Emilia le daba seguridad convencerse de que no sentía sentimientos amorosos hacia el señor Lancaster. Se convencía una y otra vez que el señor Lancaster había confundido sus palabras. Ella estaba segura de que lo veía como un amable señor que podía ser un buen amigo, no un esposo. Pero… Era imposible no fantasear con la idea.

El señor Lancaster era bello, innegablemente bello. Afortunadamente no compartía la personalidad déspota y desagradable de Sir Cain Lancaster, su hermano mayor, ni la ambición y el clasismo de su señor padre, el Duque de Lancaster. Henry Lancaster era un caballero enigmático, pero puro. Parecía compartir una personalidad similar que su prima Lady La Moniquè, ambos con buenos modales y elegancia, pero sin mirar como escoria a los que se encontraban en menor jerarquía.
Emilia apreciaba al señor Lancaster por la persona, no por la riqueza. Tal vez por eso no le dio un no rotundo a su petición de esperarlo volver de la guerra. Le dolía destruir ese pequeño halo de esperanza del joven de aferrarse a una vida menos ingrata en lo interaccional.
Pensó en su propia fortuna. Emilia parecía no tener mucha suerte en la competencia por convertirse en la esposa de un hombre importante. Su afecto hacia el señor Smith era unilateral, y aunque fuera bilateral no sería aprobado por su madre puesto que el señor Smith para ella era solo un “medicucho de pueblo”.
Hace cuatro años atrás, Emilia había rechazado la propuesta de matrimonio de un burgués italiano que estuvo de pasada en Bloomington y se había encantado por la joven. A Emilia no le pareció su actitud pasional y efusiva, puesto que jamás ella le dio señales de interés ni mucho menos ya que, las pocas veces que lo vio, ella lo evitó. Su madre hasta el presente le seguía recriminando su falta de modales y la oportunidad valiosa que despreció
“Ahora estarías en Italia, siendo una señora respetable y acomodada en una mansión” Tal vez sería una señora en una mansión, pero una muy amargada señora dentro de su mansión. Intuía que el señor italiano era tan romántico como apasionado y por tanto tendría que compartir “su amor” con otras señoritas más. Emilia no se arrepentía, obstinada como era, de su decisión.
Con un hombre que no la amaba como el señor Smith y con una propuesta de un hombre adinerado que ella rechazó hace años, ¿Qué posibilidades existían para Emilia? La idea de casarse le espantaba, pero tampoco era ajena a ella. Quería ser independiente y libre, pero tampoco quería ser una solterona que muriera sola e infeliz en una casa.
Estaba segura que sus hermanas siempre estarían con ella y con los años ella siempre estaría también para sus sobrinos futuros. Pero conocía como era la soledad, muchas mujeres terminaban solteronas y olvidadas en alguna habitación de un sitio que le han dado sus familiares por caridad.

¿Estaba mal si soñaba un poco como sería si se casara con el señor Henry Lancaster?
¿Cómo sería si, al volver, Emilia le dijera que sí?

Sin duda su madre sería la más eufórica si esa situación se diera. Casarse con un hombre rico, bueno y hermoso. Hijo del Duque, por lo demás. Emilia tendría una vida tranquila, acompañada por alguien quien apoyaba sus sueños y con la tranquilidad de que nunca debía temer por la soledad o el desfortunio.
No solo sería moderadamente feliz junto a alguien que apreciaba por quien era. El hecho que no experimentara sentimientos amorosos y románticos por él, ahora, no significaba que podrían nacer a futuro. Y si no nacían, siempre podía estar casada con un buen amigo.
Por otro lado, el señor Lancaster fue enfático en asegurar a las hermanas de Emilia, refiriéndole que podría aportar fortuna a sus dotes matrimoniales y lo que necesitaran los señores Bennet lo tendrían prontamente. No sólo Emilia tendría una vida grata de vivir, sino también sus hermanas quienes podrían estar en el privilegio de escoger con quien casarse y no ser forzadas a hacerlo con el primer apostador.

Pero todo era demasiado fantasioso…

“Emi, ¿Estás pensando en la propuesta del señor Lancaster?”
“Sí.” Emilia cerró los ojos, sonriendo. Sabía que Camille llegaría a su lado intuyendo todo. “No sé si debo escribirle una carta. Sería dar más esperanzas a su propuesta sin estar segura si la voy a rechazar o no. Pero pienso en lo solo que debe estar con su escuadrón y quizá lo bienvenida que sería una carta deseándole buenos deseos. Estoy en un dilema, Camie” la joven la observó con súplica. “¿Debo o no debo escribirle?”
“Pues…” Camille analizó la situación. Cualquier palabra podía ser malinterpretada como una muestra de afecto de Emilia por parte del señor Lancaster, era cierto. Pero también pensó en lo duro que era ser soldado en un tiempo de guerra. “Yo creo que deberías escribirle una carta para que se distraiga un poco de lo que está pasando. Ser prudente con las palabras, pero sin dejar de ser amable y darle ánimos. Me pongo a pensar, si estuviera en su lugar, que sería muy feliz de recibir correspondencia.”
“Tienes razón.” Asintió. “A mí también me gustaría recibir una carta si estuviera en su condición. Sea de quien sea. Le escribiré una carta, entonces.” Tomó la hoja y la apoyó en el cuadernillo, comenzó a escribir. Camille se sentó a su lado y Emilia apoyó la cabeza en su hombro mientras seguía escribiendo, Emilia le pidió ayuda para escribir la carta y Camille le daba algunas opciones. “Ya está.”
Las dos hermanas volvieron a la mansión y se encontraron con Sheryl quien, a la vez, las estaba buscando puesto que el sirviente a quien se le encargaban las cartas le informó que estaba a punto de entregar la correspondencia de la casa al servicio mensajero. Las jóvenes encontraron al sirviente justamente conversando con el cartero. Emilia se sorprendió fascinamente al ver que el cartero era Avilio Lagusa, su amigo de Bloomington.
No fue sino hasta cuando el sirviente de la tía Miranda le entregó sus cartas y se retiró, que la joven se acercó al cartero. Camille y Sheryl se quedaron en la puerta, integradas prudentemente a ese pequeño grupo.
Las hermanas conocían a ese joven de lejos, sabiendo que era el cartero de Bloomington y sus cercanías, pero también le conocían porque Emilia era cercana a él.

“Avilio, ¿Qué haces en Londres?” le preguntó animadamente Emilia. Ella, Avilio Lagusa y Eren Jaeger compartían trato amistoso pese a que los dos últimos eran sirvientes de otras casas.
“La compañía se está quedando sin carteros. Varios han sido llamados a reclutamiento para rendir como soldados.” Avilio sería la excepción por ser italiano, seguramente. “Soy de los pocos que quedan, es por ello que en las últimas semanas he sido enviado de ciudad en ciudad recolectando correspondencia.”
“Debes estar agotado.” Lamentó Emilia el trabajo excesivo de Avilio. “¿Quieres que traiga un poco de agua?”
“Permiso.” Dijo haciendo alusión a las hermanas de Emilia, sacó un cigarrillo armado y lo encendió. Emilia estaba acostumbrada a ese vicio del italiano. “No te preocupes. Llevo una botella llena.” Agradeció.
“Me alegra que no hayas sido reclutado.”
“Es bueno que los ingleses no tengan fe en la capacidad militar actual de los italianos.” Una ventaja, después de todas las mofas. “Pero no estoy del todo libre. A mi jefe le llegó una carta pidiéndole que facilite un cartero para enviar y recibir la correspondencia de la milicia. Ya no le queda nadie más que yo en la oficina así que es casi absoluto que me enviará a mí.”
“Pero puedes rehuzarte. Es injusto que te manden a un destino incierto.”
“No pasará nada…”
“Pero si un objetivo del rival históricamente es boicotear la correspondencia y enterarse del contenido de las cartas.”
“Lo sé. Pero soy muy bueno para pasar inadvertido.” Sostuvo orgullosamente.
Emilia se preocupó de todos modos. En efecto Avilio era el más talentoso en pasar desapercibido, también era muy ávido en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo si lo requeriría, y tenía otras cualidades indignas de sigilo y hurto que podía usar en esos casos. Pero eso no garantizaba su seguridad.
“Voy a estar bien, si eso pasa. Además, si estoy dentro puedo tener noticias directas de Jaeger quien desde que fue reclutado no sabemos nada de él.”
“Cierto…” sintió angustia.
“Tengo que entregarte algo…” Bajó el tono de voz, para que las hermanas no escucharan el trato familiarizado que tenía el italiano con la señorita. “Nos llegó esto a la oficina… y no tenemos a quien entregárselo ya que no tiene familia. Su patrón no está interesado en recibir esta correspondencia.” Avilio le enseñó un sobre de carta sellado. Se lo entregó.
“¿Qué es?” Emilia lo recibió con temor. Leyó que estaba dirigida a familia o relacionados del joven Jaeger.
“Es una notificación militar.”
“¿Es correcto que la reciba yo?”
“Nadie más la reclamará...” dudó si continuar o no “Y quien la envió indicó notificación a los Bennet. Es lo que más me sorprende, porque Jaeger no era sirviente de tu casa. ¿Me puedes ilustrar?” preguntó suspicaz y extrañado.
“Es una historia larga, que te contaré cuando volvamos a Bloomington.”
“Emilia.” Avilio iba a decirle otra cosa importante que le preocupaba. “Si yo fui llamado a prestar servicios de correspondencia a la milicia es probable que a ti tamb—“
“¿Qué significa esto?” preguntó la joven, aterrada al terminar de leer el comunicado.
“¿Qué dice?” notoriamente Emilia en ese momento no escucharía la preocupación que trato de advertirle Avilio antes de ser interrumpido. El contenido de esa carta pareció perturbarla de pronto.
MIA. Infórmese a familiares y allegados a la brevedad.”  Emilia notó que la carta estaba firmada por el mismísimo señor Lancaster. Finalmente había cumplido su promesa de averiguar sobre Eren Jaeger y hacerla saber. Por eso seguramente anexó la dirección de la casa de los Bennet.
“…” Avilio se quedó en silencio. Sabía que significaba.
“¿Qué? ¿Qué es?” le insistió Emilia.
“¿Emilia, que pasa?” Camille se acercó a ellos, después de que Sheryl fuera solicitada en el salón.
“¿Qué es ¨MIA¨?” Emilia les entregó el mensaje a Camille.
“Missed in action” respondió finalmente Avilio.
“¿Y eso que significa?”
“Significa que el soldado dejo de ser visto por los miembros de su unidad o se perdió todo el contacto con él en el transcurso de una operación militar de peligro, generalmente en territorio controlado por el enemigo” instruyó Avilio. “No son noticias alentadoras…Señorita.” Hablando con más formalidad al estar presente la hermana de Emilia. “Lo siento.”
“…” Emilia sintió como se le paralizaba el corazón. El contenido de esa carta no se lo esperaba.
“Pero dice que no ha sido visto y está desaparecido. No que esté muerto.” Camille puso una mano en el hombro de Emilia. Entendía que podía estar angustiada por el destino del amigo de ésta. “Está la posibilidad de que tal vez ser perdió y lo puedan encontrar.”
“Es cierto.” Emilia asintió, aferrándose a las palabras de su hermana. “No siento que el joven Jaeger esté muerto. No está en su naturaleza morir fácilmente. Ha sobrevivido a tantas otras cosas, que luchará por sobrevivir a esto.” El joven sobrevivió al maltrato de su patrón, a la enfermedad no cuidada, a reponerse a la muerte de su padre y a muchas cosas más. Eren podía estar pedido, sólo eso. Volver no sería un desafío para él.
“Yo tampoco creo que Jaeger esté muerto. Lo intuiría de algún modo.” Avilio apagó el cigarrillo. “Estaré pendiente de las novedades respecto a él y se las informaré, señorita Bennet.” Miró a ambas hermanas y les hizo una reverencia de cabeza. “con vuestro permiso.” Dicho esto, se retiró del lugar. No era apropiado que un sirviente conversara por más tiempo con dos señoritas de clase social.
“Todo estará bien, Emilia. Seguramente las próximas noticias que tengas del joven Jaeger es que ha vuelto bien.” Tomó su mano dándole apoyo.
“Tengo esa esperanza, Camie.”  Sujetó su mano y le agradeció con una sonrisa. La carta no la desmotivaba, todo lo contrario, sabía que Eren estaba bien. Tenía la confianza en sus capacidades. “Volvamos adentro. Nos deben estar esperando.”
“Sí.” Asintió su hermana.
« Last Edit: November 15, 2019, 09:29:35 PM by Kana »


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #50: November 14, 2019, 01:35:37 AM »
Luego agrego el tl;dr~


XI.

Tras un par de coordinaciones en cuanto al día y la hora, Sayi le confirmó al señor Souton que lo ideal sería quedar una mañana temprano para un paseo por Hyde Park. En preparación por el baile en Buckingham Palace, así como visitas planeadas a distintas amistades, las hermanas Bennet tenían las horas contadas, por lo que Sayi pensó que robar la atención su tía un par de horas antes de desayunar no afectaría los horarios de las demás.

La mañana acordada para salir, Sayi se levanto antes que el resto de sus hermanas, se alistó en su habitación y bajó las escaleras hasta encontrarse con la tía Miranda y el primo Albert, quienes estaban esperándole en la sala de dibujo.

Pancake, el corgi galés de su tía, también parecía haberse anotado al paseo, considerando las correderas que se mandaba entre ellos y la puerta de la residencia.

Con la tía Miranda reservada como su chaperón, Sayi no esperó que el primo Albert también se sumara a la excursión. Y es que según él, además de honrar el paseo matutino de Pancake, había una excelente pastelería en High Street, y pensaba que sería una buena idea comprar pasteles en el camino de regreso.

“Estoy seguro que todas apreciarán un desayuno tradicional con kedgeree. Y crumpets, claro está” pensó en voz alta el primo Albert, antes de cruzar otra calle junto a su madre y prima “No puedo esperar para probar unos cuantos…”

Y dicho esto bostezó tan abiertamente que la tía Miranda le dió una disimulada estocada en el costado.

“Compórtate” le resondró su madre, a lo que Albert se encogió de hombros, restándole importancia.
“Mamá… pero si a duras penas somos los únicos en la calle”

La tía Miranda le lanzó una mirada de soslayo, pero no volvió a mencionar el asunto y continuó camino a Hyde Park. Sayi sonrió para sí misma. Si bien la tía Miranda no sería capaz de juzgar a una persona por algo tan superfluo como modales, ella sabía muy bien la importancia de un impecable porte y presentar por lo que nunca escatimaba su propia apariencia. El primo Albert, sin embargo, era más relajado que su madre, y si bien contaba con un carisma y carácter que ganaba amigos donde fuese, su comportamiento a veces era un poco espontáneo para las rígidas reglas de los círculos donde se movía.

Pero ello era una de las muchas razones por las que su primo siempre le había caído tan bien.

“Sayi, y esta invitación del señor Souton” le preguntó Albert “¿Acaso está interesado en conocerte más?”

La mirada reprochadora de la tía Miranda lo dijo todo. Pero Sayi simplemente rió ante la pregunta tan expedita de su primo.

“No es lo que piensas Albert. El señor Souton es un muy buen amigo” le explicó a ambos “Es como el hermano menor que nunca tuve”
“Me da mucha curiosidad conocer a esta amistad tuya” agregó la tía Miranda. A la distancia, ya se veían las copas de los árboles asomarse por sobre las casas aledañas al parque “¿Dices que tomó su rol como cabeza de familia cuando tenía dieciséis años?”
“Así es. Y dueño de el negocio familiar también” agregó su sobrina “Pero tiene el carácter más amable que he conocido. Es gracioso, y adorable, y una excelente persona. Es un gusto tratar con él, ya verán.”
“Ya veremos si tantas cualidades son ciertas” rió Albert “Pero no estoy seguro que a un lord le guste que lo describan como adorable”

No tuvieron que esperar una vez llegaron a los jardínes del palacio de Kensington, pues Sayi enseguida ubicó al señor Souton leyendo un libro cerca a unos arbustos de rosas. El joven se apuró a darle el encuentro al grupo, le dio unas cuantas palmadas a Pancake, y Sayi introdujo a su amigo como el señor Souton de Woburn Abbey.


La joven compartió una mirada con su tía, quien tenía los labios formando una línea mientras observaba al joven lord guiarles hacia Hyde Park. No tuvieron que intercambiar palabra: Sabía que su tía encontraba el carácter ameno y entusiasmado del señor Souton tan encantador como ella.

La brisa fresca de otoño calaba un poco al ser tan temprano, pero la caminata ayudaba a sobrellevar el frío. Mientras caminaban por el Round Pound, el señor Souton les contaba sobre Woburn Abbey, su residencia a cuarenta millas de Londres. El organizar el negocio heredado por su padre significaba frecuentes viajes a la capital para mantener todo en orden, por lo solía quedarse con su abuelo, quien vivía en Chelsea. Fue entonces que el señor Souton les hizo saber que su abuelo era el verdadero dueño de Pembroke Abbey, la mansión cerca a Longbourn.

“Es a mi abuelo a quien quiero que conozca, señorita Bennet, viendo que tanto usted como la señora Bennet han tenido curiosidad de saber de quién se trataba tal misterioso dueño” le dijo “¿Le gustaría acompañarnos a tomar el té el próximo domingo?”

Sayi aceptó gustosa la invitación luego que la tía Miranda le aseguró que verían una forma de coordinar su compañía. Cuando le contaron al señor Souton que el día anterior tenían el baile en el palacio de Buckingham, él sonrió complacido ante la coincidencia.

“Entonces tendré el gusto de contar con su compañía todo el próximo fin de semana” celebró el rubio “¡A duras penas y podré esperar!”

Las aves habitando Hyde Park parecían despertar de su letargo y piaban conforme el sol comenzaba a brillar con fuerza. El cielo estaba pintado de un fuerte azul hilado por unas delicadas nubes. Cuando llegaron al lago Serpentine, un grupo de cisnes les dieron el encuentro, pero rápidamente perdieron el interés al no ser ofrecidos comida por los visitantes.

“Sabía que debía haber comprado algo de pan en el camino, ¡qué pasada la mía!” se lamentó el primo Albert. El amaba cuidar de los animales, y verse privado de la satisfacción de alimentar a esos cisnes pareció mucho por soportar “Iré a buscar algo de comida para ellos”

La tía Miranda no parecía muy confiada de dejar ir a su primogénito, pero Albert estaba encomendado en su misión. Lo único que su madre logró rescatar fue a Pancake, pues no pensaba dejar a su preciado Corgi deambular con él.

Mientras esperaban el regreso de Albert, el grupo continuó conversando sobre el clima, sobre los posibles invitados al baile en el palacio, así como los planes de las hermanas Bennet durante su estadía en Londres. La conversación probaba divertida con los comentarios del señor Souton, pero ello no borró la preocupación de la tía Miranda al sentir pasar el tiempo sin noticia de su hijo.

“Me temo que debo ir a buscarlo” dijo la tía Miranda “Le di mucho mérito a su habilidad de ubicarse. A este punto debe estar buscando los dichosos cisnes por la abadía de Westminster, o peor”
“Estará contemplando el Tamesis y preguntándose donde están las aves hambrientas”
“Exactamente lo que pienso”

Sayi rió ante la imagen, y la tía Miranda miró un par de segundos al señor Souton antes de decidir excusarse. Si no confiara tanto en la buena opinión de su sobrina con él no se atrevería a dejarlos solos, pero en la pasada hora ella misma había formado una buena imagen del caballero. Lo suficiente para confiársela por unos minutos.

Aún así, percepciones eran percepciones, y sabía que debía apurarse en encontrar a su hijo cuanto antes. Entonces le dio la correa de Pancake a su sobrina.

“Voy a buscarlo un momento, y si no aparece les volveré a dar el alcance e iremos a comprarles pasteles para tus hermanas” dijo la tía Miranda “Y que Albert se divida el pan con los cisnes. Con su permiso”

Y dicho esto se excusó, alzando ligeramente el dobladillo de su vestido para caminar más a prisa. Por su lado, Sayi y el señor Souton optaron por caminar una pequeña sección del lago, intentando mantener a la tía Miranda a la vista.


Sayi tiraba de la correa cada que Pancake amenazaba a perseguir a los cisnes, y el señor Souton se agachaba a rascarle las orejas de tanto en tanto.

“Muchísimas gracias por la invitación a conocer a su abuelo” le agradeció nuevamente “Será una tarde divertida”
“Por supuesto” dijo el rubio, y entonces agregó “Pero me ha alegrado mucho saber que atenderá el baile en Buckingham. ¿Sería tan amable de otorgarme un baile?”
Sayi sonrió ante el ofrecimiento “Estaría encantada. Prometí bailar el primero con Albert, y el primo Neil pidió el siguiente… pero no planeo cumplir con esa última promesa. Preferiría bailar mil veces con usted” el señor Souton rió ante esas palabras “Por cierto, ¿planea regresar pronto a Bloomington?”
“Tengo asuntos que atender aquí, por lo que no planeo ir en las próximas semanas. Pero apenas pueda, y si el camino permite, lo haré” dijo “Me preocupa la salud de Hagu. ¿Tuvo la oportunidad de verla antes de partir?”

Sayi contó que Hagu parecía seguir indispuesta, pero con las visitas del doctor Smith esperaba que mejorara pronto. Compartió su preocupación de que algo en Pembroke le este haciendo mal… pero el señor Souton le pidió que no se preocupara: Que la salud de Hagu solía ser inestable y, que si bien este episodio estaba durando más de lo normal, seguramente estaría mucho mejor dentro de poco.

El señor Morewood cruzó su mente y Sayi deseó preguntarle al rubio sobre el carácter de su amigo. Pero ser muy abierta a compartir lo sucedido podría generar una mala impresión suya con el señor Souton, por lo que no se atrevió a preguntar si algo molestaba al señor Morewood, o si solía ser tan directo con otras damas… por lo que optó por usar otro ángulo. Uno que no se alejara de la conversación que llevaban entreteniendo.

“Si me permite preguntar, señor Souton, ¿cómo era su prima, la señora Morewood?”

El señor Souton quedó en silencio unos segundos, dibujando una sonrisa apagada en sus labios. Sayi detuvo su caminar y se disculpó por el atrevimiento, pero su amigo le pidió que no se preocupase. En cambio, honró su pregunta y empezó a hablar de Emma Morewood: La hermana mayor de su querida Hagu, y una de las personas mas importantes para él.

“La prima Emma era una excelente persona. Amable, hermosa, grácil… muy admirada por todos los que la conocían. Su hermana, la señorita Sheryl Bennet, me hizo acordar un poco a ella. Al llevarme diez años tomó un rol de madre cuando la mía propia falleció, cuando yo tenía solo ocho años. La seguía a todos lados. Su opinión y su afecto era de suma importancia para mí”
“Suena a una persona cálida y maravillosa. No me imagino cuánto deben extrañarla la señora Hann, Hagu y Kisa” El rubio asintió ante sus palabras “¿Me imagino que su amistad con el señor Morewood fue inmediata, una vez él se casó con ella?”
“Algo por el estilo” rió el señor Souton “Si soy honesto, al inicio no me agradaba el señor Morewood en lo absoluto” Aquello sorprendió a Sayi, pero su amigo fue pronto en explicar “Verá, mi prima lo adoraba, y con la bendición de mi tío se casaron con mucha prisa. Pero el señor Morewood viajaba mucho por trabajo, por semanas de corrido, y yo sentía que no había hecho ni hacía nada para merecer tal afecto de mi querida Emma. Y lamentablemente, mi prima tenía una salud delicada que llegó a un punto de no retorno“ dijo, y Sayi juntó los labios en una línea, honrando el silencio que le siguieron a esas palabras “Tras su fallecimiento,  el señor Morewood se sintió culpable por su ausencia, y mentiría si no dijera que sentí que su sufrimiento era merecido. Pero cuando asumí que cargaría con esa culpa lejos de nosotros fue que tuvo un actuar inesperado: Siguió frecuentándonos aún tras el fallecimiento de Emma, en honor a su memoria. Y, cuando murió el señor Hann esta pasada primavera, y su esposa e hijas se vieron obligadas a dejar Danbury Place a falta de un heredero varón, el señor Morewood fue inmediato a velar por ellas. Y ello es lo que terminó de impresionarme. Su bondad y dedicación con mi tía y primas a raíz de la memoria de mi querida Emma fue el motivo por el que se ganó mi amistad. Me ayudó a convencer a mi abuelo de dejarles ocupar Pembroke Cottage, y el resto es historia”

Sayi sonrió, enternecida por tal relato de sacrificio donde, una vez más, el señor Morewood era pintado como un ejemplo de persona. Conocer su carácter afable y entretenido en Bloomington había sido todo un placer, pero escuchar tantos grandiosos relatos sobre su carácter, proviniendo de tan diferentes y confiables fuentes le hacían pensar en los motivos y el honor, el dolor y su redención, y de conocer la profundidad de cada persona, algo que uno fácilmente podía perderse si se dejaba llevar por la superficialidad del día a día.

Y, de lo que probablemente se perdería si iba contra los deseos de su madre, y optaba por rechazar al señor Morewood de hacerle una proposición.

Pues aún así, para ella, tal relato de lealtad solo levantó más preguntas que respuestas.

Pancake corrió hacia la tía Miranda y el primo Albert apenas y los vio dirigirse hacia ellos. Luego de cumplir el deseo de su primo y alimentar a las aves, el señor Souton miró su reloj de bolsillo y lamentó tener que excusarse. Asuntos previos requerirían su presencia en la cámara de un abogado, por lo que partió con ellos en el lago Serpentine, no sin antes anunciar que contaría las horas hasta coincidir nuevamente en el baile del palacio.


La opinión del señor Souton fue, tal como se lo esperó Sayi, arrolladoramente positiva. La tía Miranda la felicitó por haberse hecho de tal buena amistad que, aunque algo joven, seguramente le introduciría a excelente sociedad en futuros eventos. El primo Albert concordó que el adjetivo adorable le sentaba a la perfección, y que apreció su carácter abierto y humilde, algo no muy frecuente en los círculos de dinero.

Llegaron a High Street y entraron en la pastelería de la que tanto les habló el primo Albert. Mientras la tía Miranda escogía los pasteles para sus sobrinas, Sayi notó cómo una de las reposteras agregaba una bandeja de pasteles de Shrewsbury recién horneados a una de las vitrinas.

Sonrió al recordarlos como uno de los favoritos de Emilia, por lo que pidió le prepararan una orden. Tras haber escuchado de la carta sobre Eren, Sayi esperó que los pasteles ayudarán, aunque sea un poco, a alimentar las esperanzas de su hermana.
« Last Edit: November 16, 2019, 01:07:11 AM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #51: November 14, 2019, 05:38:31 PM »
Todavía me falta uno antes del baile, pero ese será super corto. Trataré ;_;
Sayiii me encanta el nombre del corgi <3

Emilia se sentía bendecida. Era dichosa entre dichosa de tener a esas magníficas hermanas. Las amaba a todas y cada una de ellas, y pensaba que no podía estar más agradecida de la vida por tenerlas por familia.
Estar en Londres con ellas era una experiencia que atesoraría en su corazón eternamente con mucho afecto, pero, por sobre todo, el sentirse siempre acompañada y apoyada por ellas era lo que más apreciaba.
Después de haber recibido la carta sobre la situación actual del joven Jaeger fue notorio para todas sus hermanas que algo le sucedía a Emilia. Preocupadas, se le acercaron para preguntarle que le sucedía y Emilia no tuvo las agallas de ocultarle lo que pasaba, sintiéndose totalmente culpable de, en las últimas semanas, ocultarles secretos vitales a sus hermanas.
La situación de la carta sobre Eren Jaeger en cierto modo le permitía ocultar a sus hermanas su segunda inquietud: la propuesta de matrimonio. Pero Emilia sabía que era cuestión de tiempo para que sus hermanas intuyeran que había algo más allá de su preocupación por el joven campesino.
En parte contarles sobre la noticia de que el joven Jaeger se encontraba desaparecido en acción le alivianaba, porque inmediatamente sintió el apoyo de sus hermanas quienes la animaron con la idea de que posiblemente el joven Jaeger aparecería dentro de pronto y sorprendería a todos.

“Tengo entendido que varias familias reciben esa clase de mensaje sobre los soldados, pero afortunadamente gran número de los combatientes perdidos en acción logran aparecer.” Dijo Cho, con ánimos de estregar paz al corazón de Emilia.
“Y seguramente los que tienen más experiencia y capacidades estarán cuidando de él.” Sayi puso una mano en el hombro de Emilia, mirándola a los ojos y trasmitiéndole tranquilidad. Afortunadamente escuchó ese comentario del joven Stanfield en aquella caminata que estuvo acompañada de él camino a Pembroke Cottage.
“Yo creo que tal vez quiso volver a Bloomington y al no encontrarlo lo han dado por desaparecido en acción.” Algunas de las Bennet se quedaron mirando confundidas a Sayaka. “Yo habría hecho lo mismo en su lugar y estaría en todo su derecho” le parecía injusto que obligaran a alguien a ir a la guerra cuando no estaba en sus deseos.
“Me gustaría creer en esa hipótesis.” Dijo Emilia, pero bajó la mirada preocupada. “Sin embargo, sería acusado de desertor y eso es mucho peor.”
“Perdón, Emilia, no recordé que le daban esa sanción a los soldados que abandonaban su oficio.” Sayaka bajo la mirada, apenada. “Lo siento.”
“No te disculpes, mi querida hermana, sólo has querido darme tranquilidad.” Le sonrió.
“¿Quieres un poco más de los pasteles de Shrewsbury que trajo Sayi?” le preguntó Sheryl a su hermana, era el modo de gratificar a la afligida.
“Por favor.” Asintió Emilia, adornando su rostro con una sonrisa encantada. Juntó sus palmas, feliz y expresando su agradecimiento. “Gracias, Sayi, has sido muy certera en mis gustos.”
“Supuse que te contentaría probar de esos pasteles porque son tus favoritos.” Sayi sonrió, complacida de haber atinado.
“Me alegro de que Camille haya estado junto contigo al momento de recibir la carta.” Mery agradeció ese detalle mientras acariciaba a Pancake detrás de su oreja. El corgi se sentía afortunado de recibir tantas atenciones de las hermanas Bennet y se turnaba entre los brazos de varias de ellas.
“También estoy agradecida de ello.” Emilia le sonrió a Camille, sujetando su mano.
“El primo Albert también fue muy oportuno en notar nuestra preocupación cuando nos encontró en la salita de música. Fue muy amable en transmitirnos tranquilidad con sus palabras indicándonos que, justamente, el contenido de esa carta no significa rotundamente un destino desafortunado, señalándonos las probabilidades de que el joven aparezca con vida.”
Las hermanas, todas, guardaron complicidad cuando un sirviente anunció su intromisión. Ellas lo miraron con atención.
“Correspondencia.” Comenzó a nombrar a las Bennet que recibieron correspondencia. Emilia se sorprendió de recibir cartas tan pronto.
“Seguramente debe ser de Mina.” Dijo después de recibir las cartas que le pasó el sirviente. Sonrió al leer el nombre en una de las cartas. “Sí, en efecto, he recibido respuesta de Mina.” Luego vio la segunda carta recibida, la cual le sorprendió enormemente porque no esperaba que aquel señor le respondiera tan apresuradamente.
“Pareces asombrada, Emilia.” Observó Mary.
“He recibido una carta del señor Väring. Me sorprende lo pronto que ha respondido a mi notificación.” Considerando que la carta fue enviada por la mañana, seguramente cuando Avilio hizo entrega de esta, el señor Väring le habría pedido que le esperase mientras escribía una respuesta. Pobre Avilio, debía estar colapsado de ir de un lado para otro entregando cartas. Leería su carta después, por lo pronto, Emilia estaba muy emocionada por la carta de su amiga Mina Shelley.
Mientras las hermanas leían la correspondencia o platicaban entre ellas, Emilia leyó el contenido del sobre. Su querida amiga Mina la invitaba para el día de pasado mañana al té de la tarde en su casa. Emilia estaba tan emocionada con esa respuesta que pronto le pediría a un sirviente que notificara su confirmación con la señorita Shelley.
Después de la conmoción inicial por la invitación de Mina, prosiguió a leer la carta del señor Väring quien, curiosamente, la invitaba a pasear el día de mañana a temprana hora del día.
Dos compromisos podían ser agobiador para la tía Miranda o el primo Albert quienes hacían de chaperones. Tendría que ponerse de acuerdo con ambos para poder consultarles si le podían acompañar o disponer de algún sirviente para ello. Tampoco podía ser egoísta y acaparar el tiempo de la tía Miranda y el primo Albert de un modo tan exacerbados. Además, sus hermanas también tenían derecho de ser acompañadas por ellos en sus compromisos.
La tercera carta no pudo tan siquiera abrirla. Las manos le temblaron y se sintió tonta de su actitud cuando ocultó la carta como si se tratase de un crimen. No le daba vergüenza el posible contenido de la carta, sino que sus hermanas le preguntaran al respecto.
Era una carta del señor Lancaster y, hasta el presente, la única que sabía de la propuesta matrimonial de aquel joven señor era su hermana Camille. Sabía que tarde o temprano tendría que contarles a sus hermanas al respecto, pero no quería echar humos en un terreno que no era seguro.
Decirle que sí al señor Lancaster se estaba convirtiendo en una posibilidad tan cercana como decirle que no.
Le daba miedo contarles a sus hermanas sobre esta situación para después decirles que “He decidido no casarme con él porque lo pensé y no es lo que quiero”. Se sentiría injusta e incluso cruel de su frivolidad y superficialidad, puesto que su hermana Sayi, hace tan poco, había salido de la situación angustiante en referencia al señor Grandchester.
Y también estaba la posibilidad de darle una afirmativa a la propuesta del señor Lancaster… Aquella opción aún le daba vueltas en la cabeza una y otra vez, a cada minuto convenciéndose más de ello como a cada hora dudando un poco más al respecto.
Tal vez sería bueno hablarlo con sus hermanas, luego. Escuchar sus opiniones le ayudaría a aclarar su mente.
A muy temprana hora de la mañana Emilia y la tía Miranda estaban listas para acudir a la cita con el señor Väring. La tía Miranda se había apuntado a ser la chaperona de su sobrina no sólo por la atractiva actividad programada sino también al escuchar quien sería su anfitrión. Curiosamente, la tía Miranda conocía al señor Väring desde aproximadamente un año atrás. Le contó a su sobrina que, si bien había sido más bien reticente en acercarse al joven hijo de Lord Väring, presidente del V&R Bank, pensando que el joven habría heredado la conducta ambiciosa de su señor padre, la mujer se retractó de su primera opinión.
El joven resultó ser todo lo contrario al conocerlo en uno de los bailes de Londres. La había sorprendido en ese entonces con sus excelentes modales y etiqueta, como también con su trato amable incluso con los de más baja situación económica. Era muy bien ilustrado en la filosofía y literatura, por lo que la mujer se había encantado con la pequeña charla que tuvieron respecto a los escritores más contemporáneos.
Bajaron de la calesa y en poco tiempo divisaron al señor Väring quien las esperaba gustoso de iniciar esa mañana con ambas damas. Inmediatamente saludó de modo cordial a la señora Lotto, para luego saludar a su joven sobrina con el mismo trato elegante. Comenzaron a pasear por el Regent’s Park, disfrutando del cantar de las aves y la poca presencia humana que había a esa hora.

“Me alegra que haya escogido ese lugar, señor Väring. En su visita anterior a Londres, mi sobrina Emilia no conoció el Regent’s Park ni mucho menos el atractivo que nos quiere mostrar.”
“Entonces no puedo más que sentirse jubiloso de mi acierto.” Les sonrió, fascinado.
Conversaron mientras caminaban sin prisa por el sendero. La tía Miranda se percató de que su sobrina y el señor Väring compartían temas en común lo cual le llamó la atención. En poco le explicaron toda la anécdota que les hacía conocidos entre ellos, desde la ocasión en que el señor Marth Väring conoció a la señorita Emilia Bennet en el baile (del cual no se atrevió a invitarla a una pieza de baile y tan siquiera hablarle más que un saludo cordial. Situación que se repitió en el baile del Alcalde Trump) a su sorpresiva oferta de incorporación al St. Constantine Hopsital, lugar de caridad que había fundado el señor Väring con su amigo y socio Chrom Rothschild.
El señor Väring agradeció y felicitó a la tía Miranda por la iniciativa que tuvo con Emilia sobre instruirla y educarla más allá de los finos modales que debe recibir una dama sino también educarla en estudios superiores que, hoy en día, la convertían en una enfermera que él mucho admiraba.
A la tía Miranda le hacía gracia como el “jefe” de su sobrina se deshacía en elogios y admiraciones hacia su empleada.
Miranda Lotto conocía a muchos jefes, pero ninguno de ellos mostraba tal encanto hacia sus empleados. Generalmente era al revés, el empleado no escatimaba en elogios hacia su jefe. 
“Hemos llegado.” Señaló el joven Marth Väring.
“Es hermoso.” Emilia abrió sus ojos grandes, al ver el divino jardín de rosas en frente de ella. No podía caber en su éxtasis, tan así que no pudo articular una nueva palabra.
“El Queen Mary’s Rose Garden.” Le habló el señor Väring, sacándola de su ensueño. “Aquí hay una colección de más de cuatrocientas especies distintas de rosas. Pueden percatarse que el jardín tiene rosas de diversos colores y es el corazón vivo del Regent’s Park. Muchos escritores se han inspirado en su belleza para escribir sus poesías e historias.”
“Señor Väring, le estoy muy agradecida de hacerme conocedora de tan espléndido lugar.” La peliblanca le sonrió de modo encantador, a lo que el joven sonrió un poco tímido desviando la mirada.
“Me siento afortunado de darle tal revelación, señorita Bennet.” Le dijo, mirando unas rosas rojas a su costado. “Lady Lotto es fiel seguidora de este lugar. En una ocasión coincidimos amenamente en este sitio. Recuerdo que estaba leyendo una obra de Shakespeare en este momento.”
“Lo recuerdo bien. Como también recuerdo la plática reflexiva que tuvimos sobre sus versos.” Asintió la dama.
Platicaron mientras deambulaban por el Queen Mary’s Rose Garden dejándose hechizar por su maravillosa belleza. Si bien las rosas y la hermosura del lugar era un evento en que Lady Lotto solía ensimismarse en su contemplación, no pudo evitar estar pendiente del señor Väring percatándose de la atención y dedicación que dedicaba a su sobrina Emilia.
Lo curioso era que Emilia no parecía estar al tanto de las atenciones, si bien tímidas y recatadas, del señor Väring. Ella parecía estar pensativa en otros dilemas.
La mañana concluyó con aquel paseo. El señor Väring debía reunirse con su socio y atender los últimos detalles del evento de caridad que se estaba organizando para el St. Constantine Hospital por lo que debía retirarse, se excusó y se despidió de ambas.
Por su parte, la tía Miranda y Emilia debían encontrarse con el primo Albert en un atractivo turístico de Londres donde el joven se encontraba con las hermanas Bennet. Le dieron el alcance llegando oportunamente cuando Albert y las primas estaban a punto de entrar a una hermosa galería de arte dentro de una construcción parecida a un castillo antiguo remodelado.

“Gran parte del lugar está hecho de mármol blanco y detalles en oro.” Fue contando Albert.
“Es hermoso.” Mery miraba de un lado a otro, no creyendo lo que sus ojos veían.
“Oh, deberían hacer un busto de Sheryl.” Indicó Sayaka, mirando las estatuas de mármol.
“Seguramente el hombre afortunado que se case con la prima Sheryl tendrá lo mismo en mente y nos deleitará con aquella obra encargada.” Sonrió Albert, a lo que Sheryl no pudo sentirse más alagada por sus comentarios.

Las hermanas Bennet, la tía Miranda y el primo Albert comenzaron a recorrer el enorme lugar deleitándose con las piezas de artes en su interior, algunas de ellas databan de siglos y sorprendía lo bien preservadas que se encontraban.

“Esto es admirable.” Dijo Camille, contemplando una enorme pintura retrato colgada en la pared. Era tan real que podía imaginar que la dama ilustrada en el cuadro estaba frente a ella observándola. “Nunca podría pintar así de hermoso.”
“Claro que puedes, Camie.” Le animó Emilia. Las dos hermanas se habían distanciado del grupo al tomar un ala distinta. Estaban un poco preocupadas por perderse, pero suponían que en algún punto se reencontrarían.
“Uh.” Negó con la cabeza. “Ese trabajo requiere años de estudios y perfeccionamiento para lograr una técnica hiperrealista. Yo… Sólo soy aficionada que ha aprendido autodidácticamente.”
“Puede que sólo hayas aprendido por tus medios, pero aun así tus trabajos son magníficos. Si recibes educación al respecto, apuesto que el mismo Rey llamará por ti para que realices sus retratos.”
Camille le sonrió ante sus palabras. Era estupendo estar en Londres con sus hermanas y ahora podía entender por qué Emilia se había enamorado de la ciudad.
“Creo que escucho a la tía Miranda. Es por aquí.” La joven comenzó a caminar en esa dirección.
“Espera Emilia, creo que ese camino nos aleja más.” Camille la iba siguiendo y estaba empeñada en estar junta con su hermana, pero un retrato titulado ¨Los príncipes¨ captó su atención dejándola pasmada en el lugar admirando el trabajo.
“¿O es por aquí?” Emilia entró a otro pasillo. Para cuando se giró ya no escuchaba a la tía Miranda, tampoco veía a Camille. “¿Camie?”  siguió recorriendo el lugar, buscando a sus familiares.
Por obvios motivos no podía llamarlos con sus nombres porque sería una falta de educación. Fue prudente y caminó con calma hasta encontrar a alguien. En algún punto, entró en la galería de estatuas de mármol. Emilia se quedó un poco en ese sitio observando las obras. Un busto de una dama con un velo en el rostro captó especialmente su atención. Parecía melancólica detrás de ese velo, como si padeciera de un gran sufrimiento el que debía ocultar. No comprendió por qué, pero las facciones de esa dama le recordaban en cierto modo al joven Lancaster. ¿Sería el busto de algún antepasado? Poniendo atención al lugar, las figuras compartían caracterologías estéticas entre ellas, tal vez alguien se inspiró en los Lancaster o bien la persona que las creó tenía un estilo muy definido de facetas.
Salió de la sala y encontró una puerta que daba hacia la salida. Suspiró. Al parecer estaba más perdida de lo que creía y se sentía avergonzada puesto que ella ya había estado antes en ese lugar.
Caminó por el camino de piedras y se apoyó en el muro que separaba la construcción de lo verde del jardín. Era un bonito lugar para contemplar y distraerse un poco. Podría estar allí toda la tarde sintiéndose conectada con el entorno y en armonía de la naturaleza del sector…
Pero se sintió contrariada por una extraña sensación que perturbaba su paz interior (que por fin había logrado) de pronto se sentía observada, incluso como si estuviera siendo asechada. Miro a un costado disimuladamente pero no halló nada ni nadie. No. La mirada la sentía en su nuca. Se volteó sigilosa y atrapó la mirada de aquella persona que la vigilaba en silencio.

“¿Su excelencia, Conde de Lancaster…?” parpadeó incrédula al encontrarlo a un lado de un pilar en forma de columna, observándola al asecho como si se tratase de una presa. Emilia no pudo evitar mostrarse ofendida. “¿Puedo saber el motivo de su interés en observarme prolongadamente sin tener la delicadeza de saludarme tan siquiera?”
“No la observaba a usted… ¿Bennet, cierto? No recuerdo su nombre, espero que disculpe mi falta de memoria.” El Conde Cain Lancaster se mostró, curiosamente, contrariado. Al parecer no esperaba ser descubierto por la joven. “Observaba el jardín, ameno en mi propia soledad y silencio, hasta que vuestra merced apareció quebrantando la soledad. Si me ha descubierto mirándola, ha sido casualidad, puesto que pensaba pedirle que se retirara para así continuar con mi momento de templanza.”
“Lamento interrumpir su momento de soledad y paz. Pero me parece que el lugar, al ser público, me permite estar aquí sin temor a incomodar a un gentil hombre.” Porque no era dueño del lugar como para prohibirle su presencia.

A Emilia le caía mal de hace un buen tiempo el Conde de Lancaster. Era soberbio, arisco, extraño y malo. Había sido él quien desalojó a los huérfanos del histórico Orfanato Hill sólo para construir en el terreno una caballería para los soldados con fines bélicos. También fue él quien decidió no subvencionar los insumos hospitalarios ni apoyar la caridad del St. Constatine Hospital cuando el señor Väring y el señor Rothschild le solicitaron cooperación.
Para ayudar al prójimo más humilde era tacaño, pero para financiar los conflictos de guerra era todo un bondadoso. Tampoco era secreto que el señor conde no sentía aprecio por Bloomington, su comentario en el baile del alcalde Trump había dejado más que convencido a los habitantes de Bloomington sobre el desprecio del señor Conde a sus tierras. “Establo de campesinos e ignorantes.” Había sido el titular de los folletos de difusión por un par de días en Bloomington. Muchos se sentían en desacuerdo que, aquel ilustre señor, les representara como noble.
Y era una suma y sigue. Aquel ser era malo incluso con su gente. Permitiéndole a Ciel Lancaster, su hermano menor, amistad con el señorito Killua von Einzbern (quien se las ideaba para hacerle la vida imposible a Emilia junto a Ciel) pero prohibiéndole la amistad y cercanía con el niño Gon Freecss, quien era la dulzura reencarnada en humano, pero el Conde no permitiría que su hermano cruzara palabras con un “criado”
Emilia tenía jurado que aquel señor se ganó su territorio en el infierno con todos esos “méritos”

A continuación, el noble señor, con su porte y su regia presencia, apuntó una escritura en un cartel de chapa dorada incrustado en la pared. Emilia leyó las letras, molestándose por enterarse de ello.

¨Galería de los Reyes de Lancaster¨
En honor a los que alguna vez fueron los reyes de Inglaterra siglos atrás.
Perfecto. Su excelencia el Conde era dueño de todo lo que ella pisaba.

Emilia hizo una reverencia al señor y procuró retirarse, pero él volvió a hablarle.
“Si bien es una galería de mi familia, es también un sitio público para familias cultas. Intuyo que la dama Lotto y su hijo están aquí también, han de ser bienvenidos, al igual que sus familiares.” Pese a las palabras elegantes y halagadoras, su expresión indiferente no indicaba sentirse precisamente admirado por la presencia de la familia. ¿O tal vez sí? Para Emilia era imposible interpretar al Conde de Lancaster. En el baile, el Blossomhouse, y en donde lo viera seguía siendo una persona extraña y hermética. “Señorita Bennet, me permite consultarle a qué se debe su presencia en Londres”
Emilia notó que el Conde de Lancaster se posicionó estratégicamente delante de ella, obstruyéndole el paso. Era extraño, porque generalmente evitaba el contacto con otros por “indignos” ¿Quería conversar? Eso era aún más extraño.
“Nuestra afectuosa tía Miranda nos ha hecho una hermosa invitación para una estancia en Londres.”
“¿Todas las Bennet?” elevó una ceja.
“Alguna de mis hermanas y yo.” ¿Y qué le importaba a él? En ese momento le gustaría ser un hombre cualquiera y responderle de ese modo. Pero era una señorita y no podía darse ese gusto.
“Es muy gentil la dama Lotto, entonces.”
“Su excelencia ¿Puedo preguntarle el motivo de su estancia en Londres?” y esperaba que no le diera una respuesta tonta e imposible como ¨soy dueño de Londres también¨
“¿Perdón?”
“Pues pensaba que usted, tan dedicado y apasionado por la guerra y por defender la patria, ya se encontraría en el campo de batalla como vuestros hermanos el señor Henry y el señorito Slaine.” Le sonrió dulcemente.
“He de partir en los próximos días. Si es posible, mañana mismo. Lamento defraudarla con mi atrasada aproximación a la muerte, pero tenía asuntos que resolver en la contraloría.”
“Señor…” Emilia bajo la mirada, confundida y contrariada. Le desagradaba el Conde de Lancaster, pero en ningún momento le deseaba la muerte. ¿Por qué daba estocadas tan graves y crueles como respuestas? ¿Siempre era así o era un alma perturbada por la sombra de la muerte? La madre biológica de Cain y Henry, los primeros hijos del Duque Lancaster, había fallecido cuando ellos eran pequeños, Cain habría estado acompañándola en su letargo y los sirvientes rumoreaban que desde entonces el niño se contagió de la lúgubre presencia de la muerte. ¿Tal vez era poético? Emilia alzó una ceja, más confundida. Negó suavemente. “No piense jamás que anhelo que algo malo le suceda a usted. Comprendemos y somos honestos que, en estos escasos momentos de contacto, tenemos altas diferencias de opiniones. Pero ni en esta vida ni en otra desearía verlo mal.”
“Me está mintiendo.”
“¿Perdón?”
“No. Le pregunto. No lo expresé el tono correcto; me corrijo: ¿me está mintiendo?”
“¡Claro que no!”
“Hm”
“¿No debería vuestra gracia decirle a esta dama alguna palabra amable ante esta situación?” le sonrió, divertida por la expresión de incredulidad del conde. Éste se ensimismó más, y Emilia sonrió más. Parecía que no estaba acostumbrado a la honestidad de los otros ni a una extraña amabilidad. ¨Pobrecito. Tan ilustrado y enseñado a dar respuesta a todo y conocer todo, pero no sabe cómo responder amablemente a nada porque no conoce de ello. No puede ganar.¨
“¿Estará en el baile de inauguración por la renovación del palacio de Buckingham?”
“Afortunadamente mi tía Miranda recibió una invitación la cual presenta también una extensión a sus familiares. Sí, iré.” Alzó la mirada al cielo, estaba despejado y hermoso. “¿Usted?”
“No.” Concluyó, haciéndose a un lado. “Dios me ha librado de tal momento.” Extendió un brazo invitándola a pasar al interior de la galería.
“A usted no le gustan los bailes, ¿verdad?”
“No le veo sentido alguno. Es una situación únicamente rimbombante para mujeres ávidas en chismes.” Omitió el comentario que tenía en mente ¨Me sorprende que su madre no esté presente allí¨
“…”
“Señorita Bennet.” Volvió a hacer un gesto para que ella entrara.
“¿Me está echando, su excelencia?” le preguntó divertida.
“Sería una lástima que se enfermara por el clima frío de la intemperie. Si es tan amable, le aconsejo que entre y se reúna con sus familiares.”
Excelente excusa fingir preocuparse por su bienestar para volver a estar solo.
“¿Emilia?” el primo Albert se asomó para ver con quien conversaba Emilia. Al reconocer la figura, hizo una leve reverencia. “Su excelencia.”
“Señor Lotto” hizo un ademán de reverencia. Seguidamente los miró esperando algo puntual de ellos, pero al parecer no entendían su intención. “…” finalmente, tuvo que ceder. Hizo una reverencia a ambos. “Con vuestro permiso.” Dicho esto, se fue del lugar.
“¿Interrumpí algo, querida prima?” Albert miró muy confundido a una sonriente y triunfante Emilia.
“No. Mi querido primo, me has dado la victoria.”
Albert se confundió más, pero se tranquilizó cuando su prima le dijo que luego le comentaría al respecto.

Mientras Emilia caminaba, pensó:“¿Se imaginan tener a ese ser humano por familiar?” si es que se casaba con el joven Henry Lancaster, no tendría más remedio.


La noche había llegado y toda las Bennet y los Lotto estaban exhaustos después del itinerario de ese día. Mientras todos se dispensaban por la mansión, Emilia fue a buscar la carta que el joven Lancaster le escribió. Al leerla, le encantó saber que él se encontraba bien y estaba agradecido de sus buenos deseos en la carta que ella le envió. Le pedía disculpa si en su carta no tenía el tacto y la delicadeza para referirse a una dama fina como ella puesto que jamás le escribía cartas a nadie salvo las cartas que sagradamente le enviaba a su buen amigo, el señor von Einzbern.
Emilia recordó cuando Avilio le mencionó, en sus incidencias, que le llamaba la atención que ningún Lancaster se escribía entre ellos ni a otros, salvo el joven Henry Lancaster quien escribía únicamente al señor von Einzbern y viceversa.
Pero para escribirle a una sola persona, Emilia sentía que a ella se dedicaba en delicadeza y con fragmentos que parecían dignos de una hermosa poesía. “Es un príncipe” susurró.

Pero su trato la confundía más.
Fue a la sala de estar donde encontró a todas sus hermanas reunidas. La tía Miranda y el primo Albert aún se estaban alistando para reunirse todos para cenar. Emilia entendió que ya no podía ocultarles a sus hermanas más lo que le pasa.

“Tengo algo que contarles…Y necesito que me ayuden con sus consejos pero que prometan, por, sobre todo, no le contaran a nadie. Especialmente a madre”
“Emilia, ¿tuviste otra respuesta sobre el joven Jaeger?” Sheryl se puso de pie, preocupada y lista para dar apoyo a su hermana.
“Aún no.” Negó suavemente.
“Es otro tema, ¿verdad?” Sayi la observó detenidamente. Hace unos días que había notado algo novedoso en Emilia y sentía que se lo estaba guardando.
“…” Camille cruzó miradas con Emilia, descifrando si era lo que tenía en mente. Emilia asintió indicándole que justamente era eso.
“Hermanas. Estoy muy confundida… En los últimos días he recibido una revelación inesperada. Hay una persona, a quien considero inalcanzable y que solo espero su amistad, pero que últimamente ha aclamado otras expectativas.”
“¿¡El doctor Smith!?” Sayaka saltó de su asiento, emocionada.
“Que más dichosa sería yo si así fuera.” Sonrió un poco, todas sus hermanas sabían de su amor ilusorio por el doctor Smith.
“Emila, ¿entonces?” preguntó Cho, con incertidumbre.
“¿Quién?” Mery estaba muy confundida pensando quien podría ser esa persona.
“Bueno, Camille sabe porque le conté a ella hace unos días, pero para ustedes será novedoso e inesperable cuando les diga quién.” Miró a su gemela. “He recibido una propuesta de matrimonio del señor Lancaster.”
“¿¡Qué!?” Las hermanas Bennet se respingaron en sus asientos, se pusieron de pie y fueron hasta donde Emilia para invadirla con preguntar de cómo cuando y muchas más.
“No sé qué responderle. Necesito que me ayuden con sus consejos.” Dijo Emilia. Posteriormente le fue relatando a sus hermanas toda la historia con lujos de detalles.
« Last Edit: November 17, 2019, 04:47:08 PM by Kana »


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #52: November 19, 2019, 07:45:17 PM »

“El señor Lotto y la señorita Bennet” anunció el mayordomo de la casa ante la llegada de la esperada visita. Les llevó hasta la sala de estar, donde estaba la señorita Shelley aguardando su llegada.
Mina Shelley se puso de pie e hizo una reverencia formal la cual recibió una respuesta similar de parte de los dos visitantes. La rubia no podía disimular su emoción al volver a ver a Emilia Bennet, su querida amiga, y no fue recatada en darle un efusivo abrazo desbordante en afecto.
“¡Emilia! Que gusto volver a verte.” Expresó, llena de felicidad. “Señor Lotto, ¡Qué agradable sorpresa!” le sonrió al joven rubio. “Ambos sean bienvenidos a mi hogar.”
“Mina, he anhelado tanto este reencuentro.” Emilia le sonrió, encantada.

Su querida amiga Mina era una joven de cabellos rubios y ojos azules, hija de una familia que se dedicaba a la literatura y al comercio de libros. Sus padres eran escritores y tenían una tienda de libros en Londres, conocida porque a ella acudían escritores contemporáneos a beber un poco de brandy mientras buscaban inspiración en los escritos del lugar. Si bien su amistad era bien instruida en los modales y elegancias que debe tener una joven de su edad, era naturales que se tomase ciertas libertades con sus más conocidos. Conducta que sus padres no desaprobaban pues también la compartían.
Inmediatamente la anfitriona guio a Emilia y a Albert en un recorrido por su casa enseñándoles su hogar.
La casa de Mina era tal como la recordaba Emilia desde su estancia en la mansión de su tía Miranda cuando estuvo en Londres. Sólo había un novedoso detalle que llenó de asombro tanto a Emilia como a su primo, la construcción de una pérgola de vidrio en la terraza del último piso (en total, era una casa de tres pisos) la cual fue convertida en un observatorio astronómico.

“Por las noches, la visión de las estrellas es magnífica en este punto de la casa. Me gusta subir a menudo a distraerme y a buscar inspiración mientras veo las estrellas.” Comentó Mina.
“Que esplendida vista, señorita Shelley.” Comentó Albert, anonadado. Todavía era muy temprano para ver estrellas en el cielo, pero desde esta perspectiva y esa altura, la vista de Londres era increíble.
“Gracias, señor Lotto.” Mina asintió, dedicándole una hermosa sonrisa a aquel joven quien, cuando era pequeña, había sido su amor platónico de niña. Cuando niña quedó prendada de su belleza y buenos modales, y en el presente seguía maravillándose de lo hermoso y amable que era el joven Albert. Pese a que dejo de ser su amor platónico, seguía sintiendo un afecto amistoso por él si bien no era un amigo cercano pero el tiempo que convivió con él cuando iba a visitar a las Bennet a Bloomington les vinculaba de todos modos.
La llegada a la casa del padre de Mina y su hermano mayor, Jean, instó a la anfitriona y a sus invitados a encontrarles para saludarlos. El padre alabó el buen porte que apreció en el joven Albert Lotto a quien lo recordaba de pequeño y admiró la delicadeza y conocimientos de la señorita Emilia de quien tenía recuerdos afectuosos.
Jean era más reservado y poco comunicativo, pero apenas dispuso de un espacio de acercamiento, se aproximó a Albert para invitarlo al salón junto con su padre para enseñarle una atractiva “ave de babilonia”
Los varones se retiraron a dicha sala de artefacto a admirar la criatura echa de engranajes y metales que presentaba la particularidad moverse cuando se le daba cuerda. Fascinados por su construcción, comenzaron a debatir sobre la nueva tecnología que podía nacer. 
Mina aprovechó los momentos a solas con Emilia y la invitó a su jardín, donde le enseñó un pequeño estanque artificial donde tenía unos llamativos peces koi.

“Mi madre se los compró a un comerciante japonés. Ha sido un poco complicado mantenerles, pero sin duda alguna estoy muy encariñada con ellos.” La rubia les lanzó un poco más de comida para que volverán a asomarse. Eran criaturas muy confiadas y a Emilia le hacía gracia como parecían lanzar ¨besos¨ a la superficie con la intención de comer.
Conversaron un poco más, luego fueron hasta una pequeña banca bajo la sombra de un árbol y continuaron con su plática. Estaban tan animadas y emocionadas que saltaban de un tema a otro para ponerse al día en lo posible.
Finalmente, cuando la tarde estaba por extinguirse y las conversaciones más importantes comenzaban a difuminarse, las jóvenes se tomaron unos segundos para contemplarse y sonreírse.
A Emilia le dio la impresión de que Mina quería conversarle de algo que estaba aguardando hasta el momento indicado. Podía notar en su expresión lo ansiosa y expectante que estaba.

“Mina, dime ya, ¿qué es lo que me quieres preguntar desde hace rato?”
“Ah, mi Emilia, ¡cómo me conoces!” Mina rio suave, cubriéndose el rostro. Intuía que los varones pronto se manifestarían en el jardín, seguramente indicando que pronto caería la noche y Albert señalaría que sería prudente volver a casa y dejar a los señores Shelley descansar. Debía aprovechar el momento. “Tengo tanta curiosidad, Emilia. En tus cartas me contaste de que vas a menudo a Blossomhouse a instruir al joven Ciel sobre lecciones de francés; y que, en dicho lugar y en otros, has tenido la ocasión de interactuar con los otros jóvenes Lancaster. ¡Me causa tanta gracia especialmente cuando me comentas sobre el Conde Lancaster! ¿No tienes otra situación que compartirme sobre él?”
“Mina, ¿por qué tienes de pronto tanta curiosidad sobre aquel personaje? Creo que es por quien más me preguntas en nuestras cartas.”
“¿No te hace gracia estar tan cerca de su excelencia y conocerlo directamente? No es algo que suceda todos los días a todas las personas.”
“Pues… No lo pensé así.” Emilia parpadeó, confundida. No sentía que fuera especialmente afortunada de conocerle ni que tampoco fuera algo tan imposible. Ciertamente el Conde Lancaster no era un diamante que irradiaba felicidad y amabilidad, pero dudaba que fuera posible que nadie le pudiese hablar.
“Cuéntame más de él, por favor.” Mina la observó con ojos brillosos y suplicantes.
“Bueno…” Emilia esperaba que su amiga no sufriera de un espantoso enamoramiento por ese sujeto. “Como comenté, le conocí en el baile de Londres y fue mucho menos que grato. Posteriormente, en el baile de presentación de Shura, él mantuvo su postura apática y emitió unos comentarios desafortunados que le valió el repudio de ciertos habitantes de Bloomington. Las pocas ocasiones que lo vi en Blossomhouse cuando el batallón se encontraba en el pueblo y él tenía descanso, resultó ser una persona evitativa con todos y un tanto déspota con sus hermanos… No sé qué decirte realmente, Mina. Hay muy poco que te puedo contar de él a diferencia de sus otros hermanos.” Recordó entonces el encuentro en la galería. “Puedo contarse sobre que lo descubrí asechándome en la galería de Los Reyes de la Rosa Roja. Me pareció curiosa y divertida la situación.” La joven no pudo evitar reírse al recordar. “Si quieres te cuento de ello antes que venga mi primo Albert y me indique de debemos partir.”
“¡Me encantaría escuchar eso!” Mina festejó esa revelación. “Y con detalles, Emilia.”
Entonces Emilia prosiguió a narrarle la historia con lujos de detalles a su amiga, pidiéndole toda la discreción posible. Mina Shelley era discreta y nunca contó nada de lo que Emilia le contaba, así que podía estar segura de confesarle esa extraña anécdota a su amiga.


Apple

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #53: November 20, 2019, 09:31:43 PM »
Me costó horrores escribir hoy ;_;

7


Por más que trato, Sheryl apenas pudo conciliar el sueño. Al día siguiente tendría que hacer una visitar a Spencer House junto a Lady Aika. Para fortuna de su tía y su primo la presencia de la dama rusa y Cherche Spencer, una señora casada, hacían que Sheryl no requiera escolta ese día y los Lotto podrían descansar o acompañar a alguna de sus hermanas.

La emoción por visitar la casa de Cherche y la propuesta de matrimonio de Emilia le impedían dormir así que aprovecho el tiempo eligiendo su vestuario para el día siguiente y escribiendo en su diario. Si hubiera tenido que, hubiera admitido que estaba dolida.

Ese día en la calle mientras esperaban a la tía Miranda y a Emilia, vio a Jamie Fraser caminar entre la multitud junto a su secretario. Sheryl intentó llamarlo disimuladamente pero no la escuchó o talvez la ignoro. De todas las cartas que había enviado de los únicos que no había recibido respuesta eran los Fraser. Tanto como los Spencer, el coronel Middleton, Robb Stark y Lady Aika habían respondido a su misiva con invitaciones para comer, tomar el té o simplemente pasar el rato.

Apenas terminó de escribir la sustanciosa entrada del día en su diario se volvió al espejo del tocador de su habitación. A pesar de recibir halagos y mimos de parte de sus hermanas, de sus padres, de su tía y primo ella no se sentía tan extraordinaria. Su madre siempre le había dicho que sería la primera en conseguir una propuesta de matrimonio pero para ella era natural que sus hermanas, más talentosas y amigables recibieran una primero. En especial Emilia con su talento extraordinario para cuidar de los demás.

Sí acaso su hermana aceptaba propuesta de matrimonio del señor Lancaster, quitaría un gran peso de sus espaldas. Por supuesto, ninguna de las hermanas estaba dispuesta a presionar y mucho menos obligar a Emilia a aceptar. Pero si acaso lo hiciera…

Sheryl se dio unas palmaditas en la mejilla. Ya hasta estaba pensando como su madre. Se volvió al reloj de pared y vio que la media noche se acercaba. Sería mejor meterse en la cama e intentar dormir, si es que quería levantarse temprano al día siguiente a arreglarse para su reunión en Spencer House.



Sheryl apenas se despertó a tiempo el día siguiente para tomar un rápido desayuno y arreglar su cabello.

–Afortunadamente has elegido tu ropa con anterioridad, o tal vez estarías más atrasada– la regañó Sayi.

–Bueno, lo más importante ahora es arreglar este cabello- Sayaka batallaba con los largos mechones rubios de Sheryl. Se habían enredado irremediablemente cuando Sheryl se lavó el cabello esa mañana. Mientras Sayaka trataba de desenredar el lado derecho, Cho cepillaba con delicadeza el lado izquierdo.

A Sheryl le apenaba que sus hermanas mayores tuvieran que cuidarle de esa manera cuando podrían estar ocupadas en sus propios asuntos, pero buscaría como recompensarlas después.

–¿A qué hora pasará el carruaje con Lady Aika por ti? – preguntó Cho.

–Al medio día en punto.

–Son las 10:30 y apenas terminamos de desenredarle el cabello– se quejó Sayaka –hay que esperar a que seque para poder peinarlo.

Sheryl por un momento se sintió enormemente abrumada, sus manos jugueteaban nerviosamente con un listón de seda.

–Creo que aún hay tiempo para excusarme con Lady Cherche y Lady Aika…

–Nada de eso, lograremos arreglarte a tiempo– le aseguró Sayi. –Ahora ve a vestirte, pediremos toallas de lino para secar más rápido tu cabello.

Cuando Sheryl desapareció en el vestido junto a Cho, Sayi mandó a pedir paños de lino para secar el cabello de Sheryl.

– ¿Qué pasa con Sheryl hoy? – quiso saber Sayaka.

–Creo que está nerviosa. Me parece que le afecto bastante que el señor Fraser no respondiera su correspondencia y encima que no la viera el otro día– explicó la mayor de las Bennet considerando que también sería prudente pedir un té de manzanilla para calmar los nervios de su hermana.

Sheryl salió acompañada por Cho justo cuando llegaron los paños y el té. Para la ocasión había elegido un bonito vestido de tafeta verde esmeralda que recién le había comprado su tía. El corte imperio se ceñía a su pecho con un listón de seda del mismo color y para acompañarlo utilizaría pendientes de perlas de la colección de la tía Miranda. También tendría ocasión de utilizar un fino brazalete de perlas pequeñas que el tío Robert le había obsequiado para su presentación en sociedad y que parecía bastante extravagante para Bloomington pero que en Londres sería un accesorio apropiado para la tarde.  Usualmente no se vestiría así de llamativa, pero su tía Miranda había insistido: los Spencer eran de las familias más prominentes de Londres y posiblemente de los linajes más icónicos de Gran Bretaña.

Sayaka lanzó un gritito de emoción cuando la vio.

– ¡Luces tan hermosa! ¡Deberías de usar ese vestido para el baile de Buckingham!

–Cho me ayudó a elegir los accesorios ayer. Y ya tengo otro vestido para el baile– le explicó Sheryl. – ¿No creen que es mucho?

–Para nada, recuerda lo que dijo la tía Miranda: debes tratar de encajar– intervino Sayi mientras envolvía el cabello de la rubia en una toalla –Y deja de sentirte mal por lo del señor Fraser.

La rubia se sonrojó al verse descubierta por su hermana mayor y solo asintió con la cabeza; ella misma no se había percatado de que el asunto del señor Fraser le había molestado tanto.

Mientras esperaban a que su cabello estuviera listo para ser peinado Sheryl tomó un poco de té herbal con sus hermanas y hablaron del tan esperado baile. Faltaban un par de días y era el tema de conversación en Londres, además de la guerra. Las damas ansiosas recorrían las tiendas en Regent Street atareando a los modistos que no se daban abasto con tanto vestido por confeccionar y buscando accesorios para complementar sus atuendos. No hacía falta afluencia en los boticarios y perfumerías donde la demanda de carmines, polvos y perfumes no cesaba. Por su parte los caballeros acudían a los famosos sastres de Bond Street; el mismo primo Albert ya les había enseñado su atuendo recién comprado para el baile.



Por algún milagro, o quizá por la mera fuerza de voluntad de sus hermanas Sheryl estuvo lista a tiempo. Su cabello iba recogido de manera impecable cuando se subió a la calesa donde lady Aika Romanova y su protector, Siegfried Kircheis la fueron a recoger. Sheryl abrazó con alegría a su amiga, tenía varias semanas sin verla y lucia como siempre regia. Llevaba también un vestido de tafeta pero de color rojo y un tocado estilo kokosnik de tamaño discreto pero decorado con zafiros y rubíes.  El señor Kircheis la saludo respetuosamente, él iba con el uniforme de la corte rusa. La pomposidad de ambos alivió a Sheryl porque de ninguna forma se miraba demasiado extravagante y pensó que debía agradecerle doblemente a sus hermanas por su ayuda.  También se dio cuenta de que a pesar de solo ser una visita informal el código de vestimenta en Londres era mucho más estricto.

Lady Aika le contó que se estaba hospedando en el palacio de Kensington y su anfitrión era el príncipe Eduardo, duque que Kent. Añadió que probablemente después del baile se hospedaría con los Spencer de nuevo, pero debía partir a Rusia antes del invierno. Sheryl por su parte le contó todas sus nuevas experiencias en Londres. Probablemente para Lady Aika eran cosas mundanas de su día a día, pero escucho a Sheryl con atención.

La calesa atravesó todo Kensington hasta llegar al área de St. James, en pleno centro de Londres, donde Spencer House se ubicaba. Era un edificio hermoso estilo neoclásico rodeado de otros edificios hermosos. Lady Aika y Sheryl trataron de adivinar cuales serían las casas del tío Robert y los Stark entre risitas. Cuando por fin estacionaron en la entrada principal de Spencer House, lord Spencer salió a recibirlas. Él iba de salida pero se les uniría para la cena junto a los demás caballeros, el señor Kircheis lo acompañaría a hacer sus recados.

Un lacayo las escoltó hacía uno de los múltiples salones de dibujo, donde Cherche Spencer ya las esperaba.
Contenta, le dio la bienvenida a sus amigas con un abrazo y les confirmó las buenas noticias: estaba esperando a un niño que llegaría la próxima primavera. Después de darle las respectivas congratulaciones Sheryl le preguntó sí iría al baile de Buckingham.

–Me temo que estoy obligada querida– explico la dama mientras pedía refrescos y canapés para sus invitadas. –El príncipe regente no me perdonaría si me pierdo del baile. Se le ha ocurrido que si el baile es un éxito, el coronel Wellington volverá victorioso del continente. Cuando una idea se le mete a su majestad a la cabeza, no hay forma de que la abandone. 

–Y probablemente sea la última vez que podamos ver al coronel Middleton– agregó Aika con pesar.

–Antes partir a la guerra sí. Confiemos en que nuestro querido coronel regrese con bien– la animo Cherche.

– ¿Vendrá el coronel hoy? – preguntó Sheryl.

–Por supuesto, junto con Jamie, Éowyn y su pequeño sequito. Aunque no creo que Robb se nos pueda unir, su padre lo tiene atareado con varios asuntos.

– ¿Qué acaso ya le confesó que quiere servir en el ejército?

–Por supuesto. Y es la razón por la cual lo mantiene bajo su cuidado ahora, pues lord Stark teme que Robb pueda huir a Bélgica a pelear.

–Es una lástima, apenas he podido escribirle al señor Stark– confesó Sheryl. Tenía bastantes ganas de ver a Robb, difícilmente se había podido comunicar con él; sus misivas eran breves como las de alguien que precisamente carece de tiempo. –Tampoco he podido comunicarme con los Fraser.

–Ah los Fraser– suspiró Cherche. –De ellos no me sorprende. El coronel Middleton los ha visitado y le pareció que Jamie estaba hasta el cuello con los asuntos de la casa aquí en Londres y Fraser’s Ridge, el pobre apenas anda aprendiendo como administrar sus propiedades… afortunadamente tiene al señor Kushrenada. Y Éowyn sigue ayudando a Clark con lo de su familia.

A Sheryl le tomó por sorpresa lo que acababa de decir Lady Spencer, pues tenía la idea de que los padres usualmente enseñaban a sus hijos varones sobre los asuntos de administración y la economía de sus propiedades y negocios.

–¿Qué el padre del señor Fraser no le instruyó en eso? –preguntó con curiosidad, sintiéndose un poco mal por haberse molestado con Jamie.

Cherche Spencer de mordió el labio inferior en gesto de duda, no estaba segura sí era apropiado de su parte contar la historia de la familia Fraser. Decidió que era historia para otro día al final.

–Me parece mi estimada señorita Bennet que es prudente que el mismo señor Fraser le explique. Pero ¿Por qué no pasamos al comedor? He pedido un almuerzo ligero, para que disfrutemos la cena cuando todos estén presentes.

El almuerzo consistió en pequeños platillos como sopas, carnes blancas y rojas acompañadas de vegetales de la época. Todas las damas optaron por tomar agua y al finalizar té. Para variar la charla se desvió hacia el famoso baile, tiendas de ropa y accesorios y  otras trivialidades.

Cuando llegó la tarde el señor Spencer llegó y tras él los demás invitados. El coronel Middleton tan galante en su casaca roja y el señor Fraser acompañado del joven Adrien excusando a Éowyn, el señor Kushrenada y a Clark por su ausencia ya que su trabajo detectivesco los había alejado un poco de la ciudad.

Cherche Spencer los llevó a un salón diferente a conversar y ponerse al día mientras la cena estaba lista. De nuevo la conversación inevitablemente se volvió al baile, el coronel Middleton como miembro prominente del ejército de su  majestad estaba invitado. Al igual que los Fraser por algún milagro dada su ineptitud social.

Mientras la conversación se desenvolvía Jamie no pudo evitar las miradas insistentes y casi heridas de la señorita Bennet. Pensó en su falta de cortesía por no haberla invitado a su casa, pero esta apenas estaba volviéndose presentable. No imaginaba a un ser de tan etérea belleza sentada en medio de los muebles viejos y arruinados de sus padres en el salón de dibujo tan deprimente. Discretamente se acercó a ella y se sentó a su lado.

–Señorita Bennet, me alegra mucho verla aquí en Londres.

–Señor Fraser, quisiera decir lo mismo. Me sorprende que no nos hayamos topado antes dado que residimos en la misma calle.

–Lo sé, recibí su misiva. Esperaba responderle pero el mantenimiento de la casa  y la revisión de mis libros contables me han impedido responderle apropiadamente o incluso extenderle una invitación. Pero me parece que mi hermana le escribió explicándole la situación.

–Me temo señor que no he recibido ninguna carta de la señorita Éowyn– Sheryl trato de no parecer demasiado sorprendida o culpable por su falta de tacto al responderle de tan manera al señor Fraser.

–Oh Éowyn… – Jamie pasó su mano por sus melena pelirroja exasperado. Por supuesto que Éowyn no escribió, estaba ocupada jugando a los detectives.

Sheryl por su parte se llevó cubrió su boca con la mano avergonzada.

–Oh señor Fraser, que mal entendido. Creí que había ignorado mi carta y cuando lo salude en la calle en aquella ocasión…

–Me temó que no la vi señorita Bennet, mi cabeza ha estado inundada por varias preocupaciones estos días. Debo confesarle que Robb me preocupa bastante, pero no solo eso. En palabras de Adrien, mi casa era una pocilga cuando llegamos a Londres. No hemos estado ahí en mucho tiempo y la he descuidado bastante. Definitivamente no estaba en estado para recibir visitas, mucho menos de alguien como usted…

– ¿Alguien como yo señor Fraser?

–Una joven tan distinguida y fina como usted– continuó Jamie antes de aclararse la garganta –Sin embargo debo admitir que todo esto ha sido mi culpa, es mi responsabilidad responder a todas las cartas que lleguen a mi casa sin excepción ¿hay alguna forma en la que pueda compensarle?

–No se me ocurre ninguna, señor– sí Jamie se sentía avergonzado, Sheryl se sentía aún más. Por supuesto que el señor Fraser se encontraba ocupado, apenas había regresado de un viaje muy largo. Se regañó a si misma por haber sido dura con él sin conocer antes su circunstancias.

–Sí me permite entonces, me gustaría pedirle el primer baile en la velada en Buckingham. Eso, hasta que se me ocurra una mejor forma de compensarla.

–En absoluto señor Fraser– sonrió Sheryl. –No creo merecer ninguna compensación, y si acaso la mereciera, concederle el primer baile es más que suficiente. 

El señor Fraser sonrió satisfecho y la escoltó hacía el comedor cuando por fin estuvo lista la cena. El resto de la velada transcurrió con la alegría de todos los presentes esperando el anticipado baile del príncipe regente.
« Last Edit: November 20, 2019, 11:40:00 PM by Apple »


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #54: November 20, 2019, 11:05:06 PM »

1815, London

El ser invitadas a un baile era una ocurrencia común en la sociedad de las hermanas Bennet, pues a pesar de vivir en una ciudad mucho más resumida que Londres, los eventos sociales nunca habían escatimado en Bloomington. Estaban acostumbradas a las preparaciones que cada invitación conllevaba, y al protocolo que debían seguir en estos.

Sin embargo, una invitación al mismísimo palacio de Buckingham era tan especial, tan fuera de su propio contexto, que hacía dudar si acaso las mismas reglas aplicaban en ese mundo de ostentosidad. Y, aunque la tía Miranda les aseguraba que pensarlo demasiado solo afectaría su semblante, era inevitable la ansiedad y expectativa que empezaba a sentirse conforme la fecha se acercaba.

No ayudó que apenas la señora Bennet fuera comunicada del evento, Avilio apareciera con nada menos que siete cartas -una para cada hija- cargadas de sugerencias y preparativos que ella consideraba debían pulir para lucir el apellido familiar. Y, acompañando las misivas: Una larga y detallada carta a su querida hermana Miranda, rogándole que usara su status y ayudara en lo que pudiera a sus pobres sobrinas pueblerinas.

La tía Miranda se lo tomó con humor. Pese a tener personalidades diferentes, sus sobrinas eran perfectamente capaces de integrarse a la sociedad capitalina: Eran sociales, de carácter agradable, y podían sostener conversaciones tanto amenas como inteligentes. La preocupación de la señora Bennet no tenía más fundamento que lo imaginado por su propia paranoia… pero con tal de satisfacer a su hermana y entretener a sus sobrinas, tuvo una idea que hizo la espera algo más llevadera.

Entre pruebas de vestido, así como las compras de zapatos, lazos, abrigos y guantes, la tía Miranda contrató un maestro de danza para que reforzara las posiciones de baile, así como para practicar aquellos pasos más complicados. Al asegurarse que la etiqueta a seguir en un baile capitalino era indiscernible a lo que estaban acostumbradas en Bloomington ayudó a aplacar los nervios, desestimar las advertencias de su madre, y finalmente reemplazar la ansiedad con las ansias de que llegara el evento en cuestión.

Por las tardes, aquellas hermanas que no estuvieran ocupadas con visitas aprovechaban las habitaciones más grandes de Gracechurch para practicar la danza, ya sea entre ellas, o turnándose al primo Albert. Sayi acompañaba con el violín de tanto en tanto, y Pancake ladraba mientras perseguía a las bailarinas cruzando el salón de extremo a extremo.

Todo ayudaba en la misión de pulir su destreza— después de todo, debían asegurarse de desarrollar suficiente stamina para bailar todo lo que su corazón deseara.

“Por favor… ya… suficiente…” rogó el primo Albert, desplomándose en una de las sillas cercanas “No hemos dejado de bailar en dos horas”
“¡Pero Albert! ¡Aún tenemos que practicar el cotillion!” le azuzó Mery. La menor de las hermanas Bennet era sin duda la bailarina más prodigiosa, y aquella que más disfrutaba de la danza “Y no te olvides que Cho quería practicar el Minuet contigo”
“Quizás… ¿y si practicamos el Boulanger?” dijo Albert, poniéndose de pie “Algo un poco más tranquilo, para recuperar el aliento”
“El único al que le falta aliento es a ti, primo” dijo Sayaka con una sonrisa “¿Cómo piensas impresionar a una buena dama si no das abasto como bailarín?”

La tía Miranda disfrutaba de su casa rebosando con las risas de su familia, y deseó que esos días duraran mucho más tiempo…

Pues el haber sido bendecida con siete lindas sobrinas, disponibles todas, solo podía darle una certeza: Que aquel sería, muy probablemente, el último otoño que disfrutarían todas juntas bajo un mismo techo.



El palacio de Buckingham era un edificio formidable. Por mucho, el inmueble más grandioso que hubieran visto en sus vidas.

Tras dejar las calesas en la entrada, la tía Miranda, el primo Albert, y las siete hermanas Bennet fueron escoltadas por un asistente de palacio hasta el gran salón de baile, no sin antes maravillarse por las galerías y los tesoros adornando el camino a su destino.

El gran salón ya se encontraba rebosando de gente, pero el grupo permaneció unido mientras el maestro de ceremonias tomaba el nombre de todos. Entonces se excusó y, para su gran sorpresa, la mismísima princesa Charlotte apareció a darles la bienvenida. Tan hermosa y elegante como se le describía, las hermanas Bennet no pudieron creer su suerte al ser bienvenidas tan cordialmente por la misma princesa, aquella destinada a convertirse en reina en un futuro no muy lejano.

Antes de seguir dandole la vuelta al salón, la princesa les agradeció por asistir, y deseó de todo corazón visitar pronto su natal Bloomington. Anunció que, si todos sus habitantes eran tan encantadores como lo eran ellas, entonces Bloomington merecía ser conocida como una de las ciudades más gratas de Inglaterra.

“Es un ángel en persona” dijo el primo Albert, mientras le observaba saludar a otro grupo de recién llegados “Tan amable, y tan pronta a recibir a cada uno de sus invitados. Lamentablemente una cualidad que suele perderse en la realeza”

Sabían a quién se refería: Por aquí y allá escuchaban comentarios referentes al príncipe regente, y cómo tanto lujo y pomposidad no era propio de un país lidiando con la amenaza Napoleónica. Aún así, a caballo regalado no se le miraba el diente, y lo mejor que podían hacer ellas era sacarle provecho a un evento de perfil tan alto como aquel.

La orquesta ya inundaba el salón y el centro estaba ocupado de parejas ensimismadas en un pulido country dance. Los pies de las hermanas picaban por lucir todo lo practicado en Gracechurch, y la tía Miranda estaba segura que dentro de poco el grupo se vería más esparcido, una vez los caballeros se percataran de tantas damas dispuestas a socializar.

A la distancia, una querida amiga de la tía Miranda y el primo Albert les saludó, y ella fue pronta en introducirla a su grupo de sobrinas.

Era el primero de muchos encuentros que las hermanas Bennet mantendrían esa noche.




Ahoy bishoujos!

Con esto damos inicio al baile en el palacio de Buckingham~ este será el último fic introductorio que se dejará hasta el inicio de invierno (de vuelta en Longbourn/Bloomington) el cual será posteado el domingo 8 de Diciembre. Dependerá de cada una cuantos fics dejan en el baile o en Londres en lo que quede de tiempo en otoño uwu también pueden saltar a su regreso a Bloomington si así lo desean. Depende de cada una como organizan lo que quede de su otoño/visita a Londres.

Muchos eventos se vienen en el fic, así que no se olviden de pasarse ya sea por el tema de planeación o la conversa grupal en facebook para coordinar ;D

Also, iconos gratisssss: http://write.btproject.org/52/(pride-and-prejudice)-i-declare-after-all-there-is-no-enjoyment-like-reading!'/msg9181/#msg9181

Happy writing~

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #55: November 30, 2019, 08:47:51 PM »
Fic del baile parte I



XI. (Part 1)

No habían transcurrido ni diez minutos cuando apareció Ayesha en el gran salón y, para alegria de Cho, optó por unirseles para así ponerse al día con los últimos sucesos.

Siendo una de las hermanas más tímidas de las Bennet, Sayi agradecía la buena relación que Cho había formado con Ayesha, pues gracias a su sociedad era que su hermana podía disfrutar de un círculo más amplio, y descansar un poco de su huerto y de todos los hobbies a los que se dedicaba.

Uno de esos círculos a los que su hermana había ingresado era el de el grupo de japoneses que visito a los Cranach de Bloomington hace apenas unas semanas, y Ayesha venia contando su expectativa sobre un conocido suyo.

“¿Es relacionado al caballero que te invito a bailar?” Les interrumpió Sayi, y Ayesha asintió alegremente.
“Al parecer un pariente suyo ha prometido venir al baile. Me lo contó Astrid en su última carta” dijo la joven, ansiosa “¿No les da curiosidad? Estos caballeros extranjeros han traído un aire tan fresco y rejuvenecedor a nuestras conversaciones, me pregunto cómo será esta persona...”
“Si se parece en algo al señor Namazuo o al señor Ichigo seremos afortunadas de volvernos sus conocidas” asintió Cho
“Y quien sabe, si es un caballero quizás y también te inviten a bailar, querida Cho” bromeo Ayesha y Cho tuvo que esconder el punzón de vergüenza que sintió. Ayesha se apuró a disculparse entre risas.
“Y hablando de bailar...” anunció una cuarta voz.

Se trataba del primo Albert, quien tras saludar a Ayesha e intercambiar pleitesías, se dirigió hacia su prima Sayi, recordándole la promesa de esa noche.

Albert le extendió la mano derecha y la mayor de las Bennet supo que era el momento de su primer baile. Tras dejar a Cho y Ayesha continuando su conversación, ambos se pusieron en posición, y Sayi le dedicó a su primo una pequeña sonrisa junto a la reverencia que marcaba el inicio de la pieza.


Mientras danzaba con Albert, Sayi notó a Sheryl bailando con el señor Fraser a unas parejas de distancia, y su rostro se iluminó ante la escena. Su hermana y el escocés hacían una pareja de pintura, y si bien Sheryl siempre era sumamente cuidadosa en esconder sus preferencias, Sayi la conocía bien, e intentaba hacer memoria si alguna vez la había visto tan feliz en compañía de un caballero.

Y le debía una disculpa a su hermana si se equivocaba, pero no podía rememorar tal evento.

Como si le hubiera leído la mente, Sheryl también se percató de ella y la saludo con una sonrisa. Su corazón se alegró al ver el semblante de la rubia tan animado, ahora que podía desestimar por completo el malentendido con el señor Fraser.

“Me alegra que Londres haya traído tanta felicidad a mis hermanas” le comentó a su primo “Aún con noticias agradables, o con aquellas lejos de ello, estoy muy agradecida a mi tía por habernos invitado” continuó, pensando en Emilia y en la misiva del señor Lancaster “Confiemos en que Eren regrese sano y salvo, pero no puedo concebir un lugar mejor a este para que Emilia reciba la noticia de su desaparición. Te ha tenido a ti y a mi tía, a nosotras, a la señorita Shelley, y hasta a Avilio como consuelo”
“Y no te olvides de los Lancaster, querida prima” agregó Albert con una sonrisa pícara “Uno de ellos, al menos”

Emilia y Camille, inseparables como siempre, conversaban con un pequeño grupo de caballeros, al parecer introducido a ellas por el maestro de ceremonias. Las gemelas se veían preciosas lado a lado, y para Sayi era divertido notar que tan afines eran la una de la otra. Y es que por encima a la conversación que entretenían, aquellos que las conocían íntimamente podían reconocer el idioma de detalles y gestos que solo compartían entre las dos.

“Yo no descontaría al conde tan rápido, querido primo”
Albert alzo las cejas, intrigado “¿Acaso crees que Emilia acepte al señor Henry?”
“No se si me refiero exactamente a eso” respondió Sayi, mirando en dirección a la entrada del salón. Se preguntaba si, pese a haber dicho lo contrario, el conde haría acto de presencia esa noche “Pero creo que me harías un favor si ignoraras mis ideas, que me temo Emilia no me volvería a dirigir la palabra si las nombrara”
“Me parece que tienes razón, mejor no entretengamos más el pensamiento” acepto Albert, trayendo una pregunta diferente a colación “Dime Sayi, así como esta visita le ha hecho tanto bien a todas tus hermanas, ¿acaso puedes decir lo mismo de ti?”

Sayi se tomó un momento para pensar su respuesta, pero no demoro en asentir.

“La felicidad de mis hermanas es la mía propia, querido primo”
Sin embargo aquello no convenció al rubio “Sayi, me gustaría que así cómo estás tan al pendiente de tus hermanas, también veles por tu propia felicidad. Temo que lo sucedido con el señor Grandchester haya cambiado las expectativas de tu sociedad, y me rompería el corazón si pensaras que una pareja no esté en tu futuro, y te niegues a entretener prospectos por ello”
“No sabes cómo agradezco tu preocupación” le dijo Sayi. Era el mismo sentimiento que su querida Sayaka le repetía a menudo pero, esta vez, de parte del primo que tanto admiraba. No pudo evitar preguntarse si Sayaka o la tía Miranda le habían pedido que interviniera por ellas “Te prometo tener presente tus palabras siempre, pero te pido que por favor no te preocupes. Creo que mi corazón solo se está dando un merecido descanso luego de entretener una ilusión un muy largo tiempo”
El primo Albert sonrió “Yo también estaré aquí para cualquier cosa que necesites. También quiero que recuerdes eso”

Apenas la pieza terminó, Mery fue pronta en tomar su lugar como la próxima pareja de Albert, y Sayi se fue en busca de Sayaka, su fiel acompañante en eventos como ese. No obstante, apenas se vieron reunidas, el primo Neil apareció de la nada a reclamar el segundo baile con ella, y Sayi pensó que se vería obligada a mantener su promesa cuando en eso divisó al señor Souton caminar hacia ellas.


“¡Señor Souton!” Sayaka y Sayi hicieron una reverencia, y la mayor le presentó a su primo no querido “Primo Neil, le presentó a mi buen amigo el señor Souton. Señor Souton, el es mi primo, Neil Leagan” bastó una mirada a su primo para ver que reconocía al señor Souton de algún otro lado “Me temo que le debo una disculpa, señor Souton, al aceptar su pedido de un segundo baile se me olvidó que le había ofrecido la siguiente pieza a mi primo Neil, y me temo que tendremos que pedirle nos espere...”
“Querida prima por favor, no tenemos que incomodar al señor Souton en lo absoluto” las palabras eran como miel en boca de su primo. Era evidente que buscaba ubicarse en el favor de su nueva sociedad “Señor Souton, por favor, permítame cederle esta pieza con mi queridísima prima Sayi. Nos haría un gentileza impagable”

Aún si le revolvía el estómago que Neil se refiriera a ambos juntos, la joven sintió gran alivio al haberse salido con le suya. El señor Souton aceptó con una sonrisa, pero cuando Sayi pensó que se había librado del primo no querido fue que este le recordó que le debía un baile, y la joven tuvo que aceptar que aquel era un mal que tendría que no podría escapar para siempre.

“Dado que me encuentro disponible, ¿prima Sayaka? ¿Me haría el honor?”

Del brazo del señor Souton, Sayi a duras penas pudo esconder su espanto al ver las consecuencias de sus actos golpear de semejante manera. Pero Sayaka era mucho más perspicaz que ella, y ya tenia una respuesta lista por disparar.

“Me temo que le prometí el siguiente baile a... oh, ¡donde se fue! Oh, ¡allá lo veo! Con permiso”

Y tras la reverencia más diminuta su hermana salió rápidamente hacia el otro extremo del salón. El señor Souton y Sayi también se excusaron, y una vez estuvieron lejos de Neil fue que Sayi se permitió las risas que llevaba conteniendo.

“El ingenio de tu hermana es admirable” río también el señor Souton, una vez empezaron a bailar “Así que ese era tu primo no querido, ¿aquel que heredara Longbourn de tu padre?” Sayi asintió “Parecía muy interesado en ti”
Pero Sayi desestimó ello con una mano “Le gusta hacer eso con todas, pero el premio en su mira siempre ha sido Sheryl” dijo, y buscó a su hermana con la mirada. La ubicó en compañía de  la señora Spencer y el resto del Bloomington Posse “Me alegra tanto que Sheryl se haya hecho tan cercana de un circulo social que la merezca. Todos tan amables y elegantes como ella”
“Oh, me perdonaran el error pero, me parece que la señorita Bennet no estaba mintiendo”

Sayi siguió la mirada del señor Souton y para su sorpresa ubicó a Sayaka al otro lado del grupo de baile, con una pareja que Sayi no reconoció. Cuando finalmente cruzó miradas con su hermana, la inquisitiva fue tácita y la respuesta fue un ligero encoger de hombros que dibujó una sonrisa en el rostro de la mayor.

El baile terminó y el grupo pudo reunirse, pero el caballero que bailó con Sayaka fue rápido en pedirle el próximo baile a su hermana. Era un cumplido enorme, uno que la señora Bennet hubiera aplaudido, pero de la manera más amable Sayaka le prometió cumplir con otra pieza antes de terminar la noche, más no en ese momento porque necesitaba descansar. El caballero se excusó feliz, prometiendo buscarla mas tarde, pero Sayi sabía leer las intenciones de su hermana para saber que ello no iba a concretarse.

Una pareja se acercó al señor Souton, y este fue rápido en presentarles a las señoritas Bennet. Si bien los dos eran tan amables como su amigo, fue evidente que el señor Souton no había disfrutado de su compañía en mucho tiempo y, dado que el tema de conversación no era uno que las incluía mucho, ello permitió a las hermanas cederles el reencuentro y tener una conversación aparte.


Sayi quería saber porque la negativa de su hermana a ese caballero, pero ni siquiera tuvo que formular la pregunta.

“Luego del ofrecimiento de Neil, le dije al maestro de ceremonias que me urgía un compañero de baile y el me introdujo al señor Florence” le explicó, mientras observaba el siguiente baile empezar sin ellas “Llegó en el momento preciso y cumplió con el cometido, pero siendo franca, querida hermana, no encuentro la sociedad de Londres como una que me llame la atención. Y mucho menos pienso entretener los sentimientos de alguien con quien no compartiría mi futuro”

Sayaka continuó observando el baile en silencio, y Sayi se pregunto si su imposibilidad de verse en la capital iba de la mano con cierto castaño de regreso en Bloomington.

Desde hace mucho tiempo que Sayi cargaba con varias preguntas al respecto, y apenas estuvo por lanzarle la primera fue que su mirada se dirigió a la entrada del salón, pero en lugar del duque de Lancaster, o el pariente de los japoneses, fue Terry quien acababa de ingresar al recinto del brazo de una dama que Sayi solo dedujo cómo la nueva señora Grandchester.

Sayaka, tan perceptiva como siempre, no tardó en juntar dos con dos cuando vio a su hermana dejar el gran salón en dirección a una de las galerías. Cuando Sayi se vio algo más alejada de la multitud, y fuera de la vista de Terry, fue que dejo de correr y tanto Sayaka como el señor Souton le dieron el alcance.

“¿Se encuentra bien?” el señor Souton se veía sumamente preocupado y Sayi se sintió culpable, pues aún no se había animado a confiarle lo sucedido con el señor Grandchester “No se le ve nada bien. Me preocupa lo pálida que se ha puesto”

¿Cómo no pudo prevenir que Terry haría aparición? En su cabeza, luego de contraer nupcias, los Grandchester deberían haberse mudado a Longbury Manor, su casa ancestral... pero no Sayi contempló la posibilidad de que los Grandchester hayan optado por asentarse en Londres, y por ende ser invitados al baile. Y tan nula había sido la comunicación entre los Grandchester y los Bennet -inclusive su madre, quien hacía oídos sordos a cualquier chisme proveniente de Longbury- que no habían anticipado este bochornoso escenario, de la misma manera que no había preparado una manera de lidiar con el.

Sayi agradeció al señor Souton por su preocupación antes de dirigirse a Sayaka.

“Me temo que tendré que retirarme” dijo, las lágrimas empezándole a picar los ojos “Ya les cause demasiado problemas a todas en el último baile en Bloomington por mi encuentro con él. No soportaría angustiarlas de nuevo. Lo mejor sería que me retirara sin levantar sospechas”
“¿Y huir de cada evento donde aparezca Terry? No mereces hacerte tu a un lado cada vez que el se manifieste. El no es un fantasma, no le des ese poder sobre ti” respondió Sayaka “Hermana, y si nosotras nos angustiamos en el baile anterior era precisamente porque te fuiste. ¿Como se supone que disfrutemos de todo corazón si tu no estas con nosotras? ¿Si estás lejos, y te sientes miserable?”

Las palabras de Sayaka golpeaban con razón, pero aún si quería sobrellevar esa desazón y dejar a sus hermanas disfrutar del baile sin pensar dos veces en ella, no creía poder sobrevivir otro encare de Terry, mucho menos en el evento más ilustre que atendería en su vida.

“¿Que podríamos hacer?”
“Voy a buscar a la tía Miranda y al primo Albert, ellos sabrán cómo comunicarse con él. Lo haría yo pero, me temo que terminaría dándole en la otra mejilla” Sayi sonrió y Sayaka se dirigió al señor Souton “No me demoraré, ¿podría quedarse con ella un momento?”
“Por supuesto”


Sayaka regresó al salón de baile y Sayi y el señor Souton la siguieron parte del camino, aún manteniéndose a distancia del resto y fuera de vista del señor Grandchester, quien se encontraba ocupado con un grupo de caballeros de cabello blanco. Sayi lo contempló un momento, entristeciéndose al no encontrarlo cambiado, y por encima de la vergüenza y la decepción... sintiendo nostalgia por no poder acercarse más a él.

“Señorita Bennet”

Sayi se giró hacia el señor Souton, quien también observaba al señor Grandchester pero inseguro sobre qué debía sentir.

“Quiero pensar que he conversado suficiente con usted para darme una buena idea de su persona, pero esta noche le confieso que he quedado en blanco” Sayi juntó los labios, preparándose para la explicación que le debía a su amigo “No le preguntaría si no supiera de antemano lo sinceras que siempre son sus respuestas, y si no desea compartir no volveré a tocar el tema y todo quedará como siempre, pero...”
Sayi sonrió, agradeciéndole su delicadeza “Señor Souton, no solo deseo compartir, sino siento que le debo la respuesta más resuelta que pudiera darle. Usted que presenció mi repudiable reacción, y que aun así está a mi lado, dispuesto a escuchar”

Entonces Sayi le contó de su relación con el señor Grandchester, de su infancia creciendo juntos y del prospecto que se formó alrededor de ellos. Sintió el color subirle a las mejillas, y evitó mirar al señor Souton directamente al contarle de manera breve -pero honesta- de los sentimientos que había albergado por Terry, y la subsecuente decepción ante la expectativa no reciprocada, así como la posición de los Bennet con el señor Grandchester y su familia a partir de los hechos que siguieron.

“Cuesta creer que apenas y han pasado unos pocos meses desde el baile de primavera, pues siento que ha transcurrido una vida con todo lo sucedido este año. Para mi, conocer a Hagu, Kisa y la señora Hann, así como a usted y al señor Morewood. Entre nuevas amistades y tiempos placenteros he podido sanar y pensar mejor lo sucedido... pero me temo que aún no consigo manejar el protocolo al cruzarme con el en sociedad”
“Señorita Bennet... muchas gracias por sincerarse conmigo. Su entereza ante tal decepción no es nada menos que admirable, y puedo decir que comparto la opinión de su hermana: Usted no merece esconderse del señor Grandchester. No si desea sobrellevar lo sucedido por completo, y disfrutar de su vida sin mirar sobre sus hombros”
“Agradezco de todo corazón sus palabras. Es difícil pensar quien seré o a que aspiraré una vez suficiente tiempo haya transcurrido pues, como usted sabrá, una expectativa y decepción cómo está tacha la imagen de una dama irrevocablemente, sobretodo en un círculo tan pequeño como el mío” continuo Sayi “No me animo a romperle las esperanzas a mi madre, pero estoy haciendo las paces con volverme la tía favorita de todos sus nietos, aquella que puede dedicarse a ellos al no tener propios por los que velar”
“¡Señorita Bennet!” exclamó el señor Souton, frustrado por escucharla darse por vencida, y entretenido por la precipitada imagen que pintaba de su futuro “No diga eso favor. Usted haría feliz a un afortunado caballero, uno que la merezca, y uno que hará feliz a la señora Bennet, pues según veo esa es la clave para un matrimonio exitoso en su familia”

Ambos rieron y Sayi se sintió afortunada. No podía contar sus bendiciones por tener su amistad. Pues si bien compartir lo sucedido con Terry había sido tan complicado como embarazoso, el señor Souton no la juzgaba negativamente por ello, y todavía hacia un punto en animarle... dejando claro que estaba ahí para apoyarla incondicionalmente.

Y con esa certeza fue que finalmente se animó a preguntar por el señor Morewood, y contarle lo sucedido durante la última cena que compartieron en Longbourn, antes de partir a Londres.

“¿Que fue lo que le dijo exactamente?”
“Me dijo que disculpara su impertinencia, pero que estaba desesperado...” le contaba, intentando recordar las palabras exactas que el señor Morewood dijo aquella noche “Que no tenía más vueltas que dar, y que solo yo podía mendar una brecha?”
“Ya veo”
“Me tomo de las manos y estaba por pedirme un favor, pero entonces dijo que me esperaría al regresar de Londres” Sayi frunció el ceño, preocupada “Mi madre piensa que me va a hacer esa propuesta, pero estaba tan fuera de si que dudo esa haya sido su intención. No puedo no darle cierta razón a mi madre, sin embargo, pues su actuar conmigo fue tan intimo... me es difícil pensar a que vino esa actitud”
“Oh Shinobu...” murmuró el señor Souton, y entonces quedó en silencio.
“Mi intención no es menospreciar al señor Morewood, por supuesto que no” se apuró en decir Sayi ante la contemplación del rubio “Así como usted, él es un buen amigo mío, y la razón que se lo cuento es solo para esclarecer el porqué de tal preocupación”
“No se preocupe por eso, señorita Bennet. Más bien, gracias por su sinceridad. Y viendo que usted ya ha sido inmiscuida en los planes de mi amigo, me temo que debo empezar esta explicación con una disculpa de parte mía”
“¿Suya? ¿A que se refiere con ello?”

A la distancia, los amigos del señor Souton lo ubicaron entre la gente, y este les saludo de regreso con una sonrisa apenada.

“¿Me puede esperar unos minutos? Me temo que por la llegada del señor Grandchester me aleje de ellos sin explicación alguna, y me gustaría enmendar ello” Sayi se disculpó por lo ocasionado, pero el señor Souton le pidió que no se preocupara “No demoraré mucho, y entonces prometo contarle todo con tal que el señor Morewood no la vuelva a tomar por sorpresa”

Entonces Sayi lo dejo ir, con la curiosidad a mil de saber que era lo que tenía por contarle, para así poder descansar del recuerdo del señor Morewood.

A la distancia podía ver a sus hermanas conversar y divertirse y, armada con las palabras de Sayaka, deseo poder unírseles cuanto antes. Ubicó a Terry todavía conversando con su grupo de amistades, cuando en eso vio al primo Albert abrirse paso hacia él, de seguro para hacerle saber de su presencia esa noche.

No deseó ver su rostro cuando recibiera la noticia, por lo que optó por retirarse una vez más hacia una de las galerías, para entretenerse un poco con la colección de arte mientras esperaba a Sayaka volver con el plan de acción.
« Last Edit: December 02, 2019, 01:14:08 AM by Sayi »

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Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #56: November 30, 2019, 10:37:11 PM »
Terminaré dividiendo el fic del baile como en tres partes Dx como me imagino el baile:
Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.


State Ball at Buckingham Palace: Part I

There was a star danced, and under that was I born.
-William Shakespeare

El día del baile toda Londres estuvo paralizada. Todos los habitantes estuvieron a la expectativa del baile; los que asistirían y los que no habían planeado veladas en compañía de otros no invitados. Esa noche nadie se quedaría sin bailar. Aún en los sectores más marginales se desplegaron espacios y se improvisaron orquestas para que las personas pudieran festejar.

La fiesta en honor a la nueva renovación del Palacio de Buckingham se había vuelto una celebración a la armada. Pronto varios regimientos con jóvenes solados, experimentados veteranos y los altos mandos del ejército de su Majestad partirían para hacer frente a Napoleón y apoyar a las demás tropas que ya estaban en el frente. Los ánimos en Londres no podían ser mejores.

Sheryl Bennet aún no podía creer que ella y sus hermanas tuvieran tan buena fortuna. Apenas eran unas recién llegadas a Londres pero ya estaban en un baile organizado por el príncipe Regente en un palacio siendo recibidas por la hermosa princesa que algún día se sentaría en el trono de Inglaterra.

Los bailes en Bloomington eran muy bonitos, pero en Londres, en el recién renovado Palacio de Buckingham eran un sueño. Por todos lados se paseaban damas y caballeros en sus mejores vestidos. Era obvio que las señoras no habían escatimado en sus vestidos; por todos lados se escuchaban los rumores de las faltas de tafeta, seda y crepe. No hacían falta los encajes y tules.

Lo que más le gustaba a Sheryl era ver a las señoras con tiaras. Era un privilegio reservado a las mujeres casadas (y que lo pudieran costear). La tía Miranda tenía una de diamantes y turquesas, que lucía orgullosa en su cabeza erguida. Había sido un regalo de bodas de su esposo y mientras les arreglaban el cabello esa tarde la tía Miranda dejó a sus sobrinas probarse la tiara Lotto.

Las damas más jóvenes se tenían que conformar con adornar sus cabecitas con trenzas, broches, plumas y listones. Sheryl disimuladamente se cercioró frente a un espejo de que su peinado con broches dorados estuviera en su lugar. Su tía, siempre tan precavida, había arreglado una cita con un peinador desde que recibieron su invitación al baile. Algo exagerado según el primo Albert, pero necesario, pues dicho peinador era uno de los estilistas más solicitados de Londres. Su nombre era Loui, aprendiz de Léonard Autié quien había sido el peinador y peluquero favorito de María Antonieta. Loui le había relatado a Sheryl sobre sus experiencias peinando a la reina y a media corte en Versailles siendo aún un crio de 13 años bajo la tutela de Léonard. Esa mañana el peinador se había presentado puntual a las diez para peinar a las Bennet y a la tía Miranda acompañado de su aprendiz y cinco asistentes. Arreglaron un metódico sistema: mientras Loui conversaba con alguna sobre el estilo que querían llevar, los asistentes lavaban el pelo de las demás con una mezcla de huevo y brandi, lo enjuagaban con agua de rosas y lo secaban con toallas de lino.

-Te ves bien- le aseguró Sayaka, haciendo que la menor se sobresaltara ligeramente.

Sheryl se volvió a su hermana, sonrojada por haber sido descubierta y por el cumplido que acababa de recibir.

Como todas sus hermanas, Sheryl había puesto bastante empeño en su vestuario para ese día. Su vestido había sido mandado a hacer a la medida y Sheryl había sido paciente en el proceso de selección de las telas y asistió sin falta a todas las pruebas de vestido. También se había tomado su tiempo eligiendo los accesorios. El resultado había deleitado a su tía, hermanas y primo.

Con todo, la intención era dar la mejor impresión posible.

Después de recorrer los salones recién inaugurados del palacio y saludar a varios conocidos Sheryl se encontró con los Fraser. Charlaban animadamente con el coronel Middleton y lady Aika que lucía impresionante esa noche. Contraria a la costumbre inglesa, las damas de la rusa si tenían permitido utilizar tiaras desde que eran introducidas a la sociedad. Lady Aika había optado por una estilo kokoshnik adornada únicamente con diamantes pero lo suficientemente llamativa para demostrar a los ingleses el lujo y riqueza de la corte rusa. Además usaba un bonito vestido color crema que dejaba al descubierto sus hombros, con una banda color celeste y una estrella en la cintura que indicaban que era gran dama de la orden de San Andrés en su natal Rusia.

La señorita Éowyn había optado por un vestido dolor azul cielo de seda y encajes, con un listón negro en su cabello que enmarcaba su bonito rostro. Era un estilo sencillo y práctico, ideal para una dama que llamaba la atención solo con la belleza de su rostro. El coronel Middleton iba con su casaca roja y luciendo sus medallas de guerra. A diferencia del baile de Bloomington ahora parecía más relajado e incluso se había atrevido a pedirle a Lady Aika el primer baile. El señor Fraser, como en todas las ocasiones formales, había peinado sus salvajes rizos pelirrojos hacia atrás y estaba tan encantador como siempre. No tardó mucho en recordarle a Sheryl que bailaría el primer baile con ella.

Mientras el grupo se preguntaba donde estarían los Spencer, Robb Stark apareció y se les unió rápidamente. Lucía un poco cansado pero como siempre estaba afable y apenado por no haber podido visitar a sus amistades durante su tiempo en Londres.

-¿Es que acaso tu padre te ha mantenido como prisionero?- bromeó el señor Fraser.

-No me sorprendería si le  ha conseguido un par de niñeras- continuo el coronel Middleton.
Robb rió con ganas antes de contestarles.

-Ya casi. Me ha echado a su mayordomo a las espaldas y no he encontrado ocasión para escapar. Me aburre mucho estar en casa atendiendo los asuntos de Winterfell y encima acompañar a mi padre a las reuniones del parlamento.

-¿Aún no ha convencido a su padre de dejarle unirse al ejército?- pregunto Sheryl.

-Aún no. Y con el general Wellington preparando ya a sus tropas siento que nunca los alcanzaré.

-¿Pero usted ya tuvo entrenamiento militar señor Stark?- intervino Lady Aika.

-Sí, se me permitió asistir a la academia militar. Pero no sé qué le ha picado a mi padre y no quiere que me una formalmente a las fuerzas.

-Tendrás que escaparte- le aconsejó Jamie en broma mientras le giñaba el ojo.

-Suena muy tentador mi amigo. Talvez el coronel Middleton deseé llevarme con el cuándo parta a Normandía la siguiente semana.

-Oh no, puedo enfrentarme al ejercito de Napoleón yo solo pero no creo poder soportar la furia de Lord Stark sobre mí.

El grupo rió al unísono y se percataron que la orquesta anunció que iniciarían con la primera pieza.

Todos se acercaron a la pista con sus respectivas parejas, después de que Robb le pidiera bailar a Éowyn y así evitarle la molestia de que otro caballero se acercara a pedirle que bailara con él.

Pronto la música comenzó dando inicio al primero de muchos bailes de la noche. Sheryl no podía sentirse más contenta: lucía un vestido y un peinado hermosos, estaba rodeada de sus queridas hermanas y familiares, sin contar a sus amigos y se encontraba en un baile real. Aún no había visto a los Leagan pero esperaba que el primo Neil mantuviera su distancia cuando se diera cuenta de que estaba bailando con el señor Fraser.

Se percató de que Sayi también estaba en el grupo de bailarines junto al primo Albert, y aunque los perdió rápidamente de vista se sintió dichosa de que su hermana decidiera sacarle provecho a la noche.

La primera pieza terminó tan pronto como inició y los bailarines aplaudieron deleitados por el fino trabajo de la orquesta real. El grupo de amigos decidió que no estaría de más ir a buscar una bebida fría antes de continuar bailando y de paso buscar a los Spencer que de seguro estarían ocupados con el grupo del príncipe Regente pero que pronto se les unirían. La noche apenas comenzaba y ya parecía bastante prometedora.

« Last Edit: November 30, 2019, 10:59:00 PM by Apple »


Cho

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #57: November 30, 2019, 10:59:50 PM »
Okay ya no ando con el apuro del stop...

Muchas gracias a todas por incluirme en sus fics~ Vengo con un fic antes del baile, y seguramente vendré con uno más que debe ser más pequeño, lo siento (...)



Su estadía en la residencia de la tía Miranda no podía serle más placentera, ya que luego de tantos sucesos en Bloomington bajo la constante presión de su madre había necesitado un respiro. Salir de la rutina no era lo suyo y prefería quedarse en casa cuidando de su huerto o leyendo en la biblioteca de su padre, pero llegar a Londres probó ser más placentero de lo que había pensado en un inicio. Incluso con el próximo baile y la necesidad de presentarse ante la sociedad local, el tiempo compartido en familia le brindaba de las energías y ánimos para conllevar su responsabilidad.

Faltaban pocos días para el baile y Cho aprovechaba el mediodía para disfrutar de su estadía con toda tranquilidad. Estuvo leyendo los libros que la señora Cranach le había prestado para su viaje, aunque la lectura comenzó a hacérsele pesada y optó a distraerse en la cocina. Había visto a su hermana Emilia compartiendo espacio con Camille y también inmersa en uno de sus nuevos libros de medicina, por lo cual decidió darles una corta visita.

Se apareció en la pérgola del jardín donde las gemelas estaban ocupadas con sus pasatiempos llevando una bandeja con té negro y tazas para las dos.

“No se dejen absorber demasiado,” les recordó amablemente y con una corta sonrisa. “Se han ausentado de adentro por ya mucho. Les viene bien concederse algo de tomar.”
“Te lo agradezco, hermana,” Emilia se vio contenta por la sorpresa y puso su separador en la página que leía para darse un breve descanso. Entonces, observó la bandeja atentamente. “Sólo son dos. ¿No deseas té también?”
“Vengo de la cocina, ya tomé mi ración, muchas gracias,” asintió. “Nos esperará el almuerzo ni bien la tía Miranda regrese con nuestras hermanas. Podría ser pronto.”
“Lo dudo, han salido hace poco,” observó Camille, quien limpiaba sus manos del carboncillo en sus dedos con un pañuelo antes de tomar la tetera para servir la infusión. “Más bien, hace un día muy agradable en el jardín. ¿No te apetece disfrutarlo?”
“Tienes razón. Tengo un deber pendiente donde las hortensias,” Cho sonrió con cierto anhelo y miró hacia esa dirección. Tendría que darse la vuelta al perímetro de la mansión para acudir a esa zona de aquellas deslumbrantes flores. “La tía Miranda ha notado lo mucho que las he admirado, y me dijo que me regalará mi hortensia favorita para llevarla de regreso a Bloomington.”
“¡Ah, esas son buenas noticias!” Camille se emocionó y sus ojos brillaron.
“Somos dichosas de la generosa tía que tenemos,” observó Emilia, sonriente. “Podemos ayudarte a cuidar de esa flor si gustas.”
“Sería un placer,” contestó Cho asintiendo. “Nuestros padres podrían apreciarla si llega a prosperar… tal vez nuestra madre espere que regrese a casa con algo distinto a una flor ornamental, pero sigue siendo muy grato para mí.”

Las hermanas se vieron entretenidas ante el constante recuerdo de las imposiciones de la señora Bennet sobre buscar a algún caballero apropiado y pudieron divagar un poco sobre sus reclamos ante la elección de una flor por Cho por encima de buscar la compañía de un joven señor, lo cual fue fácil de recrear dentro de sus mentes. Así, la hermana mayor se despidió de sus hermanitas y fue hacia esa zona del jardín para observar las plantas.

Llegó a los abundantes arbustos y se sentó frente al área más floreada. Los bultos de flores planas y congregadas en formas esféricas le hipnotizaron una vez más, y acercó su rostro para apreciarlas e intentar distinguir el aroma. Eran unas flores bellas, de las cuales había podido leer precisamente de los libros de la señora Cranach. Fueron introducidas a Francia hace apenas unas cuatro décadas, pero comenzaban a hacerse populares pese a continuar siendo exquisitas. El libro también detalló los estudios de botánicos sobre dicha especie y la rumoreada existencia de más variedades en lugares más recónditos del planeta. Era un privilegio observarlas a esa cercanía y más aún ser dichosa de poseerla en su jardín.

Su relajo le hizo pensar en la atareada mañana que había tenido junto a sus otras hermanas. Esperaba que Sheryl estuviera pasando un día muy grato junto a Lady Aika y se maravillaba del alcance y presencia de su querida hermana para incluso conocer a una noble rusa. Luego de ayudarle para su salida, Sayi y Sayaka se sumaron a Mery y la tía Miranda para salir a hacer unas compras previo al almuerzo, y así Cho se quedó para recuperar sus energías. Iría a utilizarlas todas en el tan esperado evento y debía preservarlas.

De repente, observó a su primo Albert acercarse a su punto. Este le sonrió amablemente y le extendió una mano para ayudarle a levantarse.

“¿Qué te trae por aquí en plena soledad, prima?” le preguntó. “Veo que te has maravillado por las flores de mi madre.”
“Así es, estimado primo,” asintió y sonrió con torpeza. “No me estoy comportando del modo más correcto, ¿no es así? Podría recibir un par de llamadas de atención de mi propia progenitora si se encontrara aquí.”
“Pero no lo está, y no hay por qué mantener apariencias entre nosotros,” comentó con cierta diversión. “Eres una joven muy delicada, y sabes comportarte debidamente cuando la situación lo amerita. Confío en tu parecer.”
“Eres muy amable.”
“No obstante, te haría bien salir. Mi madre te ha visto muy enclaustrada y me pidió que te acompañe. No te llamó la atención ir a ver tiendas, así que podríamos hacer algo distinto, ¿qué te parece?”
“¿Cómo así?” Cho mostró una genuina confusión en su rostro y cierto desgano. “¿No deberíamos quedarnos para no llegar tarde al almuerzo?”
“De ello no te preocupes. En todos estos días, la hora para comer ha sido todavía en un largo rato,” le aseguró sin apuros. “Saquemos a Pancake a pasear. Regresaremos enseguida.”

Cho no se hizo de rogar y de aquel modo se retiraron de la mansión para acudir al parque predilecto del primo Albert. Dicho lugar estaba adornado por las personas de la alta sociedad de los alrededores, aunque la presencia del campo verde y distancia entre peatones permitía a la señorita Bennet a tomar un poco de aire y relajarse. Era cierto que le faltaba más por hacer. Continuaba sintiéndose como un pez fuera del agua.

Durante el camino, su primo le realizó una amena conversación que camufló sus intenciones de saber más sobre ella y sus pareceres. Albert anduvo oyendo distintas versiones sobre lo ocurrido durante la presentación de la hermana Bennet más joven y también sobre cada suceso de cada una de ellas, y se dedicó a oír lo que la tranquila y reservada Cho tenía para decirle. Ella le narró sobre su visita a los Cranach, a quienes conoció por medio de su amiga Ayesha, y también sobre aquellos hermanos provenientes de Rotterdam de ascendencia asiática. Así, el mayor pudo averiguar apenas lo que le había llamado más al respecto.

“Aquel primogénito suena como un gentil señor. Te ha dado una impresión grata,” concluyó.
“Así es, ha sido muy amable conmigo. Es un poco extraño,” admitió.
“¿Por qué habría de serlo?”
“Soy la que nunca tiene nada que contar, siempre me he visto así,” dijo con torpeza y cabizbaja. “No esperaría que fuera a bailar conmigo esa noche, aunque tuvo la cortesía de hacerlo. De igual modo, por encontrarme con él donde los Cranach, ha seguido demostrando que tiene un espíritu noble y humilde. Se siente muy natural. Admiro su manera de ser.”
“Dices que también está en Londres. ¿Te gustaría volver a coincidir con él durante el baile?”
“¿Perdón?” Cho estuvo casi escandalizada por dicha pregunta tan directa. Casi podía imaginar a su tía reprenderle, pero al tratarse de su querido primo no había ningún problema en recibirla. De todos modos, la peliceleste pasó a incomodarse y ponerse a pensar. “En verdad me siento un poco incómoda con él. No logro comprenderle.”
“¿Por qué dirías eso?”
“Esa amabilidad… me gusta que las personas sean cuidadosas y delicadas, aunque a la vez no me agrada no conocerlos a plenitud…” se lamentó. “Siento decirte que tienes a una prima llena de contradicciones, querido primo. A este paso quizás nunca llegue a conocer a nadie del modo en el cual mi madre espera que lo haga.”
“No seas tan dura contigo misma,” le dijo aunque no llegó a ocultar cierta confusión por sus palabras. “Siento que no te estas expresando a plenitud, Cho.”
“Tal vez sea cierto,” sonrió incómoda. “Al mismo tiempo, al pensar en el señor Toushirou y apreciar su aura y buenos modales, no puedo evitar pensar que sería el hombre ideal para mi querida amiga Ayesha. Me resultan muy semejantes. A ella sólo le desearía lo mejor y se lo merece. Es precisamente una dama al calibre de nuestra sociedad.”
“La recuerdo. Estaré feliz de verla en el baile,” dijo alegremente. “Y comparto tu observación sobre cuánto realmente se merece, aunque tampoco podrías hablar por otros, prima. A su vez, es el momento en el cual deberías comenzar a velar por ti también. Ayesha te ayudaría grandemente a conocer a más personas en esta basta ciudad.”
“La veré recién en el baile. Tengo entendido que se encuentra ocupada…” al decir esto, bajó su mirada con cierto desaire. “Como siempre, yo no tengo nada más que hacer. Conocer a los señores de nuestra sociedad resulta ajeno para mí, y los bailes me estresan… ¿por qué debería aferrarme a las normas sociales tan al pie de la letra? Quisiera tener la oportunidad de conocer a otras personas en mis propias faenas en el jardín. Un baile no debería ser el sitio para todos.”
“Hay mucha razón en lo que dices, pero…” él se vio entretenido ante su inquietud. “De no haberlos, damitas reservadas como tú nunca tendrían la oportunidad de conocer a los demás. Aquel señor del cual me has hablado se ha vuelto conocido por ti por un baile.”
“Pero…” Cho frunció el ceño con incomodidad, pero su primo habló por encima de ella.
“Y si tanto piensas que él debe ser afín a la deslumbrante Ayesha, ¿por qué fue él quien decidió bailar contigo?”

Al oír dicha pregunta, la peliceleste casi sintió que su cabeza dio vueltas. Su corazón palpitó más acelerado con miedo, confusión y tal vez algo más que no deducía. Negó para despejarse y pretendió cambiar la conversación.

Pero no tuvo que hacerlo, ya que ambos no se habían percatado la repentina y angustiante desaparición de Pancake debido al desbarate de la correa. El usualmente sosegado Albert palideció de pánico y ambos se apresuraron en caminar por el área para ubicar al preciado corgi de Miranda Lotto.

Tuvieron la suerte de detectarlo siendo acariciado por un transeúnte, y cuando se acercaron Cho se impresionó considerablemente. Era aquel peliblanco hermano del señor Toushirou, quien al percibirles se levantó y se les dirigió. Su originalmente tranquilo semblante dirigido a la mascota se endureció y observó a ambos con frialdad y reserva.

“Buenas tardes…” dijo haciendo una reverencia. Él llevaba unos paquetes de una panadería cercana consigo.
“Muy buenas tardes, eh, señor Toushirou,” fallaba en recordar su nombre en aquel momento. Cho se sintió abrumada por su inexpresión y entonces miró a su primo. “C-cierto, le presento a mi primo, Albert Lotto.”
“…” volvió a hacer la misma reverencia. “Un placer… soy Honebami Toushirou.”
“Lo mismo digo,” le saludó el rubio amablemente. “He oído de ustedes. No es frecuente escuchar sobre la presencia de personas de su ascendencia en nuestro círculo. Espero que Londres les sea de su agrado.”
“…” asintió y finalmente desvió su mirada con cierto conflicto y pena. “Discúlpenme. Tengo prisa. Les deseo un buen día… debo retirarme…”
“Sí…” Cho asintió. La joven Bennet recién recapacitó en que pudo haberle pedido el contacto de su hermano al verle marcharse, y no tardó en tener una reacción instintiva de auto reproche. ¿Por qué pediría semejante favor para empezar? La vergüenza se apoderó de su persona.
“Es una persona reservada. Sin embargo, me parece amable,” observó Albert. Este cargó al corgi con alivio y buenos ánimos. “Se llevó mejor con Pancake. Por ello solo le daré crédito.”
“Es cierto…” la chica sonrió incómoda. Parte de ella siguió preguntándose si iría a encontrarse con los hermanos durante ese evento. Tal vez estaban ocupados por la visita de dicho familiar.

Luego de ese pasajero susto, ambos fueron de regreso a la residencia de los Lotto bajo juramento que la dueña no iría a enterarse de lo que acababa de suceder con su mascota.
« Last Edit: November 30, 2019, 11:23:53 PM by Cho »


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #58: December 05, 2019, 07:53:34 PM »
Esto es antes del baile. Lo siento ):
Aww y agradezco a todas las que han incluido a mi bishoujo en sus fics <3

Su excelencia, el señor Richard Cain Lancaster, era natural de Yorkshire, y había nacido bienafortunado en el seno de una familia de linaje honorable que en el curso de los últimos siglos había ido acrecentando su nobleza y su fortuna muy a pesar de las consecuencias de la caída de los Reyes de Lancaster a causa de la guerra de los cien años y de la guerra de las dos rosas. Tal parecía, que el linaje se resistía a extinguirse y perder poderío.
Desde que era un infante, había recibido una buena educación, pero al tener ya desde una edad muy temprana una cierta independencia y visibles ilustraciones que denotaban su inteligencia, su padre, el Duque de Lancaster (de quien tiene el mismo nombre) decidió instruirlo con maestros honoríficos en distintos conocimientos, ciencias y destrezas en la batalla. Empoderándolo como un digno Emperador, pero privándolo de una infancia grata.
La madre biológica del conde y de su hermano Henry había fallecido cuando ambos eran unos niños pequeños. En poco tiempo, el padre contrajo nupcias con otra miembro de la nobleza y pronto tuvo otros seis hijos de este matrimonio. Pronunciado el fallecimiento de su segunda esposa, el Duque tomó por tercera esposa a lady Evangeline con quien tuvo a su último hijo, Ciel Lancaster. Toda la cosecha de hermanos no obstaculizaron la gloria de Cain Lancaster, puesto que se sabía y sentía que ninguno de ellos se le comparaba.
Un futuro prometedor y lleno de grandeza parecía reposar en los hombros rectos del regio heredero de la dinastía Lancaster. Tenía todo el mundo en la palma de su mano y todo lo que no alcanzaba lo destruía, lo construía de nuevo y así lo tenía para sí mismo.
Lo tenía todo.
Pero la señorita Emilia Bennet sabía que aquel carecía de amor hacia otros y no existía en el mundo alguien que profesase amor auténtico hacia su persona. La gente más que respetarlo, le temía. Eso era bastante triste.
Simplemente era imposible adorar a tan pérfido y villanezco personaje como su señoría.
Mientras la señorita Bennet estaba de pie, en el gran salón, siendo observada por su señoría y su acompañante, el conde permanecía recto y enigmático en su sitial destruyéndola con su mirada tan fría. Sin duda alguna, aquel individuo estaba hecho para ser un Rey, pero la proterva desdicha de la caída de sus antepasados le condenó a estar alejado del trono y conformarse con servir a la corona.
 “Señorita Bennet, acérquese.” La dama que estaba sentada en el sitial al lado del conde Lancaster se dirigió a ella con un tono de voz suave y melodioso.
Emilia hizo una reverencia protocolar, alzando levemente su vestido por las puntas, y obedeció a la petición de aquella mujer elegante.
La señora sentada en el sitial con la gracia y fineza propia de una reina era Lady Evangeline Lancaster, esposa (tercera) del duque de Lancaster, madre biológica de Ciel Lancaster y madrastra de Cain Lancaster.
Era una joven de tez pálida, cabello negro azabache y ojos color marrón, en su mejilla alta destacaba un atractivo lunar que hacía ver su rostro como digno de ser plasmado en una obra de arte. En sí, ella era muy bonita y Emilia no podía evitar sorprenderse por lo joven que era para ser una señora y madre.

“Entiendo que es usted a quien se le ha profesado la confianza de instruir a mi querido hijo, Ciel. Mis cercanos me han elogiado especialmente por la notable perfección del francés de mi hijo. Puedo darle ese mérito a usted y estarle agradecida de ello” agradeció, mientras se abanicaba pausadamente.
“Mi Lady, si bien he aportado un grano de arena en la instrucción del señorito Lancaster, ha sido su inteligencia innata la que le ha permitido ser más diestro y fluido en el francés.” Respondió Emilia, suavemente. Si bien pensaba que Ciel era un crío irresponsable con las clases y pedante en lo máximo, no podía hacer ojos ciegos a la inteligencia propia del niño lo que le impulsaba a brillar cada día.

Emilia miró de reojo al conde, éste no inmutaba en su expresión. Estaba contrariada. No entendía por qué la familia Lancaster le citó a su majestuoso castillo en Londres para tener una plática con ella. Sabía que nadie, a excepción del señor von Einzbern, era invitado al hogar de la familia en Londres. Aquello la mantenía nerviosa e inquieta, puesto que podía deducir que no la citaban especialmente para agradecer sus servicios.

“Recuerdo que mi amado esposo especificó al tutor de Ciel en Bloomington a que contratase a un maestro de naturaleza francesa para este oficio. Pero francamente, yo no podía confiar en que un francés estuviera cerca de mi pequeño sabiendo que puede correr un gran peligro. Cuénteme usted, ¿ha sido grata su estancia Blossomhouse?”
“Más que grata, su gracia. Todo en Blossomhouse, desde la atención de la servidumbre hasta el destacado comportamiento noble de vuestro hijo, ha sido más que perfecto.”
“Me alegro.” La pelinegra asintió. Fue en ese instante que notó que la joven en frente suyo, pese a lo incómoda que estaba, permanecía bastante digna frente a ella. Situación muy distinta a la mayoría de las jóvenes a las que se postraban a sus pies. Pero un detalle llamó la atención. Pese a que la señorita Emilia Bennet pudiese estar nerviosa por estar ante la esposa del Duque, dirigiéndose a ella con respeto y con una mirada dócil, la misma cambiaba de actitud cuando observaba de soslayo al joven sentado a su lado, a quien miraba con cierto rechazo. Tal parecía que existía una tensión que trataban de disimular. “Veo que ya conoce usted a mi querido hijo Cain, ¿verdad?” Lady Evangeline sonrió con pillería, con la intención de incomodar a ambos jóvenes “Él me jura que jamás ha cruzado palabra alguna con usted antes, pero presiento, por cómo usted lo mira, que no es así.”
“Y-yo” la pregunta y la información la desconcertó.
“¿Qué me puede decir de mi adorado hijo?” ella articuló una sonrisa escondida detrás de su abanico. Seguidamente, tuvo el acto de extender su fina mano y solicitar la de Cain. Éste accedió en reflejo y ella sostuvo su mano dándole una disimulada caricia. “Como debe saber, el conde de Lancaster es el hijo mayor de mi esposo y ha sido desde muy pequeño la imagen a seguir de todos sus hermanos. Me causa curiosidad que opinión pueda tener la gente más humilde respecto a quién los representa ante la corona.”

Emilia se paralizó. Por primera vez, no sabía que decir. Por un momento se quedó en blanco porque no se le ocurrió nada, pero la cosa empeoró cuando se le ocurrieron cosas; puesto que todas y cada una de ellas era negativa: malo, desprecia a la gente, ambicioso, y, sin duda, es un pésimo ejemplo para todos sus hermanos. Y el detalle de: En Bloomington la mayoría de los pueblerinos lo odia porque ha subido el impuesto, ha condenado a varios a despropiarlos de sus bienes y se refiere al pueblo como “el chiquero de un pordiosero que nadie quiere visitar”
Pero, aunque a Emilia se le ocurrieron cosas buenas (inventadas, por supuesto), no podía articular palabras. Aquel sujeto que parecía evitar todo contacto de humanos, parecía familiarizado y cercano al tacto de su ¨madre¨ lo que le hacía ver un poco más humano. Eso la confundió.

“Madre, no perdamos tiempo en simplezas…” dijo Cain, salvando irónicamente a Emilia.
“Lo siento, querido.” Suspiró, soltando su mano. Volvió a mirar a Emilia. “Señorita Bennet, estoy agradecida de su notable paciencia y responsabilidad con las enseñanzas del señorito Lancaster, evidencia de sus buenas lecciones son los resultados en él hoy. Dado que esto ya ha obtenido los resultados esperados, no queda más que librarla de su compromiso con él.” Anunció.
“Agradezco haber podido ayudar.” Emilia reverenció, manteniendo su semblante templado. Si bien era un alivio librarse de esa obligación, sentía que de todos modos extrañaría los días en Blossomhouse e incluso a Ciel.
“Y otra cosa más…”
“…” Emilia prestó atención a la dama.
“¿Cómo es su relación con mi otro hijo, Henry Lancaster?”
“¿Su gracia?”
“He escuchado que últimamente mi hijo ha demostrado un interés particular en su persona. Algo inusual en él, quien jamás ha dado indicios de interesarse por alguna joven.” Continuó. “Incluso se rumorea que la relación entre ustedes ha sido tanto cercana como afectiva.”
“Lady Lancaster—“
“Comprenda usted que estamos hablando con la honestidad total ante un miembro de la corte y alguien que ha sido elegido por Dios para guiar a nuestro monarca. Ni usted ni yo podemos mentir ante su presencia.”
“…” Emilia observó a Cain. Así que esa era su función, actuar de juez. Se sintió contra la espada y la pared, y también lastimada al confiar una imagen dulce y pura en Lady Lancaster cuando en el fondo tenía otras intenciones más inquisitivas.
“El silencio otorga, niña.” Sonrió. “Me ha contado una sirvienta que ha escuchado al joven Henry hacerle una propuesta en el jardín de Blossomhouse. Una propuesta de matrimonio, para ser exacta. No me juzgue mal. No creo que usted sea una persona arribista o de malas intenciones, su angelical presencia me distancia de esa opinión. No pienso que usted se le haya acercado con esas finalidades… Pero mi señor esposo y… otros familiares, siempre temen que así sea.”
Supuso que lo decía por el señor sentado a su lado. Emilia se sentía morir. El corazón le golpeaba fuerte en el pecho y presentía que en cualquier momento desfallecería. Sentía que había cometido un pecado grave e imperdonable y que debía ser sentenciada y castigada por su falta. Pero no entendía por qué. ¿Tanto poder tenían los Lancaster que la hacían sentir tan vulnerable y culpable de algo de lo que no tenía la culpa?
 “¿Es cierto lo que me informó aquella sirvienta?”
“Señora, yo…” Emilia se sintió pequeña y sola. ¿Por qué fue sola a esa cita? ¿Por qué no fue con su tía Miranda, o Camille o una de sus hermanas? No. No podía involucrarlas en sus errores y problemas. “En efecto el señor Lancaster me ha propuesto matrimonio.”
“¿Y usted que le ha dicho?”
“Le he dado mi negativa en primera instancia, pero ante su desilusión y falta de motivación por volver después de la guerra, le he mantenido la promesa de que pensaré en su propuesta hasta que él regrese. Mi intención no ha sido embaucar al joven Lancaster en ningún sentido perjudicial. Lo vi tan abatido y ausente, que al hacer esa promesa apenas vi un halo de esperanza en su rostro para motivarlo a volver.”
“Entiendo. Entonces es compasión.”
“…”
“¿Qué le dirá para cuando vuelva?”
“Sé mi posición, Lady Lancaster, Sir Lancaster.” Les dijo. “Sé que no puedo aceptar tal compromiso por el origen de mi cuna. Pero les agradecería que no informen de esto al señor Lancaster para que no abandone su interés de regresar a salvo de la guerra.”
“Querida, es muy bondadosa. Lamento haberla puesto en esta situación, pero, créame, era mejor que tuviera esta citación conmigo y con el conde antes que la tuviera con mi esposo, el Duque. Por supuesto que no le diremos nada a Henry ni a otros. Evitemos manchar la reputación de ambos.”
“…”
“Henry Lancaster, además, tiene en otras cosas que pensar más allá de su promesa. Su señor padre ya le prometió como esposo para la señorita Nunnally vi Brittania. A su retorno, tendrá la mente ocupada en su matrimonio con la señorita vi Brittania.”
“…Entiendo.” Emilia se culpó por ser tan ingenua y precipitada, ¿qué les diría ahora a sus hermanas? Sabía que no era seguro lo del matrimonio con el señor Lancaster y que supuestamente ella tenía en sus manos elegirle o no, pero, ahora que estaba oficializado el compromiso con la señorita vi Brittania parecería una tonta. Por supuesto, ante sus hermanas ninguna tendría esa percepción de ella, pero Emilia se sentiría estúpida por el resto de su vida. “No puedo más que desearle todo lo mejor al señor Lancaster y a la señorita vi Brittania.” Se mantuvo serena. Emilia tenía cartas donde el mismo Henry Lancaster le contó de aquel compromiso del cual él no estaba de acuerdo y que rechazaba. Le solicitaba que, por favor, mantuviera la promesa de esperarle pues estaba dispuesto a incluso ser desheredado si era ese el costo. Por lo que no la pilló descolocada.
“Es usted realmente un ángel.” Asintió Evangeline. Lamentaba ser el rostro malvado, pero sabía que, si su marido (quien estaba enterado de la situación) hubiese sido el que llevase la reunión a cabo con la señorita Bennet, ella probablemente saldría destrozada del castillo.
Después de una parca despedida, Emilia pudo salir de Lancannia Castle, al fin. Los Lancaster no tuvieron la sutileza de preparar alguna calesa para su traslado, y ella misma le había solicitado a su tía Miranda y primo Albert que no se preocuparan por ese detalle.

Prefirió retornar a pie pese a la distancia y los paisajes de bosques que rodeaban el castillo. Eso le permitiría pensar. Cuando estuviera cerca de la civilización, abordaría una carroza que la llevase hasta la mansión de la tía Miranda.
No estaba preocupada ni dolida por las palabras de Lady Lancaster. En cierto modo, se había preparado para esa situación gracia a las cartas del señor Lancaster. Pero sí estaba con una sensación de molestia por el trato despreciativo que daban esas personas hacia ella, muy bien disimulado en una hipócrita y cínica actuación. Sabía que detrás de esto estaba el conde y no pudo más que sentir repudio por su cobarde actuar. Seguramente había ido corriendo hasta donde su padre para informarle sobre las insensateces de su hermano Henry.

No pudo evitar darle vuelta esa imagen tan extraña de Lady Lancaster y su acción de tomar la mano de su “hijo” Cain. No había nada del otro mundo. La mujer tuvo aquel reflejo materno hacia él como toda madre cariñosa haría. Pero había algo que no pasó desapercibido por los ojos de Emilia y era la respuesta casi anhelada de Cain por recibir su toque. ¿Quizá no era tan mala persona y podía sentir aprecio por su “madre”? tal vez, sin su madre biológica, aquel ruin se había aferrado a la imagen de una madre proyectándola en Lady Evangeline.
¿Tal vez la amaba? Negó con la cabeza sacándose ese pensamiento. Mina Shelley le llenaba de ideas raras cuando le narraba sus novelas de amores imposibles.

Emilia iba concluyendo en su mente varias cosas: estaba tranquila porque, a pesar de la advertencia disimulada de guardar distancia de Henry Lancaster, no debía culparse salvajemente por estas situaciones y, en el último caso, tenía la honestidad del joven para con la situación. De todos modos, seguía en Emilia decidir y probablemente lo que atesoraba sobre todo era la amistad con el joven. Segunda conclusión era que ya no debía darle lecciones de francés a Ciel Lancaster lo cual le alegraba porque tendría más tiempo libre. Tercero, sabía que el rumor no se esparciría sobre la propuesta del señor Lancaster ya que esta familia se encargaría de que nadie pronunciara nada al respecto.
Finalmente, estaba el tema del baile lo cual le servía para distraerse y divertirse despejándose de los Lancaster. Sabía que a su retorno a Bloomington su mente estaría ocupada con saber más información sobre Eren Jaeger, que era lo que más le preocupaba.

“¡Ah!” estaba tan ensimismada en sus pensamientos que la consternó el relinchar de un caballo que pasó a toda velocidad por el camino. Emilia, al estar bordando el sendero, se hizo instintivamente a un lado para cuando el animal pasó por su lado salpicando su vestido de barro. “¡Tenga cuidado!” gruñó, indignada. El jinete se detuvo a poca distancia y ella lo observó con rencor. Para su mayor desagrado y desconcierto, era el mismísimo conde Cain Lancaster. “¿Usted?” ya estaba harta de verlo. “Pensé que ya se habló de todo lo que quería hablarse en su hogar.” En ese momento notó que no sólo su vestido estaba enlodado, sino también su rostro y cabello.
“Señorita Bennet, ¿qué le hace pensar que la busco para conversar con usted?” tiró las riendas del animal para comenzar a rodear a la joven. “Estaba en mi camino. Ha sido una mera casualidad.”
“Señor. Estoy rodeando el camino, respetando el paso de los caballos y los carros.” Se sacudió con molestia el barro de su vestido, apuntando con su mirada el camino. “Si su intención era pasar por encima de las personas para arrollarlas por gusto, es otra situación.”
“¿Cómo se atreve todo el tiempo a ser tan altanera e insolente conmigo?”
“¿Qué?”
“Es su actuar. Su falta de temor hacia mí. Su pomposa presencia que no respeta límites. Desde el comienzo se ha referido a mí con diálogos repugnantes y manchados de desprecio sin tener tan siquiera la delicadeza de disimular.”
“Señoría, no comprendo el trasfondo de su molestia. Es usted quien por poco me pasa por encima con su caballo, ¿y es usted el ofendido?” ya estaba cansada de tener que ser suave y precavida con él sólo por ser rico y noble. No podía permitir más atropellos y abusos a su persona. Una cosa era que soportara sus diálogos filosos y llenos de rechazos, pero otra situación muy distinta era ser pisoteada, literalmente, por él porque ¨estaba en su camino¨
“¿Qué pretende usted con mi hermano Henry? ¿Es por el dinero? Sepa usted que puedo pagar una mejor oferta para que usted se aleje definitivamente de él.”
“¡Señor, basta de ofenderme!”
“Desista de esa tontería pseudo romántica que tienen ambos. Totalmente es imposible. ¿Cuánto dinero pide para alejarse?”
“…”
“Apúrese, no tengo todo el tiempo. ¿No sabe de matemáticas? Si quiere lo consulta con su ambiciosa madre y proponen entre ambas un monto para detener este disparate.” 
¨Emilia, relájate… Recuerda todo lo que te enseñó la tía Miranda. Todo el tiempo y dinero que invirtió en ti por tu educación.¨
“…” Emilia se mantuvo tranquila e indiferente.
“O pregúntele a su padre. Seguro estará motivado en tener algo de dinero con tantas hijas solteronas que mantener…”
“¡Ah!” Emilia explotó. “¡No se atreva a hablar de ese modo de mis padres y mis hermanas!”
“…” la reacción de la señorita Bennet perturbó al siempre regio y frío conde. Hasta parecía que su caballo dio un paso atrás.
Emilia Bennet, formada por una educación para convertirse en una dama fina gracias a la protección de su tía Miranda, se inclinó, tomó un gran puñado de lodo en su colérico estado y se lo lanzó con rabia al conde. Éste tiró las riendas del caballo para evadir, pero el caballo fue lento en cumplir la orden y algo de barro le cayó (muy poco) al rostro.
“Insolente y salvaje hija de la miseria.” Le dijo.
“Venga aquí y dígamelo al rostro.”
“…” Cain se bajó del caballo sin mas, y se acercó a esa descarriada criatura con toda la intención de corregirla.
“¡Aléjese!” Ella se asustó. Parecía un enviado de satanás que venía hacia ella. Temió lo peor, tal vez la golpearía incluso. Pero no escapó. Ella nunca escapaba. Menos de alguien como él. Sólo lamentaba defraudar a su familia con su insolencia, ¿cómo se tomaría Inglaterra que una plebeya actuara así contra un representante de la corona? “¡No se me acerque!” le amenazó. Pero el otro no se detuvo. Emilia cerró los ojos, amenazándolo con el poco de barro que le quedaba en la mano.
“¿No me retó a que se lo dijera al rostro, mujer?” sujetó del mentón a aquella demente. “Antes de hacer tal desafío, al menos debería tener la decencia de presentarse con el rostro limpio.” Con el dedo pulgar sacó unas manchas de barro del rostro de la joven, limpiándolo. “Sucia.”
“¡Ahh!” Emilia estaba en shock. Ni escuchó sus palabras puesto que se había aterrado con su presencia. Con el resto de lodo que le quedaba en la mano ensució el rostro del señor conde. ¡Que Dios la salvara! ¡Porque si estuviera cerca de una guillotina, seguramente sería condenada a ser decapitada en esta por su falta de respeto! “¡Aléjese de mí y de mi familia!”
“…”
“…”
“…”

El silencio los invadió. Emilia no entendía por qué seguía pisando la faz de la tierra y Cain no entendía cómo una persona se atrevía a faltarle tanto el respeto. Fue entonces que una intensa lluvia se dejó caer sobre ellos, despistándolos de sus obstinamientos.

“Será mejor que retornemos a nuestros hogares, señor…”  dijo Emilia “la lluvia parece intensa. Con su permiso, su señoría.” Emilia intentó escapar tanto de él como la lluvia, pero el señor se lo evitó.
“La acercaré a su hogar.”
“¿Por qué haría eso usted con alguien a quien profesa tal desprecio?”
“Si se muere en el camino, ¿Qué fama me darán? Peor de la que usted me da, lo dudo…Pero se debe ser precavido.”
“No necesito que tenga obligaciones conmigo.” Continuó caminando.
“Testaruda.” La maldijo internamente. La agarró y la obligó a subir bruscamente a su caballo pese a la resistencia.

El trato dictatorial y brusco era muy distinto al que profesaba Henry Lancaster hacia ella. Sin duda, ir en el caballo del conde, a una marcha violenta y siendo tratada como objeto de carga era la de un villano mal educado y ese ser no merecía el trato de noble. A diferencia del paseo en caballo con Henry Lancaster quien siempre fue principesco y suave con ella. 
Se detuvieron a las cercanías de Gracechurch Street, porque no se arriesgaría a ser visto por otros junto a la señorita Bennet. La ayudó a bajar del caballo y no hubo una despedida ni una disculpa. Tiró las riendas de su caballo y desapareció del lugar.
Emilia se abrazó a sí misma al sentir que estaba hecha un desastre. Era mejor entrar por la ala trasera y evitar ser vista para no causar vergüenza ajena en sus familiares.





Cho

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #59: December 08, 2019, 10:56:10 AM »
Uhh lo siento pero esto también va antes del baile (...) espero venir con el evento en sí pronto.


“Esperamos que su habitación sea de su agrado, señor Cranach,” dijo una mucama atentamente.
“Lo es, realmente es más de lo que podría esperar,” dijo Sterk, asintiendo atentamente y con su inmutable seriedad. “Agradezco la atención.”
“Descuide, señor. Sólo sigo las indicaciones del generoso señor Clizzard. No dude en contactarme si necesita alguna atención adicional.”
“Eso haré,” volvió a asentir y miró a la empleada retirarse de la habitación que ocuparía durante su estancia en Londres. No pasaron ni dos minutos y observó a su viejo amigo darle el alcance.
“Hm, observo que ya has terminado de desempacar,” mencionó Camus, observándole atentamente y con una mano en su mentón. “Eficiente como esperaría de ti.”
“Presumo que esperas salir de paseo.”
“Más bien es mi deber enseñarte la ciudad,” declaró con su tono grave y frío de siempre, pero su intimidante sequedad desistió para mostrarse ameno y sonreír con placer. “Te enseñaré mi pastelería favorita. La he echado de menos en estas semanas en Bloomington. Incluso alguien como tú que no disfruta de postres lo apreciaría.”
“Lo disfrutaré si efectivamente es merecedor de tus elogios, Camus,” se encogió de hombros. Su conocido era tan especial como exigente, aunque poseía un gran gusto por los dulces. No le sorprendía que dicha primera visita en Londres fuera a saciar su inesperado vicio. “Astrid lo disfrutaría también de estar aquí, aunque si vamos a dicho lugar, sería cordial llevar a la señorita Altugle con nosotros.”
“Tienes razón,” se puso a pensar. “Admito que he fallado en considerarla. Sigo olvidando que es una inquilina más.”
“Te agradezco por acceder que nos acompañara,” dijo Sterk, haciendo una reverencia. “Lamentablemente, no poseo una residencia en Londres. De lo contrario no te habría importunado a ti.”
“Somos amigos y el señor Altugle es un potencial contacto de negocios. Su familia no se encuentra a nuestro mismo nivel, aunque cortesías de este tipo son esperadas de un noble como yo,” miró al otro de reojo. “Debo comenzar a mostrar mi buena voluntad a los residentes de Bloomington si pretendo expandir mis intereses a dicha área.”
“Como digas…” disimuló su cansancio. Era evidente que seguía considerándose por encima de la mayoría, aunque no pretendía darle la contra al siempre haber sido así. “Vayamos en marcha. La hora del té se acerca.”
“Tienes razón.”

El par de hombres caminaron hacia las escaleras que les llevaría al primer piso de la mansión.

“Con respecto a visitantes, además de devolverte la cortesía de alojamiento, había esperado poder entretener a Ichigo y sus hermanos,” comentó Camus, meditativo. “Los mellizos son un tanto peculiares, aunque el señor Toushirou exhibe las características propias de alguien digno de nuestra amistad, y un confiable contacto de negocios.”
“Sin duda lo es, tengo gran fe en mi amigo,” Sterk asintió. “Sólo le hace falta fortaleza en su espíritu, pero sabía que congeniarías bien con él.”
“Suena a que me conoces bien, Sterk,” sonrió complacido. “Más bien, me han impresionado. Ha sido el propio príncipe regente quien les extendió una invitación para conocerles personalmente. Ello sólo demuestra el calibre que poseen pese a su ascendencia.”
“Por lo que he oído del príncipe, puede ser precisamente su etnicidad lo que resultó en la invitación,” comentó Sterk con leve frustración. “No es con frecuencia que presenciamos a asiáticos en la vida cotidiana y menos como parte de nuestro círculo. Sin embargo, espero que Ichigo reciba merecida atención por sus cualidades más que por su apariencia.”
“Tu parecer es comprensible, Sterk, pero esta oportunidad de recibir atención de la nobleza de este país es inigualable. Incluso si fuera a tratarse de un caprichoso parecer, lo importante es que se da, tiene sentido absoluto,” declaró animado y con cierto gusto.
“Ahh…” por su parte, el pelimarrón negó frustrado. “Comprendo por qué Astrid no quiso acompañarme esta vez…”

La conversación les llevó a la amplia sala principal de la residencia. Previo a llegar, los dos escucharon una suave y tranquila melodía en el piano de cola de la casa. Sterk sonrió levemente al recordar a la joven Ayesha tocar el piano en su propio hogar en alguna de sus visitas, y notó cómo Camus se vio intrigado por esa apacible música.

Efectivamente, Camus observó a la jovencita rubia tocar el piano con agilidad y delicadeza. La señorita Altugle tocaba con una sonrisa y sus ojos cerrados mientras sus manos se movían de lado a otro con impresionante habilidad. Por un instante falló en reconocer a esa joven de aquel pueblo rural donde había estado hospedado durante el verano. Fuera de su elemento en esa sociedad de menor calibre, la chica había podido adaptarse en porte y elegancia como si siempre hubiera vivido en Londres.

Era una joven atractiva, y a su vez Camus no evitaba observarle con cierta lástima. El mundo podía ser tan injusto como para dejar que una doncella como ella naciera de una familia de provincia carente de tierras propias. La calidad de esa mujercita palidecería ante lo poco que tendría que ofrecer a su futuro esposo. Quizás su estancia en Londres no tardaría en darle dichas malas noticias.

“Oh, señor Cranach, señor Clizzard,” Ayesha se detuvo y procedió a levantarse para darles a ambos una modesta y educada reverencia. “Siento mucho no prestarles atención. Vuelvo a agradecerles por su intachable hospital en darme la bienvenida,” dijo de todo corazón y les sonrió con una mezcla de dicha y torpeza. “¿En qué puedo atenderles?”
“El señor Clizzard desea invitarnos a su pastelería predilecta,” informó Sterk. “Estás invitada a acompañarnos si gustas.”
“¡Ah, son noticias muy gratas!” los ojos de Ayesha se iluminaron y juntó sus palmas. “Si no es una imposición de mi parte, me encantaría. Gracias nuevamente.”
“Al contrario, es mi mayor honor entretener a una dama como usted a un agradable paseo por Londres, señorita Altugle,” se expresó Camus haciendo una reverencia con un tono adornado de voz y la mejor de sus sonrisas. “Fallaría en mi propia identidad como un noble si fuera a portarme con negligencia ante uno de mis invitados de honor. Además de la pastelería, nos gustaría que sugiriera otro destino a visitar, en caso el tiempo en la tarde nos sobre.”
“Soy dichosa con su dedicación. Más bien preferiría oír sus preferencias. Ustedes conocen Londres mucho mejor que yo,” dijo la menor.
“Dejémoslo en manos del señor Clizzard. Confío que no nos decepcionará,” observó Sterk.
“Llámame Camus, por favor,” dijo el dueño de casa, con leve frustración aunque sin romper su actitud encantadora. “En compañía de amigos y fuera de eventos, no tienes por qué dirigirte de manera formal ante mí.”
“Me alegra oírlo, así será,” se encogió de hombros. Ya veía que su quisquilloso amigo no era tan inflexible como lo parecía.
“Pero cuida tu postura, Sterk. Ello es más ruidoso que muchas palabras,” observó el rubio, quien utilizó su voz más seca para demostrar fastidio y hastío. “Nunca vas a cambiar…”

Ayesha se vio entretenida ante el intercambio y los tres no tardaron en salir. La joven Altugle se sentía un tanto intimidada al no contar con la presencia de su familia o la señora Cranach, pero luego de recibir la invitación al baile, una carta proveniente de su hogar llegó para informarle que su padre vendría a visitarle por unos cortos días a manera de acompañarla por la ciudad y otros eventos importantes. Sin duda era lo mejor para no dar impresiones equivocadas.

El baile estaba a la vuelta de la esquina, y la jovencita se alegraba de saber que las Bennet se encontraban en la ciudad. Sentía que ya tenía mucho de qué hablar con Cho, quien sin duda tendría bastante que compartirle por su lado.