Author Topic: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie  (Read 37186 times)


Eureka

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #75: February 08, 2020, 01:55:08 AM »
Ay espero poder terminar esta historia este añooo T___T

Esto va antes del último fic de Kana!

Si quieren poner el mood escuchen listen before i go de billie eilish okya




***



“¿Wolfgang?”

La voz apagada y cansada de Henry, sumada al panorama frente a sus ojos, fueron capaces de destruirlo en cuestión de segundos.

Wolfgang había esperado, pese a la magnitud de las noticias, que se tratase de algo leve, una herida tratable. Algo que tomaría tiempo en sanar, pero que eventualmente le permitiría recuperarse. Algo que se solucionaría, tal vez, en cuestión de semanas, con los respectivos cuidados y el pertinente descanso.

Camille había sido la de la misiva. Había demorado en llegar por tratarse de otro país, pero eventualmente, lo había alcanzado y Wolfgang no había perdido ni un segundo en tomar la ruta más rápida para darle el encuentro a su querido amigo.

El presentimiento de que algo sucedería lo había acompañado desde el preciso instante en que se enteró de las intenciones de Henry de partir a la guerra. Y se odiaba, hasta cierto punto, por ello, porque sentía que todo era su culpa.

Wolfgang debió haber anticipado que los motivos de Henry nunca se alinearon del todo con una causa política. Quedaba especialmente claro cuando analizaba la actitud de su amigo durante el tiempo que habían pasado juntos: Henry nunca se había mostrado partidario de algún ideal que lo llevara a luchar por su país, pese a prestar sus servicios en varias ocasiones. Era un muchacho un tanto distraído y amable, pero carecía de pasión por ciertas cosas. Entre ellas, el servicio militar y el deber de cumplir con Inglaterra.

Wolfgang se tragó las lágrimas al acercarse a la cama de su amigo. El nudo en su garganta pesó aún más cuando vio cómo Henry intentó, en vano, hacer a un lado las sábanas para darle el encuentro. El alemán le ganó en rapidez, evitando que se cayera de la cama y ayudándolo a reacomodarse entre las almohadas.



“No te preocupes,” le aseguró, tomando asiento a su lado y tomando su mano. “No dejaré tu lado.”
“Wolfgang, yo… debo pedirte mis más sinceras disculp—”
“No.” Wolfgang observó sus manos, pensativo, con una sonrisa apenada en sus facciones. La palidez de la piel de Henry era alarmante y confirmaba todas sus sospechas. “No hay de qué disculparse, querido amigo. Si alguien cometió un error aquí, fui yo.”
“Eso es imposible.” Henry se mostró frustrado ante ello, frunciendo ligeramente el ceño. “No comprendo del todo a lo que te refieres, pero… nunca me ofendiste. Entiendo que pienses así: mi decisión súbita de prestar mis servicios en el campo de batalla fue demasiado repentina e impulsiva. Puede que lo hayas tomado como una ofensa mía y lo comprendería a la perfección.”
“Henry, eso no tiene sentid—”
“Lo siento. Déjame terminar.”
“…” Wolfgang se sorprendió al escucharlo tan decidido. Aún cuando intentó evitarlas, un par de risas se escaparon de sus labios.
“¿Qué sucede?”
“Discúlpame. Nunca fue mi intención reír. Espero no haberte ofendido.” Wolfgang sonrió. “Es sólo que… veo que tenemos tantas cosas por decirnos. Y al parecer las tuyas son de imperiosa necesidad. Al menos eso es lo que concluyo por tu impertinencia al interrumpirme. Yo soy el que interrumpe, Henry. Tú nunca harías algo así.”
“…” Henry sonrió débilmente. “Siempre hay una primera vez, Wolfgang.”
“Así veo.”
“Por favor, permíteme explicarte todo.”
“Por supuesto.” Wolfgang sonrió. “Te escucho.”
“Gracias.”

Henry se tomó unos instantes en ordernar sus pensamientos. Luego de un leve suspiro, inició con sus explicaciones. Su mirada decidida enterneció a Wolfgang, quien se mostró sorprendido ante aquella inusual expresión en su rostro.

Una pena abrumadora lo invadió al notar que todo se debía al poco tiempo que le quedaba.

“Yo… Debo admitir que he contado con una confusión inmensa desde que te conocí. Esa sensación llegó a agobiarme de tal forma que me obligó a alejarme de ti y de toda posibilidad de compartir de nuevo contigo.”
“Yo—”
“No me ofendiste, Wolfgang. No fue tu culpa…” Henry bajó la mirada, apenado. “Siempre fui yo el problema. Y de no ser porque el tiempo es crucial en esos instantes, no me atrevería tan solo a mencionar una palabra al respecto en voz alta.”
“¿…A qué te refieres?” Wolfgang lo observó, confundido.
“Es un secreto que planeaba llevarme conmigo a la tumba. Sin embargo, estás aquí conmigo. No me preocupa saber cómo reaccionarás porque sé que pronto te dejaré.”
“No digas eso, Henry.” Wolfgang estrujó su mano.
“Lo siento.” Su sonrisa era tan débil y tan contenta: se notaba lo augusto que se sentía con la idea de compartir esos momentos finales con su amigo. Wolfgang se tragó el nudo en la garganta que amenazaba con quebrarlo en esos instantes. “No me puedo atrever a ser positivo en estos momentos. La verdad es otra… y, debo serte sincero, me alegra que sea así. Me siento más libre que nunca. No está presente mi familia, no tengo obligaciones, no hay nadie más que tú. Mis acciones no tendrán consecuencias.” Henry se detuvo en seco y rio. “No, eso no es cierto. Tan solo no estaré para vivirlas.”
“Henry, basta—”
“Te quiero”

Wolfgang intentó detener las lágrimas que surcaron sus ojos, pero era inevitable: dos palabras fueron capaces de romperlo en un instante. Su lado racional intentaba hacerle entrar en razón: Henry estaba mintiendo. Henry no se refería a ese amor. Henry estaba interesado en Emilia, después de todo.

Así como él había intentado engañarse con la idea de que Camille era la indicada para él. La charla con Chrom había ayudado a abrirle los ojos, pero esas dos palabras por parte de los labios de Henry habían logrado que procesara todo de golpe.

Él también lo quería.

Era la única forma de explicar por qué sólo había pensado en él desde el momento en que se separaron.

Henry siempre había sido su único pensamiento.

Sin duda, Wolfgang era el más grande idiota.

“Yo también te quiero,” le respondió Wolfgang, alzándose de su asiento para acercarse a su amigo. Una de sus manos pasó a acariciar su mejilla. Henry, llorando, se inclinó hacia el contacto, contento con la cercanía. “No… no puedo creer todo el tiempo que me tomó procesarlo.”
“Somos dos, entonces.” Henry sonrió y alzó su mano para limpiarle las lágrimas. “Nunca contemplé la posibilidad de que mis acciones encontraran sentido en este sentimiento. Pero no puedo negarlo cuando tengo la oportunidad de estar a tu lado una última vez. No me podría haber perdonado callar cuando viniste a verme.”
“Esto es injusto,” le reclamó Wolfgang, frunciendo el ceño. “No me puedes dejar. No… No lo puedes hacer. No después de esto, Henry. No.”
“Puede que sea lo mejor para ambos.” Henry entrecerró sus ojos, un tanto cansado. “No creo que sea posible continuar con el engaño, querido amigo. Si la situación fuese distinta, no veo la certeza… no creo poder haber sido tan valiente como lo he sido ahora. No creía… No creo que esto sea mutuo, tal vez estás siend—”
“Es mutuo. Sé cómo te sientes. Henry, me siento igual. No pienses que lo hago por pena. Nunca podría vivir tranquilo conmigo mismo si es que crees en ello. No es así.”
“Wolfgang…” Henry sonrió, aún a pesar de sus lágrimas.
“No puedes decirme algo así y dejarme.” Wolfgang se interrumpió a sí mismo con sus propios sollozos, apoyando su frente en la mano de Henry que andaba estrujando. “No puedo aceptar que me demoré tanto tiempo en ser sincero conmigo mismo… Esto es cruel.”
“No te culpes, querido amigo. La verdad es que nunca nos habríamos percatado de esto. Habríamos formado nuestras familias con las señoritas Bennet. Y habríamos sido felices, hasta cierto punto… con vidas tranquilas y futuros ciertos, pero nunca realmente contentos con nosotros mismos.”
“En efecto. Porque habríamos contado con un vacío inmenso dentro de nosotros… Lo sé.” 
“¿Sabes cuándo me di cuenta?” Henry le sonrió débilmente. Cada vez se le hacía más difícil hilar oraciones y mantener los ojos abiertos. “Cuando noté que la señorita Emilia me hacía recordar mucho a ti. Me costó ser sincero conmigo mismo, pero no pude hacer más que admitirlo en mi agonía. Estos días han sido insoportables. No podía añadirle ese tormento emocional a mi dolor físico… y encontré que siempre proyecté mis sentimientos hacia ti en ella. La estimo enormemente, es mi amiga más cercana. Sin embargo, si sentí atracción por ella, fue porque te veía en su actitud. Emilia es tan decidida, tan valiente… Le deseo lo mejor. Espero que pueda regresar sana a su hogar.”
“Henry…”
“Te quiero,” le dijo, cerrando los ojos. “Te quiero y lo siento. Debí notarlo antes. Pero es imposible admitir algo así… siempre he sido obediente y respetuoso y nunca me atreví a ir en contra de las reglas… Te admiro por ello…”
“¿Cuál es el punto de la rebeldía si soy un cobarde en el momento más importante?”
“No digas eso.” Henry abrió los ojos levemente. “No has sido cobarde. Tan sólo nunca consideraste esta posibilidad. Nadie lo haría. Es algo que nunca sucede. ¿Por qué tenía que sucedernos a nosotros?”
“No.” Wolfgang lo tomó de las mejillas. “Debí darme cuenta. Lo sospeché, pero nunca hice el esfuerzo de analizarlo. No tiene sentido hacerlo recién en estos instantes.”
“Pero es mejor que te hayas percatado de ello en estos momentos.” Henry posó su mano encima de la de Wolfgang. “No me arrepiento de haberte ayudado con ello. No me arrepiento de decírtelo.”
“Me alegra.” Wolfgang sonrió. “Yo tampoco me arrepiento de nada. Ni de conocerte, ni de quererte, ni de sentirme así.”
“Igualmente.” Henry hizo un esfuerzo por mantener su sonrisa. Las energías se le apagaban y las ganas de dormir lo abrumaban.

Pero aún no podía descansar.

“Tengo que pedirte un favor. Es cruel, pero me haría inmensamente feliz.”
“Por supuesto. Lo que me pidas.”
“¿Podrías acompañarme? Estoy muy cansado. Estoy consciente de lo difícil que serí—”
“No pienso dejarte, Henry. No soltaré tu mano. Estaré aquí a tu lado en todo momento.”
“Gracias. Te lo agradezco de todo corazón.”

Wolfgang volvió a tomar asiento a su lado, acercando la silla a la cama para estar lo más cerca posible de Henry. Tomó su mano y acarició sus nudillos, dibujando pequeños círculos en su piel.

“¿Podrías contarme sobre Frankfurt? Imagina que estamos juntos allí.”
“Por supuesto.”



« Last Edit: May 25, 2020, 12:26:54 AM by Eureka »


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #76: February 29, 2020, 10:45:11 PM »
Si dejo un post al mes debería terminar mi historia a tiempo ;_;


XIV. (Part 1)

Sayi apenas y había tomado asiento en la sala de estar cuando la señora Hann entro a la habitación con tanta prisa que por poco y trastabilló con la alfombra.

Una pequeña cortesía fue seguida por un efusivo abrazo, y la joven sonrió enternecida. Su recepción en Pembroke Cottage había resultado mucho más cálida que la organizada por su propia madre.

“¡Querida Sayi!” la señora Hann la tomó de los hombros, recorriendo su mirada por su rostro y su vestido. Sonrió de oreja a oreja al verla perfecta “No se si ha sido tu ausencia, o si Londres te ha caído muy bien, ¡pero te ves radiante! ¡Que alegría que nos hayas venido a visitar!”
“Las he extrañado mucho, y he regresado llena de ansias de pasar las navidades juntas” respondió Sayi “Le traje algunos regalos de Londres. Se los di a la señora Dickey apenas llegue”
“No te hubieras molestado, pero ya que lo hiciste no me queda más que agradecerte. Eres muy considerada con nosotras” dijo la señora Hann “A nosotros lo que más nos alegra es tenerte de vuelta”

Había mucho con lo que ponerse al día pero, por más que Sayi no quería nada más que continuar con la conversación con sus buenas amigas, tenía una misión colgando sobre ella.

“¿Cómo se encuentra Hagu?”
“Bien… las pasadas dos semanas estuvo mejorando mucho, pero me temo que desde hace una semana de nuevo se ha sentido indispuesta” respondió, bajando la mirada “Su dolencia es un enigma. No hay doctor que haya podido diagnosticar qué es lo que sucede”
¿El doctor Smith también ha venido a verla?”
“El doctor Smith es quien más me ha confundido. Y es que según él, parece que su enfermedad no es una dolencia física. ¿Qué podría ser, sino eso?”

Sayi asintió ligeramente antes de preguntar si podía visitarla, y la señora Hann asintió.

“Se encuentra en su habitación. Estuvo durmiendo casi toda la mañana así que ha descansado lo suficiente. ¡Estoy segura que se alegrara mucho de verte!”

Sayi sabía cómo llegar a la habitación de su amiga, y con permiso de la señora Hann se retiró hacia las escaleras. Apenas puso pie en un escalón, sin embargo, la señora Hann le dirigió un último comentario.

“¡Espero escuchar del señor Morewood pronto, Sayi! Tu madre esta muy ilusionada por tu audiencia, y mentiría si no te confesara que yo no”

Apenas subió las escaleras notó que la puerta de Hagu se encontraba entreabierta. Sayi tocó un par de veces.

“Adelante”


La voz de Hagu se escuchó frágil y en efecto, su apariencia no había mejorado desde la última vez que la había visto. Aún así, la rubia la recibió con una sonrisa, y Sayi corrió a tomarle de las manos y plantarle un beso en cada mejilla.

Cuando tomó asiento frente a ella, Sayi estudio su cabello despeinado, su piel pálida, y la sonrisa que le dedicaba.

Sin embargo, esta vez, notó algo más.

Luego de hablar de su salud, y de ser asegurada que -aunado a su apariencia- en verdad se encontraba bien, Sayi honró el pedido de su amiga y le puso al tanto de su experiencia en Londres. Le contó de la tía Miranda y todo el ajetreo que vino al ser invitadas al baile en el palacio de Buckingham. Sobre todos los ensayo de danza, las visitas a tiendas de vestidos y zapatos, la coincidencia con Terry, todas las ocasiones y ocurrencias que pudo compartir con el señor Souton… y hasta los extraños encuentros que había tenido con el capitán Ackerman.

“Me da la impresión que es un hombre severo” dijo Hagu “Pero muy amable al mismo tiempo. Un tanto contradictorio”
“Mucho” rio Sayi “Pero al menos mi honor ha quedado a salvo”
Hagu bajó la mirada “Me da mucha pena saber que el abuelo de Momiji no se encuentra bien”
“A mi también, fue demasiado amable conmigo y con mi primo” respondió Sayi “Espero que solo sea un mal episodio, y que los doctores estén equivocados. Pero la carta no sonaba muy esperanzadora”

Ambos quedaron en silencio con el sol del atardecer inundando la habitación. Sayi observó a Hagu y recordó la postdata de su amigo.

“Hago, ¿puedo hacerte una pregunta?”
“Claro”

Los ojos de su amiga encontraron los suyos, pero Sayi no dijo palabra por unos momentos.

No le gustaba la situación en la que se encontraba, mucho menos entrometerse como estaba por hacerlo… pero tras lo sucedido con Terry, no le hubiera gustado nada más que alguien le haya hecho el favor de quitarle la venda de los ojos, y enfrentar las cosas por como no eran.

Este caso era muy diferente, sin embargo, y sentía que valía la pena arriesgar su relación si tan solo algo de bien salía de su conversación.

Su silencio confundió a su amiga, y Hagu le preguntó si se encontraba bien. En respuesta, Sayi respiró hondamente, y tomo sus manos entre las suyas.

“Espero me perdones por lo que voy a decir”
« Last Edit: May 10, 2020, 10:36:19 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Puri

yo @ sayi: sí, en un solo fic termino todo londres
yo @ yo a sabiendas de que escribo 100 palabras en una semana y de que ya no puedo más PIEDAD: dos fics it is




“¿Sabes? Hubo una época en la que no soñaba con otra cosa que salir de aquí. Y, sin embargo, ahora que tengo ese tipo de oportunidades a la mano, no hago más que pensar en volver a ti”.



La estadía en Londres había sido hasta ese momento muy placentera. Si bien Sayaka en un inicio había dicho que prefería quedarse en Bloomington, más le ganó el remordimiento de pensar que pronto sus hermanas estarían casadas y nunca más tendrían una ocasión como esta para estar juntas, por lo que se animó a ir al final.

A diferencia de las demás, quienes tenían diversas amistades en altos círculos y habían sido invitadas a diversas reuniones por doquier, Sayaka se la pasó más en la casa y siguiendo a su tía y a su primo. Considerando que los mayores debían de prestar su presencia a sus hermanas en diversas ocasiones, ella decidió ayudar entonces con las diligencias que dejaban de lado en el hogar… Y esto le emocionaba. Cuando la casa se vaciaba y se quedaba ella a cargo de las labores con la bendición de su tía, no podía evitar sentirse como una verdadera mujer. ¿Sería así la vida de casada? Solía preguntarse y se tapaba el rostro de la vergüenza y felicidad. Obviamente que no, porque ella nunca podría aspirar a tener la fortuna de su señora tía, pero aun así…

Cuando llegó la carta de su madre antes del baile en Buckingham Palace, tuvo emociones encontradas. Por un lado, su madre la felicitaba por su excelente comportamiento ayudando a sus hermanas y a su tía Miranda, quien había escrito a su hermana elogiándola por la pronta disposición de Sayaka y lo hacendosa que se había vuelto. Su madre le dijo, también, que esperaba ver pronto esas cualidades y que ya no se la pasara escapándose de casa como solía hacer. Y eso mismo era lo que la contrariaba, ya que sabía que si su pobre madre se enterase del por qué últimamente se encontraba tan interesada en lo que conllevaba volverse una regia dueña de hogar, jamás se lo perdonaría.

Peor aún sería si se enterara del último encuentro    que había tenido con el señor Leroy antes de partir…



“¡Señorita Bennet! ¡Espere!”.

Al voltearse, vio a lo lejos cómo el señor Leroy dejaba a un grupo de personas con quienes conversaba y trotaba hacia donde se encontraban ella con Jacob. Sayaka apenas tuvo unos segundos para pedirle en susurros al joven que ni se le ocurriera moverse de ahí y dejarla a solas con el Sheriff.

“¡Señor Leroy!”, saludó cuando éste se encontró frente suyo. “No tiene por qué dejar a sus acompañantes en ascuas solo por mí, por favor, le ruego que vuelva con ellos…”, trató de razonar con él para que pudiera dejarles ir. Y no es que le disgustara su compañía, pero aún recordaba su última conversación y la subsiguiente humillación frente al señor Grandchester…
“No diga eso, señorita Bennet. En buena hora mi día se ha visto iluminado con su presencia”. Sayaka batalló con todo lo que pudo para bajar el sonrojo que le subía mientras sentía cómo Jacob le miraba de reojo. “He escuchado que pronto tanto usted como sus hermanas partirán hacia Londres. ¿Es eso cierto?”.
“Así es. Estamos partiendo mañana con mi tía, la señora Lotto, por lo que vine a recoger unos pedidos de último minuto de mi querida hermana Mery”.
“¡Qué servicial es usted!”, dijo con una enorme sonrisa. “Me alegra conocerla más, pero veo que se encuentra atareada. No es mi deseo el quitarle más de su tiempo antes de su partida”.
“Descuide, señor Leroy”, dijo sintiéndose aliviada de que finalmente la dejaría ir.
“Sin embargo…”. O tal vez no… “Espero que a su retorno pueda usted ser tan gentil de aceptar el pedido que le hice durante nuestro baile en Candace Hall”.
“Oh…”, bajó la mirada avergonzada, aferrándose más a sus paquetes. “No creí que usted…”.
“¿Que aún quisiera visitarla después de lo que sucedió en el baile? Pues eso es lo que sucede, señorita Bennet”. Sayaka se atrevió a alzar la mirada, pero se arrepintió enormemente al ver cómo la observaba Jean-Jacques. El hombre realmente se veía muy interesado en ella. “Por supuesto que en su momento no comprendí lo que había tomado lugar, pero luego escuché de varias personas sobre la inminente boda del señor Granchester. Ante cualquier otra persona la conclusión jamás habría llegado, pero yo a usted la conozco”. Sayaka se mordió el labio para no objetarlo. “Y el amor tan puro y fuerte que usted tiene por sus hermanas fue el que la delató. Usted jamás habría permitido que alguien ofendiera a alguna de ellas, por lo que lo que sea que el señor Granchester haya hecho, estoy seguro de que se lo tuvo muy merecido. Su devoción no es algo que usted dé en vano. Y es esa fuerte devoción que usted mostró esa noche la me hace pensar en usted una y otra vez”. Y esto último lo dijo mirándola de una manera que le hacía recordar a… Oh no.
“Yo…”, bajó su mirada. No podía seguir viéndolo. “No sé qué decir”.
“No tiene por qué decirme nada”. ¿Era ella, o acaso el señor Leroy estaba muy cerca suyo…? “Ya hablaremos a su retorno”. Y esto último lo dijo con una suave sonrisa. “Espero que tenga un viaje seguro y que disfrute Londres”.
“…Gracias”, dijo casi en un susurro.

Apenas el señor Leroy le dio la espalda, Sayaka tomó a Jacob del brazo y le hizo hacer lo mismo, apurándolo en llegar a la calesa a como dé lugar. Después de hacerle prometer que no dijera ni una sola palabra del encuentro a su madre, Sayaka subió a la calesa y se desplomó en el asiento por unos instantes. No se sentía capaz de guardar la compostura después de tan acalorado momento… ¿Por qué, por qué, por qué? No entendía al señor Leroy o su insistencia y esto la preocupaba.

¿Qué quería insinuar con decir que la conocía? Él no la conocía para nada, porque si la conociese de verdad, sabría que no se puede otorgar aquello que ya ha sido regalado libremente. Que su devoción y cariño por sus hermanas no era tan puro como éste creía, que ella también tenía sus propios planes y aspiraciones… Y por más sucia que sintiera su alma por ello, por más egoísta, por más emociones encontradas que tuviese al respecto, existía también cierta sensación de libertad en ser quien era.

Escuchó el cantar de las aves y Sayaka sintió cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos. ¡Cuánto quería volar lejos como ellas…!




La carta de su madre, sin embargo, terminó pidiéndole de manera explícita que no desaprovechara su estadía en Londres y que siguiera el ejemplo de sus demás hermanas en relacionarse con personas tan importantes. Sayaka bufó. No quería eso. No era que le disgustase el conversar con los demás y el hacer amigos… El señor Souton, a quien había visto en pocas ocasiones, y tratado aún menos, era un claro ejemplo de ello: un hombre caballeroso, humilde y cuya amistad era un verdadero regalo.

Pero había algo que temía. Y ese algo era causar mayor interés, el verse expuesta ante tantas personas. Mientras más desapercibida pasara, sería todo mejor, pensaba. Además, en tanto se mostrara más pueblerina, huraña y campechana, eso le daba chance a sus hermanas de brillar aún más fuerte en comparación.

Hablando de brillar… ¡Cuánta felicidad le había brindado la gran noticia de Emilia! Casada con un conde, algo que ni siquiera su santa madre se hubiese atrevido a soñar… Solo podía esperar que este baile sirviera a sus hermanas y sus buenas amistades para afirmarse aún más… Y que noticias como esa se replicaran en cuanto antes.

Porque mientras más rápido ellas– No. No estrujes más tu corazón. Ya habrá momento más tarde para pensar en él. Ahora tienes que ayudar a cepillar el hermoso cabello de Sheryl y a hacerla sonrojar para que se vea aún más hermosa a los ojos del señor Fraser.



El baile en Buckingham Palace comenzó como un sueño.

Sayaka no podía creer aún que había conocido a la mismísima princesa Charlotte. ¡Qué mujer más bella! La forma tan fácil con la que se desenvolvía y su carisma eran inigualables. ¡Si tan solo pudiese ser una pequeña fracción de lo bella, elegante y elocuente que era ella!

Pero, aunque hubiese querido conocerla más y estar en su compañía toda la noche, se dieron situaciones más apremiantes que tener su cabeza en las nubes. Como que el grosero y horrible señor Grandchester tuviera la desfachatez de presentarse en el baile junto a la horrorosa de su esposa. Y no, Sayaka no era dueña de Buckingham Palace como para reprocharle su presencia, pero al menos era una persona de buenos modales y sabía que se tenía que ser muy caradura para siquiera mostrar su rostro ante la sociedad.

“Embustero, frío, vanidoso…”, iba murmurando mientras buscaba dónde había ido a parar Sayi ahora. Ya había hablado con su tía y con su primo Albert y ambos le pidieron que trajera a su hermana de vuelta en lo que Albert conversaba con el señor Grandchester y le pedía su tolerancia ante la situación.

¡Y encima había que pedirle permiso, como si él fuese el Príncipe de Gales o qué! Todavía que había arruinado su oportunidad de conversar con el agradable señor Souton…

Pero Sayi no aparecía por ningún sitio. Nuevamente sentía que no podía culparla, si una vergüenza de ese tamaño le pasara a ella, Sayaka misma se habría ido caminando a Longbury de vuelta ahí mismo.

“¿Se encuentra perdida?”, le dijo alguien al final del pasillo, sacándola de sus pensamientos.
“¡Oh no! ¡No malentienda, señor! Simplemente me encuentro buscando a mi hermana que quiso tomar un descanso del baile”. En medio de la oscuridad no distinguía bien al dueño de esa voz, hasta que el joven se levantó de donde estaba sentado en un poyo bajo una ventana y pudo verlo mejor. Nunca lo había visto antes, pero sus brillantes ojos celestes se mostraban afables.
“Discúlpeme entonces por detenerla, señorita…”
“Bennet. Sayaka Bennet”.
“Mucho gusto”, le sonrió y Sayaka se sintió lo suficientemente cómoda como para devolverle el gesto. “No esperaba ver a nadie por esta parte del palacio. Si le soy sincero, yo también necesitaba un respiro del baile”.
“¡Me pregunto si tendrá algún hermano menor que haya dado con mi hermana, así como yo con usted!”, ambos rieron.
“No, ningún hermano mayor o menor, lamentablemente. Pero sí una prima que de niña me perseguía a todos lados como un patito”.
“Mire usted, lo entiendo a la perfección. Mi hermana Sheryl aún me sigue como un patito, pero le hago creer que no me doy cuenta”. El mayor rió nuevamente.
“No esperaba tener hoy una conversación que, por más pequeña que fuere, sería muy divertida y honesta, señorita Bennet”. Y al mencionar su nombre, Sayaka cayó en cuenta de que este no le había dicho aún quién era. “Por favor, no la retengo más. Estoy seguro de que su hermana necesita más de usted que yo”.
“Ha de estar en lo correcto, señor”. Esperó unos cuantos segundos, pero este no abrió la boca, así que se dio por vencida en intentar descubrir su nombre. Una lástima, era la primera vez que alguien en Londres se le hacía simpático. “Con su permiso”.

El joven asintió sin decir más y volvió a su asiento. Sayaka se volteó para salir de la galería y en la entrada se topó con otro señor, quien gruñó disculpas por lo bajo y se adentró. Dio una mirada de reojo y vio que el joven se levantaba a saludarlo… Oh, seguramente le había estado esperando para conversar y por eso le había pedido que fuera a seguir buscando a Sayi.

A la cual encontró dos galerías más tarde, conversando con un oficial desconocido. Al parecer, por el rostro compungido de su hermana, ella tampoco le conocía.

“¿Qué pasó?”
“Te contaré más tarde, querida”, dijo apresurando el paso. “Ahora mismo solo quiero terminar con esto”.
“Créeme que yo también, pero ambas tenemos ideas muy distintas de cómo terminarlo”.
“¿A qué te refieres?”
“Pues que preferiría terminar la noche volviéndome íntima de la otra mejilla del señor Grandchester”. Sayi se tapó la boca para no reír fuertemente, pero a pesar de ello le pellizcó a su hermana en el brazo. “¡Oye!”
“No seas grosera”, dijo entre risas. “¿Qué diría mamá?”
“Que hable con buenos señores en vez de estar malgastando mi aire hablando mal de él”.
“Ya, no sigas, que la vida da vueltas. Pero dime, ¿sabes qué le dijo a nuestro primo?”.
“Pues su santidad nos dio permiso de respirar en sus dominios”.
“Sayaka…”, se encogió de hombros. Sabía que su hermana no le reprochaba en verdad, sino que se impacientaba por la ansiedad de tan inesperado encuentro.
“Albert dice que dijo que tiene muchas preguntas que hacerte, pero que se quedará callado con tal de que ambos puedan disfrutar esta noche. Y que no te preocupes en caso de cruzarte con él, que se hará de la vista gorda”.
“¿Ves?”, dijo con cierto temblor en su voz. “Terry no es tan mala persona, no deberías ser tan dura con él”.
“¿¡Dura!?”, preguntó ofendida. “¡Duro es lo que le espera—!”
“Ya, ya”, le calmó Sayi riéndose. Ya habían llegado al salón principal. “No hablemos más de él, ¿de acuerdo? Esta es una de nuestras últimas veladas en Londres y no descansaré hasta verte disfrutar. ¿Hace cuánto que no aprovechas una ocasión como esta para bailar o hacerte lucir con tu conversación? Siento que han pasado años desde la última vez que te vi entablar conversación con algún joven”.

Había algo en la mirada de Sayi que le hacía entender que sabía más de lo que decía y esta no era la primera vez que lo notaba. Pero por más que quería confiar en su hermana favorita, las palabras la abandonaban cuando intentaba contarle todo. Porque todo era aún tan nuevo y tan delicado… Quería que fuera solo suyo por más tiempo. Suyo para sonreír y apreciar, suyo para soñar. Y por eso también sentía fuertemente la necesidad de protegerlo, de cuidarlo dentro de ella con ternura y alimentarlo con todo su amor… Porque de lo contrario, al más mínimo descuido, se esfumaría para siempre. Y la dejaría vacía y frágil. Desnuda.

No. Aún no era el momento.

“Querida hermana, ¡me asombras! ¡Tan joven y padeciendo de demencia senil! ¡Si me has visto conversar con jóvenes todo el día!”
“Por favor. Sabes a lo que me refie—”
“¡Señor Souton!”, gracias a dios el rubio se había acercado a ellas junto a su grupo. “¡No va a creer usted las cosas que dice mi hermana! ¡Pareciera como si tuviera cuarenta y no veinte!”, Sayi se acercó para pellizcarle sin ser vista y ambas sonrieron forzadamente.
“¿Cómo dice, señorita Bennet?”, preguntó este sin entender el tono de broma de la menor.
“Tendrá que disculparme, tanto usted como sus buenos amigos”. Decidió cortarle antes de que esto se convirtiera en algo más grande para lo que no tenía tiempo. “Justo acabo de ver a un joven al que le prometí una pieza. Con permiso…”. Y así, rápidamente, se deslindó del grupo.

Que, en retrospectiva, se daría cuenta que fue una mala decisión. Porque apenas avanzó y los perdió de vista, alguien la interceptó antes de que pudiera llegar donde se encontraban sus demás familiares.



Forget all the shooting stars and all the silver moons
We've been making shades of purple out of red and blue


Sayi

PURI OMG VOY A PREPARARME UN BANO CON BATHBOMB PARA LEERME TU ESCRITO <33333 YASSSS

Soy lo peor y debo medallas e iconos y todo pero AL MENOS ESCRIBI FIIIIIIIC luego dejo todo osito bonito


XIV. (Part 2)

Si bien su relación con Hagu no era su más longeva amistad, en los meses que llevaba conociéndola, Sayi había crecido en afecto al punto de considerarla una hermana honoraria. Y es que con otras seis hermanas a costas, ello solo denotaba lo bien que habían conllevado en tan breve pasar de tiempo.

Era por ello que los detalles que el señor Souton había compartido con ella, aquella mañana paseando por Hyde Park, le habían caído como un balde de agua helada.

¿Cómo había sido posible el haberse guardado tal secreto? No tanto hacia ella, pero consigo misma.

“Hagu, se de tu relación con el señor Morewood” le confesó “O debería decir, aquella relación que te rehusas a iniciar”

En el segundo siguiente a enunciar esas palabras, la tierna y frágil Hagu, la misma que se escondía tras ella en sociedad desconocida, se había encogido en un nuevo extremo de pánico. Sus ojos saltaban de un extremo al otro, evitando la mirada de su amiga y cogiendo las sábanas con tanta fuerza que podía ver lo blanco de sus nudillos.

Y seguidamente las lágrimas empezaron a rodar, y Sayi se arrodilló junto a ella, tomándole de las manos e intentando suavizar su nerviosismo.

“Déjame ayudarte”

En respuesta, Hago arrancó sus manos de las suyas y por primera vez la miró a los ojos, con una inquisición que la tomó desprevenida. Decidió ser sincera, pues su amigo le había permitido mencionar su nombre.

“El señor Souton me lo confesó en Londres” Hagu se cubrió el llanto con una mano “Pero Hagu, él jamás lo hubiera mencionado sin la certeza que algo bueno saldría de ello. Y es porque puedo, y quiero ayudarte”
“No puede ser”
“¿Pero por qué no? Hagu…” Sayi intentaba hablarle con suavidad, pero no sabía cómo llegar a ella.

Y es que desde que el señor Souton le había confiado los detalles de su relación, el rompecabezas que era el señor Morewood había cobrado sentido. Aquella noche, en la que pensó que una pedida de mano había sido desviada, había sido en verdad una súplica de ayuda. Un acto desesperado del señor Morewood para poder llegar hacia la dueña de sus afectos. Y ella no era nadie más que Hagu. Su querida Hagu.

Aún no entendía cómo había podido ser tan ciega. El señor Morewood estaba siempre pendiente de su amiga, pero sin entender sus sentimientos había confundido sus expresiones, obviando el hecho que siempre estaba ahí por Hagu. Pero Hagu, por su lado, hacía lo humanamente posible por alejarse de él y excusarse de todo evento en el que coincidieran.

Pero cada vez que recordaba las contadas situaciones en las que se encontraran los dos…
Las miradas esquivas, el hecho que terminaban uno al lado del otro por insistencia del caballero, y los intentos de conversación fallidos que Sayi atribuía a la timidez de su amiga.

Era evidente ahora que no solo era el señor Morewood quien cargaba con sentimientos, pero sino que también era su querida amiga quien sin duda alguna los correspondía… siendo la unida tragedia su empeño por no sincerarse con ellos.

“Lamento haber sido tan ciega, Hagu” le dijo Sayi. Estaba segura que su salud decadente iba de la mano con sus esperanzas “Me temo que permití que los rumores de un compromiso entre el señor Morewood y yo se saliese de control. Créeme que su actuar siempre me dejo perpleja, pero tras entender cuales eran sus verdaderas intenciones fue que todo cobró sentido. Y es que Hagu, tienes la oportunidad de ser feliz picándote los dedos, pero te rehusas por…”

Su hermana mayor, la difunta señora Morewood.

“No puedo hacerle eso a Esmeralda” lloró Hagu. Su voz se rompía en un llanto que había traído guardado por años “Ella lo amaba”

Sayi recordó el rostro compungido del señor Souton mientras le contaba la verdad sobre la relación de los señores Morewood, y sintió su corazón encogerse con cada sollozo de su amiga.

Sayi volvió a buscar sus manos.

“Ella nunca supo que el señor Morewood y tú se habían enamorado. No tuvo idea, aún cuando se anunció el compromiso entre ellos” le recordó ”Pese a quererte a ti… él fue todo un caballero y cumplió con su deber. Y se casó con ella para no desairarlos…”
“Qué dirán mi madre, y Kisa... sería una deshonra a su memoria. Mi pobre hermana, cómo podría ser capaz de aceptar el afecto que ella tanto quiso”
“Hagu…”

Sayi besó su cabellera rubia, y una sonrisa se esbozó en sus labios. La lealtad que Hagu sentía por la memoria de su hermana mayor era enternecedora, y entendía perfectamente de dónde provenía, y por qué había ido a tales extremos para rechazar un amor que no sentía como suyo.

Pero aún si el cariño que su amiga le guardaba a su hermana resonaba tanto en ella…

“Déjame ayudarte, por favor” le pidió una vez más.

Hagu se había desgastado en llanto. Al menos ahora parecía escuchar lo que tenía que decir.

“Lo último que querría sería ver a mis hermanas sufrir por una memoria mía. Y si todos los relatos de la bondad y el carácter Esmeralda se asemejan aunque sea a su sombra, querida Hagu, te puedo asegurar que estaría de acuerdo conmigo”
« Last Edit: May 10, 2020, 10:36:06 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Sayi

Estos pasados dos meses han sido una tragedia :_ espero que todas estén sobreviviendo, les mando ánimos a la distancia.

Debo mil medallas y varios iconos a este fic... y dado que es Abril, agoté mi cabida a postear solo aquí así que el próximo mes es #himereturns. Pedí un día libre de trabajo la proxima semana para ponerme al día con todo, perdonen lo desaparecida.

Pero por ahoraaaa




XV.

Sayi juntó las manos sobre sus piernas, y esperó por la respuesta del señor Morewood, sentado frente a ella.

Los ojos del caballero, sin embargo, delataban que este demoraría en encontrar las palabras necesarias para describir su sorpresa.


La joven sonrió.


“No esperó esta noticia de mi parte, ¿no es así?” dijo. El señor Morewood despegó los ojos del suelo “No pude contenerme más, espero me disculpe, pero me parece mejor ir…
“Directo a la yugular” respondió el caballero.

No eran las palabras que pensaba usar, pero el sentimiento era el mismo. Dicho esto, continuó, con un tono de voz que hilaba una renacida esperanza.

“¿Esta diciendo que… hay posibilidad que la señorita Hann… acepte mi propuesta?”
Sayi tensó los labios, dejando escapar una leve sonrisa entre ellos “Aún tiene muchas dudas, pero si nuestra conversación me dejo algo, fue la impresión de que era así”

El señor Morewood se puso de pie y caminó hasta la ventana, sobándose el mentón con una mano, inseguro de cómo continuar. Se giró hacia Sayi antes de volver a girarse hacia la ventana. Hizo lo mismo una vez más. A la tercera, tomó aire y se detuvo a pensar lo que iría a decir.

“¿Qué debería hacer?”
“A mi parecer… debería visitar a Hagu y sincerarse con su historia hasta el momento. Con mucha calma, y teniendo a la señora Hann y a Kisa como prioridad, pues es la impresión que ellas puedan tener lo que más le aterra a ella”
“Si no lo se yo…”
“Pero por sobre ello, me parece que debería sincerarse de sus sentimientos, y lo que su matrimonio con su hermana mayor significó para usted”
“Me temo que no hay palabra que pueda enunciar que la haga sentir menos culpable de nosotros con respecto a Esmeralda. Pero ella no quiere entender que yo hice lo mejor que pude…”
“Yo lo creo, y el señor Souton también. Cuándo empecé a hablar del tema con Hagu ella también parecía reacia a creerlo, pero creo que verme aceptándolo, y bendiciendo su relación aún sabiendo de su matrimonio con Esmeralda le hicieron percatarse que su percepción podía estar equivocada”

El señor Morewood tomó su sombrero. Estuvo por ponérselo, pero se detuvo, y volvió a bajar los brazos. La miró, esperando una respuesta a todas las dudas que cargaba en su corazón.

Desde su conversación con Hagu, Sayi se había dedicado a cavilar, sin descanso, sobre cómo debería contarle lo sucedido al señor Morewood. Si bien no estaba en los mejores modales el inmiscuirse tanto en la vida de otra persona, Sayi nunca había estado tan segura de que la felicidad de su amiga estuviera tan cerca a ella… dependiendo en una pequeña ayuda que ella podía ofrecer.

Pero luego de la decepción con Terry, lo último que Sayi quería era causarle dolor a otra persona por culpa suya, y por su errónea percepción de cómo eran las cosas. Por eso le había dado vueltas, una y otra vez a la relación del señor Morewood y de Hagu desde que el señor Souton le había puesto al tanto de los hechos.

Y era por eso que estaba dispuesta a arriesgarse una vez más, pues en esta oportunidad había escuchado la sinceridad en los sentimientos de ambos. Con tanto anhelo entre ellos, aún frente a todo obstáculo… no podía concebir un escenario en que no pudieran prevalecer.

“Debería ir ahora, señor Morewood, y no esperar más. El corazón de Hagu es frágil, y hacerla esperar solo aumentara sus dudas” le dijo “Me parece que no habrá mejor momento que ahora”

El señor Morewood asintió. Levemente al inicio, pero su efusividad empezó a hacerse presente al digerir las palabras de su amiga.

“Eso haré” la tomó de las manos “¿Cómo podría agradecerle?”

Sayi rió para si misma. Entonces dejó ir las manos del señor Morewood.

“Verá, mi madre…” empezó, imaginando a la señora Bennett bailando por toda la casa “…ha tomado la idea que su audiencia significaba un compromiso…”

La sonrisa del señor Morewood cambió a una expresión sorprendida. Le bastó un instante para darse cuenta de cómo pudo haber sido malentendido.

“Señorita Bennett… me temo que he sido terriblemente egoísta con usted” se disculpó “En mi afán de ganarme su amistad, y pedirle su ayuda con la señorita Hann… he sido efusivo de manera desvergonzada…”
“No se preocupe, señor Morewood. Si bien lo sucedido la última vez que nos vimos me dejo bastante perpleja, no cargaba con aspiraciones a un compromiso, sino con interés de descifrar a qué se había debido ese episodio…”
“Lo lamento muchísimo… cómo podría remediarlo…”
Pero Sayi no estaba apenada, ni dolida en lo más mínimo “Si me permite hacer una sugerencia, creo que hay un solo favor que me gustaría pedirle. Uno que servirá tanto de agradecimiento como remedio”
“¿De que se trata?”
“Cuando mi madre lo vea marcharse, en lugar de pedir una audiencia con mi padre… me gustaría poder decirle que hubo una propuesta, pero que opté por rechazarle”
“Señorita Bennet…”
“Hagu está al tanto de esto, pues la decepción de mi madre era otro motivo que le angustiaba. La verdad del asunto será un secreto entre los tres”

El señor Morewod lo pensó un par de segundos, pero casi de inmediato rompió en una risa abierta.

“¡Cómo puedo negarme a semejante ocurrencia! De acuerdo, puede decir que me rechazó, y pretenderé doler por una quincena entera” dijo, buscando sus guantes para cabalgar “Y apenas se cumpla la quincena regresaré más contento que nunca, a retomar nuestra amistad como si no hubiera sucedido nada…”

Le guiñó un ojo y Sayi rió. El señor Morewood hizo una profunda reverencia antes de retirarse en dirección a Pembroke Cottage, donde Hagu le estaba esperando.

“No tengo cómo agradecerle. Lo digo de todo corazón”

« Last Edit: May 10, 2020, 10:37:33 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Kana


Colocó aquella última azulina flor en su cabello. La corazonada de que aquel color lo haría ver incluso más bello fue un acierto perfecto. El color azul resaltaba con el blanco de su traje, que a la vez lograba acentuar más el dorado rosario de oro entre sus manos y su rostro pálido parecía tener tintes vívidos entre la corona de flores azules que le armó.

Era perfecto.

Nunca pensó que la muerte sería tan bella.

Emilia abrió los ojos con dificultad, abrumada por ese sueño que insistía en repetirse cada cierto tiempo. Ya no era tan frecuente como los primeros días, pero aquel recuerdo se negaba a abandonarla por completo y se manifestaba en su mundo onírico.

“¿Otra vez el sueño del señor Lancaster?” Camille se removió entre su cobertor. Se había despertado unos minutos antes cuando escuchó a su gemela balbucear.
“Sí.” Emilia, ya sentada en la cama, asintió con vergüenza. “Pensé que ya lo había superado.”
“Tal vez…Hay algo que no te permites perdonar” Camille la imitó sentándose en su propia cama, acomodó su larga trenza hacia un costado. “Relacionado con él” Camille bajó su mirada, nunca era fácil asimilar la muerte de una persona tan joven y de quien no se esperaba que fuese cubierto por el velo oscuro de la muerte tan prematuramente. 
“...Fue su decisión.” Suspiró, sintiendo aquella angustia en el pecho que tanto le molestaba. “Pero no puedo dejar de sentirme culpable por no haber podido evitarlo. Era muy discreto, pero inconscientemente dejo tantas pistas respecto sus intenciones de abandonar la vida incluso antes de partir a cumplir su deber militar.” Miro el jarro lleno de flores sobre la mesilla auxiliar. Los pétalos habían comenzado a caer ya marchitos. La muerte era inevitable para todos. “Al final es cierto lo que dicen. Los que sufren son los que se quedan pues el que parte deja de hacerlo.”
“Es un proceso que toma su tiempo. Entiendo que quieres aparentar bienestar, pero todo duelo lleva un periodo para sufrirlo. Es normal que sientas tristeza por su muerte… Aún es demasiado reciente. No tiene nada de malo. De hecho, me preocuparía si te viera bien y campante conociendo lo empática que fuiste con ése joven señor.”
“Hm, hm.” Emilia asintió.
“Si te reconforta, además de rezar por su alma, podrías honrar su memoria dejándole las flores que le gustaban en su tumba.” Camille dijo lo último con mucho cuidado puesto que podría entregar tanto un resultado positivo como un resultado negativo, pero, desde su experiencia, vio que muchas personas lograban cerrar ciclos de duelo cuando visitaban las tumbas de sus seres queridos. Emilia no fue a su funeral puesto que era reservado para los familiares, pero tampoco manifestó intenciones de dejar flores en su tumba cuando ya había pasado tiempo.
“Dudo que los señores Lancaster me permitan deambular por sus propiedades para dejarle flores al hijo que casi se casa con una joven de clase inferior.”
“¡Emilia!” Sayaka irrumpió en la habitación de sus hermanas. Las dos gemelas se sobresaltaron por su interrupción. “El señor Lancaster está esperándote en la sala. Ha traído un majestuoso carruaje consigo y según pude escuchar está solicitando a nuestro padre que te permita ir con él a Londres.”
Emilia y Camille se observaron entre ellas, pasmadas.
“¿El Conde?” Emilia parpadeó incrédula.
“No. El infante.” Corrigió Sayaka, divertida por la expresión de desilusión de su hermana.

“No se me permitió visitar a mi hermano en su lecho de muerte.” Ciel explicó. Caminando junto a Emilia ya en sus tierras, lucía orgulloso de enseñarle la “casa” principal de los Lancaster en Inglaterra.  “Usted sabe cuan era mi deseo de acompañarle en sus últimos momentos.” la herencia de su familia le daba aquel estatus, pero sus arcas personales se vieron en aumento cuando su hermano Henry falleció. El mayor había dejado en vida varios testamentos a beneficio de sus hermanos menores, con la proyección a largo plazo de protegerlos en su ausencia y que, al menos con el dinero que jamás disfrutó, ellos pudieran tener libre albedrío a la hora de escoger lo mejor para cada uno sin temor a las represarías de su padre.
“Cuando recibí vuestra carta intenté hacer lo posible para convencer al Conde para que autorizara su traslado, pero mis esfuerzos fueron en vano. Lo lamento.” Expresó Emilia apenada.
“Sé que abogó por mí, señorita Bennet, y le estoy agradecido.”
Emilia disimuló la sonrisa en su rostro. El cordial joven Lancaster que la escoltaba a su lado era muy distinto del mimado señorito Lancaster que conoció en Blossomhouse. Seguidamente sintió su corazón acongojado al asimilar que la repentina madurez del joven Ciel posiblemente fue un forzado cambio abrupto ante la muerte de su hermano mayor.
“El conde tiene decisiones misteriosas… Le confieso que al día de hoy me cuesta comprender sus lineamientos.” Ciel permaneció unos segundos en silencio, el rencor en sus palabras podía ser disimulado a la perfección, pero la expresión de liguera amargura en su rostro delataba el malestar hacia su familiar “Agradezco que me acompañe a dar honores a la tumba de mi señor hermano. Después de su funeral… No volví aquí.”
“No tiene que agradecer, joven Ciel. Es más, expreso mi más profundo agradecimiento por su invitación. Justamente he deseado poder dejarle flores al señor Lancaster.”

En el trayecto hasta el lugar de descanso, Ciel le fue contando ciertos detalles de los acontecimientos sucedidos desde el término de la guerra. Por orden de sus padres, Ciel había estado en confinamiento en Blossomhouse para su protección durante el periodo que durase la guerra por lo que en todo momento se había sentido muy ajeno al panorama bélico de su país. Pero cuando se enteró del grave estado de su hermano Henry, solicitó a su hermano, el conde, autorización para viajar hasta donde se encontraban con el fiero deseo de acompañar a su familiar
Sin embargo, por motivos que él consideraba egoístas, Cain Lancaster le había negado la oportunidad de despedirse de Henry.
 
Sólo Cain y Slaine, e incluso el señor von Einzbern, habían tenido la oportunidad de acompañar a Henry en sus últimos momentos.

Le contó a Emilia muchos más detalles dentro de lo prudentemente breve que era para comunicarse. Tal vez la falta de una persona con quien conversar sus preocupaciones lo llevaba en ese momento a confesarse con la persona que por mucho tiempo consideró una intrusa en su hogar.

De este modo le contó que incluso las cosas en su familia habían cambiado notablemente. Su padre y su hermano mayor estaban distante entre ellos. Esto se debía a que Cain solicitó en reiteradas ocasiones la presencia de su padre en los países bajos para acompañar en sus últimos momentos a su hermano, Henry, pero el padre desistió de la idea considerando que su traslado era innecesario sabiendo el fin que le esperaba a su segundo hijo.

Ciel había escuchado entre la puerta. Recordó esa discusión, pero por obvios motivos se la reservó para él y no le dio detalles a Emilia.

“Iba a morir de todos modos. Como su padre, mi deber más prudente era esperar la repatriación de mi amado hijo, preparar todo a su llegada y que se le hiciera una ceremonia honorable como héroe de Inglaterra que dio su vida por su país.”

El Marqués dijo esas palabras, con su sonrisa suave y su expresión serena de siempre.

“Pero no tardaste nada en recibir la medalla del Príncipe en honor a Henry y la compensación económica por su muerte.”

Desde ese momento, su padre y su hermano apenas cruzaban palabras.

“Mi prima, la dama de La Moniquè, está animada de reunirse con usted. Ella se encuentra en el palacio en este momento. Sería grato reunirse con ella después de…” Ciel bajo fugazmente la mirada, angustiado por lo que iba a decir. “De visitar a Henry…”
“…” Emilia sintió un nudo en su garganta. Ver abatido a Ciel Lancaster era algo que jamás esperó ser testigo. Durante el tiempo que conoció a esa familia le dio la percepción de que todos los Lancaster eran reptiles de sangre fría que no conocían de sentimientos ni emociones, pero claramente estaba en un error. La ausencia de uno de los hermanos afectaba de igual modo a los otros. La joven tocó sutilmente el hombro del menor y le sonrió amablemente cuando éste la observó. “Estaré gustosa de ver nuevamente a Lady La Moniquè.”

Emilia y el joven Ciel llegaron a los terrenos donde yacía el lugar de descanso de Henry Lancaster. El sitio expresaba una agradable paz y armonía, rodeado de sectores verdes cuyas flores silvestres desprendían un dulce aroma, adornado por un lago habitado por cisnes blancos donde el único sonido emitido era el cantar pacífico de las aves más pequeñas. La joven aspiró profundamente el aroma llenando sus pulmones de esa agradable fragancia, era dulce y tranquilizadora como si probara un poco de miel de verano.

Los dos se visualizaron sorprendidos de encontrar a una persona hincada en la tumba, colocando unas flores cerca de la lápida observando la escritura con calma y melancolía. Emilia se sorprendió de encontrarse con el señor von Einzbern en ese lugar. No era ilógico de todos modos, puesto que era esperable que visitara el lugar de sepulcro de su amigo, pero la coincidencia no dejaba de maravillarla.
“Señor von Einzbern.” Saludó Ciel al llegar a su lado. Emilia imitó el gesto del menor.
“Joven Ciel, señorita Bennet.” Les respondió el saludo cuando alzó la mirada. Había estado tan inmerso en sus propios pensamientos que no se percató de sus presencias.
“Espero no interrumpir su momento de paz. No estaba al tanto de que se encontraba visitando la tumba de mi hermano.”
“No se preocupe.” Le sonrió con amabilidad. Luego miró a Emilia, dedicándole a ella otra sonrisa especial. Los dos habían compartido los últimos momentos con el señor Lancaster siendo testigos de su partida, haciéndolos cómplices y compañeros.

Los dos recién llegados dejaron las coronas de flores que traían consigo. Dialogaron brevemente con el joven alemán y éste respondía admirablemente a todos sus comentarios.
Wolfgang fijó su mirada en la señorita Bennet y le volvió a sonreír cuando respondió a uno de sus comentarios sobre sus admirables dotes de administración de empresas de los cuales el señor Väring no dejaba de hablar. Emilia le devolvió la sonrisa, pero internamente una mezcla de emociones distintas le hizo sentir realmente decaída. Veía al señor von Einzbern regio y firme como siempre había demostrado ser, pero su sonrisa lucía como una muestra forzada de bienestar social…
Quien estaba delante suyo era una sombra de lo que alguna vez fue Wolfgang von Einzbern.
La muerte de Henry Lancaster le había afectado de tal modo que ahora era un espectro en vida, sutilmente disfrazado para ser funcional para la sociedad, pero detrás de esa sonrisa existía una persona que se encontraba desfragmentada y vacía.

Ciel se excusó con ambos refiriendo que debía retirarse brevemente para conversar con su madre. Ese momento fue aprovechado por Emilia quien se hincó a un lado del señor von Einzbern y con todo respeto apoyó una mano en su hombro.

“Señor von Einzbern, la muerte de nuestro amado señor Lancaster nos ha afectado considerablemente, pero me temo que es a usted a quien más ha decaído su partida. Si desea una amiga con quien conversar, expreso mi disponibilidad e incluso, me atrevo a invocar, la voluntad de mi hermana Camille.”
“Gracias, señorita Bennet.” El rubio asintió sutilmente. “Usted también… puede contar conmigo si así lo desea.” Volcó su mirada hacia el lago donde los cisnes blancos nadaban serenos. Sin duda, el mejor lugar de descanso para Henry era ese sitio, rodeado de criaturas tan puras y frágiles como él. “Henry ha dejado un vacío en todos nosotros.”
“Es imposible superar a una persona que fue tan iluminada.” Suspiró Emilia. “Lo que más me duele es que…”
“¿Qué?” Wolfgang la observó, con interés, cuando ella pareció preferir callar.
“Creo que a usted también le sucedió… Él solía pedirme que le contara mis historias familiares para sentirse parte de un núcleo afectivo acogedor y cálido. Siento que su vida fue demasiado solitaria y austera, pese a estar rodeado de familiares y riquezas. Me duele pensar que no se sentía amado por sus padres y hermanos.”
“Él pensaba que su partida no afectaría a nadie… pero aquí estamos, sufriendo en cada respiro de vida… muriendo en vida...”
“…”
“Pero eso demuestra cuán amado fue. Incluso por sus hermanos.”
“Por Ciel.”
“Por todos. Incluso por el Conde.”
“…”
“Entiendo” el rubio soltó una sonrisa apenada. Le hubiera gustado que Henry estuviera presente para que fuera testigo de cómo su hermano se afectaba por su ausencia “Su reintegración pronta a sus deberes y su crudeza natural puede dar el sentido de que no se ha afectado en lo más mínimo con la muerte de su hermano… Pero él de algún modo también fue mi amigo y puedo descifrar ciertos aspectos de su personalidad.”
“¿Fue?”
“El Conde se ha vuelto más hermético, incluso. Sigue siendo educado y tolerante conmigo, pero es notorio que no desea el contacto conmigo… Ni con otros.”
“Me da la impresión de que siempre ha sido así.”
“Es lo que demuestra, pero, como le dije, en parte le conocí un poco más. Mi larga estadía en Lancannia me llevó a convivir bastante con él y con Henry. Incluso, fue al Conde a quien conocí primero y éste me presentó a su despistado y amable hermano Henry.” Recordó con una sonrisa melancólica el día en que conoció al rubio. “Puedo afirmar que está tan afectado por la muerte de su hermano que llega a ser dañino con él y con todos.” El alemán se quedó pensativo en esa última reflexión. Henry pensaba que su partida no causaría estragos, pero eso era inevitable y lo que menos habría querido era que uno de sus familiares se volcara a la autodestrucción. Wolfgang sabía que Henry no podría estar en paz consigo mismo si veía que el resultado de su ausencia era la pérdida de su hermano.
Debía evitarlo, pero el mismo Wolfgang tenía poco tiempo para hacerlo debido a lo que tenía planeado para su propia persona. “Señorita Bennet, usted… ¿Podría hacer algo por mí?”

“Emilia, me alegra volver a verte.” Expresó fascinada Aristia La Moniquè al recibir a la joven en la sala que le dispuso su tío para ella en el palacio.
“Lady La Moniquè” pronunció la joven con mera dificultad. Tanto porque aún estaba confundida por la petición que le hizo el señor von Einzbern como por la deslumbrante nueva apariencia de Lady La Moniquè.
La joven había dejado los costosos y complicados vestidos de aristócrata de lado. En cambio, lucía una especie de uniforme de armada y su larga cabellera que siempre llevaba en un tocado perfecto ahora estaba atada en una cola alta.
“Mi nueva persona debe ser una gran confusión para usted.” Le sonrió, enternecida por la expresión de Emilia. “Pero tiene una historia coherente detrás de ella.”

Le invitó a sentarse a su lado y prontamente comenzó a contarle el origen de su cambio. Después de haberse enterado que su enamorado, Allendis de Verita, había muerto en el campo de batalla, Aristia La Moniquè volcó todo su dolor y rencor hacia su padre: el Barón Lancaster había sido, a su juicio, el único responsable de la muerte de su amado Allendis. Cuando Allendis de Verita pidió su mano, el Barón se la negó argumentando que era poco digno para su preciada hija pero que lo consideraría si defendía su patria en la guerra y volvía con honores.

Allendis volvió, pero en un féretro.

Aristia se sumió en el dolor y en el deseo de acompañar a su amado a donde había partido. Tal parecía que ese sitio que compartían Allendis y su primo Henry era mucho más grato que permanecer en el mundo de los vivos soportando la ausencia de ambos.

Su padre, arrepentido por sus acciones, trató de conciliarse con su hija. A Aristia le costó perdonarlo, pero consideró ir consolidando las cosas cuando le puso la condición de que la entrenara como cadete. El Barón Lancaster era conocido por entrenar a los guardias del palacio. Su padre a contra de su voluntad aceptó, y así Aristia se había entrenado en la esgrima y la defensa.

“Ya nunca más seré una dama que se sienta a bordar en la salita mientras espera que sus seres queridos la protejan y pierdan la vida por ello.”
“Lady La Moniquè, eso suena tan admirable.” Respondió con honestidad.
“Todo te lo debo a ti, Emilia. Haz sido mi inspiración. El saber que fuiste de voluntaria de la cruz roja para apoyar a los jóvenes y conocer que acompañaste a mi primo Henry hasta los últimos momentos pese a las discriminaciones no me hace más que convertirte en mi modelo a seguir.”
“Oh, señorita, eso es demasiado halagador para mí. No merezco su devoción.”
“Permiso.” Dijo la señorita Reiss, integrándose a la conversación. “Lamento la imprudencia al hacer oídos a sus últimas palabras, pero me temo que si no me integro a las palabras de Lady La Moniquè me arrepentiré para el resto de mis días. Pienso yo exactamente igual que ella.”
“¡Señorita Reiss!” Emilia se maravilló al verla allí. Tenía vergüenza por haber olvidado a esa persona que tanto estuvo rondando su mente antes de su partida a la guerra debido a la preocupación de su condición de salud. “¿Cómo está su salud?” preguntó con prudencia.
“Estoy bien, gracias.” Respondió, sonriéndole y asintiendo. “Ahora estoy mucho mejor. Ahora soy libre.”
“¿Libre?” Emilia la miró preocupada. Ella conocía cierto secreto de la joven que no se atrevía a confesarlo a nadie, ni siquiera a Historia Reiss aunque ya habían hablado sobre ello antes de que Emilia se fuera con el Dr. Smith a la cruz roja. Fue antes de ello que Emilia y el Dr. Smith, quienes atendieron la delicada salud de Lady Reiss, se dieron cuenta de otra realidad.
“Tranquila, Lady La Moniquè lo sabe. Ha sido una buena amiga y compañera en este proceso.”
“…” Emilia miró a Aristia. Todavía no sabía si hablaban el mismo idioma.
“Sé el secreto de Lady Reiss.” Asintió.
“¿Se lo…?”
“Bueno, mi padre me envió a un país donde estoy sola y si no me caso con el rico Conde quien codicia mi fortuna y título real, mi padre no desea volver a recibirme. Después de conversarlo con usted, señorita Bennet, entendí que debía buscar ayuda y el encontrar a una amiga como Lady La Moniquè ha sido bastante afortunado. Lamento si en un principio me comporté arisca y soberbia con ustedes, estaba pasando por momentos bastantes confusos.”
“Estoy un poco perturbada. Creo que me he perdido de varias cosas.”
“Han sido meses de ausencia.” Asintió Historia. “Pero todo está bien ahora, incluso hemos arreglado las cosas con el Conde. De hecho, en unos momentos se librará una tormenta en Lancannia, estoy feliz de que estén aquí para sentirme acompañada y lamento aprovecharme de la situación.”
“Estoy al tanto de todo, pero no del por qué podría producirse una tormenta en estos momentos. ¿Mi primo…?”
“No.” Negó la rubia con su cabeza. “Su señor padre.”
“…” Emilia empalideció. Casi sintió que la sangre se le iba a la cabeza y por un momento pudo haber sido testigo en persona de los ¨desmayos inoportunos de su madre¨
“¿Emilia, estás bien?” preguntó Aristia preocupada.
“¿D-del marqués? Yo pensaba que era del señor Conde.”
“¡Por favor, no!” las mejillas de la señorita Reiss se tintaron de rojo ante el bochorno. “Será mejor que les explique a ambas antes de generar mayores confusiones.”

*
“Mi padre lo sabe.” A su progenitor jamás se le escapaba nada.
“…” Lady Reiss sentía como si un balde con agua fría le recorría desde la cabeza hacia los pies. Los mareos se incrementaron, sus piernas le temblaban y era oportuno sentarse para no caer desvanecida, pero era demasiado orgullosa para demostrarse tan débil.
“Pese a que yo he sido respetuoso con usted y usted es consiente que no la he tocado… Aun así, me ha ordenado que la despose… Se opone al quiebre de este compromiso. Me ha expresado que me responsabilicé de ¨eso¨” Su padre le explicó que ese matrimonio traía muchos beneficios para su familia y, pese a la deshonra, las ganancias eran más <Ella es una mujer frágil… vas a enviudar pronto y heredarás todo...> 
“Pero… Sería injusto para usted.”
“No me ofrezca su falsa compasión. Debió haber considerado la injusticia hacia mi persona antes de proponerse humillarme como ser humano.” Más cuando el futuro matrimonio entre los dos era el tema de momento en Inglaterra.
“Yo nunca tuve esas intenciones hacia usted, mi Lord.”
Historia era honesta en sus palabras. Pese a que todo el mundo le decía que el Conde Lancaster era el peor ser humano de todos y que mucho más agraciado era su hermano Henry que él, a Historia le llamaba la atención la personalidad del joven y admiraba su particular belleza estética.
Nunca en sus planes estuvo la intención de ofenderlo. Había llegado a Inglaterra engañada por los chismes de que el Conde era un tipo áspero, frívolo y horrible. Ella pensó que se trataba de un señor demasiado mayor, casi senil, de aspecto repugnante y personalidad despreciable.
Cain Lancaster no caía en esas clasificaciones. Incluso, su personalidad Historia podía justificarla porque era el hermano mayor y tenía demasiadas responsabilidades y considerando como era el padre del Conde era esperable que el hijo se mostrase tan frío.


Antes de llegar a Inglaterra había huido en el paso territorial con el fin de escapar de todo. Pero por poco se convierte en rehén de los enemigos. En un hecho afortunado chocó con aquel soldado aliado quien la ayudó y la puso a salvo de las balas enemigas, quien la acompañó durante todo el camino sin agua ni alimentos ni refugio y puso su bienestar por sobre el de él sin esperar nada a cambio. Historia estaba segura que ese joven era todo el prospecto de Príncipe, pero había nacido como hijo de la pobreza.
Amarlo fue inevitable, no porque estuviera agradecida por su protección, sino porque se había enamorado del espíritu leal y humilde de aquel joven.

Ambos habían sucumbido al efecto del amor contemporáneo entre guerras, el temor de no amanecer vivos al día siguiente y a la impetuosa juventud.

No era su propósito dañar ni humillar de tal modo a un hombre tan respetable.

“Lamento que las circunstancias de los hechos le perjudicaran… Yo, no sabía cómo era usted y al conocerlo me enteré de que era todo lo contrario a lo que habían forjado en mi mente. Esto no justifica mi actuar, estoy consciente de ello, pero quiero que sepa que nunca he querido dañarlo o burlarme de usted. Por mismo motivo fui yo quien le contó de mi condición actual” Le hablaba, aunque en todo momento el Conde le daba la espalda mientras él miraba las llamas del fuego de la chimenea. “Mi Lord, lamento no ser la esposa digna que usted ilusionó y mereció… Pero si usted desea cumplir con los deseos de su padre, prometo remendar todas mis acciones y ser una respetable esposa.”
“Lady Reiss, ¿en su frágil mente tan siquiera considera la idea de que me arrastraré hacia usted y aceptaré hacerme responsable de errores ajenos? Creo que he sido lo suficientemente prudente durante toda mi vida como para merecer hacerme cargo de las irresponsabilidades de los demás. No me ofenda. Ni la sumisión ni la resignación están en mi sangre.” Siguió mirando el fuego. “Mucho menos el conformismo.”
“…”

“No me haré cargo de esa cosa.” La señaló con desprecio. Aunque su padre le exigía lo contrario, sabiendo que el progenitor era otro, él no tenía que tolerar tal humillación.
“No me desaceré de él.” Historia fue firme, aunque le dolía causarle tanto malestar al Conde.
“No. Usted no entiende en absoluto.” Le observó distante y presumido. “Soy yo quien se desase de usted.”
“¿Mi lord?”
“Yo termino este nefasto compromiso. Historia Reiss, desde este momento te libero de mi ¨frívola¨ persona para hacer con tu vida lo que te plazca.”
“Entiendo su posición.” Asintió, derrumbada. “Usted siempre ha sido muy respetuoso y amable conmigo, merece todo lo mejor del mundo, mi Lord. Me retiraré de su palacio apenas encuentre alojamiento en otro sitio, prometo que será lo más apresurado posible.”
“No.” Le increpó. “Yo no esperaré nada. Usted se va ahora mismo.”
“…”
“Salga de mi vista. No quiero saber nada sobre su existencia.” Apuntó unos documentos sobre el escritorio.
Historia se aproximó, confundida, tal vez el Conde esperaba que firmara un acuerdo con él donde le entregaba sus ingresos para pagar sus ofensas. Estaba de acuerdo en hacerlo de todos modos, era lo menos que podía darle… El problema era que su padre se enteraría pronto del quiebre del compromiso y el porqué de ello y la desheredaría, dentro de poco no tendría como pagarle al Conde. Podía encarcelarla si así él lo deseaba, pues también hacía de juez de rentas del condado.
Sus ojos se abrieron enormemente en asombro al leer la ordenanza.
“Mi… Mi Lord, yo no puedo aceptar esto. No merezco nada de esto.”
“No. No lo merece. Pero es el único modo para sacarla ahora mismo de mi vida.”
“No puedo aceptarlo.” Imposible. No podía aceptar recibir pagos  (aunque fueran inferiores) mensuales y una casa a nombre suyo en un pueblo cerca de Bloomington. “Entiendo que no quiera verme más, pero me parece injusto que tenga que hacerse cargo de mi a cambio de ello. Incluso si lo acepto, déjeme tratar algo con usted dentro de lo pronto para poder compensarlo monetariamente. Tengo unos dineros a los cuales puedo acceder, solo necesito ver cómo recuperarlos. Prometo pagarle su bondad apenas los consiga.”
“Lo que haga con su vida no es asunto mío.” Dijo después de unos segundos de silencio. Se dio la vuelta y salió de oficina.


“Así sucedieron las cosas.” Terminó Historia, contando tranquila lo que sucedió.
“Mi primo siempre ha tenido esa particular forma de hacer las cosas.” Aristia soltó una risita. “Siempre haciendo más dramáticas sus presentaciones… Afortunadamente ha sido gentil contigo, por el contrario, cuando alguien le ofende él los destruye.”
“Pero, yo no entiendo… Entonces, ¿es malo o no es tan malo?” Emilia todavía no se podía ordenar.
“Digamos que ¨no es tan malo¨” aseguró Historia. “Yo creo que si fuera otro en su situación habría aceptado casarse conmigo y luego habría buscado el modo de deshacerme de mi y del bebé para quedarse con todos mis bienes”
“…” Aristia y Emilia se miraron entre ellas, extrañamente ambas pensaron en el reiterativamente viudo padre de Cain.
“¿Qué va a hacer ahora, Lady Reiss?”
“Aquí es donde entras tú, Emilia.”
“¿Yo? Disculpe, pero no puedo entender.”
“Eres amiga del joven soldado Jaeger…” Historia le sonrió, aguantando las risitas al ver la reacción en shock de la señorita Bennet. 


Sayi


XVI.

Apenas vio a Emilia descender de la calesa, Sayi sintió el alma regresarle al cuerpo. Su hermana había cumplido con la misión de ayudar a los soldados de la mano del doctor Erwin, y aunque no había salido librada de daño —considerando lo sucedido con el jóven Lancaster– la mayor de las hermanas Bennet agradecía a todo lo alto que se hermana se encontrara físicamente bien.

Emilia depositó en sus manos el relicario que le había prestado aquella tarde en la que partió hacia el frente. Sayi sonrió enternecida, y abrazó a su hermana con fuerza, hundiendo su rostro en sus cabellos blancos. Si bien el relicario había regresado sano y salvo, Sayi esperaba que, con suficiente apoyo y tiempo, las heridas emocionales de su hermana sanaran, y regresara a su afable y ser.

Con la familia reunida, el prospecto de Navidad recuperaba ilusión en Longbourn. El árbol había sido decorado a excepción de la estrella en la cima— un detalle guardado para el retorno de Emilia, quien ahora podía cumplir con la tarea. Con las decoraciones navideñas terminadas, el árbol relucía a través de las ventanas y llamaba la atención de los transeúntes. La residencia de la familia Bennet estaba lista para recibir las fiestas, con el cálido tintinear de las velas, los cánticos navideños siendo practicados, y la cocina rebosando en preparaciones para la nochebuena.

La promesa de una amena navidad en familia, con la guerra finalizada y el próximo año pintando muy prometedor para varias de sus hermanas tenía a Sayi muy contenta con lo que venía a futuro. Y aún con el desaire de la señora Bennet por sus ilusiones fallidas con el señor Morewood, su primogénita se encontraba muy satisfecha consigo misma por el resultado de su intromisión.

Esa tarde, la mayor de las Bennet había aceptado la invitación de las Hann y había tomado prestada la calesa en dirección a Pembroke Cottage. En la habitación de la mayor de las Hann, Sayi observaba a su amiga caminar de un lado a otro, contándole lo sucedido con el señor Morewood y los planes para las nupcias con tal ilusión que Sayi sintió los ojos humedecerse.

Pero lo más impactante era la mejoría en su salud. Hagu había dejado su aspecto cansado y el comfort de su cama, y ahora parecía llena de vida, con una sonrisa tan ancha y ojos tan brillantes que confirmaban sus sospechas: Que todo se había debido a una aflicción emocional, y ahora que estaba resuelta, había sido lo mismo para la salud de su amiga.

“Nos casaremos en Abril” le dejo Hagu, tomando asiento y tomando de sus manos “Sayi, te debo mi vida entera”
Sayi le devolvió la sonrisa y suspiró “No me debes nada Hagu, es lo mínimo que pudiera haber hecho. Nada me hace tan feliz en este momento que verte tan contenta, y lista para empezar a vivir a plenitud”

Hagu se lanzó hacia ella y la abrazó con fuerza, en un gesto que se sintió muy similar al que compartía con sus hermanas. Y es que su amiga era casi como una honoraria, y verla tan feliz le llenaba de dicha.

“¡Y tienes que decirme que necesitas para tu celebración! Que estoy aquí para ayudarte en lo que pueda” dijo, tomando uno de sus rizos. Hagu le sonrió y entonces se sobó ambas mejillas.
“He estado sonriendo tanto que me ha empezado a doler el rostro”

Ambas amigas rieron, y en ese momento la señora Hann entro en la habitación para guiarlas a la sala de dibujo, donde el té y bocadillos les esperaban. Tras una animada conversa entre las tres, jugaron unas tres partidas de Piquet y a pedido de la señora Hann, Sayi tocó un par de sonatas en el violín antes de dejar la visita por terminada.

La menor de las Hann, Kisa, se había quedado dormida en el sofa, por lo que Hagu optó por quedarse en el salón. Tras despedirse de su amiga, fue la señora Hann quien acompañó a Sayi a abordar la calesa esperándola afuera de la residencia.

“Sayi… no tengo cómo agradecer todo lo que has hecho por mi querida Hagu”

Aunque las palabras expresaban agradecimiento, el tono de voz era uno apenado, y Sayi sabía dónde se encontraba el corazón de la señora Hann.

“Espero que tu madre no se encuentre muy desilusionada. Tanto ella como yo fuimos sumamente sorprendidas por la declaración del señor Morewood, y aunque fue una noticia muy bienvenida para nosotras, me temo que fue lo opuesto para tu madre. Pero créeme que no lo pude ver venir… de lo contrario no hubiera avispado sus esperanzas, o las tuyas, si es que alguna vez lo sintió así”
Sayi negó con la cabeza “El comportamiento del señor Morewood me tenía confundida, pero nunca albergue ilusiones de un compromiso con él. Fueron simplemente exabruptos de los que él se arrepiente, pero yo comprendo a la perfección. Y el favor de pretender que yo lo rechacé me ha permitido conservar mi honor frente a las ilusiones frustradas de mi madre, y las expectativas de nuestros allegados”
“Es lo mínimo que el señor Morewood pudo hacer, y tanto Hagu como nosotras lo mantendremos así. No es nada comparado a toda la felicidad que tus acciones han causado en nuestra familia” dijo la señora Hann, colocando ambas manos en sus hombros “Hemos sido bendecidas por tenerte en nuestras vidas. Gracias por ayudar tanto a Hagu, y por devolverme tanta felicidad luego del fallecimiento de mi esposo. Eres un ángel en nuestros ojos.”

Sayi sintió los ojos llenarse de lágrimas y la señora Hann la envolvió en un fuerte abrazo. No recordaba la última vez que se había sentido tan apreciada y feliz, y por primera vez, que había actuado correctamente.

La única víctima: Su madre, la señora Bennet, quien desde la audiencia con el señor Morewood no dejaba de vociferar su frustración para con ella.

Ahora que el compromiso entre la señorita Hann y el señor Morewood era el hablar del pueblo, Sayi solo podía regocijarse en la felicidad de su querida amiga, aún si su madre no terminaba de entender porqué su hija había rechazado a tan eligible caballero. Y, es que en sus ojos, el señor Morewood solo había cambiado su cariño a la señorita Hann por el rechazo de su primogénita.


“Explíqueme señor Bennet, porque yo no entiendo, ¿por qué teniendo las atenciones de tan buen caballero nuestra hija optó por dejarlo ir?”

El señor Bennet alzó la vista de su periódico y miró a la mayor de sus hijas, leyendo un libro en el sofa. Sayi sonrió para si misma, sin levantar los ojos de su novela.

“Mamá, ¿no te parece que el hecho que el señor Morewood haya cambiado de parecer tan rápidamente hable mucho de su lealtad? Digo, si fue tan rápido en extenderle una propuesta a mi amiga, quiere decir que nunca se sintió tan cautivado por mi”
“¡Tonterías! Hombres con tanto estatus y dinero tienen que mantener su buen nombre, sobretodo cuando son rechazados. ¡¿Y es que quién en su buen juicio dejaría ir a un marido con seis mil libras al año?!”
“Ay mamá…” murmuró Sayi, ahora dirigiéndose al señor Bennet “¿No te parece cierto lo que digo, papá?”
“Es verdad que la decisión del señor Morewood de ir por la señorita Hann lo hace ver de carácter algo débil, pero creo que las quejas de tu madre son basadas en preocupación” su padre carraspeó, acomodando las hojas de su periódico “De haber aceptado su propuesta, todos en esta casa hubieramos respirado tranquilos al verte siendo bien cuidada… pero entiendo que tu prerrogativa no haya sido esa, sino en la sinceridad y fuerza de los sentimientos de tu futuro marido”
“¡Señor Bennet!” se quejó su madre, al escucharlo apreciar el punto de vista su primogénita. Dicho esto salió a zancadas de la sala de dibujo.

Sayi sonrió apenada, pero agradecida. No le agradaba ser un motivo de preocupación para sus padres, aún si no podía confiarles que el corazón del señor Morewood nunca hubiera apostado por ella.

Le tocaba fingir el haberle rechazado, pues era preferible a la verdad del asunto: Que se habían generado rumores sobre su inminente compromiso, cuando en verdad no había lazo romántico alguno formándose… una expectativa muy similar a la que había vivido con el señor Grandchester: Solo que esta vez, ella había logrado mantener la compostura, y se había salvado de pasar por una nueva vergüenza y proteger su nombre.

Sayi caminó hasta su padre y le dio un beso en la frente.

“Ten cuidado, Sayi. Los compromisos que formes jugarán mucho en la calidad de vida a la que aspirarás” le dijo su padre “Me gustaría poder decirte que siempre sigas a tu corazón, pero lastimosamente, yo no podré patrocinar tus decisiones para siempre”

Cuando dejó a que su padre leyera tranquilo, Sayi se cruzó con Jacob quien cargaba la correspondencia del día. El mayordomo le alcanzó una misiva, y ella se apuró en abrir la carta al leer al señor Souton en el remitente.

En su última correspondencia, Sayi le había contado sobre el compromiso de Hagu y el señor Morewood, así como los eventos que llevaron a esa conclusión. Le había mandado los mejores deseos para la pronta recuperación de su abuelo, y su agradecimiento por las amenas tardes que compartieron en Londres. Le puso al tanto de su hermana Emilia, quien había regresado sana y salva de frente, aún si con el pesar del fallecimiento del señor Lancaster. Y por último, sus mayores deseos a una agradable navidad, y que esperaba verlo pronto en Bloomington.

La respuesta del señor Souton empezaba alegre, rememorando lo vivido en Londres y deseando que repitiera su visita a Gracechurch en un futuro muy cercano. Expresó su alegría por el compromiso de su prima, la señorita Hann, y agradeció el rol que cumplió en facilitar la unión entre ambos. Mencionó a la señora Bennet, al anticipar su decepción por el compromiso que no la incluía y Sayi agradeció su atención.

Pero entonces la carta cambió de tono, y juzgando por la tinta Sayi reconoció que había sido escrita en un día diferente. Y leyendo el contenido; impulsada por un trágico evento.

La salud de su abuelo y dueño de Pembroke Abbey, el señor Souton, había dado un giro inesperado la noche, y en las primeras horas del día siguiente, el anciano había cumplido con su último sacramento en presencia de su nieto y su única hija. Y, tras despedirse de ambos, había sucumbido al sueño eterno.

Sayi se limpió las lágrimas mientras leía el resto de la carta, y aunque el señor Souton anunciaba que estaría en Bloomington antes de navidad, el causal de su visita afligía su corazón. Siendo el único heredero ahora él era el dueño de la imponente Pembroke Abbey, y cómo benefactor le tocaba poner orden a los asuntos de su fallecido abuelo.

La joven pensó en invitarlo a que celebrara navidades en Longbourn. También pensó en escribirle, pero considerando lo sucedido dudaba que una respuesta llegara a sus manos antes de que partiera a Bloomington. Insegura de cómo proceder, Sayi dejó su habitación y salió en búsqueda de Sayaka, pues estaba segura que ella sabría cómo actuar.

Cuando pasó por la cocina, Sayi ubicó la espuela de caballero que el fallecido señor Souton le había obsequiado antes de dejar Londres. Cho había cuidado muy bien de ella, junto a los crisantemos que ella también había traído de la capital. La joven acarició una de sus hojas antes de salir por la puerta trasera, en dirección al jardín y al camino a espadas de su residencia.

Sayaka solía regresar a casa a esa hora, y tan ansiosa estaba por conversar con ella que se quedó de pie en el umbral, esperando divisarla a la distancia. Pasaron unos minutos y el frío comenzó a calar en ella, y cuando estuvo por continuar con la espera dentro de su hogar, fue que Sayi escuchó una voz saludándole en la dirección opuesta.


La joven se giró y vio al oficial Stanfield a pocos metros de distancia. Su uniforme estaba bastante desgastado, considerando su trabajo en una granja aledaña. Sayi lo saludó con una pequeña reverencia y una amplia sonrisa, y el señor Stanfield bajó levemente la cabeza.

No era la primera vez que veía al oficial desde su regreso de Londres. En una visita a Bloomington, en compañía de Mery y Sheryl, había tenido la buena fortuna de habérselo cruzado a las afueras de la biblioteca.

Se alegraba que no lo hubieran mandado al frente, y que se encontrara sano y salvo en Bloomington, donde había continuado ganando dinero asistiendo a una pareja de ancianos en su humilde granja.
No obstante, ahora que la guerra había llegado a su fin, Sayi no evitaba preguntarse qué sería del oficial Stanfield.

“Este invierno pinta ser más crudo que el anterior, y me gustaría ayudar a los abuelos Lucas a sobrellevar las primeras tormentas del año. El general de mi regimiento ha dicho que en unas semanas me deberá llegar una liquidación por mis servicios durante la guerra, y entonces veré qué hacer”
“¿No planea continuar una carrera en la milicia?” le preguntó Sayi. Según tenía entendido, el oficial Stanfield no tenía intención de seguir los pasos de su padre en la manufactura.
“Creo que la guerra me ha hecho replantearme muchas cosas. No sé si poseo la entereza de dedicarme a la preparación para una futura guerra, sabiendo el dolor que causa en las personas”
“Lo entiendo muy bien” dijo Sayi, pensando en su querida Emilia “¿Qué planea hacer, entonces?”
“Aún lo estoy meditando, y tengo unas semanas hasta que reciba noticias de la armada… pero estoy planeando irme del país por unos meses”
“¿Cómo así?”
“Me gustaría mucho viajar y ver el mundo. Escuchar otros puntos de vista, y cuándo lo sienta apropiado, usar mis ganancias para empezar un proyecto del que valerme. Espero y uno que también ayude a reconstruir la vida de las personas ahora que Napoleón ya no es más”

El oficial Stanfield hablaba de sus sueños con grandiosas expresiones las cuales Sayi encontró divertidas. Se trataba de un hombre soñador, con un pie en la tierra y el otro al aire, pero con buenas intenciones sosteniéndoselos. Envidió la posibilidad que tenía él de viajar y salir de Inglaterra, algo que ella dudaba pudiera cumplir en esta vida.

“¿Extraña Londres?” le preguntó el oficial.
“Con todo mi corazón. Extraño a mi familia, mis amistades, y la gran ciudad y electrizante sociedad. Me temo que una quincena no fue suficiente para mi”
“Cuando parta de Bloomington planeo visitar Londres. Espero viva a todas las expectativas que usted ha planteado en mi”

Sayi rió ante la ocurrencia.

“Estoy segura que sí, pero por favor, prométame que no se marchará sin despedirse”
“Lo prometo” respondió el oficial. Entonces su vista se fijó en una tercera persona dándoles el alcance.


Sayaka había hecho aparición con Sir Puma Tiger Scorpion en brazos. La joven observaba al oficial Stanfield de pies a cabeza, y Sayi se apresuró en presentarlos.

Su hermana fue cordial con el oficial pero no habló mucho, sino se dedico a escucharle. Cuando su gato empezó a inquietarse, Sayaka se disculpó con ambos y empezó a caminar hacia la casa. Al ver que Sayi continuaba hablando con el oficial Stanfield fue que Sayaka tiró del vestido de su hermana, obligándole a cortar su conversación con el pelirrojo.

Sayi observó al oficial alejarse, y entonces se giró hacia la menor.

“¿Sucede algo?” le preguntó sorprendida ante la actitud de Sayaka “Eso fue algo grosero”
“¿De dónde le conoces?”
“Nos hemos hecho amigos tras cruzarnos varias veces. Es un oficial que trabaja en una granja cercana, y vive en el regimiento cerca a Bloomington. Es muy agradable tratar con él”

Ambas vieron al pelirrojo alejarse en dirección a la ciudad, y Sayi observó la expresión de su hermana. Se veía algo incómoda, y entonces se preguntó si algo había sucedido con Otabek, pero no resultó tratarse de eso.

“No me agrada ese oficial” dijo Sayaka.
« Last Edit: May 25, 2020, 10:56:56 PM by Sayi »

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Puri

Último fic de Londres que me costó horrores sacar T_T no me gusta mucho como quedó, pero ya ahora que Sayaka vuelve a Bloomington y a su ambiente en general, estoy segura que la historia volverá a fluir.



Aquella persona que la interceptó había resultado ser el señor Florence, aquel caballero con quien había bailado su primera y única pieza de la velada para evitar al primo Neil, mucho antes que pasara todo el fiasco con el señor Grandchester.

“Disculpe, señorita Bennet. Quería saber si volvería a concederme una pieza”, dijo con una sonrisa que no le gustó para nada.
“Tendrá que disculparme, señor Florence, pero justo me dirigía hacia el balcón para tomar un poco de aire…”.
“No hay problema, permítame acompañarla”. Sayaka se mordió la lengua y asintió. Este le ofreció su brazo y la joven lo tomó en seguida, presta a irse rápido y evitar miradas.

Si bien fue un trayecto muy corto, el señor Florence se las ingenió para contarle sobre su familia, sus ancestros y sus rentas. Sayaka se limitaba a asentir, pensando que al menos al dejarle hablar, se evitaba tener contacto más íntimo con aquel sujeto.

Una vez llegaron al balcón, Sayaka se deshizo del agarre de su brazo y sacó rápidamente de su bolsillo su abanico para tener algo con qué excusar el gesto. El señor Florence no le tomó mayor importancia y siguió hablando a su costado, así que le restó mayor importancia y empezó a abanicarse mientras observaba el jardín del palacio en la oscuridad. Era en verdad muy hermoso… Pensó que debería de pedirle a su primo Albert que la trajera de paseo de día antes que volviera a casa.

“¿Ya se siente mejor?”.
“Oh, esto es muy común, señor”, respondió sin mirarle y agitando con más fuerza su abanico. “Padezco de sofocos en este tipo de escenarios tan llenos, así que no se preocupe por mí. Le ruego que vuelva dentro”.
“¿Será que no está muy acostumbrada a los bailes?”.
“No de esta magnitud, no”.
“Esa me parece una excelente cualidad suya, señorita. Que sea una persona hogareña”. Sayaka se tomó un segundo para asegurarse que su rostro no tuviera ninguna mueca de disgusto para voltearse a ver al joven.
“Tendrá que disculparme, creo que el calor me ha afectado más de lo pensado. No comprendí a qué se refiere”.

Florence sonrió de lado y se acercó más a ella. Sayaka no pudo evitar dar un pequeño paso hacia atrás.

“Su pasividad es de admirar también. Una mujer recatada es una verdadera joya”.
“Creo que está confundido, señor”, dijo bajando la mirada. No podía soportar seguir viendo cómo el mayor la miraba de arriba abajo sin pudor alguno. “Si algo en mi actuar le llevó a que pensara de manera errónea, espero acepte mis disculpas. No fue mi intención”.
“Seguramente quien está confundida es usted, señorita. Ya le he dicho quién soy y de dónde provengo”. Le tomó de la muñeca de la mano con la que había estado abanicándose y apretó ligeramente, en clara demostración de poder. “Alguien de su posición social debería agradecer el interés”.

Sayaka se quedó muda ante esto. Se sentía completamente avergonzada, pero, por sobre todo, furiosa. Y lo peor era que no podía permitirse ningún desliz en una reunión tan importante como esta, en frente de la Princesa Charlotte, sus invitados y toda la alta sociedad del país entero. Ni siquiera por ella, lo que le importaba en lo más mínimo, sino por sus hermanas. Pero… ¿Qué hacer?

“¿Sucede algo?”.

Ambos voltearon rápidamente y se encontraron con el joven que Sayaka había conocido hacía menos de una hora atrás mientras buscaba a Sayi. El joven que no le había confesado su nombre. Este se acercó con una sonrisa afable, pero lo que dejó a Sayaka aún más muda que en un principio, fue el rostro de puro terror que había puesto el señor Florence al ver al recién llegado.

“C-C—”, pero este levantó su mano, callándolo en un instante.
“Florence, ¿no es cierto?”, preguntó y este asintió. “Hace mucho que no lo veía en una reunión social, buen señor. ¿Ha estado ocupado en la guerra, asumo?”.
“Sí, mi señor…”, dijo, inflándose el pecho.
“Pues déjeme agradecerle por su noble servicio hacia nuestra gran nación”, al decir esto, le dio unas palmadas en su hombro. “Imagino que su señora madre está muy feliz de tenerlo de vuelta aquí en Londres. Hace mucho que no la veo a ella tampoco, y ahora que lo pienso, mi madre tampoco ha mencionado nada sobre ella últimamente. ¿Será que está mal de salud?”, preguntó con un semblante que denotaba sincera preocupación.
“…No. Se encuentra en el campo, señor. Pasando la temporada allá por el momento”.
“Ya veo. Qué suerte la de ella el poder tomarse un respiro, ¿no cree?”. Sayaka no entendía el por qué, pero esto último hizo que el señor Florence se pusiera rígido. “Y discúlpeme la grosería”, dijo finalmente dirigiéndose a ella. La joven notó cierta picardía en sus ojos. “Me dejé llevar por la emoción de ver nuevamente a mi conocido. Soy Charles Xavier, para servirle”.
“Sayaka Bennet, mi señor”. Dijo siguiéndole el juego. Xavier, Xavier… ¿Dónde había escuchado ese apellido antes…? Pero antes que pudiera cavilar más, el señor Xavier tomó su mano y se la besó, ante la mirada atónita de ella y el señor Florence.
“Un gusto, señorita Bennet”. Dijo mirándola fija e intensamente, lo cual hizo estremecer a Sayaka con cierto temor. No entendía las intenciones de este hombre.
“Tendrán que disculparme”, anunció abruptamente el señor Florence, con la mirada baja. “Acompañar a la señorita Bennet a tomar un poco de aire me hizo perder la noción del tiempo y le prometí al señor Gracie un juego de cartas. Seguramente, la señorita apreciará más su compañía que la mía, señor Conde”.

¿¡Conde!?

…Claro. Ahora que recordaba, el apellido Xavier era el apellido de la casa gobernante del Condado de Clarence.

Oh.

Sayaka tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para cerrar su boca abierta por la impresión. El supuesto conde simplemente rio.

“¡Téngase más confianza, estimado! Aunque descuide, cuidaré de nuestra amiga por usted. El señor Gracie es de temer cuando alguien es impuntual a una cita”.
“Con su permiso”.

Una vez se hubo asegurado que el señor Florence estuviese lo suficientemente lejos como para no escucharla, Sayaka se apresuró a disculparse haciendo primero una reverencia.

“¡Señor Conde! ¡Disculpe por favor mis modales! ¡No tenía idea que era usted cuando nos encontramos previamente en la galería…!”.
“Señorita Bennet, por favor, cómo iba usted a saber…”, pero Sayaka negó la cabeza con lágrimas en los ojos y prosiguió.
“¡Le ruego también que disculpe la escena que acaba de presenciar! ¡Por favor, mi señor! Yo no podría… No podría vivir con la vergüenza que traería a mi familia el que empezaran a hablarse chismes sobre mi carácter…”. Ante esto, el conde frunció el ceño y Sayaka no pudo evitar un sollozo al ver su rostro de disgusto.
“¡Señorita, cálmese, por favor!”, dijo procurando un pañuelo que la joven se negaba a aceptar. “Tenga por favor un poco de paciencia, creo que aquí ha habido un malentendido. No me encuentro disgustado con usted, sino con el señor Florence. Claramente usted se encontraba incómoda con sus avances, ¿o me equivoco?”. Sayaka simplemente bajó la cabeza, sin saber qué hacer o decir. El conde suspiró. “No sea terca y acepte el pañuelo. Le prometo de todo corazón que no estoy disgustado y que su honra está a salvo conmigo”. Sayaka tomó el pañuelo, pero siguió sin levantar la mirada. “Calmémonos, por favor. Si intervine en la situación fue para evitar que el señor Florence se aproveche de usted. Y lo habría hecho con cualquier otra persona, aquel hombre no merece ser llamado caballero”. Ante esto, la chica finalmente levantó la mirada. El conde le sonrió. “¿Recuerda cuando le pregunté por su señora madre? Los Florence perdieron su fortuna cuando el actual señor Florence asumió el mando de la familia. Y aprovechando la guerra, el señor se enroló y, estando lejos, vendió la casa familiar. Es por ello por lo que su madre tiene que vivir ahora en el campo junto a unos parientes que aceptaron acogerla”.
“Oh… No… No tenía idea”.
“Exactamente. Cuando nos conocimos brevemente en la galería, usted me dio la impresión de ser una persona honesta, así que no podía en buena consciencia dejar que ese hombre se propusiera ante usted”.
“Realmente se lo agradezco, señor Xavier…”.
“Llámeme Charles, por favor”. Sayaka sabía que lo correcto sería contradecirlo e insistir en usar su título, pero la gentil sonrisa y mirada que le daba aquel joven le inspiraba confianza. Y, después de todo, siempre se había jactado de ser muy buena leyendo las verdaderas intenciones de las personas.
“Señor Charles”. Este chistó.
“Sé escoger mis batallas, así que por el momento desistiré. Ahora que hemos aclarado el malentendido, quisiera pedirle por favor que no le mencione a ninguna persona de mi presencia hoy día. ¿Podría tener esa gentileza con mi persona?”.
“Por supuesto, señor”, asintió.
“¿No preguntará el por qué?”, preguntó divertido. Sayaka finalmente le sonrió, ya entrada más en confianza con su carisma.
“Si quisiera decirlo ya me lo habría dicho, señor… Y no tiene por qué justificarse ante mí. Aprecio mucho la ayuda de hoy día, así que quede seguro de que no diré nada. Pero dígame, ¿no tiene miedo de que el señor Florence diga algo sobre su presencia?”.
“Por supuesto que no. Florence es un cobarde, sabe muy bien que si menciona el haberme visto recientemente suscitará preguntas sobre él más que sobre mí. Confío lo suficiente en mi reputación por sobre la suya como para permitirme ese posible desliz”.
“Piensa muy bien sus estrategias, señor”.

El conde simplemente se limitó a sonreírle y luego miró hacia las ventanas, donde las personas seguían en el baile. Siguió un silencio cómodo, hasta que este le volvió a mirar.

“Discúlpeme, señorita Bennet. Pero es justamente por mis asuntos privados que debo de partir. Confío en usted, así como espero que usted confíe en mí”.
“Por supuesto”, dijo haciendo una pequeña reverencia. “Nuevamente le agradezco por todo…”.
“No hay de qué”. El hombre asintió y le dio la espalda, yéndose hacia las escaleras.

Sayaka se quedó ahí, mirándolo hasta que desapareció entre las sombras del jardín. ¡Cómo se iba a imaginar que ella, de todas las personas, iba a conocer al Conde de Clarence! Una persona tan importante, pero que a pesar de su título había demostrado ser tan genuino y caballeroso…

Una vez se hubo calmado, decidió volver al baile para no levantar más sospechas y que volvieran a sorprenderla estando a solas. Pero al querer guardar su abanico, se dio cuenta que aún sostenía en su mano el pañuelo del conde.

Forget all the shooting stars and all the silver moons
We've been making shades of purple out of red and blue


Sayi

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #83: October 31, 2020, 10:53:23 AM »

XVII.

Era media mañana cuando Sayi escuchó a su hermana descender por las escaleras. Sayaka se asomó a la sala de dibujo, ubicó su sombrero de sol y una vez en su cabeza dio zancadas fuera de la habitación. Todo sin un saludo a la que era su hermana favorita, quién se había limitado a observarla en silencio desde el diván.

A Sayi le irritaba la indiferencia de su hermana menor, pero no habían tenido oportunidad a hacer las paces desde la semana pasada. Y es que la sospecha de Sayaka con el amigo de su hermana, el oficial Stanfield, había terminado desencadenando un argumento tras otro, que había terminado ofendiendo a la mayor por su aparente ‘falta de criterio’ al juzgar nueva sociedad. La discusión provenía de preocupación y cariño para con ella, pero sumándole a los reparos de sus propios padres, Sayi había reaccionado mal y su relación se había visto seccionada desde entonces.

Sayaka era la única que tenía conocimiento de la verdad tras el compromiso de la señorita Hann y el señor Morewood, por lo que a diferencia de sus padres ello no le era de preocupación con respecto a los futuros prospectos de la mayor. Sin embargo, el que hubiera tenido tantos problemas con su amigo oficial, una relación tan ajena a lo sucedido había terminado por hastiarle. ¿Es que acaso lo único que le generaba a su familia era preocupación? Siendo la hermana mayor, ¿había fallado en su deber de actuar como un ejemplo de sensibilidad, sensatez y responsabilidad?

Tras la sucedido con el señor Grandchester, Sayi pensado que había logrado reivindicarse en ojos de sus padres y hermanas, pero el nerviosismo de su hermana más confidente le habían hecho ver que aún era motivo de preocupación.

Y así había pasados los días la mayor de las Bennet desde el conflicto con Sayaka: Pensando en cómo dejar ser motivo de ansiedad para sus seres queridos, así como prepararse un futuro en una sociedad que solo validaba a una mujer por los ingresos de su marido, la residencia que mantenía, y la vocación de su progenie.

Su mente regresaba a Londres, a Gracechurch, a la tía Miranda y el primo Albert, y los días tan especiales que habían pasado juntos en compañía de sus hermanas. Aquel había sido, muy probablemente, el último viaje que tendrían todas juntas como Bennett sin compromisos —pues podía pensar en prospectos para cada una de sus hermanas, quizás con la excepción de Sayaka y ella, pero considerando sus personalidades ello era de esperarse. Su misión ahora era encontrar una manera de asegurarse un futuro que no fuera una inconveniencia para sus hermanas.

¿Quizás su mejor apuesta sería regresar a Londres? Bajo la tutela de la tía Miranda estaría en mejor posición para conseguir prospectos en la capital. Sus padres, avergonzados por el rechazo de su hija con el señor Morewood, probablemente accederían sin mucha dificultad. Y en cuanto al desdén de Sayaka... quizás la distancia se encargaría de suavizar su corazón.

Tan ocupada se encontraba contemplando su plan de acción que no se había percatado de la visita llegando al porche de Longbourn. Solo cuando escuchó la voz de Jacob anunciando la llegada del señor Souton fue que Sayi se puso de pie en un brinco, siendo devuelta a la realidad por la algarabía de ver a su buen amigo.


El señor Souton ingresó con sombrero en mano a la sala de dibujo, y una vez posó la mirada en su amiga, su rostro se apaciguó en una leve sonrisa. Sus ojos se veían cansados, y a la mayor de las Bennet se le encogió el corazón al reconocer el motivo. El pasar del abuelo Souton, y todas las ocupaciones que habían caído en el regazo de su amigo, al mismo tiempo que lidiaba con la pena de haberlo perdido.

El rubio besó la mano de su amiga en saludo, y sus dedos demoraron en dejarla ir. Sayi sonrió entristecida. Su amigo debió haber extrañado las confidencias de una buena amistad.

"Por favor tome asiento, señor Souton" le invitó, tomando sitio junto a él "¿Le puedo ofrecer algo de tomar? ¿Un darjeeling quizás?"
El rubio sonrió "Me conoce muy bien señorita Bennet, pero desayuné apenas llegue a Pembroke esta mañana"
"Me honra mucho visitándome tan pronto. Espero que el viaje a Bloomington no le haya sido muy pesado. Escuché que ha nevado parte del camino a Londres"

El señor Souton le sonrió, bajó la mirada, pero no dijo más... algo no característico de un caballero que solía entretener cada uno de sus comentarios. Sayi pensó que probablemente se encontraba cansado, o pensativo por el reciente fallecimiento de su pariente. Pero entonces notó que, aunque sentado a su lado, su amigo tenía ambas rodillas flexionadas y con una ligera agitación sacudiendo sus pies.

Estaba ansioso. Sayi estuvo por preguntarle si se sentía bien cuando la señora Bennet entró campante a la sala de dibujo.

"¡Mi estimado señor Souton!" cantó la dueña de casa "¡Pero que alegría que haya podido venir a pasar navidades con nosotros!"

La interrupción de su madre espabiló al señor Souton, quien se deshizo en pleitesías para satisfacer a la señora Bennet. Sayi seguía al señor Souton con la mirada, su preocupación por él incrementando a cada momento. Había notado la palidez en su piel, y las ojeras bajo sus ojos. No había manera en que no se sintiera indispuesto.

Una vez más, estuvo por preguntarle si no deseaba descansar en la habitación de visita, cuando en eso...

"Señora Bennet. Me gustaría pedir una audiencia con la señorita Bennet, a solas"

Lo sucedido a continuación fue un torbellino de sorpresas y palpitaciones. La señora Bennet dejó su mandíbula colgar por lo que se sintió como un minuto antes de reunir las fuerzas suficiente como para excusarse de la habitación. Sayi vio la puerta cerrarse y sus ojos se volcaron al señor Souton, quien alzó la mirada hacia ella y, sin despegarse de su mirada, caminó hasta detenerse frente a ella.

Y entonces, su rodilla tocó el suelo.

"En vano puedo continuar con este juego, mi más estimada, mi queridísima Sayi. Desde aquel día que nuestros caminos se cruzaron, mi corazón se ha encontrado bajo su dominio exclusivo. Es mi deseo más exaltado, mi deber más ferviente, y mi honor más exquisito el pedir su mano en matrimonio"

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Apple

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #84: October 31, 2020, 09:31:05 PM »
Me rendí con este fic, no obstante escribí un prologo cuando recién iniciábamos para no olvidarme como iba a terminar lol

Me disculpo de antemano con todas, como mencioné escribí el prologo cuando apenas iniciábamos lo que esta en el prólogo son mis ideas locas de como terminarían sus fics así que de seguro habrán cosas que nada que ver, así que no me odien ni me demanden por abuso de copyright please

Prologue

El calor de la chimenea hacía confortable la guardería de Fraser's Ridge, el otoño estaba finalizando y el frío estaba subiendo.

Sheryl acababa de leerle a sus dos niños, y ahora cada uno se disponía a hacer lo que quisiera. Alexander, el mayor, siempre buscando los cariños y cuidado de su madre subió a su regazo y se acomodó ahí mientras comía un pastelillo y veía con sus ojos bien despiertos las ilustraciones del libro que Sheryl les acababa de leer. Era un niño tierno y dulce que disfrutaba de las atenciones de sus padres y siempre buscaba su aprobación en forma de besos y abrazos.

Malcolm su hermano menor, por 5 minutos ni más ni menos, en cambio tomó su espada de juguete y se subió a su caballito de madera para embarcarse en una de sus tantas aventuras imaginarias. Era un niño activo e inteligente, de mente brillante y curiosa. Quería jugar, tocar, explorar y claro, seguir a su padre a donde fuera. Aunque los dos niños eran la viva imagen de Jamie, Malcom era el más parecido a él en cuanto a la personalidad se refería.

Eran una familia feliz con una vida cómoda y plácida. Ni Jamie ni Sheryl imaginaron alguna vez que el matrimonio traería una paz a sus vidas que solo se puede experimentar cuando se despierta con la persona querida todas las mañanas y se tiene el privilegio de pasar unos minutos acurrucados en la cama antes de que los niños y sus otras obligaciones los invadieran y ocuparan  sus días.

Pero aún en el frenesí de sus días a Sheryl y Jamie les bastaba con verse a los ojos y saber que se tenían el uno al otro. Y eso era mas que suficiente para satisfacer cualquier inquietud en sus corazones.

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Sheryl había pedido ya su típico té de las cuatro y esperaba que Jamie regresará a arreglar los asuntos relacionados a la administración de Fraser's Ridge en cualquier momento. Por lo pronto, la señora de la casa disfrutaba su precioso momento con sus hijos, antes de que el paso de tiempo se los quitara y una institutriz y luego un tutor y luego Eton college y la universidad arrebataran toda su atención.

Por supuesto, puede que futuros bebés vengan también pero la experiencia de ser madre por primera vez era única y extraordinaria. Cuando los gemelos nacieron tres años antes, el señor y la señora Bennet fueron llamados de Bloomington y llegaron sin perder el tiempo para conocer a sus primeros nietos.

El señor Bennet no pudo evitar sonreír ante la ironía, el destino nunca le había favorecido con un heredero varón y a Sheryl la había bendecido con dos a la vez. No obstante se sentía orgulloso y se había permitido darle a sus dos nietos los mimos y atención que apenas le había dado a sus hijas.

La señora Bennet en cambio, tras escuchar de las mucamas sobre el éxito del parto y lo buena ama que era Sheryl, se volvió a Jamie y exclamó:

"¡Señor Fraser le he dado una buena esposa, y en cambio usted me ha dado los niños que siempre deseé!"

El amor y afecto de las tías Bennet tampoco había faltado y Sheryl recibía regularmente trajecitos tejidos con hermosos bordados, juguetes, libros, entre otras chucherías para los niños.Shura, Mery y Kora los visitaban con frecuencia quedándose algunas temporadas con ellos incluso. Sayaka y Cho también eran unas visitantes constantes en Fraser’s Ridge e incluso habían acompañado a la pareja un par de veces a Escocia.

Las gemelas, Emilia y Camille, ya casadas habían estado entre las elegidas para ser madrinas de los gemelos. Intercambiaban cartas de manera constante con Sheryl, y sus reuniones eran más esporádicas considerando que cada una ocupaba su tiempo en asuntos de sus respectivas casas y sus maridos Chrome y Marth. Con Sayi la historia era diferente, y lamentablemente los gemelos aún no la conocían. Vivía en América con su esposo; y aunque intercambiaban cartas de manera constante Sheryl esperaba volver a ver a su querida hermana mayor de nuevo algún día.

Éowyn, la cuñada de Sheryl, y su esposo el conde de Kent también eran padrinos de los niños. La mismísima Éowyn que juró nunca casarse ahora estaba embarazada de su primer niño que la familia esperaba con ansias. Pero nadie más emocionada que la madre expectante que no dudaba en enviarle cartas de manera seguida a Sheryl para pedirle consejos de maternidad y cuidado de los niños.

Los amigos de la pareja tampoco estaban ausentes en la vida de los niños; los Fraser recibían visitas constantes de los Spencer y de igual manera Jamie y Sheryl visitaban Althorp tanto como podían. A pesar de que los niños Spencer eran un poco mayores, encontraban a los pequeños pelirrojos entretenidos y los sacaban a pasear en sus ponys. 

Los gemelos Fraser tampoco eran extraños en la casa de los Middleton en Londres, donde el retirado coronel Ike Middleton, veterano de guerra y héroe en la batalla de Waterloo, y su esposa Lady Aika Middleton se habían establecido en Kensington. Eran buenos amigos con su hija que era solo un poco más joven que ellos. Cuando los Fraser viajaban a Londres, aprovechando que su residencia en la ciudad estaba en Kensington pasaban tiempo con los Middleton, la tía Miranda y el primo Albert que nunca había decidido por casarse aunque prometía que algún día lo haría.

Pero lo que más le gustaba a los gemelos era visitar a sus abuelos en Bloomington y correr por las mismas praderas donde su madre y tías habían jugado y donde sus padres se habían conocido. En Bloomington también estaban el tío Robert y Robb quienes los llevaban a pasear en caballo y cumplian todos sus caprichos.

Sheryl y Jamie también encontraron una inexplicable felicidad en Bloomington, principalmente cuando arrendaban Keyfield Park.  Quizá porque era el lugar donde se habían conocido.


« Last Edit: October 31, 2020, 09:34:17 PM by Apple »


Puri

“Querida, explíqueme por favor. ¿Por qué no ha querido salir a ninguna reunión desde su llegada? Inclusive declinó la invitación a la fiesta organizada por la Princesa Charlotte en Buckingham Palace… No lo entiendo”.
“El que venga aquí a Londres no significa que tenga que salir a dar el gusto a los demás, Irina”, repuso la mujer mientras dejaba su taza de té en la mesa y se quedaba mirando el paisaje por la ventana. “A esta edad que he llegado, prefiero que vengan a visitarme y no tener que salir yo a tener conversaciones y reuniones banales”. Antes que su compañera pudiera decirle algo, Madame le miró fijamente con la seriedad que le caracterizaba. “Tampoco me hace mucha emoción celebrar o cuchichear mientras Napoleón está llevando toda Europa a la ruina”.

Ambas se quedaron en silencio. Después de todo, la presencia de Madame en Londres se debía a que había escapado de París hacía meses cuando la situación se volvió completamente insostenible. No es como si estuviese en Londres para disfrutar de la temporada, como muchos otros.

“Madame”, interrumpió su mayordomo el breve silencio. Ambas mujeres le miraron expectantes. “Ha llegado un visitante. Pidió que le dé el encuentro en la biblioteca”.
“¿Qué son esos modales?”, preguntó Irina con enojo. “¿Acaso no le has informado que estamos tomando el té? Lo mejor sería que se nos uniese, ¿no cree?”.
“Cállate, Irina”, le cortó con fastidio y la pobre mujer se sonrojó. “El pobre John seguramente ya le dijo a esta persona que estamos juntas, no tienes por qué desahogarte con él”, se volteó a ver a su mayordomo. “Dígale que, así como llegó sin avisar, espero como mínima cortesía de su parte que espere hasta que terminemos nuestros asuntos y que Madame Medvedeva se vaya”.
“Por supuesto”, respondió con prontitud, dio una reverencia y se fue de la estancia, dejando nuevamente solas a las amigas.
“¿Acaso sabes quién es la persona que ha llegado? ¿No será que se trata de algo urgente?”. Madame alzó una ceja.
“¿Tanta es tu curiosidad, Irina? ¿Ya la vejez te está haciendo perder los modales?”. Irina torció la boca y no pudo evitar sonreír de lado, con sorna por la situación en la que había dejado a la otra. “No te pongas así. Si se trata de algo importante te lo contaré mañana. Vendrás a tomar el té conmigo de nuevo, ¿no es así?”.
“Por supuesto”, respondió de mejor ánimo ante el prospecto. “Sabes que no hay nadie en toda Inglaterra que no aprecie más que a ti, Lilia”.
“Oh, Irina. Qué triste ha de ser tu vida social, entonces”, respondió riéndose y llevándose nuevamente la taza a los labios.



Tuvo que pasar una hora más antes de que pudiera zafarse de Irina, la cual había hecho de todo para quedarse y así descubrir quién había llegado de manera tan inoportuna; pero en el juego de terquedad, ella le podía ganar incluso al más recio toro.

Una vez John volvió a la sala y le aseguró que el chófer había salido con Irina rumbo a su casa, fue que se paró y se dejó ayudar por el brazo de su mayordomo hacia la biblioteca.

Y fue ahí donde lo encontró, tranquilo y sin el más mínimo remordimiento, sentado en su sillón favorito y leyendo un libro.

“Duque. ¿Se puede saber de dónde aprendió tan terribles modales?”.

Charles se levantó y le regaló una gran sonrisa. Lilia le miró con fastidio y con ayuda de John se inclinó y levantó su falda a modo de saludo.

“Mis más grandes disculpas, mi querida Madame Baranovskaya”, le dijo sin culpa alguna. Tomó la mano que tenía libre y la besó. Luego, se dirigió al mayordomo. “Muchas gracias por traerla sana y salva, John. ¿Podría pedirte un poco más de té? Tengo mucho de qué conversar con Madame”. Dicho esto, le ofreció ahora él su brazo y lo tomó, para poder caminar hacia el sillón que estaba libre.
“¿Mucho de qué conversar?”.
“Por supuesto”, respondió ayudándola a sentarse y luego fue a su sitio. “No apareció en la velada de la Princesa Charlotte, así que vine a ponerla al tanto”.
“¿Y por qué me interesaría a mí saber lo que sucedió esa noche?”.
“Porque no vengo a contarle lo que sucedió, sino a quién conocí”.

Lilia sonrió expectante. Finalmente algo interesante en su aburrida semana.

Forget all the shooting stars and all the silver moons
We've been making shades of purple out of red and blue


Sayi


XVIII.

Sayi entro a su habitación y azotó la puerta tras ella. La cabeza le latía de dolor y su corazón le apretaba más que nunca. En su vida había sentido una agonía similar, y no sabía si poseía la entereza para sobrevivirla.

Su querida amigo, el señor Souton, había hecho lo impensable y acababa de pedirle su mano en matrimonio. A Sayi le costaba recordar las palabras que había balbuceado, las explicaciones que le había dado, y la rapidez con la que se había excusado; ni siquiera tomándose un segundo para responderle al asombro de su madre.

Sayi hundió su cabeza en la almohada y lloro por lo que sintió como horas, hasta que sus ojos quedaron ardiéndoles del dolor, su garganta sedienta y sus pulmones faltos de aire. Y sentía que todavía le quedaba una vida de penitencia por cumplir.

La declaración le había quedado como un balde de agua helada, pero conforme el señor Souton explicaba su entendimiento en cuanto a la relación que tenían, Sayi no podía evitar sorprenderse de lo irresponsable que había sido.

Y es que mientras ella veía en el señor Souton a uno de sus más queridos amigos, el señor Souton veía en ella a la que sería su compañera de vida. Su quien indispensable, juzgando por las sensibles correspondencias que se mantenían con fervor, y las invitaciones a pasar tiempo con las familias de cada quién. Pero Sayi, si bien compartía la intención de ser confidentes de por vida, no había considerado por un segundo unirse al señor Souton en matrimonio. Su querido amigo, quien aunque cinco años menor que ella, jamás debió haber dado por entendido su corazón de caballero. Pues las atenciones que le había prestado contenían, ahora evaluadas en retrospectiva, un definitivo aire de cortejo.

No podía creerlo...
Acababa de engañar al pueblo entero haciéndoles pensar que había rechazado al señor Morewood, y ahora no tardaría en hacerse conocer de su más reciente rechazo hacia el señor Souton. Excepto que, a diferencia del primero, no se trataba de un plan del que había formado parte... sino que esta era una decepción genuina, generada por su propia irresponsabilidad y desatino para con un querido amigo.

Sayi jamás olvidaría el rostro de decepción del señor Souton al recibir su respuesta. De sus explicaciones, casi tratándose de súplicas, que le recordaban dónde y cuándo había alimentado sus esperanzas sin intención de llevarlas al altar. Y cómo su exaltación se había ido apagando, dejándolo como una sombra de si, a lidiar con el rechazo encima de el fallecimiento de su pariente más herido.

Apenas lo vio tener fuerza suficiente para cruzar el salón y dejarla de pie en la sala de dibujo. La señora Bennett, quien claramente había estado escuchando la conversación desde el pasillo, no tuvo corazón para dedicarle palabras al pretendiente, y se limitó a observarlo irse. Cuando el hombre se hubo marchado fue que cruzó miradas con su primogénita, y Sayi pudo ver que estaban colmados de lágrimas. Por primera vez, armada sin palabra alguna. Atónita por lo que acababa de presenciar.

Sayi respiraba con dificultad, sin soltar la mirada de su compungida señora Bennett. Se quedaron así por unos momentos, intercambiando presencias, hasta que la joven observó algo cambiar en la expresión de su madre, quien, casi imperceptiblemente, empezó a sacudir su cabeza, en negación ante las acciones de su hija. Y esta no dijo nada cuando el enojo terminó de cubrir su rostro, ni cuando finalmente se retiró, seguramente en dirección al estudio de su padre.

Después de eso, Sayi solo recordaba el retumbar de la puerta de su habitación.



El almuerzo había ido y venido, así como la hora del té. El cielo se había vuelto cálido en anticipación a la noche, y Sayi suponía que la señora Bennett le había prohibido a los empleados, y a ninguna de sus hermanas acercarse a ella, en preparación a la llamada de atención que debía estar en su camino. Su estómago le dolía de hambre, pero su cabeza le dolía aún más, preguntándose, ¿y ahora qué?

Si había pensado que su honor había sido renovado tras el rechazo al señor Morewood, el inesperado rechazo que le había tocado darle al señor Souton habían dejado un enorme signo de interrogación sobre sus aspiraciones. Era claro que, a partir de ahora, ningún joven en su sano juicio apostaría por su afecto, con su historial de rechazar a quien tuviera la insensatez de acercársele. Probablemente la única aspiración que le quedaba era volverse institutriz de los hijos de sus hermanas más afortunadas, y de ser así debía aceptar su destino lo antes posible.

Su mente aterrizó, nuevamente, en Londres.
¿Y si mejor, regresaba donde la tía Miranda? Podría ayudarle a mantener la casa a cambio de su estadía, mientras la tormenta se calmara y buscara como capacitarse como tutora.

Pero antes de poder entretener mucho más la idea, la señora Bennett ingresó, seguida del señor Bennett. Y la puerta de su habitación se cerró tras ellos dos.

Aquí estaban los resultados de sus acciones.

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Sayi


XIX.

Pareciese que su madre había hablado por casi una hora entera, y ella jamás había sentido tal vergüenza, y tal corazón roto.

La señora Bennet no se había guardado reproche alguno, muchos de ellos desde antes de la decepción con Terry Grandchester. Había delineado, sin perder aliento, cada uno de los implicados en su tremenda decepción para con ella, y ni qué decir de sus acciones, cuestionadas como insensatas, egocéntricas y humillantes.

Sayi se limitada a seguirle con la mirada, mientras su madre daba vueltas, cuál tigre enjaulado. Gruesas lágrimas rodaban por las mejillas de ambas, madre e hija, pero ante los reclamos de su madre la joven tan solo respondió con su presencia.

“¡No solo te bastó con desilusionar al señor Morewood! ¡Ahora le rompiste el corazón al pobre señor Souton! ¡Debe estar maldiciendo el día que se hizo nuestro conocido!”

Sayi intentaba no recordar el rostro del señor Souton. Sentía que el mundo se le caía encima al hacerlo, y lo hubiera dado todo por salvarlo de tal sufrimiento.

“¡Dos! ¡Tuviste dos oportunidades de rehacer tu suerte tras la desilusión del señor Morewood! ¡Nadie creía que tenías esperanza, pero llegaron dos y las echaste a perder! ¡No hay nadie que te proteja ahora! ¿¡Que va a ser de mi primogénita… de mi…”

Y finalmente se había quedado sin voz, ni lágrimas a llorar, y tras un grito exasperado la señora Bennet dejó la habitación, azotando la puerta tras ella.

El llanto de la señora Bennet se colaba desde el pasillo, pero Sayi y el señor Bennet quedaron en silencio unos momentos más. Su padre, que no había dicho palabra alguna, carraspeó un par de veces antes de dar su parecer.

“Tu madre sobreactúa como siempre, pero lo hace desde un punto de preocupación. He de ser sincero, jamás la he visto tan afectada” dijo el señor Bennet antes de tomar asiento a su lado “Pero Sayi… dime, ¿en qué estás pensando?”

Podía decirle que lo sucedido con el señor Morewood había sido un plan para ayudar a Hagu, pero esa explicación, por más buen intencionada que hubiese sido, tan solo hubiese exasperado más a su padre.

Y en cuanto al señor Souton… pues no tenía explicación, pues ella misma se había perdido detalles tan evidentes para sufrimiento de todos los involucrados.

“Ya no lo se” se limitó a responder la pelirrosa, las lágrimas nuevamente asomándose a la comisura de sus ojos. En respuesta, el señor Souton la tomo del hombro y la acercó a sí. Un gesto breve, pero suficiente para hacerle saber que su padre la quería pese a lo sucedido.

“Me preocupas, Sayi. Yo disfruto de ser padre, tuyo y de tus hermanas, y vivo feliz compartiendo este hogar con ustedes y con tu madre” le dijo “Pero, entre la tranquilidad del día a día, la única preocupación que me aprieta el corazón es que ustedes encuentren a personas que cuiden de ustedes, y que las protejan y quieran cuando yo ya no esté presente.”
“…”
“Y, francamente, no sé que pensar de tí. Mi primera hija, aquella que me hizo padre, dejando pasar cada oportunidad de darnos esa tranquilidad… ¿qué es lo que quieres, hija?”
“Lo siento”

La pelirrosa volvió a llorar, y su padre supuso que no habría forma de llegar a ella ahora. Se le veía agotada por los sucesos del día, y probablemente lo que más necesitaba era ser dejada a solas, a evaluar sus acciones y entender su propio corazón.

"Voy a dejarte descansar" dijo, poniéndose de pie y caminando a la entrada de su habitación "Intenta dormir esta noche, Sayi"

La luz de las velas era lo único que alumbrada la habitación. Sayi continuó llorando unos momento más, pero cuando el rostro del señor Souton regresó a su mente fue que sintió la culpa ahogarle. Se puso de pie de un brinco y empezó a caminar de un lado a otro de su habitación, mano en el pecho para calmar su agitado corazón.

Siempre había sentido que Longbourn crecía cada vez más limitante... pero ahora que había, finalmente, eliminado todo prospecto matrimonial a causa de sus acciones, sentía que su futuro estaba decidido: Le tocaría ver a sus hermanas casarse, una a una, hasta que algún día su padre fallecería y el primo Neill la correría a ella y a su madre de Longbourn, a ideárselas por su cuenta, pues no había manera que esperar mejor prospecto que ese.

Su mente regresó a Gracechurch, a la casa de la tía Miranda y al primo Albert, y cuanto ansiaba poder alejarse de todo y regresar con ellos. No había forma que sus padres le costearan una visita como aquella, con la desilusión que les había causado...

Pero en eso recordó el dinero que la tía Miranda le había dado uno de sus primeros días en Londres. Aquel que debía usar para costearse un par de vestidos en año nuevo— su regalo de navidad de parte suya.

En su mente, sin embargo, había una sola cosa que quería más que nada en ese momento: Gracechurch, Londres, y al nuevo comienzo que podría hacerse allá, lejos de los que dirán en su pequeña ciudad, Bloomington.

Y, antes de seguir contemplándolo más ya había desenterrado su valija del closet y había empezado a empacar, con intención de decirle nada a nadie.

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Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way


Mery

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #88: January 31, 2022, 10:50:51 PM »
Edito con imágenes luego :c



Al verse libre de los ojos vigilantes de su tío, Alice Baskerville se veía aún más tranquila y ligera que antes. A decir verdad, estar en Bloomington era una dicha para ella, el cambio de aires era agradable y no tenía un solo día aburrido. Como esa misma noche.

Con pasos apresurados, Alice guió a sus jóvenes amigas hacia un rostro conocido. Un baile como aquel era sin duda la oportunidad dorada de cualquier joven para hacerse de nuevas amistades e incluso acercarse a una persona que despertara su interés, especialmente porque que fuera de ellos aquella se convertía en una misión laboriosa y llena de pasos demasiado engorrosos.

Una cantidad considerable de soldados adornaba el lugar, pero Alice sólo podía decir que conocía a un pequeño puñado de éstos, Kaoru Hakaze siendo uno de ellos. El rubio ya se hallaba hablando con un par de jóvenes, pero al reconocerlas se apresuró a disculparse con ellos y darles alcance.

Con un gesto cordial, Kaoru saludó a las tres. "Señoritas, qué gusto cruzarme con ustedes tan pronto." Tanto Rose como Alice ya habían tenido oportunidad de hablar con él antes de aquella noche, por lo que su atención cayó en Mery. "Señorita Bennet, ha pasado un tiempo desde la última vez que nos encontramos, permítame decirle que se ve encantadora."
"Es usted muy amable, señor Hakaze, me alegra tenerlo presente." Respondió Mery con sinceridad.
"Es un honor para mí." Respondió Kaoru. "Tener la compañía de tres bellas señoritas no es algo que de lo que pueda gozar cada día."
"Alagador." Le murmuró Alice a Rose ocultando con cuidado su rostro tras el abanico que traía con ella.
A pesar de ello, el rubio sonrió. "Sin embargo, lo que digo es cierto. Además, el blanco te queda muy bien."
Alice pareció querer protestar, pero finalmente sólo se abanicó con suavidad y soltó un suspiro. "Gracias, pero no olvides darle debida atención a todo lo que te rodea, no se escatimaron esfuerzos para esta celebración, ¿cierto?"
Mery sonrió gustosas. "Deseamos sólo lo mejor para Shura."
"Siendo que se agazaja a última de sus hijas, por supuesto que debía ser así." Aprobó Kaoru.
"Exacto, como por ejemplo, la comida, lo que me recuerda algo importante." Dijo Alice con nuevos ánimos. “Me imagino que para los bocadillos has debido dar tus propias recomendaciones, ¿cierto, Mery?”
La joven asintió. “Sí, de hecho sugerí tartas de frambuesa porque sé que son de tu agrado.”
“Qué maravillosa noticia.” Exclamó Alice juntando sus manos en anticipación. “En tal caso, iré a darles mi aprobación.”
“¿Ahora mismo?” Kaoru se vio ligeramente desconcertado. “No has puesto un pie en la pista de baile todavía.”
“Oh, querido, ¿no sabes que la principal razón tras mi presencia esta noche en Candance Hall se debe principalmente al delicioso banquete que con tanto esmero nos ofrecen los Bennet? No hay nada que desee en este momento más que ir a comprobar si esa tarta en particular está lista para ser degustada.” Explicó con voz alegre. “Pero no se restrinjan por mi ausencia, amigos míos. Adelántense por favor, en un momento estaré yo de nuevo con ustedes.”

Alice no le dio a nadie la oportunidad de detenerla, hizo una muy sutil reverencia y se marchó zigzagueando con pasos ágiles hacia la mesa principal.

“Oh, de verdad se fue.” Murmuró Rose sin poder ocultar la sorpresa en su rostro.
“Siempre ha amado las frambuesas.” Dijo Mery con una tímida sonrisa.
Kaoru suspiró dándose por vencido, pero enseguida se dibujó una nueva sonrisa en su rostro. “Tengo la impresión de que nuestra estima Alice prefiere escuchar primero a su estómago en lugar de a su corazón.”

Las jóvenes se miraron entre sí de inmediato, la mirada de Mery estaba llena de preocupación y Rose negó muy ligeramente antes de tomar aire y dirigirse a Kaoru.

"Es parte de su carisma, sin duda." Dijo ella. "Cuando un platillo delicioso está de por medio, nosotros quedamos en segundo lugar. Aunque creo eso usted ya lo sabe, ¿o me equivoco, señor Hakaze?"
Kaoru, para alivio de ambas, rió ante su comentario.
"Oh, por supuesto, y es así desde que era una niña. Estoy seguro de que la hubiesen adorado si la hubiesen conocido en ese entonces."

Rose recordaba las veces que el señor Crawly se había quejado de las travesuras de su sobrina durante su más tierna infancia, pero no lo contradijo, después de todo no le correspondía hacerlo y no podía confirmar nada sobre el tema. Por su parte, Mery se vio deseosa de escuchar lo que el joven pudiese compartir de la niñez de Alice y él no tenía problema en saciar su curiosidad.

Hablar con Kaoru era algo muy fácil, además éste era muy gentil al tratar con las damas y la conversación entre ellos fluyó sin problema después de aquello.


Kana

Re: Pride&Prejudice / Chapter III: A London Reverie
« Reply #89: February 27, 2022, 04:46:30 PM »
Las cosas en casa estaban agitadas los últimos días. A cada una de las hermanas Bennet le tocó alguna situación en particular que las mantenía u ocupadas o sumidas en un mar de emociones turbulentas.

Emilia era la excepción a la regla hasta ahora. Después de regresar de la guerra y haber perdido al señor Lancaster, los días de ella se volvieron muy tranquilos y sin sentido. Sólo pasaba las tardes leyendo con Camille, o bebiendo un poco de té en el jardín de Cho o escuchando los chismes que Sayaka lograba traer del pueblo. Las hermanas Bennet ya no salían a correr por los prados, tampoco iban al pueblo a ver a los nuevos soldados que llegaban, cada una estaba lidiando con un drama personal.
Y para Emilia sus días comenzaron a ser muy cotidianos y repetitivos, pero así estaba bien.

Pasaba mucho tiempo en su habitación, sentada en el marco de la ventana observando hacia el exterior, mirando como sus hermanas iban y venían, algunas muy animadas y otras notoriamente preocupadas por algo que las mantenía intranquilas.

Le preocupaba especialmente Sayi, a quien vio afectada por la tarde y no alcanzó a enterarse bien de lo que sucedió, pero algo escuchó, por los gritos de su madre, que era relacionado con el destacable amigo de Sayi, el señor Souton.

Deseaba ir a hablar con Sayi y demostrarle su apoyo, pero, tal parece, que sus padres no le estaban dando tregua. Emilia prefirió aguardar en su habitación, que pasara la tarde, que cayera la noche y se iniciara un día más esperado que los ánimos estuvieran más apaciguados para conversar con su hermana mayor.

Sabía que tarde o temprano un torbellino de malestar pronto la invadiría a ella también.
Los secretos no se podían llevar a la tumba, aunque quien la había involucrado en ese secreto trató de llevárselos consigo a su muerte.

Pero no tuvo que esperar más que un par de horas para que esa cotidiana y repetitiva paz se terminara para ella.

Antes de la hora de la cena, una carroza llegó hasta los terrenos de la familia Bennet. Se detuvo y tras una pausa de incertidumbre para las que observaban por sus respectivas ventanas de sus habitaciones, un elegante hombre de porte alto y traje oscuro descendió de la carroza y golpeó la puerta de los Bennet. 

Mientras la mayoría de los inquilinos se cuchicheaban entre ellos para dar una hipótesis de quien se podía tratar y el por qué venía a esas horas al hogar familiar, Emilia sólo observó indiferente desde su ventana. Sabía de qué podría tratarse al identificar el logo de la casa real en la carrosa.

Emilia suspiró, tratando de pensar en las palabras que podría usar a su defensa porque sabía a lo que se estaba enfrentando. Tardó más que sus hermanas en salir de su habitación y bajar por las escaleras, se asomó discretamente entre ellas viendo que sus padres se encontraban dialogando con aquel hombre de cabellera negra y ojos intensamente azules.
Aquel caballero se presentó como Sol Reilish, señor vasallo de la casa Lancaster y pedía expresamente entregar una notificación a la señorita Emilia Bennet. Las hermanas miraron a Emilia preguntándose qué estaba pasando, pero antes de que les pudiera decir algo su madre apareció emocionada y sacó a Emilia de las sombras para llevarla ante aquel apuesto hombre.

“¡Señor Reilish! Ella es mi hija Emilia. Es un honor que los señores Lancaster hayan mandado a buscarla, sobre todo porque la pobre ha tenido que sufrir bastante por la pérdida de su amado señor Lancaster. Oh, el señor Lancaster debió ser menos desconsiderado y no partir tan prematuramente de esta vida porque le quebró el corazón a la pobre Emilia. Ella no ha podido levantarse de su cama ante el dolor de haber visto morir a su prometido, ¡Pobre señor Lancaster! ¡Era tan joven y amable! Mientras vivió fue como un hijo para nosotros” la mujer soltó dos gruesas lágrimas.
“…” Emilia la observó molesta. Estaba segura que, en sus encuentros en secretos cuando el señor Lancaster la iba a visitar a su casa, ni siquiera cruzó palabra con sus padres salvo aquella ocasión donde se saludaron en la ceremonia del señor Trump. “Madre…”
“No es momento de ser tímida o humilde, mi niña. Todos fuimos testigos de cuanto se amaron.”
“Los señores Lancaster que le haga llegar este mensaje, señorita Bennet…” Sol la observó seriamente, penetrando con su mirada a Emilia quien por un momento se sintió un tanto cohibida por su presencia, dignamente era un súbito de los Lancaster porque traspasaba la misma frialdad y prepotencia. “¿Es correcto que la llame por su apellido de soltera?” soltó, con arrogancia.
“Oh, señor Reilish, usted se confunde. Mi hija aún sigue soltera” su madre se interpuso entre los dos, exigiendo una explicación. no podía permitir que la oportunidad de que su hija fuera cortejada por otro de los señores Lancaster se escapara de sus manos.
“No le ha comentado a su familia, por lo que veo.” El señor Reilish le entregó el sobre que llevaba. “La señora Lancaster solicita su presencia en la corte del tribunal de justicia.”
“¿Qué?” Emilia recibió el sobre y lo abrió. Se esperaba algo trágico, pero no de tal envergadura. “¿Me demandan por fraude y estafa? Eso carece de realidad” le encaró al pelinegro.
“Siga leyendo.”
“…” Emilia continuó. Por el contenido de la carta dudaba que fuera solo la señora Lancaster la que estaba detrás de esa fechoría. Estaba segura que el que movía los hilos de eso era ese viejo tirano del marqués de Lancaster, sintiéndose insultado por que su hijo y esa ¨campesina¨ pasaron los límites. Y no le extrañaba que aquel cuervo del conde de Lancaster también estuviera involucrado, como digno hijo de su padre.
“Señor Reilish, exigimos que nos aclare lo que está sucediendo. Mi familia y cada una de mis hijas son honestas y de buenos valores, no puedo permitir que traten a una de mis hijas de tal modo denigrador” Dijo el señor Bennet, posicionándose a un lado de Emilia al terminar de leer por encima la carta que su hija sostenía entre sus manos.
“La señora Lancaster no estima que sea de buenos valores engañar a un ser moribundo y aprovecharse de su vulnerabilidad a momentos de su muerte para estafarlo y quedarse con sus bienes. Me disculpo si el contenido de ese mensaje resulta ser ofensivo para la señorita Bennet y su familia, pero es esperable que la señora Lancaster reaccionara de este modo al enterarse del fraude que le hicieron a su adorado hijastro.”
“Yo no hice ningún fraude.”
“Deberá llevar pruebas ante el tribunal para demostrar lo contrario.” El señor Reilish hizo una escueta reverencia antes de ponerse la capa y retirarse de la casa de los Bennet.
Inmediatamente las hermanas que alcanzaron a ser testigo de aquel acontecimiento se pronunciaron en la sala y preguntaron a Emilia que estaba sucediendo, pero su padre les pidió que retornaran a sus habitaciones y no salieran hasta el día siguiente.

El señor Bennet le pidió a Emilia que fueran a su oficina, para aclarar qué es lo que estaba sucediendo.

“Emilia, esa familia te demanda bajo una etiqueta de gravedad. Puede incluso que, si ganan el juicio, te dejen en banca rota y tu honor sea perdido ante la sociedad, por lo poco. Porque incluso si son tan desalmados como pienso que son no se quedarán tranquilos hasta verte en la cárcel.” El señor Bennet se paseaba por la sala, abrumado. “¿Quién más sabe sobre esto?”
“Sólo Camille, el señor von Einzbern y supongo que el conde de Lancaster.”
“¿Supones?”
“Él se fue antes de ser parte del evento. No estuvo de acuerdo y prefirió marginarse. Pensé que con su ausencia sólo se resignaba a respetar la voluntad de su hermano, pero veo que me equivoqué. Lógicamente notificó a su padre tratando de evitar que yo y el señor Lancaster…”

Flash Back

“Deseo que sea así.” La fría mano sujetó con fragilidad la suave mano de Emilia, con ello tratando de impedir que se fuera de su lado.

La primera vez que se lo pidió ella había reaccionado del mismo modo: asustada, angustiada y se había excusado con él para salir de su cuarto donde yacía moribundo por sus heridas. Por supuesto que volvió después de un momento, para seguir cuidando de él y acompañándolo en su agonía, pero cuando el señor Lancaster trataba de traer el tema nuevamente, ella lo interrumpía con algún comentario que le distraía.
Emilia era la mujer más honesta y maravillosa que conocía y sabía muy bien que no aceptaría su petición porque sentiría que no era lo correcto estando él en ese estado.

“Perdóneme si le condeno a cargar con el peso de un muerto el resto de su joven vida. No es mi intención dejar en usted una etiqueta de luto que le limite a ser eternamente devota mía, de verdad que mis intenciones no son aquellas.”
“Ya lo hemos hablado antes.” Ella le esquivó la mirada por unos instantes, pero volvió a fijarla en sus ojos calipsos cuando le limpio con su pañuelo la frente. Cuanto le dolía verlo tan frágil. “No puedo aceptar. Son sus fortunas.”
“No me lo puedo llevar a la tumba, Emilia. La riqueza de nada sirve si la vida se va.”
“…” A Emilia se le cristalizaron los ojos con esas palabras. Pese al tono sereno y la expresión tranquila del señor Lancaster, no podía estar indiferente ante esas palabras tan ciertas.

Por unos momentos buscó la mirada del otro caballero presente en la sala, el señor von Einzbern, quien en todo momento se mantuvo mirando hacia fuera por la ventana, tan agobiado por las últimas horas que restaban del señor Lancaster que maldecía la vida por haberlos hecho vivir ese destino. Cuando al fin Emilia logró llamar su atención, el extranjero se acercó al lecho y se sentó en la silla del otro lado.

“Trate de persuadirlo, señor von Einzbern”
“Señorita Bennet.” El rubio le sonrió tratando de darle tranquilidad. “Usted sabe tan bien como yo que nuestro amigo es el más obstinado de todos…No hay palabra, dialogo o incluso oración que haga cambiar su parecer” llevó una mano al hombro de Henry y le dio un suave apretón, también ayudándolo a sentarse cuando notó que tenía dificultad de lograrlo. “¿No es así?” observó a su amigo.
“Si” Embozó una melancólica sonrisa. Debido a su obstinación y cobardía ahora estaba allí, muriendo y siendo una carga para sus amigos. De haber sido más sincero consigo mismo, con sus sentimientos, tal vez, sólo tal vez, su destino no sería el velo de la muerte. Después de darle una cálida mirada de cariño al señor von Einzbern, volvió a mirar a Emilia. “Aunque sea presuntuoso, siempre quise casarme. Muchas veces soñé cómo sería mi esposa, fantaseando con la idea de tener hijos a quien darles un beso en la frente antes de ir a dormir, una familia a la que amar y que me amara. Pasar los días en nuestro hogar… ser felices… Me habría encantado nacer en la familia Bennet y vivir todas las historias que me ha contado sobre sus hermanas y usted”
“…” Emilia se inquietó por la sinceridad inconscientemente dura del señor Lancaster, sobre todo porque en la habitación había una cuarta persona más que se mantenía en un rincón de brazos cruzados.
“Pero mi voluntad de casarme no es un mero capricho de un moribundo que desea experimentar el goce del matrimonio. Antes de partir deseo redimir mis actos. Señorita Bennet, sé que no tiene un precio y que ni toda la fortuna del mundo se equipara con sus valores, pero deseo que conserve los bienes a mi nombre a modo de compensación. Puede hacer que esas cosas materiales cobren un sentido en esta vida, darles una utilidad filantrópica. Usted y el señor von Einzbern me hicieron inmensamente feliz en el poco tiempo que compartí con ustedes. Por supuesto mi querido amigo no necesita mi fortuna así que sería en vano heredarle algo material. Pero ya hemos hablado largamente durante la noche de lo que he dejado para él.”
“Haberte conocido ha sido mi mayor tesoro.”
 “También has sido mi mayor tesoro” El señor Lancaster embozó una sonrisa al escuchar a su amigo. Volvió a ver a Emilia. “¿Puede hacer mi última voluntad, señorita Bennet?”
“…” Emilia dudó infinitamente y tardó bastante, tanto el señor Lancaster, como el señor von Einzbern e incluso el conde Lancaster pensaron que no daría su brazo a torcer. Finalmente, la dama asintió, en silencio, entristecida.
“Gracias. Y perdón por esto.”
“Si es su voluntad y eso le da paz, lo haré.” Le acarició la frente, sin soltar su mano.
“Hermano… Acércate.” Le pidió a su familiar. El conde Lancaster se acercó, pero mantuvo su distancia, quedando de pie a los pies de la cama. “No fuimos cercanos y no gané tu afecto en estos años, el peso de ser el primogénito y mantener el honor de nuestra familia te privó de una vida feliz. Sé que por ello también eres muy protocolar y estás en desacuerdo con mi voluntad, pero te pido que aceptes este deseo y me acompañes en mi unión con la señorita Bennet. El señor von Einzbern será nuestro testigo de fe. Me gustaría que estuvieras conmigo en este momento tan especial para mí, aunque no lo apruebes. Sólo quédate conmigo.”
Emilia sintió la mirada intimidante del conde Lancaster sobre ella, culpándola de seguir con la locura de su hermano.
“Voy por los frutos que te gustan, cuando vuelva quiero que este tema quede en el olvido”
“No necesito frutas. Necesito tu aprobación.”
“Nunca. No apruebo esta tonta fantasía.” Dio a entender que saldría, pero el señor Lancaster le volvió a hablar después de unos segundos de lapsus.
“Cain… No te vayas. Yo ya no estaré aquí… No te aferres a la idea de que me voy a recuperar. El doctor Smith ya lo conversó contigo.”
“Henry, eres un Lancaster, no un vulgar proletariado de sangre impura. Nuestra sangre es fuerte. Te vas a recuperar y olvidarás esta niñería. Evidentemente estás delirando.”  Fue tranquilo en decir aquello, aunque a los otros dos presentes le dio la sensación de que estaba molesto. Salió del cuarto y no lo volvieron a ver más durante esa tarde.

Tal como fue el deseo del señor Lancaster y en vista de que no había tiempo, inmediatamente se envió a buscar a un sacerdote el cual llegó a la habitación junto con un ministro. El señor von Einzbern fue el testigo de fe y la unión de sagrado matrimonio fue, por motivos claros, sencilla.
Emilia seguía con su traje de enfermera el cual sin el mandil era totalmente blanco, sólo se decoraba con algunas flores en su trenza y un ramo en sus manos, llevaba un velo que el sacerdote había improvisado de una de las cortinas de la habitación, conmovido por la desdichada pareja que deseaba dar sus votos a Dios antes de que el futuro esposo partiera a su encuentro.
El señor Lancaster llevaba su traje de militar, debido a su debilidad en todo momento fue ayudado por el señor von Einzbern. Emilia los observó conversar a solas, discreta, los dos se veían tan felices juntos que le dolía pensar que nunca más volverían a compartir momentos entre ellos. Lamentaba que el destino fuera tan cruel con esos dos jóvenes. 

El sacerdote realizó la ceremonia, dieron el sí y firmaron el acta de matrimonio.

Fin del flash back.


“Así sucedió.”
“Entonces, ¿eres Lady Lancaster?” el señor Bennet se frotó la sien.
“N-No lo digas así.” Emilia renegó, aborrecía ese apellido. “Si no fuera porque el señor Lancaster lleva la sangre de esa familia los maldeciría mil veces.”
“Emilia…”
“Pero no soy Lady Lancaster. Sigo siendo Emilia Bennet. El señor Lancaster me pidió esa voluntad para redimirse y hacer que sus posesiones materiales tuvieran un buen uso en la sociedad, también me pidió que, si uno de sus hermanos era desheredado por seguir sus sueños, yo estuviera allí y los pudiera apoyar económicamente.”
“¿De cuánto dinero estamos hablando?”
“N-No lo sé, ni siquiera he mirado el testamento.”
“Pero ¡cómo puedes ser tan descuidada! ¡Con tu familia pasando peripecias y tus hermanas solteras y tú guardando un secreto tan importante!” la señora Bennet no aguantó más e irrumpió en la oficina del señor Bennet. Escuchó todo.
“Querida…” trató de persuadir a su esposa.
“Pronto, ¡no! Ahora mismo, tenemos que revisar ese testamento, ¡Nuestra vida puede cambiar! Seremos más ricos que tu tía Miranda, viviremos en Londres y tendremos lujos.”
“Ni siquiera es tu dinero.” Emilia le escupió con rabia. No podía creer que su madre fuera tan interesada en lo material. “Ni mío. Es del señor Lancaster.”
“El señor Lancaster no necesita dinero en la otra vida. Él te lo dejo a ti para que lo uses.”
“¡Ya basta!” Emilia se enfadó. No era apacible ni mucho menos respetuosa, si todo ese tiempo se mantuvo taciturna y bajo perfil fue justamente por la muerte de su, ahora revelado, marido. Pero no podía tolerar las tonteras de su madre. “No es nuestro dinero y de nada nos servirá en la cárcel.” Dicho esto, salió de la sala.
“Niña malcriada.” Rechistó, pero lo cierto es que le preocupaba el destino de su hija. No quería que la señora Lancaster ganara su demanda y Emilia terminara en la cárcel, llena de infortunios y desdichando a toda su familia. “Nuestra Emilia no puede ir a la cárcel” dijo la mujer entre lágrimas.
“Buscaré los servicios de un abogado para que nos ampare.”

Ahora era Emilia quien caminaba de un lado a otro en su habitación, bajo la preocupada mirada de su hermana Camille. Su hermana era la única que conocía este secreto suyo y fue su mayor soporte todo ese tiempo.
Aunque Emilia tratara de lucir firme y resistente, los nervios se la estaban comiendo por dentro. No quería ser como su madre y ser una histérica, pero, ¡tampoco era feliz con la idea de irse a la cárcel!

“Que voy a hacer.” Expresó, afligida. Se mordió las uñas, frunciendo la frente.
“Emilia, no creo que el señor Lancaster te haya pedido esto sin resguardarte.”
“Me dijo que su testamento era suficiente prueba.”
“Ves.”
“Pero, ¿y si esta gente inventa que lo adulteré?”
“Pero tienes testigos de fe, ¿no?”
“El sacerdote dijo que se iría a peregrinar a tierra santa apenas terminara con la ceremonia.”
“¿Y el ministro?”
“Era conocido del señor Lancaster, por tanto, de su familia. Le pueden ofrecer dinero y puede decir que todo era una falsa.”
“¿Y el señor von Einzbern?”
“He pensado en él todos estos días. Es el único que puede ayudarme, pero…” miró a su hermana, apenada.
“Nadie sabe de él desde que el señor Lancaster falleció.” Camille suspiró, entristecida por no poder encontrar al estimado señor von Einzbern y darle consuelo alguno. “Seguiremos buscando. No permitiremos que termines en la cárcel por esta gente malvada.”
“Es mi única posibilidad de contrarrestar a la señora Lancaster.”